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Corazón Indómito por sue

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Notas del capitulo:

 

 

Hola hola!!! :D Muy feliz año a todos!!! Espero que la hayan pasado mega genial y que lo que está por venir sea todo lo bueno y lo mejor del mundo… mis más sinceros deseos!!! *Serpentinas y brillantinas* (inner: yeppa!!!! Yo espero con ansías la actualización, fue uno de mis deseos de fin de año ^O^0 ) jiji deseo concedido n__n disfruten de su lectura!!

 

 

 

 

 

 

 

Al llegar a la quinta de Katze, el ojiverde sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo entero; nunca en la vida se imaginó que se encontraría metido en tales circunstancias: a punto de entrar a la casa de un hombre que conocía muy poco y con el que tenía pensado mantener relaciones sexuales. Distrajo su ya escandalizada mente en la edificación y un poco con lo que parecía ser el jardín… las flores escurridas por la lluvia le parecían tanto a sí mismo en esos momentos.  

 

 

Cuando entraron, la calidez de las paredes los arropó a modo de bienvenida.  El Am examinó con la mirada cada uno de los rincones del recinto, agradecía dicha calidez otorgada por las paredes, ya que sus ropas mojadas le tenían todo el cuerpo congelado.

 

 

- Tienes una casa muy acogedora – Mencionó finalmente para no parecer descortés y para romper el silencio que ya se estaba volviendo incómodo.  

 

 

- Por favor, no lo hagas. No quiero que des falsos halagos sobre mi casa – Dijo con total franqueza -  Sé que para ti éste lugar no es más que una simplona casa de campo - El pelirrojo suspiró – Pero como es lo que hay… tendrás que conformarte, es lo que puedo ofrecerte.

 

 

- “Jum… éste hombre es tan grosero como malagradecido” – Se auto abrazó al tiempo que mostraba una expresión despreciativa. Pensaba que fuera cierto o no, un halago proveniente de la boca de Raoul Am debía ser agradecido -  Bueno, al menos está seco aquí dentro – Trataba de que sus botas no mojaran tanto el piso, sobretodo la amplia alfombra en dónde se hallaba parado.

 

 

- Ahora que lo mencionas… el otro día me deshice de unas goteras – Recordó mientras se abría la camisa mojada – Aunque es probable que haya olvidado alguna.

 

 

- Con tal de que no esté arriba de la cama o del sofá, está bien.

 

 

- Oh… no te preocupes. Cuidé esos lugares más que nada – Sonrió - ¿Quieres algo de tomar?

 

 

- No… - Se sonrojó y sintió una terrible presión en el estómago – Dejémonos de rodeos y vayamos al grano ¿Quieres?

 

 

El comentario provocó que Katze se sintiera con ganas de tentarle. Decidió quitarse más a prisa la ropa pesada debido a la humedad, la fue arrojando a un lado. Al quedar completamente desnudo, pudo ser testigo de cómo los labios del rubio se abrían ligeramente; no podía moverse, su cuerpo no le respondía.

 

 

- ¿Cómo es posible que estés así luego de semejante chaparrón? El agua estaba helada y no digas que no… aún tengo erizados los vellos – Mencionó tratando de no mostrarse afectado ante el miembro semi despierto del hombre, pero a sus mejillas les encantaba chismear.

 

 

- Ya te haré entrar en calor – Confesó junto a una seductora sonrisa. Se aproximó hasta el hombre - Quítate todo  – Susurró – Pero quédate con las botas.

 

 

- Pero… están mojadas – El tono de voz usado también era mínimo – Tengo los pies completamente empapados…

 

 

Y en efecto, cada vez que el Am daba un paso, emitía un extraño sonido, proveniente de la fricción de la piel y el cuero mojado.

 

 

- Me gusta más cuando usas tu boca para besarme…

 

 

- Dices cosas que no vienen al caso.

 

 

- ¿No eras tú el que decía que ibas a dar por terminado todo? Dime ¿Qué haces aquí entonces? – Formuló.

 

 

- … - No supo que responderle.

 

 

Katze se aproximó hasta él, buscando de ayudarle a sincerarse.

 

 

- Admite que tenías ganas de volver a ser mío. Que te morías por estar entre mis brazos – Le tomó de la cintura y le atrajo con fiereza. Raoul se desmenuzaba todo – No necesitas ser tan cuidadoso cuando estás conmigo… yo no soy un lengua floja, ten por seguro que lo que pase aquí, se queda entre nosotros dos.

 

 

El ojiverde no se lo cuestionó, le creyó al instante, así que decidió ser franco.

 

 

- Pues si – Le arrojó una mirada fuerte – Lo quería. Quería que esto pasara de nuevo… lo ansiaba… ¿Contento?

 

 

- Jum, no tienes idea de cuánto.

 

 

Finalmente el ojiverde decidió acceder a su petición. Se quitó todo, a excepción de las botas. Katze se sentó desnudo sobre el sillón, se deleitó entonces con la escena de Raoul con las manos en la cintura y las piernas extendidas, de modo que pudiera verle mejor el cuerpo. La cabellera del rubio era extensa, de manera que mojada le llegaba casi a la espalda baja. Se volteó para que el pelirrojo pudiera observarle ese otro lado agraciado por el creador. Sus bien formados muslos y brazos eran prueba de años practicando el arte de la equitación y esgrima… y su trasero, aquellas nalgas tan firmes con la que había vuelto loco a Katze la vez pasada, lo desafiaban sin ninguna clase de reparo. La excitación que le provocaba el ser observado, llevó al ojiverde a mostrarse algo juguetón, haciendo una que otra pose provocativa, deslizando sus manos y dedicándose con sutileza caricias a su propio cuerpo, sacudiendo sus rizos dormidos por el agua de aquí y para allá... Katze tragaba grueso y miraba quedito la danza sensual que lo provocaba, como inmerso en un letargo.

 

 

- ¿Qué pasa? ¿Es de tu agrado lo que ven tus ojos? – Nunca había sentido deseos de seducir a alguien como hasta ahora, admitiendo como divertido copiarse aquellas tácticas con las que las mujeres solían atacarlo y que siempre le parecieron estúpidas e irreverentes… ya no pensaba así, claro está.

 

 

- ¡Oh si! Me encanta tu cuerpo. Es perfecto – Se lo comía con los ojos.

 

 

- Mmm… ciertamente sabes que decir – Raoul sonrió coqueto y sus ojos destilaron gratitud.

 

 

- Bien, mi querido Raoul ¿Qué te parece si me atiendes un poco? – Se puso cómodo, abriendo las piernas y apoyando la espalda húmeda en el suave sofá.

 

 

- … - Toda la sensualidad que hubo tenido, se voló de un sólo soplo. Su incomodidad ante la proposición fue casi imposible de disimular, su pudor volvió tan pronto que lo agarró con fuerza. Ya hasta se le estaba volviendo costumbre sonrojarse hasta las orejas.

 

 

- ¿Qué? – Sonrió pícaro – Sabes que hacer. Ya debes de haber perdido la cuenta de las veces que te lo han hecho ¿O me equivoco?

 

 

-  Ja ja muy gracioso… - El sarcasmo trató de salvarlo, pero el rubor, rubor… ¡Encantador rubor! No dejaba de delatarlo -  De ningún modo haré tal barbaridad – Se apresuró en decir en tono de vergüenza - …Además, no lo necesitas – Mencionaba refiriéndose a que el pene del pelirrojo ya se hallaba erecto ¿Para qué entonces rebajarse a estimularlo de aquella manera tan indecorosa?

 

 

- Jum… Está bien, no te obligaré… vente acá – Le llamó haciendo gestos con ambas manos.

 

 

Con una parte de su personalidad gritándole que se había vuelto loco y otra empujándolo directo al sofá, Raoul se acomodó como pudo en las piernas de Katze, de modo de que pudieran quedar frente a frente. Las manos del rubio enrolladas en el cuello del pelirrojo y las manos de éste en la cintura del otro. Tenerlo tan cerca sobrecogió al ojiverde enormemente, inclusive mantener la mirada se había vuelto una tarea casi imposible, un sentimiento que le crecía por dentro lo estaba mareando. 

 

 

- Pesas. Creo que estás comiendo demasiados bollos dulces – Lo que quería era molestarlo, si Raoul pesaba era por sus huesos fuertes y la masa muscular que se hallaba muy bien ejercitada. Luego de mencionar aquello, Katze dio unos pequeños brinquitos, muy pocos, para dar la apariencia de que podía quebrarle las piernas en cualquier momento – Aunque creo que es mejor, así tendré de donde agarrar.

 

 

- Ush… cállate.

 

 

Ésta vez fue Raoul quién inició el beso. Había estado aguantándose, su orgullo le impedía lanzarse a los brazos de Katze de buenas a primera, así que aprovechaba cuando bajaba la guardia y actuaba sin pensar. Las lenguas se reencontraron y parecía como si nunca se hubiesen separado, se movían juntas, no lucían como una y otra sino como la misma. Las manos del pelirrojo reptaban desde la cintura hasta la espalda, desde el abdomen hasta la pelvis… y ahí subía hasta el tórax, arrancando gemidos y suspiros que hacían que Katze se calentase más y más, también le acariciaba los muslos y las piernas, hasta que sus manos se encontraban con las botas, eso lo ponía más y más ardiente. El ojiverde se sentía caluroso por dentro y húmedo por fuera, tomaba al hombre de los mechones de cabello y lo despeinaba, acercaba su cuerpo y enrollaba sus piernas a la cadera del otro; los costados y espalda de Katze entonces sentían las botas atraparle.

 

 

- Agárrate bien – Gimió Katze, no quería que el rubio terminara molesto por una caída, eso y ansiaba sentir la fricción del cuero en su piel.    

 

 

El Am asintió, en esos momentos no quería hablar, no quería que su lengua viperina arruinara el momento que tanto ansiaba. Pero la mano del pelirrojo cubriendo las hombrías hizo que el ojiverde perdiera el control de sus expresiones… aquel rostro con las marcas del placer llenaba a Katze de tanto deseo que comenzó a deslizar su mano por los penes húmedos y cálidos, haciéndolos friccionar, intercambiando calores, palpitares y fluidos.

 

 

- Katze… oh…  - Se contorsionó por el placer – Vas a hacer… que me desmaye… - Se le escapó de los labios – Eso se siente de maravilla…  

 

 

- Ayúdame un poco…

 

 

Raoul lo miró con sus ojos vidriosos.

 

 

- Usa tu mano… sólo tu mano… - Musitó excitado.

 

 

En el momento en que el rubio sintió lo caliente de los sexos, algo como un fogonazo lo atravesó por completo, tal vez la inyección del deseo lujurioso. Se olvidó de todo el mundo y arremetió con furia en su labor. Los cuerpos doblemente humedecidos, por agua absorbida y por sudor, sintiendo como el frío contenido por dentro era arrancado de a tajo por una corriente de calor abrasadora. Fue tanto el placer y tan intenso, que ninguno de los dos pudo mantener los ojos abiertos, ni emitir palabra entendible y sus caras eran una apretada facción  que luego se soltó junto a un majestuoso gemido ronco.

 

 

- Ah… ah… - Con la boca ligeramente abierta, Raoul se miraba lleno de esencia suya y de su amante; cerró con suavidad su mano embarrada y la dejó así, tratando de capturar un sentimiento.

 

 

Katze tomó al ojiverde y le plantó un beso agotado, sintió cuando un leve oleaje del orgasmo ya ido le arrebató al rubio un pequeño espasmo. Sonrió con levedad, aquellos ojos tan preciosos no dejaban de mirarle tan cálidamente mientras sus sexos palpitaban de a poco entre sus piernas.

 

 

- Lo mejor será que nos demos un baño. La lluvia es buena para lavarse pero también para coger resfrío.

 

 

- Tienes razón – Le devolvió la sonrisa, pero algo que hizo Katze se la arrebató de un sólo sopetón.

 

 

Le tomó la mano llena de semen y luego empezó a deslizar su lengua por ella, retiró todo lo que encontró en su palma sin quitarle un ojo de encima al rubio, hipnotizándolo con sus acciones; y es que había sido una escena tan erótica que Raoul volvió a prenderse.

 

 

- Realmente necesito ese baño – Anunció el rubio que empezó a quitarse las botas, tratando de ocultar su reacción.

 

 

No era necesario cubrirse, de modo que caminaron desnudos, la ropa mojada que quedó a un lado continuaba metida en su charco. Raoul, quién no solía pasearse desnudo, bombardeó a su raciocinio de todas las maneras posibles para que le dejara tranquilo, en aquella casa siendo sólo ellos dos no había de qué preocuparse.

 

 

- Éste es.

 

 

Katze abrió la puerta del baño y el ojiverde entró enseguida. Antes de que el otro pudiera hacer lo mismo, lo detuvo empujándole el pecho con la mano que instantes atrás había estado junto a los labios del pelirrojo.

 

 

- Voy primero.

 

 

Katze pestañeó un poco.

 

 

- Pensé que podríamos bañarnos juntos – Claro que en la mente del pelirrojo había mucho más que ese simple pensamiento – Es tonto que tengas pena ahora.

 

 

- ¡No tengo pena! ¿Qué crees que soy, un mocoso? – Exclamó con enfado y luego ruborizado al recordar cuando le había lamido la mano – Necesito… hacer algo primero.

 

 

- ¿Hacer algo? – Alzó una ceja – Ah. Quieres decir que vas a ca…

 

 

Cuando el ojiverde se dio cuenta de que Katze iba a hacer uso de un lenguaje que sería considerado vulgar, y que de hecho, iba a usar una expresión que detestaba a más no poder sobre las existentes sobre la faz de la tierra, no pensó ni en lo que salió como proyectil de su propia boca.

 

 

- ¡¡Nada hombre, me estoy meando!! – Y trancó la puerta con todas sus fuerzas.

 

 

KABLAM!!!

 

 

Katze se quedó gélido en su sitio, por poco el rubio le hubo roto la nariz y no sólo eso... no se esperó que le contestara de aquel modo. Se rió un poco.

 

 

- Raoul idiota ‘Tengo que desocuparme’ hubiera sido mejor – Se recriminaba el Am.

 

 

Raoul descargó su vejiga, pero la pena que tenía le marcaba de nuevo el rostro ¿Desde cuando él hablaba tan ordinario? Y no sólo eso, el chaparrón y el placer estuvieron a punto de hacer que se reventara ahí mismo en el sillón, sin saber cómo había sido capaz de retener tanto líquido por dentro por tanto tiempo. Al menos se calmaba pensando que se había ahorrado la eterna vergüenza de haberle orinado encima.

 

 

- “Y ahí si hubiese perdido mi dignidad”  - La cual pensaba, la quedaba muy poca a esas alturas.

 

 

Se lavó las manos y la cara, mirándose al espejo se dio valor para seguir manteniendo su recio carácter en lo que viniera, pasase lo que pasase no debía olvidar que él era el majestuoso Raoul Am. Dejar de lucir altivo era algo que no debía permitir. Aunque también había otra posibilidad…

 

 

- Tal vez si acepto el trago que me ofreció, podría resultar más sencillo… - Pensó, por lo general con el licor se le iban los tiempos y hasta perdía control de sus acciones – Pero sólo un poco, tampoco quiero tener una laguna mental – Asintió – Si, eso mismo es lo que debes hacer Raoul. Pídele un trago y adiós prejuicios.

 

 

Ya cansado de esperar Katze estaba a punto de meterse – su baño no tenía seguro alguno, no vio necesario ponérselo  – cuando la puerta se fue abriendo poco a poco, mostrando el cuerpo que anhelaba.

 

 

- …Si quieres ya puedes…

 

 

No tuvo tiempo de decir otra sílaba, Katze se arrojó sobre él y empezó a besarlo con profundidad. Raoul se entregó al beso, siendo sus muñecas capturadas por las manos del fornido pelirrojo.

 

 

- Esto… tal vez deberíamos…  - Iba a formular lo de la bebida.

 

 

- A la ducha.

 

 

Orden o no, el rubio se metió en el cubículo que era reducido, pero lo suficientemente espacioso como para que cupieran los dos.

 

 

- …Tienes un baño muy pequeño – Vociferó con la voz adormecida y los ojos brillosos, ya no tenía deseos de interrumpir el momento.

 

 

- Mejor así – Alargó su mano y abrió la llave.  

 

 

La lluvia artificial los cubrió como un manto y su siseante sonido se mezcló con los gemidos que Katze insistía en arrancarle al Am. La melena rizada se había vuelto tiras y tiras de rizos sin forma que giraban un poco y se alargaban más, entremezclándose por doquier. El pelirrojo ahora era de cabellos entintados, con un color oscuro que desafiaba su anterior tonalidad; acariciaba al ojiverde, le besaba el cuello, el pecho, bebía y le lamía el agua del rostro. Sus virilidades a pesar de la temperatura del agua, se alzaban de nuevo impetuosas, como clamando sus propios deseos.   

 

 

- Katze… - Se agarraba de los hombros del pelirrojo, quién había colado una mano hasta su trasero y trabajaba en la entrada, aunque era un solo dedo su sensibilidad lo llevaba a pensar en más cantidad.

 

 

El pelirrojo le atrapó los labios, ésta vez el rubio tuvo muy poco control en el beso, pues el tratamiento impuesto en su ano lo descontrolaba enteramente.

 

 

- Date la vuelta – Exigió Katze luego de soltarle.

 

 

El agua continuaba cayéndole encima y Raoul ya no pensaba en si le estaba dando ordenes o peticiones, sólo quería que el placer se prolongase hasta que se hastiara de él. Se giró y se apoyó de las baldosas mientras abría las piernas, estaba consiente y ansioso de lo que vendría, su corazón palpitaba como un loco, la sangre la sentía hirviente, los pensamientos malsanos…

 

 

El pelirrojo se empezó a meter en Raoul y éste hizo muchas muecas, de dolor y desconcierto, pero las supo disimular todas con la melena empapada cubriéndole la cara. Katze no pudo introducirse del todo y esa estrechez lo excitó formidablemente, deseaba ensanchar tanto el agujero que empezó a menearse errático sin siquiera darle tiempo al ojiverde de tragar la saliva.

 

 

- … ¡Hey!... no… no vayas así… ah… Katze  - Por más que se quejara, el ruido del agua y su cabello atravesado amortiguaban sus palabras – Con… más cuidado… ¡Me… duele todo!

 

 

- Es mucho lo que hago… estás muy apretado Raoul…  

 

 

- Deja… de decir esas cosas… - Se sentía tan avergonzado, pero al mismo tiempo eso lo excitaba.

 

 

Agradeció cuando el pelirrojo disminuyó el ritmo hasta que se detuvo por completo. Antes de que pudiera reaccionar, el hombre le agarró del cabello y se acercó hasta su oído.

 

 

- ¿Sabes? Yo también me estuve aguantando… ahora es mi turno de ir…

 

 

 No supo a qué se refería hasta que sintió como una calidez lo llenaba por dentro. Todos sus prejuicios le pasaron enfrente como celajes siniestros y acusadores.

 

 

- ¡¿Pero qué…?! – Sus ojos estaban sumamente abiertos y sus mejillas ruborizadas, estaba entre escandalizado y sorprendido - … ¡¿Cómo te…?!  - Sin embargo, la sensación extraña era excesivamente placentera – Esto no… - Cerró los ojos, le flaqueaban las piernas y le hormigueaba cada partícula de su cuerpo.        

 

 

 - Uf… lo siento. No he podido aguantarme más, tanta presión acabó conmigo – Sacó su pene del interior del Am, goteando un poco.

 

 

- Enfermo… - Trató de incorporarse sin poder hacer mucho pues se tensaba a más no poder. Se avergonzaba de pies a cabeza, quería hacer como el agua e irse por el caño.

 

 

- … - El pelirrojo lo miraba debatirse entre lo que él consideraba aceptable o repudiable dentro de los planos sexuales.

 

 

 – Siento que voy… voy a reventar… - Se sentía tan lleno, y la calidez de lo que retenía… le acuciaba los órganos sexuales. 

 

 

- Oye, está bien… déjalo ya. 

 

 

- Pero… yo no puedo... hacer eso…  ahhh.

 

 

Por más que aguantó, no pudo detenerlo más… por sus piernas chorreaba el líquido tibio y amarillo que no tardó en irse junto al agua por el desagüe. La intensa sensación hizo que su miembro estallara en éxtasis sin poder evitarlo, entregándole a Katze una de las escenas más sensuales que jamás vio en su vida.

 

 

- ¿Por qué hiciste eso…? – Masculló humillado mientras que sus piernas se deslizaban distintos fluidos - ¿Quieres humillarme?... ¿Qué acaso te gusta verme de éste modo? – Apretaba sus dientes debido a la molestia que le provocaba sentirse atraído por alguien que lo trataba de aquel modo tan indecente - ¡No soy una puta con la que puedes tener toda clase de actos obscenos! 

 

 

- Raoul, dices cosas que en nada se acercan a la verdad… tienes que calmarte.

 

 

- ¡Cállate! – Le interrumpió - ¡¡Y me calmo un cuerno!!

 

 

De haber sido más sincero, hubiera llorado allí mismo… pero los hombres como Raoul Am no suelen llorar, suelen enojarse, suelen atacar, suelen morder…

 

 

Sin embargo no era para mal lo que le hacía, Katze deseaba arrancar de raíz las inhibiciones arraigadas en Raoul, por más obsceno que le pareciera aquellos eran sus métodos, sometiéndolo a prácticas que nunca hubo experimentado en su vida y que no eran más que ramajes del placer. A pesar de que la experiencia no sólo lo hubiese hecho sentir una sensación de extrañeza sino también de un goce indescriptible, el rubio no podía dejar de lado su orgullo recriminador.

 

 

- …Jamás lo permitiré… ¡Jamás permitiré que me humilles así!

 

 

Llevó su puño hasta el rostro de Kazte, pero éste lo detuvo antes de que pudiera tocarlo. El agua continuaba mojándolos. El pelirrojo le tomó con fuerza y le atrajo hasta su cuerpo, Raoul trató de resistirse, pero las fuerzas se le habían extinguido.

 

 

- No me decepciones. No quiero pensar que esa cabeza sólo te sirve para lucir los bucles.

 

 

- ¡Suéltame bastardo! – Insistía con ferocidad – Ya no deseo continuar con esto.

 

 

- Demasiado tarde Raoul. Te has metido en un sitio del que no puedes salir sólo queriéndolo – Le estrechó con mayor fuerza, lo que provocó que el rubio gruñera – Escucha:… yo no sé de que modo suelen amarte, no lo sé… pero es obvio que han fracasado, nadie ha logrado amarrarte como se debe. Por más trabajo que me cueste, no me rendiré.

 

 

Raoul le escuchó con atención, y cuando se tranquilizó, Katze cerró la llave. Lo que se escuchaba era la voz del pelirrojo y la respiración entrecortada del rubio.

 

 

- Yo te lo enseñaré Raoul. Yo te enseñaré cómo se debe amar.    

 

 

- “¿Amar?”

 

 

Los ojos verdes brillaban, sus propias palabras se extinguían en su garganta. Todo el enojo se mezcló y perdió en el torbellino que ahora era su mente. El pelirrojo no esperó a que le respondiera y es que no buscaba respuesta alguna a su alegato, aprovechó que el hombre estaba algo aturdido; jalándolo de la muñeca lo arrastró hasta su cuarto.

 

 

Besándolo era la única manera en que lograba ahogar su criterio, así que el pelirrojo le impuso su boca, casi privándolo de aire. Raoul cayó en la cama y Katze fue tras él. Todo su cuerpo temblaba, estaba completamente mojado, absorbiendo las sabanas el agua que se desprendía de sus cuerpos.

 

 

- Haré que aceptes lo que venga de mí y que te entregues todo – Le tocaba y le besaba –… Tú eres el que me obliga a comportarme así, tú y tus modos…

 

 

Cerró los ojos con fuerza. La cara le ardía. Deseaba que lo abrazara y lo besara hasta que le dolieran los huesos y estuviera a punto de asfixiarse. De éste modo el Am se dejó hacer, entre las suaves sabanas Katze le profería las caricias más exquisitas que le hacían perdonarle todo lo que consideraba desplante. Adoró cuando el hombre se dedicó a besarle toda la espalda, gemía por lo bajo cuando aquellos labios le rozaban, cuando las manos se deslizaban y lo hacían despelucarse todo.

 

 

- Trátame bien… - Le pidió el rubio cuando Katze subió para plantarle otro beso en los labios, y es que el de ojos mieles no se medía a la hora de transmitirle todo su amor. Por más que le gustara como Katze se lo hacía, la idea de su cuerpo gritando de dolor no le era muy grata.

 

 

- Si… así Raoul…

 

 

Como no quería lastimarlo tanto, el pelirrojo decidió darle un tratamiento completo al ano del Am, por lo que no dudó en poner su lengua en aquel resguardado lugar. Raoul gimió tan fuerte cuando lo sintió que Katze no pudo resistirse a aumentar su empeño, deseaba oír más y más de aquel canto glorioso.

 

 

- ¡Oh Katze…! Esto es… ¡Esto es…! – ¿Qué decir si jamás le habían dado semejante trato? Se cubría la boca, se la destapaba, se mordía los dedos y los labios, se arañaba la cara, gemía y suplicaba; el rubor y el calor se intensificaba, así como el sudor se unía a la humedad de su cuerpo.

 

 

- Mmm, veo que te gusta. Eso es bueno – Y continuó en su labor.

 

 

Unos dedos que comenzaron a hurgar muy dentro le hicieron agarrarse de sabanas y del aire, a contorsionarse, a ahogarse… de nuevo la lengua ocupó el lugar y su calidez y tibieza, llevaron a Raoul a moverse de un lado a otro, como una serpiente.    

 

 

- ¡Vas a acabar conmigo…! – Sentía que todo su cuerpo iba a derretirse y a desparramarse sobre el colchón.

 

 

- ¿Y qué es lo que quieres amor mío? – Le hablaba en un tono endulzado.

 

 

No sabía si era por el modo en que le hablaba o cómo le trataba: Una mezcla entre ternura y rudeza… el rubio se sentía otro, menos denso y más entregado.

 

 

 – Quiero… que… lo hagas… - Lo anhelaba tanto que movió su trasero con dirección al pelirrojo – Dame con todo lo que tengas...

 

 

Katze se maravilló ante los ojos verdes entrecerrados por el deseo; respiraba entrecortado, le dolían los testículos a un punto casi insoportable. Como pudo se acomodó en el mojado trasero y empezó a meter la punta de su miembro duro en aquel sitio tan cerrado.  Raoul ésta vez no se calló el quejido, pero debido al trato del pelirrojo el glande había entrado con mayor facilidad que antes.

 

 

- Relájate… - Le susurró - …Ya pronto te haré ver las estrellas…

 

 

En el momento en que el pelirrojo empezó a moverse, el Am fue arrastrado por completo por las sensaciones. … se sentía excitado, feliz, molesto, triste, angustiado, ansioso, desesperado… todo moviéndose por dentro en una amalgama de emociones que no tenían ni comienzo ni fin. El miembro viril de Katze lo rozaba tan deliciosamente que su voz se volvió un canto de suplicas y gemidos.

 

 

- Katze… déjame verte…

 

 

Desde su posición, con el rostro deslizándose por el colchón Raoul emitió aquellas palabras. El pelirrojo salió un momento, tiempo suficiente para tomarlo del antebrazo y girarlo, su pecho subía y bajaba apasionado, su pene alzado y burbujeante, sus piernas temblando y luchando por mantenerse abiertas, sus ojos verdes clavándose en los suyos… desafiándolo.

 

 

- Ven a mí… – El Am alzó los brazos y le recibió una vez más.

 

 

Ahora el placer era mayor, pues podía ver a los ojos a su amante de cabellos flameados. Nada fue mendigado desde ese momento, hubo una reciprocidad, una entrega absoluta que los llevó a un esplendoroso orgasmo conjunto. Raoul se agarró con fuerza a Katze mientras éste lo inundaba por dentro, quería tenerlo mucho más allá, que lo llenara por completo y no se despegara nunca; el pelirrojo se meneó un poco, no debía quedar ni una zona sin marcar.

 

 

- Raoul… Raoul… Raoul… - Gemía en su oído con un hilillo de voz.

 

 

- Quédate así… no te vayas…

 

 

Los brazos y las piernas de Raoul se abrazaban al cuerpo sudoroso y se adormecía con el llamado. Esos breves instantes que permanecieron así, apretujados el uno contra el otro, fueron eternos para ambos. Cuando el pene flácido de Katze le abandonó, el ojiverde le extrañó enseguida, había querido seguir siendo una parte extensa de su ser.

 

 

Katze se acostó cansado sobre el pecho del rubio. El Am le cubrió con sus brazos y lo acunó con el arrullo de su corazón exaltado ¡Mayor felicidad para aquel hombre pelirrojo no podía haber! Estando de aquella manera con la persona que más amaba en el mundo, se sentía pequeño, minúsculo ante tanta dicha que le explotaba en el interior.

 

 

- Tiene que serlo Raoul… si, esto no puede ser más que amor - Hubiese querido que lo escuchara, pero al subir la vista halló los ojos verdes arropados por los párpados.

      

 

Lamentó que se quedara dormido, hubiera deseado que le acompañara un poco más, cuando con anterioridad detestaba los momentos en que sus amantes se ponían habladores después del sexo. Le hubiese gustado escuchar un poco el parloteo de su ojiverde.

 

 

- Tenemos tiempo de sobra para eso – Fueron sus últimas palabras esa noche.

 

 

***

 

Cuando el ojiverde abrió los ojos de golpe, se dio cuenta de que se había quedado dormido.

 

 

- “Maldición”.

 

 

Se giró alarmado, esperando encontrar la odiada soledad y su corazón le dio un fuerte pálpito, el rostro durmiente de Katze le pareció en extremo cautivante.

 

 

- Santo cielo. No fue un sueño – Había mencionado luego de suspirar, aliviado – Gracias a Dios…

 

 

- Eso mismo dije yo.

 

 

Raoul se dio cuenta de que el pelirrojo le miraba fijamente. Se había hecho el dormido.

 

 

- Me asustaste… – Le reclamó, tratando de ocultar su sonrojo – Pensé que dormías.

 

 

- Es difícil dormir estando a tu lado. Si no fuera por el cansancio te hubiese llenado de caricias la noche entera.

 

 

- …Pues, no sé que es lo que te detiene ahora.

 

 

La sonrisa del pelirrojo le alumbró el día. Un dulce beso los llamó y los entretuvo mientras la sangre empezaba a calentarse de nuevo. Raoul se sintió atrevido, retiró las sabanas que cubrían al pelirrojo y se halló con una erección matinal que lo hizo sentirse tentado.

 

 

- Vaya, vaya. Un cuadro muy interesante.

 

 

Katze se limitaba a sonreír, la belleza del rubio lo tenía hechizado.

 

 

- Eres un hombre bastante viril - Raoul se subió sobre el pelirrojo y el corazón de éste comenzó a latirle con fuerza ¿Estaría acaso sumido en un esplendoroso sueño? – Ah…

 

 

Raoul con mayor confianza, tomó el pene del pelirrojo y lo llevó hasta su entrada, ahí se lo fue metiendo, hasta que logró deslizarlo dentro con facilidad. Katze sentía la tibieza y humedad, vestigios de la noche más ardiente que hubo tenido en años; agarró al rubio de las caderas quién le sonrió, le encantaba aquella posición porque le daba mayor poder y placer.

 

 

- ¿Le has agarrado cariño? – Sonrió y expresó, refiriéndose a su miembro.

 

 

- ¿Esto te responde?

 

 

El movimiento empezó con el ojiverde y Katze lo dejó imponer. Raoul se acostó sobre él, para besarlo y continuar meneándose.

 

 

- Ohm… - El ojiverde se mordía el labio, gemía y suspiraba, pero no se detenía.

 

 

Katze tenía los músculos tensados, moviéndose poco, yendo su pelvis arriba y abajo, de los lados; sus brazos cerrados sobre Raoul a modo de abrazo… los únicos que no sabían que hacer eran los dedos de sus pies, que se movían de aquí y para allá, como guiados por impulsos locos. El ritmo pronto fue acelerado hasta que ninguno pudo soportarlo más.

 

 

- Ahmmm…

 

 

El ojiverde ya se estaba acostumbrando a aquella sensación tan grata, la sonrisa en su rostro compaginaba con sus mejillas pintadas;  le permitió al pellirrojo que le devorara el cuello.

 

  

- Oh Katze. Podría quedarme horas y horas entre tus brazos… – Jugó con los rojizos cabellos - Pero tengo hambre – Mencionó el rubio – No he probado bocado desde ayer en la tarde.

 

 

Era increíble el cambio que lograba conseguir en Raoul luego de un buen suministro de cariño y gozo. Se sentía tan orgulloso como cuando lograba que un caballo terco le obedeciera, luego de mucha disciplina y constancia. 

 

 

- Sería un mal anfitrión si te dejara ir sin comer.

 

 

Ambos fueron a la cocina. Katze cocinaba mientras Raoul esperaba sentado en la mesa pequeña que estaba a un lado. Si hubiera sido por el pelirrojo, hubieran conservado la desnudez, pero el rubio le insistió en cubrirse, así que llevaban atadas a la cintura una toalla. El Am se distraía peinándose con los dedos, la melena medio encrespada le daba una apariencia sugestiva y el pelirrojo no tenía ni un sólo producto para el cabello ¡Bastante lamentable!, pensaba Raoul, la próxima vez vendría mejor preparado.

 

 

- Toma.

 

 

- ¿Qué me ves cara de caballo para que me estés sirviendo avena? – Emitió despreciativo ¿Katze se habría creído mucho lo del caballo testarudo? Raoul odiaba la avena desde que tenía memoria. Aparte que su apariencia en esos momentos lo hacía recordar otra cosa, sólo un poquito…

 

 

- Es buena y es lo que hay. Anda, cométela. Si no lo haces te dará de golpes con esto – Le desafió con la cuchara de madera y le regañó como si fuese un infante – Te dejaré esas lindas nalgas todas coloradas si no haces caso – Hacía tanto que no jugaba de aquel modo.

 

 

- Tsk. No soy un niño.

 

 

- Entonces deja de comportarte como uno.

 

 

El Am le lanzó una mirada no muy amable y se llevó una pequeña probada a la boca, cabe mencionar que no pudo ocultar que el sabor le agradó, ya que continuó comiendo sin quejarse.

 

 

- ¿Lo ves? Con la comida no puedes decir que algo no te gusta si lo has probado una sola vez. No todos cocinan igual. Con esto aguantarás un rato – Colocó en la mesa unas rebanadas de pan que el ojiverde agradeció - ¿Quieres café o cucuy?

 

 

- Café.

 

 

Se ausentó unos segundos.

 

 

- Aquí tienes. Café para ti, cucuy de penca para mí – Se sentó a su lado.

 

 

- ¿No comerás nada? – Lo miraba beberse el licor.

 

 

- No… al menos no ahora – Hizo una breve pausa – Uno de los cocineros me tiene ganas, así que tengo asegurado el desayuno – Le comentó como si fuera algo trivial.

 

 

La expresión del Am no denotaba emoción alguna, sabía que cosas así pasaban con regularidad, además, Katze era un hombre bastante atractivo y tenía un cuerpo vigoroso.

 

 

- ¿Ah si…? – Contestó como si no le importara mucho el asunto –  De seguro que hay algo más. No me creo ese cuento de que sólo le comes la comida…

 

 

- Yo no espero que creas nada. 

 

 

El ojiverde se irritó un poco, esperó que Katze se alarmara y buscara de explicarle lo que seguramente debía de ser un malentendido “Si se acuesta con ese cocinero, de seguro deben haber otros más en su lista”, la irritación se volvió consternación y sus ojos desviándose lo mostraron. Ahora que lo pensaba, compartir al pelirrojo le parecía intolerable.

 

 

Katze se apresuró y lo tomó con fiereza de la barbilla.  

 

 

- Deja de hacerlo. No tienes porque ponerte a pensar cosas que no son – Sabiendo de antemano lo que pasaba por su cabeza.  

 

 

- ¿Cómo no hacerlo después de lo que has dicho? ¿Me hago la vista gorda entonces? – Hablaba bastante ofendido.

 

 

- Escucha: Con el único que me interesa acostarme, es contigo.

 

 

- … - Los ojos verdes brillaban y su corazón se agitaba - …Y así tiene que ser… mientras que yo te busque, no puedes estar con nadie más – Trató de imponerse, no le gustaba compartir, mucho menos el cariño - …Te lo prohíbo.   

 

 

- Muy bien… Obedeceré a lo que me pides - Sonrió amplio – Pero para cumplirte, tendrás que satisfacerme completamente. Soy muy fogoso como habrás notado y como tú, no tolero la mediocridad.   

 

 

Sus labios ya se estaban acostumbrando a estar todo el tiempo juntos, y sus lenguas se buscaban inmediatamente. 

 

 

- Si me das lo que necesito, no tendré necesidad de buscar otras camas – Katze se deshizo del paño que le cubría el sexo, ya animado.

 

 

- Lo mismo digo – Desafió Raoul.

 

 

De esa forma iniciaron una sesión de sexo en la cocina. Otro asunto nuevo para el ojiverde, que sólo estaba acostumbrado a moverse en el colchón.

 

 

Luego nació un problema…

 

 

- Con la cuestión del sexo nos olvidamos de las ropas. Me temo que no se han secado por completo.

 

 

- No puede ser… - El rubio sostenía las prendas, frías por la humedad – Hasta la ropa interior sigue húmeda – Se lamentaba y más porque continuaba desnudo. Sus botas eran la peor parte, meter los pies ahí era como amarrarse bolsas de agua en los pies… bastante desagradable.

 

 

- Tranquilo. Te prestaré algo de ropa y unas botas.

 

 

- ¿Estás zafado?

 

 

- Estoy seguro de que somos la misma talla, tanto de ropa como de calzado.

 

 

- Si, pero tenemos diferentes gustos – Hizo un leve gesto con el mentón - ¿Te imaginas que dirán si me ven llegar con una ropa y zapatos distintos?

 

 

Aquel acto fue para Katze malcriadez pura, le parecía increíble que el hombre prefiriese ponerse las ropas mojadas que utilizar algo que consideraba “mediocre”, porque de seguro que así veía lo que usaba, como harapos.

 

 

- Bien, como siempre haz lo que te dé la gana.

 

 

Lo dejó entonces que usara lo que quisiera. Pronto el rubio estuvo listo.

 

 

 - Es tiempo de que me vaya – Anunció al terminar de arreglarse, ansioso por salir a tomar el cálido sol.

 

 

- Te acompaño.

 

 

- ¡Ni pensarlo! Yo puedo llegar solo. No tienes porqué – Aventurarse a que los vieran era arriesgado – Espera media hora, así me dará tiempo de marcharme sin despertar sospecha. 

 

 

Iba a salir cuando Katze le tomó del brazo.

 

 

- De aquí no sales hasta que me digas cuándo nos volvemos a ver.

 

 

- Mmm… yo te avisaré.

 

 

- Tres días.

 

 

- ¿Eh?

 

 

- Si en tres días no sé de ti, me llegó hasta tu hacienda y te busco. Sabes que lo haré.

 

 

- … - La extrema disposición de Katze lo sacaba de sus casillas, sin embargo, estaba agradecido de saber que el hombre ansiaba un nuevo encuentro, al menos no se jalaría los rubios cabellos especulando lo contrario – Te pido que no hagas eso. Déjame que piense que hacer, mientras tanto asegúrate de ser tú el que lleve y traiga a Mimea. Podemos aprovechar esas oportunidades.

 

 

La propuesta de Raoul le satisfizo y el pelirrojo lo demostró con una sonrisa. Saber que el ojiverde también deseaba prolongar los encuentros, le henchía soberanamente.

 

 

- De acuerdo. Así será.

 

 

El rubio sonrió con levedad. El silencio le indicó que podía marcharse, pero una sensación de que faltaba algo, lo hizo quedarse plantado unos segundos más.

 

 

- ¿Algo más para aclarar cariño? – Le preguntó mientras tomaba un cigarrillo.

 

 

- “¡Que rayos!” – Raoul se apresuró, tomó el rostro del pelirrojo entre sus manos y le plantó un beso. Cuando se despegó de él, se permitió suspirar, le permitió escuchar el inicio de la añoranza – Ah…

 

 

- Vaya… eso me ha gustado – La sonrisa se dibujó en sus labios - ¿Quieres llevarte un cigarro?

 

 

 - No – Le miró con ternura – Adiós Katze.

 

 

- Hasta pronto… Raoul.

 

 

Completamente satisfecho con la despedida, el Am salió de la casa, permitiéndose de tanto en tanto mirar atrás y suspirar como una enamorada.

 

 

Ya solo, Katze se acercó hasta su habitación y admiró la cama en dónde había pasado la noche con su querido y amado rubio, no atreviéndose a alisar ninguna arruga de las sabanas. Permaneció recargado en el marco de la puerta, reviviendo la noche, sin importarle nada que estuviera retardado en su jornada laboral.

 

 

Cuando llegó a la hacienda, Raoul estuvo a punto de meterse en su alcoba sin ningún percance, hasta que Mimea lo detuvo.

 

 

- Señor Raoul ¿Por qué no llegó anoche?

 

 

- Mimea… No tengo porqué decirte - Vale mencionar que sintió que hasta la sangre se le congelaba.

 

 

- Lo siento si soné abusiva. Es que… estaba preocupada. No sabía si usted se encontraba bien. Me quedé toda la noche en vela – Se mostraba acongojada – Después de todo, no avisó que pasaría la noche fuera…

 

 

- Mimea… - Se sintió un poco mal por preocupar de aquel modo a la joven, después de todo, él confiaba en ella – Yo estaba con una mujer – Pero no confiaba tanto como para contarle lo de Katze, al menos no por los momentos. Agradecía al menos no haber aceptado la muda de ropa del hombre, Mimea se sabía de memoria su guardarropa – Ya sabes como son las cosas. Con sus artimañas logran que uno las acompañe hasta después del despuntar el alba.  

 

 

- Comprendo – La respuesta no la hizo sentirse mejor ¿Desde cuándo Raoul caía en artimañas de mujeres?  - ¿Desea que le lleven el desayuno?

 

 

- Eh, no, no… iré a tomar un baño primero, luego bajo. Por favor, que nadie me moleste el día de hoy. Quiero estar solo.

 

 

El Am subió, se quitó las ropas y se metió al baño. A los pocos minutos la sirvienta subió, abrió la puerta y se metió sigilosa; al encontrar la ropa que había llevado puesta su señor, la tomó entre sus manos, fue entonces cuando inició la búsqueda, Mimea buscó señales, buscó marcas de lápiz labial, olores a perfume de mujer… pero nada halló ¿Qué clase de mujer no le dejaba marcas de pasión? Siempre lo hacían; sin embargo, las ropas no olían a mujer.

 

 

- Algo me estás ocultando Raoul… ¿Pero qué?  - Se carcomía al pensar que la estaba dejando de lado. De pronto, algo relució de entre los pliegues de la tela blanca, lo sacó con la punta de sus dedos… un cabello, Mimea tuvo que cubrirse la boca para soltar un grito ahogado – “¡Pelirroja!” – Se retorcía con el cabello en la mano. 

 

 

Mimea hizo una revisión mental, no recordaba ninguna dama de sociedad que tuviera el cabello rojizo, al menos no las predilectas del señor. Antes de que pudiera pensar en Katze – porque una parte de ella no quería admitirlo, no quería recordar que había visto con sus propios ojos al hombre salir de la habitación de su patrón – pensó en que tal vez Raoul se había ido a satisfacer con una meretriz.

 

 

- Debe ser - Trató de creerlo. Pero más improbable era esa teoría, a Raoul no le gustaba mezclarse con esa clase de mujeres  - Tiene que ser…

 

 

Los días pasaron y ninguna de las veces en que Mimea estuvo de una hacienda a la otra fue desperdiciada por los hombres, e incluso cuando aquellas visitas se volvían tan lejanas una de las otras o los deseos de la carne no podían ser ignorados un día más, los hombres improvisaban y se colaban en los terrenos del otro sin que nadie más que ellos dos supiera nada. Era bastante cómico ver a esa pareja interactuar sobretodo porque la pelicastaña sospechaba y buscaba evidencias, pero no lograba dar con la verdad. Raoul era bastante astuto a la hora de ocultar lo que no quería que se supiese, metía a Katze bajo la cama, en el armario e inclusive lo había lanzado de cabeza en el baúl en donde solía guardar las mantas; Mimea siempre había tenido al petirrojo en sus narices y nunca lo escuchó. Katze le seguía la corriente sólo porque después, se sentía con mayor derecho para tratarle como le placiera.

 

 

- …No tienes que ser tan bestia conmigo – Expuso el rubio.

 

 

- ¿Qué quieres decir?

 

 

- Mírame – Le mostraba sus antebrazos y otras partes marcadas por la presión de sus agarres, los chupetones tan rojos que parecían sarpullido  - No hay porqué. No hay razón para que esté tan marcado así – Estaban en una época calurosa y se sentía obligado a cubrirse con excesivas prendas, todo para ocultar las huellas de la excesiva pasión de su amante.

 

 

- Lo siento pero así soy yo, no me puedes pedir que cambie. Soy un hombre después de todo… si tanto te enfada, puedes marcarme con tus uñas la próxima vez.

 

 

- No digas estupideces. Yo también soy hombre y eso no me hace un bestia… - Hizo una pausa tras pensar - ¿Cómo tratabas a tus mujeres entonces?

 

 

- A ellas les gustaba que las tratara así.

 

 

- ¿De verdad? ¡Habrían de ser bastante depravadas  las pobres! - Su comentario no le hizo ninguna gracia – Está bien ser un poco agresivo, pero te pasas a veces. Mi piel es mucho más sensible que la tuya. Quieras o no vas a tener que controlarte.

 

 

- No comprendo. De un modo o de otro, igualmente te molesta como te trato ¡Y no digas que no es así!… ¿Quién te entiende? ¿Qué diablos es lo que quieres?

 

 

- ¡Que me trates como se debe! Soy Raoul Am. Que no se te olvide. Puedo desistir de estos encuentros cuando me plazca, no me costaría nada encontrar a otro que te suplante – Comentó, aunque ésta idea estuviera muy alejada de su deseo – Así que más te vale obedecer.

 

 

El pelirrojo se tuvo que tragar el enfado, imaginarse a Raoul en los brazos de otro realmente lo llenaba de furia; por nada del mundo permitiría que aquel que tanto amaba se apartase de su lado.

 

 

- Vamos. No pongas esa cara – Se acercó hasta él, aunque no lo admitiera, le preocupaba haberlo hecho enfadar – Tómalo como un favor que te estoy pidiendo – Le tomó el rostro con ambas manos – Hazme lo que quieras, pero que nadie pueda enterarse.

 

 

- Siendo así… trataré en la medida de cumplir tus ridículas exigencias. Al menos en esos lugares visibles que tanto te preocupan.

 

 

Quería tratar al ojiverde con dulzura; realmente Katze lo deseaba, pero eso sólo hubiese llevado a una cosa… a la pérdida de control sobre él. Si el pelirrojo se mostraba suave ante el rubio sin haberlo enamorado completamente, estaría perdido, ya que Raoul le terminaría “montando la pata encima”, como quién dice; quisiera o no, el pelirrojo tenía que mantener la mano dura, hasta que estuviera seguro que no se le escaparía. 

 

 

- Escúchame con atención: Llegarás a la hacienda y le entregarás personalmente éste recado a Katze. Es el capataz, lo reconocerás por lo escandaloso de su rojo cabello.

 

 

El muchachito recibía en su mano temblorosa una especie de carta, tenía pavor a la orden que le encomendaba, ya que se notaba a leguas que era algo “por debajo de la mesa”, algo ciertamente secreto.

 

 

- A nadie más ¿Entendido? Nadie más debe leer lo que está ahí escrito… y si te atreves a abrirla y a leer siquiera una sola, triste y miserable letra, ten por seguro que te corto la lengua y las orejas y las arrojo al fuego – Su mirada verduzca y directa lo remataba en su advertencia - ¿Te ha quedado claro?

 

 

- ¡Si señor! – Dio un brinco en su sitio.    

 

 

El joven se lamentaba de su suerte, había sido seleccionado entre un grupo de Príncipes Blancos por ser el de mayor confianza… o al menos el que chismeaba menos. Lo que anteriormente creyó como una subida en la escalera de los Príncipes, ahora resultaba ser una completa falacia; rebajado a la categoría de simple mensajero y obligado a llevar ropas rústicas – el uniforme blanco era demasiado delatador –, cabalgaba más aterrado por la posibilidad de fallar que por la terrible perdida de averiguar que decía la bendita carta.

 

 

Fue algo difícil lograr que le contactaran a Katze sin especificar de dónde venía y con qué intenciones, aparte que los hombres que le hubieron pescado no dejaban de tratar de conseguir algo íntimo con él, muy a pesar de que lucía como un pordiosero; esa era la desgracia de aquellos sirvientes con rostro de porcelana.  

 

 

Finalmente y para contento del Príncipe disfrazado, el pelirrojo llegó directamente hasta dónde estaban sus trabajadores, su paciencia al ver que tardaban lo hubo movilizado. Tan sólo ver al muchacho pudo dar rápido con su procedencia, aquellos rasgos y ademanes, no podían ser disimulados por unas ropas roídas y un caballo de segunda. Mandó inmediatamente a que los zamuros – los hombres hipnotizados por una cara bonita – volvieran a sus labores e inmediatamente le permitió al joven explicarse.

 

 

- Mi patrón le envía esto – Sacó de debajo de sus ropas la carta. Informar que era un Príncipe Blanco y todo lo demás le avergonzaba, más que nada por cómo andaba vestido, por lo que prefirió no dar detalles.

 

 

Katze tomó la carta sin ninguna emoción, la abrió y la leyó:

 

 

Mis más sinceros y cordiales saludos Katze. La presente es para informarte que últimamente me he encontrado ocupado en asuntos vinculados a la hacienda e inmerso en la titánica tarea de mantener alejada a mí querida y muy apreciadísima Mimea del asunto que tú y yo conocemos, su condición parece haber despertado un sexto sentido en ella y no para de darme dolores de cabeza.

 

Comprenderás entonces porqué no he vuelto a ver el atardecer.

 

Raoul Am         

 

 

Tras terminar de leer, el pelirrojo estuvo tentado de virar los ojos por lo fastidioso que le hubo parecido recibir aquella nota tan complicada de leer, ya que la letra de Raoul era tan suntuosa que las palabras muy difícilmente se distinguían la una de la otra - pero eso poco importaba, era una escritura bellísima-; y también complicada de entender, su medición y su mala costumbre de alargarse a la hora de la escritura llevaba al pelirrojo a tener que romperse el cráneo con lo que realmente quería decir. Por suerte aquella vez había entendido a la perfección el recado: No se había presentado en su casa por culpa de la metiche de su sirvienta.

 

 

-  “Esa mujer… se está volviendo un problema serio” - Resopló para mostrar su frustración.

 

 

 Había esperado por varias noches a que Raoul se apareciera como se hubo acordado y ahora pasaba esto ¡Hasta hablaba de Mimea como querida y apreciada! Y para él, ni una mísera palabra de afecto… claro que Raoul lo había escrito todo así por si acaso el Príncipe le fallaba y se atrevía a leer la carta.   

 

 

- Am… señor Katze, disculpe que lo interrumpa – El mozo llamó la atención del hombre.

 

 

- ¿? ¿Sigues aquí muchacho? Pensé que ya te habías marchado – Mencionó sin apartar su expresión de enojo.

 

 

- ¡Ni quiera Dios que yo me aparezca en la hacienda sin una respuesta suya! – Exclamó abriendo por demás sus claros ojos, asustado evidentemente por lo que le haría el ojiverde si regresaba con las manos vacías.

 

 

- Dile que…

 

 

- ¡No lo haga! - Cuando se dio cuenta de que el hombre estaba a punto de darle un mensaje hablado, se apresuró a cubrirse las orejas con las manos, si lo escuchaba, Raoul le mandaría a romper la boca  – Tiene que ser por escrito. 

 

 

Katze decidió no extrañarse ante las exigencias de su amante.

 

 

- Como sea… ¿Tienes algo con qué escribir?

 

 

El joven reaccionó y sacó un bolígrafo que inteligentemente siempre llevaba consigo, para hacer una que otra anotación importante.

 

 

- Date la vuelta – Le indicó.

 

 

Tardó en comprender que el capataz quería utilizar su espalda de soporte. Se giró y esperó a que el hombre terminara de escribir. Lo cual no fue mucho tiempo.

 

 

- Toma – Le hizo entrega de la misma carta que hubo recibido – Adentro está el mensaje.

 

 

Asintió para luego marcharse.

 

 

En el momento en que regresó a la hacienda Am, se le heló la sangre, Raoul tenía la presencia de una fiera que está a punto de lanzarse encima de su presa para volverla jirones de carne.

 

 

- ¿Y bien?

 

 

- Todo como usted lo ordenó.

 

 

- ¿Y la respuesta?

 

 

Titubeó, pero igualmente le entregó la carta.

 

 

- ¿Qué es esto? – Conocía el sobre que recibía - ¿Me dices que me ha respondido aquí mismo?

 

 

- Si señor, así ha sido.

 

 

Sin esperar un minuto más, Raoul abrió el sobre y se halló con que debajo de lo que él había escrito, Katze colocó a modo de respuesta y con una letra de trazos cortos pero firmes:

 

 

Me tienes las bolas hinchadas con tus estupideces

 

 

Por más que le costara creer al Príncipe Blanco, pudo ser testigo de cómo la cara de su patrón pasó de blanca a roja en un santiamén; había cólera y vergüenza, pero mucha más cólera por la respuesta escabrosa que hubo recibido.

 

 

- ¡¿Cómo se atreve ese desgraciado?! ¡Es que por eso se merece que lo trate como lo que es… UN ANIMAL!  – Estuvo tentado a lanzar pestes y maldiciones cuando se dio cuenta de que el sirviente continuaba en la habitación, paralizado por su reacción repentina - ¿Y tú por qué sigues aquí? ¡¡¡DESAPARECE!!!

 

 

No tuvo que pedirlo dos veces, aquella mirada iracunda que le lanzó fue suficiente para que saliera corriendo por la puerta.   

 

 

Situaciones como éstas se volvieron habituales en la vida del rubio de los rizos, era algo que lo agobiaba muy poco y lo agradecía más, anterior a eso su vida era un manojo de rabias y de completa amargura. Aún se enfadaba y hacía berrinches, pero todo eso se volvía insignificante cuando se entregaba a los placeres que le brindaba el fornido pelirrojo… ah, cada vez más anhelaba las deleitables sesiones de sexo.   

 

 

- Señor Raoul. Ha llegado su paquete.

 

 

- ¿? – El ojiverde tardó en reaccionar, su mente girando en torno a Katze lo había apartado de todo lo demás - ¡Oh! Vamos a verlo enseguida.

 

 

Después de casi un mes de espera, su traje por fin había llegado. Cuando lo sacó, los ojos de Mimea quedaron deslumbrados… el magenta era un color bastante llamativo.

 

 

- ¿Qué te parece?

 

 

- Em… - Se cubrió un poco la boca con la mano. No encontraba las palabras – Es… bastante original… “Más bien diría que exagerado” – Pensó.

 

 

- Sabes que  me gusta todo lo que sea único.

 

 

Y ese traje en efecto lo era. Estaba confeccionado a su medida y según un diseño que él mismo había enviado al sastre, con el propósito de estar en la boca de todos en la fiesta de su cumpleaños, cuya fecha ya se acercaba.

 

 

- Mira Mimea, también he mandado a hacer un vestido para ti – Sacaba un precioso vestido hecho de una tela muy fina – ¿No te parece hermoso? Es algo holgado, así podrás cubrir tu… embarazo – Dijo con un amargo sabor en la boca, eso era algo que no le gustaba recordar.

 

 

- Gracias. Es usted muy generoso – A pesar de que  mantenía el vestido entre sus manos no lo admiraba.   

 

 

¿Qué lo había mantenido tan distraído  que Raoul estuvo a punto de olvidarse de una de las fechas que más le encantaba celebrar? ¡Oh, por supuesto! El amor por otro te permite alejarte un poco del amor enfermizo hacia uno mismo. Así que por éste descuido, el rubio tuvo que agilizar los preparativos para su fiesta de cumpleaños que estaba ya muy atrasada, obviando una que otra cosa y no importándole tanto el asunto como en el pasado; sin embargo, había algo que lo tenía desconcertado…

 

 

- Tengo que encontrar la manera de invitar a Katze sin despertar sospechas – Pensaba el Am. Hacía años que lo había vetado de sus fiestas ¡Como se arrepentía de su insensatez!

 

 

Como sus festejos eran bastante ostentosos sólo asistía gente distinguida y uno que otro colado periodista de la alta sociedad, pero las invitaciones eran estrictamente necesarias… el hecho que de repente invitara a Katze generaría muchas interrogantes y especulaciones.

 

 

- ¡Lo tengo! – Celebró su genialidad.

 

 

Cuando se apareció en la hacienda Mink, el rubio ya estaba esperando la invitación. Ya que las molestias del pasado ya habían sido perdonadas.

 

 

- Verás Iason… quiero dar una fiesta diferente. Tú sabes que me gusta salir de lo común.

 

 

- Eso lo sé muy bien.

 

 

- Así que pensé en permitir que mis invitados lleven a dos personas más.

 

 

- ¿Dos más?

 

 

- A quién les plazca.

 

 

Eso era algo raro viniendo del Am, quién era bastante quisquilloso con la gente que conocía. Por lo general no le gustaba que llevaran extraños a sus fiestas.

 

 

- Será un cambio de aires y así dejaran de referirse a mí como un “clasista empedernido”.  

 

 

- Así que podré llevar a dos personas… mmm llevaré a Riki, por supuesto – Anunció.

 

 

- De acuerdo – Raoul se tuvo que tragar la punzada que le había dado, tener al mestizo apestando su fiesta era un riesgo que estaba dispuesto a tomar – Y… ¿A quién más llevarás? – Le miró por el rabillo del ojo.

 

 

- No lo sé. Todos con los que tengo trato seguramente ya están en tu lista de invitados.

 

 

- Eh… piensa un poco, tiene que haber más gente que conozcas fuera de mi círculo social.

 

 

- Mmm… - Pensó – Tal vez a Daryl o a aquel inversionista con el que tuve tan buen trato… mmm… - Pensaba.

 

 

El Am estaba que se mordía las uñas para distraer sus manos y evitar que éstas acabaran en el cuello del Mink.

 

 

- ¿Qué hay de ese capataz tuyo?… ¿Cómo se llama? – Se hizo el que recordaba algo muy olvidado - Katze ¿No? Siempre has dicho que lo consideras un amigo. Incluso recuerdo que lo defendías mucho de pequeño, todo el tiempo andaba detrás tuyo... si… era como el fango en tus botas – Mencionó con maldad fingida -  Invítalo a él, si quieres – Estaba que cruzaba los dedos. 

 

 

- Pensé que no te caía bien. Siempre lo has tratado como lo peor.    

 

 

- Riki no me cae bien e igualmente asistirá – Mencionó con seriedad – Además es bueno olvidarse de los viejos rencores.

 

 

- Bien, llevaré a Katze. Ha trabajado muy duro últimamente – Sentenció – Estoy seguro de que a nuestros remilgados amigos les sentará bien darles un vistazo a Riki y a Katze.

 

 

- “Magnifico como siempre Raoul. Bien dicen que si quieres un trabajo bien hecho, tienes que hacerlo tú mismo” – Sonrió con levedad.

 

 

 Los días pasaron y todo fue arreglado para la fiesta, la cual iniciaría entrada la noche.

 

  

Riki había aceptado asistir porque no quería ocasionarle más disgustos a Iason, aunque sinceramente tratar con el ojiverde le parecía similar a tener cálculo en los riñones. Llevaba puesto un nuevo traje de gala que el mismo Mink le hubo obsequiado y en su mano, un ramillete de flores que había recogido él mismo esa tarde.

 

 

Iason lo miró acompañando con una media sonrisa a su extrañeza.

 

 

- Son para Mimea – Expuso cándido para responder su curiosidad  y sin intenciones de atravesar un corazón – Aprovecharé que podré verla y se las entregaré – Tanto tiempo que compartían le había permitido conocer el lado más afable de la pelicastaña – A las mujeres les gustan éstas cosas…

 

 

- … - La cercanía de los jóvenes no dejaba de angustiarle, le hacía recordarse su propia edad y cuestionarse el porqué Mimea y Riki eran tan compatibles: Hombre y mujer, las mismas raíces, sus edades… padre y madre de un hijo por venir ¿Cómo no trasnocharse pensando en semejantes preocupaciones tan bien cuestionadas?  

 

 

Para Riki era difícil comprender el modo de pensar de Iason. Sin saber que lo que para él podía ser un acto inocente, para el Mink podía tratarse de una puñalada por la espalda. Su acto inocente y cariñoso por la que consideraba la madre de su futuro hijo, no era considerado lo mismo en otros ojos azules.

 

 

- “Le entregará perfumadas flores” – Lloraba su corazón – “Flores arrancadas por su propia mano” – Le golpeaba la razón.

 

 

Pronto, el moreno captó la notoria incomodidad del ojiazul; y recordó para bien o para mal, que uno de los consejos de Daryl había sido:

 

 

“Deja de mirar con los ojos y mira con el corazón”

 

 

Al principio y como siempre no hubo entendido, pero luego supo a la perfección a que se refería.

 

 

El muchacho tomó la flor que vio más abierta y le quitó parte del tallo.

 

 

- Listo.  El detalle perfecto – Riki admiraba al hombre bien vestido y la flor resaltante desde el bolsillo de su saco – Ahora si que las mujeres no te quitaran los ojos de encima.

 

 

Iason le contestó con una leve sonrisa, aunque era obvio que los ojos de las mujeres no era lo que deseaba tener encima. A pesar de su acción, ya era demasiado tarde, Riki volvió a mirar con los ojos, pues no se dio cuenta de que aquella sonrisa contenía los vestigios de los celos.

 

 

Cuando llegaron a la hacienda de Raoul, se notó que eran de los más esperados, ya que el resto de los invitados les clavaron la mirada de inmediato. El Mink ya estaba acostumbrado a tales bochornos, igualmente Katze…  pero Riki no, así que no comía cuento a la hora de torcer los ojos y de mostrar una expresión hostil – por no decir amenazadora – a cualquiera que le mirara de una manera desagradable.

 

 

- ¿Y a estos que moscos les picaron?

 

 

- Es inevitable – Le comentaba el ojiazul – No están acostumbrados a ver a un joven con rasgos tan deleitables como los tuyos – Evidentemente Iason le estaba halagando, más Riki fue algo lento en darse cuenta.

 

 

- Hay algo que he querido preguntarte muchacho ¿Y esas flores? – Le habló Katze con desagrado disimulado, sin que el Mink le oyese – No me digas que tienes pensado obsequiárselas al señor Raoul – La idea le pareció extraña y descarada, viniendo de él. 

 

 

- Oh no… me vas a disculpar – Hizo un gesto algo exagerado -  Yo tendré malos ratos, pero malos gustos no tengo.

 

 

Cuando le despejó la duda, el pelirrojo pudo respirar naturalmente; anteriormente una presión incómoda en el pecho - producto de la especulación acerca de las intenciones del muchacho -, se le hubo imposibilitado.

 

 

- ¡Ah! Es Mimea – Exclamó Riki.

 

 

El Mink giró la vista y dio con la joven. Se dio cuenta también de las intenciones de Riki.

 

 

- ¡Hey! ¡Mimea…!

 

 

PLAM!!

 

 

- ¡Riki! ¡¡¿Estás bien?!!

 

 

En el momento en que el muchacho iba a empezar a caminar, tropezó y cayó de bruces al suelo. Mimea se había aproximado para verificar que no se hubiese lastimado.

 

 

- Auch… - Se quejaba. Había pegado la cara en el piso, por lo que se apresuró en incorporarse y en quitarse la tierra de las mejillas – Estoy bien. No te preocupes – Sonreía grande, pero un dolor punzante le recordaba un golpe.

 

 

- Te has roto el labio – Mimea sacó su pañuelo y le retiró la sangre.

 

 

- Que no es nada – Trataba de aparentar normalidad, de pronto recordó - ¡Ah! – Buscó y halló en el suelo las flores que había terminado aplastando al caer – Las flores que te traje…

 

 

La mujer tomó las flores marchitas y sonrió, la intención era lo que contaba.

 

 

- Gracias Riki. Son muy hermosas.

 

 

El muchacho sonrió y le dolió la sonrisa. La caída de Riki fue frontal y un tanto peligrosa en aquel suelo rasposo. Iason los miraba con rabia contenida, su rostro llevaba puesta una máscara inexpresiva. Por su parte, Katze trataba de comprender lo que acababa de observar: Él vio cuando el ojiazul le hubo metido el pie al mestizo para que precisamente se cayera ¿Por qué había hecho Iason tal disparate?

 

 

- Señor… - Trató de preguntárselo. Pero los celos que transmitía el Mink le dijeron que se callara.   

 

 

En el interior de la casa todo estaba muy bien orquestado, los sirvientes se desplazaban de un lado a otro atendiendo a los invitados de diferentes procedencias, los cuales charlaban muy amenamente sobre temas varios… aunque la crítica fuera el favorito de todos.

 

 

Riki sintió algo como una piquiña, era la incomodidad de saber de que aquella sería una velada larga y tediosa.

 

 

Pronto apareció Raoul, vistiendo su extravagante traje y capturando por ende la atención de los presentes. La lluvia de aplausos no se hizo esperar y el ojiverde que no conocía la modestia, se decía a sí mismo que todo asistente lo admiraba. Luego de saludar a equis hombre influyente y yes mujeres que morían por llevarlo a rastras a un altar, el Am se dirigió hasta dónde estaba su buen amigo Iason, recibió las felicitaciones esperadas y la punta que no temió lanzarle Riki; usualmente el Am le hubiese contestado, usualmente el Am le hubiese destazado cada parte de su cuerpo con el pensamiento; pero su boca se hallaba presta a hablar del rojo y sus pensamientos ya se hallaban envueltos en cálidos recuerdos.

 

 

- Iason amigo… aparte del elocuente muchacho veo que has traído a Katze – Y sonrió un poco – Bienvenidos.

 

 

A modo de saludo, el pelirrojo hizo un gesto casi imperceptible; gesto que el corazón del ojiverde miró y nadie más.  

 

 

Todo transcurrió de lo más tranquilo, pero en el momento en que Iason se dio cuenta de que no podía seguir ignorando a unas personas que querían saludarlo, decidió darse por vencido.

 

 

- Uf… Katze, cuida a Riki – Le pidió al hombre luego de suspirar.

 

 

- Si señor.

 

 

Riki fue a parar directo en las mesas. La comida que se encontraba allí dispuesta era en extremo atractiva visualmente, cuando el moreno la probó, le dio la razón a su deliciosa apariencia. El labio un poco inflamado no le importo mucho, porque tampoco tuvo pena en atiborrarse con todo lo que le tenía a disposición.

 

 

- De nuevo me ha tocado ser tu niñera – Mencionó Katze luego de situarse al lado del joven.

 

 

- ¿Ah? – Hizo una mueca y algo de comida se asomó de su boca – No me jodas – Trató de volver a lo suyo - ¿Ni siquiera aquí tendré un poco de libertad para respirar?

 

 

- No te quejes. Nadie te manda a tener malas mañas.

 

 

Riki continuó comiendo y bebiendo para olvidar su enojo. El pelirrojo de sólo ver al mestizo comer se le quitaba las ganas de probar alimento, tomó una copa y la bebió por mero ocio.

 

 

- “Ese mugriento de Riki… de nuevo interponiéndose en mi camino ¡Es que debería mandar a que le den un tiro o dárselo yo mismo!” – Raoul, quien había esperado que Iason se apartara del pelirrojo, se molestó al ver que Riki se hallaba a su lado – “De seguro Iason le mandó vigilarlo… jum, que desilusión”

 

 

El ojiverde notó que Katze dejó que Riki se alejara un poco, la mesa era amplia y no le veía el caso a estar siguiéndolo en cada paso que daba, bastaba con que no se apartara de su rango de visión. Lo vio como un momento digno de ser aprovechado. Se aproximó hasta la mesa fingiendo que iba a por un bocadillo.

 

 

- ¿Cómo se encuentra? …Luce usted bastante elegante señor Katze – Raoul actuaba y se le daba muy bien.

 

 

- Y me atrevo a confesar que tú luces muy sensual – Katze no quería actuar – Admito que me muero de las ganas de arrancarte hasta el último pedazo de tela.  

 

 

Sus palabras le distrajeron del teatro que había pensado montar.

 

 

- …Pero… ¿Qué cosas dices? – Masculló entre dientes para luego marcharse sin miramientos.

 

 

Katze suspiró en la soledad. Le resultaba en extremo sencillo desquebrajar el talante de su querido... y eso lo hacía sentirse extasiado. Tomó una copa y mirando más allá del licor, deseó poner al rubio en evidencia plena; mostrar a aquel Raoul que gemía su nombre ante toda la multitud. 

 

 

  - “Oh mi Raoul. No podrás decir que no te amo con locura” – Pensó. Se percató entonces de que Mimea lo miraba desde lejos, no dudó en sonreírle, a lo que la chica respondió frunciendo el seño.

 

 

La fiesta avanzó como avanzan las fiestas, abundando como siempre los comentarios de los presentes.

 

 

- Allí está él. Es Iason Mink.

 

 

- Lo veo. Es tan apuesto.

 

 

- Es más que apuesto… ¡Es un Dios! – Exclamaba la mujer luego de suspirar ante la imagen del Adonis.

 

 

- ¿Y si Iason Mink es un Dios, entonces que es Raoul Am? – Preguntaba una que veía al ojiverde.

 

 

- ¡Un ángel! – Contestó otra sonriente como si fuera lo más evidente del mundo.

 

 

- Aw… ¡Yo quiero bailar con un ángel!

 

 

La música empezó y el Am se dio cuenta de que las mujeres empezaban a alborotarse. Sabía lo que les pasaba, así que decidió acabar con todo y terminó escogiendo a una para sacarla a bailar. Raoul era un bailarín esplendido y todos adoraban verlo ejecutar aquellos pasos que había adquirido luego de aprender de los mejores maestros. Él bailaba porque adoraba ser el centro de atención y en aquella oportunidad lo vio perfecto, además, si sacaba a bailar a las mujeres ¿Qué reacción tendría Katze? ¿Se molestaría? ¿Tendría el descaro de reclamarle después? Quería averiguarlo.

 

 

La música era suave, los músicos que el Am había contratado para su fiesta tocaban sólo las mejores piezas para el deleite de la crema y nata. Así pues, la música avanzó y el rubio  fue de nuevo el centro de las miradas. La del pelirrojo fue una de ellas y eso lo satisfizo. Pronto los invitados también se animaron y buscaron una pareja de baile.

 

 

Katze no le quitaba los ojos encima a Raoul, quien hacía girar y mover a aquella mujer con extrema maestría. Raoul miraba de reojo a Katze, buscando en su expresión algún ápice de molestia. Inconscientemente, buscaba en el pelirrojo las muestras que siempre esperó recibir de Iason.

 

 

Esa actitud. Un enojo poroso.

 

 

Tres veces cambió el ojiverde de compañera y ese fue el límite para el pelirrojo.

 

 

- ¿Desea bailar? – Se aproximó hasta una mujer rubia que desde hacía un buen rato no le quitaba la mirada de encima.

 

 

- Eh… claro  - La pequeña mujer se sonrojó al instante. Katze le había parecido un hombre atractivo.

 

 

El pelirrojo tomó la mano de la rubia y el Am lo sintió. El pelirrojo hizo girar a la rubia y el Am tuvo la molestia en el estómago. El pelirrojo le regaló una sonrisa coqueta a la rubia y el Am no quería creérsela. El pelirrojo bailaba con la rubia y el Am trataba de que no se le tropezaran los pies.

 

 

- “Que bien baila” – Se sorprendía Raoul ante Katze.

 

 

Las miradas verde y cobrizo se encontraban una y otra vez, en cada giro, en cada cambio de pareja.  Los pies parecían flotar en esponjosas nubes. La sala llena de gente bailando y dos hombres luchando porque sus pasos los llevaran más cerca el uno del otro. Katze aprovechaba cuando indicaban el cambio de pareja, en esos escasos segundos su mirada se dividía, buscando al rubio; buscando a la mujer que lo llevara más próximo al ojiverde.

 

 

Pronto se hallaron ambos bailando sumamente cerca, casi sintiéndose.... Raoul procuraba que la mujer con que bailaba no le tapara la visión del pelirrojo. Katze buscaba que sus pasos no le alejaran de su cercanía.

 

 

La música estaba en su mayor rigor. Cuando el Am soltó a su pareja no tuvo chance de seleccionar a otra, Katze se apresuró y le jaló de la muñeca.

 

 

- ¡! – La acción tomó por sorpresa al ojiverde – ¡Kat…!

 

 

- Ahora es nuestro turno.

 

 

No sabía si fue por el mismo shock. Raoul se dejó cautivar por el baile.

 

 

Ahora eran Katze y Raoul los que bailaban. Los que iban y venían con la música. Los demás seguían ahí, pero ellos se sentían como los únicos.

 

 

Era increíble el modo en que el pelirrojo lograba llevarle el paso a Raoul y era más increíble que el rubio no se apartase de sus brazos; amoldándose al ritmo que le imponía.

 

 

Aquella había sido la intención de Katze desde el principio y el Am nunca la percató. Llevaba años viéndole bailar en las fiestas de salón a las que lograba asistir gracias a su patrón. No le había costado nada aprender a bailar con sólo mirar, ya que el amor había sido un buen maestro; eso y que a veces Iason lo tomaba para practicar.

 

 

Sólo fueron un par de minutos, en ese tiempo Katze se había hecho con su mano y bailó con él dejándose guiar de principio a fin.

 

 

- Raoul… - El pelirrojo le jaló con suavidad, quería apresarlo más y más; y así lo hizo.

 

 

- “Katze… ¿Dime qué es esto?... Me hormiguean hasta los pies” - El rubio por un momento se dejó arrastrar.

 

 

Cuando la música cesó y todos se detuvieron para aplaudir, los ojos verdes que se hallaban embelesados por el hombre enfrente suyo, volvieron a preocuparse por los otros que estaban a su alrededor. Rápidamente el Am se apartó del pelirrojo dando a entender al que lo había visto, que lo ocurrido debía haber sido una especie de confusión visual.       

 

 

- Raoul… – Katze le llamó.

 

 

Más el ojiverde luego de titubear, se alejó.

 

 

- ¡Raoul!

 

 

El pelirrojo sintió un leve pinchazo en el corazón. El hecho de que le importaran más las apariencias le frustró, lo llenó de rabia.

 

 

Katze se conformó entonces con observar al ojiverde rodeándose de los que consideraba capaces de juzgarlo.

 

 

- ¿Dónde se ha metido ese mocoso? – Buscó con la mirada a Riki y no le halló por ningún lado – ¿Nunca se cansará de dar problemas…? - Se llevó la mano a la frente.

 

 

 

 

 

Continuará…

 

(Seguir el enlace please n____n):

 

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Notas finales:

 

 

 

Ohhhh!!!! Todo se está desenvolviendo magistralmente jojojo ^O^ (inner: no juegues!!! He quedado sin palabras!!! O//^//O) en el siguiente capi seguiremos un poco con lo de la fiesta y el KatzexRaoul… me encanta escribirlo je je ;) Mimea parece halcón ¿Logrará descifrar el misterio de su patrón? (inner: Habrá que esperar para saber x______x) Así es!!!!!! :D a todos muchísimas gracias por leer a pesar de lo que me tardo xD también a todo aquel que se sienta animado acomentar n______n les mando muchos besos y abrazos!! Hasta la siguiente vez!! Bye Bye!!  

 

 

 


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