Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Habitación 318 por InuKidGakupo

[Reviews - 30]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola! Disculpen la tardanza, pero ya la escuela presiona mucho más que antes y para acabarla me enfermé xD! Pero aquí esta con amorsh, ojalá les guste *3*

Capítulo 3

¿No puedes verme?

Yo… estoy justo enfrente de ti.

¿Y no me puedes ver?

---------------------

Ojos, profundas orbes, brillantes, como enromes lagunas densas y profundas, fijos en la nada, fijos en el techo, en el vacío, en el abismo que impera en el entorno, admirando con minuciosa atención aquello que hubiese allí para mirar. ¿Qué decían? ¿Qué había detrás de estos? ¿Qué escondían? ¿Por qué no había nada para decir? ¿Por qué, por sobre todo, me evitaban?

¿Esto era realmente para mí?

A pesar de la sensación aplastante que invadía todo mi ser de una forma verdaderamente insoportable, una sonrisa lánguida se asomó, dibujándose en mis labios, pintando en mi rostro una sensación de ausencia, de vacío, de ironía absoluta sobre cualquier cosa. Nada, más nadas sumadas dentro de un algo, nada que se volvía todo, blanco que resplandecía de todos los colores, un hueco atascado. Así, de ese modo me sentía, sinsentido.

¿Por qué me costaba verte, Bardock?

¿Estabas en realidad allí? ¿O es que ahora mismo estaba perdido en algún bar soñando una vez más?, ¿eras real?, ¿o es que todo estaba en mi cabeza? Quise preguntar, quise exteriorizar esas palabras, esa duda, esa sensación… pero las palabras no podían salir. Las palabras no existían. ¿Era real?

¿Esto era realmente para mí?

Angosté la mirada, observándole un poco más, realmente estaba ahí. Yo realmente estaba ahí también. Suspiré, con miedo, con pesar, deslizando mi mano por la pared, tanteando el trayecto con las yemas hasta sentir el interruptor redondo, el cual, tras demorar un segundo más, permitiéndome apreciar un ínfimo momento más aquella cruda imagen, apreté. Las luces de la habitación desaparecieron, y quedamos en penumbras, en silencio, en vacío, y yo me hacía etéreo igual que las veces anteriores en que me sumía en esa escena, en esa conformidad.

Mis ojos seguían pegados al punto donde había estado mirando antes, en donde la imagen de Bardock debía seguir, integro e impasible, ajeno, existente, a diferencia de mí y del entorno que nos mezclábamos y desaparecíamos. Y más conformidad. Y más segundos en los que no rompía el molesto silencio, en los que me resignaba, que me dedicaba a hacerme invisible, sin hacer nada para evitarlo. Sin protestar.

¿Realmente estaba ahí?

Me retiré a mi cama, dando pasos sosos y pesados, casi como si los hubiese arrastrado por el cuarto, escuchando la planta desnuda de mi pie azotando y resbalando sobre el liso y frío suelo hasta mi destino. Me subí en mi lecho, me enredé en la sábana, como si pudiese cubrirme en realidad, como si aferrarme a ella fuese a curar y calmar el frío y vacío agobiante. Pero el frío no se fue, y el miedo siguió, y a pesar de que me apretaba en mi sitio sentía que seguía despedazándome y deshaciéndome en el aire.

Tal vez fue sólo mi mente, tal vez hubo un momento en que, agobiado y cansado, harto y deseoso, mis ojos figuraron lo que quisieron. Llevaba noches enteras sin poder dormir luego de la confirmación de mis pensamientos, de las hirvientes y congeladas sensaciones, de las confusas alucinaciones, de saber que estaba hundido en el peor de los abismos, atrapado, muerto, soñando cada segundo que permanecía despierto, y ni una de esas noches en que, bendecido por la oscuridad, me mantenía fijo en aquella figura que dormía a un metro y medio de mí, había pasado algo. Había tenido una reacción.

Pero entonces lo vi moverse, lo vi, a través de la nula luz que existía en el interior, girar hacia mí. Lo sentí mirarme, del mismo modo obsesivo que llevaba yo haciendo la última semana luego de haberme dado cuenta de mi grandísimo error, de mi estupidez, de mi condena, mi sentencia. Me quedé fijo en él, fijo en esa potencia de ojos que sentía pasar la penumbra y clavarse en mí, sin llegar a saber si por lo menos un ínfimo segundo fue real o todo era producto de mi mente que estaba por volverse completamente loca.

Pero no quise pensar a detalle en ello, sólo me quedé ahí, impotente, conforme, cobarde, aterrado. Después de lo que sabía, no existía alguna acción que pudiese ayudarme. ¿O sí?

¿Qué podía hacer ahora?

¿Esto era realmente para mí?

[…]

– Tooma… – golpeteo, golpeteo. – Tooma… ¿Tooma? – golpeteo, ¿qué era eso tan molesto? – ¿Tooma? – otro más. – ¡Joder, Tooma! ¡¿Me estás escuchando?! – el golpeteo constante se hizo doloroso, y finalmente lo percibí sobre mi brazo, haciéndome voltear bruscamente en esa dirección.

– ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? – Toteppo preguntó, mirándome con el ceño fruncido mientras Panppukin torcía los labios, dando un último golpe a mí brazo, mucho más ligeros que los había estado dándome.

–Eh… si, lo lamento… – sacudí la cabeza, sonando aún más cordial de lo que sonaba normalmente, enfocándome en dónde estaba y en lo que estaba haciendo en ese momento.

– ¿Qué sucede? Has estado distraído toda la noche – opinó Panppukin, sentado a mi lado, mirando con intriga, con molestia más que con verdadero interés.

Yo, tratando de estar lo más tranquilo y relajado posible, sonreí de medio lado, sacudiendo mi cabeza en negativa mientras desviaba la mirada al frente, encontrándome con un tarro lleno de Parfum que no había tocado en todo el rato. Lo balanceé entre mis manos un segundo, sin estar seguro de ingerirlo o no, no me sentía muy ganoso de hundirme en alcohol como en los últimos meses. Desde que había encontrado respuestas a las preguntas hacía una semana, no había deseado embriagarme, estaba demasiado jodido todo ya como para darme la oportunidad de actuar estúpidamente.

–Claro que no, estoy bien – respondí, seguro de mí, llevándome el vaso a la boca, fingiendo tomar cuando sólo mojaba levemente mis labios.

– ¡Déjame adivinar! – Toteppo, molesto como solía ser luego de beber un poco, se colgó de mi cuello, jalándome en su dirección, desde su lugar a mi lado derecho. –Lo que pasa es que extrañas a Bardock, ¿no es así? – la simple mención me erizó los vellos de la cola, haciéndome sentir una extraña adrenalina correr.

– ¡No seas estúpido! – solté con molestia, quizá mucha más de la que debí haber proferido, sacudiéndomelo de encima con un brusco movimiento. Toteppo comenzó a reír, levantando las manos para tratar de calmarme.

Respiré profundamente, tratando inútilmente de tranquilizarme, sabiendo que realmente sólo lo estaba diciendo como broma y juego para molestar, sin embargo, una sensación dentro de mí se había removido, estaba realmente nervioso. No paraba de pensar en lo que pasaba, en que quizá estaba equivocado en lo que pensaba que pasaba, que en realidad podía estar figurándome mal las cosas, no lo sabía, ¡Y todo me estaba poniendo loco!

–Hablando de eso, ¿Qué sucede con él? – la voz de Seripa frenó mi orden de ideas, y levanté la mirada para enfrentarla, pues estaba sentada justo delante de mí en aquella redonda mesa del bar subterráneo.

– ¿De qué hablas? – indagué, frunciendo el ceño, quizá más serio de lo debido, para mi suerte, ya estaban lo suficientemente ebrios que no notaron mi interés puntualizado sobre el asunto.

–No me digas que no lo has notado considerando los cercanos que son – apreté los labios en un espasmo involuntario, tratando de controlar cualquier otro gesto estúpido de mi parte. Negué con lentitud, sin retirar mis ojos de los de ella. –Ya no sale con nosotros, no entrena con nosotros, y ha estado saliendo a misiones con el general Parragos y su hijo Paragus, ahora que lo pienso… tampoco lo he visto muy pegado a ti… ¿Pasó algo?

La mirada de los tres se fue en mí contra, atentos y a la expectativa por una buena respuesta, por alguna clase de información interesante que yo pudiera profesar. ¡Imbéciles! Aún si Bardock tuviera algo que no fuera está incomprensible situación no se los diría. Mucho menos ahora. Sonreí divertido al imaginar mi respuesta de lo que sucedía, “Lo que pasa es que nos entraron ganas de follarnos, no sale con nosotros porque tiene miedo de que lo ponga cachondo” 

Sonreí aún más ampliamente luego de eso, pues resultó divertido hasta para mí… “Más bien, tiene miedo de que yo me ponga cachondo” sacudí mi cabeza, tratando de ignorar todos mis pensamientos y mis recuerdos respecto a la vez con aquella mujer. Por desgracia, gracias a mi movimiento de cabeza, intrigué aún más a aquellos que me observaban aun aguardando una palabra de mi parte. –No lo sé, yo lo veo igual que siempre, al menos conmigo… – necesité frenar mis palabras luego de eso, pues pesaban por el tamaño de la mentira. –Bardock es así.

Sonreí, esperaba que convincentemente. Al parecer, así lo fue, pues ellos asintieron y finalmente me dejaron libres de sus miradas, volviendo sus ojos al entorno o a sus bebidas, sin preocupación. Mi sonrisa se desvaneció una vez que los tuve fuera, y sentí el sabor de mis propias palabras sobre mi lengua, “¿Bardock era así? ¿Era así conmigo? ¿En verdad?” No, sabía muy bien que no, sabía que las cosas estaban ardiendo en el infierno, que lo que pasaba no tenía pies ni cabeza, que todo pendía extrañamente, y que nada se podía explicar.

Necesité, como nunca antes, beber de mi Parfum, sosteniendo con fuerza el tarro mientras lo empinaba en mi boca, vertiéndolo con rapidez, tragándolo casi como si no marcara amargosamente su camino por mi garganta. Cerré los ojos un segundo, abrumado por la repentina ingesta de alcohol, sintiendo un ligero mareo momentáneo, logrando que agitara mi cabeza con suavidad. Sin embargo, ni el fuerte sabor de aquella rosada bebida me quitó la sensación de las palabras que acababa de decir, aquellas, con su falsedad significativa, marcaban, dejaban picante venenoso en la boca, ardiendo.

¿Pero qué más habría podido decir? Ni yo mismo estaba seguro de porqué Bardock se había alejado de esa manera. Era verdad, ahora yo sabía que por mi parte existía una necesidad y apego hacía él, pero… ¿acaso también la existía de él para mí? ¿Acaso él también marcaba distancia por miedo a sus propios deseos o sentires? ¿Acaso se sentía igual que yo?

La idea me emocionó un segundo, pero al otro, una preocupación me embargó, esa parte de mí que no soñaba nunca, esa parte saiyajin al límite que me indicaba mantener los pies todo el tiempo sobre el suelo manchado de sangre de las batallas y la indiferencia. ¿Y sí, en realidad, marcaba distancia porque sabía lo que yo sentía? ¿Y si ahora le daba asco? ¿Y sí era repulsión y desprecio lo que lo alejaba de mí? ¿Por eso no me miraba? ¿Por eso el silencio? ¿Por eso la distancia inexorable entre los dos?

Levanté la mano, indicando al sujeto que atendía el bar, un viejo general retirado, que trajera otra más de lo mismo. Me habían entrado unas terribles y poderosas ganas de tomar, contrarío a mis deseos de hacía apenas unos minutos. Ahora quería ahogarme, no quería pensar, no quería sentirme sucio e indigno como me comenzaba a sentí luego de que pensaba en esas cosas, luego de que me cuestionara una y otra vez mis deseos.

–Vamos, Tooma, ahora sí ya te ves más animado – comentó Toteppo, mirando como mi vaso desbordaba en alcohol una vez más. Sonreí ligeramente, ignorando su comentario por completo y bebiendo de golpe el segundo tarro, reprimiendo una leve mueca que pidió salir tras la rápida ingesta.

–Oye, Tooma, ¿Qué te parece si vamos por unas golfas después de esto? – Panppukin murmuró desde mi lado izquierdo, codeándome ligeramente mientras sonreía con picardía.

–No lo sé, no me siento de humor… ¿sabes? – froté un poco mi rostro, sintiéndolo ligeramente entumido, el Parfum estaba haciendo efecto más rápido de lo que había imaginado.

– ¡Joder! ¿Acaso se tiene que estar de humor para follar? – se burló, comenzando a reír, seguido por Toteppo, quien ahora vivía una infeliz vida junto a su mujer.

–No sean estúpidos, ¿es en lo único en lo que piensan? – Seripa intervino, deteniendo las risas con su tono de voz molesto.

–Vamos, no me vas a decir que no piensas en fornicar, Seripa – Panppukin la retó, mirándola con burla y desafío. Seripa giró en mi dirección al instante, sonrojándose levemente al hacerlo, volviendo sus ojos a su tarro a la mitad mientras lo hacía. Por alguna razón se notó nerviosa, pero siendo sinceros no era que me importara.

–No es que no piense en fornicar… es que consiguiendo rameras en los bares de vez en cuando nunca conseguirán unirse a nadie – frunció, mucho más convencida de ello, reforzando su seriedad y levantando su fiera vista a nosotros.

– ¿Unirnos? ¡Bah! ¿A quién demonios le importa eso? – Panppukin se mostró molesto, cruzándose de brazos y soltando otro bufido fastidiado.

–Vamos, no es tan malo como suena – Toteppo comentó, haciéndome rodar los ojos en fastidio. Era más que claro que su relación con aquella hembra era un asco, que lo usaba y que se fornicaba con un general a sus espaldas. Pero me contuve de decir cualquier cosa, divertido con la expresión horrorizada de Panppukin.

– ¿Qué no es tan malo? ¡Debe ser un asco! ¿Dime que tiene de bueno vivir con una sola hembra gritona y controladora? ¡Prefiero follarme una diferente cada vez! Eso de unirse no es más que una bobería – con fastidio bebió todo lo que le quedaba en el tarro, azotándolo con algo de violencia sobre la mesa.

–Lo dices porque tu padre nunca se unió a tu madre, sólo la dejó embarazada y después de muchos años aceptó su paternidad – ¿Era en serio? ¡¿Seripa en serio había dicho eso?! Contuve con todas mis fuerzas los deseos que tuve de largar una carcajada, apreté mis labios mientras veía el rostro de Panppukin mutar a una expresión violenta y enfurecida.

– ¡No te atrevas a hablar de mis padres maldita perra! – se puso de pie, con toda la intención de lanzarse a los golpes. Seripa ni se inmutó, permaneció sentada y mirándolo con atención, retándolo, de sobra sabíamos que Seripa era más fuerte que él, seguramente no tendría ningún problema en destrozarlo ahí mismo, sin lugar a dudas sería un espectáculo divertido.

Sin embargo, Panppukin era demasiado explosivo y vengativo, no necesitábamos más rivalidad entre nuestro escuadrón. Levanté el brazo, posicionándolo sobre el pecho de Panppukin, deteniéndolo de cualquier acción que pudiera hacer. Sus ojos, enloquecidos, se fueron contra mí, pero un leve frunce de ceño fue suficiente advertencia para que se entendiera que no se lo permitiría. Con todo el pesar, volvió a sentarse, sin retirar su mirada de Seripa.

–No lo digo con afán de insultarte, Panpukkin, sólo digo que estás pensando mal las cosas, unirse a alguien es una realización, no tienes por qué ser tan despectivo al respecto – el mencionado suavizó su mirada, desviándola a un lado, aún con su orgullo dolido. Seripa se mostró igualmente enojada, pero mucho más tranquila que él.

– ¿No me digas que entonces tú si piensas unirte un día, Seripa? – Toteppo, con intenciones de llevar la conversación a otro lado, cuestionó, y fijé también mis ojos en ella, aguardando por una respuesta, incluyéndome finalmente en la conversación.

–Yo… pues… sí – se sonrojó y desvió la vista una vez más. ¿Qué le pasaba? Bah, mujeres.

– ¿Qué me dices tú, Tooma? – mi rostro se apretó ante la cuestión, y tardé unos segundos en reaccionar. –Cuéntanos, ¿Piensas unirte a alguien un día? – la pregunta, esa maldita incógnita, ese planteamiento que los saiyajins nunca nos hacíamos, saltó a la conversación, saltó a mí, fría y dolorosa, pues aquel recuerdo golpeó mi mente impetuosamente.

“No creo que eso sea para mí, ¿sabes?

“¿No? ¿Y qué es…?”

“…no lo sé, ¿Qué es para ti?”

“…estar contigo”

Sacudí mi cabeza por enésima vez esa noche, apretando uno de mis puños sobre la superficie de la mesa, tratando de ahuyentar aquel recuerdo, aquella conversación que marcó el final de nuestra amistad… ¿sería acaso que también había marcado un inicio? No, no, más negativas exteriorizadas en mi cuerpo, y más atención por parte de mis tres colegas que me miraban sin entender.

Mi cabeza estaba hecha un caos, era una mierda, un embrollo horripilante cargado de idioteces, de confusas palabras y sensaciones, de la falta absoluta de una clasificación o significado, algunas cosas seguían sin definición. Como eso, como enfrentarme a esa pregunta. ¿Podía yo, acaso, pensar en eso? ¿En el futuro? ¿En la unión? ¿En el compartimiento con una mujer? ¿Por qué la idea sonaba tan malditamente lejana?

Sabía por qué, tenía respuestas desde hacía una semana que me humillé en soledad sobre su cama con aquel rastreador sin valor entre los dedos. Quería, con todas mis fuerzas, contenerme, olvidar, fingir, no sentir, quería sonreír con cinismo y decir que no, decir que lo único que me importaba eran las batallas, derramar sangre y conquistar, que cualquier otra cosa era estúpida y sinsentido, que unirse no era más que una idiotez, que mi placer se iba con alguna ramera o mujer de una vez. Quise, sí, pero no pude.

Porque así como quería soltar despectivo y alegre, ajeno, deseaba también con todas mis fuerzas esa realización de la que Seripa hablaba. Por más retorcida y perversa que fuera, por más ridícula e imposible, deseaba tener esa sensación de satisfacción, de calma, de placer, de emoción del que había escuchado hablar muchas veces. Quería, más que nunca, unirme, no de la forma convencional a la que ellos se referían, quería unirme con lo visible, con la existencia, quería deshacerme en la imagen, en él, no en el vacío o en el negro, no en la oscuridad y el silencio del cuarto, quería desaparecer dentro de él. Quería, en todo sentido, unirme a él.

Quizá estaba ebrio, sí, debía ser eso el causante de semejante barbaridad que acababa de atravesar mis pensamientos, aquella tontería que merecía una muerte sin honor frente a la plaza del reino, que merecía ser destituido y desterrado de Vegita. Pero dentro de mis pensamientos, siempre era libre de pensar lo que quisiera. Sonreí con amargura, una que traté de no reflejar por completo, no con toda la acidez que realmente quería desbordarse por las facciones de mi rostro. Si, quería, como un estúpido demente, estar a su lado.

–Pues… no descartó la posibilidad – respondí después de unos momentos, sin querer dar por sentado ninguna de las ideas que vagaban sin rumbo por mi cabeza.

– ¿Es en serio? No me lo esperaba de ti… es decir, nunca has pretendido a alguien, ¿o sí? – Toteppo inquirió, mirándome con extrañeza y sorpresa. Odié, un segundo, haber sido tan expresivo y libre respecto a lo que hacía, ¿qué tan falso sonaría que dijera ahora que había estado pretendiendo a alguien alguna vez? ¡Imposible! Ni siquiera podía considerar la posibilidad.

–Bueno, no…, no en realidad, pero… – ¿pero qué? ¡¿Por qué demonios dejaba ir palabras a medias?! Era claro que no podía expresar nada de lo que realmente sentía. –Pero en el fondo sé que me gustaría – completé, quiero creer que convincentemente.

– ¡No me digas que ya estás interesado en alguien! –Panppukin, reintegrándose al dialogo, exclamó, tal vez encontrando algo sobre mi rostro, tal vez sólo jodiendo como ellos bien saben hacer.

Lo medité un momento, bajando la mirada y sintiendo cada objeto a mí alrededor agitarse con excesiva violencia. –Tal vez… es sólo que… – murmuré, y me arrepentí una vez más al momento de decirlas. ¿Es sólo que qué? ¿Qué me estoy proyectando horriblemente sobre un tema que debería resultarme desagradable? ¿Qué ni siquiera debería de estar pensando en eso? ¿Qué ambos somos hombres? ¿Qué es Bardock de quién estoy hablando? Deseé con intensidad que mi tarro estuviese lleno de nuevo, necesitaba un muy buen trago en ese instante. –Es sólo que no sé cómo llegar a ella – mi lengua se movió milagrosamente de la forma adecuada, salvándome.

Levanté la vista para contemplar a cada uno de mis compañeros, pasando por sus rostros sorprendidos y pensativos, quizá interrogantes, quedándome un tanto extrañado ante la expresión tensa que tenía Seripa mirándome con fijeza, ¿esa mujer estaba demasiado tomada o siempre había sido rara? No importaba, lo que importaba ahora es si había creído lo que acababa de decir. Eso que, de cierto modo, no estaba lejos de la realidad. En verdad, no sabía y no sabría cómo llegar a alguien para algo que no fuera sexo a cambio de unas monedas.

– ¿No sabes cómo llegar a ella? ¿A qué te refieres con eso? – Panppukin fue el primero en interrogar, seguramente ajeno igual que yo a cualquier tema fuera de las golfas y las mujeres de un uso.

–Es que… – bajé la mirada, y se desembocaron todas las cosas que me sucedían, especialmente, aquel recuerdo de la noche anterior, donde tuve la sensación de que Bardock también me veía en la oscuridad, en las dudas, en el miedo. –No sé qué hacer – me sinceré, dejando ir en aquella frase bastante que lograba generalizar todos mis sentires, que describía plenamente mi situación.

– ¿No sabes qué hacer? ¿Hablas de qué no sabes cómo acercarte a ella? ¿Cómo cortejarla? – Toteppo se vio reflexivo, entendiendo mi punto inmediatamente. Yo asentí, suavemente, deseando no verme tan nervioso como me sentía.

– ¡¿Por qué demonios te complicas tanto?! Dile que te la quieres follar y listo – De nuevo Panppukin, tan agradable el muy imbécil como siempre.

–No seas tonto, Panppukin, Tooma está hablando de unirse a alguien, ir y decirle a cualquiera que quieres fornicar no es buena opción, de eso sólo sacaras sexo, no una unión real – regañó Seripa, notándose más sentida que antes.

– ¿Entonces que siguieres, Seripa? – Panppukin bramó, sonriendo con malicia un segundo después. –Aunque dudo que cualquier cosa que digas funcione, después de todo, sigues sola y no sé de nadie que te pretenda y corteje – Seripa apretó los puños con furia, estando a nada de saltar de su asiento e irse ella esta vez a los puños contra Panppukin, pero tras verme de reojo se contuvo, apretando la quijada mientras tomaba un largo suspiro. ¿Era mi imaginación o esa noche me estaban respetando más de lo que creí que lo hacían? ¡Y yo que pensé que ser segundo al mando era un título sin significado!

–Pues sugiero que le digas… – me miró con convicción, casi logrando intimidarme por  el poderío que mostraron unos segundos sus ojos.

–No seas tonta tú tampoco, Seripa, no es como si pudieras llegar y decirle “oye tú, únete a mí” – Era la primera vez en toda la noche –o en la vida misma– que Toteppo decía algo inteligente. Tal vez en verdad su relación con su hembra no era una farsa tan grande como creía. –Para lo que Tooma tiene problemas es para cortejarla, ¿no? Quieres saber si le interesas, si podrías acercarte a ella.

¡Eso! No podría estar más sorprendido, había dicho exactamente lo que yo había estado planteándome todo este tiempo. ¿Cómo saber si le intereso? ¿Cómo saber si no estoy loco e imagino su mirada también sobre mí? ¿Cómo acercarme? ¿Cómo atravesar esa pared que habíamos impuesto luego de una posible idea? ¿Cómo dejar de ser invisible para él?

–Entonces, ¿Tú sabes cómo se hace, Toteppo? – le hablé con respeto, el suficiente para engrandecer su orgullo un momento y hacerlo hablar, hacerlo decirme una maldita salida a este desafortunado hoyo en el que vivía.

–Pues… en realidad cortejé muchas mujeres antes de mi actual mujer, pero todo terminaba en caos, no sé si te pueda servir algo de lo que te diga – odié su franqueza por primera vez en toda la existencia, y no pude esconder el decaído entre mi frente, marcando una expresión decepcionada y ensombrecida. –Sin embargo, muchas de esas veces terminaron en sexo… y en relaciones estrechas, por lo general ellas estaban muy locas o solían ser demasiado golfas, y eso era lo que jodía el asunto. Así que tal vez algo te pueda servir – recuperé la sensación de entusiasmo, dando un asentimiento breve para que comenzara con su discurso.

–Espera, para todo esto, ¿Quién es esa mujer, Tooma? – ¿Por qué, de entre todo, tenía que decir eso el imbécil hijo de perra de Panppukin? ¿Es que no le habían enseñado a mantener la boca cerrada al muy gilipollas? Le envié una mirada molesta, pero sabía que eso no cambiaría nada, ahora podía sentir la curiosidad emanando de todos los presentes.

–No puedo decirles directamente quien es – respondí, pero noté su intriga aún, como si estuvieran conformes con lo que tuviera que decir. –Sólo diré que es una mujer de la familia del capitán Niono – sus expresiones de asombro fueron inmediatas, soltando incluso exclamaciones suaves, a excepción de Seripa, que pareció crisparse y molestarse dentro de la sorpresa que profesaba.

Sí, ya estaba arrepentido de lo que había dicho, si el rumor de que yo quería pretender a alguna hija, sobrina o hermana del capitán Niono se corría, sin lugar a dudas me estaría metiendo en una terrible y peligrosa situación. Sin embargo, no se me ocurrió otra cosa que decir, no pensé en otra mujer que no fuera Braica, de las demás no recordaba el nombre o era demasiado comprometedor, además, después de todo, realmente me había fornicado con esa mujer, así que usarla para mi mentira no estaba tan mal como parecía.

–No digan nada, no contaré más. Y no me hagan arrepentirme de confiar en ustedes – advertí, haciendo notar mi puño en advertencia, sin dudarlo le rompería la cara a cualquiera de ellos si se atrevían a abrir la boca. Pero los conocía por todo menos por ser traidores y habladores, siendo sinceros, el más comunicativo en esos aspectos era yo. Y yo era el menos interesado en filtrar aquel tema.

A pesar de que en sus rostros podía leer la curiosidad y la creciente sensación de desear atacarme con preguntas o dar sus propias conjeturas, asintieron en silencio, mirándose entre ellos unos breves momentos, como cerrando alguna clase de confidencialidad, o quizá los hijos de puta estaban hablando por el canal mental compartiendo sus propias ideas. No lo supe, ni podría saberlo. Aunque, en verdad no tenía muchos deseos de saber qué era lo que filtraban sobre mí.

–Bueno, Tooma, entonces te ayudaremos a saber cómo llegar a ella, ¿bien? – la seriedad en Toteppo me hizo sentir nervioso, incluso ansioso, esta vez estaba tomando real importancia a mi verdad disfrazada.

–Primeramente no debes temer, ¿crees que esa cara de idiota cobarde que tienes le gustará? ¡Me sorprende de ti, en realidad! – Panppukin sacó los dientes, mirándome con un duro rostro, haciéndome notar con sus palabras hasta ese momento que, ciertamente, al pegarme al tema, había tomado un semblante sombrío.

Parpadeé, con dureza, sintiendo como la oscuridad y el silencio, la indiferencia y lejanía de todo un año me pesaba, me arrastraba, me tenía preso entre sus oscuras y afiladas garras que eran las mismas que me desmembraban cada noche en la nada, que me desvanecían y me hacían uno con el vacío. Era verdad, había estado siendo demasiado cobarde ante él, estaba cargado de conformismo, de otra cosa que no era más que miedo y cobardía. ¡Sí, maldita sea, sé que la situación lo ameritaba considerando lo malditamente difícil que era toda la mierda! Pero no dejaba de ser un saiyajin, un mercenario, un hijo de puta.

–Es verdad, Tooma, debes mostrarte seguro – rectificó Toteppo, haciéndome flaquear por un segundo nuevamente. ¿Seguro? ¿Realmente podía estar seguro de lo que estaba pasando? Estaba seguro de lo que se desataba en cada pedazo de mi piel y de mi ser cuando contemplaba a Bardock, pero, ¿podía estar seguro de lo que pretendería hacer? ¿Estaba seguro de que quería acercarme? ¿Estaba seguro de que quería saber la verdad, de él y de mí mismo?

Sentí, de nuevo, las hipotéticas garras oscuras apresarme fuertemente, controlarme y desvanecerme en el sinsentido y en la nada, la invisibilidad. ¡No! ¡Yo no podía seguir cargando todas estás idioteces! ¡Ya no quería ser invisible, no quería estar parado en esa ambigüedad a donde tenía a cada lado el vacío más tenebroso de todos! ¡Quería, de una vez por todas, saber y mandar a la mierda lo que tuviera que mandar! ¡Al carajo con tú estúpida aplastante presencia, Bardock!

–Bien, buen punto… ¿y cómo hago para afrontarla? ¿Se lo digo sin más? – tuve miedo de mi propia pregunta, tuve miedo de que me dijeran que sí y que las cosas que estaban corriendo como locas por mi mente se hicieran ciertas. Imaginarme afrontando a Bardock con palabras que no tenían sentido ni para mí mismo resultó vertiginoso, cardiaco, sentí adrenalina escapando por cada poro de mi piel.

–No, muchacho tonto acelerado, dijimos que ibas a cortejara, no que le dirías lo que piensas. Estas repitiendo lo que dijo Seripa, y retiro lo que dije: no es como si pudieras llegar y decirle “oye tú, únete a mí” – Me azoté internamente, idiota, con un poco de confianza sobre mí ya quería ir y entregarme como imbécil a una posible brutal muerte. ¿Era ahora yo el ebrio, o siempre había sido así de estúpido?

–Vamos, Tooma, ¿tantas ganas tienes de fornicártela? – se burló Panppukin, codeándome una vez más con discreción. Hubiese ignorado por completo sus palabras, sino hubiese sentido mi propio rostro hirviente ante aquello, debía estar sonrojado, ¡¿Qué demonios pasaba conmigo?!

–Déjalo en paz, Panppukin… esto es serio – era la primera vez que Toteppo decía algo como eso, y una parte de mí deseó reír ante su afirmación que no iba con él, pero me recordé a mí mismo que sí, en verdad era algo serio.

–Bueno, con un demonio, entonces, ¿qué se supone que haga? – espeté, ya sin paciencia, azotando rítmicamente mis dedos en el borde de la mesa de madera, para presionar el asunto.

–Bueno, el proceso de cortejar es un tanto bobo y simple, pero certero y acertado: debes ganártela – mi expresión no cambió en lo absoluto, siguió en interrogante, lo que dio pauta a que Toteppo siguiera hablando. –Hazte notar, muchacho, muéstrate fuerte y galante, decidido. Mírala, mírala con potencia, has que te sienta, cuando te vea, no flaquees, comunícate con tu presencia – sí, debía estar yo ahora muy ebrio, porque sentía que Toteppo había pasado de ser un imbécil a un maestro en ese tema, y para que yo pensara eso sólo debía estar loco o muy, muy borracho.

Opté por la segunda opción, pero aun así sus palabras no habían sido malas, de hecho, eran bastante buenas, tenían sentido. – ¿Y luego qué? – me noté ansioso, pero no me importó, realmente quería saber.

–Bueno, luego de que ella te haya notado, es la hora de abordarla. Pero no idiotamente, sino acertarte a ella con cuidado, con discreción pero con gran presencia – noté contradicciones en aquellas palabras, pero intuí que esas contrariedades eran comunes en estos temas tan idiotas de las uniones y las sensaciones, después de todo, era yo quien me sumía todas las noches en el frío extremo y la hirviente asfixia.

– ¿Y cómo se supone que se hace eso? ¿Es qué le vas a hablar de cómo está el clima en Vegita o si ha fornicado alguna vez? – Panppukin, de una forma más despectiva a como yo tenía planeado, preguntó la misma duda.

–Bueno, lo haces galantemente, con respeto, con cuidadito para no cagarla – Los tres reímos un poco, y fue hasta ese momento en que noté que Seripa ya no estaba en la mesa, ¿en qué momento se había marchado esa mujer? Estuve a nada de preguntar a alguno de ellos, pero Panppukin tomó velozmente la palabra, distrayéndome.

– ¿Qué se supone que saques, entonces? – arqueó una ceja, intrigado, bastante interesado en el tema, nadie habría podido creer que era el mismo que había alegado hacía unos minutos que la unión era un idiotez.

–Bueno, a algunas mujeres les gusta que las aludes, pero hay muchas otras que no, sienten que les lastimas el orgullo, además, quedan más impresionadas si demuestras otra clase de destrezas – parecía un sabio, y a cada segundo estaba más interesado en el asunto.

– ¿Otra clase de destrezas? ¿Hablas de…? –  no terminé mi frase, se atravesaron en mi cabeza demasiadas opciones y terminé atascado de estás, sin saber por cuál de todas optar.

–Hablo de habilidades y destrezas, en la batalla, sí, pero también en la forma de pensar. Hay veces que uno se entiende plenamente en combate, pero fuera de este las cosas no fluyen, no sirven. Y a veces, pueden charlar y tienen opiniones similares sobre algunos aspectos, pero si en batalla son muy dispares, uno de los dos termina asqueado del otro, sencillamente el débil no es merecedor del más fuerte. Debe haber un equilibrio para eso – ¿Ese hombre hablaba en serio? ¿Todo lo que decía realmente era cierto? Sabía que sí, había escuchado con anterioridad algunas cosas sobre esos equilibrios, principalmente marcados por la casi regla en Vegita, donde cada individuo se unía a alguien de su misma clase. Los que estaban fuera de esa característica, siempre eran mal vistos por los demás.

–Bueno, digamos que la clase y la forma de pensar es similar… ¿qué sigue? – Bien, Bardock era más fuerte que yo, no por mucho considerando que él seguía siendo un clase baja, pero sí lo suficiente para romperme la cara. Respecto a los pensamientos, bueno, no podía mentir, hasta hace poco compartíamos todo, nuestros puntos de vista sobre algo resultaban ser siempre cercanos. Eso nos había unido bastante en el pasado.

–Pues, luego de eso, sin lugar a dudas se formará un vínculo, si tienes suerte que le resultes atractivo, aunque la mayoría de veces eso es lo último que importa si la has impresionado en batalla y has acertado en sus pensamientos. Cuando ese vínculo se forme, es el momento de actuar, de hacer notar tus intenciones – ¿hacer notar mis intenciones? ¿Qué significaba eso? ¿Azotarlo contra una pared mientras frotaba mi pene contra su espalda? ¡Seguro qué luego de eso notaba mis grandes intenciones!

– ¿A qué te refieres? ¿Hablas de meter mano finalmente? – Panppukin preguntó por mí, cosa que agradecí internamente, pues mi cerebro se había trabado un momento imaginando a Bardock contra la pared del cuarto, silencioso mientras refregaba mi pelvis contra su cuerpo. Bendita y jodida imaginación.

–Pues, no tanto como meter mano o arrastrarla al desierto para fornicar, pero sí algo determinante, coquetería, insinuaciones… no pueden ser tan ajenos a eso, ¿no? – era verdad, sabía cómo seducir a una hembra, sólo que no sabía que para tener algo que fuera para más de una noche se necesitaba demasiada mierda antes. Sin embargo, yo llevaba años trabajando ese papeleo anterior.

–Dime, Tooma, ¿en verdad tratarás de llegar a esa hembra? – Panppukin me miró con algo de incredulidad, quizá hasta molestia, como si la idea de verme unido a alguien le produjera escalofríos. No lo culpaba, imaginarme a mi unido a una mujer de la familia del capitán Niono me daba ganas de que mi vida terminara pronto.

–Pues… tal vez, si tengo la oportunidad – respondí, mitad por mantener la mentira, mitad porque realmente estaba loco por encontrar una oportunidad de enfrentar las cosas sobre mi verdadera situación.

–Mañana es el día de los tres caminos, todos estarán allí, seguro que podrías intentar hacerte notar – mis ojos se desorbitaron al escuchar aquello, abriendo ligeramente mi boca en una expresión perturbada, sintiendo el aire huir de mi cuerpo, el cual se paralizó por efímeros segundos que lucieron más largos de lo que eran.

– ¿Qué? – no atiné a decir nada más, me quedé fijo en Toteppo, como esperando a que me dijera que estaba bromeando o algo. No podía ser verdad lo que decía.

– ¿Qué pasa? – me miró extrañado, frunciendo el ceño mientras examinaba la expresión de estúpido que debía tener sobre mi rostro. –Tooma, no me digas que no sabías sobre los tres caminos – evité su mirada, girando a un lado, evitando también mirar a Panppukin, quien comenzó a reír burlonamente.

– ¡¿Acaso Bardock no te lo dijo?! ¡“Los tres caminos” se celebrará mañana! – de pronto, me sentí como un completo estúpido. ¿Era mañana? ¡¿Por qué demonios no me había dicho nada?!

–No me lo dijo… o tal vez lo hizo y lo olvidé – traté de mentir, para no sentirme tan patético, sin embargo, dónde más se mostró esa sensación de escoria y ridiculez, fue dentro de mi propia mente. Mi propio cerebro se burló de mí, se burló por sentir de pronto una extraña sensación de dolor, de vacío, sin desearlo, me volví invisible ahí mismo.

–Vaya, no creo que lo hayas olvidado… – Toteppo fue sincero, quitando su mirada de mí y clavándola al frente con real desconcierto. –Me sorprende que no te hubiera dicho. Bardock dijo que él te lo informaría, nos lo dijo hace unas cuatro semanas en el comedor, pensé que lo sabías de sobra, después de todo ustedes dos son buenos compañeros – Justo ahora, lo que necesitaba yo era un enrome cráter bajo mis pies, para que me tragara completamente y me librara de esa sensación humillante.

¿No me lo había dicho? ¿Por qué, de entre todos, me había omitido? ¿Así de invisible e insignificante era? ¡¿Nos veíamos cada noche en el maldito cuartel y no había podido decírmelo?! Algo aplastante me invadió, me consumió, presionó mi pecho a un punto que se volvió, más que incómodo, doloroso. Por un segundo, el sombrío rostro y la falta de ánimo volvieron a mí, la conformidad y la desesperanza, el sinsentido, todo me invadió y me sentí igual de patético y aborrecido que al principio de ese día. ¿Por qué él no podía verme?

–Venga, Tooma, está bien, mañana podrás verla, todo Vegita estará aquí – alguien de los dos me dijo, palmeando mi espalda, y yo sonreí de lado, asintiendo por mera inercia.

Pedí otra nueva ronda al sujeto de la barra, sobando mi frente histéricamente mientras esperaba mi bebida, la cual, después de un solo segundo de haber tocado la mesa, desapareció en medio de mis labios, que sorbieron con fuerza, con ganas, como si con el alcohol se fuera también parte de esa aplastante y molesta sensación de sentirse invisible. De ser invisible. A ojos de él.

– ¿Qué sucede? – esta vez reconocí a Toteppo golpear mi brazo suavemente, llamando mi atención. –No te desesperes, no puedes saber nada hasta que no lo intentes… ¿no? – aconsejó, dentro de todas las palabras y conversación que se suponía aún iban dirigidas hacia mí.

Asentí en automático, una vez más, sabiendo que él hablaba de mi coqueteo con aquella mujer. Sin embargo, algo dentro de esas palabras tenía razón: no podía saber nada si no lo intentaba. Pero resultaba tan difícil pensar en intentar, tan fácil imaginar que no valdría la pena, tan acertado pensar que recibiría una dolorosa y deshonrosa muerte. Quizá, llevado por el alcohol como muchas otras veces, incluso eso parecía valer la pena con tal de poder intentar. Por tratar de volver a ser visible.

Sonreí de medio lado, irónico, contrario a mi sensación interna, sosteniendo mi vaso mientras bebía el último trago de golpe, consumiéndolo como mi propia racionalidad.

¿Esto era realmente para mí?

No lo sabía, pero era verdad, seguiría sin saberlo hasta que no lo intentara.

[…]

Negro, etéreo y suave, burbujeante alrededor, acariciando la piel con gentileza, con tanta calma que era fácil ignorar el daño que infligía con rudeza sobre el cuerpo, de las llagas y rasgaduras que provocaba con cada golpe disfrazado de caricia. Y era sensacional sangrar gracias a ella, a esa oscuridad, a ese vacío, era desangrarse entre la sangre, ver cada gota de aquel rojizo desvanecerse y evaporarse con sólo estar fuera de tu piel, uniéndose a algo más, uniéndose a él. Todo, absolutamente todo, era embelesador, embriagante.

Y nadé, sin saber si mantenía los ojos abiertos o cerrados, había negro por donde miraras, espumoso negro que se abría paso cuando avanzaba mi cuerpo inerte a través de este, rompiéndolo, rompiéndose, era una situación destructiva en los dos sentidos, y me gustaba, y me sentí adicto, y me quería romper y sentir que rompía, quería seguir derramando mi sangre en aquel pozo de oscuridad.

Sin embargo, arrebatado de aquel prodigio lugar, desesperado y acongojado al respecto, cual niño que separan del seno materno, quise gritar, quise aferrarme y suplicar por que se quedara alrededor mío, incluso dentro de mí. Quería ser absorbido y destruido por aquel poderoso y profundo lugar, que tan armonioso y peligroso resultaba. Pero se alejaba, y mi garganta no podía proferir sonido alguno, sólo vacío, sólo nada, sólo vaho que abandonaba mi boca y nada más.

La imagen se alejó, se volvió clara, se coloreó y se solidificó. ¿Había nadado en el negro de sus ojos todo ese tiempo? Preguntó mi mente, al notar que había salido de la mirada de mi capitán, que ahora me miraba fijamente, que me incitaba a volver a hundirme en él, a volver a probar lo que se sentía ser mirado por él. Por lo que se sentía sentir. Y entendí porque ser cortado y dañado se sentía gratificante, sólo él podía infringir algo tan estúpido y contradictorio en mí. Eso de sentirme observado por él. De saber que no era tan invisible como parecía.

Bardock… ¿qué debo hacer? Cuestioné a aquella figura inmóvil frente a mí, pero no hubo respuesta, no hubo nada, ni siquiera mi voz, era invisible e inexistente, quizá, como todo yo.

¿Por qué las palabras no llegan jamás hasta ti, como si no existieran?

¿Por qué no me muestras tu mirada, tu rostro? ¿Qué escondes?

Lo sentí alejarse, en un nuevo espacio vacío que lo tragaba, ¿o me tragaba? No estaba seguro, sólo lo veía alejándose de mí, de mi alcance, de la figuración de poder tenerlo cerca, de la desesperación, de mis manos que insolentes querían profundizar, saber, quitar la barrera y conocer. El negro terminó por tapar todo de nuevo, siendo esta vez un nuevo negro, uno que no era apacible, era un negro frío, un vacío, como yo, y me fusionaba, me atrapaba entre sus fauces.

¿Cuándo podré llegar hasta ti, Bardock?

Apreté los ojos, resignándome a aquel contenedor vacío y gélido, excluyente, imaginativo, sin embargo, al cerrar los ojos y dejar de luchar contra la maraña que se entrelazaba y aprisionaba mi cuerpo, pude sentirlo, pude sentir sus ojos sobre mí, sentir su mirada escudriñándome a pesar de que yo ya no podía verlo. Me observaba, con fijeza, y la sensación de sus ojos en mí me estremeció, alterándome.

Abrí los ojos abruptamente, sintiendo mi corazón latiendo con fuerza y con descontrol, moviendo los orbes en todo el panorama que se presentó frente a mí: la pared, la puerta del baño, nada más. Parpadeé confundido un par de veces, tratando de tomar aire con más calma para regularizar mi corazón, que saltaba aún dentro de mi pecho, nervioso. Un sueño, un sueño otra vez. Cerré los ojos un ínfimo segundo más, tratando de consolar alguna idea o sensación flotante, reviviendo las imágenes confusas que habían desfilado en mi cabeza, extendiendo aquellas imaginativas sensaciones.

Mi corazón, que no se había calmado ni un ápice desde que había despertado, se aceleró más, se inquietó y sintió ser aplastado por el peso de todo el universo. Era extraño, pero la sensación de ser observado por él aún perduraba ahora, incluso despierto, y se volvía cada vez más potente junto al conteo de los segundos, asfixiándome. Me percaté, entonces, que podía sentir aquellos ojos ónix clavados en mi espalda, la cual daba a la cama de Bardock, pues dormía de lado, con mi rostro mirando a la puerta del baño.

Pensé en voltear, pensé en girar mi rostro con la velocidad y urgencia que mi ansia descontrolada demandaba, que todo ese puñado de deseo y ficción naciente en mi cabeza necesitaba. Pero decidí no hacerlo bruscamente, decidí, guiado por otra retorcida satisfacción, darme un momento más de disfrute de aquel espejismo, de imaginar que de verdad podría estar mirándome desde su lugar en la cama como todas esas veces que deseé que lo hiciera, quise mantener la incertidumbre y no decepcionarme tan rápido como pensé que pasaría.

Y digo pensé, porque cuando giré finalmente, cuando, sin poder resistir ni un segundo más el deseo incontrolable y la curiosidad, me moví sobre la superficie de mi cama para mirar a mis espaldas, me encontré con algo que definitivamente no esperaba. Me quedé estático, con los ojos abiertos en su punto máximo, observando la escena escéptico: Bardock estaba de pie al lado de mi cama, justo tras de mí, mirándome con una potencia que no esperaba, sorprendiéndose de igual manera cuando, inesperadamente para él también, giré en su dirección.

Nos observamos unos momentos, en silencio y en expectación, en ignorancia, en una tensión palpable, sin saber qué más hacer. Despegando un segundo mi vista de sus ojos, paseé por su cuerpo, por su torso desnudo que me mostraba sin vergüenzas, por su licra negra, por sus brazos tensos a los lados y su clavícula resaltante en su figura, pero principalmente y nuevamente, me fijé en la cicatriz, en aquella eterna y significativa cicatriz. Abrí la boca, quien sabe que disparate pensando decir, pero no hubo aire en mis pulmones, como en mi sueño, como cada vez que sentía aquellos ojos fríos como el hielo, logrando disparar, contrariamente, el calor sobre mi piel.

Finalmente despegó sus ojos de mí, retrocediendo un paso, haciéndome notar hasta ese momento que había estado parado justo al borde de mi cama, como si fuese a subir a ella, como si se le hubiese acabado el espacio para seguir avanzando en mi dirección. Un nuevo vuelco azotó mi corazón ante ese pensamiento que no podía ser más que producto de mi imaginación, pues comencé a figurarme una nueva fantasía, de él subiendo a mi lecho mientras yo dormía, metiéndose conmigo bajo la sábana que me cubría, originando un roce grotesco, aplastándome con su cuerpo mitad desnudo, creando fricción, marcándome un pronto y prolongado ritmo al refregar su erección contra mi cuerpo, contra mi propia erección, contra mi pelvis que se alzaba deseosa imitando su ritmo, simulando embestidas sobre la ropa…

–Iba a despertare – habló de pronto, cortando mi fantasía en la parte más interesante. Vamos, ¿qué pasó con la regla de los cinco minutos más? Los necesitaba justo ahora… más otros veinte, sólo para estar seguros de que mi imaginación acabaría estupenda.

–Está bien, lo hiciste – respondí, con una naturalidad sacada de milagro, pues me sentí nervioso al límite, ansioso con la misma potencia. Estábamos cruzando palara después de mucho tiempo, además de que hoy era el día de los tres caminos, no sabía que decir, sólo atinaba a pensar idioteces sin sentido. Me quedé mirándolo fijamente de nuevo, escudriñándolo, observando claramente el movimiento que hicieron sus ojos al evitarme, detallando también cada discreto movimiento que hizo para apartarse más de mí. –Sentí que me mirabas – agregué innecesariamente, alentado por mis recientes fantasías, por un extraño valor naciente al despertar, por verlo de pronto no tan lejano, pero principalmente, por mi erección creciente bajo la sábana.

–Hoy es el día de Los tres caminos, debemos irnos – informó, ignorando olímpicamente mi comentario, alejándose mientras levantaba su armadura y sus muñequeras del suelo al frente de su cama.

No pareció importarle que no me hubiera dicho nada, y no pareció impresionado con que yo no me notara sorprendido ante ello, por suerte me había enterado un día atrás, y no gracias a él. Sacudí mi cabeza, tratando de concentrarme y tratando de no pensar en las ganas que tenía de masturbarme… o quitarle de nuevo la armadura e hincarle mi hirviente miembro en medio de los muslos. Me puse de pie, dándole la espalda mientras me estiraba levemente al lado de mi cama, alzando los brazos y tomando un gran suspiro, como si preparara mis pulmones para un nuevo día.  

Una sensación de escalofrío me recorrió entonces, atravesando toda mi espina dorsal, subiendo como cosquilleo por mi espalda y terminado en mi cabeza, la cual se sintió entumida unos segundos. Era de nuevo su mirada sobre mí, con esa fuerza, con ese algo que los volvía peligrosos, que me descontrolaban, que me hacían perderme sin rumbo. Giré, esta vez con velocidad, en su dirección, atrapándolo con su vista en mí, mirando bastante concentrado mi espalda baja, justo arriba de la raíz de mi cola.

Llevó sus ojos a los míos de inmediato, frunciendo el ceño, como si quisiera disimular algo. ¿Pero qué? No pude evitarlo, y sonreí divertido, quizá mucho más galante y vanidoso de lo que hubiera deseado, pero mi mente –controlada últimamente por mi par de testículos– lograba formar en mí una montaña de ideas locas que se basaban en nada, en imaginación. Verlo mirarme, de esa forma, tan fijamente, a escondidas de mí, me erizó la piel, me llenó de adrenalina y atiborró mi cabeza de conjeturas que quizá eran muy estúpidas, pero no pude evitarlo.

Se giró a otro lado casi molesto, como si yo no le hubiese sonreído, levantando su última muñequera y dándose la vuelta para salir, llamando mi atención cuando noté que se veía apresurado, más ansioso de lo que normalmente se notaba, parecía desesperado por abandonar la habitación. Parecía como si huyera. Este detalle si logró desencajarme, me hizo sentir y pensar que quizá, de entre toda la mierda flotante en mi cabeza, algo, tal vez muy pequeño, era cierto.

Negué de inmediato, no queriendo pensar en ello, no queriendo ver cosas donde no las había, ni imaginar, ni sentir, ni pensar, sólo vivir por vivir como si nada, como era debido para un saiyajin. Sin matices, sólo el orgullo y el poder, la guerra, eso que tanto me apasionaba. Pero no pude evitarlo, no pude evitar emocionarme bobamente, no pude quitar el peso imaginativo de mi pecho, ni apagar el fuego, ni derretir el hielo, no podía pelear contra eso que era invisible e invencible.

Estuve a punto de hundirme una vez más en el gris, en esa oscuridad en la que me había ahogado y sumergido en los últimos meses, de destrozar toda aquella idea de mi cabeza y tirarla al suelo, junto conmigo, de no querer moverme de ahí, de ansiar el dichoso día en que la muerte acabaría con mi existencia, en aferrarme como desesperado a los minutos en los que podía dormir y no pensar. Pero la idea del día anterior saltó a mi cabeza como una bestia loca, abrazándome:

Seguiría sin saberlo hasta que no lo intentara.

Sonreí, tratando de repetir las cosas en mi cabeza. Sí, quizá Bardock sólo me había mirado normalmente, y tal vez yo sólo le había sonreído por nerviosismo, quizá estaba loco, más de lo que ya había notado antes. Pero quería intentarlo. Quería saber, salir de dudas, salir del maldito inferno. Iba a probar. Iba a intentar. Ya no me importaba si estaba basando cada argumento que me fortalecía en mi cabeza sólo en alucinaciones que yo mismo creaba, en malinterpretaciones. ¿Qué más daba? Ya no me importaba nada.

Quería sentir esa piel bajo mis dedos.

Él apenas estaba frente a la puerta, moviendo la escotilla mientras ejercía fuerza hacia adentro para abrirla. Mis ojos se fijaron entonces en el pequeño e insípido mueble que yacía justo en medio de las dos camas, encontrando en este el rastreador de Bardock, justo lo que esperaba encontrar, resultaba olvidándolo aún, ¿es qué ése sujeto nunca aprendía?

Saltando sobre mi cama alcancé el artefacto, sonriendo ampliamente mientras giraba a la puerta, por donde Bardock salía, ya sin tanta prisa. –Hey, Bardock – llamé, notando como él se frenaba y dudaba en girarse hacia mí un imperceptible momento. Le lancé el rastreador, el cual recibió sin esfuerzos, dedicándome una suave sonrisa, tan suave y corta que no cualquiera la hubiese notado.

Pero la noté, y fue suficiente para mí, para hacerme sentir un poco de seguridad dentro de todos los movimientos en falso que estaba dando.

Era el momento de dar el primer paso.

Incluso si estos me llevaban a la muerte.

[…]

El palacio siempre me resultaría grande e innecesariamente ostentoso, pero por supuesto que no podía quejarme, después de todo era el digno hogar del rey de todos los saiyajins. Sólo atine a alzar la vista y contemplar aquella grisácea construcción, de pasar por cada una de las ventanas de formas y tamaños desiguales que se repartían a lo largo y a lo ancho, haciéndolo lucir ligeramente exótico, sin llegar a salirse de lo normal y la seriedad propia de los saiyajins.

No es como si no hubiese visto antes el palacio, lo había hecho, quizá más veces de lo que podía siquiera contar, se encontraba justo en el centro de todas las demás construcciones, rodeada por el área de los guerreros de clase alta, luego la media y luego la baja, sin embargo, no era como si fuera mucha distancia entre una y otra, el palacio era el visual más grande de todos, era imposible no haberlo notado antes. Sin embargo, había cosas de las nunca me iba a cansar de mirar, y al igual que la faceta cambiante de colores que producía la atmosfera de Vegita al entrar en ella, el palacio era algo que me resultaba fascinante. 

Mis compañeros se detuvieron frente a mí, y apenas logré frenar a tiempo antes de estamparme contra Seripa, que me había adelantado en algún momento, seguramente mientras la imponente edificación me absorbía, tenía algo especial que hacía que mis ojos viraran en esa dirección. Presté atención una vez estuve quieto, moviendo mi cabeza de un lado a otro, omitiendo una mueca disgustada al encontrar la plaza central completamente llena y atiborrada de murmullos que creaban una bulla completa, logrando hacerme sentir un momento en la plaza de la zona baja en lugar de este tan importante festejo.

El día de “Los tres caminos”, una vez más desfilando frente a mis ojos. Era casi increíble que fuera el día otra vez, ya habían pasado dos años y yo apenas lo había notado. El día de “Los tres caminos” era un festejo saiyajin, el único que teníamos si lo pensaba detenidamente, y en realidad no había disfrute alguno en eso, al menos no fuera del orgullo y del honor. Era algo importante para la raza, lo sabía, era una ovación a nuestra existencia, a nuestro dominio, era enriquecernos y enorgullecernos, era una especie de mérito y reconocimiento en conjunto, ¡El único que encontraríamos a lo largo de nuestras vidas! “Los tres caminos” era una ocasión para engrandecernos como raza, como guerreros.

Ahora mismo el nombre de “Los tres caminos” no tenía el mismo sentido que antes, había sido el nombre que se había adaptado cuando la raza saiyajin llegó al planeta Plant, cuando se formó una alianza con los Tsufurujins. Se nombraba tres caminos porque estábamos uniendo nuestro camino a los Tsufurujins, y al mismo tiempo, se creía que los saiyajins habíamos renacido como raza al llegar aquí. Los tres caminos eran eso: Los saiyajins que habíamos sido antes, los saiyajins que estaban naciendo al iniciar de nuevo en este planeta, y los Tsufurujins, los aliados en el camino.

Pero esos hijos de puta estaban muertos ahora, y el rey Vegeta destinó un nuevo significado a ese camino: los saiyajins nuevos, los que nacíamos luego de aquella guerra, los fortalecidos saiyans. Así que el nombre se siguió usando, referenciando tres etapas importantes que acarreábamos como raza. El festejo era cada dos años, nunca era el mismo día, el rey Vegeta decidía el día y comunicaba a todos sus allegados para que difundieran aquella información, para planear todo con la calma suficiente.

Esa idea me recordó a que no había sido informado como era debido, pero no dejé que eso volviera a doblegarme, ahora mismo debía ser firme, el más firme de todos, ¡Sería tan firme que incluso mi pene no se doblegaría con nada! ¡Así de firme! Me codearon levemente a mi derecha, sorprendiéndome, desviando mis pensamientos de mi pene a Seripa, que me miraba con su ceño fruncido y su reproche eterno, como si fuera mi madre la muy perra.

–Tooma, presta atención, ¿en dónde estás? – sacudió su mano frente a mí, como para llamar mi atención, y se me ocurrió decirle que estaba con los pensamientos en mis bolas, pero no quería pelear justamente ese día.

Me limité a asentir, y comencé a seguirla, avanzando entre la muchedumbre que de a poco se iba acomodando y estableciendo, comenzando a formar filas ordenadas, incluso algunas fueron las que desordené al pasar con prisa entre ellos, percatándome de que sólo ella y yo nos habíamos atrasado, ¿o había sido sólo yo y ella se quedó a acompañarme? No lo supe, tampoco importaba ya, pude ver al resto de mi escuadrón formado en una línea, al frente de uno de grandes cúmulos.

Me formé conociendo ya mi lugar en esa flotilla de guerreros de clase baja, notando algunos huecos por las bajas que pronto fueron llenados tras una eficaz reordenamiento. Bardock, como nuestro capitán, se paró frente a nosotros, junto con otros muchos capitanes, que formaban una larga línea a, mirando de frente a gran distancia a varias filas de soldados, entre ellos, yo y mis compañeros, que formábamos una columna, siendo yo el último, teniendo de espaldas a cada uno de mis camaradas frente a mis ojos. Cada capitán tenía al frente a todos los miembros de su equipo, así que a los lados tenía a compatriotas de otros escuadrones, en la fila número cuatro de cada una de sus columnas.

El bullicio cesó, y cada general se colocó en sus respectivos sitios dentro de aquella formación estricta y llena de régimen, dando algunas indicaciones que ya todos conocíamos. La guardia real se asomó, y comenzó a caminar a través del pasillo humano, de un lado todos los soldados como yo, y del otro lado los capitanes de escuadrón, los generales y otros altos rangos. La guardia, adornados todos por capas blancas, se colocaron en las orillas también, como si hicieran una barrera entre nosotros y la pronta presencia del rey en ese sitio.

El mencionado hizo aparición, saliendo desde las puertas abiertas y enormes del palacio, con su capa roja y su imponencia, su escudo en su pecho y aquel collar tan significativo colgando del cuello. Avanzó con aplomo, con aplastante orgullo y porte, sin mirar a nadie, con los ojos fijos en el cielo, en la nada. Las ovaciones no se hicieron esperar, todos parecían locos por tenerlo de frente, más bien, todos estaban locos, pues el rey infundía todo menos aquel ridículo aprecio que todos de pronto parecían destilar.

Sin embargo, no era nada nuevo, estaba acostumbrado a aquella falsedad de parte de todos para con el rey en el día de Los tres caminos sólo por tratar de simpatizarle. Recordé entonces, que cada vez que ocurría este día, que cada vez, desde que éramos unos niños y observábamos al anterior rey desde lejos, me producía la misma sensación de asco y molestia. Miré, por pura inercia, a Bardock, pues era una tradición nuestra en este día mirarnos cuando eso sucedía, sonreír y decir sin ninguna palabra todo lo que sentíamos. Qué mentira. Lo sé. Qué estúpidos son todos. ¡Lo has dicho! Quiero irme. Y yo.

Era lo malo de cuando conocías mucho alguien demasiado, era lo malo de ser amigo de alguien, luego de mucho, sencillamente te acostumbras a él, y cuando se va, un vacío se genera siempre, dolorosamente, en el fondo del cuerpo y de la mente. Era lo malo de apegarse tanto a alguien en particular, si se aleja, se va también con todo lo demás. Se desvanece, como yo en cada noche. Como yo bajo la sombra de mi capitán.

Me sentí tonto al darme cuenta de lo que estaba haciendo, de lo que tardé en reaccionar y saber que ya estaba girando mi cuello y alzando la vista sobre las cabezas de la guardia real para buscarlo, para divisarlo de entre todos, para mirarlo como siempre, una de entre tantas cosas que hacíamos y que ahora parecían espejismos lejanos. Cuando mi vista dio con él, lució más apagada de lo que debió, ya no llevaba algún mensaje por demás estúpido y repetitivo, lucía entre molesta y asfixiada, nada más, esperando encontrar una barrera, un vacío, un imperante porte que opacaba y aplastaba. Esperaba vacío y frío como últimamente recibía.

Sin embargo, cuando di con él en una cuestión hecha de segundos, pude atisbar sus ojos, redondos brillantes, fijos en mí. Sobre su rostro leí entonces aquel tan ansiado mensaje, el mensaje: No puedo creer lo falsos que son todos. Y mi pecho se aplastó con la fuerza de lo imposible, una adrenalina me recorrió completamente, casi haciéndome perder la postura por un segundo, y fue sólo uno, porque al siguiente mi cuerpo se endureció completamente. Fue extraño –como todo lo que me pasaba al respecto–, pues sentirme en el pasado, sentir un sólo segundo que nada de lo que había pasado existiera, me revolucionó internamente, me invadió de un algo que no supe digerir en principio, que me trabó más de que nada, algo que explotó en colores que ni siquiera pude diferenciar.

Me sentí feliz.  

Me sentí feliz en un punto fuera de que hubiese sentido, me sentí completo y pleno, me sentí que el gris y el vacío de los meses anteriores no existía, me creí que había soñado las noches largas despierto en agonía mental, sentí que fueron broma cada una de las veces en el bar tomando sólo. Todo se fue, se esfumó, desapareció como yo hacía, así de insignificantes se sintieron cuando pude sentirme cerca de él, cuando de nuevo me sentí su cómplice y se sentía como si no hubiera pasado ni un segundo desde la última plática amena que tuvimos. Me sentí completo.

Tardé más de lo que me hubiera gustado en salir de mi trance y sorpresa, entornando los ojos y transmitiendo un mensaje no literal, sólo algo que pudiera decirse con nuestra expresión, con nuestro conocimiento sobre el otro, con nuestra estrecha amistad, dando esa sensación de saber con certeza lo que piensa el otro. Ya quiero irme. No estoy seguro si aquello que quería decirle lo entendió, sólo apretó levemente la mirada y movió sus labios un cuarto de segundo, lanzando con ello quizá un Yo también, o sólo era un asentimiento a mi idea.

Retiró su mirada de mí con naturalizad, prestando atención a lo que el rey decía, alguna cosa sobre matar, pelear, conquistar, romper culos, ¿hablábamos de otra cosa en este planeta acaso? Era lo mismo de siempre, pasión, honor, orgullo saiyajin, y toda esa mierda, sí, lo tenía aprendido. No era como si no me importara el rey o lo que él decía, yo apreciaba y deseaba enorgullecer a mi raza y a mi sangre, amaba matar y conquistar, pero justo en ese momento, no tenía anhelos de escucharlo de nuevo, incansable.

No, estaba ocupado, estaba levitando sin hacerlo, estaba soñando y teniendo visiones, como si hubiese fumado alguna de esas divertidas hierbas, estaba discutiendo en silencio en alguna parte de mi mente, sacando espuma por la boca entre palabra y palabra, espuma que subía al cielo y formaba imágenes esponjosas sin ninguna clase de orden. ¡¿Qué mierda se suponía que estaba pensando?! ¡¿Qué era toda esa basura?! Sacudí la cabeza, lanzando imaginarios ataques de energía brillante a cada una de las estupideces que corrían por mi mente.

Con la mente en blanco esta vez, me quedé fijo en el punto que no había terminado de mirar, me quedé con las pupilas adheridas a aquel cuerpo que se alzaba lejos –y no tan lejos– de mí. Me sentí embrujado –¿la brujería existe?– bueno, me sentí imbécil, atrapado entre aquel cuerpo que se dibujaba, me dejé hacer por las sensaciones que hormigueaban mi cuerpo, que subían burbujeantes, que me helaban y me calentaban, ¿cómo lo hacía? ¿Por qué era con tanta fuerza y tanta facilidad?

No pude, a pesar de que de verdad lo intenté, mis ojos volvieron a verlo, a repasar su rostro en la lejanía, uno que apreciaba claramente a pesar de ello. Me perdí en su cuello estirado a un lado, en su clavícula, en sus hombros al descubierto, en su pecho que no permití a mi cabeza imaginarlo desnudo y aun así lo hizo, y de nueva cuenta, acabé sobre su cicatriz, sobre aquel oculto y ahora ya no tan desconocido significado. En el error de aquel día, en las preguntas que aun asaltaban mi mente, en la resolución de algunas y en la formulación de muchas otras que se generaban tras contestar la anterior.

La escena se repitió en mi cabeza, con detalle: la pelea, la estrategia, los descuidos, la distracción, la energía en su dirección, mi presurosa acción sobre él, su miedo, su cuerpo templando contra el mío, sus deseos de huir y desprenderse de entre mis brazos, su miedo, su torpeza y descuido, su retroceso, su miedo, el golpe, su extraño trance del que no salió… su miedo. Sí, aquel miedo que seguía sin entender. No del todo. Al menos no de su parte. Al menos no de esa manera, con ese extraño fondo oscuro y atiborrado de brillo, contradictorio como todo lo que yo sentía nacer en mi fuero interno.

No podía dejar de sentirme culpable, por esa cicatriz, por aquel descuido, por el dedo de muchos que se alzó en su contra recriminando y juzgando, burlándose de su descuido, de su impertinencia, de su estupidez, de su marca tan significativa contra algún débil enemigo. Soy idiota, tal vez debí desviar el ataque usando uno propio, tal vez debí sujetar a Bardock con más fuerza, tal vez debí lanzar los cuerpos de mis enemigos para que el ataque impactara en ellos y ni por error tocara a Bardock. Sí, tal vez pude hacer mucho y a la vez nada, lo que era verdad es que justo ahora ya no podía hacer absolutamente nada al respecto para cambiar lo que ya estaba hecho.

¿Por qué Bardock no había hecho nada luego de que lo impactara aquel ataque? ¿Por qué, siendo quien era él? ¿Por qué, cuando pensé que tendría que detenerlo de sus deseos de destruir al menos la mitad del planeta? ¿Por qué se quedó ahí? ¿Por qué tembló como cuando lo hizo entre mis brazos? ¿Por qué me llené de ganas de abrazarlo desmedidamente una vez más al mirarlo retroceder con miedo aun en mis memorias? ¿Por qué ese miedo que destilaron sus ojos por primera y única vez me enloquece? ¿Por qué repetirlos en mi mente enciende una loca sensación desprovista de razón sobre mi cabeza? ¿Por qué no puede volver a mirarme así?

¿Por qué deseo que lo haga, tanto, tanto?

Sí, esa cicatriz me hacía sentir culpable y mal de algún modo, pero también me ponía feliz, a un enorme límite, me presionaba internamente de mil modos, me recordaba aquel miedo, aquel temblor, aquel forcejeó que hice sobre su rostro luego del ataque, de mi primer descubrimiento, de la confusión que encontré sobre sus ojos negros que brillaron cafés bajo el reflejo del sol. Me recordaba al deseo que sentí ese día, que aluciné o presencie, que tal vez sólo reflejaban lo que decían los míos y ver aquello en él fue producto de mi eterna cabeza loca. No estaba seguro. Sólo sabía que aquella marca era perfecta donde estaba, era recordatorio, era electricidad, era fuego y hielo, montañas de cada uno, era verlo en mí, era verme en él, la cicatriz era una marca, la marca.

Sin haberlo notado siquiera, habían pasado algunos minutos, en los que mi mirada no se había alejado ni un ápice del cuerpo de Bardock, quien –supongo–, habiéndola notado todo el rato en él, giró hacia mí, algo interrogante, o quizá molesto. Nos miramos fijo una vez más, y yo traté de no mostrarme sorprendido, me quedé mirándolo, nada más, sin atinar a hacer algo aparte de eso, sólo lo miré, lo miré sin mensaje, al menos no uno en particular, lo miré con todo lo que cruzaba por mi cabeza, con las sensaciones, con el deseo de aquel día y de este día, lo miré sin miedo, lo miré con las palabras de Toteppo sobre mi cabeza gritando que debía darme a notar y ser fuerte, hacerle saber que estaba ahí. Lo miré con súplica también, con desgarradores lamentos: Mírame, Bardock, estoy aquí, justo al frente tuyo.

Mírame.

¿Por qué no me ves?

Ya no quiero ser invisible.

Mírame.

Quería que me mirara, con miedo, con deseo, con camaradería, quería que me mirara de todas las maneras, de todas las formas, y no por el hecho de hacerlo, quería que al mirarme, me notara, me sintiera, me transmitiera y me recibiera en él, en su día a día, en su cabeza, quería que se percatara de que yo seguía ahí, de que había estado ahí, de que no me había desvanecido. No Bardock, no me fui, estoy aquí, junto con todo lo demás. No puedes desvanecerme, no me iré. Mírame, date cuenta que estoy justo frente a ti. No me fundas en el vacío.

Ya no.

Se volteó, con rapidez, a uno de sus costados, ignorándome, perdiendo sus ojos y su atención en alguna nueva cosa que seguro el Rey Vegeta nos regalaba con su pasional sentir. Pero yo no quité mi mirada de él, no quité la pasión, el éxtasis, los mensajes, la súplica, el anhelo, y la seguridad, sobre todo la firmeza. Mírame Bardock. Y lo hizo, giró de nuevo a mí, más discretamente, mirándome un segundo y volviéndose de nuevo a otro lado. Nótame. Sus ojos de nuevo en mí, un solo segundo, sin siquiera girar el rostro. Date cuenta de lo que no tengo idea que sea.

De nuevo en mí, esta vez su ceño fruncido y confusión, confusión y nervios mal disimulados. Me miró con más fijeza, esperando a que yo le dijera algo más que sólo aquella potente vista que mucho y nada decía. Se giró con molestia a otro lado una vez más ante mi aparente calma, ante mi rostro que parecía no proferir nada, ante la insistencia de mis ojos. Pero igualmente no paré, seguí cada uno de sus movimientos, de su discreta observación por el rabillo, de sus labios apretándose molestamente.

Una vez más lo hizo sin fingir, me miró directamente y demando a través de sus acciones algo, quizá sólo me estaba gritando un “¿Qué?”, el cual no respondí, o si lo hice, de una forma en la que él no quería, pero lo hice. Sus ojos se miraron bravíos, estaba claro que estaba incómodo con mis acciones, que me estaba cuestionando y demandando alguna explicación al respecto. ¿Qué? ¿Qué quieres? Deja de mirarme. Deja de existir. Desaparece.

Pero yo seguí ahí, y sus ojos bailando por el panorama y volviendo a mi cada vez también siguieron ahí. Cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra, y luego a la otra, y lo hizo una vez más, y luego muchas, ansioso, desesperado, incómodo. ¿Incómodo con qué? ¿Conmigo? ¿Con mi existencia? ¿O le incomodaba realmente lo que pensaba cuando me miraba, cuando yo lo miraba? ¿Era que no le gustaba lo que se agazapaba entre los dos? ¿No le gustaba la asfixia que se generaba? ¿El calor? ¿El frío?

¿Qué pasó ese día, Bardock? Pregunté sin hacerlo, sin querer escuchar lo que me estaba transmitiendo por el canal mental que estaba forzando entre los dos, demandante, ofuscado. ¿Qué pasó aquel día, el de la cicatriz? ¿Qué pasó aquel día, hace un año, cuando nos alejamos? ¿Qué pasó aquel día, Bardock, el día que no te maté? El día que te extendí la mano y decidiste tomarla en respuesta. ¿Qué pasó?

¿Qué pasa ahora?

¿Desde cuándo empezó esto, Bardock? ¿Qué es? ¿Por qué da miedo y por qué me siento adicto como un demente a este miedo? ¿Por qué suena atractivo morir? ¿Por qué, si es en ti… de ti? Un mareó sacudió mi cabeza, me hizo ver las cosas dar un vertiginoso giro, un calor abrumador, un sudor frío en las palmas, yo estaba temblando, temblando casi al punto de convulsionar. ¿Qué hacía daño con tanto poder? ¿Por qué quería morir ahí mismo, bajo el aplastante sentimiento de existir para él, por él?

Entonces brilló, no literal, no sobre mis ojos, no entre tantas de mis fantasías, brilló, lo hizo como nada, como todo, lo hizo con la potencia de una estrella, con el calor que no rozaba ningún sol que existiera. Perfección. La perfección se pintó sin matices en todas direcciones, se materializó, existió. La perfección comenzó a existir, completa, sin manchas, en plenitud. Y yo temblé más, vibré, y mi cuerpo no se movió nada a pesar de eso, yo estaba temblando en el mismo lugar de donde provenía esa percepción de verlo brillar. Qué me golpeara quien fuera, que me acribillaran en la plaza central, pero podía jurar que de dónde provenía ese calor, ese brillo, lo que temblaba como un pedazo gomoso y asustado, era mi alma.

Agradecí que no se me hubieran caído los testículos tras aquel ridículo pensamiento, pero no encontré otra explicación, otra raíz, otra razón o valor, todo estaba en algún lado que desconocía su paradero, estaba en mí, y al mismo tiempo no lo estaba. Era esa fuerza una vez más, la fuerza de lo invisible y lo invencible. Era llegar a la demencia, rozar la muerte y permanecer en vida, era como volar sin usar la energía, ¡Era toda esa bola de mierda que quería extinguir por su nivel de incongruencia y no podía porque sencillamente vivía con fuerza dentro de la cabeza, dentro del pecho, dentro de la existencia! No podía deshacerme de eso, ni golpearlo, ni tirarlo. No podía porque era vida.

Sólo podía mirar.

Mirar y temblar, mirar y no pensar, mirar y viajar y soñar y existir, y ser visible, y opacarme. Lo seguía mirando, mientras temblaba, mientras lo seguía mirando perfecto, mientras la voz del Rey Vegeta se desvanecía en la lejanía, como arcaico sonido agotándose, sin valor, sinsentido, hueco, adornando al fondo de los latidos fuertes de mi corazón, de mis súplicas, de sus ojos que ya me veían diferente, que se notaban dóciles, agitados, angustiados, cercanos, curiosos y salpicados con la contradicción eterna y aquel miedo de aquel día.

Por un segundo, un ínfimo segundo parpadeante, sentí una barrera irse, una pared caer con imperiosa fuerza, un algo quebrándose en el fondo de la cabeza, en el centro de eso que acababa de reconocer como alma. La sensación fue agotadora, dura, poderosa, dolorosa, fue todo, demasiado, y fue nada, fue silencio, fue el vacío. Y por su tamaño, por su potencia y contradicción, por existir y no, por significar todo lo que conocía y al tiempo ser algo absolutamente nuevo. No lo entendí.

Parpadeé repetidas veces, tratando de aclarar aquella idea, darle forma, entenderla, escucharla a detalle y no sólo un ruidoso y abrumador instante, pero fue imposible. Aquella extraña epifanía duró un instante. Fue quizá un intervalo de existencia tan corto que apenas fue perceptible antes de volverse bruma y desvanecerse, de dejar de existir, y no me dio tiempo de razonar nada, al segundo siguiente ya no había nada y no podía recordar nada sobre aquella realización, tampoco.

Sólo supe que era cálida.

Pasé saliva, sintiendo esta vez una expresión física de mi cuerpo agitado mostrarse. Mi respiración era densa, pesada, apenas podía con ella, y no necesitaba estar cerca de Bardock para saber que compartía aquello, desde mi punto podía notar su pecho subir y bajar con más rapidez de la que había estado usando momentos atrás, ¿Qué sucede, Bardock? Pregunté una vez más, lancé al aire a través de la nada, a través de mi respiración, mis ojos, el alma.

¿Qué fue ese calor?

¿Qué debo hacer?

¿Por qué, de entre todo, perfección salta a mi cabeza?

¿Qué es la perfección?

¿Por qué la llevas a cuestas?

¿Esto era realmente para mí?

El momento se rompió entonces, se rompió con el sonido de los pies golpeando el suelo, finalizando sus formaciones, comenzando a dispersarse a través de la plaza central. ¿En qué momento el rey se había ido? ¿En qué momento vociferamos con fuerza aquellas frases cuando finalizaba el discurso? ¿En qué momento? ¿Qué pasó? ¿A dónde me fui? Giré mis ojos entonces, por el entorno, mirando a mis compañeros al frente dejar sus lugares, estirarse en su sitio y soltar algún comentario al respecto de lo dicho.

¿Cuánto tiempo pasó? Había sido sólo un lapso, unos minutos, unos segundos, había durado lo que dura el parpadeo de una estrella, de una epifanía, del goce de un oasis, ¿Realmente había pasado más de una hora? ¿Lo había hecho? ¿Y los coros de la guardia real? ¿Habían sondado? ¿Me lo había perdido todo? ¿Qué demonios, de entre todos los jodidos infiernos, estaba pasando? ¡¿Cómo malditos no me había dado cuenta de nada?! ¿Qué clase de puta brujería era esa?

¿Tanto era el poder de aquello? ¿Ese era el tamaño de la perfección incomprendida? ¿Así de gigantesco e inagotable resultaba? ¿Así me gobernaba? Negué, abrumado, quedándome parado como idiota a mitad del lugar, sin saber a dónde ir, o qué hacer, mi cabeza giraba sobre mi cuello y nada de lo que pensaba tenía sentido, apenas podía sentir correr el tiempo con normalidad otra vez. Apenas concebía la luz sin aquel resplandor que se vio apagado tras retirar la vista de su fuente.

Levanté el rostro entonces, asustado y extrañado, buscando aquello que me arrastraba a los límites de lo infinito, pegando mis ojos a donde, un segundo atrás, los había hundido. Sin embargo, Bardock ya no estaba, se había marchado, no estaba ni alrededor de ese lugar. Parpadeé múltiples veces, con la boca entreabierta en una expresión de desconcierto y sorpresa, acompañada también de mucha decepción.

La perfección, el brillo, la idiotez, el temblor, la adrenalina, la felicidad, todo se fue al mismo infierno, desapareció. Las noches de confusión volvieron, y el alcohol, y el año entero, los recuerdos completos, el vacío, la transparencia, el sinsentido, la falta de significado, la mierda me envolvió completa una vez más. Volvió con tanta facilidad y rapidez como se había ido.

–Tooma, ¿vienes? Iremos a fumar un poco de taika – miré a Panppukin, quien me observaba a la espera junto al resto, parados a mi lado en aquel lugar que permanecía parcialmente lleno.

Asentí, por inercia, por hacerlo, porque tal vez quería ir, o quería fingir, o algo, cualquier cosa que me diera una señal de que seguía ahí, con vida, respirando. Ellos se dieron la vuelta, alzando el vuelo relativamente lento, sin prisa, y yo me limité a seguirlos.

Fue extraño, de entre todo, pero a pesar de que el desconocimiento de mi propia persona volvió tan sólo al volverme a sentir invisible para Bardock, algo fue diferente, algo cambió, un rastro de aquella epifanía se quedó implícito dentro de mi pecho, dentro de mí, brillando, siendo cálida. Era como lo que había sentido, como la felicidad.

“Esperanza”

Sonreí, algo torpe, algo confundido, algo emocionado, y algo temeroso, también, por sobre todo, era eso, tenía miedo.

¿Esto era realmente para mí?

[…]

Humo, humo subiendo, en pomposos aros, grises, suaves, etéreos, libres, fundiendo su impureza con lo cristalino del aire, contaminándolo, aromatizándolo, coexistiendo a pesar de su diferencia, a pesar de su sentido contradictorio, no importaba, nada importaba para el humo una vez salía de nuestras bocas, una vez tocaba el cielo con la libertad propia, nada más significaba, nada los ataba a la tierra, eral libres de volar. De volver a empezar. De volverse viento, aire, vida.

Rodé mí vista por el lugar, por el techo hecho de maderas mal ensambladas que dejaban ver el cielo nocturno a través de ellas, por la falta de paredes, notando esos únicos cuatro postes también de madera sosteniendo ese pútrido techo de ramas que no cubría ni servía de nada a esas horas de la noche. Moví mi cabeza a un costado, Seripa dormitaba, entre abriendo sus ojos mientras se reía con la nada, con su mirada fija en algún punto sobre nosotros, quizá las ramas del techo, quizá los insectos que cantaban incesantes entre las maderas, quizá en la constelación de estrellas que brillaba en lo alto, resaltando en distintos colores.

No lo supe, no lo pensé ni se lo pregunté tampoco. Me fijé en el otro lado, el derecho, y noté a mis otros dos compañeros de escuadrón, en la lejanía, quizá dos o tres metros fuera de esa techada, parcialmente enterrados en la arena del desierto; inconscientes, quietos, inertes, tranquilos. Regresé mi mirada al techo, la coloqué en alguna estrella al azar, una que brillaba especialmente más fuerte a través de una rendija que producían las maderas. Era admirable, era de ese modo que lo eran muchas otras cosas más, tenía esa facilidad para llamar mi atención, para que yo pudiera perderme entre ellas.

No muchos lo entendían, para la mayoría las cosas eran y no eran, nada más, para ellos nada era más bello o más apreciable que otra cosa. Existía, o no lo hacía. No había más clasificaciones, no tenía sentido que las hubiera, no tenía caso perder el tiempo admirando o anhelando algo. Eso era basura innecesaria. Pero ahí estaba yo, pensando que esa estrella era particularmente bella, que su resplandor me atrapaba, que me gustaba, esa estrella realmente me gustaba. Quedaba perfecta entre la oscuridad del cielo, el vacío que la rodeaba.

¿Cuánto tiempo había estado dormido? No, no, mejor pregunta, ¿Había estado dormido? ¿O es que apenas estaba entrando en razón una vez más, y ya había olvidado lo sucedido durante el trance en el que me metió la taika? Tal vez, tal vez llevaba ahí tirado horas enteras sin hacer nada, y justo apenas el efecto se pasaba y al fin podía hacer uso de mi conciencia una vez más. Despertaba del vacío. Despertaba de la sensación de volar, de desaparecer, de perderte detrás de una nube donde nada ni nadie existía, incluido tú mismo.

Giré a Seripa una vez más, y pensé en preguntarle si me había visto dormir, pero no estaba seguro si me respondería, tenía exactamente la misma sonrisa que hacía un segundo, con los ojos fijos en el mismo lugar, parecía que ni siquiera estaba parpadeando, seguro que ella seguía volando en medio de su nube, en medio de ese desahogo que implorábamos, en medio del mundo propio, de la necesidad de ese lugar por ser y vivir, por querer escapar. Por ser libre, unos momentos, dentro de la mente.

No quise interrumpirla, igualmente estaba seguro que no lo lograría, parecía muy metida en algo, en sus cosas, quizá en un muy buen sueño, tal vez algodones y espuma de colores como lo que corría en mi cabeza durante el evento de Los tres caminos. No lo sabía. Se llevó el churro de taika a la boca, a pesar de que parecía que estaba medio muerta, pero claro, seguramente, como el resto, era cuando más vivo parecías estar, cuando más se sentía que vivías. Fumó, sosteniendo el humo unos segundos antes de que lo expulsara y un perfecto aro abandonara sus labios, un aro de humo gris, elevándose hasta que su forma se rompió y se dispersó, confundiéndose con el resto del aire.

Mis ojos siguieron el rastro, era lo que había visto al despertar, el humo subiendo, el humo siendo libre al viento. Mi cabeza se centró rápidamente, comencé a sentir un poco el tiempo, aún faltaba para el amanecer, seguro que apenas llevaba unas pocas horas que se había escondido el sol. ¿Cuánto había fumado? No lo recordaba, siendo sinceros no me gustaba inhalar taika, te lograba poner estúpido, y no era un estúpido igual el que lograbas con litros de alcohol, el taika te perdía, te hacía nadar en lugares inexistentes, te hacía sentir que todo lo que imaginaras era real, el alcohol sólo te mareaba y ponía alegre. Esta mierda siempre me pareció excesiva. Siempre preferí el Parfum en el bar.

Y Bardock siempre prefirió la taika.

Ese nombre, rebotando como caucho en mi cabeza, produjo una extraña sensación, un dolor en el pecho, uno profundo, quizá aún estaba drogado y las sensaciones seguían multiplicándose, extendiéndose hasta la misma incomprensión. ¿Dónde estaría Bardock ahora? ¿A dónde se había ido luego de la celebración? ¿Por qué no estaba aquí? ¿Por qué quería que estuviera aquí? ¿Quería que se perdiera como otras veces –que gritaba como demente y lanzaba obscenidades al aire mientras se tambaleaba y golpeaba grandes cactus–, o era algo más? ¿Lo quería aquí para algo más que diversión? ¿Para algo más que camaradería?

Coloqué mis palmas abiertas en cada una de mis mejillas, acunando mi rostro, sintiéndolo frío, compartiendo el calor excesivo de mis manos, las cuales apenas y podía sentir, igual que el resto de mis extremidades. No estaba seguro de que había estado diciendo o alucinando mientras estaba drogado, no lo recordaba, no aún, seguramente las alucinaciones y sueños lúcidos que tuve regresarían a mi cabeza en el transcurso de los próximos días, pero tenía la certeza de que, fuera lo que fuere, había sido cálido. Había sido placentero. Había tenido respuestas y significado.

Sin embargo ahora no tenía idea de lo que había pensado, de alguna resolución, de la felicidad que había tenido; no, ahora ya tenía el peso de lo que nos liberaba fumar taika, mi mente, mi conciencia, mi racionalidad, estaba de regreso. ¡Qué felices fuéramos nosotros si no tuviéramos que pensar! Qué felices seríamos si nos dedicáramos a vivir y nada más. Pero no se podía. Y ahora estaba condenando a seguir pensando y considerando y reflexionando, ¡Estaba condenando a tragar más y más mierda!

De pronto, invadido por la sensación y la necesidad de saber, de sentir, de vivir, me puse de pie, y fracasé en dos intentos, terminando en uno de estos sobre Seripa, que apenas y lo notó, que se comportó dócil y me abrazó fraternalmente un segundo antes de que me levantara de nuevo. Una vez de pie, una vez que sentí el peso muerto de mi cuerpo colgando de mí, rodé en mi eje, tratando de ubicarme. Esa era la choza donde íbamos siempre que fumábamos taika, era especial para nosotros, era un lugar al cual podíamos ir, así que volver a la ciudad no sería tan difícil, o al menos eso quería pensar.

Volé, una vez que la luz roja del palacio real entró en mi campo visual, indicándome el centro de la ciudad. Al cruzar el cielo, resultando más bajo de lo que hubiera querido, sentí un momento que volaba en dos planos, mi cuerpo y mi mente revuelta volaban, y se sentían a gusto, tanto que me permití cerrar los ojos para disfrutar. Recordaré, gracias a las espinas de un enorme cactus clavadas en mi piel con el cual impacté un segundo después, que no es buena idea volar drogado con los ojos cerrados a la maldita mitad del desierto, pero en su momento se sintió bien.

El cuartel pintó frente a mí, y mi vuelo ya estaba ligeramente más tranquilo, el movimiento había reducido levemente los efectos de la droga, así que las cosas se movían un poco menos salvajes. Aterricé, y noté silencio, mucho silencio, más del normal, lo cual me motivó a tratar de ser discreto, despertar a un alto mando había sido, veces anteriores, causas que desataban un largo conflicto. No quería más mierda en mi vida, eso sería el muñón de estiércol que adornaría la punta de mi jodido pastel.

Me tambaleé al andar, no como cuando estaba ebrio, era un tambaleo más tosco, más extraño, más irreal, porque tenía la certeza de que estaba andando derecho, y no podía saber de ningún modo si lo hacía bien. Sin tratar de esforzarme mucho caminé en la dirección conocida, por el pasillo interno, mirando por las ventanas hacía el centro, en donde justamente no había nadie, donde no se escuchaban ni las risas ni los golpes de los niños, todo se veía especialmente vacío, y se sentía bien, me sentía encajando en la escena. En el vacío. En la nada.

Llegué al final de la escalera, trepé con dificultad la estructura metálica, me detuve frente a la puerta blanca con el eterno parpadeante foco verde en una esquina, levanté mis ojos a la placa, al color dorado y negro, a los números, al miedo, a la duda, al fastidio, a la invisibilidad. No quería entrar, no quería hacerlo y deseaba hacerlo también, deseaba entrar, quería, extrañaba hacerlo. Rocé, con mis temblorosos dedos, la placa, la realidad, la veracidad, la existencia. Era real.

De nuevo la sensación de tonto por cuestionármelo, por frenarme a saber si seguía siendo real. Lo era. Y me incitaba a entrar, a probar, me cuestionaba entre sus números, me expresaba millones de cosas en tres garabatos. ¿Quieres entrar? ¿Quieres saber que hay allí dentro? Y quería, y no. Tenía miedo, de todo, de que yo siguiera desapareciendo al hacerlo, y también tenía miedo de que las cosas hubiesen cambiado al respecto.

Pero no tenía opción, no la tenía y ya no podía detener mis ansias por atravesar la puerta y sentirme dentro, de recordar, de anhelar, de desear como loco volver ahí todos los días. Sólo al atravesar el umbral, supe que Bardock estaba ahí, y que estaba despierto. La luz me dio de lleno en los ojos y me cegó unos instantes, lacerándome, viéndome obligado a cerrarlos fuertemente en un mohín molesto y doloroso.

–Ja, ja, ja, idiota, ¿cuánto fumaste? – esa voz, esas palabras, ¿seguía en un sueño?

–No lo sé… – respondí, bajando mi brazo, el cual ni siquiera fui consciente de que subí, parpadeando unas veces mientras trataba de enfocar.

–Joder, te ves hecho mierda… – murmuró, y pude centrarlo al fin, sentado sobre su cama, cruzado de brazos con su ceño fruncido y su particular sonrisa de medio lado.

–Bardock… – sí, un sueño, no había otra opción, debía estar soñando. Él me estaba viendo, me estaba conociendo, me estaba notando luego de meses fingiendo dormir cuando entraba sólo para no hablar conmigo.

Gracias, benditas drogas.

–Cuando los topé en el centro de Vegita no te veías tan mal – mi rostro se desencajó, ¿centro de vegita? ¿De qué puñeteros estaba hablando? Nosotros habíamos estado en el techado todo el día… ¿no?

– ¿Hablas de los tres caminos? – inquirí, dando unos pocos pasos dentro.

–No, hablo de cuando estaban en el centro de la ciudad, drogados e invitando a la guardia real a fornicar con rameras junto con ustedes – palidecí, y él soltó una risa estruendosa que me lastimó los tímpanos.

– ¿Bromeas? – dije serio, algo extrañado con su historia, y con su naturalidad para conmigo. Cada segundo que pasaba estaba convencido de que estaba soñando.

Bardock se levantó, casi saltando de la cama, parándose frente a mí, a medio metro de distancia, cruzando los brazos en una pose un tanto altanera y retadora. – ¿Olvidaste lo que pasó? – preguntó, pero parecía más una afirmación. –Idiota, tú y los otros imbéciles armaron alboroto, no conozco a ningunos sujetos que cometan tantas imprudencias juntas – su tono fue de reproche, de enojo, de regaño de un capitán a su vasallo, pero luego se suavizó, hasta casi rozar lo bromista. –Me encontraste y me gritaste que era un jodido hijo de puta y que debería morir, trataste de golpearme y luego dijiste algunas cosas sobre tu polla y mi madre ¿olvidaste eso también?

Joder… joder, joder, joder, ¡Joder! ¡¿Qué mierda se suponía que había dicho y había pasado?! ¡¿Por qué, de entre todo, había tenido que decir una gilipollez de ese tamaño?! Sentí que mi vida había terminado ya, y busqué inútilmente una cosa que valiera la pena recordar y mantener en mi cabeza lo que creí que serían los últimos momentos de mi vida. Apreté los ojos, sin haber encontrado nada de que enorgullecerme en mi cabeza, aguardando por el golpe de gracia que seguro Bardock me daría. Pero sólo hubo más risas alrededor.

–Deja tus ridiculeces – bramó, soltando un bufido y descruzando sus brazos, incitándome a relajarme también. –Ya me las pagarás por eso, pero fue divertido verte drogado, ja, ja, ja, ¿qué dice la taika, Tooma? – ¿cuánto tiempo había pasado desde que no lo escuchaba mencionar mi nombre? Sonreí, inevitablemente, sonreí y me sentí tranquilo, pude reír un poco también.

–Dice que encontré a tu verdadera madre, es una Myun, vive en la pradera junto con tus otros veinte hermanitos, ¡Te perdió cuando eras un cachorrito! – bromeé, haciendo alusión a un pequeño mamífero que vivía en las praderas del planeta.

–Joder, ¿cómo sabré yo que es ella mi verdadera madre? – sonrió con ganas, parecía que habernos contemplado durante el evento y que yo le hubiese gritado algunas cosas, había significado algo, había cambiado algo. Y me sentí invadido por un calor que no sentía hacía mucho tiempo, el calor de ese nexo, de nuestra camaradería, de las bromas, de la compañía, de la amistad.

–Es totalmente cierto, me lo contó un cactus… pasé la noche con él, fue salvaje – ladeé mi brazo derecho, mostrando las espinas que había allí aún por mi anterior golpe contra una de esas plantas, y él explotó en nuevas risas. Y sentí que el tiempo había avanzado hacia atrás, y me sentí de nuevo en aquel entonces, antes de este asfixiante año, me sentí que podíamos volver a ser como éramos.

Sin embargo, yo no quería eso.

Sin embargo, no me sentí satisfecho con ello.

De pronto, envuelto por esa risa y esa tranquilidad, por el calor de la amistad que existía, me sentí incompleto. Ese calor no era suficiente, ya no. Y sentí miedo de ser invisible, sí, pero sentí también miedo de que las cosas volvieran a estar como lo estaban antes. No quería eso. ¡¿Y qué se suponía que quería en realidad?!

Quería el calor brillante y enceguecedor.

Quería volver a ver la perfección.

Quería encontrar la contradicción eterna en el fondo de sus ojos.

Quería la epifanía.

A él.

Dijo algo más, no lo supe, había dejado de escucharlo, sólo podía sentirlo. Lo miré, lo miré fijo, tanto como en la reunión de la mañana, con tanto como pensamientos cabían en mi cabeza. Frenó sus labios, y se sonrió, me miró también con muchas cosas, quizá con nada y la taika me hacía imaginar, pero pude sentir el sentido, el algo oculto detrás de todas las sensaciones. Sonriendo también, levanté mi mano, colocándola sobre su hombro desnudo, sintiendo un espasmo en el cuerpo y en el corazón, incluso mi mente pareció entumecida mientras mis dedos realizaban una discreta caricia, urgidos y necesitados.

¿Esto era realmente para mí?

No lo supe a certeza, pero en ese momento, con nuestras miradas pegadas con tanto empeño, con ese contacto que tan poco era y que tanto acarreaba, con ese melancólico sentimiento y ese ya incontrolable deseo de hablarnos, sentí que sí.

Sentí que lo que soñaba, podía volverse real.

Sentí que esto estaba hecho para mí.

Notas finales:

Hola!! Bueno, ya va quedando con forma, o eso espero, hay momentos en los que no tengo idea que digo, jajajaja. Y ya se están haciendo largos, espero no abrumar :3

Bueno, con la Taika, si, es una referencia total a la marihuana. No la estoy promocionando, ni digo que fumarla así como beber alcohol sea bueno, tampoco digo que yo lo haga, pero creo que queda bien con las situaciones que se podrían vivir en un lugar y sociedad así, no lo sé, sólo conjeturas mías tal vez xD

Hay ciertas cosas, como la cuestión que Tooma se esté quejando todo el tiempo de cómo funcionan en Vegita, que se irán aclarando y expandiendo, así como varios conceptos a sus ojos. Igual Bardock irá haciendo acto de aparición paulatinamente, ya sé que apenas y sale, y como tal no habrá perspectiva de él, pero si se tomará en cuenta un poco más a fondo.

Espero se haya entendido todo, a veces siento que las escenas son buenas por separado y en continuidad no se entiende haha, así que si tienen dudas o algo no se entiendo, me dicen :v

En fin, quiero agradecer por el apoyo, de verdad, millones de gracias, la historia la estoy haciendo con mucho amor, con mucho trauma también jajaja, así que me hacen muy feliz sus palabras, de verdad, gracias… veku089, Liezzz96, Dayari, Diosadelamuerte y Ricci, no saben la magnitud de mi felicidad, gracias!

Nos vemos en el siguiente, con amor, Inu *3*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).