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Ignis Draco por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Bueno, me ha costao pero aqui esta la continuacion, espero que os guste, por que es un poquillo empalagoso y no se si a la pareja le pega mucho.

La pequeña habitación donde estaban, estaba muy caliente para el gusto de Kidd. La cueva ya de por sí era suficientemente cálida con el magma templándola desde del interior de la tierra, pero de todas formas, la habitación en la que estaban ahora mismo, el saloncito que no se usaba demasiado, era una de las habitaciones más cálidas de toda la cueva. Era pequeña, con techos bajos de los que colgaban telas de colores y gruesas paredes de barro amarillento, Kidd no sería capaz de transformarse allí dentro por mucho empeño que pusiera, y sin embargo, al ser tan diminuta, la pequeña sala conservaba bastante bien el calor. Las esponjosas alfombras de gruesa seda se amontonan unas encimas de otras en el suelo al estilo árabe, y los cojines bordados y mullidos se desparramaban al lado de las mesas bajas y redondas de metal labrado. Todo en aquella cálida habitación estaba inspirado en la remota región de Arabia y hasta el calor que ya de por si tenía la habitación, ayudaba a crear la ilusión.

 

Aún así, a pesar del asfixiante calor del saloncito, Law había encendido el fuego de la chimenea en el centro de la habitación, desde donde se alzaba el humo hasta desaparecer en un agujero en el techo entre las lujosas telas que lo cubrían. Y allí, al lado del fuego, casi cocinandose vivo, Law se encontraba tumbado en el suelo sobre un montón de cojines con una manta encima y un libro entre las manos. Leyendo sin decir nada y claramente cómodo en el horno que le envolvía, como si el calor no le afectase en lo más mínimo.

 

El dragón le observó fijamente desde la distancia. Kidd se encontraba tumbado en un sillón bajo, a una distancia prudente del moreno y aún completamente desnudo tras la última y vigorizante sesión de sexo que habían tenido. Observó como el chico pasaba las páginas con los largos dedos que hacía un rato habían estado sobre su persona sacándole jadeos con una habilidad maestra, observó sus ojos plateados totalmente concentrados en su lectura sobre medicina y cómo de vez en cuando su mano volaba a frotarse la marca del mordisco en su elegante cuello.

 

Su marca.

 

 Curiosamente, a pesar de la ligera excitación que le recorría cada vez que divisaba el moreno tocar la marca, el dragón se encontraba demasiado relajado y tranquilo como para hacer o intentar nada con la tentación que tenía delante. Además, la curiosa escena doméstica que estaban viviendo: ambos relajándose junto al fuego simplemente disfrutando de la compañía mutua, una que podría repetirse en cualquier hogar y en cualquier familia, tranquilizaba una parte de su mente que seguía demasiado tensa con toda la situación. Porque, aunque llevaban toda la semana así, follando hasta bien entrada la noche, comiendo de la mano del otro y durmiendo prácticamente pegados (sobre todo por parte del pelirrojo), sin preocuparse de hacer otra cosa más, y aunque podría ser la situación perfecta en todos los sentidos, a Kidd seguían sin escapársele algunos detalles.

 

Law seguía sin responderle cada vez que le decía que le quería, más bien hacía todo lo contrario, solo se tensaba y se encerraba en sí mismo sin prácticamente hablarle ni responder. Kidd no sabía qué pensar, la situación claramente estaba avanzando, prácticamente hacían todo juntos, comían, se bañaban, dormían... pero aún seguía sin llegar a ser suficiente, Kidd seguía sin estar satisfecho, la barrera seguía estando ahí. El sexo era maravilloso, por supuesto, nunca había tenido una pareja que fuese como Law, que respondiese a cada caricia con aquellos intensos gemidos o que simplemente pareciese estar hecho para que él le tomase, para que le besasen, abrazase y cupiese perfectamente entre sus brazos, y, aunque claramente ambos parecían estar satisfechos con la situación, sin prácticamente intercambiar otra cosa que no fuesen gemidos a lo largo del día, sin hablar y evitando cualquier tema controvertido, sólo teniendo sesión de sexo tras sesión de sexo, Kidd no podía evitar querer algo más del moreno.

 

Y por eso es que el pelirrojo había decidido hacer algo por Law.

 

Una sorpresa o algo que le gustase y pudiese darle al fin el último empujón para que dejase de encerrarse en sí mismo y le correspondiera, para que por fin aceptase sus sentimientos y concluyese el vínculo que ahora era más que evidente entre ellos. Para que al fin le aceptase. Por lo tanto debía ser algo que le hiciese inmensamente feliz y le pusiese una sonrisa en la cara. El movimiento definitivo. Pero a la vez debía ser una declaración de intenciones, algo que le dejase totalmente claro al moreno que iba en serio, que no estaba bromeando ni que aquello era una aventura. Necesitaba demostrarle que podía confiar en él y que nunca le haría daño, porque internamente sospechaba que ese era el problema que tenía el moreno: que no confiaba en él en lo absoluto, que cuando le decía que le quería Law solo veía mentiras y falsedades y que por eso huía del pelirrojo por mucho que insistiese. Simplemente no le creía y sus palabras le hacían más daño cada vez que las repetía.

 

Así que necesitaba un regalo.

 

Desgraciadamente Kidd no sabía qué darle, claramente los regalos de la última vez no habían funcionado como quería, el moreno no parecía querer nada material o al menos nada que él pudiese ofrecerle. Había pensado también en sacarle de la cueva, en llevarle al pueblo como le había pedido la última vez, pero Kidd aún seguía demasiado reticente a aquella idea. No quería arriesgarse en los más mínimo ahora que el vínculo comenzaba a establecerse y aún seguía demasiado débil, no quería volver a despertar viejos problemas y que todo se fuese a la mierda en meros segundos. Además, ahora que estaban llegando a aquel momento crucial en su relación en el que el vínculo estaba a punto de establecerse cuando Law por fin le aceptase, Kidd estaba al límite, demasiado posesivo y sobreprotector con el de ojos grises, con su instinto gritándole que le follase, le convenciese y cerrase el vínculo cada pocos minutos. Y Kidd por lo tanto no sabía cómo podría reaccionar si encontraba a Law hablando o en mera compañía de otra gente que no fuese él mismo, si le veía sonriendo o bromeando con alguien que no fuese él.

 

Así que no, hasta que no se formase el vínculo y ambos confiasen plenamente en el otro, hasta que Kidd no supiese que Law no intentaría escaparse y que no iba a sufrir ningún daño, el dragón no le sacaría de la cueva y le expondría los peligros del exterior.

 

Kidd sabía que estaba poniéndose paranoico en aquel sentido. Prácticamente trataba a Law como si fuese de cristal y no le dejaba hacer prácticamente nada, Law le estaba empezando mirar mal y Kidd empezaba a sospechar que el argumento de que "había destrozado su cocina" y que el dragón usaba cada vez que el chico protestaba por su presencia a su lado, había dejado de ser válido hacía tiempo. Pero no se podía evitar. Siempre era así. Las parejas que iniciaban el apareamiento se volvían demasiado sobreprotectoras e irritables con los extraños mientras se formaba el vínculo, la magia hacía su efecto y lo único que importaba era conseguir a la pareja por encima de todo. El problema era que el sentimiento de protectividad iba aumentando cada día para que ambos llegasen al límite y llegase un momento en que no pudieran resistirse más al vínculo, a lo inevitable. Había hombres que habían matado a su familia cuando habían encontrado a su pareja con su padre o con su hermano, la posesividad y el instinto siempre enloqueciendoles hasta que el final el vínculo se establecía y ya no había vuelta atrás ni se podía escapar de la otra mitad y por lo tanto dejaban de existir las amenazas.

 

Ese era siempre el problema, si una de las dos partes de la pareja no sentía el vínculo, la otra podría volverse loca esperando a que se estableciese mientras la posesividad y necesidad de proteger al otro llegaban hasta lo insano. Kidd sentía ya los sentimientos en su interior, sus emociones multiplicadas por mil como si fuera una mujer con la puñetera regla. Sabía muchas veces que no estaba actuando racionalmente, sobre todo en el sexo, marcaba a Law a mordiscos y chupetones posesivos, le tomába una y otra vez hasta que el chico caía inconsciente por el placer del vigésimo orgasmo de la noche con su nombre en sus labios y el olor del dragón cubriéndole por completo, pero aún así quedaba mucho para llegar al punto de locura y estallar.

 

De todas formas cuanto antes se estableciese el vínculo mejor y más tranquilo estarían ambos. Kidd dudaba que pudiese mantener el ritmo que estaban llevando mucho más tiempo y estaba empezando a preocuparse por la salud del moreno, no sabía si alguien podía morir por excesivo sexo, pero seguramente ellos no iban a tardar mucho en descubrirlo.

 

Por eso tenía que pensar en un maldito regalo decente. Kidd volvió a observar al moreno leer el viejo y amarillento to pergamino, volvió a observarle chuparse un pulgar para pasar la página y cómo su mano volvía a frotar inconscientemente la marca que le había dejado en su cuello hacía un momento. Al instante su sangre se calentó estúpidamente aún más de lo que ya lo estaba por el calor de la habitación, y su pulso se aceleró queriendo acercarse al moreno y volver a tomarle allí mismo en el suelo, quiso volver a sentir su boca contra la suya, volver a escuchar sus suplicas y saborear su suave piel dorada con su...

 

Y entonces tuvo una idea, bueno, no sabía si se podía llamar aquello un plan y no sabía si funcionaria del todo, pero era algo que Kidd había querido hacer desde hacía unos días y aquel era el mejor momento al que podía esperar.

.

.

.

Law tanteó a ciegas la densa oscuridad que le rodeaba dejándose guiar por el dragón. Con la venda sobre los ojos Law paseaba por la cueva del dragón perdiéndose cada vez más en los recovecos de la inmensa caverna sin absolutamente ninguna referencia que le guiase. Aunque se quitase la venda no había ni la más mínima luz y no se escuchaba el más mínimo sonido aparte de sus pasos y los del dragón contra el adoquinado suelo de piedra. El aire allí abajo era cada vez más denso, típico de los sitios que llevan años sin ser pisados ni explorados, y aquello era simplemente inquietante para un exorcista como él, entrenado para estar siempre alerta.

 

Law apretó la mano de Kidd que le guiaba silenciosamente en la oscuridad sintiéndose ligeramente preocupado. No veía, oía, ni sentía nada, era la primera vez que se dejaba vendar los ojos y se debaja conducir a ciegas en la oscuridad, la primera vez que se forzaba a confiar en alguien de tal forma,la primera vez que se encontraba totalmente indefenso y a merced de uno de sus enemigos por voluntad propia. Y aún así no tenía el más mínimo miedo ni duda, aún así había confiado en el dragón totalmente cuando este le había puesto la venda sobre los ojos diciéndole que quería enseñarle una sorpresa y, le había conducido por una parte de la cueva que no recordaba haber pisado nunca. Es más, cuando ya había aceptado y había tenido que aguantarse con la venda sin poder quitarsela, había surgido en su mente la terrible curiosidad. Curiosidad que había ido aumentando cada vez más y más hasta que una ligera luz se coló entre la tela de la venda y Law no pudo contenerse más y volvió a preguntar por decimoctava vez:

 

— ¿Dónde vamos?—y el eco de su voz se expandió al instante en el silencio del lugar con un aire macabro.

 

Kidd sin embargo rió enfrente de él y se paró de repente haciendo que Law chocase inevitablemente con su fuerte espalda, luego, el pelirrojo tiró de su mano hasta tenerle a su lado, y entonces, mientras Law intentaba no tropezarse con las rocas del suelo invisibles a sus ojos, Kidd le alzó por los aires tomándole en brazos cual damisela en apuros.

 

 —Ten un poco más de paciencia—dijo la voz del dragón justo enfrente de su cara.

 

Aquello era bastante frustrante, Law quiso quitarse la venda para observar al dragón, para perderse de nuevo en aquellos extraños ojos dorados o fruncir el ceño ante la sonrisa arrogante que sentía en su boca, pero entonces Kidd empezó a andar con él en brazos acercándose a la luz amarilla y brillante y desviando todo pensamiento de su mente. Law entonces,volviendo al mundo y dándose cuenta de lo que pasaba, se resistió e intentó soltarse del humillante agarre intentando volver a plantar los pies en la tierra como el hombre orgulloso y perfectamente sano que era. No iba a tolerar que le tratasen como a una pequeña niña como últimamente el dragón se empeñaba en hacer, pero Kidd al instante le apretó contra su pecho y volvió a besarle intensamente mientras seguía andando sin inmutarse y sin dejarle la más mínima posibilidad de bajarse.

 

—Suéltame — ordenó Law jadeando cuando el otro se separó de su boca al cabo de un largo rato, pero aún así habiendo dejado de resistirse en cuanto el beso había empezado. Había algo en los besos del pelirrojo que simplemente cortaban su tren de razonamiento.

 

—No, estate quieto, como te caigas y toques el suelo puedes hacerte daño—le explico Kidd rápidamente depositando aun rápidos besos sobre su boca.

 

Law en respuesta a sus palabras se revolvió entre sus brazos ligeramente inquieto por el lugar dónde le estaba llevando el pelirrojo. ¿Por qué no podía pisar el suelo? ¿Acaso había serpientes? ¿Y por qué Kidd sí que podía? Aun así obedeció, no volvió a quejarse y solamente rodeó el cuello de Kidd con sus manos recostándose contra su cuerpo pacientemente intentando mantener a raya su maldita curiosidad. La luz se fue haciendo entonces más brillante mientras se acercaban a lo que parecía ser una enorme cavidad, por lo que podía escuchar del eco de los pasos de Kidd contra el suelo, un ligero calor y olor a quemado empezaron a rodearle y Law empezó a preocuparse ligeramente por lo que estaba pasando. Podía confiar mínimamente en el dragón después de la semana que habían pasado juntos, pero todo el mundo tenía un límite y su instinto ahora mismo le estaba gritando “peligro” hasta casi quedarse afónico.

 

— ¿Kidd?—preguntó el exorcista cada vez más tenso.

 

 —No pasa nada—le respondió el pelirrojo rápidamente, frotando su nariz cálidamente contra su cuello intentando tranquilizarme —sólo queda un poco más—

 

Law no dijo nada pero pegó un ligero salto cuando un ligero siseo, como de algo quemándose llegó a sus oídos desde abajo y una oleada de calor le golpeó intensamente. Ardiendo. Prácticamente quemándole la piel de lo caliente que estaba el aire que le rodeaba. Aún así Law no dijo nada y solamente dejó que Kidd siguiese llevándole, aguantando a duras penas el absurdo calor. Al cabo de lo que parecieron varios minutos, el siseo a sus pies se detuvo y el calor desapareció repentinamente siendo sustituido entonces por el brillo cegador y el sonido de algo metálico sonando a cada paso que daba Kidd. Law frunció el ceño preguntándose por decimocuarta vez dónde estaba. Kidd no le había dicho nada a pesar de su insistencia y no tenía ninguna pista para adivinarlo por lo que estaba totalmente perdido en el entorno y no sabía realmente qué esperar. Mientras Law seguía dando vueltas en su cabeza, Kidd al fin se detuvo y entonces, con cuidado, el dragón volvió a dejarle en el suelo. De nuevo el ruido de algo metálico se esparció por el lugar rompiendo el silencio y el extraño rugido que les envolvía pareció aumentar malumorado.

 

—Ya hemos llegado—anunció Kidd a sus espaldas ayudándole a mantener el equilibrio en el desconocido lugar con una mano firme en su cintura.

 

Law, al escuchar sus palabras, rápidamente se llevó las manos a la venda en sus ojos demasiado curioso como para mantenerla allí un momento más. ¿Qué sería? ¿Por qué tanto misterio? ¿Acaso sería algo malo? Desgraciadamente, antes de que pudiese hacer nada, Kidd le detuvo anticipando sus movimientos y riendo divertido por su impaciencia. Law sabía que se estaba comportando como un niño pequeño con todo aquel juego, pero no lo podía evitar, siempre habia sido asi, y ademas, lo que tenía delante debía ser importante ya que el otro, en vez de abalanzarsele encima cuando le había puesto la venda en los ojos, y como Law internamente había estado esperando, le había conducido hasta allí sin siquiera dedicarle uno de sus comentarios subidos de tono. Y para que el otro no se le tirase encima después de aquel claro gesto de sumisión de su parte, todo aquel numerito debía ser algo importante.

 

—Deja que yo lo haga—pidió el dragón con una sonrisa feliz en su voz levantando sus manos hasta la pequeña cinta de seda que tapaba su visión.

 

Law obediente y queriendo evitar una discusión que alargase las cosas, se quedó quieto mientras el dragón le desataba el nudo de la venda con tranquilidad, rozando con los dedos la piel delicada en su nuca y poniéndole de nuevo la piel de gallina a cada segundo. Law se mordió el labio inquieto mientras el dragón deshacía el último nudo y mantenía la venda sobre sus ojos en el momento final.

 

— ¿Preparado?—se metió con el dragón sabiendo de sobra la impaciencia que tenía.

 

Law gruñó cabreado.

 

—Quítamela de una vez—se quejó impaciente.

 

Y entonces la ligera tela sobre sus ojos desapareció y Law parpadeó acostumbrando sus ojos al brillante entorno que le rodeaba. Por un momento no entendió lo que vio, aquello era demasiado intenso, demasiado brillante y simplemente imposible. No podía estar viendo aquello, era absurdo que algo así existiese. Luego su mente hizo la asociación y tuvo que aceptar lo que veían sus ojos.

 

Law se quedó con la boca abierta.

 

Montañas del tesoro más grande del mundo se esparcían hasta dónde alcanzaba la vista.

 

Oro, plata y joyas preciosas se amontonaban en montañas altas que llegaban hasta prácticamente el techo de la enorme cueva. Coronas danesas, yuanes chinos, dinares árabes o rupias rusas se mezclaban en el suelo en montones dorados y plateados, colgantes de nacar griego, de coral o de enrevesados diseños en plata se derramaban desde cofres de madera rosa de dalbergia o de baúles de !mármol naranja con vetas rojas, copas de todas las formas y tamaños brillaban de la forma más pura que nunca había visto, había estatuas en bronces de imperios olvidados hacía siglos, ánforas repletas de ámbar milenario y cuadros de pintores aclamados en su tiempo. Había anillos con diamantes del tamaño de puños, armarios de roble con intrincados dibujos en oro repletos de sedas chinas de brillante color rojo de la realeza, había tronos de oro forjados por los enanos, había espadas largas y elegantes de los elfos del norte y incluso deformados tridentes y copas hechas de calaveras humanas de demonios y seres del infierno y forjadas con metales malditos que desprendían una tonalidad rojiza sangre. Cada única pieza de aquella sala, cada moneda de cada montón de objetos y cada pendiente de los arcones de joyas, tenía un valor económico e histórico tal, que ni varios países podrían pagarlo ni con años de explotar a su gente.

 

Y todo aquella maravilla estaba al alcance de su mano.

 

Law dio un paso hacia el oro atontado y se arrepintió al instante de hacerlo cuando pisó las monedas chinas con sus viejas y destrozadas botas. El moreno paseó su vista por el impresionante escenario ante sus ojos fijándose entonces en los libros metidos a duras penas en cajones y armarios, en los códices de iglesias medievales con los impresionantes dibujos en vivos colores y enrevesadas letras con salmos de iglesias o viejas hazañas gravados en sus páginas. Se fijó en los pergaminos de Grecia y Roma con conocimientos sobre biología y astronomía hacía tiempo olvidados y repudiados por la iglesia al contradecir las teorías de dios, había tomos de gruesas cubiertas de cuero quemadas por el sol del desierto, había tablas de barro con inscripciones mesopotámicas y hojas con inscripciones de idiomas que Law desconocía absolutamente. Había pequeñas piedras con escrituras mayas de enrevesados dibujos que representaban dioses, runas australianas grabadas en marfil y pequeños libros del Corán con la elegante letra árabe apelotonandose entre las páginas. Tablillas chinas compiten contra las japonesas con los incomprensibles kanjis y con las coreanas de redondeadas letras. Había libros de historias más antiguas que la humanidad misma, había libros de matemáticas tan avanzados que sólo podían ser descifrados por el que les invento, había mapas de mil países, biología, medicina, política, derecho, arte, astronomía, gastronomía... Simplemente todo el conocimiento de la humanidad encerrado en una habitación y más grande que un castillo.

 

Law intento hablar, intentó pronunciar una única palabra para expresar lo abrumador de la situación, pero de su boca no salió sonido alguno. Atontado volvió a dar otro paso y su mano rozó entonces una de las copas de oro sobre una mesa enorme de marfil con patas de bronce que representaban las cabezas de leones rugiendo. Con cuidado el moreno se detuvo frente a la mesa y tomó la copa repleta de rubíes del tamaño de un puño con delicadeza mientras su cara se reflejaba en su pulida superficie. Era una pieza única, seguramente utilizada en alguna iglesia perdida en la antigüedad, tenía relieves representando alguna escena de la biblia mientras pequeñas incrustaciones de piedras preciosas decoraban la base.

 

Law la devolvió al instante a su sitio sintiéndose que estaba tocando algo de incalculable valor que no debería ni mirar por miedo a que se rompiese.

 

—¿Qué es esto?—consiguió preguntar al fin sin apartar sus ojos de la maravilla que tenía delante.

 

—Mi tesoro— dijo entonces Kidd a su espalda, repentinamente serio y mirándole intensamente.

 

Y entonces Law vio por fin el anillo de ardiente y burbujeante lava que rodeaba la maravilla, y que la protegía del mundo. Por allí es por donde había pasado antes y de dónde provenía el calor y luz que se reflejaba con mil matices dorados en el tesoro. Entonces Law miró a Kid dudando y totalmente confuso. ¿Por qué se lo estaba enseñando? ¿No se suponía que era la posesión más preciada de un dragón? ¿Aquello por lo que mataría y moriría por defender? Law recordaba sus últimas peleas, como el otro se ponía a la defensiva o se enfadaba cada vez que mencionaba el tema o que hacía la más mínima alusión. Law recordaba los rugidos, las miradas intimidantes y prácticamente te sentía su sangre congelarse de pánico al acordarse. Y ahora se lo enseñaba como si fuese lo más normal del mundo. Law confuso retrocedió un paso temiéndose que algo malo estaba a punto de pasar. Por qué tenía que haber un truco en todo aquello, ahora sería cuando Kidd le mataría, ahora sería cuando le revelaría alguna verdad extraña, ahora sería cuando la farsa acabaría.

 

 — ¿Por qué estoy aquí Kidd?—preguntó con cautela mientras observaba de reojo un espada élfica de aspecto elegante a unos cuantos pasos de él.

 

Kidd solo le miró durante un instante sin moverse. Parado en medio del tesoro más grande del mundo y de su posesión, en una imagen sacada de historias: el dragón y su oro. Pero en vez de parecer enfadado o de estar planeando algo, Kidd sólo parecía observarle intensamente, como si esperase algo de él para poder tomar una decisión, o como preguntándose por qué Law se estaba alejando de él con mirada alerta. Así Law se dio cuenta de que estaba haciendo el ridículo. Si Kidd hubiese querido matarle ya lo habría hecho, había habido miles de oportunidades para hacerlo, entre ellas cuando le había estado mordiendo el cuello mientras follaban. Law se obligó a relajarse y volvió a pasear su mirada por la caverna aún demasiado asombrado por el tesoro y confuso por el motivo por el cual se lo enseñaban. Una parte de él quería explorarlo, ver hasta dónde llegaba la impresionante colección del dragón, quería estudiar los escritos, sentarse en los tronos dorados y sentirse el hombre más poderoso del mundo por un momento, pero la otra, al igual que había pasado con la copa, le tenía demasiado respeto y temía romper o tocar algo que no debía y provocar con ello el enfado de Kidd.

 

Con cuidado, ya que Kidd parecía haber entrado en trance y solo se dedicaba a observarle, Law se acercó a la mesa dónde había estado la copa y tomó uno de los dos brazaletes anchos y dorados que había también en ella entre otros miles de objetos más. Esta pieza era algo más simple que la copa y solo tenía algunos grabados como decoración. Definitivamente era una de los objetos más pobres del tesoro, seguramente se podría encontrar algo similar en cualquier palacio con un poco de dinero y un buen artesano que supiese crearla. A Law sin embargo le gustó su simpleza y el aspecto usado y oxidado que tenía, olía a historia y a misterios de países lejanos. El moreno dio vueltas entre sus manos observándola desde distintos ángulos, era una pieza sencilla, dos placas de oro que giraban sobre una bisagra y se cerraban con un pequeño enganche en el lado contrario, Law observó cómo captaba el reflejo de la lava sobre su rugosa superficie y como el reflejo variaba desde el oro al rojo intenso. Finalmente decidió probársela. Y entonces cuando la pequeña pieza dorada se cerró sobre su muñeca, Kidd, a su lado, soltó un suspiro de alivio y por fin se acercó a él con la determinación de quien ha tomado una decisión en sus ojos. Law se le quedó mirando aún confuso por el repentino cambio de comportamiento pero aún con el brazalete en su muñeca.

 

 —Es tuyo—dijo entonces Kidd tomando el otro brazalete de la mesa y colocándoselo en la muñeca restante como cerrando un pacto, como una hombre coloca el anillo de bodas en la mano de su prometida.

 

Law sin embargo parpadeó confuso sin entender a qué se refería Kidd y simplemente observó al otro cerrar el brazalete en su muñeca con un respeto un tanto inquietante. El metal se sentía frío contra su piel, muerto e inútil, pero las manos de Kidd rodeando sus dedos y frotando su pulgar en círculos sobre el dorso de su mano definitivamente arreglaban todo el problema.

 

— ¿Qué?¿A qué te refieres?—preguntó confuso Law.

 

—Mi tesoro—dijo entonces el dragón mirándole directamente a los ojos aún sin soltar aun mano—te lo regalo—

 

Law abrió los ojos como platos ante la corta y simple respuesta del dragón, y, al instante se apartó de Kidd como si este quemase o le estuviese matando. Las monedas resonaron en el suelo bajo sus pies y su sonido se esparció por la silenciosa cueva hasta perderse en el río de lava. Y luego la idea se asentó en su mente: Aquel enorme tesoro. Suyo.

 

—No—dijo rápidamente mientras se quitaba los brazaletes de las muñecas como si fueran serpientes venenosas y se los volvía a entregar a Kidd rápidamente, prácticamente lanzandoselos contra el pecho— no puedo, simplemente...no—dijo entrando al instante en un pequeño ataque de pánico.

 

No podía tener el tesoro, ¿Qué narices iba a hacer con él? El tesoro era de Kidd, del dragón, no podía quitárselo, era algo importante para él, además, el... ¿Qué narices iba a hacer con un tesoro? La idea era absurda, ¿Por qué se lo daba Kidd? ¿No se suponía que era lo más importante para el dragón? Law miró al pelirrojo aún sorprendido y Kidd frunció el ceño.

 

— ¿Por qué no?—dijo Kidd con voz ofendida, como si no entendiese por qué rechazaba lo más maravilloso que poseía el dragón.

 

Law quiso alzar una ceja sarcástica ante la pregunta. Law quiso golpearle en medio de la cara por idiota.¿Qué por qué no quería aceptar el mayor tesoro del mundo? ¿En serio se lo estaba preguntando?

 

—No puedo, yo…es demasiado, y además, el tesoro es tuyo, no te lo puedo quitar—dijo rápidamente alejándose del dragón y poniendo distancia entre ellos como si con aquello pudiese zanjar el asunto.

 

 —No me lo estas quitando—dijo divertido el dragón mirándole de nuevo con aquella mirada cariñosa pero divertida y acercándose de nuevo a él con precaución— te lo estoy regalando—

 

 —No lo necesito—siguió insistiendo Law convencido de que aquello estaba mal a demasiados niveles.

 

—Ya sé que no lo necesitas—dijo Kidd llegando de nuevo a su lado y atrapándole en un enorme abrazo mientras rodaba los ojos como si Law fuese el que estaba siendo irracional.

 

Law quiso volver a golpearle en la cara. Sin embargo el moreno observó, con la mente yéndole a cien por hora, como el dragón volvió a tomar sus muñecas y volvía a colocarle los brazaletes como si aquel fuera su sitio desde el principio. Como cerrando con ellos la conversación sin dejarle hacer nada más que aceptar el mayor regalo que nunca le habían hecho y mucho más grande de lo que nunca hubiese esperado. Law paseó de nuevo sus ojos por las montañas de monedas sintiéndose demasiado intimidado aún como para hacer nada. Por mucho que Kidd insistiese aquel tesoro nunca seriá de Law, no cuando ni el propio Law se lo creía.

 

 — ¿Por qué haces esto?— no pudo evitar preguntar.

 

Kidd le abrazó por la cintura y volvió a hundir su cara en su cuello mientras le alzaba y le sentaba en la mesa de mármol a su lado, echando a volar con el movimiento varios de los objetos de la mesa entre ellos la copa de los rubies. Objetos tan caros y valiosos que harían llorar de envidia a príncipes y reyes, y todos tirados al suelo para hacerle espacio al moreno. Law apoyó entonces sus manos en los pectorales del pelirrojo sin decir nada y aún sin creerse del todo lo que estaba pasando, el pelirrojo sin embargo sólo apoyó su frente contra la suya y le sonrió feliz.

 

—Porque creo haber encontrado algo más importante—contestó al fin.

 

Y Law no pudo hacer nada más que ponerse rojo de vergüenza por la frase más empalagosa que nunca había oído, mientras el dragón volvió a besarle y a introducir las manos por debajo de su camisa con una clara intención. Sin embargo, esta vez, curiosamente fue Law el que pidió por las caricias de Kidd, y el que fue más activo en todo el proceso mientras sus emociones revoloteaban libres en su mente ya siendo totalmente incapaz de contener el aprecio y felicidad que sentía por estar con el dragón.

.

.

.

Los dos hombres caminaban por las desiertas calles del pueblo como dos almas del apocalipsis cerniéndose sobre el lugar. La lluvia caía desde el oscuro cielo con fuerza, casi vengativa, y el gélido viento de la noche arrastraba las gotas contra sus cuerpos haciéndoles difícil el caminar. Aún así ambos hombres no detuvieron su avance y simplemente se abrigaron aún más con las largas capas negras. Capas que llevaban, como único emblema y única decoración, una cruz larga y dorada en el pecho.

 

— ¿Volviste a la cabaña?—preguntó entonces el mayor de los dos hombres mientras se echaba el pelo blanco hacia atrás intentando apartarlo de la cara e intentando cubrirse con una capa demasiado pequeña su corpulento cuerpo.

 

Su compañero a su lado asintió seriamente mientras al fin, después de un viaje de semanas, llegaron ambos a la plaza central del pueblo que indicaban los informes, donde la antigua y alta iglesia seguía derruida patéticamente y el ayuntamiento del pueblo se alzaba solitario en la otra punta de la plaza con la luz de una vela escapándose de una de las acristaladas ventanas.

 

—Sí—respondió el más joven, un chico moreno con un sombrero que ocultaba parcialmente sus ojos del mundo y le protegía de la intensa lluvia que seguía cayendo sin intención aparente de detenerse—como pensábamos estaba vacía, nadie ha estado allí desde hace varias semanas—siguió explicando en tono formal y plano mientras ambos cruzaban la desierta plaza en silencio.

 

—Entiendo—dijo el mayor llegando por fin a la puerta del edificio iluminado y deteniéndose un instante a resguardarse bajo el pequeño porche de la entrada.

 

 —Señor—dijo entonces el del gorro con tono solemne—su espada estaba allí—

 

Ambos hombres se miraron en silencio sumidos en un silencio tenso. Ambos habían sabido que aquella misión iba a ser peligrosa, hacía mucho que no sucedía algo como aquello y hacía mucho que no se enviaban misiones como aquella. Ambos habían estado preparados para lo peor, sin embargo, según iban investigando la situación que tenían delante e iban atando cabos, esta iba empeorando por momentos.

 

— ¿Qué crees que eso significa?—preguntó el hombre de pelo blanco al menor.

 

—No lo sé—respondió este calmadamente— pero en todos los años que conocí a Trafalgar nunca abandonó su espada ni siquiera para bañarse—

 

Por supuesto que no, pensó el mayor seriamente, ninguno de ellos lo hacía, todos habían aprendido hacía años lo que podía pasar si perdías el arma que llevabas y te atacaban. Siempre era una de las primeras lecciones que enseñaban. Inconscientemente apretó las tonfas en su espalda sintiéndose inmediatamente mucho mejor al tocar el frío metal de sus viejas y conocidas armas.

 

—Bueno, pues va siendo hora de aclarar el asunto—dijo sin la más mínima expresión en su cara mientras golpeaba la puerta del ayuntamiento y casa del alcalde con fuerza.

 

Ambos vieron la luz en la ventana moverse y esperaron pacientemente mientras los pasos en el interior avanzaban hasta llegar a la puerta. Ambos se tensaron y adoptaron la posición alerta y defensiva reglamentaria, mientras escuchaban como pesados e inútiles candados y seguros de hacia años se descorrían uno tras otro y al final la puerta enfrente de ellos se abría ligeramente. Un hombre de no más de cuarenta años, con el pelo negro, cara de sueño y una cicatriz cruzando su cara, se les quedó mirando ligeramente confuso.

 

— ¿Señor Crocodile?—preguntó el hombre corpulento de pelo blanco. El moreno en pijama asintió dudoso. Y entonces el mayor sacó una carta sellada y se la tendió al adormilado hombre como única explicación— venimos del Vaticano. Nos gustaría hacerle unas cuantas preguntas—

 

Crocodile tomó la carta mientras sentía su cara empalidecer por segundos y su mente despejarse al ver el enorme sello de lacre roja y derretida. Llevaba noches sin dormir después del incidente con el dragón, los remordimientos le asolaban y la imagen del chico de ojos grises tendido sobre las bolsas de oro listo para que le matasen le atormentaba en sueños noche tras noche. Sin embargo, a pesar del cansancio que le invadía sabía perfectamente que de aquella no se libraba ni de broma.

 

 

Notas finales:

Pos si, todos estabais hablando del vaticano y pareciais con ganas de verles ya de una vez, asique como autora generosa y buena que soy aqui les teneis, tachan!!! Sorpresa!!!

Lo mejor de esto esque hace tres dias estaba recorriendo Roma y el Vaticano con las catedrales y pinturas y obras de arte (en serio, es alucinante, si podeis ir alguna vez merece totalmente la pena) y ahora tengo toda la inspiracion y referencias para hablar de este tema XD

Preparaos por que va a ser bonito.

En fin, espero que os haya gustado a pesar de la empalagosidad.

Nos vemoooos

 


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