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Notas del capitulo:

Buena aca les dejo el sexto capitulo. 

- Papá él es Milo, mi mejor amigo – Dijo un Camus de unos ocho años. Charles-Albert Lefebvre estaba feliz, desde los cinco años que no sabía nada de su hijo.

 

- Un gusto conocerle señor.

 

- El gusto es mio pequeño – Charles le revolvió los cabellos – Así que su mejor amigo, me imagino que cuidas de mi hijo mientras yo no estoy ¿No es verdad? – Le sonrió el mayor.

 

- ¡Así es señor! Yo quiero mucho a Camus, y le prometo cuidarle siempre, siempre…

 

…Siempre, siempre…

 

- Ha pasado mucho tiempo Milo, sigues estando igual de apuesto – Dijo con cierta melancolía el francés mayor.

 

- Sí Charles, ha pasado tiempo, me alego verle de nuevo, ahora con su permiso, debo atender algo urgente – Y como la luz, desapareció del Coliseo.

 

Sentía que un minuto más allí, lo hubieran asesinado… Su propia consciencia, claro.

 

El silencio, incomodo espectador, se instaló entre los presentes, Kanon viendo que sobraba, se despidió respetuosamente y se encaminó a su Templo, era en vano buscar a Milo, seguramente necesitaba soledad.

 

El padre de Camus, si bien había sido afectado por la separación de Camus y “su hijo adoptivo” como le llamaba a Milo, respetó la decisión y no cuestionó las razones de la ruptura, debido a que el día en que Camus decidió contárselo, se vio muy afectado y las palabras sonaban quebradizas en todo momento, desde el otro lado del teléfono. Algo realmente malo debió suceder, y en su cabeza rondaba un posible engaño, pero nunca se atrevió a preguntárselo, hasta que el mismo Camus decidió hacerlo. El mismo día que le comunicó de su nueva relación.

Volteó a ver a su hijo y su pareja, Camus se encontraba sereno, pero pudo percibir en el León, la gran inseguridad de su corazón.

 

- Sigamos, que aquí no ha pasado nada – Dijo el mayor – Aioria, no tengo el agrado de conocer tu Templo, me gustaría hacerlo si me lo permites.

 

- Por supuesto, será un honor recibirlo – Viró su vista hacia Camus, su novio le sonrió, pero visiblemente superado por lo que ocurrió.

 

Ninguno de los dos se dio cuenta que astutamente, el mayor propuso sólo ir a Leo, ya que ir hasta Acuario significaba irremediablemente pisar Escorpio.

 

- Recuerdo este Templo, era horrible ¿Qué le sucedió? – Dijo cuando ingresaban a Cáncer, los rostros ya no se encontraban allí, y en él se respiraba serenidad.

 

- Digamos que DM encontró la paz – Dijo Aioria, y dicha paz llegó corriendo en cuanto vio a los visitantes. Era el pequeño Filippo que ya contaba con cuatro años.

 

- ¡Alto ahí! No pueden ingresar a mi Templo sin anunciarse – Dijo con toda la arrogancia canceriana.

 

- Disculpe Santo de Cáncer, pedimos permiso para transitar su morada – Dijo Aioria divertido, el niño siempre le daba esa frescura que necesitaba, y solían jugar largas tardes a las batallas.

 

El pequeño Filippo estaba siendo instruido en el aprendizaje del cosmos, y él orgulloso como era, decía que pronto le sacaría la Armadura a su padre, y sería el Santo de Cáncer más fuerte que haya existido. Muy a pesar de su querido padre Afrodita, que le hubiera gustado que sea su heredero, el niño había nacido bajo el manto del cangrejo.

Pero en secreto DeathMask y Filippo, trabajaban en una técnica que combinara la de ambos padres, así Afrodita también podía sentirse orgulloso… Ya que en alguna ocasión, el pisciano había comentado la posibilidad de tener otro hijo, para que sea su heredero, y eso al pequeño no le gustó nada, ¡sus padres eran de él y de nadie más!

 

- ¡Oh! ¿Pero que tenemos aquí? – Dijo el anciano francés.

 

- Él es Filippo, papá, hijo que tuvieron mis compañeros DM y Afrodita ¿Recuerdas que te comenté de ello?

 

- En realidad mis padres me adoptaron, yo no fui concebido en el vientre de ninguno – Corrigió el menor, Camus se sorprendió y sonrojó. El mayor estaba encantado con el niño.

 

- Pero que muchachito tan locuaz, eres muy culto – Le dijo.

 

- Así es, mi padre Afrodita de Piscis, me enseñó desde pequeño, se griego, sueco, italiano, ingles, francés, español y recientemente estoy aprendiendo alemán – Terminó de enumerar con un orgullo que no le cabía en su pequeño cuerpito  – Además de que estudio a grandes pensadores, filósofos y matemáticos de la antigüedad y modernidad – El padre de Camus se echó a reír con ganas.

 

- Entonces me encantaría que me enseñes un poco – Dijo feliz.

 

Aioria no podía dejar de pensar, cuán distintos eran Camus y su padre, a pesar de parecerse y que el mayor ciertamente intimidaba con su mirada seria y fría, era un ser cálido y abierto a las emociones y expresiones.  Cosa que Camus no lo era, le costaba y sólo en la intimidad dejaba de lado la fachada de templanza.

 

- Por supuesto señor, cuando yo sea Santo, lo tomaré a usted como mi aprendiz – Dijo todo señorito. Los mayores sonrieron divertidos.

 

- ¡Filippo de Cáncer! ¿Estas molestando a las visitas? – Afrodita era un padre severo, y ante todo le gustaba el respeto y la elegancia, por eso educaba a su hijo como un Duque.

 

- ¡Para nada! Tu hijo es un encanto – Se adelantó a responder Charles, Afrodita reconoció al hombre.

 

- Usted es el padre de Camus, que placer tenerlo por aquí nuevamente, hacía muchísimos años que no recibíamos su visita – Se acercó el sueco y le expendió la mano  cortésmente.

 

- Afrodita, como crecen todos, estas más elegante que nunca, la paternidad te sentó de maravilla – Le elogió el francés, Afrodita sonrió agradecido.

 

- Honor me hacen sus palabras.

 

- Padre, no quiero ser grosero, pero es mejor que sigamos, has tenido un viaje largo, y es mejor que descanses – Dijo Camus.

 

- Este muchacho me trata como un anciano, que remedio – Dijo con regocijo, Afrodita soltó una risita encantadora. Los tres se despidieron de padre e hijo y prosiguieron a subir el último tramo de escaleras hasta Leo.

 

**********

 

Después de un pequeño recorrido por todo el Templo, Aioria, Camus y su padre se encontraban en la sala bebiendo Courvoisier, un licor típico francés, que según decía la leyenda, había sido el favorito de Napoleón Bonaparte, y que era el vicio de Charles. Aioria hacía esfuerzos enormes para tragarlo, a él le sabía horrible.

 

- ¿Y que te parece, exquisito verdad? – Le preguntó el galo.

 

- Definitivamente – Dijo Aioria, arrugando la nariz y tragando grueso la bebida que le quemaba en la garganta. Padre e hijo comenzaron a reír.

 

- No eres de beber bebidas fuertes al parecer – Se le burló el mayor – Bueno en eso te pareces a Camus, él prefiere el vino, por suerte Milo sí me acompañaba en… – Se calló de repente, apenadísimo. Camus carraspeó y le dedicó una mirada nerviosa.

 

Aioria lo notó y quiso destensar el ambiente, la estaban pasado bien, y ya no quería que la sola mención de su compañero ocasionara incomodidad. Al fin y al cabo, debían convivir en el Santuario y pasarían fiestas y demás celebraciones en las que coincidirían.

 

- Descuide Charles, puede hablar tranquilo, Milo es un compañero y amigo, y que usted conoce bien – Le dijo con una sonrisa, Camus lo observó y el griego leyó un gracias y un te amo de sus labios mudos.

 

- Eres aún mejor persona de lo que aparentas Aioria, me siento muy feliz de que Camus te eligiera – Ambos se sonrieron.

 

Y Camus, internamente comenzaba a desarmarse. No podía creer que su pasado estuviera atormentándolo, teniendo tan perfecto presente. Se odiaba por no sentirse lo suficientemente feliz, se sentía tan egoísta y desagradecido de lo maravilloso que le ofrecía la vida, un padre maravilloso y un amor que lo apoyaba incondicionalmente, ¿Qué más podía pedir?....Y aun así, las marcas del pasado eran demasiado fuertes para borrarlas…

 

Camus preparó la cena y los tres disfrutaron de una exquisita pierna de res con salsa de vino.

Hablaron hasta el cansancio y Aioria se sentía cada vez más fascinado por las ocurrencias de su suegro, era una persona extraordinaria y culta, llena de experiencias y anécdotas fantásticas. Habían pasado una velada encantadora. Luego de eso llevaron al cansado hombre hasta su hotel.

 

La lengua maestra viajaba sinuosa y vibrante sobre la espina dorsal, humedeciendo su camino, luego los labios rojos por las succiones soplaban la zona para producir un goce sin igual al dueño de aquella piel.

 

- Eres delicioso, tu piel es exquisita – Mordió un pedazo, produciendo espasmos orgiásticos en su victima – Un mangar que solo yo puedo probar… Eres mío ¿Lo sabías?

 

- Sí… – Susurró al borde de la locura.

 

Un grito casi sin voz escapó en forma de halito, aquella lengua se había hundido donde su espalda perdía su casto nombre, y se introducía en la puerta olímpica. Temblaba, se retorcía, ya no aguantaría más.

 

- Dímelo, pídemelo – Dijo aquella voz ronca – Soy tu esclavo, tu fiel siervo, pídemelo Camus… – Mordió el glúteo, el francés enloqueció.

 

- ¡Penétrame, desgárrame! Hazme tuyo una y mil veces – Grito poseído.

 

- Tus deseos son órdenes…

 

Y el miembro se perdió entre los blancos glúteos…Camus gozaría hasta el final…

 

Despertó sudado, con la boca abierta y la garganta seca. Observó, estaba en aquella cama que era tan suya como del dueño del Templo. Aioria dormía plácidamente a su lado, completamente desnudo. Se incorporó, recargando su espalda en el respaldar de la cama. Su respiración aun no se tranquilizaba.

Pasó su mano por sus cabellos, tratando de tranquilizarse, sus ojos pasaron por su cuerpo observándose en un mando de sudor, y apretó con fuerzas sus parpados cuando llegó hasta lo que le dolía. Su erección estaba férrea, mostrándose orgullosa, mientras él se moría de vergüenza.

Había soñado con Milo, había soñado con sus labios su cuerpo y su voz… Y estaba completamente excitado por aquello.

Se levantó sin hacer mucho ruido para no despertar a Aioria, y fue hasta el baño, prendió la ducha y se metió, esperando que el agua helada se llevara su humillación.

Y sin poder evitar, sin saber bien por qué, lloró, las lágrimas eran la prueba de su indecencia, se sentía de lo peor.

 

Salió del baño, y tanteó volver a acostarse, pero el sueño ya lo había abandonado por completo. Decidió caminar un momento, y dejar que su mente se tranquilizara. Salió del Templo y descendió hasta perderse en los bosques del Santuario.

Aiora lo había sentido levantarse, pero fingió dormir. Cuando Camus se marchó, quiso seguirlo. Pero se arrepintió. No sería de esos que persigue, él confiaba en Camus. Confiaba ciegamente.

 

- Athena… – Susurró al cielo – Athena bríndame un poco de tu sabiduría… No me dejes flaquear – Elevó su plegaria. Camus se sentía perdido.

 

De pronto escuchó un ruido y sus sentidos se pusieron en alerta, y tal vez mucho más cuando comprobó de quien se trataba.

 

- ¡Camus! ¿Qué haces aquí? – Dijo Milo sorprendido.

 

- Me gusta contemplar las estrellas – Le respondió, el heleno se sentó a su lado.

 

- Lo sé, este es tu lugar favorito para hacerlo… En realidad debería haberme preguntado ¿Qué hago yo aquí?

 

- ¿Y qué haces aquí entonces? – Lo observó, y Milo volvió a verse reflejado en aquellas oscuras lagunas.

 

- Buscando la fuerza para no flaquear – Le dijo, Camus sonrió… Ambos pedían lo mismo. Y seguramente por la misma razón – Camus – Lo llamó después de un largo periodo de silencio.

 

- ¿Qué? – Dijo sin mirarlo.

 

- Te amo… – El francés suspiró, cerró sus ojos, para luego observarlo intensamente, Milo no mentía, su mirada se lo decía.

 

- No me hagas esto… Por favor…

 

- Podemos huir, empezar de nuevo donde nadie nos conozca – Le tomó la mano, Camus no se opuso.

 

- Me casaré con Aioria, porque lo amo, y necesito que tú lo entiendas.

 

- ¿Ya no sientes nada por mí?

 

- Milo…

 

- Respóndeme Camus…

 

- Ya hablamos de esto, ya te he dicho todo lo que tenía para decirte…

 

- ¿No sientes nada? – Camus se soltó del agarre de Milo y se incorporó.

 

- Es Aioria a quien amo… Debes aceptarlo…

 

Y se encaminó a la Casa del León. Milo suspiró a la nada, y se permitió una mínima esperanza.

 

Aioria sintió el peso de otro cuerpo sobre él, Camus había regresado y se abrazaba al castaño con necesidad.

 

- ¿Camus? – El pelirrojo comenzó a besar su espalda, sus hombros, y su cuello.

 

- Hazme el amor… – Le pidió.

 

Aioria se dio vuelta para quedar cara a cara, y quedó perdido por un momento ante la divinidad del francés. Lo besó, y abrazó. Pasó sus manos por todo su cuerpo y encendido, le hizo el amor. Camus tuvo ganas de llorar cuando el orgasmo le llegó.

 

Estaba caminando por el borde de un abismo.

 

**********

 

Habían llegado a Atenas cerca del mediodía para almorzar, su padre quería recorrer un poco la ciudad antes de volver a Marsella. Lo quisieron convencer de quedarse hasta la boda, pero él insistió que era mucho gasto y mucho trabajo para ambos, idea tonta si pensaban en el gasto de los pasajes. Pero no dio el brazo a torcer, además de que el clima griego no le sentaba bien. Regresaría ese día para celebrar con su hijo, su unión.

Aioria detuvo el auto y el parquero tomó las llaves para llevarlo a estacionar. El lugar era agradable en muchos sentidos, contaba con dos pisos y una terraza,  desde donde se podía observar el puerto de El Pireo, y más allá el Egeo.

El primer piso contaba con una fuente de agua en el medio del salón, dando frescura al ambiente. En el segundo, esporádicamente se presentaban bandas de música, y la terraza era alfombrada con césped sintético y contaba con una sala de jardín para el té de media tarde, que se disfrutaba más viendo la puesta del Astro Rey sobre el horizonte.

 

 Y fue allí, donde se ubicaron para disfrutar del almuerzo.

 

- Excelente elección Aioria, este lugar es definitivamente magnifico – Dijo Charles.

 

- Estaba seguro que lo disfrutaría, pero debo reconocer que el merito no es mio, sino de mi hermano, él me comentó de este sitio.

 

- Pues, mis felicitaciones a él, entonces – Y sonrió.

 

En ese momento la mesera llegó hasta su mesa para acercarles las cartas, con una bella sonrisa, y una mirada coqueta, dirigida algo descarada, hacia Camus, el pelirrojo no se dio por aludido dado que su mente estaba perdida en una bruma peligrosa. Aioria observó a la muchacha y entrecerró sus ojos, la joven se ruborizó, pensando que esos dos hombres eran los más apuestos que había visto en su vida. Se retiró mostrando todos sus perfectos y blancos dientes, en una sonrisa por demás angelical.

 

- ¡Vaya, vaya! Ahora entiendo porque a tu hermano le gustó el lugar – Se burló el mayor, mientras cabeceaba señalando por donde se había ido la joven.

 

- ¿Aioros? No, puede pasársele el mismo Apolo por su lado y él solo tendrá ojos para Saga – Dijo con una sonrisa, y orgullo, pero sobre todo con gran cariño.

 

- Como tú y mi hijo – Habló con su sonrisa eterna, desviando la mirada donde se encontraba un muy callado pelirrojo – ¿No es así, Camus?

 

- ¿Eh? Ah, claro padre – Dijo sin oír – Francés y griego se observaron, el anciano se preocupó al ver la desilusión en los verdes ojos de Aioria – Con permiso, debo ir al baño – Y se incorporó casi huyendo de allí.

 

- Debe estar nervioso – Dijo Charles para calmar el ambiente. Pero Aioria sospechaba que la boda nada tenía que ver con el comportamiento de su novio.

 

- Espero que sea solamente eso – Dijo pensando en voz alta, y el francés lo oyó.

 

- ¿Qué dudas tienes Aioria? Te he estado observando, y tu mirada refleja mucha inseguridad, es… ¿Por Milo? – Se animó a preguntar. Aioria dio un suspiro y asintió.

 

- Desde que Milo regresó, Camus ha estado más callado, y distante, siento que su llegada le afectó mucho más de lo que aparenta y de lo que quiere demostrar… A veces siento miedo, miedo de que esos sentimientos que compartieron, vuelvan… Siento miedo de perderlo, no sabría que hacer – Dijo con pesar.

 

- ¿Por qué crees que Camus esta contigo? – Le dijo sereno, la pregunta lo descolocó.

 

- Porque nos amamos.

 

- Exacto, Camus jamás estaría con alguien por estar, para pasar el rato o no sentirse solo. Conozco a mi hijo, y él no es de esas personas, si esta a tu lado es porque realmente te ama, y si aceptó ser tu esposo, es porque quiere compartir ese amor para toda la vida. Camus es un hombre de lazos fuertes.

 

- Lo sé, y es precisamente esos lazos, a los que les tengo miedo. Ellos dos forjaron lazos casi indestructibles, pensábamos que vivirían para siempre juntos…

 

- Pero esos lazos se rompieron, y Camus armó nuevos y más firmes contigo, Aioria, él quiere pasar el resto de su vida contigo. Mi hijo te ama sinceramente, no tengas miedo…

 

Aioria se sentía realmente miserable al hablar de estas cosas con Charles, porque sabía que su hijo lo amaba, y que en realidad sus miedos eran más que nada inseguridades mal infundadas por la presencia del rubio, porque a veces se sentía una sombra de Milo.

Camus regresó a la mesa, había pasado un buen rato en el baño tranquilizando su conciencia y refrescando su rostro.

 

- ¿Te encuentras bien? – Le preguntó el castaño tomándole de la mano, Camus la sujetó con fuerza y le dedicó una sonrisa.

 

- Sí, gracias, creo que el sol me ha mareado un poco – Se excusó.

 

La mesera regresó con su libreta en una mano, el lápiz en la otra y la sonrisa en el rostro.

 

- ¿Ya decidieron que ordenarán? – Dijo con la vista fija en el pelirrojo, y está vez, Camus notó la sugestiva mirada.

 

Se sonrojó y carraspeó algo apenado, tomando la carta para leerla, observando de cuanto en cuanto a su novio y padre, que hacían esfuerzos para no reír.

 

- Sí querida, pediremos ensalada y la variedad de pescados fritos, gracias – Salió al rescate su padre.

 

- Excelente elección, ¿Y de beber? Les recomiendo un Syrah cosecha de Rhone, es un vino tinto con cuerpo y color intenso, con notas frutadas y especias suaves, ideal para degustar en todo momento – Camus estaba rojísimo, Su padre ya reía y Aioria se sujetaba el vientre ahogando su carcajada. La jovencita no había sido para nada discreta al escanear cual rayos x, todo la silueta del francés, mientras describía el vino.

 

- Sí, sí… Ese suena bien, gracias – Dijo apenado. La joven asintió encantada de sacarle por lo menos unas palabras y se marchó.

 

Cuando se aseguraron de que ya no estaba cerca, Charles y Aioria soltaron la risa que ya burbujeaba en sus gargantas. Camus se moría de vergüenza ajena, porque algunos clientes volteaban a observarlos, debido a la escandalosa risa.

 

- Hijo mío, me has salido todo un rompecorazones, ya decía yo que de tu madre solo sacaste el cabello – Dijo calmando su risa, pues ya le dolía el estomago.

 

- Ya basta – Pidió desesperado.

 

- Es que Camus, esa niña quería servirte de postre – Le dijo su prometido. Y el pelirrojo tuvo que reír también, no solía pasar por esas situaciones, no al menos tan descaradamente.

 

Luego de esperar alrededor de media hora su comida llegó, y se dispusieron a disfrutarla, dándole la razón a la joven, sin dudas había sido un exquisito vino.

Pasaron parte de la tarde conversando de todo, y ya satisfechos decidieron salir, la joven llevó el ticket con la cuenta y un guiño para Camus. En ella estaba anotado un número de teléfono. Camus muy amablemente, dejo el dinero, la propina y el ticket con una pequeña notita.

 

“Gracias, pero a mi prometido no le haría gracia” Era su turno de reír.

 

Recorrieron la metrópolis, el puerto y pasearon por los barrios de Anafiótika. Eran cerca de las ocho de la noche por lo que llevaron a su padre al hotel, su avión saldría temprano, y por más que insistieron, no lo convencieron de acompañarlo al aeropuerto, pediría un taxi, no quería molestarlos.

 

- Bueno hijo, ha sido una visita encantadora, disfruté mucho – Le dijo abrazándolo – Aioria cuídale bien, sé que lo harás, eres un muchacho de bien, y estoy feliz por ambos, sé que serán muy felices – Y también lo abrazó.

 

- Muchas gracias padre, pero realmente no entiendo porque no quieres quedarte, la boda es en dos semanas y…

 

- Y en dos semanas estaré de regreso – Terminó de decir.

 

- Charles, ha sido un gusto, y claro que lo cuidaré, Camus es mi tesoro – Dijo tomándolo de la mano, Camus se sonrojó, pero se sintió inmensamente feliz por esas palabras.

 

El anciano ingresó al hotel, y ellos regresaron al Santuario.

 

 

**********

 

Camus caminaba escaleras abajo, con una caja en las manos. Ya había sido suficiente, ya había dudado hasta el límite y se había mortificado por última vez. Debía hacerlo, era el momento.

Aioria le había dicho una vez que a su debido tiempo, sabría que hacer con ellas. Tomó la decisión de dárselas a Milo, todas esas fotografías de pasados recuerdos felices.

 

Ingresó al Templo de Escorpio, y buscó primero en las salas laterales, pero no lo halló.

 

- Milo – Le llamó, pero no obtuvo respuesta.

 

Caminó hacia el interior del Templo, buscando primero en la cocina, después en el estudio, pero nada.

 

- Milo – Volvió a llamar, silencio es lo que recibió.

 

**

 

- ¿Camus? – Aioria ingresaba a la sala de su Templo seguro de que allí encontraría a su novio, pero no. Buscó en la habitación, la biblioteca, la cocina y hasta en el baño. Pero Camus no estaba – Que raro, dijo que estaría leyendo ¿Habrá ido a Acuario?

 

Aioria salió de su Templo.

 

**

 

El único cuarto que no revisó era la habitación, si no estaba allí, entonces era porque Milo no se hallaba en su Templo.

 

- ¿Milo? – Dijo con un tono bajo, temeroso de entrar, pero otra vez el silencio le respondía.

 

Ingresó a la habitación, y después de un rápido vistazo, con un suspiro se resignó a que el rubio no se encontraba en la casa. Pensó en dejar la caja sobre la cama, y marcharse.

Y eso era lo que estaba a punto de hacer, pero el ruido de la puerta del baño abrirse lo asustó.

Milo salía con el cabello húmedo y el cuerpo desnudo, solo una toalla le cubría sus partes.

 

**

 

Aioria pasaba por Virgo, saludando a Shaka.

 

**

 

- ¿Camus? – El heleno estaba sorprendido de ver a su amor en su cuarto – ¿Qué haces aquí?

 

Pero Camus no respondió a primera, esperando que la sensación de vértigo lo abandonara, y es que esas gotas de agua que se escurrían por el torso del rubio invitaban a lamerlas…

 

- Vine… vine a dejarte esto – Y con las manos notoriamente temblorosas, extendió la caja. Milo la tomó.

 

- ¿Qué es? – Preguntó. Camus comenzaba a descender, y estaba a punto de estrellarse…

 

Como la gota de agua se estrellaba en la toalla, impidiéndole el camino al sur.

 

- Las fotos… Nuestras fotos, Aioria se siente incomodo de que aún las tenga, no sabía que hacer con ellas, por eso te las entrego – Y quiso salir corriendo de ese calvario.

 

**

 

Aioria cruzaba Libra, con una sensación de malestar en el estomago.

 

- ¿Qué mierda…? – Pensó.

 

**

 

Milo sujetó el brazo para impedir que el galo huyera. Camus trató de zafarse, pero el agarre estaba aferrado como unas fuertes pinzas.

 

- Me lastimas…

 

- ¿A qué viniste? – Le dijo serio.

 

- A dejarte las fotos ya te dije – Intentó una vez más zafarse, pero sus fuerzas y su voluntad se estaban escurriendo…

 

Como esas gotas…

 

- ¡Di la verdad Camus! ¿A qué viniste? – Y apretó aún más el brazo.

 

Camus ya no pudo hablar, y la realidad se perdía a cada paso que Milo daba, acortando la distancia entre ellos.

 

- Déjame… – Susurró.

 

- Lo haré cuando dejes de mentirte a ti mismo…

 

Milo, con su otra mano, tomó un mechón del cabello rojo de Camus y lo pasó por detrás de su oreja, luego, apartó el resto, dejando el cuello galo expuesto, se acercó lo suficiente para que el aliento cálido erizara la sensible zona, mientras se aferraba a su cintura.

 

- Milo, por favor…

 

- ¿Te suelto o sigo? – No dijo nada – Entonces sigo…

 

La lengua se asomó de entre sus labios y su punta húmeda se deslizó desde el lóbulo de la oreja hasta el hombro. Milo apretó más el agarre en la cintura de Camus y dejó sus cuerpos pegados. Inclinó un poco su cabeza en busca de los labios rosas del pelirrojo.

 

Camus cerró sus ojos y descendió a los infiernos.

 

**

 

Aioria ingresaba al Templo de Escorpio.

 

- ¿Milo estas aquí? Necesito permiso para pasar…

Notas finales:

Bueno espero y lo hayan disfrutado (No me odien) Todo a su tiempo. Camus esta algo confundido....

Hasta el proximo capitulo, gracias por leer!


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