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Dieciocho por Vampire White Du Schiffer

[Reviews - 129]   LISTA DE CAPITULOS
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Notas del capitulo:

Évora, Évora, Évora.

Je t'aime.

Évora, Évora, Évora.

Cesaria.

Je t'aime.

Je t'aime.

 

+ : : Décimo séptimo capítulo : : +

«Soy Cavallone Primo. El legítimo rey que dejó el puesto a tu padre cuando tenías cinco años porque no pienso esclavizarme a ninguna corona. Mi deseo es ser libre y te condeno a pagar por mi libertad.

Te casarás con quien he decidido y tendrás un hijo, y ese hijo será lo mismo para el mío, lo que tú eres para mí.

Un sustituto.»

 

+ : : : : +

Mukuro lo había visto, los libros que contenían los antiguos linajes de la familia real fueron quemados mucho antes de que él naciera, pero existía un solo libro con hojas amarillas que contenía el último respaldo confiable sobre la antigua casa de la Montaña. Lo encontró por pura casualidad. O quizá no. En él figuraba la realidad.

Era lo que necesitaba para destruirlos.

Desde adentro.

+ : : : : +

—Su alteza.

—No vuelvas a llamarme así, mi padre era un impostor, al igual que yo –lo miró con severidad.

—Carece de importancia lo que diga el hechicero, su boca sólo escupe veneno, para mi usted es el Rey–tomó a Hibari de las manos –. Podemos escapar, ahora él no está interesado en usted ni en mí, sígame y podremos…

         + : : : : +

—Beborn, debemos irnos, ¡ya-kora!

—No me iré, tú haz lo que te plazca.

—¡No volveremos a tener otra discusión sobre lo mismo, maldita sea! Por una vez –se afianzó a las solapas de su ropa –. Te lo ruego.

—¿Ruegos, a mí? –le jaló del mentón –. Tenías planeado usar a Byakuran y venderlo al mejor postor, ¿qué me harás cuando te canses de mí?

—¡Te quiero con vida, grandísimo animal! Te llevaré a la fuerza si es necesario.

—Me gustaría ver que lo intentaras.

—¿Qué es lo que quieres que haga?

—Por una maldita vez has lo que tú quieras.

—¡Quiero salvarte! Por eso me alié con Rokudo, por eso asesiné a todos en La Villa, para estar a tu lado, al fin he cumplido con mi trabajo, pude volver a ti por esa razón.

—Yo no quiero a ningún títere conmigo –se apartó de él –. A estas alturas no te has dado cuenta de que ése sujeto incluso me utilizó para darte motivaciones y servirle.

—Ay, por favor, por primera vez yo soy el caballero en dorada armadura y tú la doncella en desgracia, déjame consumar mi sueño, idiota-kora –cruzó los brazos, se enojó bastante cuando vio a Reborn reír. Ése gesto podía desarmarlo, y mucho.

—Si quieres salvar a la doncella en desgracia, evita que su hogar sea quemado por segunda vez.  

+ : : : : +

Con los años si Cavallone amó Alaude,  sólo el ávido lector podrá definir. Cuando Alaude supo las razones su nombramiento falso, al igual que el de su padre, las condiciones en las que él era el nuevo sucesor y guardián del reino, además de que para frustrar los planes de la magia negra del bosque, decidió entregarse en cuerpo y alma a encarar su papel.

—Soy tuyo sólo porque mi padre lo pactó contigo — Se le entumieron los dedos cuando sostuvo la corona.

—No, eres mío porque así lo decidí.

Cuando llegó el tiempo, Primo volvió a visitarlo con una sola inquietud en el aire.

—Somos un saco de huesos. Sólo nos limitamos a representar un personaje en el escenario.

—Esta parte no tienes por qué actuarla –dijo Primo.

—El costo tengo que cubrirlo yo. No tú.

—Iré contigo entonces –miró hacia la puerta y allí estaba el pequeño hijo del Rey Alaude –¿Estás seguro? Lo dejarás solo.

—No lo estará –lo abrazó y dejó un beso en la frente del infante. Lo hizo dormir.

—Sigues portándote como un necio, muchacho –sonrió.

—Lo soy por ti.

Porque con los años, a pesar de todo, Alaude sí llegó a amar a Cavallone.

+ : : : : +

—¿Pensabas huir y dejarme, Kyōya? –le lanzó una mirada cargada de celos a Yamamoto.

—Yo no planeo nada, ojalá la montaña se convierta en cenizas pronto –evitó verlo a la cara –. Ya me cansé.

—Byakuran se encargará de Mukuro, yo tengo algo importante para hacer aquí. Si lo que quieres es irte con él, adelante, no te voy a detener. Lo prometo. –sin esperar respuesta, se puso a mover cada mueble de su lugar, buscando una abertura, tiró los pesados libreros al piso y detrás del tercero estaba una ranura del tamaño suficiente para dejar entrar una persona hacia la oscuridad.

—¿A dónde te diriges? –inquirió Takeshi.

—Llévate a Kyōya si es que ambos lo quieren pero no se metan en mi camino –y sacó una espada para apuntar al moreno –. Anda, lárguense ya.

—¿Eres tan vil y rastrero como para hacer lo mismo que ellos antes que nosotros? –la voz de Hibari sonaba a punto de romperse, por un segundo al rubio le pareció frágil, alguien a quien debía proteger y amar aún con abismos entre ellos.

—Kyōya…

Hubo una vez un castillo en la Luna y un castillo en el Sol.

Allí vivían. Sus recuerdos, su alma y su corazón. Se necesitaban de esas tres cosas para empezar el ritual de todos los días. La faena acostumbrada. La dulce necesidad cubierta por el albedrio de creerlo correcto. Abrir las cortinas sin mover las manos, podía hacerlo. Incluso prender el fuego del hogar sin momento de tocar los troncos para la chimenea.

La Luna Era Su Castillo. Para llegar  era indispensable un milagro, de esos que Dios no desprende tan a menudo.

El Rey miró con melancolía, desde su balcón de piedra verde, la Tierra. Tan insólita, tan perfecta. Bella. Como el canto de las primaveras que mucho extrañaba. Pero condenado aquí estaba. Y la suavidad del mar ya no sentiría.

Con el candor que caracteriza a los ángeles pacientes, cerró los ojos y se encontraba con su más grande amor. De nuevo. Para siempre. Por mucho más que eso. Prometió algo con devoción. La vida sin él nada valía. Sólo con eso, algo tan simple, jamás estaría solo. Ese Rey que antes consumió olas de cuerpos humanos, aprendió la lección de su existencia cuando se supo enamorado. De un mortal como cualquier otro.

La Tierra formaba parte de ese tesoro codiciado que Sol y Luna comparten por mitad en día y noche. Ambos reclaman su atención, la añoran, la aman.

Pero el Cielo le impidió consumar su amorío.

Devoraste demasiadas almas humanas, castigado serás y a tu ser amado no verás hasta que éste muera diecisiete veces. Al decimoctavo ocaso de su vida, le tendrás que matar con tus manos, pues vendrá por el Sendero del Lago de las Lágrimas. Lo reconocerás porque un ave vendrá en su pecho, una enredadera de espinas, con tu nombre impreso.

«Nos convertimos en una pobre excusa para amar, ¿O no? ¿Cómo nos volvimos tan insensibles al dolor del resto? Pero incluso si estoy loco, quiero estar contigo, porque tú hiciste así. Juguemos una charada aunque soy tan inútil como un niño perdido en la oscuridad. Inmisericordias todas las noches por tu boca, puedes torcerme y darme la vuelta. Así que no me dejes ir.»

Y abandonaría por siempre tocarte
Porque sé que me sientes de algún modo
Tú estás más cerca del cielo de lo que yo jamás estaré
Y no quiero irme a casa justo ahora

Y todo lo que puedo saborear en este momento
Y todo lo que puedo respirar es tu vida
Porque más tarde o más temprano se terminará
Simplemente no quiero extrañarte esta noche

Y no quiero que el mundo me vea
Porque no creo que ellos entiendan
Cuando todo está hecho para ser roto
Yo sólo quiero que tu sepas quién soy

Y tú no puedes combatir las lágrimas que no vienen
O el momento de verdad en tus mentiras
Cuando todo se siente como en las películas
Sí tu sangras para saber que estás viva

Y no quiero que el mundo me vea
Porque no creo que ellos entiendan
Cuando todo está hecho para ser roto
Yo sólo quiero que tu sepas quién soy

Y no quiero que el mundo me vea
Porque no creo que ellos entiendan
Cuando todo está hecho para ser roto
Yo sólo quiero que tu sepas quién soy

Yo sólo quiero saber quién soy
Yo sólo quiero saber quién soy
Yo sólo quiero saber quién soy
Yo sólo quiero saber quién soy*

El suspiro inacabadamente loco. Ahogando la fe bizarra. Tragando el orgullo de verse sometido por un fuerte hombre. Uno que nunca había visto, pero amaba estúpidamente desde el primer momento en que le miró con sus orbes iluminadas por al astro lunar. Los celos pudieron ser muchos para esta estrella silenciosa.

Una cama. Rodeada por cortinas plateadas. Como una nube del Olimpo. Divina. En ella compartieron más que simples sueños. Bailaron pegados. Anhelaron en sus bocas los hilos húmedos de la vida, sumergiéndose en un abismo caótico en cada beso con inesperada devoción. Corazón con corazón. Danzantes que se aman de nuevo con los labios enrojecidos y los ojos micados.

El dueño de la orquesta dio el primer movimiento de batuta. El violinista, con disimulo, reprimió un gemido.

—Te amo –le penetró con fuerza, quería escuchar la voz de su amor reencarnado –. Te amo con toda mi alma –dejó caer el nombre en la boca del mencionado.

Cantando. Cantando con el corazón.

—Ya lo sé –le respondió guardándose el secreto bajo la llave celestial de una sonrisa.

Él era la décimo octava reencarnación del humano amado. Había llegado hasta él porque el destino así de caprichoso es, se le permitió al humano llegar con un ave entre sus manos, muy cerca de su pecho, una avecilla de alas delicadas tornasol rodeado por espinas azules. El humano se negó a dejarla morir, por eso, con su calor y su vida la recargó al pecho, permitiéndole sobrevivir a base de su carne y sangre.

—Debes matarme, el ave vivirá por mí y estará a tu lado para siempre –dijo el humano.

—No te volveré a perder.

—La locura te está llamando ya, dentro de poco no me recordarás, por eso quiero que tomes mi vida mientras seas lo que yo amo –cerró sus ojos ante el roce de ambas manos sobre sus mejillas húmedas –. Debes concederme esa dicha.

—¿Te volveré a ver?

—Cada vez que el tornasol extienda sus alas, él será ahora el mensajero entre tú y tu hermano, El Sol.

—No te compartiré –lo abrazó con devoción, perdiéndose en el olor de los dulces cabellos. Un impulso, un dolor en el pecho le hizo cerrar los ojos con fuerza, allí entre ellos estaba el ave.

—Seremos heraldo y anunciante. Seré quien divida la noche del día, pero con cada atardecer volveré a ti, porque eres al único a quien amaré.

         + : : : : +

—Esta es la única historia que mi padre me contó antes de dejarme en otra aldea al cuidado de alguien más, pero creo que en ella está oculta la relación de nuestro padres –estaba entre Hibari y La Puerta –. Los sacrificios son necesarios, Kyōya. Además –se viró para sonreírle –, prometí que te protegería, lo siento mucho pero allá son avariciosos y querrán consumir todo de mí.

+ : : Décimo séptimo cuento : : +

Yamamoto Takeshi era un joven hecho de piedra, pero con un cálido corazón latiendo en su pecho. Por irracional que suene alguien, mejor dicho algo, se lo había cedido hacía muchos años por un deseo hacia una estrella de color esmeralda. La petición era simple.

Takeshi era una estatua dedicada a un antiguo guerrero, pero claro, por la melancolía de Oz, el guerrero humano ya tenía tierra encima desde otra época y la estatua seguía en pie, testigo silenciosa de la antigua gloria. Sin embargo, cuando no hubo gente que se maravillara al verlo, Takeshi, la estatua, pidió cada noche a la estrella esmeralda que se le concediera la dicha de moverse y recorrer el mundo, hasta que la estrella aceptó.

—Para ello necesitarás un corazón, y un corazón no puedo obtenerlo de la nada. Por esa razón, te prestaré el mío.

Takeshi no supo exactamente cómo agradecer.

—Cuando hayas visto todo lo que nuestro corazón quiera me lo devolverás.

Tiempo.

Takeshi móvil  asustaba más de lo que podía admirarse de estar quieto. Llegó a innumerables aldeas en las que encontró con niños juguetones, niños sádicos. Hubo una ocasión en que una niña lo engañó diciéndole que en el río estaba su juguete más preciado había caído al agua debajo del puente, y por una estupidez intrínseca a su rígido ser, le creyó, se lamentó mucho cuando se dio cuenta de que bajar fue ridículamente fácil, pero se hundió tan rápido que la niña ni disfrutó la burla.

Otro infante, que miraba a la sádica niña balancear sus pies y mirando hacia abajo del puente se le acercó a preguntar.

—¿Qué miras con tanto interés?

—A la roca idiota que no puede salir del agua –mofó, se deslizó hacia el suelo y se fue sin agregar más.

Este niño miró hacia allí, y efectivamente, un enorme borrón oscuro serpenteaba con el correr del río. Lanzó un suspiro largo, regresó a casa y no se volvió a aparecer en el puente hasta la mañana siguiente.

Ahora con herramientas.

Si el pobre Takeshi pudiese llorar, lo haría, aunque definitivamente no lo notaría nadie, después de todo estaba ahogado. Además, ¿quién necesita ser visto mientras llora? No obtenía la compasión de nadie. Y eso, en su pecho que latía con el sonido de un martilleo constante, le dolió. Sostenía una muñeca rellena de piedras entre sus grotescas manos, esa era su mejor compañía. Se dio cuenta de que nadie en el mundo lo quería, todos le tenían resentimiento porque es sabido que el ser humano necesita pisar a gente miserable para olvidar su miseria. Y no había nada más patético que una estatua andante. Su corazón, el corazón de la estrella, sufría. Y si continuaba sumergido en el agua el musgo, las algas y los peces lo reclamarían como propio. Quizá fuera lo mejor, permanecer allí para siempre, rodeado de agua, un testigo mudo de la crueldad humana.

De repente, entró en pánico, dentro de lo que una piedra puede sentir, un anzuelo se había encajado en la cabeza de la muñeca, tirando con insistencia, ¿sería la niña que venía en su búsqueda? Al parecer sí la quería de regreso.

Una piedra cayó cerca de sus pies, y otras sobre su cabeza. No dolían. La insistencia con la que eran arrojadas fue lo que le atrajo la atención, miró hacia la arena arrastrada por la corriente y había más piedras cayendo, como si quisieran marcarle un camino, extrañado puso un pie delante del otro, parecía un buzo de esos que existían hacía muchos años, en otro universo, inspeccionando el Lago Ness.

Cuando su cabeza sobresalió pudo ver quién era la personita empeñada en sacarlo del agua.

—Vaya, hasta que sales –recogió el cordel de la caña de pescar y la colocó sobre su hombro –. ¿No hablas? Vamos, sal de allí antes de que te hagas más piedra –le extendió la manita.

La estatua estiró con lentitud sonante su brazo, hasta tocar la suave carne del humano. Un niño de ojos verdes, tan verdes como la estrella y cabellos plateados como rayos de luna.

—¿Estás tonto? ¿Cómo se te ocurre hacer caso de una niña? Todo mundo sabe que las niñas son idiotas –se sentó sobre la yerba, ya el río era asunto zanjado y el sol brillaba al medio día –. Eres silencioso, eso me gusta, odio la gente que no para de hablar –lo miró de arriba abajo y se le desplegó una sonrisa cuando la estatua, como empujado por un soplido, cayó de sentón a su lado, haciendo vibrar el suelo.

—No debes dejar que te intimiden, las personas temen a lo que no entienden. Son tontos –los profundos ojos del niño reflejaban el cielo, una consciencia y madures indignas de su edad –. Volveré a casa, créeme que no hago favores a nadie, todo debe ser pagado –movió el pulgar, el índice y el corazón, tallándolos entre sí —Pero vale, adiós –incorporándose descubrió que la estatua hacía lo mismo –. Oye, oye, yo sólo quería sacarte de allí, no me sigas.

Las estatuas pueden ser tan tercas… como estatuas.

—¡Yo me voy! ¡Quédate allí!... ¡No, no, no, no! ¡Estatua estúpida!...

La figura de piedra le extendió un cuarzo.

—No lo quiero –alegó mientras seguían caminando, pero la estatua volvió a ofrecérsela.

—¡Está bien! ¡Está bien! –la guardó en su bolcillo.

Habían llegado a la humilde morada del niño cuyo padre y madre recibieron con cierto miedo al invitado, pero al darse cuenta de que era sólo una estatua inofensiva lo dejó pasar la noche fuera. Era una piedra.

Al día siguiente, al salir el chico se encontró con esa enorme atranca puertas.

—Ay no –suspiró –. ¿Te atarás a mí toda la vida? –recordó quién era el mortal y agregó –¿Hasta que me muera?

La estatua le entregó dos cuarzos más.

—¿Dónde guardas todo esto? –la examinó a la luz y puso atención a la estatua que hacía señales hacia su boca –¿allí? ¿Comes piedras? Le diré a mamá que te haga una sopa de piedra, como en el cuento –se echó a reír.

En todo el pueblo el rumor recorrió como pólvora, todos cuchicheaban sobre el niño y la estatua, aunque al igual que los padres del niño, más de uno entendió que no haría ningún daño, aún persistía gente en evitarlos.

Se volvieron amigos, los mejores. Uno era sinónimo del otro, si veían al niño de ojos verdes significaba que la mole andaba cerca. Viceversa.

Sin embargo, cuando el niño cayó muy enfermo y ningún curandero pudo remediarlo, la estatua pasaba todos los minutos con los que contaba un día a su lado.

Ya había una montañita de cuarzos bajo la cama del infante, la estatua estaba en un remolino, no entendía, el niño cada vez se movía menos, ¿se estaría convirtiendo en algo como él? ¿Eso era bueno? ¿No lo era?

Claro que no.

La estatua amaba verlo reír, gruñir. Moverse.

¿Qué pasaría cuando eso terminase?

No.

Él no quería eso.

El joven de piedra quería que Gokudera Hayato volviera a correr por los prados alrededor suyo.

¿Cómo?

Una noche en la que el niño tenía una fiebre de los mil demonios y la madre no le permitió más estar cerca, la estatua, mirando hacia el infinito cielo, soltó una nueva petición.

—Estrella no permitas que se vuelva algo rígido como yo.

—Sé lo que piensas pues lato dentro de tus paredes… pero si lo haces…

 

Cuando salió el sol, Gokudera abrió los ojos de par en par y tenía tanta hambre que devoró todo cuando su apurada madre pudo darle. Con la energía repuesta y el día brillando decidió que era excelente para ir a pescar, buscó y buscó a su amigo por los alrededores, pero no lo encontró.

Preocupado y empecinado en continuar con la búsqueda a pesar de los ruegos de sus padres para que se estuviera quieto, salió hacia el puente donde lo había conocido por primera vez.

Sintió un dolor agudo en el pecho cuando vio el borrón gris de nuevo bajo el agua. Sin pensárselo dos veces, se lanzó. Nadó hasta él y con esfuerzo abrió los ojos para darse cuenta de que la estatua bajo el agua no se volvería a mover jamás.

De Gokudera Hayato se dice que de muy joven se convirtió en el mejor escultor que el mundo pudo, y podrá, conocer.

La estatua de Takeshi Yamamoto permanece en una habitación iluminada cerca del río, donde permanecerá siempre, mirando las manos de Hayato develar el alma de las piedras.

Fin.

+ : : : : +

Primo y Alaude estaban frente a La Puerta, que comenzaba a querer saltar de sus goznes.

—Sabe que estás aquí –dijo Alaude.

—La muy puta lo sabe –acordó Primo –. Escucha, mujer, debemos aclarar cuentas de una vez por todas.

+ : : : : +

—Estoy haciendo todo esto –confesó –, para vengarme de todos ustedes. Mis padres murieron en el exilio, y a la madre de ellos la asesinaron… Tu maldito abuelo no impidió el asesinato de mi abuela, a mis padres los trataron como fenómenos de circo. ¡Por eso voy a destruirlo todo!

—No, no, no, no Mukuro-kun –temiendo posibles traiciones entre sus filas, el príncipe blanco consiguió a sus Coronas Fúnebres, hombres leales que tenían rodeado al hechicero.

—¡Sólo tomaré venganza contra toda la vida de la Montaña!

—«Es necesario que alguien de sangre real selle la puerta, es la única manera para que lo muerto vuelva a morir, es mejor eso a que reencarne como el ejército maldito que Mukuro pueda controlar»  Fue lo que me dijo Colonnello-chan antes de llevarme contigo, ¿no es curioso?

—¿Esa rata me traicionó? –se burló el hechicero.

—Fue un gesto de rebeldía hacia ti –miró hacia la montaña –, o quizá no. En estos momentos está usando la magia que tú le diste para que el Rey tenga tiempo. Así que mejor definido sería como… una ironía.

Notas finales:

*Goo, Goo, Dolls. "Iris".

**No se me ocurre en qué fecha actualizar. Quizá primero de mayo. Quizá antes, motívenme. Estoy demasiado emo como para ponerme a chistar. Hagan de esas cosas bonitas que siempre me alegran el día, comenten, agregen y así. Aunque sea críticas me gustaría saber qué más tengo que mejorar. Quizá tenga algo más para ofrecer cuando llegue a 69 favoritos euë...

***Hay un par de anuncios en el perfil de esta cuenta que explican porqué demoré. Y agradecimientos especiales, ojalá puedan dar un paseíto por ashá.

 

 

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