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Notas del capitulo:

Bueno, disculpen la pequeña demora... Este es el ultimo capitulo.

Espero y lo disfruten.

Aunque falta un pequeño epilogo.

 

Milo había caído al suelo. Su mejilla se encontraba roja, y de la comisura de sus labios caía un fino hilo de sangre. Apretó con fuerza sus puños y observó con ojos filosos a quien le había propinado el golpe.

Camus se encontraba de pie, con la mirada desencajada y el puño crispado y el brazo extendido, de él emanaba un frío letal.

Sus labios habían estado a punto de juntarse, no llegaron a rozarse, pero sus alientos sí, ellos se habían mezclado, se habían enredado, y formado un solo halito. Y para Camus fue suficiente… Se sentía la peor escoria sobre la Tierra.

 

- No me arrastres a tus sucios juegos, jamás seré como tú – Le dijo enajenado. Su cosmos comenzó a elevarse, pero se detuvo al escuchar cierta voz.

 

- Milo ¿Estas aquí? Necesito permiso para pasar…

 

Milo le sostuvo la mirada, y Camus se puso pálido, y tan o más descompuesto que antes.

 

- Puedes pasar Aioria – Le dijo a través de su cosmos. El León Dorado agradeció, y siguió camino.

 

Milo suspiró aliviado, pero volvió a sentir una nueva vibración de cosmos. Aioria se había detenido sobre la salida.

 

- ¿No sabes si Camus fue a su Templo? – Milo tragó saliva.

 

- No, por aquí no ha pasado – Mintió. Y Aioria ya no dijo más nada, se había marchado.

 

- Ya se fue – Habló, Camus se había sentado en la cama, y sostenía su cabeza entre sus manos, enterrando los dedos en los cabellos de la sienes – Camus…

 

- ¡Ya basta! Ya basta de buscarme, de llenarme de dudas, de venir después de dos años y medio a tratar de destruir lo que pude hacer en tu ausencia… Milo, si realmente me amas, déjame ser feliz con  el hombre que elegí, déjame ser feliz sin ti – Le gritó con las lágrimas amargas en sus ojos, estaba harto de llorar.

 

- ¿Y yo? ¿Cómo seré feliz entonces? ¿Cómo haré para arrancarte de mi corazón Camus? – Se posicionó frente al pelirrojo, hincándose para quedar cara a cara.

 

Camus sonrió de forma despectiva, casi queriéndole escupir en el rostro.

 

- Eso tendrías que haberlo pensado antes de revolcarte en la cama con cualquiera – Se incorporó de la cama – Eso deberías habértelo preguntado cuando me dejaste sin siquiera despedirte de mí.

 

- Tú aún me amas, lo puedo ver en tus ojos – Y el francés tuvo que reírse para no llorar.

 

- La desesperación a veces nos juega sucios trucos… – Suspiró – Adiós Milo.

 

Dejó la habitación, dejó el Templo y corrió no sabiendo a donde.

 

Sus piernas lo llevaron automáticamente al quinto Templo, donde le fallaron, cayó de rodillas al suelo, y gritó sintiéndose morir, su interior era un remolino de porquerías y sentires. Gateó hasta una columna y apoyó su espalda, juntó sus piernas y las abrazó, hundiendo el rostro en ellas.

Aioria había sentido el cosmos de Camus cuando éste lo había elevado en su grito, volvió sobre sus pasos, corriendo, para adentrarse a su Templo. La temperatura estaba sumamente baja, podía ver el vapor salir de sus labios. Buscó con la mirada y encontró a Camus abrazándose a sí mismo, sobre una columna en el rincón. Se movió sigilosamente hasta llegar a su lado, se arrodilló y acarició el cabello.

No necesitaba que hablara, en realidad Aioria no quería que lo hiciera, sentía que de hacerlo, nada bueno sucedería. Así que solo atinó a abrazarlo con fuerzas, y llorar.

 

Al escuchar el llanto del castaño, Camus comenzó a llorar más fuerte, y se aferró a su agarre como temiendo que se fuera.

 

- Perdóname… – Dijo entre gimoteos, Aioria apretó más su cuerpo y sus parpados – Perdóname... – Volvió a repetir. Aioria apretó sus labios conteniendo las ganas de llorar, de gritar, de desarmarse ante el hombre que amaba.

 

No sabía porque pedía perdón, seguramente al pensar que sus inseguridades y dudas, sus emociones encontradas y avivadas por el Escorpión, eran un engaño hacia su pareja, pensaba que lo había defraudado al estar a punto de sucumbir al beso. Defraudado se sentía al haber consentido tanto acercamiento, aún sentía la lengua de Milo quemarle en el cuello.

Y Aioria no dijo nada, siguió prefiriendo el silencio. Permanecieron así abrazados una eterna hora, el castaño se removió para acomodarse, y Camus se quejó. Cuando bajó su vista hacia el pelirrojo, comprobó que dormía, se había cansado de llorar y caído rendido al sueño.

Con él en brazos, caminó hasta su habitación y lo recostó en el lecho, se sentó a su lado y allí aguardó, velando sus sueños, acariciándole el rostro, el cabello, y besando su frente y parpados con amor. Aioria se sentía hechizado por su belleza, por sus facciones finas, por su blancura, su tacto, su olor, su sabor. Camus cautivaba cada uno de sus sentidos, Aioria lo amaba hasta la locura, y nada podría cambiar eso, ni siquiera los fantasmas que rodeaban a su prometido… Fantasmas que Milo producía.

 

**********

 

Despertó varias horas después, pero deseándolo no haberlo hecho nunca. Que patético, él, el Santo de hielo, el hombre frío y sin sentimientos, estaba atado de pies y manos a las emociones más primarias, dejando que su coraza se derrita sin oponer resistencia alguna.

Sus largas pestañas se batieron, limpiando los residuos de lágrimas, y giró su cabeza a la derecha, encontrándose con la figura de Aioria, sus ojos verdes lo observaban, lo abrasaba a tal punto que sentía le saldrían llagas. Su rostro estaba sereno, pero serio, como cuando se preparaba para una batalla, mostrando toda la herencia de los antiguos guerreros del Ática.

Camus a pesar de que amaba esa imponente expresión en el griego, esta vez deseaba verle su otra cara, la del niño eterno, sonriente y despreocupado, la de los ojos enormes que se asombraba por todo, la sonrisa de amor que solo le dedicaba a él, Camus quería ver el amor en su rostro.

 

- Aioria…

 

- Dormiste por varias horas, me tienes preocupado, no eres de estar todo el día en la cama – Le dijo. Sea lo que sea que Camus quería decirle, todavía no se sentía preparado.

 

- Estoy cansado, más mentalmente que otra cosa.

 

- ¿O será más sentimentalmente que otra cosa? – Camus notó lo soez del comentario, pero no dijo nada, se lo tenía bien merecido.

 

- Estoy confundido – Y le soltó la bomba.

 

- En dos semanas será la boda Camus, si aun estas dispuesto a compartir tu vida conmigo, sino, estas a tiempo de retractarte – Las palabras le dolieron a ambos.

 

Aioria se dijo a sí mismo que ya no lloraría, amaba a ese hombre, lo amaba como nunca amaría a nada ni a nadie, lo amaba sobre su vida y que los Dioses perdonen su blasfemia, pero lo amaba por encima de su Diosa. Su completa vida le pertenecía, pero no le obligaría a atarse a su lado, si en realidad era a Milo a quien Camus quería.

 

- Yo te amo a ti – Dijo el francés, en un casi imperceptible tono.

 

- Eres libre de hacer lo que desees, solo piénsalo bien – Aioria se incorporó de la silla donde estaba y se marchó de la habitación.

 

- ¡Aioria! – El castaño no respondió.

 

¿Qué estaba haciendo?

 

- Señor Camus de Acuario, solicitan su presencia en la sala del Patriarca, tiene una llamada – Gritó de repente un soldado.

 

El único teléfono de línea que había en el Santuario, se encontraba en una pequeña oficina de la Sala del Patriarca. El aparato lo había mandado a instalar Shion y dispuso de dos doncellas que se encargaran de atenderlo y anotar los mensajes, o hacer llamar a algún Santo si la llamada era de carácter urgente. Últimamente no se usaba demasiado, debido a que ya todos los Santos contaban con un teléfono celular, menos Camus, que desde aquel episodio, jamás volvió a comprar uno.

 

Camus se arregló las ropas, lavó el rostro y salió de la habitación.

 

- Muchas gracias, iré de inmediato – Dijo cortés, el soldado inclinó su cabeza respetuosamente y se marchó.

 

El pelirrojo, haciendo uso de su velocidad, fue hasta Acuario y vistió su Armadura, aunque sea una llamada, no le parecía correcto presentarse en el recinto del Patriarca con ropas casuales. Subió de prisa y se hizo anunciar, un soldado lo acompañó hasta la oficina y quedó custodiando la puerta. La doncella que se encontraba adentro hizo una reverencia le indicó que la llamada provenía de Francia y se fue también del lugar, dándole privacidad.

 

- Bonjour, parlé Camus de Acuario – Escuchó la voz del otro lado de la línea.

 

Camus se puso pálido, llevó la mano a su boca, y el tubo del teléfono resbaló de entre sus dedos…

 

**********

 

Aioros observaba sumamente triste a su hermano, le dolía verlo así, después de todo lo que tuvo que luchar por ese amor. No quería sentir odio hacia Camus, pero no podía permitirle tratar de esa manera a su hermano, desecharlo cual basura, ahora que Milo había regresado.

Aioria se encontraba sentado en la cocina del Templo de su hermano, en la mesa se acumulaban varias botellas de cerveza, y el castaño amenazaba con acumular muchas más. Saga también estaba ahí, siendo junto a su esposo, el sostén del menor en esos momentos.

Aioria los amaba, y admiraba mucho, Aioros más que su hermano, era su padre, y Saga también lo veía como una figura paternal en su vida.

 

- Creo que debes calmarte, beber no es la solución Aioria, es más me parece ridículo que busques consuelo en el fondo de una botella – Dijo Saga serio.

 

- Lo sé y no me importa – El alcohol ya hacía efecto en su habla.

 

- Hermano, por favor, piensa en lo que haces, estas dando por hecho, que Camus no te ama, no creo que sea así – Dijo el mayor de los castaños.

 

- Camus siempre estuvo enamorado de ese bicho traicionero, solo fui un pasatiempo, solo fui un juego – Apretó la botella en su mano al punto de hacerla crujir – Maldito Milo, no tiene derecho en venir a quitármelo, Camus es mío, yo soy quien lo ama y cuida…

 

- No hables de Camus como si fuera un objeto, eso es un error, además de que es ingrato de tu parte hablar así, sabes bien que no eres un juego para él, Aioria me extraña tu actitud, te estas comportando como un infante malcriado – Saga le retó, Aioros acarició el brazo de su esposo para calmarlo, lo que menos quería es que ellos también pelearan.

 

- No me hagan caso, estoy diciendo disparates, pero no puedo sacarme la sensación de que algo paso entre ellos, sino por que más me pediría perdón…

 

- Por dudar, por sentirse confundido y con eso sentir que te traiciona… Camus es demasiado leal a sus convicciones, no dudes, él jamás te traicionaría.

 

- Solo quiero que esta pesadilla termine, quiero despertarme y verlo a mi lado, acariciarlo, amarlo… Ya no se vivir sin Camus, no lo sé – Se llevó la botella a sus labios, y la vacío de un solo trago.

 

- Ve a tu Templo Aioria, date un baño y abrázalo, sácate tus dudas y las de él… Todo se solucionará – Le dijo su hermano.

 

El menor dejó la botella sobre la mesa, y algo tambaleante se levantó de su silla, saludó a la pareja y se perdió de la vista de ambos.

 

Saga se quedó viendo por donde se había ido, con el semblante preocupado. Conocía a Camus, estaba seguro que jamás lo engañaría, pero también temía que su amigo terminara con el castaño, para volver con Milo. Nadie tomaría bien algo así, sería un desastre realmente.

 

Aioros se le pegó por detrás, abrazándolo posesivamente, besando sus cabellos.

 

- No me dejes nunca Saga, nunca, nunca – Le dijo, apretándolo más contra su pecho. Los miedos de su hermano eran tan palpables que había terminado por contagiarlo.

 

Saga sonrió, se dio vuelta y lo besó con fogosidad y amor.

 

- Nunca, nunca – Repitió el gemelo – Prefiero morir a vivir sin ti – Ambos se sonrieron, y encaminaron a la habitación para demostrar todo el amor que compartían.

 

Aioria caminaba automático, sin prestar mucha atención por donde iba, solo pensaba en llegar a su casa, y encontrar a Camus allí para hacerle el amor hasta desfallecer, demostrándole así, que lo amaba con locura.

 

En la oscuridad de cierto Templo tropezó, el mareo era notable, estaba demasiado ebrio. Milo lo sostuvo antes de que cayera, le había parecido extraño verlo pasar por allí a esas horas y en ese estado, por lo que le siguió atinadamente, y gracias a sus reflejos, evitó que el castaño cayera al suelo.

 

- Ten cuidado Aioria, ¿estás ebrio? – Se sorprendió el rubio.

 

- Te gustaría ¿No? Desgraciado, ¿Qué más quieres quitarme? – Se separó bruscamente de su contacto. Milo no entendía su actitud.

 

- ¿Dé qué hablas?

 

- De Camus, de sus dudas, de su confusión… ¿Se acostaron? ¿Se besaron?

 

- Aioria, estas borracho y dices estupideces, Camus no te engaña conmigo ni con nadie… Él te ama – Dijo triste.

 

Aioria lo sorprendió cuando se le abalanzó tomándolo del cuello, levantándolo en el aire, apretando el agarre fuertemente, impidiéndole la respiración al otro griego.

 

- Eres un miserable, ¿Qué le has dicho a Camus para hacerlo dudar? No tienes derecho de apartarlo de mi lado ¡No lo tienes! – Decía enfurecido.

 

Milo hacía esfuerzos para quitárselo de encima. Levantó su puño y asestó un fuerte golpe en sus costillas, produciendo que Aioria se arquee y lo suelte.

Milo tomó varias bocanadas de aire, y lo miró fúrico.

 

- ¡Estas loco!

 

Y tal vez fue la rabia o la impotencia que tenía, tal vez los celos que le tenía a Milo por pensar que seguía teniendo el amor del pelirrojo. Tal vez el odio y el miedo que le inundaba el alma, pensando que Camus se alejaría de él. No lo supo, pero lo golpeó, le reventó su puño en el rostro, para que Milo saliera disparado contra la pared.

 Milo se levantó encolerizado y lanzado de rabia, cegado de dolor y celos, lo golpeó, para comenzar con una penosa batalla entre golpes, insultos y el amor que sentían por el mismo hombre.

Aioria le lanzó su relámpago de voltaje, y Milo le asestó cuatro agujas escarlatas.

El castaño logró someterlo contra el piso, le agarró los cabellos con fuerza, y estrelló la cabeza varias veces contra el suelo, dejando atontado al rubio.

Milo miró sobre su hombro y frunció el ceño por el extraño brillo en los ojos oscuros de Aioria. El castaño se acercó a su oído.

 

- Debería violarte aquí y a ahora, desgarrarte el culo para que nunca más sientas ganas de acostarte con el novio de otro – Le dijo con una voz que desconocía hasta ese momento.

 

La saliva se le escurría de entre las comisuras de sus labios, al igual que un poco de sangre, el ateniense estaba poseído por el temor. Milo abrió enormes sus ojos, jamás pensó escuchar algo semejante de Aioria.

 

Impulsó su cabeza hacia atrás, golpeando el rostro de Aioria, y así zafarse de la presión del otro.

 

- Eres un enfermo… dejaré pasar esto porque estás ebrio y no sabes lo que dices, vete de mi Templo, yo no me acosté con Camus, ya te lo dije ¡Él jamás te engañaría! – Lo pateó, Aioria salió despedido hacia la salida del Templo del Escorpión – No seré tan benevolente la próxima vez, ahora vete, y báñate, Camus no se merece verte en ese estado – Y se metió al interior de su casa sin esperar a que el castaño respondiera.

 

Aioria estaba arrodillado, cerró sus ojos y con el dorso de la mano, limpio los restos de saliva y sangre de su rostro. Apretó sus puños y golpeó el suelo varias veces, harto. Se encontraba harto de todo. Respiró hondo y se fue de ahí.

 

Le pareció extraño encontrar su Templo tan oscuro y en silencio, Camus tal vez dormía. Fue hasta su habitación y el pelirrojo no se encontraba allí, decidió primero darse un baño y lavar la humillación, luego iría a la biblioteca, tal vez Camus se había quedado dormido mientras leía.

Lavó y talló con fuerza su cuerpo, se sintió mucho mejor después de eso, se colocó un fino pantalón solamente y fue a buscar a Camus.

 

- ¿Camus? – El francés no se encontraba en la biblioteca, Aioria suspiró – ¿Dónde estas mi amor?

 

**********

 

- ¿Por qué no me lo dijiste? – Su voz era calmada, pero se notaba cierto reproche y temor.

 

- Pensé que no sucedería tan rápido, deseaba mucho verte ese día, pero ya estoy cansado, he extrañado demasiados años ya, es hora de regresar con tu madre – Charles, hablaba casi susurrando, desposeído de su siempre animado timbre de voz.

 

Camus había salido como rayo del Santuario y abordado el primer avión hacia Francia, no había dado explicaciones a nadie, no le importaba recibir una sanción por parte del Patriarca, no pensaba en nada más que su padre. La enfermera personal que cuidaba de su padre le había llamado a escondidas del francés mayor, porque su salud había empeorado mucho, y temía lo peor.

Hacía casi tres meses, al padre de Camus le habían declarado su cáncer. La metástasis había comenzado con unos lunares sospechosos, pero para cuando acudió al medico, ya era demasiado tarde, siendo muy poco lo que se podía hacer por el hombre. Entonces Charles decidió vivir lo que le quedaba, había rechazado rotundamente los rayos y las quimioterapias, no se sometería a químicos para alargar lo que el consideraba, sufrimiento. No se podía permitir dejar un cuerpo deteriorado y un hijo destrozado. Camus sufriría, pero era mejor así, de una vez, y estaba seguro que su hijo entendería su posición.

 

El hombre se encontraba en su residencia, los médicos habían dispuesto los aparatos y monitores necesarios para hacer de sus últimos días, más amenos. La vía intravenosa le suministraba el suero y la morfina, el opiáceo era lo único que menguaba un poco el dolor.

 

- Debiste hacerlo, debiste decirme, pudimos haber hecho algo más… No lo consiento, ¡eres un egoísta! – Le dijo al borde del llanto. Su padre no se inmutó ante el aparente arranque de furia que tenía su hijo. No era más que una pantalla para ocultar el dolor.

 

- Me enteré demasiado tarde, hijo, he vivido muchos años, más de lo que pesaba, incluso tú fuiste un milagro entre nosotros, habíamos pasados tantos años intentando tener un hijo… Y las esperanzas se perdían a medida que nuestras edades avanzaban... – Sujetó la mascarilla para inhalar un poco del oxigeno que él poco a poco comenzaba a dejar de producir – No sabes lo inmensamente feliz que fuimos cuando tu madre te tuvo, fue una noticia en aquel entonces, debido a que tu madre ya contaba con cincuenta y seis años… y bueno yo tenía mis sesenta y tantos – Sonrió –  Lloramos una semana entera cuando naciste, de felicidad…

 

Camus se le escapó una lágrima que limpió rápidamente. Conocía la historia de sus padres, y la enorme tristeza que tuvieron cuando un fallo cardíaco se llevó la vida de su madre, cuando él apenas tenía tres años. A veces se sentía de lo peor al pensar que no la recordaba, que no recordaba su voz, su olor, ni siquiera el color de sus ojos… El cabello era rojísimo, como el suyo.

                                                                                                                                           

- No quiero que mueras, no ahora que te necesito más que nunca – Apretó la mano que desde hacía rato sujetaba entre las suyas.

 

- No, tú ya eres todo un hombre, hijo mío, nunca necesitaste de mí, porque eres fuerte, y sobreviviste a condiciones que ni hasta el hombre más valiente podría. Y mírate mi hijo, un Santo de Athena, portador de una Armadura Dorada, siendo de la elite… Eres mi orgullo Camus, siempre lo has sido, y siempre lo serás… No me necesitas, porque sabes bien que debes hacer, ya tomaste tu decisión… Y yo desde arriba te estaré apoyando – Su pecho se contraía y relajaba en cortos movimientos, marcando el esfuerzo que le estaba costando hablar.

 

- Siempre les dije a mis alumnos que los sentimientos en un Santo no podían existir. Que sí querían ser fuertes, los sentimientos debían ser borrados, debían cortarse para liberarse de esa atadura… ¡Estaba tan equivocado padre! ¡Los sentimientos son lo que hace a las personas fuertes! Son los sentimientos lo que nos mueven a derribar cualquier obstáculo y superar los límites… Son los sentimientos lo que nos hace crear milagros – Dijo ya no conteniendo su llanto, el hombre que yacía en la cama también lo hacía, silenciosamente esas lágrimas caían de los agrietados ojos azules de Charles.

 

- Me alegra tanto escucharte decir eso… Entonces Camus ¡Lucha! Lucha por ese sentimiento, y busca al hombre que amas, sincérate y comiencen su vida juntos – Camus se acercó al rostro de su padre, porque su habla era casi imperceptible – Los miedos, las dudas son parte de una relación, pero si el amor es más fuerte, vencerá hijo. Deja de luchar con esos demonios de tu pasado y sigue adelante con tu hombre… Hiciste una buena elección.

 

- Papá... – El agarre de Charles se hacía cada vez más débil, y su respiración era cada vez más escasa.

 

Miedo.

 

- Solo me lamento no poder verte ese día dar el si, y ver tu felicidad, pero me voy conforme. Mi hijo estará bien cuidado, de eso no tengo ninguna duda.

 

- Papá… Todavía no…

 

Dolor.

 

- Tu madre también esta orgullosa de ti, dice que te ama más que a nada en el mundo, y que siempre estuvo a tu lado para cuidarte…

 

Negación.

 

- Basta, por favor, debes descansar…

 

Ira.

 

- Si Camus, es hora de descansar… Te amo, se feliz…

 

Desolación.

 

Charles cerró sus ojos para siempre, dejando un vacío en el pecho de su hijo, mientras exhalaba su último aliento y deshacía el agarre. Camus apretó más su mano y beso su frente, rompiendo a llorar como no recordaba haberlo hecho nunca.

 

La enfermera ingresó alarmada, he hizo llamar a los paramédicos, pero todo era en vano. Charles-Albert Lefebvre había fallecido.

 

Camus preparó a su padre con su mejor traje, su voluntad era la cremación, así lo había dejado escrito en su testamento, donde además dejaba todo a su hijo.

Después de unas cortas palabras de un sacerdote, el cuerpo fue llevado al crematorio, y colocado en el horno. Camus esperó con toda la entereza que lo caracterizaba. Dos tortuosas horas después le entregaron la urna con las cenizas de lo que alguna vez fue su padre.

Regresó a la casa que lo vio nacer, y colocó la urna junto a la de su madre, que se hallaba en un salón privado de la casa. Era un jardín de invierno, con sus paredes de cristales y techo deslizable, las urnas se encontraban en una especie de cajonera empotrada en la única pared de cemento. Camus abrió la pequeña puerta de cristal de la caja y coloco allí la urna, la cerró… Ahora ambos volvían a estar juntos.

Era increíble la serenidad que había mantenido en todo momento, pero era solamente para cumplir la voluntad de su padre. Camus se prometió ser feliz junto a la persona que volvía a elegir…

 

Antes de marcharse dio algunas órdenes a los sirvientes de la casa, quería que la mantuvieran limpia y viva, como cuando su padre vivía. No la vendería, era su casa, y algún día regresaría a ella, mientras tanto, esas personas la mantendrían…

 

Debía llegar al Santuario de inmediato, Aioria seguramente lo estaría buscando por cielo y tierra. Además debía hablar con él… Esperaba una vez más, que todo salga bien.

 

Se envolvió en cosmos y salió despedido hacia Grecia.

 

**********

 

Aioria por poco y destruía la Sala del Patriarca. Se encontraban reunidos junto a Aioros, Saga y muy a su pesar, Milo. Shion le pedía que se calmara, pero estaba enloquecido, Camus había huido y nadie sabía de él.

 

- Creo que deberías hacerle caso a Shion, no ganas nada con ponerte en ese estado.

 

- ¡Claro! Lo dices porque no es Saga quien desapareció – Le gritó a su hermano, el gemelo se incorporó de su silla y estoico como era, le propino un golpe – ¿Por qué hiciste eso? – Le recriminó sobándose la mejilla adolorida.

 

- Para que reacciones y te tranquilices, pareces un crío…

 

- Saga… Debes comprenderme…

 

- Lo hago, pero eso no te da derecho a ser un impertinente con tu hermano, sólo queremos ayudarte.

 

- Lo sé – Dijo apenado.

 

Miro observó nervioso hacia la puerta del salón ¿Nadie se había percatado? Volvió su vista a los presentes, y su mirada se cruzó con la de Saga ¿Él se dio cuenta? Notó como el gemelo mayor le hacía un imperceptible movimiento afirmativo. Volvió a observar a los demás, Aioria daba vueltas en el salón, su alterado estado le impedía siquiera sentir la presencia de su hermano a su lado, y Aioros preocupado por el León, estaba en las mismas condiciones.

 

¿Shion? Viró su vista al Patriarca, y antes de poder reaccionar, ya le había dado la orden.

 

Ve.

 

Lo que los tres habían sentido era el cosmos de Camus aterrizar con fuerza en el Santuario, y por lo que se sentía, caminaba deprisa escaleras arriba… Seguramente buscando a su novio.

 

Milo se incorporó de donde estaba sentado, quiso decir algo, pero una mirada de Shion le bastó para salir en silencio.

En cuanto las puertas se cerraron tras de sí, comenzó a correr en busca de su amado. Algo había sucedido, su aura se sentía sumamente triste, pero a la vez serena, decidida.

 

Estaba entre Leo y Virgo, Camus no había hallado a su prometido en el quinto Templo, por lo que siguió camino, con destino a Sagitario, pensando que Aioria se encontraría allí.

Su pulso se aceleró y su respiración se agitó en cuanto vio a Milo correr hasta él, al rubio no le hicieron falta palabras, en cuanto lo tuvo entre sus brazos, lo apretó para contenerlo y dejar que el pelirrojo se desarmara en su brazos, llorando como un niño perdido, gimiendo y gimoteando cuando las lágrimas comenzaban a ahogarlo.

Camus se prometió que esas serían sus últimas lágrimas de dolor… A partir de ese momento, sólo lloraría de felicidad.

 

- Mi padre falleció – Dijo, Milo lo estrecho más, protegiendo la debilidad del francés.

 

- Lo siento tanto – Le dolía ¡Vaya que le dolía! Charles había sido como un padre para él, y se sintió un miserable recordando lo mal que se comportó en su presencia la última vez. De saberlo, otra sería la historia.

 

- Estaba enfermo, no quiso decirme, anoche se fue en paz – Se abrazó al griego, Milo sentía unas ganas tremendas de besarlo pero no podía…

 

- Camus…

 

El galo levantó la vista, encontrándose con las apagadas esmeraldas de Aioria. Milo deshizo el abrazo con suavidad.

 

- Aioria…

 

- No digas nada por favor… Sólo… – Apretó sus ojos – Sólo se feliz… – Y se marchó.

 

Aioria avanzó pasando por su lado, no quiso mirar atrás y poco a poco comenzaba a perderse de vista. Camus lo observó y después desvió la mirada hacia Milo.

Era momento de ser sincero, ninguno de los tres se merecía un momento más de falsedad. Él había tomado una decisión, y esa era la correcta. Lo amaba, estaba loco por él y aunque en su corazón siempre guardaría un cariño especial por Milo… Era al castaño a quien Camus amaría por el resto de su vida.

Los ojos del pelirrojo brillaron con su revelación, y Milo sonrió satisfecho. Si Camus era feliz, le bastaba, no sería un estorbo en su relación.

 

- Ve – Le dijo con lágrimas en sus ojos, pero con una sonrisa en sus labios, Milo estaba dejando ir lo que más amaba en este mundo – Ve, no dejes que piense cosas que no son, Camus, te amaré siempre, por favor, se feliz – Y lloró.

 

- Gracias, gracias por ser como eres, siempre te llevaré conmigo, aunque ya no sea de la misma manera, solo atesoraré los buenos momentos – Camus lo abrazó por última vez.

 

Milo se permitió el contacto y aspiró intensamente la esencia del pelirrojo, guardándola en sus sentidos de por vida, luego lo apartó. Un momento más y sucumbiría.

 

- ¡Basta de llorar y busca a ese gato pulgoso! – Le dijo con una enorme y sincera sonrisa. Camus besó su mejilla y corrió escaleras abajo – ¡Camus! – Le gritó antes de que desapareciera, el galo se giró a verlo – Cuando sea el momento, volveré por ti…

 

Camus le sonrió como solo él sabía hacerlo.

 

- Espero que ese momento no llegue pronto – Compartieron unas sonrisas más y el francés desapareció de la vista de un Milo que lloraba y se prometía aguardar aquel día con anhelo.

 

Aioria estaba a punto de ingresar a su Templo, destruido, y es que sinceramente deseaba estar muerto. No soportaría tanto dolor, no soportaría no tenerlo de nuevo. Camus era su todo. Limpiaba las lágrimas con el dorso de su mano, pero era una batalla perdida, las malditas no se detendrían.

Pero cuando todas sus esperanzas se iban en picada…

 

- ¡Aioria!

 

Escuchó la voz de Camus, giró buscando al dueño de tan gloriosa voz, que no le dio tiempo a reaccionar, porque ya lo tenía aprisionado entre el suelo y su cuerpo. Habían caído por el impacto del abrazo.

 

- Camus… ¿Qué haces? – Y el francés comenzó a besar todo el rostro del griego.

 

- Te amo… – Besos en sus mejillas – Te amo... – Besos en el cuello – Te amo… – Besos en la frente – ¡Te amo! – Besó sus labios. El griego correspondió con una felicidad que no le cupo en el cuerpo – Disculpa por ser tan estúpido, disculpa por dejarme llevar por los recuerdos, ya no más Aioria, no me importa nada más si estoy a tu lado… Eres la persona que elegí para acompañarme en la vida – Se incorporó un poco sentándose en las caderas del castaño y tomando su rostro entre sus manos – ¿Aceptas a éste tonto como tu esposo? – Le preguntó con los ojos vidriosos y los labios temblando de felicidad.

 

- Sí ¡Dioses! ¡Sí Camus! – Y lo abrazó contra su pecho, y luego lo besó, el más beso entre los besos…

 

- Discúlpame por desaparecer sin avisarte – Aioria vio como su semblante se tornaba triste – Mi padre falleció anoche – El griego trató de procesar esas palabras, se había quedado atónito.

 

-¿Co…? ¿Cómo? Es imposible amor… él estaba bien – No lo podía creer, y lo sostuvo en sus brazos para consolarlo. Se repudiaba no haber estado con Camus en ese momento.

 

- Nos había ocultado su enfermedad… – Ambos se ayudaron mutuamente a incorporarse del suelo, Aioria volvió a estrecharlo entre sus brazos.

 

- Lo siento tanto mi vida, lamento no haber estado…

 

- Estuviste presente en mi corazón, discúlpame tú por no avisarte… Todo fue muy rápido…

 

- No puedo imaginarme como te sientes – El castaño besó sus cabellos, Camus lo observó intensamente.

 

- Estoy bien, mi padre esta bien ahora… Y sé que él es feliz, al vernos felices a nosotros,  ya no estés triste Aioria, nos tenemos el uno al otro… Sólo eso importa.

 

Entre beso y beso, se fueron perdiendo entre la oscuridad del Templo.

 

**********

 

Milo preparaba sus últimas cosas, después de un exhausto día, por fin tenía todo organizado, nunca pensó que tenía tantos cachivaches.

 

- Siempre huyendo – Se escuchó la voz burlesca – ¿A dónde te iras esta vez?

 

- A Milos… Y es muy probable que no regrese más por aquí, a menos que sea estrictamente necesario… Creo que es lo mejor…

 

- No voy a hacerte cambiar de parecer…

 

- Tendré mis primeros alumnos, ¡podrías darme unos consejos Camus!

 

- ¿Tú con alumnos? Eso me gustaría verlo… 

 

- Será una experiencia nueva y única, deséame suerte – Le sonrió. Camus le devolvió la sonrisa.

 

- Se feliz…

 

Milo acarició su rostro y depositó un casto beso en la mejilla gala. En él iban cargados disculpas, deseos, sueños, despedida y sobre todo su amor.

 

Aquellas habían sido las últimas palabras que compartirían en larguísimos años…

 

**********

 

Apolo en lo alto de la esfera celeste, brillaba con magnanimidad regalándoles a los enamorados el mejor de sus días. El Santuario se vestía de fiesta.

Aioria caminaba del brazo de su hermano, llegando hasta el altar donde Shion y Athena aguardaban. Luego fue el turno de Camus, respiró hondo y tomó el brazo de Saga para ser guiado a la felicidad, aquella con rostro de niño, de ojos grandes, de rizos castaños por doquier, aquella felicidad que le robaba el aliento y lo llenaba de vida, Aioria.

Isaak y Hyoga estaban sumamente conmovidos y felices, todos en el Santuario lo estaban, incluso el gran ausente... Que desde las costas del Egeo les deseaba suerte.

 

- Es con gran honor preceder esta boda, para unir a dos de nuestros más fuertes compañeros. Los Santos de Leo y Acuario han decidido unir sus vidas, y junto a Athena, nuestra Diosa, bendecimos dicha unión, para que la fuerza y la sabiduría siempre los acompañe – Habló Shion. El pequeño Filippo llegó con toda su galanura envuelto en un traje de frac color negro digno de reyes. Llevaba el cojín con las alianzas.

 

Aioria tomó una y se la colocó a Camus.

 

- Camus, prometo honrarte en las buenas y en las malas, tanto así como en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe… Me has hecho más feliz de lo que jamás pensé ser, te prometo pasar el resto de mi vida tratando de hacerte sentir de la misma manera. Te amo.

 

Camus no creía que tanta felicidad podría brindar tan solo unas palabras. Pero las palabras no eran el motivo, sino la persona que lo decía. Tomó el anillo restante y se lo colocó a Aioria.

 

- Aioria, prometo honrarte en las buenas y en las malas, tanto así como en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe… Intentaré cada día de nuestras vidas merecer la dicha de tenerte a mi lado. Te amo.

 

Se sonrieron.

 

- Con la bendición de los Dioses, los declaro esposo y… esposo, pueden besarse – Dijo feliz el lemuriano.

 

Y los aplausos no se hicieron esperar cuando el castaño tomó entre sus brazos a Camus y lo besó con pasión.

 

Luego de la ceremonia, se dio lugar a la fiesta, todos animados, comieron y bebieron hasta entrada la tarde. Hubo un momento  conmovedor cuando el francés le dedicó su día y unas sentidas palabras a su padre.

 

Y cuando el Dios le cedía su lugar a su gemela, los recién casados partieron a su luna de miel, comenzando el primero de muchos, muchísimos años de felicidad.

Notas finales:

Bueno primero quiero agracecer a todos lo que leen mis historias y dejan sus lindos comentarios, es un placer realmente escribir sabiendo que es bien recibido.

Espero hayan disfrutado el final, como ya dije, solo falta un pequeño epilogo, lo estare subiendo en estos días.

Sin más, solo agradecer infinitamente.

Nos leeremos en proximas historias!

 


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