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Dieciocho por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

¡Hola! 
Las tramas ahora serán narradas por un personaje que ya habrán previsto. Tramas más oscuras, dependiendo del estado de humor. 

Capítulo VIII. Octavo Cuento.

+ : : Siguiente cuento : : +

—Quizá piense su majestad que el cuentacuentos era necesario, pero, si me permite decirlo…

—No.

—De todos modos lo diré: se ha ido y no regresará, kufufu. Ahora, aunque no me lo permita –se contoneaba en su bien conocida seguridad alrededor del trono donde Hibari permanecía sentado –, yo soy el alegre sustituto. Y, a diferencia mi sucesor –apareció a su costado, inclinándose sobre el descanso –yo puedo instruirle en teoría y –se atrevió a sostenerle el mentón que se alejó despectivamente – práctica –retorció sus finos dedos y se irguió –. Podemos empezar cuando lo crea prudente –bajó los escalones y por último lo miró de perfil –, recuerde que ya no está más el osito felpudo.

Sólo déjeme recordarle una cosa.

Tengo un lado sádico, uno que disfruta el sufrimiento de los demás, en las historias.

+ : : CUENTO: LA CODICIA DE UN HOMBRE : : +

«Era un triste bufón. Porque a pesar de amar a la princesa no podía hacer más que entretenerla con maromas. Con malabares. Y la princesa nunca le sonreía, sólo seguía sentada en el trono de oro y plata, mirando hacia enfrente, hacia el bufón que intentaba animarla. En vano.

«Pero la princesa era muy infeliz.

«El príncipe, el hermano de la bella y triste chica, sabía todo desde un principio. Y le encantaba burlarse del bufón. Porque, decía el príncipe, ése era su trabajo. Provocar risas. A él y a la princesa que nunca sonreía.

«Llegó el lamentable día en que no salió el sol. Los ojos de la princesa se fueron cerrando, pues tenía mucho sueño y así más renuente a mirar, se quedó en el trono escuchando el murmullo apagado de las maniobras del bufón contra la alfombra.

«El casi soberano del reino con el ceño fruncido se dio cuenta de que el bufón no estaba haciendo bien su trabajo, y eso ya no le parecía divertido.

−Enciérrenlo –ordenó sin mostrar alguna emoción –. Eres un completo inútil.

«Y el bufón lloró toda la noche. En la frialdad de la celda la luna brindaba un par de rayos a través de las rejas. Y él la amó tanto como amaba a la bella y triste princesa. Era tan triste no poderla hacer sonreír. Es que sus esfuerzos rayaban en lo inútil, en lo perecedero.

«Cuando arribó el día siguiente, el príncipe fue a visitarlo.

−Tengo un trabajo para ti, veremos qué tal lo haces.

«Lo llevó frente al trono. La silla de la princesa permanecía vacía.

—Hoy no la verás –le advirtió el príncipe –, sólo me verás a mí.

«Las órdenes fueron variando. No se iba a limitar en las formas acostumbradas, no simples maromas. No. El príncipe ahora quería entretenimiento extremo. Algo como ponerlo en una cuerda suspendida a varios metros sobre su cabeza. Le gustó la parte en la que podía ensartarle agujas en la piel del bufón que sólo podía gemir de dolor. En silencio. En silencio completo.

—Tranquilo, esta vez me divertí –sonrió, como rara vez solía hacer.

«El bufón entendió que la única forma en la que podía hacer feliz a uno de los príncipes era con su dolor. Era una lástima, porque él quería hacer reír de una forma derivada del amor, de su pasión su arte. Imposible. Ensimismado en esas ideas, asintió lentamente, mientras se levantaba para hacer una última reverencia a su dueño.

«Mientras seguía en el calabozo por el resto de la noche, pensó que cuando amaneciera las cosas mejorarían. De seguro allí estaría su bella princesa sin sonrisa. Cada nuevo día era una nueva oportunidad para hacerla sonreír. Tal parecía la única meta en su vida de triste bufón.

«Pero no fue así.

«La princesa siguió en su habitación encerrada. No quería salir, le dijo el príncipe, por lo que debían ser ellos dos y ya. Otra vez. Otro día de malos juegos. Una vez el príncipe se encaprichó con la moda de poner el bufón a cuatro patas con todo y correa para hacerlo dar vueltas por los pasillos del castillo.

«Y la situación del reino en general no era mucho mejor que la del bufón. La mala administración del tesoro noble fue factor importante. Como pólvora fue esparcida en varios eventos tontos. Entre pan. Y circo.

«Lo mismo podría aplicarse a su heredero.

—Anda, ladra, no te escucho –dijo.

«El bufón obedecía. En silencio. En total silencio.

«Con el paso de cada tortura que desataba risas, el bufón se fue acostumbrando, pero su máscara se endurecía cada vez más. Su tristeza no cortaba su empeño, iba a seguir creciendo. Y el odio que el príncipe sentía por él era tan grande que le oprimía el corazón.

«¿Hace cuánto tiempo ya no veía a su princesa de bellos cabellos?

—Su alteza –reverenció el nombre, como acariciando al de un dios pagano, por orden. Obviamente.

—Te estoy diciendo que debes mencionar mi título como si la vida se te fuere en ello –lo regañó, propinándole una patada que lo mandó al suelo –. Un día yo voy a ser el Rey de toda esta tierra de idiotas, ¿eh? ¿Qué te parece?

—No podría ocurrir nada mejor –respondió, limpiándose la sangre de las comisuras de los labios, inclinándose hasta tocar el suelo con la cabeza –. Usted es el único digno del cargo.

—Me exasperas –masculló, yendo hasta él para levantarle la cabeza, tomando los cabellos con fuerza, obligándole a verlo a los ojos –. Mírame, y dime ¿qué ves?

—A mi señor –respondió humildemente. Era la primera vez que turnaban los ojos de esa manera.

—Hasta que das una respuesta bien –le restregó la cara en la alfombra –. Tendrás que limpiar esto –se refería a la sangre que la había manchado.

«Por ésa noche lo dejó retirarse temprano. Las heridas podrían curarse, dijo bajito, mientras veía la luna entre las rejas. No. Él era quien estaba tras las rejas. Se preguntó si algún día esto terminaría, y de algo estaba seguro, pidió a su dios que si tenía que morir, que fuera viendo por última vez a su princesa.

«Claro que los deseos, las oraciones, nunca se cumplen. Tal pareciera que a ése tal dios al que todos alaban se la pasa resolviendo cosas más importantes. O quizá se quedó sin ningún poder después de crear este mundo tan estúpido. Quién lo podría saber. Prefiero los cuentos griegos, ésos podían ser más sinceros. Más adaptables al mundo real. ¿Se sabe la leyenda? Estamos hechos en pares. Hombres/hombres. Mujeres/mujeres. Hombres/mujeres. ¿Realmente importa quién te complementa?

«Ah, pero eso ya se lo dijo el anterior cuentacuentos. Si el querer no trasciende las puertas de la moral, no se podrá llamar amor. Y estoy de acuerdo con eso. El problema es que el amor del bufón por su princesa era el nivel de devoción muy distinto al que podía obtener el príncipe de él. Ése era el problema.

«Uno que pide sonrisas. Otro que las entrega. Uno que oscurece el día. Otro que pide luz.

«Uno para la dicha. Otro para la vida eterna.

«El príncipe se convirtió en lobo. En el sentido de querer devorar a sus iguales. No importaba condición, estatus, necesidad.

«Una noche entre torturas de diversos niveles, el príncipe reparó en los ojos del bufón, un brillo que le llamó la atención. Lo envió a limpiar, y ordenó que lo llevasen a sus aposentos cuanto antes.

«El príncipe ya estaba en ésa edad.

«Nada que perder, el bufón era menudo, hijo de payasos de peor calaña. Pero era tierno. Y no hay cosa que nos atraiga más a los lobos que la carne fresca y tierna.

—Dormirás conmigo de ahora en adelante –rugió al oído mientras penetraba sin dudas el angosto trasero del bufón.

«El triste bufón lloraba. En silencio. En total silencio.

« ¿Por qué estaba el bufón en el castillo?

« ¿Qué era lo que le seguía manteniendo allí?

«Era algo relacionado con una princesa.

«Lo fue olvidando. Y es que su sufrimiento en el lecho noble fue tanto que la máscara se fue deslavando con las lágrimas. Dejándolo indefenso, sin ningún buen recuerdo al cual aferrarse.

«El príncipe de lobo, pasó a bestia, pues había encontrado el platillo listo todas las noches, listo para ser disfrutado con hambre de un mendigo. Las caricias eran pesadas, casi garras partiendo la piel. Quemándola. Los dientes arrancando trozos. Susurros inútiles. Lágrimas y sangre.

—¿La sigues queriendo? –masculló un día, mientras le sostenía la cabeza contra las sábanas sudadas.

—¿A quién?

«Así caminaron las ajugas del reloj.

«Nos estamos acercando al final, su alteza. ¿En qué quiere que se convierta esta historia? ¿En una dulce tragedia como las que pudiera contarle otra persona? ¿O dejamos correr el agua del destino?

«Exacto.

«El bufón nunca sonrió. Olvidó a la princesa que seguía encerrada en su habitación.

«Pero develemos, una a una, las mentiras.

«La princesa siempre quiso sonreír. Quiso hacer feliz a su fiel bufón, porque era el único que realmente la amaba. Entonces, ¿por qué mostrarse fría?

«Simple. Su hermano.

«Si hay algo que un mimado príncipe no puede soportar es tener competencia, ¿cierto?

¿Quién eres?

¿Yo? Ah… vine con mi padre, serviré a los hijos del rey, como su bufón.

No pareces un bufón, no me das risa.

Bueno, pero yo daré mi mejor esfuerzo para hacer reír al príncipe, dicen que es difícil tratarlo, pero creo que yo sí podré ganarme su risa.

No estés tan seguro.

¿Por qué?

Porque ya te vi, y te empiezo a odiar.

«Ante ésa ingenua plática entre niños, el príncipe decidió que el bufón sólo podría intentar hacerlo feliz a él. Y nada más. Por eso, obligó a su pequeña hermana a vivir en la primera mentira.

«El príncipe sabía que el bufón se mantendría siempre fiel a la princesa. No a él. Entonces habría que eliminar a la competencia.

«Segunda mentira, la princesa no quería salir de su alcoba por decisión propia. Mentira. La encerraron.

«Fue difícil en un principio porque el padre se negaba, ¿pero qué puede tener de difícil si el rey muere envenenado? ¿Confinado también en su habitación?

«Tiene razón, no hacía falta tanto teatro.

«El pueblo pensaba lo mismo.

«Mientras el castillo se erguía como utopía intachable en la cima de la montaña, el pobre bufón sólo quería morir. Y pronto.

«El príncipe evitaba que su juguete saliera de la habitación, por lo que lo encerraba. Casualmente siempre al regresar siempre lo encontraba entre las sábanas, acurrucado viendo a la nada. Tal y como a él le gustaba. Luego se escurría en la cama, llegaba hasta sus piernas, acariciándolas con lasciva, mordiéndole las pantorrillas. Profanando la única bondad que podría llegar a conocer un villano como él.

«El cuerpo estaba caliente. El bufón no se resistía. En silencio. En total silencio.

«Cuando el príncipe terminó, notó que el cuerpo todavía estaba caliente. Todavía. Se sobresaltó cuando se dio cuenta de la verdad. Sostuvo al bufón, lo sacudió con violencia. Le ordenó que abriera los ojos, que le hablara, que le dijera su alteza pero no obedeció. Nada de lo que él pudiera decir o hacer conseguiría sacar un suspiro de la boca muerta. De aquél par de labios que nunca dijeron nada en realidad.

«De aquella boca que bien pudo haberle dicho palabras de amor. No. Nunca más.

«El príncipe por primera vez no supo qué hacer. Corrió por todo el castillo, buscando ayuda. Se descubrió solo. Fue a la recámara de su hermana, de nada sirvió, ella pendía del techo, horrenda y putrefacta. Retrocedió con miedo inundando sus ojos, regresó a donde el bufón continuaba echado.

«Allí estaba. La marioneta que nunca dudo en maltratar. Allí estaba. El que pudo haber sido su amigo, su amor. Allí yacía muerto.

«En silencio. En total silencio. 

Notas finales:

Gracias a Ethis por su sinceridad. Agradezco también los demás comentarios. Está lloviendo mucho y me refugió en mi luna del té. Espero lo hayan disfrutado. Ya están desarrollados tres guarradas más. 
Besos. 


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