Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Habitación 318 por InuKidGakupo

[Reviews - 30]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola!! Cuanto tiempo… jeje. Perdón por la tardanza, me enfermé y estaba en finales de semestre! Un mes… casi no puedo creerlo… en fin, ojalá les guste! Creo que está lindo xD! 

Capítulo 4

Ven y mira hacia mí.

También me siento solo.

---------------------

Pintoresca y promiscua humanidad…

Estúpida y compleja razón de vida.

Maldito sea el sepulcral silencio que se entorna a mi lado.

Malditas las notas que evoca mi voz, malditas las palabras que se juntan y braman frases cortando así la tintineante melodía del silencio.

Maldita sea mi boca.

Maldita.

Promiscua humanidad… interesante y atrayente y podrida humanidad. Humanidad que es debilidad. Debilidad que es lo incierto. Incertidumbre que muta a miedo, odio y recelo. Maldita, igual que el resto. ¿Qué se supone que hice para que suceda esto?

Me meso en la cama, cubro mi rostro con la sábana, no queriendo ver la luz del sol, que es poca y aun así logra abrumarme, lastimar mis retinas que se niegan a mirar algo más que oscuridad bajo mis párpados cerrados. Pero no, no hay más sueño, no hay más comodidad ni calma, no incluso cuando mi rostro está hundido entre mis brazos enroscados sobre la almohada. No incluso cuando no existe ruido alrededor. No incluso cuando mi cuerpo cansado pide a gritos seguir allí, recostado, dormitando.

No, no lo hay. Sólo hay imágenes, recuerdos nublosos que se vuelven certeros y nítidos conforme avanzan los segundos, conforme el dolor de cabeza que tengo se intensifica y mi brazo derecho comienza a punzar como el demonio. Mi mente, enfocada en esas imágenes que fluyen por mi cabeza como un imperioso rayo, brotando y dejando centellas y chispas regadas alrededor, comienza a entender. Comienzo a recoger con intriga cada una de las pequeñas rocas incandescentes que dan contra el suelo con un tosco ruido, apagándose lentamente y dejándome ver qué es lo que llevan en su centro. Entonces, tras mirar las pequeñas pistas que me dejan ver mis recuerdos, pregunta finalmente mi mente, la consiente, la dueña de todo mi juicio:

¿Qué demonios pasó ayer?

Qué tonto me siento cuando sucede eso, qué absurdo resulta despertar al otro día y no recordar. Es despreciable, deja una sensación y un vacío, es como si hubieras muerto todo un lapso, totalmente muerto, mientras tu cuerpo decía y hacía sandeces que nada iban contigo. Por eso odio la Taika, te maneja a su antojo como si no fueras nada, te quita voluntad, te quita recuerdos, noción, sensación. La Taika te asesina. La Taika te deja muerto y luego que te devuelve a tu cuerpo es totalmente ajeno a ti, incongruente con tu sentir.

Y ahora me siento mitad muerto y mitad vivo, me siento confundido y con un dolor de cabeza que preferiría irme al infierno de una vez y dejar de sufrirlo. Pero no, sigo aquí, recostado, con piquetes en mi brazo que aumentan la incomodidad, además de un fuerte dolor en el rostro, como si me hubiesen dado una paliza, y por si fuera poco, tenía también las cuestiones que lanza el cerebro. De nuevo la cuestión, de nuevo más trozos de carbón frío que levanto del suelo de mi mente, agitándolos y girándolos con demencia para encontrarles sentido, cronología, veracidad. ¿Todo lo que recuerdo sucedió o algunas cosas serán fragmentos de mi locura? Alucinaciones vagas que mi mundana mente imaginaba presa de los efectos de esa hierba.

¿Cuánto fumé?

Una nueva pregunta que queda con respuesta en blanco. Perdí la noción luego del tercer cigarrillo que armé, ¿habré fumado más? Era un misterio, conociendo los efectos de aquel instrumento de muerte temporal, seguramente sí. Sin embargo, el puño de carbones que levanto se intensifica, hay más fragmentos de los que por lo general hay para mirar. Ahora parezco un muerto con recuerdos grises, con ideas en sí, no asuntos completos. Pero es pronto para asegurar del todo, mi cuerpo entumecido comienza a despertar junto con más imágenes que sigo sin creer su veracidad.

¿Qué les parece si vamos a la ciudad? ¡Compartamos está gloria con el Rey Vegeta, hay que festejar!

Solté una exclamación de terror mortal ante esa frase que recordé. ¿Quién dijo semejante barbaridad? ¡¿Quién mierda tenía esos huevos?! No lo recuerdo, es la desventaja de haber estado muerto. No pienso más unos segundos, tal vez dos, tal vez cinco. Un momento después, la charla de anoche con Bardock saltó a mi cabeza:

»Idiota, tú y los otros imbéciles armaron alboroto, no conozco a ningunos sujetos que cometan tantas imprudencias juntas… Me encontraste y me gritaste que era un jodido hijo de puta y que debería morir, trataste de golpearme y luego dijiste algunas cosas sobre tu polla y mi madre…«

¿Qué? ¡¿Qué?!... Joder, ¿Por qué diablos no muero ahora? ¿Hablé sobre la madre de Bardock? ¿De verdad? ¡¿Dije que me la había follado o algo parecido?! No lo recordaba, pero lo que hubiera sido seguro que no era nada bueno. Y no hay nada peor para un saiyajin que insulten a su madre.

Deseé morir en ese momento, no lo sé, si de pronto cayera un rayo de destrucción masiva desde el cielo y terminara con todo no estaría tan mal… vaya, qué estupideces digo, ¿Cuál es la probabilidad de que eso suceda? En fin, mi sufrimiento duró un momento más, al siguiente, recordé el resto de la charla, el resto de las palabras, de las mías, de las de él… recordé, sobre todo, sus ojos mirándome… Mi mano sobre su hombro…

Al traer de nuevo esa escena a mi cabeza, mi palma derecha comenzó a arder, aquellos dedos y piel que se expuso a la suya, que se unió en el más efímero y ridículo de los contactos, ardió. Necesité, como el estúpido que soy, aguardar unos segundos más sobre esos recuerdos, en perpetuar esos segundos que parecían y sonaban eternos en mi cabeza, congelados por la insistencia de mi mente en querer aprisionarme ahí. Ya no recuerdes más, me dije, concentrándome en el cosquilleo que mis dedos experimentaban, ya no necesito más.

Un golpeteo insistente terminó con el parpadeante segundo de ensueño patético, al siguiente, la noción de lo demás, la certeza, el raciocinio que comenzó a hacer vibrar y sonar como ráfaga de viento entre cada ventana abierta de pensamiento. Bardock me había hablado, recordaba claramente la charla luego de que volví a la habitación, si bien seguía bajo los efectos de la Taika, estos habían menguado y la capacidad de pensar había estado vigente en esos momentos. Desde que desperté bajo el techado en medio del desierto en realidad.

¿Qué, de entre todo el infierno, había sucedido para que Bardock decidiera hablarme luego de tanta indiferencia? ¿Es que hablar de su madre disfrutando engullir mi pene lo había puesto de buen humor? ¡Habérmelo dicho antes si así era! Sin embargo, no creía que hubiese sido eso, al menos no el acto en sí de hablar de su madre. Tal vez… tal vez había dicho algo más… o tal vez había traspasado alguna barrera en algún punto.

O quizá, igual que yo, se hartó de la distancia.

Tal vez sólo buscó el momento que yo rompiera el hielo para que fingiera demencia y todo volviera a como era antes.

Sí, era eso, no había ni podía ser algo más. Vaya, el infeliz de Bardock siendo un héroe como siempre. Cretino. ¿Es qué no podía hablarme antes él? Bueno, al carajo con eso, ¡Me hablaba! ¡El gigantesco hijo de puta de Bardock me habla de nuevo…! O eso quiero creer… ¿o es que acaso hoy volverá a jugar al infeliz interesante y fingirá que no existo? ¿Me volverá invisible a la fuerza una vez más? ¿Desapareceré esta misma noche, y la siguiente, y la siguiente? ¿De nuevo? ¿Será?

– ¿Vas a dormir todo el día? – su voz, como invocada por mis pensamientos, resonó y vibró en mis oídos, que doloridos no habían sido capaces de percibir el ruido de su respiración.

Levanté la cabeza en contra de mis deseos y anhelos de seguir sobre aquella almohada, girando el rostro a Bardock, quien yacía sentado en la orilla de su cama, con los brazos cruzados y el semblante serio, mirándome con ojos afilados que no pude interpretar, se notaba quizá un poco molesto. Pero bueno, luego de meses fingiendo que no existo, que este molesto y lo demuestre es ganancia.

–Por eso no puedes hacerte más fuerte, te la pasas durmiendo, ¿cómo esperas avanzar de esa manera? No te sorprendas cuando Seripa te rompa la cara – Y ahí van mis perfectos segundos tras haber despertado, al jodido retrete.

–Vete al carajo – susurré en respuesta, recargando mi cabeza sobre mis brazos de nuevo, ocultándome de la luz.

–Bien, le puedo llevar saludos a tu madre si es el caso – pasé la almohada de debajo de mi cabeza sobre esta misma, con el objetivo de cubrir mis oídos. Pero en realidad lo estaba disfrutando. ¿Hacia cuánto tiempo que no charlábamos siquiera para decir idioteces y mandarnos a la mierda?

–Vale, dile que puede quedarse ahí, de igual forma su sopa siempre supo a rayos – Bardock comenzó a reír, y yo le seguí suavemente, pues el dolor de cabeza aumentaba segundo a segundo.

–Ja, ja, ja, justo de eso me di cuenta anoche, le gusta cocinar  esa mierda luego del sexo duro – gruñí de inmediato ante su comentario, lanzándole mi almohada que obviamente atrapó sin problemas. –Y vaya que grita cuando le dan, ¿esa mujer conoce el silencio? Tu padre casi despierta.

–Genial, lo lograste, estoy despierto – me incorporé, sentándome en la orilla de la cama, bien sabía que luego de eso comenzaría a tratar de hacer sonidos sexuales con su boca y sus manos haciendo alusión a mi madre que era más vieja y achacosa que nada.

Bardock rió suavemente, negando brevemente mientras parecía pensar en algo más. Lo miré, como no podía hacerlo hacía tiempo, lo miré con la libertad absoluta de mis ojos, con la complicidad, con quién sabe qué tanto más, sólo sé que quise mirar y creer que ocurría de verdad. Sin embargo, al hacerlo, al pegar mis orbes en él y sonreír de medio lado, sus ojos, pozas oscuras que en mis sueños me ahogaban, me evitaron, me evitaron como llevaban haciéndolo, me evitaron con el miedo de aquella vez, del jodido día de mis palabras, del otro día de la cicatriz.

Me paralicé, ¿Qué pasaba? ¿No se suponía que estaba siendo como antes, al menos para él? Parpadeé repetidas veces, quitando mis ojos de él, pues noté su incomodidad y su esfuerzo por mantener la media sonrisa en sus labios que claramente se notó falsa desde segundos atrás. Mi rostro se puso serio, mientras trataba de hacer correr los engranajes dentro de mi mente, ¿Por qué, Bardock, puedes hablarme y no mirarme? ¿Qué sucede? ¿Es que acaso…?

 –Bueno, salimos en una hora… no olvidaste la misión, ¿cierto? – se burló de mí, a sabiendas que lo había olvidado y que me sentía mal por haberme drogado el día anterior.

– ¿Cómo olvidarla? – respondí sarcástico, mirándolo fijamente una vez más, y él apenas me miró un instante antes de ponerse de pie y marcharse, dejándome privacidad en el cuarto.

Por desgracia, en lugar de ponerme en pie y correr como idiota a vestirme para luego dirigirme al comedor y tragar velozmente antes de la hora, me quedé en mi lugar, tan vacío, invisible y muerto como antes. Me hablaba, pero era incapaz de mirarme, ¿qué clase de estupidez es esa? ¿Acaso es que realmente algo muy, muy jodido está sucediendo y estoy subestimando la situación? ¿Es que acaso no puede mirarme por el asco? ¿O es por deseo? ¿O por el desprecio? ¿O por aquel endemoniado calor naranja que emana de algún lado?

Joder, sólo puedo pensar en que lo quiero follar.

Me puse de pie, tratando de ignorar la erección en mi cuerpo, ¿es qué mi amiguito es tan fácil con tan poco en la cabeza? ¡No me quedes mal campeón! Quizá necesitaba una ducha helada antes de cualquier cosa, pero era una pérdida de tiempo, innecesario, después de todo, eventualmente se me bajaría. Sin más remedio, levanté mis cosas del suelo, vistiéndome lo más rápido que pude, abandonando la habitación tras haber cogido mi rastreador.

Miré el camino al comedor, a los niños revoltosos en los entrenamientos, a equipos que practicaban y a generales bebiendo mientras charlaban. Todo parecía tan simple y tan ajeno que pronto mis ojos dejaron de ver y mi mente se desconectó un segundo de la realidad mientras seguía andado por el camino conocido, sencillamente me perdí de nuevo en la idea de que seguía evitándome el contacto visual. ¿A qué le temes, Bardock?

¿De qué servía que me hablase, entonces? Era como entablar una conversación con el aire, era no estar, ni él, ni yo, ni nada. Más y más confusión llegó a mi mente, ¿por qué debía ser tan complejo todo? ¿Cuál era el centro del enigma? ¿Por qué tenía que ser así? ¿Había otra manera? ¿Cuál era la gravedad del asunto? ¡Sencillamente no podía llegar a nada! No podía, ya que, de ningún modo, podría llegar saber qué había en la mente de Bardock. Y sin eso, para mí, sólo había un puñado de ojos esquivos y conversaciones a medias. Sin eso sólo había una falsedad. Sin eso estaría atrapado siempre en el eterno vacío, en el vacío con voz que me hacía jugar a existir. A vivir, perpetuamente, a medias. Si tan sólo pudiera…

No, imposible, tomar el tema con él sería colocarme una soga en el cuello y tirar de ella al mismo tiempo. ¿Cómo podría sencillamente cuestionarle la razón de su comportamiento? ¿Qué me pensaba que me diría? ¿Qué, cuando ni siquiera yo lo entiendo? ¿Y qué diría, también, para justificar mis propios actos, mis silencios, mis miradas, la distancia, el miedo y tantas cosas más que demostré? ¿Qué? ¡¿Qué?! ¡Nada! ¡Nada más que niebla y ceguera! ¡Nada más que vacío y más nada!

¡Al demonio con todo!

Quería mandar cualquier cosa que pensara al mismo infierno, estaba harto de pensar, de dar de vueltas, de no saber, de sentirme tan malditamente raro, ¡Odiaba esto! ¡Lo odio! Grité con todas mis fuerzas en mi fuero interno, sin embargo, sabía que no podría, sabía que había estado pensando demasiado en todas esas cosas que simplemente fingir que no pasaba nada y conformarme con charlas sin miradas con mi comandante y compañero de cuarto sería imposible. Aun no sabía que pasaba, no en su totalidad, no con él, no conmigo mismo, de qué modo, cómo, por qué, estaba tan malditamente confundido y asqueado que mi cerebro apenas podía, además, el dolor de cabeza seguía en aumento.

Entré al gran edificio, abriéndome paso entre las largas mesas del comedor hasta llegar a la punta del sitio, en donde tomé varios tazones de comida y coloqué sobre una charola, andando hasta la mesa más cercana, donde arrastré una silla y me senté, engullendo aún más rápido de lo habitual.

Junto a mí, un escuadrón completo comía, de hecho yo estaba de más ahí, pero siendo la mesa más cercana no tuve opción y había tomado el lugar vacío de ese sitio. Los observé de reojo, no conocía a nadie, a menos no más que de vista en alguna reunión o vana mención, nunca había cruzado palabra con alguno de esos sujetos, éramos completos desconocidos, sin embargo, a ellos no pareció molestarles mi presencia, continuaron hablando con normalidad, como si yo no estuviera ahí presente.

– ¿Alguien sabe qué pasó con él? – preguntó uno de ellos, susurrando, siendo audible únicamente para sus compañeros y para mí.

–Bueno, unos dicen que murió durante la pelea con los nativos en aquel planeta… sin embargo… – pausó aquel sujeto calvo que contestó, bajando la cabeza y el tono de voz, buscando con sus ojos en los alrededores, como si alguien fuese a oírlos, cosa que me resultó ridícula considerando que yo estaba ahí sentado, a su lado, escuchando absolutamente todo. –Dicen que no murió por los nativos, qué fue su propio capitán quien acabó con él.

– ¿Qué?, ¿su propio capitán? No digas tonterías – una mujer –que no había notado por su pequeña figura–, habló, llamando la atención de los ahí presentes.

–Es verdad, y siendo sinceros, creo totalmente esa versión, él mismo se lo contó a unos generales – aseguró el sujeto pelón, revisando con la vista una vez más. –Dicen que lo asesinó porque el estúpido de Carot caminaba hacia atrás.

Mi piel se erizó ante lo mencionado, mi corazón bombeó fuertemente y sentí mi respiración agitarse. No permití que mis acciones se vieran alteradas, y seguí tragando con naturalidad, con una calma que no poseía. Caminar hacia atrás. Esa frase que tantas vueltas llevaba dando en mi cabeza desde hacía meses, una frase que revoloteaba como papel al viento y se entrometía en cada conjetura, en cada duda, en el miedo y el asco propio que me invadía. Era una frase para definir a aquellos individuos que tenían tendencias a estar con los de su mismo sexo.

Y tenía miedo de mis propios pensamientos, tenía miedo de la presión en mi pecho cada vez que me lo planteaba. Y me había estado negando, como el necio e idiota que soy, porque no soporto pensar que soy uno de esos sujetos de los que mis compañeros y yo tanto nos burlamos y despreciamos, repudiamos, de esos que ensucian la sangre saiyajin con bajezas de ese tipo. No existe un día que no venga esa frase a mi cabeza y me lo cuestione, que lo haga fuera de aquellas idioteces que pienso cuando estoy borracho y me afirmo que desear a un solo hombre disminuye la gravedad del asunto. Porque no, no lo hace. Había estado, sencillamente, negándome a admitirlo.

Porque hacerlo sería una deshonra, ¿no? Ser un caminante en reversa lo sería, ni siquiera puedo pensar en ello sin que se me erice la piel, sin que me tiemblen las manos, sin que sienta el arrebato de destruir algo, empezando por mí mismo. No, no quiero pensarlo, hacerlo, incluso dentro de mi mente, es un suplicio, una maldición, no quiero pensar siquiera en el exterior, en los demás, en mis compañeros, en el pueblo, en Bardock, ¿qué sucedería si lo supieran? Ahora, escuchar esa frase, ese apelativo dirigido a aquel hombre, me descomponía, me hacía sentir vulnerable. Me hacía sentir que alguien podía sencillamente ver dentro de mi cabeza y saberlo. Saberlo incluso antes que yo mismo.

– ¿Caminaba hacia atrás? ¿Es en serio? Pero si se veía tan normalito – comentó la mujer una vez más, recargándose sobre la mesa para poner más interés en el asunto.

–Sí, lo mismo pensé… aunque, si bien su capitán no lo sabía tampoco – siguió contando el pelón, y el primer hombre que habló, interrumpió nuevamente.

–Espera, ¿Cómo que no lo sabía? ¿Qué no lo mató por eso? – el sujeto con la calva asintió, dejando ver una sonrisa cretina en sus labios.

–Su capitán lo sospechó, lo supuso. No se sabe si era verdad, pero Zaerec, el capitán, no quiso arriesgar la reputación de su escuadrón, por eso lo mató, antes de que los rumores crecieran, no quiso arriesgarse – explicó, cruzándose de brazos mientras parecía recordar algo más. –Además, el capitán Zaerec es alguien que sigue al pie y protege las ideas saiyajin, siente un gran desprecio hacia cualquiera de esos gusanos que ensucien el nombre de la raza – tras sus palabras fue inevitable para mí no tensarme, era demasiado, no podía contenerme más, estaba lleno de miedo, de asco, y también, por sobre todo, de rabia. Mucha, mucha rabia.

–Vaya, qué desperdicio, era un macho bastante galante – comentó la mujer, recargándose en el respaldo de su silla. –Además era muy buen peleador, el mejor hombre del escuadrón de Zaerec.

– ¿Y de qué sirve que fuera buen peleador, si caminaba hacia atrás? Automáticamente pasa a ser basura, no merece llamarse a sí mismo guerrero saiyajin.

No supe cómo, no supe porque, no fui consciente de ello en realidad, contenerme resultó imposible, en un arrebato estúpido me puse de pie bruscamente, azotando la charola contra la mesa agresivamente, llamando la atención de todos los miembros presentes en esa mesa. Burbujeante, dentro de mí, la ira se esparció, envenenando cada parte de mí ser, haciéndome perder la noción unos instantes, a nada de golpear al idiota que acababa de decir semejante estupidez, ¿Cómo se atrevía a decir que por desear a alguien de tu mismo sexo eras menos o más saiyajin? ¡Eso no tenía ni un jodido sentido! ¡Desear a otros, quien fuera, no definía tu potencial como guerrero! ¡Yo no soy una basura por desear a Bardock como lo hago!

Ante ese pensamiento, mi cerebro reaccionó, mis sentidos volvieron y me percaté de que cada miembro de ese escuadrón me estaba mirando a la expectativa, algo sorprendidos y extrañados. ¿Qué cojones estaba haciendo? ¡Soy un completo imbécil! ¿Es qué me había ofendido con eso? ¡Tarado! ¡Me estaría delatando! ¡Soy un estúpido! Tomé mi bandeja con un desliz largo en la mesa, dándome la vuelta e ignorándolos, con tranquilidad y desconocimiento, dejando la charola en la barra de alimentos y comenzando a andar en dirección a la salida. Ignoré magistralmente los ojos de los de la mesa, que me miraban y susurraban cosas, y yo caminé con calma hasta desaparecer finalmente de su campo visual.

Apenas saliendo, suspiré agitadamente, caminando con presura a la sala de despegue, tratando de apaciguar los nervios e ira mezclados que sentía. ¿Qué se suponía que les diría a esos sujetos cuando llamé su atención? ¡Si sólo a un imbécil como yo se le ocurren cosas como esas! Pero no pude evitarlo, esa charla, esas palabras, ¿era así como sucedían las cosas en realidad? ¿Ahora mismo, mientras respiraba, ensuciaba a su vez la sangre y el honor saiyajin? ¿Exactamente por qué? ¿Por desear a alguien que también tenía un pene, como yo? ¿Y qué daño les hacía? ¿Y si me gustaba Bardock entonces dejaría de pelear bien?

Me sentí un imbécil con mayor potencia cuando me recordé a mí mismo en alguna charla con mis compañeros en un no muy lejano pasado, hablando sobre aquel tema, sobre los rumores de soldados que caminaban hacia atrás, y de algunos otros que lo admitieron y fueron golpeados y asesinados por algún coronel, justo en la sala pública, sin que nadie los defendiera o abogara a su favor. Incluido yo y los demás. Yo, que ahora me tiemblan las manos de sólo saber que podía ser como ellos. Qué era como ellos. Y me aterraba saberlo, mi corazón temblaba dolorosamente dentro de mi pecho, acongojándome, presionándome, acorralándome, asfixiándome a un punto en que seguir respirando y viviendo era un maldito problema.

Había dicho tantas tonterías, una tras otra, sin saber, sin pensar. Y todo por el mismo ciclo de las ideas saiyajin, del afán de hacernos pensar y hacer lo que dictan, siempre. Y no, no lo es. Pero lo fue, lo fue para mí, lo creí y lo seguí un día firmemente, quizá no con el mismo desprecio e intensidad que mis compañeros u otros miembros de la raza como aquel capitán Zaerec que incluso fue capaz de matar a uno de sus hombres por sólo sospechar de él, con el único objetivo de mantener impecable el nombre y el linaje saiyajin. Pero al final de cuentas lo había pensado, había asegurado que caminar hacia atrás era algo malo. Algo que no debía existir.

Si bien nunca asistí a uno de esos duelos absurdos en donde un alto rango retaba a un caminante en reversa a sabiendas que lo asesinaría, tampoco hice jamás nada para impedirlo, o ayudarlo, porque me daba lo mismo, no me importaba seriamente si vivían o no. Nunca había pensado como mi padre, mis hermanos o mis compañeros en su totalidad, jamás me tomaba nada en serio, no como ellos, pero tampoco había pensado adecuadamente cada una de esas situaciones. Pensé que, sencillamente, no me afectaba en nada.

Y aquí estaba, a una declaración de ser asesinado y apedreado en la plaza central, todo por querer estar en la cama con alguien que también tiene un pene como yo. No, no, me equivoco, en realidad no es eso, no es tan simple: podría ser asesinado por el deseo de perpetuarme en compañía de otro macho, en totalidad. Yo no quería sexo, al menos no sólo sexo, quería que charlara y bromeara mientras me miraba y mandáramos al demonio a todos los jodidos que lo merecieran, quería patear culos y hacer un equipo de ataque sincronizado con él, quería que me acostara en mi cama en la habitación del cuartel y sintiera que existía algo más allá de la monotonía y poderío de la raza. Quería volverme fuerte y aprender y conquistar juntos, el tiempo que fuera antes de nuestra inevitable muerte en alguna batalla.

¿Y por eso merecía morir? Que absurdo sonaba todo cuando era yo el que estaba del otro lado, cuando era yo y no otros los que podían terminar sobre el suelo del planeta, sin vida y sin honor. Cuando era yo quien producía el más retorcido desprecio y asco de mis congéneres. Qué distinto era. Y qué malditamente repugnante se sentía, mientras avanzaba, sentía que me despedazaba, que mi piel ardía, que mi sangre burbujeaba dentro de mis venas, reclamando, sufriendo, temiendo.

¿Por qué las cosas siempre tenían que resultarme tan malditamente difíciles? Ahora, a la dirección que mirara, a las opciones, posibilidades o escenarios que saltaban a mi cabeza, había un tenebroso vacío. O quizá no, no, tampoco era un vacío, tampoco era tan fácil como un hueco interminable de oscuridad y caída, era más, como todo lo demás, como el concepto completo de la idea que cruzaba y agitaba y arruinaba. Alrededor de mí existía una hilera de venenosas y mortales púas, todas siendo potencialmente mortíferas si yo movía un dedo fuera de mi lugar, obligándome a mantenerme en pie sobre esa cresta que se erguía abriéndose paso desde el mismo infierno.

Cualquier cosa que hiciera, cualquier cosa que dijera, a quien fuera, que insinuara en lo más mínimo las conjeturas a las que he llegado, costaría y equivaldría al costo de mi cabeza. Un paso en falso y estaba muerto. Y entonces, si sabía que así era, ¿Por qué demonios había estado intentando un acercamiento? ¿Por qué quería que Bardock supiera? ¿Por qué quería que sucediera algo? ¡¿Por qué mi mente insistía en querer probar y arriesgar y averiguar?!

¿Por qué hacerlo cuando estaba arriesgando mi vida y mi honor?

¿Qué mierda estaba pensando y haciendo?

¿Realmente valía la pena?

¿Realmente Bardock valía la pena?

No pude pensar más al respecto, terminé de subir las últimas escaleras hasta el centro de despegue, en donde Bardock y el resto de mi escuadrón esperaban. Seripa y los demás me saludaron casualmente, dándome detalles de nuestra siguiente misión y algunas cosas más que no me molesté en escuchar. Mi vista, como otras veces, se fue contra mi capitán, sólo que esta vez contenía una enorme cortina de dudas clavadas a cuestas, tantas cosas e ideas turbias y nublosas que corrían sobre mis pensamientos. Pero de nuevo, me dedicó una mirada de un segundo antes de evitarme, dándonos la espalda e indicándonos de una vez que era momento de partir. Sin embargo, y no podía dejar de darle vueltas a esos dos asuntos que me atormentaban, esas dos cuestiones que no se esfumaban de mi cabeza.

Qué seguramente me perseguirían por el tiempo que durará el viaje.

¿A qué le temes Bardock?

¿Realmente vale la pena intentar algo?

[Un mes después, Planeta Stock]

El último enemigo cayó sin más fuerza y vida en el cuerpo, y finalmente, todo estuvo dicho. Toteppo, quién fue el que dio el golpe final, sacudió su nariz con su dedo índice, feliz y orgulloso de aquella contienda que nos había llevado un par de días. Giró a nosotros y mostró una sonrisa, Panppukin lo felicitó y Seripa soltó un comentario neutro, justo un segundo antes que Bardock soltara un “Les falta entrenar, son cada día peores en combate” para bajarle los humos a Toteppo, quien frunció el ceño irritado, pero al final no replicó, sólo echó una última mirada al cadáver antes de avanzar en nuestra dirección.

–Ha sido una gran purga, Bardock, ¿Por qué no tomamos un descanso? – Seripa opinó, avanzando junto con Panppukin y Toteppo en nuestra dirección, a unos pocos metros de ellos, justo debajo de un frondoso árbol de hojas verdes moteadas de rosa.

–Comeremos y descansaremos unas horas, hay que volver pronto a Vegita e informar nuestra misión, una vez más acabamos antes del tiempo que se nos otorgó – Bardock sonrió, ocultando la felicidad y orgullo que saber eso le producía.

– ¿Algo de esto es comestible? – preguntó Panppukin, mirando las copas de los árboles que rebosaban de frutos extraños y diversos, coloridos y de variadas formas y tamaños.

–No podemos arriesgarnos, no tenemos la información de las pantas de este planeta – Bardock finalmente se despegó del tronco de aquel frondoso y enorme árbol en el que había estado recargado, descruzándose de brazos y andando unos pasos hasta un cúmulo de cadáveres no muy lejos de nosotros. –Comeremos nativos, no se ven tan mal en realidad.

Seripa deformó un poco la cara en un puchero que demostraba inconformidad al respecto, pero no dijo nada, igual que el resto, asintió, comenzando a recorrer con la mirada a los cadáveres tirados a nuestro alrededor. Yo no soy alguien fanático de los cadáveres de enemigos caídos, menos sobre mi boca tan sólo a unos minutos u horas de haber muerto, pero cuando no existe opción, ¡Por supuesto que me los como! Aunque, a decir verdad, los cuerpos de esos sujetos lucían bastante parecidos al nuestro, y mirar sus rostros sin vida sobre el suelo sabiendo que estaba escogiendo a uno para comer, le quitaba bastante atractivo.

Levanté la mirada, sin poder soportar más la idea de comer a alguien que lucía casi como nosotros, perdiendo mi vista en algún punto sobre el amplio cielo verde de ese lugar, que se cubría por nubes de colores claros luciendo hasta cierto punto totalmente blancas. No tenía muchas ganas de comer, menos si se trataba de individuos como esos, así que comencé a caminar por el lugar, remarcando mis pisadas por las hojas naranjas de los enromes árboles de hojas moteadas, siguiendo aún mi vista por sobre las copas de las arboleadas, mirando a alguna que otra raza de animales voladores que se extendían por sobre los cielos, surcando y haciendo sonidos agudos y agradables.

–Tooma, ¿Qué diablos haces? Decídete y ven a comer – Me llamó Panppukin, arrastrando un cadáver que preferí no mirar.

–No sé, no tengo hambre realmente – traté de justificarme, cruzándome de brazos y observando lo lejano y amplio del horizonte adornado por dos soles y tres lunas que pintaban el planeta.

–Ni digas tonterías, el viaje a este lugar fue casi de un mes, además, ya hemos usado nuestra energía en estos cuatro días de lucha, ¿Cómo puedes decir algo así? – Toteppo siguió, encendiendo una fogata sobre un grupo de ramas secas.

–Es qué… – me quedé mirándolos, frunciendo el ceño mientras pensaba en qué más decir, pero no hizo falta, Panppukin me interrumpió con velocidad y arrebato.

– ¡No me digas que no se te antoja comer esto! – se burló, mirándome con malicia. –Deja de decir tonterías, tú eres como nosotros.

Las palabras salieron de su boca, pero no estuve seguro de qué fue lo que entró por mis oídos. ¿Realmente era como ellos? ¿Era capaz de afirmar algo semejante? ¿Y en qué se estaba basando para decirlo? ¿En qué aspecto? ¿Sobre qué? ¿Realmente lo era? ¿Realmente podría llegar a serlo? No, no lo era. Lo sabía y no hacía falta pensarlo demasiado para estar seguro. Y mi seguridad no se basaba exactamente en mi poco salvajismo para comer a alguien similar a mí, ni tampoco en su actitud tosca y pesada con los demás que yo no compartía del todo. Nuestras diferencias iban más allá, eran abismales, ellos jamás podrían cargar el tacto y paciencia que yo portaba para con otros, además, por supuesto, qué yo no estaba enceguecido por el odio y desprecio irracional a miembros de mi misma raza por tonterías como la fuerza, el género o sus gustos.

¿Es que acaso esos sujetos no me habían prestado atención todos estos años y afirmaban que era como ellos? ¿Realmente lo creían? Los observé, con sus ojos cretinos y fanfarrones clavados en mí, como si no dudaran ni un solo segundo en que lo que habían dicho era totalmente cierto, como si supieran algo, como si me conocieran. Pero no lo hacían.

Un segundo me sentí con los ojos de mi padre y de mis hermanos sobre mí, burlándose y humillándome en algún entrenamiento, soltando algún comentario y dando por sentado bastante sobre mí. Ellos también creían que me conocían, que éramos y podíamos ser iguales. Pero ni ellos ni esos dos idiotas que me miraban ahora sabían una mierda de nada. Y no era mi culpa que yo no fuera como ellos, o que ellos no supieran nada en realidad sobre mí, en Vegita está mal visto que se expresen de formas abiertas o sentimentales sobre un tema, además de que seguimos firmemente las creencias y valoramos el orgullo y honor de la sangre.

Lo que es, en pocas palabras, no dejarte un momento para pensar por ti mismo nada.

Lo que hacían en el Planeta Vegita con esa estricta manera de ser que se inculca a cada miembro de esta, es mantenernos a todos en un orden y régimen que no iba más allá de dar patadas, golpes, conquistar y ser más fuerte. Lo que es, no ser jamás dueño y propietario de cada acción o pensamiento. Sencillamente, seguíamos el régimen absoluto, la frase total que cubría a la raza saiyajin: O estás con nosotros, o simplemente no estás.

Así era de fácil aquí, así se regía todo hasta un punto en donde no existieran cabezas que pensaran diferente, las que lo hacían, desaparecían. No entendía el fin de esto, de mantenernos en el mismo lugar y sentenciar a cada orden de ideas a la monotonía del anterior, y quizá nunca lo sabría. Lo que si sabía era que era una completa mierda, y no sólo porque quisiera estar con otro hombre y ahora deseara que me dejaran hacer lo que quiera, hablo de siempre, desde el principio, desde que mi padre golpeaba a mi madre si ella era amable mínimamente conmigo, desde que mi padre estaba con rameras en el bar junto a mis hermanos y a nadie le importaba que nuestra madre lo supiera.

Hablo desde que mi padre me entregó al entrenamiento infantil sin importarle en lo más mínimo que yo pudiera morir.

Hablo del momento en que debía matar y seguir las reglas, seguir la normalidad, seguir el circuito cerrado de ideas en la cabeza y no lo hice.

Hablo de dejar vivo a mi rival en el campo de enseñanza infantil y contradictoriamente volverlo mi amigo.

Hablo del momento en que me percaté de que podía no seguir siempre lo que decían, que podía ser diferente, que podía sonreír o llorar y gritar y estaba bien. Lo estaba para mí.

Y es una mierda que las personas crean y aseguren que yo soy como ellos, es una mierda que estén tan cerrados en sus pensamientos extremistas que no noten que no somos iguales, es una mierda que todos piensen y sigan firmemente ideologías que apestan. Es una mierda…

Porque me siento jodidamente solo.

Porque estoy solo.

Porque en un punto, sólo quedo yo y mis estupideces dentro de un mundo lleno de individuos sin razón, sin más que la violencia y orgullo y orden y honor. Y la soledad apesta. Sin embargo, al levantar la vista y mirar a Bardock recargado en el árbol una vez más, de brazos cruzados y con el ceño fruncido, estoy seguro que la soledad de mi pensamiento ahora mismo vale la pena, vale seguir una ideología diferente ahora si eso significa haber desobedecido las ordenes aquel día en que le dejé vivir, en el qué me di cuenta que no todo tenía que ser exactamente cómo debían decirme. Tal vez, sólo tal vez, la decisión de aquel día, podía ser más importante de lo que podía llegar a imaginar.

¿Sería acaso que Bardock, igual que yo, era distinto a ellos?

¿Podría ser que aquel día que no murió miró más allá de las posibilidades que nos plantean?

¿Podría Bardock estar más allá del amigo lleno de locuras que siempre era?

¿Podría Bardock acompañarme?

–En realidad, me comeré uno de estos –contesté luego de un rato, sacudiendo la cabeza para no enredarme en esa nueva pregunta, levitando una distancia menor a un metro desde el suelo y arrancando una gran fruta que colgaba de una delgada rama del árbol más cercano a mí.

– Bien, más para nosotros – bramaron ese par de animales, y yo miré la cáscara rojiza y rugosa de mi fruto antes de acercarla a mi rostro para olfatearla un momento.

– ¿De verdad vas a comerla? ¿Y si es venenosa? – inquirió Seripa, que estaba de pie a mi lado, observándome con curiosidad.

–Claro. Además, sólo hay una forma de averiguar si es venenosa o no – sonreí, acercándola hasta que mis dientes rozaron la cáscara, mas no pude proseguir, Bardock interrumpió mi movimiento con su imperiosa voz.

– ¿Vas a arriesgarte a comerla? – cuestionó, y lo noté hasta ese momento frente a mí, con su frunce y sus brazos enroscados sobre su pecho.

– ¿Qué es lo peor que puede pasar? Si muero, no olviden ponerlo en el registro de planeta – Con algo de molestia me di la vuelta tras decir aquello, para no mirarlos ni recibir más críticas estúpidas, sin poder dejar de pensar en la sensación de soledad mental que me embriagaba desde siempre, aunque más recientemente desde la charla que escuché en el comedor antes de partir a este planeta. Mordí duramente mi fruto, masticándolo y saboreándolo atentamente, percatándome de inmediato de su sabor, uno que me hizo expandir mis ojos en sorpresa, esa cosa era realmente…

–Dulce… sí que está cosa es dulce… – me giré de inmediato ante aquella voz, encontrándome con Bardock masticando un fruto del mismo tipo que yo sostenía.

–Sí, pero sabe bastante bien – Seripa, a su lado, mordía una vez más un propio fruto, de la misma especie que el mío.

Me quedé boquiabierto, tratando de procesar la escena. ¿Bardock y Seripa estaban evitando comer aquellos nativos igual que yo? Negué, pensando en que quizá sólo los habían probado por curiosidad, pero pronto comenzaron a levitar y cortar más frutos, arriesgándose a probar uno de otro tipo que colgaba de otro árbol cercano. Había notado con anterioridad que ellos dos solían ser un poco diferentes al estándar saiyajin, sí, pero justo en ese momento, cuando Bardock me arrojó otro fruto nuevo que apenas pude capturar en el aire y Seripa se sentó a mi lado sobre el suelo incitándome a hacer lo mismo, tuve una extraña sensación, una de no sentirme tan solo como creía, ¿es qué ellos podían ser acaso como yo?

No lo supe, no con certeza, sólo me senté junto a ellos a comer de esos frutos rebosantes de líquidos que resultaban siendo néctar al paladar. Y por un momento, me sentí bien.

Sentí firmemente, un sólo segundo, un instante que parpadeó dentro de mi cabeza con cegadora luz brillante, que me entendían.

Que me acompañaban.

O al menos uno de los dos.

Aunque de momento, no supe quién.

En ese instante, sumergido en una discreta epifanía, creí que los dos eran poseedores de entendimiento.

Hacia mí.

Pero sólo era eso, una epifanía…

Un segundo de realización… sólo uno.

¿Era acaso posible que la soledad del ser se terminase en un momento?

[…]

–Es totalmente cierto, me lo contó un cactus… pasé la noche con él, fue salvaje – dije, mi voz atolondrada ligeramente.

–Ja, ja, ja, Tooma, eres un hijo de perra – respondió, esas palabras que no había escuchado en aquel momento. –Mañana tendrás una resaca de los mil demonios, imbécil, justo saldremos de misión, ¿No se te ocurrió un mejor momento para irte con esa bola de tontos a drogarte? – cuestionó, pero yo no respondí, divagaba en alguna loca cosa, con seguridad, sólo podía mirarlo con potencia. –Tooma, ¿me escuchas?

Yo sonreí, más por los pensamientos, cuestiones y conjeturas que corrían en mi cabeza que por otra cosa. Él me sonrió en respuesta al momento, y mi mano, temblorosa y necia, comenzó a subir, posándose sobre su hombro desnudo, pues justamente Bardock estaba vestido únicamente por su licra negra. Ambos nos miramos mientras mis dedos le dedicaban una suave caricia, y un segundo, un cosquilleo me invadió.

Bardock, tan sólo unos segundos después de centrar su mirada a la mía, se tensó, apretando los dientes y frunciendo el ceño. Sus ojos, temerosos como sólo esas veces de cercanía lo ponían, se alejaron de mí, mirando en otra dirección. No dijo nada más, retrocedió un paso y sonrió forzadamente, soltando un suave “idiota” antes de volver a su cama con tranquilidad, dejándome ahí de pie, más drogado e inconsciente que despierto.

Parpadeé una y mil veces más, sacudiendo con discreción mi cabeza mientras trataba de acomodar ese recuerdo de aquel día en que me drogué con Taika y no podía recordar completo aún. Ese recuerdo era de la noche, cuando llegué al cuarto y Bardock me habló con naturalidad. No recordaba que había pasado en su totalidad, me había limitado a recordar hasta donde le sonreía y tocaba su hombro, no sabía que había dicho, ni que luego de eso se había apartado y había evitado mirarme. Había evitado mirarme luego de hacerlo fijamente, luego de sonreírme, ¿Por qué? No pude evitar acarrear la pregunta que llevaba haciéndome, ¿A qué le temes, Bardock? ¿Por qué había parecido que huía de mí luego de tan breve conversación y contacto?

Recordé mi propio pensamiento que tuve al despertar a la mañana siguiente, justo el día que partimos a esta misión “Ya no recuerdes más, ya no necesito nada más”. No quería recordar nada más, nada salvo aquel instante en que volví del techado donde había permanecido con mis compañeros, donde regresé a la habitación 318 y lo encontré, y me miró y me sonrió y me habló. No habría querido recordar más salvo eso, con eso era suficiente. Sin embargo ahora tenía esa nueva serie de recuerdos en la cabeza, y más dudas. ¿Qué pasaba con Bardock? ¿Por qué resultaba esquivo? Siendo sinceros, haber recordado eso me desanimó, y necesité como nunca conocer las respuestas definitivas. No existe nada peor para alguien que la incertidumbre. Y estaba por consumirme de una sola vez.

– ¿Y a quién le importa eso? – Toteppo cuestionó, recargándose en la piedra donde descansaba. Levanté la vista a él, tratando de incluirme en la conversación que llevaban ya desde minutos atrás, con el fin de no pensar más en mis circulares preguntas.

–Al gran Freezer, pedazo de idiota –regañó Panppukin, cruzándose de brazos y haciendo un mohín molesto.

– ¿Y por qué le importa? De todos modos ya están muertos todos – Toteppo escupió a un lado, frunciendo los labios y cruzándose de brazos con disgusto.

–Escucha, Toteppo, a nosotros nos debe importar una mierda para qué quiere el Gran Freezer esa información. Si la pide, se la damos, simple – Bardock soltó, recostado sobre el pasto que cubría el suelo, mirando fijamente las estrellas en el firmamento.

–Eso es verdad, así que no te quejes – Seripa regañó, encogiéndose en su lugar, sobre su propia piedra que sostenía su espalda. Yo levanté las cejas un momento, sin nada que decir, totalmente ajeno a la conversación de esos sujetos, una en dónde no había más que quejas y ridícula soberbia.

–De todos modos, los registros no siempre son certeros – Toteppo se volvió a quejar a pesar de los regaños, extendiendo sus piernas hasta que sus pies estuvieron cerca del fuego.

Yo no despegué mí vista del fuego, tratando de ignorar sus palabras y no pensar, no pensar en absolutamente nada, ni siquiera en el segundo de tranquilidad que había tenido hacía unas horas con dos de mis compañeros. Mi mente seguía cuestionándose la forma en que desencajaba entre ellos, entre todos los individuos del planeta, en muchos aspectos en realidad. Y había pensado en ello con anterioridad durante mi juventud, pero ahora se reafirmaba, ahora la frase de “Caminar hacia atrás” me perseguía y se repetía una y mil veces en la mente. Me sentía a punto de explotar. Estaba, sin duda alguna, del otro lado, muy, muy lejos de ellos.

– ¿Qué no son certeros? ¿De qué hablas? – Panppukin indagó, extrañado, quizá con la premisa de poder burlarse de él, sin embargo, las palabras que brotaron en respuesta lograron llamar mi atención, la de todos, en realidad.

–Lo digo por el registro que tenían del planeta Erior. Los habitantes de ese planeta eran sujetos no muy fuertes, no serían problema para un escuadrón saiyajin, mucho menos para el escuadrón del capitán Zaerec, y sin embargo, su soldado, Carot, murió a manos de uno de ellos, cosa que sería imposible si el nivel de pelea de esos sujetos no superaba al más débil de ese escuadrón y Carot era su mejor soldado – Todos nos quedamos en silencio unos momentos, unos pensando la información, yo completamente intrigado y con el corazón desbocado una vez más.

Sentí, como en el comedor del planeta Vegita, la sensación de volverme transparente, como podían todos mirar a través de mí y saber algo. No imaginaba que ese tema, justamente ese tema que no había parado de dar vueltas en mi cabeza saliese a relucir en ésta misión. Angosté los ojos, mirando de reojo a todos, encontrándome con sus rostros neutros, ligeramente intrigados al respecto, quizá con dudas sobre aquella extraña y misteriosa muerte. Pasé saliva, dando un vistazo más a Bardock, quien era el que más lucía tranquilo y ajeno al respecto.

No supe porque, pero mi boca comenzó a moverse sola, una parte de mí quería dejar eso hasta ahí, no meter o agregar nada, pero otra parte quería quejarse o escuchar algo de mis compañeros al respecto de eso. Era el momento de saber, de sentirme perpetuamente fuera de todo o sentir empatía de otros al respecto del tema. Quizá era una oportunidad de sacar a relucir el tema y observarlos, quizá era una forma discreta de desahogo. Como fuera, sencillamente creí necesario decirlo, mi mente se estaba volviendo loca con esa conversación que no podía sacar de mi cabeza, que no dejaba de agobiarme con la verdad y la soledad que me acarreaba, no podía lidiar con tanto miedo y desconfianza. No quería tanta jodida soledad.

–En realidad… – comencé, y todas sus miradas se fueron contra mí, cargando ese semblante de sorpresa e intriga cada vez que yo sabía algo más sobre algún tema, para ellos yo siempre era un enigma cargado de información y secretos. –Escuché sobre eso justo antes de venir a este lugar… y puedo decirles que no fue ningún nativo el que acabó con la vida de Carot.

– ¿Qué dices? ¿Quién podría haberlo matado entonces? Solamente su capitán era más fuerte que él, nadie más pudo haberle ganado – Toteppo siempre con sus conclusiones adelantadas. Suspiré, asintiendo una vez y mirándolo fijamente, mientras me mantenía atento a las reacciones del resto.

–Exactamente, sólo el capitán Zaerec tenía la fuerza para matarlo. Y en realidad, fue él quien lo mató – todos soltaron una leve exclamación, entre sorpresa e incredulidad, quedándose atentos a lo demás que tenía por decir. Mordí mis labios discretamente, tomando un suspiro mientras sentía algo de nervios recorrer mi cuerpo, de reojo, observé a Bardock, quien me miraba expectante, igual que el resto. Decidido, solté aire contenido y fruncí el ceño, como dándole importancia o énfasis al asunto. – El capitán Zaerec lo asesinó porque pensó que Carot caminaba hacia atrás.

– ¡¿Qué?! No digas idioteces, Carot amaba estar con las rameras del subterráneo, ¡Era todo un honorable saiyajin! – la inteligente explicación de Panppukin me hizo rodar los ojos, ¿En qué jodido pensamiento acostarse con muchas rameras te hacía honorable para con tu raza? Sentí, por su parte, una completa barrera entre su forma de ver las cosas y la mía, Panppukin existía y sin embargo no estaba para mí. Fruncí y disimulé mi mala cara, mordiéndome la mejilla interna para no soltar nada estúpido en su contra.

–No, en realidad, yo había escuchado un rumor al respecto, decían que frecuentaba mucho la casa de uno de sus conocidos. Y por la edad y soltería de ambos muchos comenzaron a dar por hecho que entre ellos había algo nebuloso – Seripa comentó, y me sorprendió lo ridículo de la historia que yo había conocido completa, ¿Sólo por eso se atrevían a decir que aquel soldado caminaba hacia atrás?

– ¿Por qué no nos habías dicho eso? – preguntó Panppukin con algo de agresión, entornando los ojos en dirección a Seripa.

–Bueno, en primer lugar no tengo porque contarles todo lo que sé, y en segundo lugar realmente no me importaba si ese sujeto tenía un amorío con otro hombre. Era un buen guerrero después de todo – Seripa me impresionó, y tuve que parpadear un par de veces para saber que de verdad había dicho eso. Por inercia –o por estúpido– le sonreí abiertamente, sonrisa que ella me contestó tímidamente, bajando la mirada un momento después.

–Bueno, tenía razones para matarlo entonces – Dijo Toteppo, casi desinteresado sobre el asunto. Apreté mi quijada duramente hasta hacer rechinar mis dientes, pero al segundo siguiente, no pude contenerme, era claro que entre Toteppo y yo tampoco había nada, pero la barrera que existía entre ese sujeto estúpido y yo no sólo era de incalculables pulgadas y rígida dureza, estaba marcada también por fuego ardiente e hiriente, una ofensa que me hizo expandir las aletas de mi nariz en un resoplido molesto.

– ¿Razones? ¿Creer que alguien camina hacia atrás es una razón para matar a un buen soldado? – de nuevo no pude contener la irritación, y sentí a Toteppo ajeno totalmente de mí. Una vez más tuve las miradas de todos sobre mi persona ante mis palabras de tono agresivo, pues me sentí directamente ofendido una vez más, las palabras sencillamente brotarían de mi boca como balas sin rumbo, como líneas estúpidas de alguien estúpido como yo. – ¡No tenía derecho! ¡Ni siquiera lo retó a un duelo! Lo asesinó de una manera cobarde y vil, además, ¡Ni siquiera sabía si él caminaba en reversa o ni! ¡Incluso si lo hubiera sido, no tenían porque…!

– ¡Cállate! – la voz de Bardock, hasta el momento al margen del asunto, tronó, cortando abruptamente mis palabras. – Ese sujeto merecía morir, todos aquellos que deshonren a la raza merecen morir, ¡Incluidos esas abominaciones! ¡Así que cierra la puta boca! – Me gritó directamente, poniéndose de pie furiosamente y mandándome una mirada asesina, desviando después sus furiosos ojos a un lado, conteniendo más insultos que seguramente tenía para mí. –Ahora andando, es hora de irnos – indicó, comenzando a alejarse con presuroso paso.

Pero yo no me moví, me quedé estupefacto en mi sitio, sin parpadear, siquiera sabía si estaba respirando, sólo mantuve mis ojos fijos en donde la espalda de Bardock acababa de desaparecer. Algo dijeron mis compañeros, no los escuché tampoco, ni noté el tiempo –¿siquiera transcurrió?–, No lo supe, me quedé con el corazón y la mente al borde de la absoluta locura. ¡Bravo yo! ¡Soy un estúpido genio! ¡Un héroe como siempre, Tooma! ¡Felicidades! Ahí tenía las putas consecuencias de mi debilidad, ¡Yo y mi estúpida debilidad! La voz de mi padre y mis hermanos se repitió en mi mente, esas risas gruesas que salían luego de decirme que era un débil de mente, y que eso siempre me volvería un guerrero débil. Qué moriría a causa de mi debilidad. Tenían razón, ahora mismo me sentí un muerto.

Tenía que abrir mi boca al respecto, tenía que insistir mi debilidad en saber qué opinaban los otros al respecto, que opinaba él. Y ahora veo cosas claras pintadas frente a mis ojos. Me tiene asco, me tiene tanto maldito y asqueroso asco, ¡Maldita sea! ¡Por eso no me mira! ¡Por eso retrocedió aquel día y esquivó mi tacto! ¡Se dio cuenta! ¡Se dio cuenta en algún maldito segundo de estupidez mía donde mostré que me interesaba de esa forma! ¡Y yo pensando idioteces sobre qué quizá podía ser igual, podía ser correspondido, podía ser como yo, podría acompañarme! ¡Ni una mierda Tooma! ¡Ni una mierda! Sólo putas basuras de tu cerebro estúpido.

Quizá tienen razón y yo soy el imbécil, quizá si merezco morir, quizá si soy un puto monstruo, ¡¿A quién jodidos le importa?! La epifanía de esa misma tarde se fue a la mierda junto con esas palabras, el saber que Bardock pensaba así me golpeó duramente, como una bofetada, ¡cómo mil malditas bofetadas y patadas! Sentí que en ese momento, esas palabras equivalían a las millones de piedras que acababan con la vida de un moribundo en el centro de Vegita tras perder un duelo. Y quizá dolían más. ¡Imbécil!

Las preguntas que me habían perseguido desde hacía unos meses golpearon mi cerebro, lo golpearon hirientes al saberse respondidas, al creerlas ya con explicación.

¿A qué le temes Bardock?

¿Realmente vale la pena intentar algo?

Negué, negué a las dos, negué a mí, a él, a la sensación de compañía, a la incertidumbre de todos esos meses. Negué a todo, negué a mí mismo. Me temía, era una abominación para él. Intentar algo, sería morir. No había porque seguir pensando o intentando nada. Todo estaba dicho… ahora había escuchado lo que quería saber. La verdad, la opinión. Y la condena a la soledad.

–Tooma, andando… – Seripa, la única que no se  había marchado ya, me jaló del brazo, mirándome con intriga y extrañeza. Yo asentí, poniéndome de pie y tragando duramente, frunciendo la frente para que absolutamente nada se notase. Ambos finalmente avanzamos en dirección a las naves, mientras mi mente, una parte de ella, la pequeña sección que inducía todos mis impulsos de estupidez, se negaba a creerlo. Pero lo era, ¿no?

¿Qué mierda se suponía que había estado haciendo?

Seguí a Seripa en silencio, deteniéndome frente a la nave que me correspondía, realizando movimientos mecánicos a causa de las ideas que se caían a pedazos dentro de mi mente. Mis ojos, un instante, miraron a Bardock, quien me miró con algo que no supe interpretar, me regañaba con los ojos muy probablemente. Bajé las cejas, con angustia, siendo azotado en mi cabeza por mis propios pensamientos que revoloteaban como dementes, afilados, cortando, lastimando. Estaba todo perdido, todo mi maldito pensamiento, sobre mí y sobre él, perdido.

Pensé con seguridad que nada más me haría cambiar de opinión. Todo se había ido a la mierda.

Pero quizá no.

Sus ojos aun fijos en mí, en la lejanía, con discreción, flaquearon, y brillaron, y sentí de pronto que su regaño no era lo que creía que era.

Sentí que estaba actuando.

Sentí que estaba atrapado como yo.

Pero era sólo eso, un quizá

Quizá estaba loco y eran los delirios de un idiota estúpido que fantasea como demente.

Pero quizá sí lo era…

Porque, después de todo, había algo que me impedía creerlo del todo.

Algo en esos ojos.

Algo que faltaba para mí.

Supe, sin saber, que algo en estaba a punto de cambiar.

Pero, ¿en qué sentido?

Pero… ¿qué?

 […]

–Mira… ¡Mira! Ahí está Bardock – Gritó Panpukkin, luego de que dejáramos de correr, ya no sabíamos porque lo estábamos haciendo, pero mi mirada aún buscaba nerviosa tras nosotros, como si algo nos hubiese estado persiguiendo. Tras sus palabras, me giré al frente, encontrando la plaza de los clase baja frente a nuestras narices, ¿La plaza baja? ¿No habíamos estado sólo un segundo atrás frente al palacio con los guardias?

–Hey… ¡Bardock! ¡Oye! – Toteppo alzó los brazos, tratando de llamar su atención, y yo apenas pude centrar la mirada al frente, mirando como Bardock ya nos estaba mirando, con los brazos cruzados y el semblante serio, se notaba molesto.

–Déjalo en paz, estúpido… nos golpeará luego si lo dejamos en ridículo frente a esos idiotas – Seripa, que se notaba un poco consiente –al menos más que yo y los demás– intervino, bajando forzadamente los brazos de Toteppo, quien frunció y terminó por ceder.

– ¿Y qué si esos malditos nos ven drogados? ¡Es nuestro jodido problema! ¡No es nuestra culpa que se crean tanto! – Panppukin, más irritable de lo normal debido a la Taika gritó aquellas palabras, sin importarle que, por cierto, Bardock y los sujetos que lo acompañaban no estaban ni a diez metros de nosotros.

– Vámonos ya, Bardock se molestará – insistió Seripa, jalando del brazo a Panppikin, quien comenzaba a tener un duelo de miradas con el general Parragos, uno de los dos acompañantes de Bardock.

– ¿Se molestará? ¿Es qué se avergüenza de mí y de ustedes? ¿Por eso dejó de salir con nosotros? – cuestionó, sin quitar su mirada de Parragos.

–No importa, no podemos retarlo… menos ahora… si alguno lo hace sería un completo idiota, se nota que está molesto… además, presiento que algo malo hicimos… – Seripa se rindió en su lucha para mover el cuerpo de Panppukin, girando su rostro hacia atrás, seguramente con la misma sensación de saberse perseguida.

Sin embargo, yo me quedé con sus palabras en la cabeza, ¿No podíamos retarlo? ¿Quién mierda se creía ese estúpido de Bardock? ¿Es que en verdad sentía vergüenza de nosotros? ¡No tiene derecho a molestarse por mirarnos así! ¡Por estar drogados! ¡Deberíamos ser nosotros los molestos! ¡¿Quién se pensaba que era al salir con el general Parragos y Paragus?! ¡¿Quién, cuando ellos eran peores basuras que nosotros?!

La ira me invadió, y pronto olvidé ya la razón, me sentí furioso, al límite, la sangre hirviendo salvajemente dentro de mi cuerpo, de forma explosiva, incontrolable. Estaba molesto; molesto, ofendido y drogado. Quería reclamar, gritar, despotricar, sacar todo un torbellino de idioteces y verdades, de sentires, de frustración, de rencor acumulado en meses, de estar conteniéndome todos los días, me sentí harto, estaba lleno de estupideces y sencillamente, guiado por la irracionalidad e la droga, explotaría. Ya no había marcha atrás.

Tal vez fui muy obvio, tal vez me iba tambaleando y quizá no pasó tan rápido como yo creí, pues levanté mi puño dispuesto a golpear el rostro de Bardock, pero este me esquivó sin dificultad, mirándome de mala manera un momento después. Sus ojos cruzaron los míos finalmente, los míos eyectados de la más pura irracionalidad, los de él entre confusos y molestos. Algo dijo Paragus que yo no escuché ni presté atención, me sentí demasiado concentrado en mirar a Bardock, en dejar fluir todo el odio que sentí invadir y golpear mis venas.

– ¡Tú jodido hijo de perra! – le señalé, apuntándole directo al rostro, acusador, ofendiendo con el simple hecho de hacerlo, marcando, dictaminando. – ¡Eres un imbécil! ¡Bastardo!

– ¿Qué dices, imbécil? Lárguense de aquí, la guardia real los perdonó de milagro, no busquen más problemas – respondió, calmado, o más bien, indiferente, frunciendo los labios con molestia, se notaba asqueado con el simple hecho de mirarme ahí.

– ¡Cállate! ¡Cállate! ¡No vengas a decirme qué hacer! – esa loca droga hacía milagros, yo no podría haber desafiado a Bardock, no así. Pero lo sentí, de verdad lo sentí, cada palabra y gramo de fuerza que estaba poniendo la sentía desde el fondo. Estaba dejando fluir todo lo que había contenido. Y se sentía bien. – ¡Estoy harto! ¡Harto de ti! ¡Harto de tu puta cara! ¡Eres un jodido hijo de puta! – Bardock mostró los dientes, se notó claramente que se estaba ofendiendo, que estaba enfureciéndose con cada una de mis palabras. Mas no me detuve, sentía que tenía mucho por decir. – ¡¿Por qué jodidos no te mueres?! ¡No eres más que un hijo de puta! ¡Un completo hijo de puta!

Un golpe me derribó, no me dolió en lo absoluto por lo entumecido de todo mi cuerpo, sólo me mareó un momento, unos segundos en lo que me sostuve la cabeza y no tuve una clara noción de dónde estaba o qué pasaba. Bardock me miró despectivo desde arriba, con sus ojos afilados y marcada molestia. Estaba encabronado. Muy, muy encabronado.

–Si no quieres que te mate entonces lárgate, y llévate a esos imbéciles, eres el segundo al mando y no puedes hacer cosas como éstas, tarado – frunció el ceño, apretando y aflojando los puños a su lado. –Lárgate – se dio la vuelta, esperando a que lo obedeciera y cediera y agachara la cabeza como siempre. Pero no.

– ¡No me voy a largar! – me puse de pie por alguna especie de milagro, tambaleándome sólo un momento antes de quedarme quieto justo tras él. Bardock no se volteó, me miró desde el rabillo del ojo, girando su cabeza ligeramente hacia atrás. – ¡Si vas a matarme, bien, entonces hazlo de una maldita vez!

–Mnh, no me retes, estúpido… – bufó, y siendo yo el sujeto que más conocía a Bardock en todo el planeta Vegita, sabía que estaba hablando jodidamente en serio.

– ¡¿Qué pasa?! ¿No tienes los suficientes huevos para matarme? ¿O es que te faltan razones para hacerlo? – extendí los brazos, y noté como apretaba aún más sus manos a sus costados, tentado, esperando a que yo dijera algo más para lanzarse sobre mí, o que yo me arrepintiera y me fuera. Para su sorpresa, y la mía también en realidad, comencé a reír burlonamente, levantando aún más mis brazos a mis lados. – Vamos, responde… ¿Es qué tu madre no te enseñó a ser buen niño? ¿Ah? ¿Acaso la perra sólo se dedica a chuparme la pija todas las noches? – sabía que estaba jugando con fuego, lo noté cuando los nudillos de Bardock se tornaron blancos y sus venas resaltaron por lo duro de su apriete. Estaba jodidamente muerto, nadie, absolutamente nadie, incluyéndome, hablaba de la madre de Bardock, nadie hablaba de ella porque… – ¡Oh! ¡Cierto, lo olvidaba, no pudo enseñarte nada porque ella está muerta!

Un golpe me mandó a volar y no supe dónde caí, no noté que un grupo de cajas de vegetales habían caído sobre mí, y que había atravesado más de tres puestos de la calle completos. No tuve oportunidad de darme cuenta, ni de nada, luego de un parpadeo, Bardock estaba sobre mí, sosteniéndome el cuello con una mano y golpeándome duramente el rostro con la otra, tan malditamente fuerte que esta vez sí lo sentí.

No luché, me quedé mirándolo, apretando la quijada fuertemente para no dejar fluir la sangre que inundaba el interior de mi boca, retándolo con ojos fieros, mientras mi mente pasaba del odio irracional a una decepción, a una resignación, a la desesperación total que es generada luego de la impotencia, a una melancolía absoluta. Sin darme cuenta, comencé a reír, a reír sinceramente, suavemente, discretamente, y mi vista se redujo de la más abismal locura a una apagada, incluso triste.

Bardock detuvo sus golpes, no sé cuántos dio, no sé si fueron lo fuertes suficientes, no dolía como debería. Vi su rostro mutar, de la ira asesina a una extrañeza y desconcierto, aún mezclada con irritación y molestia. – ¿De qué demonios te ríes, estúpido? – masculló entre dientes, haciendo temblar su puño suspendido en el aire por la presión de detenerlo.

–De mí – respondí, sin mentir, lo sentí, de verdad lo sentí, dejando notar una sonrisa floja, una que flaqueaba cada instante de su existencia, flaqueaba amenazando con convertirse en una mueca sin explicación. Bardock se mostró más desconcertado, y su puño se aflojó, dudando. –Anda, mátame… ¿Qué esperas? – incité, pero no estuve seguro de qué expresión ponía, pues él parpadeó repetidas veces, extrañado. –Mátame… ya no me importa… en realidad, no creo que exista diferencia de como estoy ahora…

– ¿De qué demonios estás hablando? – murmuró, sin mover su brazo alzado amenazante, a pesar de que ya no había más fuerza ejercida en él.

–Hablo de mí… hablo de ti… hablo de toda esta mierda que no entiendo… hablo de que me siento tan estúpidamente invisible… de que me siento muerto… – cubrí mi rostro con ambas manos, temblando ligeramente, sin querer mirar, sin querer que me mirara, no estaba seguro de qué demonios estaba diciendo. La presión en mi pecho aumentó, sin embargo,  por lo drogado, no pude asegurar hasta qué punto, sólo me asfixié, y necesité sacar las palabras que obstruían mi garganta. –Hablo de que no soporto más esto, Bardock… – lo miré, y no supe exactamente porque, pero sentí que sabía a lo que me refería. –Me siento tan malditamente solo…

Un pitido agudo me hizo saltar asustado, sacándome de mi sueño-recuerdo, escandalizándome de momento y haciéndome buscar con mi vista alrededor, desconcertado por las sensaciones un par de segundos antes de ubicarme una vez en la realidad. Miré al frente, una luz roja brillaba insistente al frente, marcando el final del crio-sueño, desde hacia una hora y media en realidad. La alarma que sonaba ahora mismo era la advertencia de aterrizaje, que se efectuaría en unos momentos más.

Sacudí mi cabeza, no me había dado cuenta del momento en que el crio-sueño se había terminado, había continuado dormido luego de eso, y sin remedio había comenzado a soñar. Parpadeé algo confundido, acomodando ese fragmento de recuerdo en mi cabeza, fragmento lúcido que acarreó de inmediato trozos anteriores y posteriores a ese. Ahora lo recordaba todo, quizá no claramente, pero si tenía la noción de los hechos, de lo que había hablado Bardock aquel día en que llegué por la noche.

Recordaba que habíamos ido a molestar a los guardias reales, habíamos sido perdonados luego de una frenética persecución, y claro que a la enorme ventaja de que uno de ellos era el cuñado de Seripa y decidió perdonarnos, más la sensación de persecución había durado largamente en nosotros. Sobre eso, más importante para mí, ahora sentía cada una de las palabras que nos habíamos dicho, de lo que yo le había dicho. ¿Cómo había pasado? ¿Por qué lo había hecho?

No estaba seguro si maldecir aquella droga o bendecirla. No lo sabía, porque no sabía de qué lado estaba ahora, no sabía que rayos había sucedido, si había sido bueno –para mí– o no. Como fuera, estar consiente ahora, con esos recuerdos fijos en mi cerebro, me hacía sentir escalofríos, miedo, adrenalina, ¡Joder! Era peor que pelear contra un fuerte enemigo, peor que tentar la muerte… se sentía… se sentía como estar muerto y vivo a la vez.

Era la voz sin mirada.

Sí, así, la incongruencia, la visibilidad a medias. ¿Qué cojones había y estaba pasando? Necesité sacudir mi cabeza una vez más, hundiendo mis ojos en la densa oscuridad del universo con celestes batidos en los alrededores. Mis labios cosquillearon al sentir de nuevo sobre estos la verdad, el lloriqueo, el reclamo de sentirme solo, de decírselo, de admitirlo incluso para mí de esa forma, en voz alta. Para mí decir eso tenía un enorme impacto, era algo tan jodidamente lleno de idioteces –según los saiyajins–, que me sonaba patético incluso a mí. Eso era merecedor de burlas, rechazo, críticas y golpizas. Porque eso era mostrar debilidad, una debilidad que tenía que esconder.

Sin embargo, teniendo a Bardock sobre mí, con su puño listo para mandarme al otro mundo, con mis insultos frescos en sus oídos, con la rabia corriendo por sus venas… ¿por qué esas palabras lo frenaron? ¿Por qué actuaron al contrario de cómo debían hacerlo? ¿Por qué pareció desconcertado y dolido?

Luego de decir aquello, Bardock me había mirado unos segundos, levantándose luego de eso y mandándome una leve mirada desde arriba. “Vayan a otro lado” dijo, dando una señal a Seripa, quien corrió a ayudarme. Nos marchamos yo y el resto del escuadrón al techado en el desierto, sin más fuerzas, terminamos de drogarnos hasta poder olvidar absolutamente todo, para no ser capaces siquiera de movernos de nuestros sitios en las próximas horas.

Y entonces, cuando volví a la habitación, ¿qué había pasado? ¿Por qué Bardock me hablaba e incluso lucía alegre? ¿Había sido esa frase, esa declaración de soledad? Tuve que convencerme de que así era, de que no podía ser nada más. Había insultado a su madre, ¡A su bendita madre que tenía prohibido atacar directamente, que no mencionaba fuera de bromas normales sobre ser hijo de perra! ¡Y había estado furioso como el demonio! ¡Iba a matarme! Pero no lo hizo… pero me miró con ese algo que no comprendía.

Con ese algo que había usado también para mirarme justo antes de que partiéramos de regreso a Vegita, un mes atrás, el último segundo que lo vi antes de entrar al crio-sueño del que acabo de despertar. ¿Qué querían decirme sus ojos? ¿Qué, cuando lucían de cierto modo molestos y suaves? Me recordó, un segundo, a la mirada que me daba mi madre cuando me detenía de decir cosas estúpidas frente a mi padre, y me reprendía con la mirada sin llegar a ser agresiva. Me reprendía y me hacía callar para protegerme.

Para protegerme.

Negué, recordando para mi propio negativo convencimiento su comentario respecto a la muerte de Carot, respecto a los que caminaban hacia atrás. Me sentí agobiado, presionado, confundido hasta la médula, ¡Joder, quería abrir la puta escotilla hacia el espacio y acabar conmigo y toda mi mierda de una vez! Pero mi propia incertidumbre me llevaba a querer averiguar la verdad, a seguir viviendo hasta estar completamente seguro de algo. Lo que era igual a verme apaleado en la plaza central, o ver mis dedos entre las piernas de Bardock. Así de simple.

Suspiré profundo cuando el pintoresco planeta Vegita brilló frente a mí, y necesité incorporarme levemente para poder observar con más detalle los brillantes tonos rojizos y naranjas que se provocaban al atravesar la atmosfera. Era un panorama que nunca me cansaría de ver. En el transcurso de este, me perdí en la situación actual, de nuevo estaba en el limbo, a la mitad de un camino y del otro.

De nuevo no sabía que sucedía.

¿Era esto la sensación que tuve luego de la charla antes de partir?

¿Era ese recuerdo el que faltaba en mi cabeza?

¿Y qué cambiaría ahora?

¿Qué jodidos estaba a punto de pasar?

¿Por qué mi cerebro no podía rendirse, no quería rendirse?

¿O era que quizá no era mi cerebro?

¿Era que existía algo más poderoso que este?

Sin tiempo para pensar una vez más, un saiyajin nunca tiene tiempo para eso. Parece que estamos fabricados para estar entretenidos siempre en otras idioteces, en lo que sea menos en poder pensar. Las naves dieron contra las almohadillas de aterrizaje, con algo de brusquedad, mientras en la pantalla principal salían algunas letras que indicaban la localización actual. Presioné el botón de la escotilla, esperando a que esta se abriera con toda su lentitud mientras uno de los guardias esperaba ya afuera de nuestras naves.

–De nuevo antes, capitán Bardock – halagó aquel sujeto con piel morada y ojos saltones al extremo.

– ¿Y qué esperabas, idiota? – sonrió, cretino como sólo él. El guardia dijo unas insignificantes palabras más antes de dejarnos partir, dirigiéndonos con calma al interior de la base, donde nos detuvimos al atravesar la puerta.

– ¿Avisarás a los principales de nuestra misión? – preguntó Seripa, mirando a Bardock, quien dio un asentimiento ligero.

–Bah, qué aburrido… tengo ganas de largarme al bar de una maldita vez – se quejó, como siempre, el imbécil de Panppukin.

–Pueden irse si lo quieren, no es necesario que estemos todos. Sólo iré a entregar los datos, no era una misión extraordinaria – Bardock contestó, tranquilo, a lo que el resto respondió con un rápido asentimiento.

– ¿No vas, Tooma? – Seripa cuestionó a mi lado en voz baja, golpeando suavemente mi brazo para llamar mi atención.

De inmediato negué, sin pensarlo, sin considerar absolutamente nada. Ella me sonrió levemente, asintiendo y marchándose con el resto, dejándome a mí y a Bardock solos en el pasillo. Bardock avanzó en dirección a la sala de los administrativos, los enviados del Gran Freezer que se encargaban de recibir y almacenar la información sobre la misión. Avancé a su lado, con algo de incomodidad, con mis dudas aún, con toda la mierda, pero, vaya que soy más necio y estúpido que cualquier otra cosa, así que traté de actuar con normalidad, a pesar de que no podía dejar de pensar en la conversación que tuvimos cuando estuve drogado.

–Oye, Bardock – llamé, y él me miró medio segundo desde el rabillo, sin detenerse un solo segundo. Sabía que, cuando no replicaba, significaba que podías hablar, asunto que me hizo intuir que no estaba molesto. – ¿Es verdad que te insulté el día que me drogué con los muchachos?

El muy cretino comenzó a reír, divertido, lanzándome otra rápida mirada mientras asentía brevemente. – Lo hiciste, me gritaste e insultaste, pero eres sólo un imbécil, tuviste suerte de vivir – sé que lo dijo bromista, con la intención de jugar, sin embargo, yo sabía que sí había tenido una maldita suerte inexplicable.

–Y dime… ¿Por qué diablos te insulté? – lo vi tensar los hombros, apretando los labios en una mueca mientras giraba los ojos en todas direcciones, tratando de lucir ajeno o desentendido ante el tema. Yo sabía que había sucedido, pero necesitaba saber que había sucedido para él.

–No lo sé, a veces pienso que te caíste de cabeza cuando eras bebé, eso debió afectarte la inteligencia – rió, y forcé una risa para acompañarlo. Un momento después, mi ceño se frunció, deteniéndome tras él cuando llegamos a una ventanilla, donde Bardock le extendió un chip de información a un sujeto verdoso con apariencia de insecto.

Tras una mínima conversación que tuvieron, Bardock se dio la vuelta, comenzando a caminar de regreso, sin moverse de mi lado. Tomé una gran bocanada de aire, distrayendo mis ojos en los pasillos grises que se extendían frente a nosotros, sin prestar real atención. Durante mi vida, durante toda mi asquerosa y repetitiva vida, había dicho palabras, ¡Infinidad de palabras! Ni siquiera podría cuantificar una cantidad cercana, nada, no podría. Sólo sabía que habían sido muchas. Sin embargo, ni una de ellas me había pesado tanto en el pecho, ni siquiera aquellas palabras que habían jodido mi relación con Bardock aquel día, esas palabras las dije con ligereza, sin considerar. Estas, sin embargo, las estaba pensando con insistencia, y tenía miedo a proferirlas, y quemaban adentro del pecho, pero fuera, podían asfixiarme al punto de ahogarme y asesinarme.

– ¿En serio no dije nada? ¿No dije porque estaba diciendo eso? – salieron las palabras, quemando mi garganta en su recorrido. Bardock disminuyó la velocidad de su andar, lanzándome una mirada un tanto molesta, virando al frente de nuevo, con indiferencia.

–Balbuceabas como estúpido, sólo eso. Dijiste algunas cosas sobre que yo debía morir, pero nada en concreto… eso y… – mi corazón saltó de nuevo, ante eso, ante el comienzo de aquella frase, ante su propio silencio que lo interrumpió, considerando. Pareció pensar, frunciendo el ceño reflexivo, y yo apenas miraba por donde iba, pues mi atención estaba completa sobre aquellas facciones, sobre cualquier cambio que se produjeran sobre ellas.

– ¿… y qué? – mi rostro titubeó, y se deformó en una intriga inexpresable en totalidad. Bardock no me miró esta vez, siguió caminando hasta que estuvimos fuera de aquel edificio, encontrándonos con un panorama oscurecido, recién comenzaba la noche en el planeta.

–Y nada… no pasó nada más – se encogió de hombros, mirando al cielo, que lucía parcialmente cubierto de nubes, pronto comenzaría la temporada de lluvias en Vegita y la baja en las temperaturas ya se notaba bastante.

Asentí sin más remedió, perdiendo mis ojos en el firmamento que compartía color con mi propio iris. Sentí una especie de decepción, un ardor en el pecho al saber que mentía, al saber que si había dicho algo, algo importante, la razón por la cual él me estaba hablando justo en ese momento. Le había confesado que me sentía solo sin él, quizá no tan directo, pero al final lo había hecho, se lo había dicho. ¿Y ahora fingía que no sabía? ¿Ahora aparentaba olvidarlo? ¿Por qué? ¿Por qué no quería admitirlo ahora? Yo sabía de sobra que él lo recordaba. Él también lo sabía. ¿Entonces por qué no me decía lo que yo había dicho? ¿Por qué mentía? ¿O es qué había tomado esa declaración como la ausencia de nuestra cercana amistad y por eso había decidido hablarme de nuevo? Sí, debía ser eso, Bardock no podía pensar otra cosa, la cosa que yo pensaba, después de todo, había ya dicho que todos los andantes en reversa deberían morir.

–En realidad me sorprende que no lo recuerdes – Bardock habló, llamando mi atención, de brazos cruzados y mirando el vacío patio de ese lugar.

– ¿Qué? – murmuré, algo distraído aún con mis reflexiones, pero pronto me compuse, cruzando mis brazos también, balanceando mi cola tras de mí, pensativamente. –Bueno, sabes que no soy muy fan de la Taika, esa cosa me pega duro – respondí, y ambos soltamos una risilla baja.

–No digas idioteces, hemos fumado juntos demasiadas veces, por lo que me comentó Seripa, apenas y fumaste – lo miré con mucho desconcierto y sorpresa ante sus palabras, pero no me devolvió la mirada, el vacío al frente parecía ser más entretenido. –Le pregunté cuanto habías fumado antes de que nos marcháramos, seguías comiendo en la cafetería… me contó que apenas fueron cinco cigarrillos – respondió a la pregunta que no hice, y yo aparté la vista de él, mirando con ondeaban las banderas del reino del rey Vegeta ante las fuertes ventiscas heladas.

Parpadeé un par de veces, tratando de creer lo que acababa de escuchar. ¿Bardock le había preguntado a Seripa por mí? ¿Sería la primera vez que lo hacía? Mi mente, débil, comenzó a burbujear en muchas más posibilidades, pero no la dejé continuar, frené mis pensamientos para no llevarme a hacer conjeturas falsas indefinidamente, no podía alimentarme con más fantasías ridículas. Sonreí finalmente, asintiendo en confirmación, era la cantidad justa que yo recordaba haber consumido.

–Tienes razón…creo que he consumido más… – bajé mi cola desganada a mis espaldas, mientras mi sonrisa pasaba de real a forzada y decepcionada, resignada. –Y aun así no recuerdo nada… absolutamente nada… – mentí, como él, arrastrando las palabras tan dolorosamente que sonaron apagadas, sin ser capaz de decirle la verdad, porque sabía de sobra que él lo sabía y lo estaba ignorando. Qué quería exactamente eso, que los dos lo ignoráramos, quería fingir que eso no había pasado.

Qué fácil debía ser para él.

Y sólo para él.

Porque a mí me estaba ardiendo, doliendo, asesinando una vez más.

Bajé la mirada, igual de desganada que mi cola, la cual casi rozaba el suelo por su caída sin resistencia, por más y más puños de sensación aplastante. Fruncí los labios, mientras una ráfaga de frío viento me calaba ligeramente, haciéndome subir la vista de nuevo, como si  la congelante ventisca fuese visible. Bardock, a mi lado, suspiró con fuerza, sonriendo por alguna razón desconocida para mí.

–Hace mucho tiempo que no fumamos Taika juntos – comentó, llamando por completo mi atención. Asentí, girándome levemente a él, a pesar de que sus ojos aún se rehusaban a verme.

–Cierto… hemos ido más seguido a beber a los bares… en realidad, tengo suerte de que te hayas quitado esa mierda de entre los labios, estar drogado tanto tiempo me aturde demasiado, no sé cómo puedes aguantar tanta hierba tantos días seguidos – soltó una carcajada, descruzándose y dejando caer con suavidad sus brazos a los lados, mientras me veía con duda.

–Eso es porque eres demasiado sensible – comentó, frunciendo los labios a un lado. – Andando – miró al frente, entornando los ojos en la lejanía de la ciudad. –Fumemos Taika esta noche, fumemos hasta morir – soltó entusiasmado, y abrir los ojos con mucha impresión fue una reacción que no pude evitar. De inmediato asentí, a pesar de toda la mierda sucedida últimamente. Como ya había dicho, por más perdido que luciera el asunto, no me rendiría.

No aún.

No hasta saber.

No hasta que correspondiera.

O hasta que estuviera muerto.

[…]

Los ojos me ardieron terriblemente, llevando mis dos manos sobre ellos en un salvaje movimiento, tallándolos obsesivamente, queriéndolos sacar de sus cuencas por el ardor que los invadía. Escuché a Bardock reír, y abrí un segundo mis ojos para verlo, pero lució borroso, aunando a la oscuridad de la noche, así que apenas pude notarlo frente a mí. Bajé mis manos a los costados, hundiendo los dedos en la arena fría del desierto, parpadeando repetidas veces mientras el ardor en mis ojos finalmente cesaba.

–Eres idiota, jamás has sido bueno para fumar – se burló, no satisfecho con haberse reído ya.

–Cállate, sólo es que lo prendí mal – me justifiqué, sin saber muy bien en realidad la cusa de mi descuido que me llevó a pasarme el humo demasiado cerca del rostro, humo picante que entró en mis ojos agresivamente.

– El tercero, Tooma, y aún no estás drogado… al menos no tanto. No entiendo como dos más te harán olvidar… – pausó, dándole una larga pitada a su cigarrillo, lanzando el humo a un lado, con vasta experiencia.

Yo asentí, siendo capaz aún de controlar mis palabras y no decir algo estúpido como que en realidad si recordaba lo sucedido, y que cinco churros no me hacían el efecto suficiente. Bardock fumó más, encendiendo su punta roja intensamente al inhalar, soltando el humo y lanzándolo esta vez en mi cara, riéndose divertido con eso, disfrutando de mi gesto al sentir picazón de nuevo sobre mi rostro.

– Tooma, estoy drogado… – murmuró, mirándome de frente, a un metro de mí, sentado sobre la tierra, de piernas cruzadas al igual que yo. –Estoy drogado, ¡Estoy drogado! – pareció festejar, riendo más mientras soltaba una larga exclamación, algo similar a un grito, pero salvaje, divertido y entusiasta.

–Eres un imbécil, ¿cuánto ya fumaste? – pregunté, mirando como las formas a mi alrededor ya bailaban y se distorsionaban.

–No sé, no sé… ¿Qué importa? –dijo, y yo sabía que ya llevaba más de seis. Me miró de nuevo, fijamente, y yo hice lo mismo, sin estar seguro si estaba sonriendo o no, ya no sentía la parte inferior de mi rostro. –Sólo… se siente bien… – me miró achicando los ojos, como si afinara su vista para enfocar mi rostro. –El idiota de Paragus es bastante tranquilo cuando fumamos Taika, sólo quiere estar metido con sus mujeres… es un aburrido – me permití reír abiertamente, imaginando que ese sujeto debía ser así, pues lucía bastante prepotente y reservado.

–Tú tienes la culpa, te alejaste de nosotros… ¡Nosotros! ¡Que no podemos ver una piedra porque la queremos fumar! – Bardock rió, asintiendo, terminando de una calada lo que le quedaba del cigarrillo, sacando más hierba y más trozos de papel del pequeño bolso de tela que llevaba consigo.

–Fumemos, Tooma, fumemos hasta morir – repitió, enroscando el trozo de papel hasta volverlo un delgado churro, el cual encendió con una leve chispa de los dedos, inhalando y sacando el humo por las fosas nasales, volviéndolo a absorber por la boca.

–Bardock… ¿por qué siempre que fumamos esta mierda te quieres morir? – cuestioné sin pensar, en parte porque ya me había hecho efecto, y en parte porque de por sí soy idiota.

–Yo… no sé… sería genial mandar todo a la mierda un día – rió, sin chiste, una risa seca que no tuvo ningún valor real, tenía un significado de fondo, en cambio, era una máscara para esconder algo más.

– ¿Sabes? Hacía mucho que tú y yo no salíamos así… no desde que somos un escuadrón… hemos aprendido a estar con ellos – comenté, mirando en dirección a unos cactus no muy lejos del techado en donde estábamos, pues ahí habían estado descansando Toteppo y Panppkin aquel día que desperté al lado de Seripa.

–Bah, son unos idiotas – rodó los ojos, dejándose caer de espaldas sobre la arena, estirando las piernas y pasando a golpearme levemente en el proceso.

– ¿Y yo? ¿Yo no soy idiota? – pregunté, gateando sobre el suelo hasta estar a su lado, recostándome después sobre el piso, quedando a su altura, girando mi rostro a la izquierda para mirarlo, encontrando sus ojos ya fijos en mí, su cabeza girada a la derecha, apenas a medio metro de distancia.

– ¿Tú? ¡Tú eres el más idiota de todos! – se rió, como imbécil, como Bardock, el de verdad. El de siempre. Como él y no la imitación ridícula que siempre era, con el falso Bardock que fingía ser frente a todos y vivía prisionero bajo las reglas de Vegita, ahora era él, el que bromeaba conmigo en la habitación, el niño que entrenaba conmigo en las calles, el que decidió aceptar mi ayuda cuando éramos niños. Era Bardock, Bardock el libre.

Era esa la única razón por la cual soportaba la Taika, siempre lograba hacer a Bardock como él, todo el tiempo, todo el rato que estuviera drogado, lo hacía ser como quería ser. Claro que era también de ese modo conmigo, en secreto, en nuestra amistad aislada, sin embargo, por tantas misiones y personas a nuestro alrededor, apenas y podía convivir con Bardock, el real. Y más ahora, luego de la mierda, de los días, de los meses, del año completo, de los silencios y las evasiones. Sentía que había pasado una vida entera desde que no lo veía hablarme y reír así.

– Vaya… ¿Es por eso que me soportas, entonces? ¿Acaso te gusta convivir con gente así? – cuestioné, sin despegar mi vista de la suya, sin lograr o querer hacerlo tampoco.

–Creo que tengo una maldición, la gente estúpida siempre me rodea – sonrió suavemente, dejando consumir entre sus dedos aquel churro de hierba.

–Ja, idiota… – le di una calada a mi cigarrillo, descansando mi mano derecha luego de eso, mirando el techo roído de maderas sobre nosotros. –Si sigues así terminarás por unirte a una maldita loca – comenté, quizá con intención, quizá sin pensar, no sé, ¿Cómo juzgar el juicio de un drogadicto? Sería una tontería.

– ¿Y qué? Si la mama bien me basta – comentó, tranquilo, pasando su cigarrillo de su mano derecha a su mano izquierda, girando de nuevo a su derecha, mirándome de frente.

–Si yo fuera tu mujer, te la mamaría diario – ambos soltamos una carcajada, sacudiendo nuestros cuerpos más de lo debido por nuestra alta carencia de sensibilidad.  

– ¿Qué mierda dices? – negó, mirando de nuevo al techo distraídamente.

–Es en serio, es más, te la mamaría cada hora… – agregué, mirando sobre mí, encontrando algunas estrellas que se apreciaban entre las viejas maderas. –Y te cocinaría… te prepararía una sopa… una jodida sopa de las mejores carnes – dije con seguridad, pensando y considerando mis propias palabras.

– ¿Sopa? Me gusta la sopa – sonrió, y yo sabía de sobra que así era, amaba la maldita sopa ese sujeto. Precisamente por eso lo decía.

–Sí, haría sopa de carne, de huevos, de pescado, de plantas, de Taika, de piedras, de Tsufurujins… espera, esas mierdas ya no existen… – Bardock rió una vez más, acabando la colilla de cigarrillo que sostenía, lanzando el resto a un lado con desinterés.

–No digas estupideces – respondió, sonriendo. Lo miré, dejando ir un suave suspiro, “Si supieras que no son estupideces, Bardock” pensé, apretando los labios dolorosamente para no decir nada más.

Bardock se quedó fijo en el techo, luciendo perdido en algún pensamiento, disfrutando seguramente su viaje al mundo de los sueños, viaje patrocinado por la Taika, quien te arrastraba a algún lugar desconocido, nuevo y cómodo cada vez. Pasé saliva, mientras un pensamiento se generaba y se estancaba dentro de mi mente, incitándome, llamándome con la misma fuerza que sentía mi cuerpo en ese momento, ese ímpetu y deseo inconcebible por acercarme a él, por tocarlo, por unificar esa sensación.

Me arrastré sobre el suelo, discretamente, en la misma posición, tentado, sabiendo que estaba jugando con fuego, uno puñeteramente hiriente, mortal, me estaba arriesgando y me podría costar la vida cualquier acción en falso. Sin embargo, como ya dije, estaba drogado, ¡¿Qué cosa importa en ese momento?! ¡Nada! ¡Eres libre! Falsa y momentáneamente, quizá, pero libre al final de cuentas.

Después de retorcerme como un gusano una vez más, acercándome a su lado, silencioso como un reptil, me detuve, sintiendo su calor a mi lado y su brazo derecho chocando contra mi brazo izquierdo en un contacto que nada tenía de perverso o profundo, y sin embargo ardía, llamaba, quemaba y satisfacía. Calmaba una parte de mi ser que quería ser calcinada. Bardock, a mi lado, pareció no notarlo, siguió sin inmutarse, con los ojos perdidos al frente, en el techo lleno de pequeños insectos que saltaban discretamente.

Sabiendo que mi vida dependía de eso, me aventuré, quizá no como mi cuerpo y mi cerebro demandaban, pero recordé los consejos de mis compañeros, más me valía no ser imprudente. Levanté mi brazo izquierdo, pasándolo por los hombros de Bardock, abrazándolo, pegándolo a mí posesivamente. Bardock se movió, y temí ser rechazado, golpeado o insultado, pero sólo se acomodó, recargando su cabeza sobre mi brazo, como si fuera su almohada, pegándose ligeramente en dirección a mi hombro.

Su movimiento me dio oportunidad a abrazarlo mejor, pegándolo aún más contra mí, sosteniendo su hombro con mi mano que cruzaba por detrás de su cuello. Aspiré fuertemente contra las puntas de su cabello que revoloteaban cerca de mi rostro, seduciéndome. Duramos así unos segundos, unos tranquilos y placenteros segundos que, estaba seguro, jamás olvidaría.

Bardock se movió una vez más, y esta vez estuve seguro de que se alejaría, las cosas seguramente no podían ir tan bien. Sin embargo, no se levantó, sólo movió su rostro para poder mirarme a los ojos, logrando ponerme nervioso al extremo, pues nuestros rostros estaban separados apenas por unos centímetros. Lo miré con curiosidad, sin soltarlo, pero tampoco atreviéndome a nada más, seguía extasiado con la situación actual.

Y luego, sus labios se movieron, soltando unas palabras que definitivamente no esperaba.

Dejándome atónito.

Hundiéndome en un nuevo tránsito de pensamientos y emociones.

Haciéndome sentir acompañado.

Entendido.

Feliz.

–Tooma…,

»También me siento solo… 

Notas finales:

Ah… espero se haya entendido todo :P yo creo que si… jeje

Cada día estoy más feliz con esta historia, ya no tengo problemas, creo que le encontré algo muy importante. :D así que todo seguirá bien al respecto.

Como notaran, me burlo de la explosión del planeta Vegita y de otros aspectos que se creían imposibles en ese momento, xD, me resulta gracioso que, en efecto, así fue.

Con lo de que todos los saiyajins se enojan cuando hablan mal de sus madres xD, pues lo saque de Nappa defendiendo a su mamá cuando Gohan la insulta. Se nota que la quería, creo que eran algo importante para los saiyajins.

Y en fin… sentí mucho feeling en este cap xD quizá contradictorio, pero, ¿quién no se ha sentido así cuando vive en la incertidumbre? XD bueno, esa es mi perspectiva. Como dije, yo no promociono el consumo de marihuana, creo que es un concepto propio y no lo juzgo, sin embargo, no es la intención en este fic, sólo es situaciones un tanto humanizadas de los saiyajins. Y con el nombre de la hierba, la “Taika” quizá es y les suene a una marca xD pero tampoco la promociono, es más… ¿Coincidencia? xD en principio no, pero creo que tiene su significado ahora.

Como sea, gracias por leer! (Perdón por no contestar los rws esta vez, mi web no funciona bien). Esta historia va con mucho amor y mucho trauma! Nos vemos la próxima que espero sea pronto! Saludos y besos! 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).