Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Juntos por Siempre por Aurora Execution

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Los personajes no me perteneces, son propiedad de Masami Kurumada.

Notas del capitulo:

Este fic, lo escribi hace tiempo, y me habia olvidado de subirlo. Asi que lo publico mientras termino los demás.

Espero sea de su agrado.

Entreabrió el ojo izquierdo, el derecho lo apretaba con fuerza, esperando que la repentina ventisca se calmara, de algún modo debía ver el camino. Se abrazó a si mismo, y trató en vano de que la cremallera de su abrigo llegara más alto. Bufó. Resopló con fastidio y se frotó los brazos para darse calor, mientras seguía avanzando, viento en contra.

 

“Recuerda Milo, recuerda por que lo haces… recuerda por quien lo haces…”

 

Se decía mentalmente.

 

- Debo estar loco, o embrujado… ¡Ah francés tramposo! ¿Que hechizo me habrás hecho para tenerme como un idiota pensando en ti? Sino como me explico que este caminando en medio de la nada con este frio que me congela los huesos… – Tuvo que reírse, aunque cada vez que iba a Siberia pensara lo mismo, no le importaría recorrer el mismo Inframundo con tal de verlo y tenerlo en sus brazos.

 

Caminó un trecho más, y desde lejos comenzó a divisar dos bultitos que se acercaban corriendo. A medida que avanzaba pudo distinguirlos, los mocosos.

 

- ¡Señor Milo, señor Milo! – Escuchó, reconoció la voz del rubio.

 

Los dos niños se detuvieron en cuanto los tuvo enfrente, se sujetaban de las rodillas mientras respiraban agitadamente.

 

- Hola, Hyoga, Isaak ¿Qué hacen aquí? – Preguntó curioso.

 

- El maestro nos ha ordenado que viniéramos por usted mientras él se encuentra en la aldea.

 

- Así que Camus no esta en la casa – resopló – Ni modo, en marcha.

 

- Que bueno es tenerte de nuevo por aquí Milo, recuerda que aún nos debes la batalla que nos prometiste la última vez – Dijo el de cabellos verdes, y porque no decirlo, el favorito del Escorpión.

 

- ¡Isaak! Recuerda que el maestro ya nos ha reprendido por no tratar con respeto a los Santos de Oro, son personas importantes – Dijo casi indignado Hyoga. El peliverde giró sus ojos en un gesto de hastió, Milo sonrió ante semejante desfachatez en su presencia.

 

- Bueno, eso es cierto Hyoga, pero no solo deben mostrar respeto hacia nosotros, sino con todas las personas, estoy seguro que Camus se los habrá dicho – Ambos asintieron.

 

No dijeron mucho más en el camino hacia la cabaña donde Camus convivía con sus dos alumnos. Milo suspiró aliviado cuando cruzó el dintel de la puerta he ingresó en la casa, siendo recibido por el cálido chisporroteo de las llamas en la hoguera. Los alumnos de su amigo ingresaron tras él y cerraron la puerta. Ahora que se daba cuenta ninguno de los dos llevaba abrigo, y no parecían afectados en lo más mínimo por el frío, se observó un segundo, mientras frotaba sus manos sobre las llamas, con un abrigo de piel de oso que Camus le había regalado – Para que puedas visitarme sin problemas – fueron sus palabras.

 

Carraspeo un poco e irguiéndose se quitó el abrigo y los guantes, y la bufanda… Y la gorrita de lana…

 

¡Que vergüenza!

                                                                                                                                    

Acomodó todo su abrigo en el perchero, y se sentó en el sofá junto a la chimenea. Los niños habían desaparecido de la sala o por lo menos ahí no se encontraban. Relajó todo su cuerpo ya un poco más recuperado del frío, inclinó la cabeza hacia atrás y la apoyó en el respaldo del sofá, cerró sus ojos un momento, disfrutando de la agradable sensación de encontrarse allí. Recordando por que estaba ahí, imaginando el rostro de Camus, volvió a abrir sus ojos enfocándolos en las danzantes llamas, imaginándolas como los cabellos fuego del acuariano, meciéndose al son del viento cuando éste pasa a través de sus hebras, de manera elegante. Todo en Camus era elegante, su forma de caminar, su forma de hablar, de sonreír… de besar.

Los recuerdos lo hicieron sonreír, evocando cada gesto de su compañero y mejor amigo.

 

Cuando volvió a ser consciente de su alrededor, notó dos pares de enormes ojos fijos en él. Los niños lo observaban curioso y hasta divertidos.

 

- ¿Qué sucede? – Dijo mientras se incorporaba de su cómoda posición.

 

- Se ve chistoso, tiene cara de tonto – Isaak era demasiado sincero.

 

Hyoga palideció y Milo se ruborizó.

 

- ¡Isaak! – Hyoga puso el grito en el cielo.

 

- Descuida… ¿Y saben cuanto tardara Camus en la aldea?

 

- Un par de horas – Milo suspiró decepcionado, quería verlo, lo extrañaba y ahora que ya se encontraba ahí, la necesidad de tenerlo cerca era mayor.

 

- Señor Milo… ¿Podemos hacerle una pregunta? – Observó a ambos niños.

 

- De que se trata…

 

- Bueno, nosotros queríamos saber como era nuestro maestro a nuestra edad. Ustedes se conocen desde niños ¿No es así? El maestro Camus siempre nos dice que usted es su mejor amigo y a quien más respeta, por lo que supusimos, lo debe conocer mejor que nadie…

 

Milo quedó un tanto sorprendido con la pregunta. Claro que conocía a Camus mejor que nadie, y se atrevía a decir, con cierta arrogancia, que lo conocía incluso más de lo que el mismo Camus podría conocerse. Pero era justamente esa confianza que tiene el de Acuario para con él, la fortaleza del respeto mutuo. Milo sabe lo receloso que es Camus con su intimidad, aunque no vio a mal tampoco contar la forma en que ellos dos se conocieron y como él se ganó la confianza del mago de los hielos.

 

- Bueno, si conozco a Camus, mucho, ambos nos criamos en el Santuario, sin conocer a nuestros padres, y fuimos creciendo juntos a la par, deseando las mismas cosas, teniendo los mismos objetivos – Una sonrisa añorada y demasiado especial se formó en sus labios, los jóvenes aprendices lo observaban sin perder detalles en sus palabras – Yo era un poco más impulsivo, actuaba por puro ímpetu, Camus era más razonable, siempre pensaba bien las cosas antes de actuar, no ha cambiado mucho a decir verdad…

 

Santuario 11 años atrás…

 

- Déjame Saga ¡Déjame! No quiero ir, no me gusta ese lugar, ese viejo es malo conmigo ¿Por qué me han traído aquí? ¡Yo no quiero ser un Santo!

 

El pequeño rubio de no más de cinco años pataleaba mientras era sostenido por un joven Saga, que recientemente había obtenido su Armadura de Oro, la de Géminis. El mayor lo abrazó conteniendo las manotadas y sacudidas que se esmeraba en dar el pequeño. Milo era uno de los primeros que habían arribado al Santuario para comenzar el entrenamiento a Santo de Oro, junto con él se encontraban los aspirantes a Aries, Cáncer, Piscis, Capricornio y el de Leo, hermano de Aioros, otro de los que ya tenía su Armadura.

 

- Cálmate Milo, no debes de llorar, todo esta bien, ese viejo como tú lo llamas es tu maestro, un hombre al que le debes respeto debido a sus años al servicio del Santuario, él será quien te guie en tu camino a Santo, para que te conviertas en un caballero fuerte y honrado, para que Athena este orgullosa de ti ¿Todavía no lo entiendes?

 

- ¿Qué cosa? – Preguntó un poco más calmado el niño, Saga lo abrazaba aun dándole confort, y su voz le transmitía una paz y serenidad que aletargaba su corazón.

 

- Es Athena quien ha decidido que tú seas su guardián, es ella quien te ha designado la protección del Templo del Escorpión Celeste, y quien te dará el permiso de usar la Sagrada Armadura de Escorpio…

 

- ¿Y si no llego a conseguirlo?

 

- Lo harás… Confió en ti – Saga le sonreía, y revolvía sus cabellos fraternalmente – Ahora vamos, debemos presentarnos ante el Patriarca, hoy todos los Santos nos reuniremos al fin, los doce, estaremos juntos, ¿No te alegra?

 

- Los únicos Santos son tú y Aioros… Y el que está en China, los demás somos simples aprendices.

 

- Aioros y yo no pensamos así, para nosotros todos ya somos compañeros de armas.

 

Por primera vez Milo sonreía, y se sentía más animado, tomó la mano de Saga y caminaron juntos hasta llegar al Coliseo, donde aguardaba su maestro, un hombre de edad avanzada, cabello blanco como la nieve, y ojos de un negro penetrante. El joven Santo de Géminis inclinó su cabeza en forma de respeto y le acercó al pequeño, luego siguió el camino hacia las Doce Casas.

 

- ¿Te encuentras mejor pequeño?

 

- Si maestro, disculpe yo no quise ser irrespetuoso con usted.

 

- De acuerdo, por esta vez te lo dejare pasar, y espero que la duda que llevabas contigo se haya esfumado. Ahora andando, el Patriarca nos espera.

 

A medida que avanzaba, el pequeño Escorpión no dejaba de preguntarse como serían sus compañeros, él, en el poco tiempo que se encontraba allí, solo había hablado con Aioria y con Mu. DM, Afrodita y Shura siempre andaban juntos, eran un poco más grandes por lo que no hablaban con los demás…

 

Una vez en la Sala del Patriarca, su maestro dio ordenes de anunciarlos, pronto las puertas se abrieron y ya varios hombres con niños a su lado se encontraban allí, el Patriarca estaba en su silla, con Mu su discípulo a su lado.

 

- Bienvenido Agatón, te estábamos esperando a ti, y a tu joven discípulo – Habló el Patriarca.

 

- Disculpe el haberlo hecho esperar mi señor, tuvimos un pequeño contratiempo, de seguro el joven Saga ya lo habrá puesto al tanto.

 

- Así es – Shion se incorporó de su silla y bajó los escalones que lo separaban del salón, siempre seguido por el pequeño Mu – Me alegra que todo se encuentren aquí hoy, es un gran placer conocer a los futuros guerreros que protegerán a nuestra Diosa Athena, como bien saben, Athena aparece cada doscientos años para combatir al mal, el tiempo de paz se esta terminando, los sellos con los que Athena a encerrado al mal, se debilitan ¡Tiempos difíciles nos esperan compañeros! Pero estoy seguro de que si todos estamos juntos por la misma causa, seremos vencedores – Dio un paso más hacia el frente – Dar la vida por Athena y el mundo ¡Dar la vida por la paz de nuestro hermoso planeta, esa es nuestra misión!

 

Un momento de algarabía, en que los mayores levantaron su puño derecho junto al rugido de guerra. Milo observaba todo ¿Dar la vida por alguien a quien no conoce y por la paz del mundo? ¿Ese mundo que lo maltrato, que lo dejo sin padres? Sufriendo… ¡No, claro que no! Era una estupidez. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando la voz de Shion volvió a sonar.

 

- Jóvenes aprendices a Santos, les espera un duro entrenamiento, les esperan pruebas difíciles, que ustedes deberán contrarrestar. Estoy seguro que todos ustedes regresaran al Santuario, cuando el plazo de dos años se termine y su entrenamiento culmine. No tengo la menor duda que todos regresaran con sus Armaduras, vistiéndolas con orgullo, así como ya Saga y Aioros las portan.

 

¡¿Qué?! ¿Ir a entrenar a otro lado?

 

Milo observó a su maestro preocupado, aquello no se lo había dicho. Y apenas si se había acostumbrado al Santuario, ya debía irse…

 

- A mi lado tengo a Mu, mi aprendiz y futuro protector de Aries, Juntos iremos a Jamir, donde él completara su entrenamiento – Luego se dirigió a uno de los maestros –  Arcadio, presenta a tu alumno.

 

Un hombre enorme, gigante, pero de aspecto más que bueno, se adelantó.

 

- Patriarca, él es Djavan, futuro guardián de Tauro, y quien portará el nombre de Aldebarán – El niño no debía tener más de cinco años como él, pero a Milo le pareció exageradamente grande para su edad ¿Será que todos los de su tierra eran así de grandes? Se cuestionó – Terminara su entrenamiento en Brasil.

 

Saga ya portaba su Armadura, luego fue el turno de DM, su maestro era un hombre horrible, viejo y feo, encorvado, y con un brillo sádico en los ojos, juntos irían a Sicilia. Aioria se quedaría en el Santuario a ser entrenado por su hermano – vaya suerte pensó Milo – El niño rubio con ojos cerrados se iría  a la India, Shaka se llamaba, Libra no estaba. Por fin fue su turno.

 

- Patriarca, como bien ya conoce mi alumno es Milo, futuro guardián de Escorpio, juntos iremos a la Isla de Milos.

 

¡Oh Vaya! Que ironía…

 

En aquel momento una cabeza roja se giró, el danzar de las hebras llamó la atención del pequeño dorio, ya que en su corta vida, había visto semejante color, era como el mismo fuego, no, era más bien como el color de Antares… Su estrella. El portador de tan maravilloso cabello, estaba sentado al lado de su maestro, con un libro en la mano, ajeno a todo cuanto ocurría en ese salón ¿Habrá sido su imaginación que aquel misterioso joven lo observaba? No, ahí estaba de nuevo, el niño levantó la vista del libro y posó dos pares de rubíes sobre él. Si su cabello era extraño, sus ojos lo eran aun más. Milo quedo completamente fascinado y cautivado por aquel niño, era de otro mundo, debía serlo. Ignorando a todos camino en dirección a él. El niño volvió la mirada al libro pero lo observaba de vez en cuando por el rabillo del ojo, notando que, efectivamente, se dirigía hacia él.

 

- Hola, me llamo Milo, ¿Y tú? – Le dijo una vez junto a él, extendiéndole su pequeña mano.

 

El pequeño de cabellos rojos lo observó, paso su mirada de la mano a su rostro y de ahí hacia su maestro, esperando aprobación

 

Mientras eso sucedía, un hombre entrado en edad y rostro aguerrido, decía que él junto a su alumno, Shura, terminarían el entrenamiento en Pirineos. No hubo tiempo a presentaciones entre los menores, porque había llegado el turno del pelirrojo presentarse ante el patriarca, dejando a Milo con la mano extendida y sin un saludo.

 

- Etienne, por favor, llama a tu alumno y preséntalo ante mí – Hablo Shion. El hombre mencionado, ciertamente era un personaje curioso, alto, muy alto y demasiado delgado para considerarlo poderoso. Llevaba el cabello largo hasta los tobillos, amarrado en una interminable trenza, del cual se mezclaban los tonos oscuros y más claros de las canas, el color de sus ojos era de un azul opaco, sin brillo, completamente fríos.

 

- Gran Patriarca, él es Camus, mi brillante aprendiz, partiremos a Siberia oriental, allí culminará su entrenamiento, y regresara vistiendo la Armadura de Acuario.

 

“Camus… Camus de Acuario… no se oye nada mal” Pensó el pequeño rubio.

 

- Disculpa mis modales, pero el Patriarca estaba primero en prioridades, ya habrás escuchado, mi nombre es Camus, futuro Acuario, creo que nos veremos seguido por aquí, si es que logras obtener tu Armadura… hasta entonces Escorpio – Y sin más se retiró, dejando a Milo de piedra y con la boca abierta.

 

- Pero que se cree ese estirado, no es más que un pretencioso ¡Oh claro que nos veremos! Obtendré mi Armadura ¡Ya lo veras Acuario!

 

Claro que su declaración no había sido lo único que dejo boquiabierto al pequeño Milo, sino que fue su voz, suave y profunda, con un acento que le hacía arrastrar las palabras como si las cantara. Le pareció muy bello, quería seguir oyéndolo, por eso se decidió a seguirlo, para sacarle más conversaciones, y poder ver sus ojos rubíes puestos en él, y en nadie más que él.

 

- ¡Camus espera! – Tanto maestro como alumnos se detuvieron al oír a Milo, el hombre lo observó curioso con sus ojos vacuos, y Camus se limitó a esperar – Que bueno que te alcance, me preguntaba si quisieras ir al caminar conmigo, conozco el Santuario, podría mostrarte lugares, así te vas adaptando – Dijo rascándose la cabeza y sonriendo ampliamente, dejando al francés con un claro gesto de confusión. Este observó a su maestro.

 

- Recuerda que al atardecer partiremos, quiero que estés presente en el Coliseo antes de que caiga el sol – Se limitó a decir el hombre, dando a entender que le daba permiso de recorrer el Santuario.

 

- ¡Muchas gracias señor Etin!

 

 - Es Etienne, mocoso, ahora lárguense.

 

Y sin esperar siquiera la aprobación de su nuevo amigo, le tomó la mano y salió corriendo escaleras abajo. Justo cuando pasaban por Acuario, el pelirrojo lo hizo detener.

 

- Espera, quiero conocer mi Templo – Habló.

 

- Ya lo he visto, no tiene nada de interesante.

 

- ¡No hables así! Aquí vivieron Santos fuertes y sabios, personas que se les debe respeto, porque dejaron un legado importante para todo el Santuario – Le dijo enfocando la mirada al rubio, quien se ruborizó, al sentirse apenado.

 

- Discúlpame, no quise ofender tu Templo.

 

- Aquí hay una biblioteca, se dice que hay manuscritos que datan desde la Era Mitológica, pasando por todos los periodos históricos, hasta nuestro presente, que cada representante de Acuario ha dejado su legado aquí – Hablaba Camus, mientras caminaba hacia las dependencias privadas del Templo, seguido atentamente por Milo. En ese momento se encontraron con una puerta de roble grabada con símbolos de oro, Doce en total, siendo el de Acuario el que más destacaba – Aquí debe ser – Intentó empujar la puerta pero era demasiado pesada.

 

- Déjame ayudarte.

 

Y entre los dos aprendices empujaron la puerta para ingresar a una habitación completamente rodeada de libros, los estantes llegaban hasta el techo y cubrían en totalidad tres de las paredes, y una hasta donde llegaba el ventanal, y donde se encontraba el sillón y un escritorio. El suelo estaba alfombrado, ambos niños quedaron maravillados.

 

- ¡Esto es increíble Camus! – Se emocionó el pequeño dorio.

 

- Te lo dije, aquí hay miles de historias, de relatos vividos, conocimientos milenarios, espero algún día dejar mi huella también, es lo que anhelo – Los ojos del francés brillaban de emoción, lo que terminó de maravillar a su compañero, su amigo era un ser extraordinario, y viviría para estar a su lado y vivir todas esas aventuras y relatos, que se encontraban allí presentes.

 

- Estoy seguro que así será – Camus lo observó, con ojitos curiosos, no llevaban más de dos horas en conocerse, y ese niño le sonreía tan sincero y bello, que supo confiar en él, en sus palabras.

 

Revisaron con cuidado y respeto todo el lugar, Milo tomó un libro que se encontraba en lo bajo de un estante, separado del resto, como si alguien lo hubiera dejado allí, para leerlo, incluso tenía un separador marcando la página, donde suponía se había quedado su lector. Todo estaba pulcro, sin un rastro de polvo, pero el olor a libros viejos y mohosos, se sentía igual. Sabía que las doncellas se encargaban de limpiar todos los Templos, manteniendo estricto respeto en no mover nada de su lugar. Y ese libro parecía reposar por cientos de años, aguardando por continuar ser leído. Lo tomó con cuidado y de él cayo una retrato, parecía una fotografía ilustrada, un trabajo hecho en carboncillo, y pinturas de cera.

En él se apreciaba la figura de dos hombres, uno de largo cabello rizados y azulado el otro verdoso y lacio, con mirada seria, mientras que el de pelo azul sonreía alegremente, se encontraban abrazados, parecían muy cercanos. Milo no pudo dejar de pensar, que esos dos hombres en el retrato, se parecían a ellos dos.

 

- ¿Qué haces Milo? No muevas los libros de lugar, nos reprenderán por ello – El rubio quiso mostrarle la ilustración, pero prefirió guardarla y dejar el libro en donde se encontraba, después podrían discutir de ello.

 

- Lo siento Camus – Se disculpó.

 

- Descuida, te prometo que cuando sea el guardián de este Templo, leeremos los libros, y podremos dejar también alguno que no se encuentre aquí, así dejaremos nuestra huella propia – A Milo le gustó que hablara en plural, incluyéndolo en la historia de esa maravillosa biblioteca.

 

- Vamos Camus, quiero mostrarte un lugar, antes que dejemos el Santuario.

 

Los pequeños descendieron aprisa, dejando las Doce Casas, el Coliseo y todo el Santuario atrás. Camus seguía a su amigo, pero se preocupó cuando entraron en un camino lleno de árboles y arbustos, temiendo que se perdieran.

 

- ¿Dónde vamos Milo? No quiero alejarme demasiado, podemos perdernos.

 

- No lo haremos, confía en mí, conozco el lugar.

 

Ciertamente después de recorrer un tramo más de malezas, Camus quedo sin aliento, pero no por la fatiga, sino por el hermoso paisaje que se levantaba a su vista, era un claro en el bosque donde, corría un pequeño lago, con agua tan cristalina que parecía irreal, se rodeaba de pequeños campos de flores de todos los tamaños y colores, y árboles que eran refugio de pequeños animalitos, un lugar de ensueño.

 

- ¡Oh! Esto es muy lindo – Dijo todo emocionado el pelirrojo.

 

- Sabía que te gustaría, lo descubrí al poco tiempo de llegar al Santuario, y vengo aquí seguido, me gusta estar aquí, no parece un lugar malo, como todo el resto – El pequeño francés lo miró extrañado.

 

- ¿Lugar malo? ¿A cuál te refieres?

 

- A todo el mundo Camus, nos entrenan para proteger un lugar que nos ha hecho daño, al menos a mí, nunca tuve una vida fácil, viví de casa en casa, siendo maltratado, hasta que un día mi maestro me arrastró al Santuario, donde tampoco me trataron bien, salvo Saga y Aioros, ellos son buenos.

 

- Creo que el Patriarca también lo es, y nuestros compañeros lo serán también, tú lo eres, me hablaste sin conocerme y a mí me agrada tu compañía – Le dijo sacando la sonrisa del otro – Yo tampoco conocí a mis padres, pero a diferencia de ti, a mí me crio mi maestro, vivimos en Marsella, en Francia. Mi maestro es algo duro y estricto, pero es la única familia que conozco.

 

- Camus… Me gusto conocerte, quiero que seamos amigos siempre – Le dijo con ojos cristalinos, el otro pequeño se acercó y lo abrazó.

 

- Dentro de dos años, nos encontraremos de nuevo en este lugar, y nunca más nos separaremos, ¿Me lo prometes?

 

- Te lo prometo – Le dijo al tiempo que correspondí el abrazo tiernamente – Ahora sé porque hablas chistoso, eres francés.

 

- ¡No hablo chistoso! – Se ofendió el galo – Mi maestro desde que era muy pequeño me enseño el griego.

 

- No lo dije para que te enojaras, me gusta, me parece bonito escucharte hablar – Camus se ruborizó, y lo hizo más aun, cuando el rubio posó sus labios en su mejilla y le dio un inocente beso – Seremos amigos para siempre.

 

- Para siempre… – Repitió el pelirrojo.

 

Y dos años después volvieron a reencontrase, cumpliendo con su promesa, apenas se cruzaron las miradas, ambos se sonrieron, corrieron al claro del bosque y abrazados, cayeron al suelo, rodando por los campos de flores, felices de saberse juntos.

Y aquel lugar se volvió su secreto, allí se hicieron infinidad de confidencias, hablaron de sus días de entrenamiento, de cómo aprendieron sus técnicas, del días que vistieron su Armadura por primera vez.

A pesar de su corta edad, ambos habían cambiado, habían madurado y su carácter era más reservado y serio ante los demás, pero no cuando estaban solos. Pasaban los días en el bosque, las tardes en la biblioteca y en las noches después de cenar juntos, cada uno se dirigía a su Templo.

Eso paso por algunos años, hasta que la necesidad de sentirse más cerca comenzó a ser mella en sus interiores, primero fueron unos roces, cuando se encontraban entrenando, en el bosque cuando jugueteaban a hacerse cosquillas, o en el lago cuando nadaban, pero pronto supieron que aquello no bastaba. Y dieron el gran paso.

Fue algo importante, sellarían su amistad y avanzarían hacia otro camino, un poco nerviosos, pero seguros de que se querían.

En el lago, cuando nadaban esa tarde de verano, cuando Camus cumplía los trece años, se besaron, se besaron hasta que no hubo aire para compartir, y luego siguieron besándose.

 

Una tarde Milo recordó aquel libro y aquel retrato, buscó en la biblioteca y como si el tiempo no hubiera pasado, allí se encontraba, en el mismo sitio. Sacó el dibujo y se lo mostró a su compañero.

 

- Esto lo descubrí la primera vez que estuvimos aquí, me había olvidado por completo de ello, pero hoy en mi Templo encontré un cofre, con pertenencias al antiguo guardián, en la tapa del cofre se leía Kardia y Degél, cuando la abrí me encontré con un montón de cosas, cartas y obsequios, y entre ellas estaba este mismo retrato – Hablaba emocionado el de Escorpio – Ellos eran los antiguos Santos de Escorpio y Acuario, Camus ¿No es increíble?

 

- Sí que lo es, dijo el de Acuario tomando el dibujo, observándolo, descubriendo que se parecían en cierta forma a ellos dos – Dio vuelta el retrato y allí había una dedicatoria, la leyó en voz alta – “Degél, estaremos juntos en esta y otras vidas, te ama, tu Escorpión”

 

Ambos Santos se observaron, y sonrieron, en esa conversación tacita acordaron dejar su foto como una huella de que estuvieron allí, y al día siguiente, se tomaron una fotografía en Rodorio, abrazados, pidieron dos copias, uno para cada uno, y se las llevaron, cada uno escribió una dedicatoria detrás de la foto y la enmarcaron para que siempre reposara junto a ellos en la mesita junto a la cama.

 

Un año después cuando los dos ya sabían que Camus partiría a entrenar al futuro Santo del Cisne, se entregaron a la más pura muestra de que se amaban, en la cama del onceavo Templo, Camus enredó sus piernas en la cintura de Milo, siendo embestido a la gloria, entre besos y palabras dulces, ambos se entregaron al orgasmo de la primera vez y prometiéndose como hasta ese momento, permanecer juntos para siempre.

*
*
*

Los dos niños lo observaban maravillado, ante tantos relatos, y de descubrir que su maestro era muy fiel y cariñoso. Claro que los últimos recuerdos, solo fueron en los pensamientos del Santo de Escorpio, esos solo le pertenecían a él, y a quien ingresaba en ese momento a la cabaña.

 

- Camus…

 

- Milo…

 

Era suficiente, sabiendo que las verdaderas palabras se las decían con la mirada.

 

Cenaron los cuatro, conversando animadamente y cuando los niños ya descansaban en la habitación de arriba, los dos Santos pudieron darse el ansiado beso después de tanto esperar.

 

- Te echo de menos… me haces mucha falta – Le dijo el rubio, juntando sus frentes.

 

- Tú a mi también, te extraño y te pienso todos los días…  – Volvió a besarlo, Milo se aferró a su cuello, entregado a la pasión y el amor que solo conocía con ese joven.

 

- Vamos a la cama…

 

Camus asintió y tomó de la mano a su novio, para dirigirse a su habitación y corresponder a la pasión del cuerpo escorpiano.

 

A un lado de la cama, en una pequeña mesa de noche, se encontraba la foto de ellos dos.

 

“Eres y serás por siempre, la razón por la que lucho día a día, en el mundo… No conocía la bondad y el amor, hasta que estuve a tu lado, te amo, Milo”

 

En el lejano Santuario, en la habitación del octavo Templo había una igual…

 

“Milo, te volvería a elegir una y otra vez, Te amo, Camus”

 

Dos pares de curiosos ojitos, observaron sin ser vistos, hasta que la puerta de su maestro se cerró. Ellos estaban felices de que sus dos personas favoritas se quisieran… un sentimiento que sus corazoncitos compartían también.

Notas finales:

Gracias por leer. Espero lo hayan disfrutado.

Nos leemos.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).