Pov's Miguel
No sabía que había pasado después de la discusión, sólo que todo se había vuelto negro.
Luego alguien me llamó. Conocía muy bien esa voz. Era...
Esa voz era de Leo.
-Despierta, Mimi, despierta. Siento mucho lo que dije. No tendría que haberte dicho todo eso. Lo siento, cariño.- oía a lo lejos.
Lentamente fui abriendo los ojos y me di cuenta que seguía en mi cama, tumbado. Leo se encontraba arrodillado junto la cama, apoyando la cabeza en mi regazo y cuando vio que abría los ojos rápidamente se incorporó y se acercó a mi. Se sentó suavemente, sin apoyar todo el peso, sobre mi cadera, con una pierna a cada lado, y comenzó a besarme.
El beso, que había comenzado dulcemente tierno, se estaba volviendo fogoso y agresivo, pero sensual. Él dominaba totalmente mi boca, mi lengua, a lo que yo únicamente podía gemir. Pero los gemidos quedaban ahogados por su culpa.
Un fuego me recorría todo entero mientras se frotaba contra mi intimidad ya despierta, al igual que la suya. Los besos pasaron lentamente a dirigirse a mi oreja donde susurró un «pensé que me abandonarías» y seguido de una lamida y mordida al lóbulo.
Fue bajando por mi cuello hasta mis pezones, dejando besos y marcas que estarían ahí mañana.
Cuando llegó a mis rosados botones los mordió suavemente, haciendo que soltara un gemido de satisfacción. Los lamia y mordía, jugando con ellos de uno en uno, mientras que el otro lo maltrataba con sus dedos, excitándome.
Luego fue bajando por mi vientre, entreteniéndose con mi ombligo, en el cual hundió su lengua, haciéndome vibrar. Cuando llegó a mi miembro besó la punta y lamió desde la base a la punta y volvió a bajar para meterse mis bolas en su boca mientras masajeaba mi falo.
No sé en qué momento la ropa había salido de sobre nuestros cuerpos ni cuando había quedado regada por el suelo. Sólo sabía que ya no estorbaba.
En algún momento Leo se metió mi hombría entera en su boca y simplemente solté un gemido que se habrá oído en toda la cuadra. Subía y bajaba a su antojo, dando alguna que otra mordida floja y besando la punta de vez en cuando.
Lentamente se lo sacó y fue a lamer mi entrada. Sentí su lengua simulando embestidas y eso hacia que todo yo temblara. Se sentía tan rico.
Cuando me iba a venir, ya que no había parado de acariciar mi miembro, paró.
-Le-Leo, no. Conti-continúa.- le supliqué. No podía hablar bien de la excitación.
Él no me hizo caso y se dirigió a mi boca para darme un caliente beso que me dejó con ganas de más cuando se separó para decirme:
-¿Listo, Mimi?- y con una mirada depredadora pude sentir como posicionaba su miembro en mi entrada.
-Si, hazlo yaaaagh~ - mi frase acabó siedo un gemido ya que me la había metido toda de una sola embestida, causándome un dulce y placentero dolor que me recorrió toda la columna y llegó a todas mis extremidades.
Leo empezó a moverse en mi interior. Al principio los vaivenes eran lentos y acompasados, haciendo que sintiera toda su bien dotada extensión, pero luego empezó a moverse más salvajemente, llevándome al límite. No me importaba lo ruidosos que estabamos siendo, en mi cabeza no había sitio Leo y todo lo que me hacía sentir: los revoltijos en el bajo vientre, mi cuerpo vibrar, el calor en todo mi ser; por no olvidar sus manos que me recorrian por todo el cuerpo, augmentando mi excitación.
-Eres mio, Miguel. No puedes dejarme. Nunca me dejes, por muy idiota que sea.- me susurró para luego morder suavemente mi lóbulo.
Me masturbó para que llegara al clímax juntó a él; justo lo que necesitaba para sobrepasar el borde en el que me habían puesto sus caricias, palabras, todo.
Y simplemente me corrí, manchando su mano y nuestros vientres y sintiendo el líquido caliente de mi Leo en mi interior.
Aún jadeando como yo, se tumbó a mi lado y abrazándome, retiró su miembro de mi interior.
Estaba apoyado en su pecho, escuchando su latir, cuando dijo:
-Tenemos que huir.- pero ya no escuché más porque el cansancio acumulado de todo el día hizo que me rindiera a Morfeo.