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Dieciocho por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

De acuerdo, rápido: ayer sí lo subí... sin cuento, podrán entender que uno es tan patoso cuando tiene dos USB para guardar documentos. Lo chistoso del asunto: encontré un 10051 a medias y 7 (curioso número) R56. Estoy demente.
P. Sé que estás leyendo esto, dame pastel.

+ : : Décimo sexto capítulo : : +

El cielo lanzó su llanto, llevó la sangre de los infortunados hacia más allá del finisterra.

La guerra comenzó. Byakuran recibió gustoso al rival en las tierras bajas, esperaría el banquete desde la retaguardia, la felicidad se le desparramaba por cada poro de la piel mientras veía a su hábil mandamás militar hacer magníficos deslices en los mapas, colocando las piezas artísticamente dejando claro su poder nato dirigiendo.

Cuando a un momento se quedaron a solas, Colonnello hizo el mejor movimiento jamás realizado.

+ : : De la décima sexta parte de la historia : : +

Frío.

Hacía dieciocho años que no advenía un invierno tan crudo en la Montaña. La actividad doméstica se redujo, por ende la economía decreció y conforme avanzaban los días, la gente más anciana comenzaba a temer que de nuevo llegara un frío tan largo como aquél que hace casi dieciocho años los consume.

Recordaron y relataron a los niños el tiempo que debían temer, hacía años, decían, el súbito cambio de clima azoló la montaña de una manera sorprendente, incluso el otoño con sus cambiantes colores cálidos no terminó de deshojar. Las aves supieron prevenir mejor y huyeron. Ni con dos fuegos en el hogar aumentaba el calor. Hubo unos que murieron a colmillos de lobos y otros animales, la desesperación también los poseyó.

En aquellos tiempos gobernaba un rey convaleciente, el frío lo reclamaba como víctima. Es verdad absoluta que la muerte no hace distinción.

La noche eterna cernía sus garras en el cuello del monarca y no cedió.

—Joven príncipe Alaude –entró en la habitación el consejero real –, es hora de… -la imagen ofrecía mucho, el heredero miraba con estoico mutismo todavía sentado a la cabeza del lecho.

—Lo sé –bajo sus azulinos ojos había medias lunas violáceas.

En cuanto dejó la habitación se dirigió al salón donde permanecía su piano, tocó durante horas. Las pulsaciones se volvieron frenéticas en cuanto empezó a olvidarse de la indiferencia por la muerte de su padre, de nuevo la música tenía que abstraerlo del dolor.

—Qué mal que tritures al piano sólo porque un pobre diablo como el viejo ha ido a entregar cuentas –dijo un hombre de cabellos negros.

—¿Cómo te atreves? –se levantó de súbito, pero el hambre y el cansancio le hicieron tambalearse en cuanto quiso enfrentarlo. Llevó una mano a la cabeza y enfrente de él vio un borrón negro, eran los cuantiosos abrigos hechos de piel de lobo en los que venía resguardado el altanero.

—Veo que incluso aquí dentro las condiciones empeoran –lo sostuvo y aunque el príncipe se resistió, pudo más la inconsciencia que a terquedad.

 

Abrió lentamente los ojos, sentía una calidez indescriptible, los dedos se pasearon por una superficie lisa y suave, tersa y caliente-

—Mmm –murmuró apesadumbrado, volvería a dormir, pensó, pero el cosquilleo en su cabello le hizo saber que alguien vaciaba su aliento mientras lo abrazaba –. Suéltame –quiso gritar, pero su voz estaba tan seca como su garganta –. Déjame ir –empujó con ambos brazos, pero el otro hombre era tan grande como un oso negro… tan oscuro como la noche invernal, que seguía dormido pero cuya fuerza lo mantenía unido a él como tenaza.

Los cabellos del desconocido le parecieron suaves y hermosos. Le molestaba sobremanera estar con él en una situación tan íntima porque nunca había permitido que nadie llegara hasta ese tacto, pero el calor era similar al del sol que tanto se extrañaba en la Montaña.

Estaba sumido en esos pensamientos que se sorprendió al ser observado por los ojos de la bestia.

—Así que has despertado.

—Exijo saber por qué me tienes aquí –dijo frunciendo el ceño.

—Hunmm, te diré en cuanto… –paseó las manos sobre el menudo cuerpo.

—Suéltame ya –repitió.

—Eres demasiado huraño como para ser mi suplente –haciendo uso de su monstruosa fuerza, jaló al de ojos grisáceos hasta dejarlo trepando en su cintura.

—¿Qué crees que haces? –por dentro era un amasijo hecho de cuerdas nerviosas rompiéndose, pero por fuera…

—Tus ojos pertenecen al hielo, muchacho –dijo y se agarró de las caderas del joven para comenzar a moverlo de atrás hacia adelante, de una muy sugerente manera que dejó implícito el ardiente deseo de la bestia negra –. Puedes complacerme.

La potente virilidad del hombre rozaba las nalgas y su miembro.

—¿Es eso? ¿Apareces de la nada insultando a mi padre, rapándome para hacer de mí tu puta?

—Estoy en mi derecho –sonrió -. Puedo hacerte todo cuanto se me antoje –le apretó el miembro y comenzó a masturbarlo hasta que un ligero rubor apareció en el rostro –. Incluso tú quieres que lo haga.

—Claro que no. Es denigrante y asqueroso.

Eso pudo enojar mucho al otro.

—¿Ah sí? –lo giró hasta tenerlo completamente sometido.

—Pa… Para, te lo ordeno.

—¿Órdenes? –soltó con enorme burla –¿Tú a mí, darme órdenes? Creo que tu padre no tuvo tiempo de decirte tu condición –pasó los fornidos dedos por todo el talle, apretando por donde era su deseo.

Le dejó un corto beso en la nuca.

—Te has estremecido, eso me divierte. Así sea por el asco o la repugnancia que te provoque, me da completamente igual, eres mío.

Aceptó no sin antes portarse algo renuente.

La bestia negra lo forzó a mirarlo hasta entregarle ósculo, el otro ya no prestó escape ni ganas de palabrería. Los labios le eran exigidos y tuvo que entregarlos, porque dentro de sí sabía que ese desconocido tenía el derecho. Llegado el momento los alientos se confundieron, chocaron los labios rudamente. El moreno se cansó de las evasivas, de las respuestas quejumbrosas del que todavía se retorcía por los dedos dentro de él. Lanzaba cortos o largos jadeos al oído, casi tocándole el lóbulo de la oreja que disponible tuviere.

Por muy desgraciada que fuera su posición se dejó hacer, no tenía la fuerza para oponérsele, además de que nunca en toda su vida había experimentado tal subyugación ni siquiera se sentía inferior al fallecido rey…

Palpándose muy bien los labios, con las lenguas rozándolos, como si moldearlos quisiera. Un calor abrazador dentro, fuera. Los consumía y la bestia entró. La espalda se arqueó y hubo sinceras lágrimas por el dolor y el orgullo.

Lo poseyó hasta la mañana siguiente.

—¿Quién eres?

—… No te hagas emociones, muchacho –se levantó rebosante de alguna extraña energía negra emanando de él, morbosamente atractiva y magnificente –. Te responderé porque me place hacerlo, me conocen como Primo Cavallone, y soy el títere sin cuerdas del reino.

 

 

—Kyōya…

—Limítate a responder. ¿Somos hermanos?

—No.

Los dos parecieron aliviados.

—Por supuesto que no, Kufufufu –apareció Mukuro –. Veo que han llegado hasta aquí para proteger a la avecilla, qué pena que todo esto resulte un juego tramado por un depredador mucho más grande y peligroso –sostenía magnánimo su tridente en una mano y una hermosa lechuza blanca en la otra.

—¿De qué estás hablando, hechicero? –Dino se colocó instintivamente delante de Kyōya.

—Es el tiempo en que tú y tu gente debe ir a plantársele a Byakuran, fue nuestro trato ––sonrió con una alegría estúpida dirigiéndose únicamente al cuentista.

—¿Más intrigas? –susurró Yamamoto con veneno.

—Te demando una explicación, mago de cuarta –terció Hibari.

—No –retrocedió teatralmente el hechicero, hincándose ante un Dino sin palabras –. Yo sólo le obedezco a él –inclinó la cabeza —. A ti, Dino Cavallone, al único hijo de Primo, el verdadero Rey de la Montaña. –mantenía vil sonrisa

—¿Qué? –soltó Takeshi.

Hibari Kyōya permaneció en silencio, mucho tiempo después de que todos le dejaran solo.

—Les contaría todo tranquilamente tomando chocolate, pero –se puso de pie –como dije, es el momento, los soldados de la Montaña ya se enfrentan contra los otros, hay mucha sangre por todas partes, no negaré el hecho de que es divertido –la lechuza se posó en su hombro derecho.

—Además de aniquilar la poca confianza, has venido con otro propósito –aseguró Dino sombríamente.

—Sí, su alteza –parecía que la burla le sentaba eternamente –. Mi cómplice ya ha hecho todo cuanto acordamos. Nos espera en la mazmorra.  

—Maldición –susurró el rubio dirigiéndose hacia la puerta –. Si lo que dices es cierto, hechicero, te odiaré toda mi vida.

—Todavía quedan muchas otras razones para odiarme, su majestad –respondió Mukuro a la confidencia –. Pero podrá preguntarle al subordinado en quien más confíe. Primo sólo huyó del compromiso porque prefería pasar la vida bebiendo y fornicando con putas.

Cuando llegaron a la parte más sombría del castillo, en una celda lograron ver la figura encadenada de Byakuran Gesso, con un guardián de ojos azules y cabello rubio.

—Has pagado tu deuda, Colonnello, ahora puedes largarte –se inclinó para apreciar la corona invertida de color lila bajo uno de los ojos del rey subyugado –. Nos volvemos a ver las caras, idiota.

—Oh Mukuro-kun, no sabes cuánto te extrañé –miró por encima del hombro del hechicero –. Debiste pagarle muy bien a Colonnello-chan como para que me traicionara de esa forma.

—No te traicionó, sólo me encargué de que no muriera en La Villa.

—Necesito que vigiles a Kyōya.

—Este es mi momento triunfal, majestad –lo miró de reojo con cierto celo.

Pero Dino no tuvo que repetir la orden.

—Como usted guste.

—Escuché que el rey de estas tierras era una tierna palomita, no me digas que moví mis fuerzas por un hombre como tú, no me da la gana devorarte. –no perdió de vista el trasero del hechicero.

—Sigues manteniendo el temple.

—Los reyes hacemos eso, deberías saberlo –se encogió de hombros –¿Por qué has querido hablar conmigo a solas? Sino cortas mi cabeza rápido será contraproducente para ti… para todos.

—Mukuro logró todo esto, ¿de dónde lo conoces?

—Humm… -inclinó la cabeza hacia atrás, pegando a la pétrea pared –. ¿Tienes tiempo para perderlo conmigo? –recibió un gesto serio –. De acuerdo, aquí te va un pequeño cuento con una moraleja…

 

 

+ : : Décimo sexto cuento : : +

«Yo no puedo amarte a ti, mi enemigo

Sería como condenarlo al infierno por tu culpa.

Necesitamos establecer el límite, porque él nos escuchará. 

Debes dejarme, este sentimiento que ha aflorado, entorpece mi razón.

Demasiado tarde, nos encontró, me sumerjo en la peor de las vergüenzas.

Ya no importa, él ahora nos estorba, consume mi boca en un ósculo sucio. 

Él se quedó sin amor, y yo me quedé contigo.»

—Esa es una canción –murmuró Dino.

—Relata una triste historia sobre un noble que depositó la confianza en quien no debía.

«Definitivamente algún día, pronto tal vez, se arrepentiría de haberse «enamorado». Claro que no era una muchachita con ése tipo de enamoramiento como si estuviera a punto de entregar todo el paquete de «amor puro e incondicional». Uno, porque él obviamente no era mujer, dos, porque este amor sí tenía condiciones.

No. Esto era diferente. Él no era humano. Él no tenía corazón. Él no tenía alma. Y aun así, en esos aspectos, se enamoró de alguien idéntico a él.

Eran muy iguales al punto que en la oscuridad no se podía diferenciar uno del otro. Eso sí, sus personalidades distaban lo suficiente para atraerse y casi no matarse.

Él deseaba saborear su sangre, lentamente, con mucha hambre, casi con desespero; cuando lo encontraba, al filo de cada noche, se lo decía con hechos.

«Pero ya te equivocaste una vez»

—Necesitas encontrarte un nuevo pasatiempo –susurró ante los labios húmedos.

—No es mi antojo por ahora –frunció el entrecejo, entre perplejo y divertido –. ¿Acaso tú sí? –pasó la lengua sobre los labios de su contrario –. Porque si dices que… -pero le cortaron el comentario con un rápido apretón de barbilla.

—Normalmente podría rebatir tu pregunta.

—No lo haces porque sabes que pedirías, es curioso –se libró despectivamente y terminó por acomodarse el saco negro –, te portaste como un humano esta ocasión, Byakuran Gesso, ¿será que te debilitas más?

—Eso quisiera saber sobre ti. Lo «curioso» es que no has regresado al mundo demoniaco a reunir fuerzas.

—No me iré hasta consumirte, por completo –y ése solo pensamiento fue suficiente para hacerlo sonreír.

—Ya –dijo y miró al cielo, como si adivinara la hora –, pronto amanecerá, así que me retiro –agregó con solemnidad y comenzó a caminar, pero la risa de Mukuro le perturbó al punto de regresarle una mirada.

—¿No crees que sería divertido mostrarle a su Alteza lo que hacemos?

—Sería tan apetecible como enseñarte cómo atar zapatos –respondió –. ¿Buscas peligro, Rey?

—Me interesaría saber qué quieres tú.

Mukuro se limitó a encogerse de hombros, sonreír y desaparecer.

 

—¿Qué moraleja trae esto? –inquirió el rubio.

—La que te indica el camino a donde sea que hayas dejado al avecilla.

La tierra comenzó a vibrar desde lo más profundo de sus entrañas.

—Ya comenzó. –dijo Byakuran –. La Puerta está abierta. El ejército de los muertos ha sido despertado.

—¿Por quién? –le hervía la sangre, porque sabía la respuesta, su mente tenía que trabajar más rápido.

—Mukuro es el maestro de las marionetas, ha estado controlándolo todo desde un principio –sonrió –. Nosotros no somos más que piezas en su monocromo tablero. Ese desquiciado me gusta, mira que usar a dos reyes para destronarnos entre nosotros y alejar toda atención de él. Mi plan era detenerlo para evitar que esto sucediera, claro que pude hacerlo más discreto, pero me gusta lucirme.

—Magia negra.

—Seguramente, ahora –levantó las manos encadenadas –. Dentro de dos horas habrá cadáveres creando más cadáveres ¿No necesitarás ayuda?

Notas finales:

Ahora sí, chicos y chicas, el próximo el 12 de abril.
¡El último capítulo será publicado en otro cumpleaños!


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