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Por ti, cachorro. por OnlyYou

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Cinco años habían pasado casi sin que nadie pudiera darse cuenta, en contra a lo que habían pensado aquellas personas que conocían la verdad tras el rey, el reino se encontraba en la más perfecta paz, favorecido en mucho gracias a la alianza producida por el matrimonio político entre “Seto” y Serenity. El nuevo castaño realmente había puesto todo de sí para asegurar que su reino siguiera tan y más próspero que en tiempos de su hermano, al que había dejado de buscar luego de que el primer año sucediera. Se encontraba más que conforme con el hecho de que los Wheleer habían jurado lealtad a él aún cuando era obvio que sabían qué era lo que había sucedido. Y él había aceptado su fingida ignorancia, su puesto en el trono era fuerte después de su matrimonio con la princesa del reino vecino, no había mayores preocupaciones que el cuidar de su primogénito y el reino. Sí podía quejarse del hecho de que lo llamaran como su hermano, pero era algo a lo que había llegado a acostumbrarse.

Con mantener vigiladas a las familias influentes de cerca se aseguraba de que nadie más intentara sorprenderlo, logrando mantener el poder en sus manos. Y por la misma paz que había conseguido, sabía que podían suceder dos cosas: el que su hermano aceptara que estaba haciendo las cosas bien y dejara que hiciera lo que él quisiera mientras él se divertía con Wheleer o conspirara en su contra llevado por la rabia causada por su buen gobierno. Durante esos años había pensado en la segunda posibilidad, justamente la que no se llevaría a cabo.

Tal y como había prometido Seto, había seguido a Joey hasta casi cruzar los límites del que había sido su reino, estableciéndose juntos a unos pocos kilómetros de lo que era un pequeño pueblo, del cual se servían para abastecerse y vender los productos que en su hogar trabajaban y cosechaban. Para total dolor del orgullo de Seto, los primeros dos años habían sido una tortura e incluso había llegado a tener serios problemas con su rubio debido a su inutilidad en todo aquello que no fuera pelear y dar órdenes. Al principio había sido Joey quien había tomado todo en sus manos para sacarlos adelante, esforzándose en preparar la tierra y cuidar tanto de los pocos animales que habían conseguido como de las cosechas. Para lo único que servía el castaño era para darle de comer a los animales la comida que conseguía el rubio. Y no podía negar que más de una vez había querido escaparse en busca de colaboradores para que le devolvieran su reino, pero había algo que le impedía llevar a cabo aquel plan.

Jamás había imaginado que el acostarse abrazado a Joey luego de un duro día en que el rubio se esforzaba por darle todo lo que necesitara le daría tanta satisfacción, eso y el despertar abrazado a él. El anonimato era algo de lo más liberador, algo que jamás había experimentado. No debía preocuparse por las muestras de afecto que quería darle a Joey o las que él le daba, pues no había nadie más allí que pudiera decirles nada y menos verlos. La mirada de su cachorro cuando le daba un beso fuera de la casa era todo lo que podía necesitar cuando las dudas asechaban su mente. Y el rubio le hacía saber cuánto significaba para él que no le pidiera retornar al trono en cada oportunidad en la que el tema se colaba en sus conversaciones al tener noticias de los monarcas cuando regresaban del pueblo.

Era imposible negar que había estallado en furia más de una vez al saber que Seth estaba haciendo las cosas bien, su orgullo no podía con ello, más sabiendo que estaba haciendo las cosas mejores que él, sin importar que poseyera más ayuda que él en su momento. Su mal humor duraba semanas enteras sin que el rubio pudiera hacer nada más que soportarlo y tratar de que viera el lado positivo de la vida que llevaban en ese momento. Y es que Joey tenía más de lo que hubiera podido desear jamás, a Seto por completo. No podía pedirle más a la vida que el estar con su persona amada desde el amanecer hasta el anochecer, no importaba que tuviera que hacer todas las labores por él mismo, era feliz. Simplemente era feliz.

Al pasar el segundo año viviendo juntos, Seto pareció experimentar una gran resignación a su situación, dejando de enojarse cada vez que traía noticias del reino, pasando a la indiferencia y tiempo después a algo parecido a la satisfacción, lo importante era que ya no se veía enojado. En cambio, Joey se acostumbró a que cada vez que le contaba algo del reino al castaño, éste prácticamente le arrancaba la ropa y le hacía el amor con una pasión que sólo mostraba en esas ocasiones. La razón de porqué hacia eso quedaría en la mente del castaño, no iba a preguntarle semejante cosa, después de todo le encantaba ser uno con Seto.

En la actualidad podía jactarse de que su relación con el castaño era perfecta, ambos habían aprendido a llevar adelante la granja sin mayores problemas, distribuyendo las tareas a realizar de forma equitativa. Aún cuando Joey no lo había escuchado admitirlo jamás, sabía que a Seto había comenzado a gustarle aquel estilo de vida, lo sabía porque había ocasiones en las que el mayor era quien se encargaba de las tareas más pesadas sin que él tuviera que pedirlo, cosa que sucedía antes. Con esfuerzo habían logrado levantar una casa fuerte de la que ambos se encontraban orgullosos, así como el tener una tercera persona con ellos.

Shion era un pequeño niño que Joey había encontrado solo en el pueblo, los comentarios que habían llegado a él era que el pobre niño había llegado un día en la noche totalmente solo y nadie había logrado sacar palabra de sus labios. El rubio había ido al pueblo tres días después de la llegada del niño y, sin poder concebir la idea de que se quedara allí, se acercó a él y le ofreció algo de comida caliente para que entrara en confianza, hablándole aún cuando el pequeño no respondía. Su cabello negro como la noche y sus ojos verdes, los cuales se ganaron al rubio desde el momento en que lo había visto. Una semana entera pasó en la cual Joey volvía al pueblo a proveer al pequeño de agua y comida, consiguiéndole ropa nueva ya que la anterior estaba sucia y en mal estado.

Le habló en cada ocasión sin esperar una respuesta, contándole cosas de su vida que bien al niño no podrían importarle, pero era sólo para que pudiera entrar en confianza. Al octavo día, Shion le sonrió y el rubio supo que había logrado un gran avance, invitándolo a retornar a su casa con él para que pudiera higienizarse y conocer todo aquello que le había contado acerca de sus animales y de su cultivo. Así fue como un nuevo miembro se unió a la familia de Seto y Joey. Al principio el castaño se había mostrado disconforme por la presencia del niño, aunque poco a poco comenzó a aceptarlo cuando vio lo feliz que hacía a su rubio y, ¿cómo negarlo?, el niño no era ruidoso y había demostrado que podía ser útil ayudando a ambos con las tareas del hogar. Antes de darse cuenta, Shion había pasado a ser su “hijo”, quien para satisfacción y felicidad del rubio, no parecía molestarle en absoluto las veces en las que el castaño le demostraba su cariño.

Por fin sentía que todo le había salido bien y al pensar en la familia que ahora tenía, su pecho no hacía más que llenarse de un sentimiento cálido. Amaba su vida. 


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