El primer mes fue duro, mucho... quizás demasiado.
La más absoluta soledad en medio de ninguna parte era insoportable.
Rhea había rezado cada noche a dioses en los que
hacía años que ya no creía para poder volver a ver el
rostro de Atlantis. Los dioses la recompensaban,
de vez en cuando, obsequiándole sueños donde la bella
Guerrero de los mares se acercaba a ella y le susurraba
que aguantara, que fuera fuerte por las dos.
La Galaxia Tau había resultado ser muy acogedora, más
de lo que esperaba. La gente era hospitalaria, amable y sencilla
y la acogieron llenos de esa felicidad que otorga la
más pura de las ignorancias. Rhea se había hecho pasar
por una joven mercader que recorría la galaxia buscando objetos
valiosos y vendiendo telas, subsistiendo como buenamente podía.
Le sorprendio gratamente ver que el Reino Oscuro, que tan mala
fama tenía en la Luna, era un lugar acogedor y podría haberse
convertido en su hogar si el recuerdo de la joven que había
dejado atrás no estuviera tan fresco en su corazón.
Vio en persona a la Reina Metalia con su joven hija, Beryl,
y no podía negar que las dos tenían un irresistible encanto entre
la población. Tenían hordas de seguidores fieles convencidos
de que el Milenio de Plata era un reino donde abundaba
la perversión y el lujo. Metalia y Beryl pugnaban por
un reparto equitativo de bienes y, a decir de lo bonitas
que lucían las ciudades y lo contentos que estaban los habitantes,
tenían éxito en ese empeño. Rhea reflexionó con dureza sobre
la situación marginal en la que vivían, sobretodo,
los habitantes de los planetas más alejados de la Luna,
sobre todo Neptuno y Plutón. Saturno era una olla a presión
que un día u otro explotaría, Urano era un caos contenido
a duras penas por su padre y los tratos comerciales
sostenidos con Neptuno y Plutón. Júpiter estaba sumido en
la incertidumbre, nadie sabía cuándo iban a atacarles
los habitantes de Saturno. Mercurio, Marte y Venus tenían
un alto índice de población y el descontento comenzaba a
hacerse patente. Tan sólo la Luna escapaba a esta situación
que comenzaba a ser alarmante y empezaba a notarse fuera
e la Alianza del Milenio de Plata.
Por suerte, dentro de seis meses Rhea podría volver a la Luna
e informar de todo cuanto había visto y oído.
Los seis meses pasaron más despacio de lo que Atlantis habría querido.
No comía, no dormía, no podía pensar en nada que no fuera Rhea y
lo que estaba haciendo, Rhea y lo que estaba pensando,
Rhea y si comía bien, si dormía, si había conocido a otra persona...
Una parte de ella deseaba que así fuera, que Rhea conociera
a un hombre o a una mujer que pudiera hacerla feliz,
que le diera lo que ella misma no se atrevía a darle.
Había hablado hasta la saciedad con la Reina Serenity
y con Rigel y las dos le aconsejaban que su relación
con Rhea debía terminar antes de que ocurriera una desgracia.
Prefería vivir sin Rhea que presenciar su muerte.
Habría sido diferente si Guerrero Urano muriera en el
campo de batalla... pero Rigel insistía en que el futuro
estaba cambiando... si se mantenía lejos de ella quizás
podría evitar su muerte. Lo cierto es que ya habían pasado
seis meses de la partida de Guerrero Urano y todavía no
se sabía nada de ella. ¿Le habría pasado ya algo?
Un guardia le dijo que hacía unos pocos días que un
caballero de Urano había llegado a Palacio.
Se decía que Umbriel era un noble viajero que había estado
en la galaxia Tau recientemente. Quizás él tendría noticias de Rhea.
Cuando le vio, el corazón le dio un vuelco.
Si no fuera porque Umbriel tenía el pelo corto y los ojos verdes,
se diría que era la viva imagen de Rhea.
Rubio, alto, atlético y de carácter alegre y descarado.
"Vos sois Lady Neptuno, supongo" dijo el joven con una voz
suave y cariñosa, como la de Rhea.
Atlantis asintió, sin poder evitar sonrojarse al hacerlo.
"Me han dicho que acabáis de volver de la galaxia Tau,
Lord Umbriel" dijo la joven tomando asiento frente al rubio muchacho.
Umbriel asintió y su mirada brilló como las esmeraldas.
"En efecto, he estado allí como diplomático de mi planeta.
Incluso he conocido a Guerrero Urano y ha sido un placer entabl..."
"¿Cómo se encuentra Guerrero Urano?" preguntó Atlantis
de forma precipitada.
Umbriel no dejó de sonreir, iluminándola con su indefinible encanto.
Se echó hacia atrás en el asiento, acomodándose.
"Se encuentra bien, no echa de menos la Luna ni los
placeres del Palacio. Ha estado analizando al Reino Oscuro y
yo diría que ese estilo de vida le gusta."
Atlantis asintió, almacenando esa información privilegiada en
su interior para analizarla más tarde, a solas.
"¿Te ha dejado algún mensaje para mí?" dijo sin poder contener
sus emociones.
"Me ha dicho que espera que os encontréis bien, Lady Neptuno.
Me ha dicho que sóis su mejor amiga."
Atlantis sonrió, aunque intentó disimular el placer que sentía
al escuchar tales palabras.
"Así es, Lord Umbriel. ¿Os ha dicho si va a volver en un futuro
cercano?"
Umbriel asintió, sin dejar de sonreir.
Atlantis se sintió algo intimidada por la sonrisa de Umbriel,
se parecía tanto a la de Rhea...
"Dentro de dos meses, para celebrar la boda de Guerrero
Júpiter con lord Nibir."
Qué buena noticia. Así que en un par de meses volvería a
verla. Sonrió internamente, complacida ante tan buena noticia.
El Palacio de la Luna volvía a engalanarse,
sólo que esta vez no era un miembro de la Familia Real el
protagonista sino una de las Inner Senshi.
Amaltea había decidido lanzarse a la aventura y casarse
con Lord Nibir, su prometido desde hacía bastante tiempo.
Todos se habían vestido para la ocasión y la Reina parecía
tan orgullosa de sus Guerreros como el día de la boda de
la princesa Serenity.
Después de dos meses de amistad, Atlantis decidió aceptar
la propuesta de Lord Umbriel y acudió a la ceremonia junto a él.
Estaba deseando volver a ver a Rhea y, aunque sabía que nadie
aprobaría su encuentro y todas las miradas se centrarían en
ellas cuando tuviera lugar, seguía ilusionada ante la perspectiva
de volver a ver a su amada Guerrero del Viento.
El encuentro tuvo lugar el segundo día de las celebraciones.
La nave en la que debía regresar Rhea había tenido un problema
al llegar al cinturón de asteroides y había llegado con retraso.
Atlantis se quedó sin habla cuando la vio aparecer.
Estaba fabulosa, vestida con un largo vestido dorado, brillante...
deslumbrante. Se había cortado un poco el cabello, apenas sobrepasaba
sus hombros, pero su mirada azul brillaba con la misma intensidad
de siempre, su sonrisa era espectacular.
Sus miradas coincidieron durante unos segundos.
Rhea la vio.
Asintieron con la cabeza, reconociéndose y Rhea caminó
hacia ella con elegancia y seguridad. Su piel estaba muy morena,
sin duda había pasado mucho tiempo en la intemperie en los
últimos meses.
"Me alegro de volver a verte, Atlantis" sonó su grave voz
con solemnidad.
Atlantis contuvo el aliento. ¿De dónde salía aquel tono frío?
Vio que la Reina se acercaba hacia ellas y comprendió la situación.
Esperaría a ver a Rhea a solas, en algún momento de la velada.
"Tienes buen aspecto, Rhea" la saludó efusivamente Lord Umbriel.
"Tú también, sinvergüenza" le amonestó cariñosamente Rhea
dándole un abrazo. "Veo que te has hecho amigo de todos en poco tiempo"
añadió mirando a su alrededor con una punzada de nostalgia.
"Debo confesar que sin la ayuda de tu amiga Atlantis
no lo habría conseguido. Tenías razón sobre ella, es una gran dama"
hizo una reverencia y besó la mano de la joven neptuniana,
que se sonrojó sin poder hacer nada por evitarlo.
Rhea sonrió tímidamente y esbozó una profunda reverencia
cuando la Reina estuvo a su lado.
"Majestad, me alegro de veros."
Serenity inclinó la cabeza en señal de respeto y asintió.
"¿Ha sido provechoso el viaje?" preguntó con tono interesado
y miró de reojo a Atlantis.
"En efecto, majestad, pero charlaremos de estos temas más
adelante, estoy algo cansada del viaje y voy a retirarme."
"¿Tan pronto?" preguntó la Reina.
"El viaje ha sido muy duro y aún no he deshecho el equipaje.
Mañana estaré presente en todos los actos, no os preocupéis."
Dijo Rhea esbozando una ligera reverencia y desapareció de
forma discreta.
Atlantis la siguió con la mirada.
"Pareces cansada, te ayudaré a deshacer las maletas"
se ofreció Atlantis apareciendo por la puerta del cuarto de baño,
que tanto su habitación como la de Rhea compartían.
La rubia Guerrero de Urano sonrió y asintió brevemente.
"La Galaxia Tau no es un lugar tan frío como pensaba,
la próxima vez no llevaré tanto equipaje." Murmuró en voz baja.
"¿Qué?" preguntó Atlantis sorprendida.
"Cuando acaben los preparativos me marcharé de forma indefinida,
lo he decidido esta misma noche."
"¿Ocurre algo en el Reino de Metalia?"
Rhea negó con la cabeza y se sentó en la cama, apesadumbrada.
Respiró hondo y apoyó las manos en la cama, echando la cabeza
hacia atrás.
"No... se trata de mí."
"¿Te encuentras bien?" preguntó Atlantis preocupada,
ligeramente alarmada.
Cogió a Rhea del brazo y notó que ésta se ponía rígida, tensa.
"¿Qué te ocurre?"
Rhea se dejó caer sobre la cama y se tapó la cara con las manos.
"Soy débil." Susurró Lady Urano.
"Y no puedo permitírmelo."
Atlantis se recostó junto a ella y la miró confundida,
temiéndose lo peor. Rhea se descubrió la cara y la miró intensamente.
Se inclinó hacia ella y la besó. Atlantis cerró los ojos y rememoró
al instante cómo eran los labios de Rhea, cómo sabían sus besos,
cómo olía y lo que sentía cada vez que aquel escalofrío recorría
su espalda. Se separaron y Rhea sonrió tristemente.
"Te quiero, Atlantis".
Lady Neptuno sonrió y apoyó la cabeza en el pecho de Rhea,
escuchando los latidos desenfrenados de su corazón.
¡Ella también la quería! ¿Cómo no iba a hacerlo cuando
cada uno de los días que pasaba sola en aquel palacio
de marfil se le hacía inacabable?
¿Cómo no hacerlo cuando cada vez que salía al jardín
notaba la presencia de Rhea a su lado?
¿Cómo no hacerlo si su corazón se había quedado hivernando
desde que, hacía ocho meses, Rhea se fue a explorar la Galaxia Tau?
"Oh, Rhea..." susurró pero la rubia dama de Urano
posó un dedo sobre sus labios, silenciándola.
"No digas nada, no lo soportaré."
Atlantis se incorporó y miró confundida a Rhea.
"¿Qué ocurre?"
"Que te quiero, eso ocurre. Y no debería sentir eso
después de ocho meses en los que he visto prácticamente de todo.
Por eso he decidido marcharme de nuevo."
"Hemos demostrado que nuestro amor puede con todo.
Quédate y convenzamos a la Reina de que es lo mejor para todos.
¿Tanto te cuesta rebelarte contra Serenity?" preguntó Atlantis
poniéndose en pie.
Rhea la imitó y se pasó las dos manos por el pelo, acariciándose
las sienes.
"Antes de marcharme hablé con Rigel y me dijo que tu vida
corría peligro si seguíamos juntas.
Me da igual la ley de Serenity pero no soy tonta y sé que los consejos
de Rigel están basados en sus visiones del futuro.
Nuestra relación está condenada al fracaso por algún motivo
que desconocemos y por eso me marcho.
Debes seguir viviendo, Atlantis."
"Eso ya lo sé, yo también he hablado con la Reina
y con Rigel pero no me importa. No me dejes, Rhea,
nosotras podemos cambiar el futuro.
El destino no existe, somos nosotras las que forjamos
nuestro propio camino."
Rhea cogió las manos de Atlantis y la abrazó movida por
un impulso superior a su fuerza de voluntad.
"Ojalá tuviera yo esa certeza" murmuró tristemente.
"Pero no la tengo y no quiero correr ese riesgo".
"Ya sabes que jamás estaré con nadie que no seas tú" dijo Atlantis
solemnemente, poniéndose en pie y caminando hasta la puerta.
"Pues deberías buscarte a alguien... yo lo haré" contestó Rhea
sorprendida de haber parecido tan convincente.
La joven neptuniana la miraba dolida, así que supuso que lo
estaba logrando.
"¿No dices que me quieres?" preguntó en un susurro.
"Y no miento... pero el amor no dura para siempre si no
puedes tenerlo con la persona que te importa así que
aceptaré la primera propuesta que me hagan.
Tú deberías hacer lo mismo, no creas que me enfadaré si lo haces."
Atlantis retrocedió, dolida casi físicamente.
"No lo dices en serio..." susurró casi de forma inaudible.
Rhea cerró los ojos un segundo antes de responder.
"No me pongas a prueba" respondió.
Escuchó un portazo y se sentó en la cama,
hundiendo el rostro sobre las manos.
Sentía que el corazón le dejaba de latir,
se enfriaba, se iba con Atlantis y lo perdía para siempre.
Miró en dirección a la puerta y se pasó los dedos por los
labios intentando recordar cómo había sabido aquel último
beso de amor... estaba convencida que sería el último de su vida,
si es que lograba sobrevivir.
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