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Dieciocho por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

De acuerdo, me desligo de algunos derechos, el décimo cuarto capítulo me pertenece en su totalidad, sólo que el 14vo cuento... ha sido escrito con la cooperación de una personita rara y especial para mi, ya verán a lo que me refiero cuando lo lean.

+ : : DÉCIMO CUARTO CAPÍTULO : : +

Cuando llegaron a la antigua habitación donde habían estado compartiendo las historias que los unían, Dino sintió nostalgia, quería sostener la mano de Hibari para convencerse de que era real y que al fin estaba de regreso en el castillo, sin embargo fue el príncipe quien lo sacó de su ensimismamiento.

—Debiste decírmelo, debí haberte torturado para que confesaras todo lo que sabías.

—Usted se habría divertido con mi dolor, estoy seguro por cualquier forma en que quisiera hacerme confesar –se le acercó, pero Hibari, instintivamente lo rechazó y fue hasta la ventana –¿Me odia, acaso?

—Te detesto, al igual que detesto a todo aquel que me haya abandonado –respondió, y Dino sintió que se le encogía el corazón.

 

—Las circunstancias me orillaron.

—Todos prefieren atribuirle la culpa a factores situacionales mucho antes de asumirla.

—Touché –se rascó la nuca, por un momento dejó verse el Dino patoso de siempre, cosa que hizo sonreír a Hibari sin que el otro lo viera –, ¿quieres que me marche?

 —Has faltado a tu deber por demasiado tiempo, si vuelves a fallar te cortaré la cabeza.

—El honor será mío –murmuró Takeshi, pero Dino sólo le sonrió.

Yamamoto Takeshi se negó rotundamente a dejar el recinto, desde que el cuentista había escapado no existía, ni por asomo, un requiso de confianza, más cuando lo asociaba al maquiavélico hechicero que quién sabe qué planeaba y que desde la entrega del Diario desapareció, alegando deberes en el Bosque.

—Tenemos que continuar con su itinerario, Alteza –dijo el guardián.

—Será después, tengo asuntos pendientes.

—Nada pende más que la seguridad de la Montaña.

—Por eso debes dejarnos –aclaró Dino, cruzándose de brazos.

No habrá día en que Takeshi no maldiga a Dino, más cuando éste regresaba más seductor y peligroso, con una seguridad en sí mismo que ya había visto antes, en el momento en el que propuso el trato que inició todo esto a Hibari.

—Yo valoraré tu información –replicó, Dino se encogió de hombros y regaló un gesto tranquilo al príncipe.

—Tuve que marcharme para reunir gente que pudiera ayudarme –comenzó –, tengo plena confianza en ellos.

—Pero yo no confío en ti –atajó el príncipe, para alegría de Takeshi.

—Ni yo en usted, eso ya lo sabíamos. Creo que no podemos continuar sino hay por lo menos un lazo más fuerte entre nosotros. Soy su aliado, pero –se mesó los cabellos que destellaron a la luz, como oro derretido –yo no sé cómo convencerle que todo lo que hecho es por el bien común.

—Sí, me pregunto eso –recargó su mentón sobre la mano izquierda –. Deberías contarme la historia de ellos –le regresó la fotografía –, me sirvió para encontrar algo que no quería.

—Lo sé –la recuperó y respiró con tranquilidad al tenerla de regreso, resguardándola cerca de su corazón –. Es el único recuerdo que tengo de mi padre.

—Y del mío –agregó Hibari.

Esos gestos de confidencialidad desagradaron al guardián, pero no podía intervenir de más por el momento, ya demasiado tolerante era el príncipe con él.

—No puedo develar esa historia aún, sólo puedo darle mi vida y mis servicios a cambio de su entera confianza.

—Es poco lo que ofreces –se burló.

—Porque es poco lo que tengo. La gente que está bajo mi mando no la he obligado a seguirme, están convencidos de que de alguna manera puedo ser digno líder, de cierto modo la reputación de mi padre me persigue… y me condena su mismo destino –lo miró a los ojos –. Además, estoy seguro de que si le pidiera el Diario –que estaba a un lado del príncipe –, no me dejaría verlo, ¿cierto?

—Una cosa por otra, es lo que propones.

—No, el intercambio no es equivalente –aclaró –. Lo que yo estoy por pedir salta por completo el equilibrio.

Hibari sopesó la situación por unos segundos, asintió en silencio y lo que el cuentista dijo ocasionó perplejidad a los dos.

—Pido su mano en matrimonio.

—Imposible –casi gritó Takeshi, levantándose de un salto –. No tienes ninguna ascendencia real, de necesitarse un matrimonio eres el último de los pretendientes con los que convendría establecer un acuerdo de esa transcendencia.

—Los dos saben ya de quién soy hijo, si nos regimos por los cánones de facto soy el indicado para regir sobre…

—Delincuentes y asesinos –mordió Takeshi —, eres el príncipe de los mendigos.

—Tú y yo no distamos tanto uno del otro –se enojó el rubio.

Hibari, que hasta el momento permanecía distante, se dio cuenta de la silenciosa competencia entre los dos.

—Basta, no necesito luchas internas –los dos se aquietaron –. Te seguirán las ratas de las cloacas –murmuró –, ¿de qué me serviría eso?

—No es por el beneficio que pueda obtener estratégicamente, ni que se aumente el erario, no hay nada de eso. Si debo ser sincero, diré que en primer punto es mi deseo hacerlo mío.

—Tal atrevimiento te costará la lengua…

—Déjalo terminar.

—El segundo, es necesario un matrimonio en el reinado porque se necesita un Rey. Toda la vida ha permanecido en el principado, se te ha llamado Rey por costos consuetudinarios, pero nada más. En el sentido literal de la palabra, eres un hijo de rey, y bajo esa norma,  no podrás ordenar nada en cuando El Consejo se vuelva contra ustedes  –los dos sabían la verdad detrás de ese argumento –, por lo que a lo demás respecta, en cuanto se resuelva el conflicto,  decretaremos la nulidad del matrimonio y las cosas volverán a ser como antes.

—¿Qué nos asegura que después no te harás con el poder?

—Mi palabra no vale nada para ustedes, por lo visto –suspiró de cansancio –, decidan ustedes si prefieren ser traicionados por los suyos o me dejan el trabajo sucio y me encargo de limpiar los curules.

—Llegamos a un acuerdo —dictaminó Hibari.

—¡Pero su Alteza…! –al no encontrar una solución idónea no pudo más que soltar un lamentable –¿Por qué no deja que lo despose yo?

Dino y Hibari le dirigieron toda su atención.

—Es su decisión, alteza –dijo Dino, recuperando el tono con el que un siervo debe dirigirse a un monarca –. Sin importar a quién elija, mi parte del trato sigue en pie, le garantizaré la victoria –se levantó y dirigió hacia la puerta.

—Exijo saber la razón detrás de tu actitud tan arrogante –soltó el príncipe hasta que estuvieron solos –. He soportado tu altanería mucho más que a cualquiera.

—No cómo a él.

—¿Tan desesperado estás que tienes que recurrir a las comparaciones?

—Su Alteza, no es un secreto lo que por usted he sentido desde siempre, he querido arrancarle esa soledad con la que prefiere codearse, sin embargo, en cuanto él llegó ya no me permite seguir a su lado, y eso no lo puedo soportar.

—Lo que empezó con él es un juego.

—Sé que no –hizo una pausa –, no podría perdonarme nunca que él le pusiera un dedo encima otra vez, me volvería loco.

—Tendrás que soportarlo –tomó a Hibird en su mano –. Ya acepté su propuesta.

—… Me encargaré de hacerlo saber.

—No te tortures –sonrió.

—Por lo menos deme ese honor.

 

Hibari no tuvo que pensar mucho, sabía que a sus espaldas se cocinaba la artimaña que Dino dijo; es normal hasta cierto nivel, que los sirvientes detrás de un heredero hagan de las suyas y este momento, en el que estaba por darse una lucha, era el propicio.

Se armó un escándalo dentro de los muros de palacio, sobre todo por quienes menos deseaban tener un Rey en estricta palabra.

A la noche, el príncipe esperó el primer ataque.

—¿Qué ganan con asesinarme? –preguntó.

—Un vacío de poder para sumir a la ciudad en un caos para que yo emerja como salvador.

Pero el salvador fue degollado por Takeshi.

Tanto así ocurrió en la cámara de los concejales, pero por mano de Dino Cavallone.

Los dos rivales, cubiertos de sangre quisieron enfrentarse a duelo, pero el rubio no quería perder más tiempo.

—Cuando todo esto acabe, mi cabeza será tuya.

—¿Hablas en serio? Aunque no necesito tu permiso…

—No, pero te dejará tranquilo y defenderás el decoro que le quitaré –sonrió burlón.

—Pareces muy seguro de que ganarás.

—Tengo momentos de machismo, como todo hombre. No sé tú, pero yo necesito un baño –se alejó por el pasillo.

—Quizá te estoy subestimando –dijo para sí mismo y se dispuso a ordenar las debidas exequias de los traidores. Claro que la noticia de sus muertes quedaría cubierta hasta que el problema con Byakuran fuera resuelto.

Faltaban cuatro horas para que saliera el sol, Hibari permanecía despierto cuando alguien entró sin permiso.

—Todavía sigues siendo nada –pero aun lo recibió en la cama.

—Un par de horas hacen la diferencia –le susurró cerca de los labios.

—Tardaste –le jaló por el cuello.

—Todo el mundo me odiará por lo que te haré –fue recorriendo lentamente el cuerpo del príncipe.

—¿Y eso qué? –rodeó el cuello de Cavallone con ambos brazos.

—Kyōya –lo besó con intensidad –. Sabes que no habrá marcha atrás, y que cuando todo esto termine tú y yo… -dos dedos se colocaron sobre la boca, para silenciar esas intenciones —¿Me podrás amar un día, Kyōya? ­—Le preguntó sensualmente antes de besarle los delgados labios y acercarse hasta que sus pechos se hundieran entre sí.

Le mordió el labio inferior y metió su muslo entre las piernas de Hibari, presionando una zona peligrosa. El moreno lanzó un ligero suspiro. Aún a sabiendas que eso provocaría más a Cavallone. En un segundo, dio vuelta a las posiciones. El rubio se sorprendió cuándo tuvo al lindo Kyōya sobre su cintura con un precioso carmín adornándole las mejillas jóvenes. Señalándose en los labios. Hibari pasó sus delgados dedos, índice y corazón, con sumo cuidado para después besarlos. Un beso dulce y tierno, que por la maldad de Dino se convirtió en salvajemente insoportable. Los pesados jadeos provenientes de la boca del pasivo alteraron la mentalidad insana de manera que la razón ya no tenía cabida en ningún rincón. Las manos de Dino apresaron las nalgas del príncipe con lasciva.

Este emitió un gemido ronco, se mordió los labios, con el rubor encima de él pudo morderle varias veces en la clavícula. Dejando leves marcas de colores lavanda. Después, el rubio fue masajeando el firme pecho del moreno. Tanteando el terreno con sumo cuidado. Hibari comenzaba a jadear. Sus ojos se cerraban y eso aumentaba la satisfacción del activo.

Le comenzó a hablar mientras bajaba lentamente aquella ropa interior y metía dos dedos entre las nalgas del moreno. Le tomó de la mejilla y volvieron a besarse. Dino metía sus dedos en el ano de Hibari, y este se retorcía levemente y apretaba sus labios. –Déjame oírte, la voz me dirá lo que necesita. –Le mordió el cuello y con su boca fue desabrochándole botón a botón. No dudó en succionar los pezones del príncipe con demente decisión. Hibari apretaba con más fuerza sus puños.

Su cabellera negra se perdió en el mar de sábanas. Su lozano pecho ansiaba ser llenado de nuevo con más besos. Dino se pasó el índice por sus labios propios, dedicando una bella imagen al pasivo, que se armó de valor para ir a robarle el más deseoso de los besos.  La tensión se recuperó en cuestión de medio segundo. Dino cargó rápidamente a su amado y lo puso sobre su hombría ya desnuda.

Como dos piezas nacidas para embonar en una armonía increíble. El menor lanzó reclamos, había sido casi injusto. Su respiración apenas sí se recuperaba del grito. Le levantó de nuevo para que se ensartara en aquel pedazo de carne grande y caliente. Le juró, entre lujuriantes palabras, que le haría recuperar el placer. Retornándolo con suma calma, se brindaba sabor al tiempo que obtuvo en su blanca mano, aquel blando pene que había sido abandonado a su suerte.

Sentía que todo dolor le era embargado. Las cosquillas, idiotas pero certeras, recorrían su sistema nervioso como dagas. Su veneno más próximo.

Lánguidamente se dedicaron a besar con una calma que no era para dos animales. Era algo más. Un acto de entrega en el que la pasión no era suficiente. Lo hacían por pasión. Por amor no, los dos eran demasiado idiotas e ingenuos para saberlo.

En cuanto los rayos del sol iluminaron la montaña, la boda se llevó a cabo.

—Todas las piezas están en su lugar –murmuró Mukuro desde El Bosque.

Los tambores y trompetas comenzaron a sonar.

La guerra que habría de iniciar una época oscura en más de un reino, había iniciado.

En ese justo momento, nadie hubiera podido predecir los resultados, tal parecía que sólo los dioses disfrutaban desde el cielo tal masacre.

Nadie hubiera sabido el cruel destino al que se tendrían que enfrentar los protagonistas de esta historia, pero los ciclos forman el ouroboros de esta Montaña.

Mukuro sabía que la sangre vertida sobre la tierra era el sacrificio necesario para abrir la puerta tras la Montaña.

Kyōya sabía la forma de ganar.

Dino… era el único capaz de salvar el reino. Al nuevo Rey.

Al igual que su padre hizo ya una vez hace años.

Porque para terminar con todo esto era necesario…

Continuará.

 

+ : : Décimo cuarto cuento : : +

Las aventuras Denzel.

Estaba Denzel jugando con el destino de su reino, cuando cayó en la cuenta de que para convertirse en Rey, necesitaba una princesa, fue cuando se le recordó su deseó más profundo: quería que la princesa Caramelo fuera su novia, pero la princesa, dijo que no lo sería… a menos que le diera un chocolate que midiera un kilómetro.

Y el príncipe Denzel, dijo Oh No, no tengo tanto chocolate.

Decidió entonces, pedirle un préstamo sin intereses al Rey de Chocolate, que tiene nariz de cacahuate.

El Rey de chocolate dijo:

—Sí, te daré un chocolate que mida un kilómetro, si tú me consigues un algodón de azúcar que llegue hasta el cielo.

Ante semejante situación comprometedora, el Rey Denzel fue a visitar a su antigua amiga, el Hada del Algodón. Le contó su historia y la dulce Hada llamada Naty, dijo que sí, le ayudaría, pero con la condición de que le diera considerable cantidad de diez mil papas fritas.

Denzel, de nuevo quedando a deber, decidió mandar a volar a la princesa Caramelo, al fin y al cabo no tenía tantas ganas de que fuera su novia. El Rey Denzel, bajó de categoría  a príncipe por ser tan codo.

Fin.

Notas finales:

¡Próxima actualización 1 de abril 2015!
Solo quedan 4 capítulos más, así que comenten, me hacen feliztl <3
PD ¿ven a lo que me refería? Ahora escribo cuentos rápidos para niños de ocho años que nada saben del sacrosantroshaoi :v


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