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Siete Pecados por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

¡Hola! Paso a dejar la cuarta historia.

Sin más que decir, espero disfruten de la lectura.

IV

Ira

 

—No hay por qué temer…

 

Es el mundo mismo quien se desploma ante su ser. Tiembla y se retuerce. Gime preso de algo que hasta ese momento jamás había experimentado. Y no sabe qué es. Sólo comprende, conecta esa chispa que se enciende, esa alarma que le invita a huir, pero sus frágiles músculos no le permiten movimiento alguno.

 

¿Qué ha hecho de malo?

 

Lloró al pensar que lo había ofendido de algún modo, que ese acto que contemplaba y del que era participe, era su culpa. Esas manos malditas, esas que impartían justicia y benevolencia allí afuera, esas… quemaban. Y lo arrastraban más allá del infierno. Donde sólo devastación se contempla.

 

La devastación de la propia alma, arrancada de cuajo de su cuerpo que poco a poco dejaba de ser pequeño. ¿Y qué es lo que se siente en ese momento? Sólo ira.

 

Una ira aciaga que envenena el corazón de un niño.

 

Porque él lo era. Un niño. Quien en sus brazos se crió. Quien en sus enseñanzas se formó. Siendo una figura de magnificencia intachable, siempre alzándose sobre el Santuario digno como el Dios que representaba.

 

—No te haré daño.

 

Miles de días muertos transcurridos. Miles de noches sin paz… en plena paz. No soñaba, acechaba al destino. Aguardaba, se agazapaba tras el paso del tiempo, mientras la espera llegaba a su fin y el miedo se convertía en odio. En locura y aberración.

 

En el deseo consumido.

 

En sus brazos. Se los habían entregado en sus brazos, como si aquella quien los engendró conocía su maldición. Y allí estaba él, observándolo con esos ojos inocentes, tan verdes y vivos, tan naturales y hermosos. Puros. La sangre le hervía por esos pensamientos abominables que florecían y reptaban por sus venas cada vez que lo veía. Cada vez que en sus brazos se dormía.

 

Cada vez que lo llamaba papá.

 

Entonces, luego, recordaba la imagen dentro de la Copa y aquel sentimiento impío se transformaba. Mutaba entre la ira y otra vez el miedo y nacían otros peores. Imperdonables. En su alma rota se formaban agujeros desconocidos, pedacitos manchados, pedacitos podridos. Que con desespero buscaba rellenar para así olvidar y enterrar los sentimientos de pecado, mas los agujeros crecían en su alma, mientras en la sombra germinaba su final.

Y el niño crecía, el niño brillaba a la altura de un Dios bajado a la Tierra. El niño que precede al asesino, era la sombra que lo encandilaba.

 

—No. Por favor…

 

La locura, ¿hasta dónde puede llegar? Que en aquellos ojos cándidos llenos de inocencia y por venir desfilaban como serpientes, sus pesadillas. Esas manos que lo acariciaban con dulzura, serían su condena. Debía recordar que era tan sólo un niño, que podía cambiar la historia, que estaba a tiempo de remendar lo que fuera que había hecho mal. Y destruirlo para así salvarse de una vida de tormento.

 

Pero no podía luchar con algo tan perfecto. El niño era perfecto. Y un día no pudo más. Arrastrando consigo el acto más aberrante que un ser humano puede efectuar.

Asesinar. Robar. Agredir. Pecados que se lavan, pecados que quedan en el viento, susurrando como leyenda en pueblos perdidos, donde nadie ha de conocerlo. Pecados que se olvidan.

El suyo no lo es, el suyo carece de olvido, de perdón, carece de comprensión. Su pecado jamás será borrado, jamás será olvidado. Su pecado formó al hombre en que el niño se convirtió.

 

Con su sangre pagó su perdida… su inocencia. Pues en su puño cargó la ira de ambos. La suya por no poder frenar a tiempo aquel sentimiento corrosivo y la ira del pequeño, ya no tan niño, que entendía que un hombre así, no podía existir.

 

No le permitiría seguir existiendo. A él le había robado la inocencia. Entonces él, le robaría su vida.

 

Lo planeó noche tras noche, durante cuatro años mientras crecía deformado por el odio, mientras a su alrededor nadie parecía darse cuenta. Siquiera aquel hermano idéntico a él.

Y cuando al Santuario comenzaron a llegar nuevos y más pequeños niños, su odio creció. Creció en el seno de un temor abominable a que esas criaturas pasasen lo que él. Entonces esa mente ya quebrada – la suya – le susurró la gloria tras el fin de ese hombre.

 

Le contó el destino que se levantaría en su honor, vitoreando su nombre con devoción, pues asesinaría al origen del mal. De su mal.

 

Aquella voz. Le mintió. Pues si bien, su mal dejó de existir, él mismo se había convertido en el nuevo mal. En el terror de los habitantes a quienes decía proteger, en el verdugo de esa Diosa por venir.

Pues el niño brillante de futuro perfecto, se había ahogado en el mar iracundo de su mente, entre las pesadillas en los brazos del Patriarca al que llamó padre y el nuevo habitante de su cuerpo.

 

Y es que la culpa la tenía Shion. Pero en una mente fracturada, la parte que odia, la parte que fluye de ira en su sangre. Esa parte, siempre ganará.

 

Y él, el niño brillante, el Santo más poderoso a la orden de Athena. Él, Saga ya nunca más sería él mismo. Pues aquella noche, aquella trágica noche comenzó a morir. Descubrió el dolor desgarrar su cuerpo… 

 

Y ambos vivieron bajo la sombra de un futuro descubierto. Sobre un fin acaecido, donde ninguno, jamás, pudo escapar.

 

Saga había enterrado su puño en ristre cargado de cólera en el corazón de Shion. Era la última vez que jugaba con él.

 

Esa noche Saga también había dejado de existir.

 

—Nunca más.

 

Susurró.

Notas finales:

Y, ¿qué les pareció?

Unas aclaraciones: Sé que Shion cuando observó su futuro en la Armadura de Copa, sólo se vio como Patriarca. Pero mis cuentitos no siguen mucho el canon ésta vez y le agregué ese detalle. 

Nunca había hecho algo con Shion tan perverso, él que es tan bueno, pero me gustó pensar que de alguna manera, su final, lo había provocado él mismo. Y ésta vez le tocó ser a Saga quien sufra. En la primera historia el griego hacía sufrir.

Me gusta hacer las historias con más descripciones que dialogos, espero que eso no les parezca aburrido, es también por eso que las hago relativamente cortas.

Gracias por leer, será hasta el próximo. 

 


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