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Noche En Las Vegas por Vampire White Du Schiffer

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Capítulo V. Una Alocada Mudanza.

−Gracias –recibió una taza de café caliente. Le gustó sentir el humo cerca de la nariz.

Seguían mirándose, frente a frente. Segundo posterior: miraban la mampara percudida, o la lámpara encendida.

−Entonces… -dijo el Coronel pasando una mano por los cabellos –, viniste aquí en cuanto –exhortó al menor a explicarse.

−Salí de casa y pensé en irme a otro lugar, cualquiera que fuere podría arreglármelas yo solo –soltó con la confianza y sonrisa que le caracteriza.

−Eres todavía el más ingenuo de los mocosos –riñó Mustang, recordando sobre todo el episodio del cual salvó a Acero de una violación tumultuaria –, olvídalo –movió la mano enguantada –. Debemos empezar de nuevo.

−Hola, mi nombre es Edward y estoy sentado frente  a un estúpido violador de menores.

−No sobre eso –juntó las manos y estalló la cabeza allí –, podemos hacer esto de la manera fácil o de la difícil.

−Quiero la difícil.

−La difícil –repitió el moreno irguiendo la cabeza –¿Seguro? –Edward le miró mal –. Ya, capté; espero estés preparado para el acoso de Central.

Se puso de pie y fue a hacer un par de llamadas. Todos debían asistir a la oficina de Roy Mustang, pues iba dar un mensaje especial a todos sus subordinados.

−Me voy a casar.

−¡Felicidades! … eh, no espera –dijo Fuery –. ¿Está hablando en serio?

−Sí, como él dijo –añadió Havoc moviendo, con la boca, un humeante cigarro al hablar –. ¡No me diga que de nuevo conquistó a mi novia! –casi se quita de su tranquilo lugar pero la teniente Hawkeye le detuvo con la sola mirada.

−Ah, se me olvidaba tu racha de conquistador –masculló Edward, estaba de pie mirando por la ventana de la oficina; Mustang claramente lo escuchó y le reclamó en silencio.

−Eso se acabó –dijo extendiendo la mano derecha –. Desde este momento no habrá un conquistador más en este recinto… -no acababa de hablar y todos se reían a su ritmo –. Más les vale que me crean –sonrió tétricamente enfilando el puño.

−Es que es imposible –dijo Havoc –¿Qué pasará con Brenda, entonces?

−¿Brenda? –soltó a su vez Edward.

−Se quedó en el pasado –respondió en buen volumen.

−De acuerdo –continuó –, ¿Y Karina? Ya sabe, la linda cantante del bar.

−Frecuentas muchas congregaciones de alcohólicos, ¿verdad? –dijo Acero con sarcasmo impreso.

−Oye, Havoc, no te olvides de mencionar a Ximena, a Lucía, Solaris, Atenea, Ofelia, las gemelas Thomson…

−¡Ah, claro! –chasqueó los dedos –. Eso trae a mi mente a Antonia y a su hermana Cristina. Creí que por lo menos con alguna de ellas ya ibas en serio, pero, jefe, no se quede callado.

−Sí, Coronel –bufó Edward –, sincérese con nosotros.

−Oigan, creo que olvidan el punto principal –al fin habló Riza. Todos a callar un minuto entero –¿Y bien? –miró a Mustang.

−Como ya dije, me casaré –se recargó en el escritorio y sonrió de lado.

−¿Con cuál chica? –preguntó Breda –. Falman y yo le vamos a cierta rubia de fuerte carácter.

−Esto no se trata de apuestas –respondió el moreno, respiró profundamente y re soslayo buscó a Edward –. Me casaré con Acero.

−¡Já, toma eso Havoc, te dijimos que sería…! –Breda no pudo continuar con su ataque de euforia, dejó la mano acusadora en el aire.

¿Habían escuchado bien? De todas formas, el alarido de sorpresa cimbró todo el edificio. Edward seguía pendiente de la ventana y se rascaba el cuello con pereza, ésa era la imagen que daba por la espalda, si alguien pudiera verle de frente, bueno, un jovencito siendo declarado prometido no tiene una cara de sepulcro, no por lo menos en este caso.

−¿Dudas? –Mustang se masajeó el entrecejo en la cara aun estupefacta de sus compañeros.

−¿Se le botó la reversa? –golpe certero.

−El punto no es ése –comentó Riza –, no por ahora, si el Coronel nos llamó aquí no es para hacer de su vida una comedia.

−Gracias Teniente –dijo enternecido el moreno, este sería un momento en el que el mujeriego bien podría servirse, pero.

−Ténganle consideración a Edward –terminó la oración. Sí, la víctima a ojos de todos era…

−¿Te ha hecho algo el Coronel? ¿Extorción? ¿Se trata de una misión para que dejen de molestarlo? –Acero tuvo que voltear a verlos sin saber a quién contestar.

−Es porque así lo queremos –lo sacó del aprieto rápidamente y se dispuso a su lado.

−¿Tienes idea de lo que te propones?

−La decisión también es mía –dijo al fin Edward –. Es algo que… -bajó la mirada – así debe ser porque yo –estaba acostumbrando a su lengua para soltar Estoy embarazado, sería algo más incómodo que lo demás, pero era el momento, además, le dijo a Mustang que quería la manera difícil, y ésa era dando a conocer a su círculo cercano de amigos que el paquete de la boda venía con hijo incluido.

−Porque Acero está muy ilusionado –le pasó el brazo por los hombros y se inclinó ligeramente –. Ya no lo quieran atosigar, ¿verdad? –le dio un apretón para que entendiera, para matar dos pájaros de un tiro, le susurró –. Mejor que aún no se enteren. 

El ambiente quería cantar la extrañeza común, aire indigerible. Pero por una u otra razón no los reprobaron.

−¡Sabía que algún día ustedes dos se amarían! –el primero en levantarse fue el nervioso Fuery, estrechó la mano de su superior mientras reía –. Mis sinceras felicitaciones.

Después de él, vinieron los demás. Riza sonrió como madre del Coronel y dio un corto abrazo a Edward diciéndole algo en confidencia que Roy no escuchó.

−Díganos, Coronel –comenzó la rubia –¿En qué le podemos ayudar?

Regresaron a casa agotados, el más joven entró primero, dejó la gabardina en el perchero y sin decir nada se dirigió a la cocina; Mustang se sentía relajado, tal vez sería por el increíble apoyo y sinceridad de sus amigos, eso o de la ecuanimidad de la Teniente; por ése momento en la mente cruzó la idea de que la mujer más posible para ocupar el lugar como su esposa sería ella. Qué curioso, se dijo, parecía más feliz que los demás. Aunque si aplica el principio: lo que amas déjalo libre, otro cuento.

Se tiró en el sofá para mirar el techo. Estaba pensando la forma de acomodarse, en esos momentos sólo había una habitación para dormir, ¿no? Desconocía si en su ausencia el chico había hecho grandes cambios. Pero, ya que estaban próximos a casarse, ya habían dormido juntos una vez, ¿Por qué no usar una habitación con Edward?

−Usaré la ducha –apareció por arte de invocación el Zar de sus conjeturas por el pasillo.

−Ya no existe necesidad de que avises –suspiró y fue hasta el lugar del rubio –. Estamos comprometidos de ahora hasta la boda –se recargó en el marco y obviamente Edward tenía que levantar la mirada –. Siéntete como en casa –el ofrecimiento operó una sensación profunda, Acero se contrajo y tuvo un ligero rubor en las mejillas.

−No molestes –se alejaba con paso firme, pero Mustang lo jaló de la muñeca para abrazarlo –¿Qué haces?

−Sinceramente, no lo sé, pero creí que era lo más correcto –hundió la barbilla y luego la nariz en los cabellos del menor. 

−Para la próxima podrías preguntar.

−No más cuestiones por hoy –lo liberó, se encontraron a los ojos de nuevo. Silencio incómodo y cuando iban a decir algo, tocaron a la puerta –¿Quién…?

−¡Coronel~! ¡Coronel-Bastardo Mustang, más le vale abrir la puerta! –era un canturreo absurdo, por la hora presente, si alguien no detenía a ése sujeto la horda de vecinos intervendría enseguida, pero la reacción de Acero fue más rápida.

Se encontró a la puerta a su hermano y a Ling Xao.

Roy atinó a estrellar la cabeza contra la pared.

El dictamen fue sencillo, el Rey cantó: «Aquí nos quedamos, así que puedes podrirte, digo, dormir en el sofá» enfurruñado y todo, obedeció, porque Alphonse, y sólo por eso, estaba también incluido en «nos», era su cuñado después de todo. Se preguntó qué clase de respuestas le estaría dando Edward a su hermano respecto de este embrollo nupcial. No ocupó momento alguno para pensar en el sitio de Ling en esta inesperada jugarreta. Mejor quiso conciliar un buen sueño. Lo malo fue que no pudo, como una despedida de soltero, Roy recibió en la peor pesadilla de su vida: la despedida, sí, pero de todas las pichoncitas que alguna vez le alegraron la vida perniciosa.

Por este tiempo, el menor de los Elric se venía enterando de la verdad.

−No puedo creer que de nuevo me ocultes cosas –reclamó realmente enojado –¿Tienes idea de cuánto me preocupé?

−¿Por qué todos se muestran tan interesados en mí?

−¡Hermano!

−Ya, ya; sabes que lo lamento, pero detesto este caos…

−Lo causaste tú solo, seguramente.

−¡Claro que no, todo fue culpa de Hughes! –hizo la boca de lado –. Tengo algo de miedo, Al –confesó –, pero es lo mejor.

−Lo mejor –le arremedó – todavía puedes hacerlo: vete al reino de Xin, con Ling.

−Tal vez –chasqueó la lengua –, pero ya di mi palabra.

−Inventaremos algo. Huiremos y Ling nos esconderá; será imposible, incluso para el Coronel encontrarnos.

−Al –musitó sorprendido –. Si no me fui a Xing antes fue por una razón –siguió perplejo –. Me casaré con «Flamas a mí» y ya.

−Yo no puedo perdonar al sujeto que te violó.

−Ahg, no empeores mi estado –se acostó en la cama y rodó hasta quedar cubierto por las sábanas; pensó en qué estaría soñando Roy allá abajo.

El hermano menor, al confirmar a Ed dormido, salió de la habitación y se encontró con Ling en el techo.

−¿Y bien?

−No cederá –respondió simplonamente.

−Apenas va una vez que lo intentas.

−Apréndelo a conocer o si no lo perderás.

−Alphonse Elric –repuso con gravedad –, ya lo perdí, o mejor aún, nunca lo tuve; el plan es hacerlo venir a mí.

Las nupcias estaban planeadas para esta misma semana. Todo por mención del Coronel: «Más pronto, más amor» algo así dijo.

Los dos chicos en el techo apreciaron las estrellas y confabularon las tres maneras de echar a perder una boda.

Continuará.


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