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Luz de fuego por Himitsu furikou Akira

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Notas del capitulo:

Muchas gracias a todos aquellos que me leen, y a los fantasmitas que no comentan, animense, no me los voy a comer.

Disfruten del capitulo

Entonces, inmediatamente busco a Seijuuro, y no le veo en ninguna parte. Mi traicionero corazón se hunde. Nash me mira con sus impenetrables ojos, dándome un «hola» con la cabeza. Eikichi conversa con las chicas en la mesa junto a ellos, sus aplastantes manos grandes se mueven el aire. Él no me nota.

Sólo un pensamiento resuena desesperadamente en mi mente. Seijuuro no está. Seijuuro no está.

Me hundo en mi taburete, mirando al frente. Aida aún no ha llegado a la sala de estudios. Ella tiene que hacer un largo recorrido desde el edificio de segundo año.

Froto mis manos sobre mis pantalones. Todo el mundo comienza a hacer fila por delante de la habitación, impaciente por pasar, buscando la salida. Siento la mirada de Nash sobre mi espalda, y considero unirme a ellos en la fila.

Ellos apenas acababan de llegar de la cacería. ¿La sangre dragón, púrpura e iridiscente, manchaba sus manos? ¿Él, como un sabueso, tiene una nariz para las presas? ¿Para los dragones? ¿Para mí? Eso explicaría la forma ávida en la está mirándome.

La campana de advertencia emite un chillido que hace sangrar mis oídos. Ya me he acostumbrado al sonido. Apenas me sacude. La desolación se arremolina a través de mí. Parpadeo una vez, fuertemente, apretando mis ojos firmemente. No quiero acostumbrarme a nada de esto.

—Hey, Kouki… ¿Quieres ir a la biblioteca conmigo, y Koichi? —Hiroshi se detiene cerca de mi mesa, con una sonrisa fácil sobre su rostro.

—Gracias, pero no. Voy a estudiar aquí con Aida.

Encogiéndose de hombros, Hiroshi y su amigo pasan a la línea de pase, y me pregunto si no debería de haberme unido a ellos, si aún podía hacerlo.

Entonces, mis pensamientos de escape, se oprimen deteniéndose. Aquella vibración conocida, se enciende en mi pecho, extendiéndose hasta mi corazón. Mi piel automáticamente vuelve a la vida. Mi cabeza gira, buscándole, posándose sobre Seijuuro, cuando entra en la habitación.

Todo en él es más brillante de lo que recuerdo.

Las vetas de sangre de su cabello rojo. El destello de sus ojos color dispares. Su altura. La anchura de sus hombros. Él hace que todos los demás chicos parezcan pequeños, jóvenes, y tontos.

De repente, los días sin un atisbo de él, se sienten como siempre. He esperado demasiado tiempo para este momento. Para verle otra vez. Para volver a sentir mis pulmones presionados. Para que mi corazón lata con fuerza y se hinche contra mi caja torácica.

Para sentir a mi dragón.

Su mirada cae sobre mí, sus ojos son brillantes y hambrientos, de una forma que hace que mi piel se encienda acaloradamente. Pero sus ojos no son lo único que siento. Detrás de mí, Nash hunde su mirada profundamente en mí.

Seijuuro se acerca a mi mesa, y olvido a todos los demás. Olvido que tengo que permanecer lejos de él.

Estando cerca de Seijuuro, incluso olvido cualquier miedo vago que Nash alimenta en mí. Sólo quiero que Seijuuro se detenga para hablarme, y hacer trabajar su magia sobre mi alma marchita. Necesitaba esto.

Él está casi en mi mesa ahora. Mis pulmones se expanden, ardiendo. Pozos de vapor se forman en mi garganta. Se siente maravilloso. Se siente como estar vivo.

Mi apretada piel se calienta, destellando un breve brillo café dorado. Aprieto mis brazos contra mis dedos, hiriéndome. Como si la presión de mi mano pudiera detener mi manifestación en un lugar lleno de gente.

Él esta tan cerca ahora, que puedo ver los fragmentos rojos, dorados en sus ojos. Unos pasos más cerca y estará incluso en mi mesa.

Sostengo mi aliento caliente. Busco en él alguna señal…

Entonces él mira lejos de mí, por sobre mi cabeza, hacia donde sus primos, y se sienta. Algo pasa por su cara, una onda que pone en blanco su cara, sin expresión alguna. Entonces con una expresión aburrida, el pasa por delante de mí, y me deja temblando en mi taburete.

Su frío rechazo me roba el aliento. El calor me abandona en un chisporroteo lento de aire, hacia fuera de mi nariz. El fuego en mis pulmones muere, se desvanecen las brasas.

Nada. ¿Ni una palabra?

Pienso en la última vez que lo vi, su cálida atención. Pienso en la nota que me dejó. Esto no tiene sentido.

Sacudo mis manos. Las presiono juntas, apretándolas fuertemente. No debería sentirme tan destrozado. Yo había decidido evitarlo después de todo. Terminar antes de que alguna vez realmente comenzara.

Evitar el dolor de algo que no podrá ser jamás.

La campana suena justo cuando Aida se desliza al lado de mí.

—Hey. —Dice, sin aliento por su larga excursión desde el edificio de segundo año— ¿Qué pasa? — Ella echa un vistazo sobre su hombro, y sigue suavemente—. Veo que ellos han regresado. Oh… y aquí viene.

Miro por la esquina de mi ojo, como Seijuuro pasa cerca de nuestra mesa. Sutilmente echa una nota al lado del codo de Aida.

Sus labios se tuercen en una sonrisa.

—Creo que esto es para ti.

Fulmino con la mirada al papel, me opongo a tomarlo.

—No lo quiero. Rómpelo.

Ella me mira con sorpresa.

— ¿Hablas en serio?

Agarro rápidamente la nota, rasgándola en pequeños pedazos.

Cuando Seijuuro recoge su pase del profesor, y se da la vuelta para dejar la habitación, nuestros ojos se encuentran por un escaso momento. Su mirada se desliza sobre el pequeño montón de papel despedazado.

—Oookay… —Aida me mira, alejando su vista del montón de papel despedazado—. Eso fue dramático. ¿Quieres decirme qué está pasando?

Incapaz de hablar, muevo mi cabeza abriendo de golpe mi libro de química, y mirando a ciegas la página, diciéndome lo feliz que debía de estar por no haberle hecho caso. Necesitaba esto para recordar el voto que me había hecho a mí mismo. Tenía que permanecer lejos de él. Debía de estar contento por haber destrozado su nota. Alegre porque él había visto el pequeño montón despedazado.

Esta noche, ahora más que nunca, tenía que volar, tenía que hacer otro intento. Sólo tenía que confiar más en mí mismo. Tenía que creer en mí. Siempre había sido así antes.

Más tarde, esa noche me deslizo por debajo de las sabanas, y localizo mis zapatos al pie de la cama. Había procurado marcar donde los dejaba, para así no buscarlos en la oscuridad, y arriesgarme a despertar a Ryo.

Ahora, la sala estaba oscura. Ninguna luz exterior se desliza por las persianas. El lado de la habitación de Ryo es una tumba negra. Con suerte, la noche afuera era oscura. Con nubes. Nubes y noche oscura, la cobertura perfecta.

Enganchando mis dedos dentro de los talones de mis zapatos, fácilmente salgo del dormitorio, estremeciéndome cuando el piso cruje bajo mi peso. Contengo la respiración, y de puntillas, rápidamente paso a través de la casa, sin exhalar hasta estar afuera.

Las luces de la Sra. Reika están apagadas. Por suerte, su perrito Loopy no rompe en ladridos, debido al tintineo suave de la puerta.

Luna llena y todo parecía despejado. Desafortunadamente, eso no era bueno. Pero no es suficiente para hacerme cambiar de idea.

Entonces, caminando, me dirijo hacia el campo de golf que ya había visitado antes, diciéndome que esta noche sería diferente. Que podría manifestarme fácilmente, y elevarme para nadar por el aire, como solía hacerlo.

El camino se levanta como un golpe de mar verde, ondulante por delante. Con una mirada cautelosa alrededor, cruzo el verde césped. Esto era lo más cercano a vegetación desde que había dejado las montañas. Excepto por el calor, la sequedad que hace crujir mi pelo y que hace picar mi piel, pero podría fingir que la ciudad había desaparecido.

Quitándome mis zapatos y calcetines, paso al césped, disfrutando del cojín de hierba bajo mis pies. Paso una trampa de arena, y un juego de rocas colocado estratégicamente. Delante, hay un estanque que brilla como el cristal. Mi ritmo aumenta a medida que cruzo un pequeño bosquecillo de árboles. Me deshago de mi camisa, y el calor seco abraza mi cuerpo.

Suspirando, levanto mi cara e inhalo el fino aire seco, atrayéndolo a mi interior, dejando que llene mis pulmones. Entonces extiendo mis brazos, dispuesto a manifestarme…

Cierro mis ojos, enfocándome y concentrándome como nunca antes.

¡No!

Es incluso más difícil que las otras veces.

Esto duele un poco, y a mi cuerpo no le gusta eso. Lo combate. No quiere que suceda.

Gradualmente, mis miembros se aflojan, se alargan. Mi piel humana se desvanece, y es sustituida por la gruesa piel ajustada, carne de dragón.

Una lagrima caliente se desliza hacia debajo de mi mejilla. Un gemido sale de mis labios, empujándome sobre el borde. Mi carne empañada, destella café y dorado. Profundamente, unos ronroneos vibrantes brotan de mi pecho.

Por fin, mis alas se empujan libres, desplegándose. El fino ancho de cada una se ajusta abriéndose detrás de mí, haciendo circular el aire. Me elevo inmediatamente y quiero llorar por la lucha que esa acción demuestra ser, parece imposible.

Mis músculos queman, gritan en señal de protesta. Detrás de mí, mis alas trabajan, rompiendo ferozmente para elevarme en el aire.

Mis alas luchan por apoyo, por algo a lo que aferrarse, e intentan subir más alto. Fuertemente. ¡Muy fuerte!

Me levanto, sin aliento por el esfuerzo. Frustradas lágrimas pinchan mis ojos, enturbiando mi visión. Humedad que no necesito perder.

El pasto de abajo, se acerca hacia mí. Parpadeo, escaneando todo, escaneo los tejados rojos embaldosados que se extienden en el horizonte. A lo lejos, las luces de los coches en una carretera parecen pequeñas. Y más lejos, veo a las montañas, deseando con todo mi corazón estar ahí.

Floto, suspendido en el seco aire. Mis alas dan golpes dolorosos. Mi cuerpo no se siente bien. Incluso mis pulmones se sienten extraños… pequeños. Impotentes y ordinarios. El funcionamiento de mi cuerpo humano se sentía más natural que esto, y eso fue suficiente como para tener ganas de gritar. Sentir dolor.

Sin embargo, hago otro intento forzado, trato de volar sobre el campo de golf, luchando por ganar velocidad, cauteloso de alejarme, en caso de abandonar la manifestación. Tomo aire, y lo fuerzo a bajar por mi garganta en tragos. Sólo que eso no me ayuda. No me llena. No amplía mis marchitos pulmones.

Persisto, esforzándome hasta que mi respiración irregular es el único sonido que rasga a través de mi cabeza. Por fin me rindo, me detengo, desciendo en un círculo relajado. Como el revoloteo de una polilla moribunda.

Con un suspiro sollozante, aterrizo, regresando al bosquecillo de árboles. Desmanifestándome. Allí, me doblo a la mitad, presiono mi estómago, mi cuerpo me castiga por algo que ya no está dispuesto a hacer. Los espasmos me atormentan mientras doy arcadas. Los sonidos de infelicidad son horribles. La agonía no termina.

Agarro un árbol con una mano, y clavo mis dedos en la corteza. Rompiéndome una uña por la presión.

Por fin, esto se termina. Con mis manos temblorosas, me visto, y luego caigo débilmente sobre mi espalda, con mis brazos a los lados, y las palmas abiertas. Desfallecido.

La tierra debajo de mi está en silencio. No siento ninguna gema. No hay ni una energía debajo de la alfombra de hierba, solo tierra muerta y seca.

Aprieto mi mano en un puño, y golpeo la tierra una vez, con fuerza. Esta no cede.

Bajo el delgado colchón de hierba, la tierra duerme sin un corazón.

Durante un momento, puedo engañarme a mismo, y finjo que mi cuerpo no me duele. Finjo que estoy en casa otra vez, mirando la noche a través de unas espesas ramas de pino. Aquel bosque nutrido, estaba rodeándome. Protegiéndome, y cubriéndome con una mano amorosa.

Los chicos están cerca de mí. Juntos miramos al cielo, conversando, riendo, despreocupados por el mañana.

Me engaño por un rato más. Sonriendo como un idiota hacia la oscuridad, como si disfrutara de este juego de fingimientos, recordando los momentos cuando todo era más simple y solo tenía que soportar la mirada de los oscuros ojos de Shoichi.

En retrospectiva, eso ahora parece una pequeña molestia. Antes de todo este infierno.

Después de un rato, me levanto, y me encamino hacia casa.

 Casa. La palabra carece de toda comodidad.

Es un proceso lento. Me duele el cuerpo, se siente golpeado y pesado con cada zancada. Es de noche aún. No hay coches transitando a través del silencioso vecindario. Mis suelas raspan contra el pavimento.

Sigo el camino de la serpenteante acera, mirando como mis zapatos caen uno tras el otro contra el blanqueado concreto. Giro en la esquina de mi calle. Acercándome a la casa de la señora Reika, miro hacia arriba.

Unos faros doblan la esquina opuesta, y cada vez se hacen más grandes. Me aparto de la acera, distanciándome de la calle. El vehículo ahora está más cerca a la casa, su motor es un pesado ronroneo.

Es lento.

Y yo también.

Pero no necesito que nadie descubra que he estado fuera esta tarde. No necesito que algún amigo de la señora Reika, u otro vecino, le mencione esto a mi madre.

Y por ahora, puedo decir que no es un coche. ¿Es una camioneta? El parabrisas destella como un espejo mientras este se detiene más cerca de la acera. Mi piel se estremece y mi pulso acuchilla contra la carne en mi cuello.

He visto suficientes programas de crimen en la televisión, como para sentir la aprehensión instantánea. Y sé lo suficiente como para confiar en mis instintos.

Me mantengo retrocediendo hacia la oscuridad, mientras trato de caminar. Entonces espero, observo, y evalúo con un vistazo rápido de mis ojos. Trato de contener mi aprehensión, antes de que esta explote completamente, causando un subidón en mi escala de miedo y haga que me manifieste... asumiendo que aun pueda hacerlo.

Entonces lo veo. Tiene una barra de luz en la parte superior, iluminada. Como si estuviese en modo sigiloso. Observo y comprendo.

Estaban aquí.

Donde yo vivo.

Acosándome.

De alguna manera, ellos lo habían adivinado. Descubriendo mí verdad. Tal vez Seijuuro por fin me había reconocido del pasado, y ahora estaba aquí, revocando su acto de misericordia, de ese día en las montañas.

Me habían encontrado. Girándome, empiezo a correr.

La adrenalina bombeo a través de mí, anulando mi cansancio de hace unos momentos. Estoy siendo cazado de nuevo. Excepto que esta vez estoy en una ciudad extraña. En un cuerpo que ya no conozco.

Antes, con este miedo, me habría manifestado al instante. Era un instinto dragón difícil de resistir. Pero ahora que seguía aferrado a mi forma humana, sólo podía significar que estaba muriendo, debilitándome.

Mis zapatillas golpean contra la acera. El sonido de los fuertes pasos, resuenan en mi cabeza, mezclándose con el flujo de sangre en mis oídos... y el rugido de la aceleración del motor de la camioneta detrás de mí. Como un gran monstruo volviendo a la vida.

La calle se extiende frente a mí. No hay ningún lugar para ocultarme, ni para perderlos por algún tiempo, mientras intento escapar.

Me arriesgo, camino por la calle, y corto bruscamente a la derecha por un jardín. Los neumáticos chillan, quemándose sobre el asfalto. Me muevo, sin mirar hacia atrás mientras salto una cerca. Las suelas de mis zapatos resuenan, temblando sobre la madera. Me agarro a la parte superior.

Las puntas puntiagudas cortan las palmas de mis manos. Me lanzo por encima de la valla, y atravieso un patio de piedra y cactus. Escalo otra valla, y me encuentro en el jardín de alguien.

Mi carne se tensa, ondeando con calor. El puente de mi nariz presiona hacia afuera. Mis pulmones comienzan a quemar y a arder, mi pecho vibra. Mi dragón estaba despertando al fin. Supongo que eso debería de consolarme. Y la alegría refulge en mi interior. Aun no estaba del todo muerto por dentro.

Un chirrido de frenos ataca mis oídos. Los faros nadan salvajemente en la noche. Me doy vuelta, y alcanzó la cerca de nuevo.

— ¡Kouki! ¡Alto! ¡Espera!

No puedo evitarlo. La voz me alcanza, y tira de mí hacia atrás como una mano invisible. Colgando de la valla, miro por encima de mi hombro.

Él se pone de pie por debajo de una farola, su pelo rojo reluce donde la luz le toca. Sus ojos parecen gemas encendidas también. Brillantes y ardientes. Mientras me miran, la camioneta ronronea a sólo unos metros de él.

El sostiene una mano afuera, como si estuviera apaciguando a una criatura salvaje para domesticarla.

—Seijuuro… —El nombre se me escapa, demasiado suave para que él lo escuche.

Entonces parpadeo largo y duro, y dejo que el miedo desaparezca... y con ello, mi dragón. Abriendo mis ojos, caigo desde la valla. Mi mirada analiza la calle, en busca de otros. O al menos que alguien este escondido en el coche, pero él está solo.

Y es allí cuando libero un suspiro tembloroso.

Su mano aún está extendida hacia mí.

— ¿Qué estás haciendo aquí afuera tan tarde? —Un gesto tira de su boca— Es la una de la mañana.

— ¿Yo? —Le pregunto, caminando por el césped lentamente, aún sin confiar plenamente en él— ¿Q-Qué estás haciendo tu aquí? —Y no, no me creo que solo estaba conduciendo— ¿Me estas acechando? ¿Cazando? —Quise añadir.

Él parpadea. Parte de la tensión estaba grabada en su cara, pero es sustituida con algo más. Él frota la parte posterior de su cuello. El gesto es auto-consciente. Innatamente humano.

Estaba avergonzado.

—Yo…

—Tu… —Pronuncio. Una sonrisa viene espontáneamente a mi boca.

—Mira… —Dice, con sus ojos enojados, a la defensiva—. Yo sólo quería ver dónde vives.

Me detengo frente a él.

— ¿Po-Por qué?

Él se frota la parte posterior de su cuello. Esta vez, luce como un movimiento salvaje, molesto. Conmigo o consigo, no estoy seguro. A nuestra izquierda, una luz de un porche brilla encendida. Me sobresalto, entrecerrando los ojos frente a la inundación de la hostil luz amarilla.

— ¡Vamos! —Seijuuro me insta ante el sonido de una cerradura de puerta abriéndose.

Preso del pánico, corro sin vacilar incluso mientras Seijuuro abre la puerta del pasajero para mí. Salto en el interior, e inmediatamente el olor de la tapicería de cuero me asalta. La puerta se cierra de golpe detrás de mí.

Por un momento, estoy solo.

Miro alrededor, y me asomo a la parte de atrás. Es enorme, y cómodamente podrían caber varios cuerpos. Me estremezco ante la idea de quienes eran esos cuerpos usualmente.

Seijuuro sube a mi lado, antes de que pueda replantearme el donde estoy sentado, y se aleja girando justo cuando un hombre sale de su casa en bata.

Poco a poco, me doy cuenta. Estoy con un cazador de dragones, a la una de la mañana. Solos. Y nadie sabe dónde estoy. Esto podría ser la cosa más estúpida que jamás había hecho.

Cuándo Seijuuro maneja en dirección opuesta a mi casa, estoy convencida de que lo es.

—Sabes dónde vivo, ¿Verdad? —Le pregunto.

—Sí.

— ¿Po-Por qué n-no me llevas ahí?

—Pensé que podíamos hablar.

—Está bien… —Le digo lentamente, apretando mis muslos con ambas manos, cuando él no dice nada. Entonces pregunto—: ¿Cómo sabes dónde vivo?

—No es difícil de averiguar. Tu dirección está archivada en la oficina de la escuela.

— ¿Irrumpiste en la oficina de la escuela?

—No. Conozco a una de las ayudantes de la oficina. Ella me consiguió tu dirección en el primer día.

Mi primer día.

Había tenido mi dirección todo este tiempo. ¿Por qué? Cruzo los brazos. Un frio viento hace que me estremezca, y no sólo por el frío.

Él ajusta la calefacción.

— ¿Frío?

— ¿Po-Por qué necesitas mi dirección?

—Sólo en caso de que quisiera encontrarte. Ya ves.

Evidentemente, él lo había hecho.

—Eso es gracioso, teniendo en cuenta que tú me ignoraste en clases hoy.

—Tú rompiste mi nota. —Me acusa. Un músculo de su mandíbula palpita molesto.

—No importa. —Me encojo de hombros.

—Sí. Así es. Tú deberías de haberla leído.

Me resisto a preguntarle lo que la nota decía, negándome a ser absorbido por su supuesto contenido. Había decidido alejarme de él. No podía importarme, no podía dejar que lo hiciera.

— ¿Estabas pensando llamar a mi puerta a la una de la mañana?

—Por supuesto que no…

— ¿En-entonces, po-por qué…?

—No podía dormir. Y pensé que al menos podría ver dónde vives.

¿Él no podía dormir? Eso hacía dos de nosotros. ¿Pero que lo mantenía despierto? ¿La culpa? ¿La sangre de los de mi clase manchando sus manos? ¿O tenía que ver conmigo? Me había invitado a salir, para luego cambiar de idea, y me había tratado como a un leproso, en la sala de estudio.

¿Por qué?

Quiero saber, pero no me atrevo a preguntarle.

Eso sólo me iba a traer problemas.

La calma nos rodea, tan espesa que puedo probarla. Él me envía una mirada de soslayo, el oro de uno de su ojos provocan un calor en mi pecho, encendiendo una quemadura que pensé que estaba muriendo.

Con una sola mirada, las brasas se agitan. Él era capaz de causar eso en mí. No importaba cuanto intentaba creer que no le necesitaba para despertar a mi dragón, él me había demostrado que estaba equivocado.

Tal vez no había necesidad de separar la necesidad del querer.

Mi corazón se acelera, entusiasmado por su cercanía. Vivo, como no me había sentido en días que se extendieron en años. Soy consciente de la promesa que me había hecho a mí mismo. La promesa de evitarle. Siento su eco en mi cabeza. En mis huesos.

Pero también recuerdo la otra promesa que me hice cuándo llegué aquí. La promesa de conservar a mi dragón vivo, cueste lo que me cueste. Y a su alrededor, mi dragón apenas podía contenerse a sí mismo. Definitivamente mi dragón vivía con él.

Suavemente, presiono mis muslos, y deslizo mis manos sobre mi piel, que parece ser carne de gallina. Hasta que pudiera persuadir a mi mamá de que teníamos que regresar, acercarme a él era la única manera.

Y dejar que él se acercará a mí… Mi corazón empieza a bombear rápidamente al pensar en eso.

Su voz baja quebranta la quietud con un deje de molestia.

—No me has dicho lo que hacías tan tarde.

Me sobresalto nervioso.

—No podía dormir bien. —Contesto. No era una mentira.

Su boca se curva.

—Así que somos el uno para el otro. Un par de insomnes.

El uno para el otro.

Le doy una sonrisa tonta, estúpida. Y a pesar de que su sonrisa se desvanece, yo no puedo dejar de sonreírle, no puedo minimizar la estúpida felicidad que me ha inundado.

—Estas sangrando… —Anuncia. Rápidamente se desvía hacia un lado de la calle, y aparca el coche en un parque.

Sigo su mirada hacia abajo, hacia la veta de sangre en la parte superior de mi muslo. El pánico presiona mi corazón. De un tirón, giro mi mano, y veo una pequeña lágrima en la base de mi palma, exudando sangre. Por favor, por favor, por favor. No dejes que él lo note.

En plena luz, era muy fácil detectar el brillo purpura de mi sangre. En esta oscuridad, ese brillo era demasiado sutil para que él lo notase. Por lo menos, es lo que me digo mientras respiro profundamente.

—No es nada. Me herí en la cerca.

Seijuuro tira de su camisa por encima de su cabeza. Mi respiración se traba en mi garganta. Su pecho es amplio, liso. Los músculos y tendones cortan su cuerpo, ondeando debajo de su piel. Él corta en tirones la tela de su camisa y la presiona contra mi palma. Como si yo hubiera sufrido una herida fatal.

—N-No, lo digo en serio… —Tartamudeo, mientras flexiono mis dedos, que están ansiosos por tocar su pecho, y sentirle. —A-arruinaras tu camisa, arruinaste tu camisa.

—Fue por mí que trepaste esa cerca. Déjame hacer esto, ¿Ok?

En silencio, asiento. No podía resistirme de cualquier manera. La prensa de sus dedos en mis manos, es como puntos de calor en mi piel. Cierro mis ojos en un parpadeo lento. Su caballerosidad me recuerda a la primera vez que nos tocamos. Juntos en esa pequeña cueva. La cercanía. La manera en la que sus ojos me devoraron.

Estando tan cerca de él, inhale, sorbiendo su olor. El calor salado de su piel. El bosque exuberante. El viento húmedo. Sé dónde es que ha estado. Donde es que fue a cazar. Porque al instante, me siento como en casa.

Abro mis ojos, y estudio su cara, el pulso acelerado salta en contra de su garganta. Las ventanas de sus fosas nasales se abren, como si estuviera olfateándome también.

Su mirada fija desciende lentamente hasta mi muslo, hacia la veta de sangre de color purpura.

Mi carne suelta unos destellos bajo la luz del farol más cercano. O al menos, creo que es debido a eso. Por favor, no dejen que me manifieste.

Él baja su mano. Temblorosa. Su cabeza se inclina cerca a la mía. Nuestros alientos se fusionan, mezclándose. Me estremezco, y me tenso cuando su mano toca mi muslo tembloroso. El aire silba por entre mis dientes.

Su mirada fija se queda en mi cara por un momento.

Interrogantes. El centro de sus ojos son tan intensos, el color alrededor de sus irises, es luminoso y brillante. Él vuelve a mirar hacia abajo, su cara ahora es sombría, mirando con atención mi muslo, donde la mancha de sangre ha estropeado mi piel.

Una vez más, recuerdo que él es un depredador. Con esa mirada hambrienta en su cara, veo lo que es. Un cazador.

Su pulgar roza la veta delgada de sangre, embarrándola. Me quedo sin aliento, su caricia me quema.

—Tu piel… —Su pulgar acaricia de nuevo.

Mi vientre se presiona, casi doliendo.

Él frunce el ceño.

—Es muy caliente. —Susurra.

Y así es. Me percato, sintiendo la construcción en mi interior, del humo. El vapor se expande por mis pulmones. Necesito detenerle. Apartarme de su toque. La vibración familiar vuelve a sacudir mi centro, y sé que debo de alejarme, si no quiero manifestarme.

Había muchas cosas acerca de él que debían de atemorizarme. Debería de estar corriendo lejos. Sin embargo, solo quiero más. Más de Seijuuro.

Mi estómago se presiona ante la sensación de su mano en mi muslo. Su pulgar me roza, limpiando la sangre, y después lo aleja de inmediato. Inhalo a través de mi nariz.

Él levanta su camisa de mi mano, y examina mi lesión.

—No está mal. —Anuncia.

Asiento, con mi corazón latiendo a una velocidad demasiado rápida, como para poder hablar.

Y él continúa.

— ¿Tienes un antiséptico en casa?

Aun no puedo hablar. ¿Realmente me está hablando de primeros auxilios? Mi pierna me hormiguea, late donde él me ha tocado. Su agarre tierno en mi mano tiene el mismo efecto.

En mi silencio, él mira hacia arriba. Sus ojos me atrapan, con sus pupilas dilatadas. Era extraño, pero hermoso. Me pregunto entonces, si él está usando algún tipo de droga. Sin embargo, algo dentro de mí, lo niega. Ya sea porque no puedo sentir eso en él, o simplemente porque no quiero que eso sea verdad.

—Eres diferente… —Susurro, mirándole fijamente, olvidándome de su pregunta. Mis palmas me pican, cosquilleando en el centro, ansiando sentirle… y tocar su cara, la amplia extensión de su pecho.

Él mira hacia atrás, consumiéndome con sus ojos.

Eres diferente a tu primo, pienso. Diferente de cualquier cosa que alguna vez haya oído acerca de los cazadores. Diferente de los chicos dragón que he conocido. La mirada vigilante de Shoichi nunca me había dejado sin aliento. Nunca había traído a mi dragón a la vida, ni me hizo latir con conciencia.

Mojo mis labios y respiro hondamente.

— ¿Dónde están tus primos? ¿No hacen todo juntos?

Necesito recordar eso. Siempre. Porque aun si no creo que él es una amenaza para mí, ellos lo son.

Eso endurece su mirada, y se aleja, soltando mi mano.

—Alguien te ha estado contando sobre mí y mi familia, ya veo.

—Eres tu quien me dijo que me mantenga alejada de ellos. Naturalmente eso provocó mi curiosidad. Las personas hablan, yo solo he escuchado. —Bueno, Aida  por lo menos.

Él asiente con la cabeza lentamente.

—Sí, dije eso. Y si, deberías…

Suspirando, él arrastra una mano a través de su pelo.

—Ya que estamos en ello, supongo que también deberías de mantenerte lejos de mí. Eso es lo que yo trataba de decirte. —Él deja caer su cabeza hacia atrás en el cabecero, y cierra sus ojos. Su expresión está llena de sufrimiento intenso. Una vez más, quiero tocarle, acariciar con mi mano su mejilla, y aliviar lo que sea que estaba sintiendo.

Sus palabras se repiten en mí interior. «Deberías mantenerte lejos de mí». Era algo que ya sabía, y el hecho de estar sentado en el asiento delantero de su coche, demostraba que no estaba teniendo éxito en lo que a eso se refiere.

Ojala pudiera.

Ojala no fuera capaz de sentir este deseo que me empuja hacia él.

Ojala mi dragón no fuera capaz de despertar solo a su alrededor.

Deslizo mi mano izquierda bajo mi muslo, atrapándola allí.

—Tú eres quien me ha perseguido. —Le recuerdo, respingando debido al dolor. Deslizo mi otra mano libre para frotar mi muslo, donde la quemadura de su toque aun palpita.

—Tienes razón. —Abriendo los ojos, él pone la camioneta en marcha y fuera de la acera. Después de algunas vueltas, me doy cuenta de que me está llevando a casa.

La desesperación inunda mi interior, y me hace preguntar rápidamente, ¿Por qué viniste a mi casa esta noche? ¿En medio de la noche?

Sus nudillos se blanquean mientras agarra firmemente el timón.

—No esperaba verte afuera, pero…

— ¿Sí? —Apremio.

Él detiene el vehículo en una rápida parada frente a mi casa. Apaga las luces, y se gira en su asiento para mirarme. Acercándose a mí, estira un brazo a lo largo de la parte trasera de mi asiento, casi tocando mi hombro.

Su expresión es inescrutable. Sus ojos se ven extraños, con sus pupilas palpitantes.

—No eres como los otros chicos. Eres especial.

Un calor intoxicante se arrastra lentamente sobre mis mejillas. Me alegra su confesión. Me alegro de ser tan único para él, como él lo es para mí. Ese hecho me recuerda a casa, donde alguna vez me sentí seguro, protegido, y reverenciado.

Aun con Shoichi, nunca sentí que el fuera para mí, o yo para él, todo era porque así lo quería el clan.

Cada instante con Seijuuro, podía sentir el peligro, podía sentirme expuesto. El peligro se sentía tan cerca, tan tangible como la bruma pesada que hemos dejado atrás. Y aun así, no puedo tener suficiente de él. Ya que aún deseo ardientemente su cercanía, como una droga que necesito para vivir, para sobrevivir día tras día.

Una adicción.

Una cosa poderosa, que me consume.

—He intentado negarlo —continúa—, pero está allí, mirándome a la cara cada vez que te veo. Si fueras como los otros chicos…—Él se ríe roncamente—. Si fueras como los otros chicos, yo ni siquiera estaría aquí.

Repentinamente, consciente de mí mismo, me muevo nerviosamente flexionando mis dedos alrededor de mis rodillas. Él no estaría aquí si supiera la verdad. Quién soy, lo que soy.

Mojo mis labios.

—N-No soy lo que piensas…

Él está tan cerca. Demasiado cerca. Lo más cerca que nunca podré admitirle la verdad.

—Pensé que tal vez… —Se detiene, negando con la cabeza.

— ¿Qué? —Apenas reconozco mi voz tensa, y rasposa. Los latidos de mi corazón, llenan mis oídos. Una esperanza que no puedo entender, que nunca antes había sentido, revolotea en mi vientre.

—No importa. Es estúpido. —Su voz baja, ronca y casi inaudible, molesta.

 —Simplemente olvida que me viste. —Masculla algo tan bajo, que no puedo escuchar, pero creo que es una maldición—. Esto no puede funcionar. No con mi familia. Ellos son… diferentes.

— ¿Qué pasa con tu familia? —Le pregunto, aunque ya lo sé. Ok, yo sé lo que está mal con ellos, o al menos bajo mis propias razones. Las razones de Seijuuro podrían ser diferentes.

La mueca en sus labios, le hacen verse casi cruel. Como el cazador que no quiero que sea.

—Solo digamos que no nos llevamos bien.

Intento conseguir un aire inocente.

— ¿Tu padre?

—Él no es exactamente del tipo que juega fútbol contigo en el patio trasero. Tan pronto como logre graduarme, me iré.

Un poco de alivio me inunda de extremo a extremo. Esto confirma que él no es como ellos. No es un cazador, no es un asesino. Intento no verme demasiado feliz. Conservo mis sentimientos sin que salgan a la superficie, aunque muera de los nervios.

—Y mientras tanto, ¿No puedes tener amigos?

Él arrastra una mano a través de su pelo. Las hebras rojas se elevan, para después reacomodarse.

—Es un poco complicado, pero sí. No quiero acercarme a alguien… y mantenerle alrededor de mi familia. —Su mirada se encuentra con la mía. Sombría. Resuelta—Son venenosos, Kouki. No puedo exponerte a ellos. No puedo exponer a alguien que me importa, a ellos. —El niega con la cabeza—. No es que este rechazándote. Lo siento, estaba por invitarte a salir, pero lo siento, no puedo y… —Sus dedos se doblan en el volante, hasta que logra recobrar su voz—. Lo siento.

Mi pecho me duele, porque él también lo siente. Esta cosa, esta conexión entre nosotros. Él lo siente, y quiere apagarla, negarla. Cualquiera que sea el impulso que le trajo aquí, estaba echándolo a perder.

Supongo que eso es bueno, pero no puedo lucir muy agradecido por tal.

Él señala hacia la casa de la Señora Reika—. Sera mejor que entres.

—Tienes razón. —Mi corazón se comprime—. Es lo mejor, para los dos. No debemos siquiera estar juntos, vernos, n-nada.

El calor fiero, se presiona contra mi piel.

— ¿Nunca te han dicho que no te des por vencido tan fácilmente? —Me dice abruptamente.

Mi cabeza se gira en su dirección.

— ¿Qué quieres decir con eso?

—Esta noche, vine aquí con una razón. Aunque no sepa bien cual es. ¿Por qué no lo reconoces? —Antes de que pueda pensar en eso, se inclina a través del volante, y me mira directamente a la cara— ¿Siempre te alejas de lo que quieres?

Tal vez estoy apresurándome a pensar que soy lo que él quiere, pero el pulso latiendo en su cuello, me dice que es así. Y él está aquí, después de todo.

Su mirada baja hacia mi boca.

—No puedo recordar la última vez que tuve algo que verdaderamente quise. —Le digo con voz ronca, tan baja que apenas puede oírme. Yo solo puedo sentirle.

Sus palabras se repitieron en mi interior, tocando algo en mi interior tan profundamente, que estoy seguro de que hay una razón para todo esto. Una razón como cuando nos conocimos, la primera vez en las montañas y de nuevo aquí. Una razón.

Algo más. Algo más grande que una coincidencia.

—Yo también. —Me responde.

Desliza una mano detrás de mí cuello, y tira de mi cara mucho más cerca. Me vuelvo líquido, derritiéndome en dirección a él.

—Tal vez sea hora de cambiar eso entonces.

En el primer roce de su boca, el calor mordaz se sumerge en mi interior, conmocionándome inmóvil. Mis venas y mi piel se abren de pronto, con un pequeño sonido explosivo y pulsante.

Me levanto sobre mis rodillas, agarrando firmemente sus hombros, arañando con mis dedos, tratando de acercarme más. Mis manos van a la deriva, redondeando sus hombros suaves, rozando su pecho duro como una piedra.

Su corazón late como un tambor bajo mis dedos. Mi sangre quema, mis pulmones se expanden, y el fuego lentamente arde. No puedo dejar salir bastante aire a través de mi nariz… o al menos no el suficiente como para enfriar mis pulmones humeantes.

Sus manos se deslizan sobre mis mejillas, sujetando mi cara. Su piel se siente como el hielo sobre mi ardiente carne, y me besa más duro.

—Tu piel… —Susurra contra mi boca—, es tan…

Bebo de él, de sus palabras, de su toque, gimiendo por su sabor, por el repentino tirón de la quemadura de mi piel, y el delicioso tirón que siento en mi espalda.

Él me besa más profundo, con sus fríos labios, secos. Mueve sus manos por mi cara, a lo largo de mi mandíbula hacia mi cuello. Las puntas de sus dedos pasan debajo de mi oído, y tiemblo.

—Tu piel es tan suave, tan caliente y…

Entonces capto el familiar picor hormiguearte en mi espalda. Mis alas estaban despiertas. Listas y ansiosas, de una manera, que nunca antes las había sentido desde mi llegada a Tokio. Empujan contra mi espalda, tratando de liberarse.

Yo me alejo dando un grito, y trato de mantenerlas ocultas. Con una boqueada de dolor, me arrojo contra la puerta y caigo fuera, aterrizando duramente sobre mis rodillas en el césped. Me pongo de pie y no me molesto en cerrar la puerta… sólo me alejo rápidamente.

Su grito desesperado me sigue.

 — ¡Kouki!

Varios metros de distancia nos separan, una distancia que es segura, para que él no pueda detectar cualquiera de las sutiles diferencias en mi apariencia. Me detengo a mirar hacia atrás, mi pecho asciende, y cae debido a mi respiración agitada, recalentada.

Él está inclinado prácticamente en el asiento del pasajero. Algo pasa por su cara. Una emoción que no puedo leer. No puedo entender.

—Nos vemos en la escuela. —Grita con decisión, como si no hubiera duda.

Sin contestarle, sin estar de acuerdo, me giro y me pongo furioso mientras camino hacia la puerta tan pronto como mis piernas me obedecen. Correcto.

— ¡Kouki! —Él grita mi nombre, y respingo, esperando que su grito no fuera capaz de despertar a la señora Reika, o a los vecinos.

No se lo dije, pero mi respuesta estaba allí. NO, en mi cara, en mi prisa por apartarme de él. Él lo oyó bien, fuerte y claro, y aparentemente no le gustó. Aparentemente, nuestro beso sólo le había convencido de que necesitábamos seguir con ese asunto entre nosotros.

Excepto que, nuestro beso, a mí me dijo lo contrario. Besarle me dijo lo que ya sabía, pero había estado negando. No podía arriesgarme a estar con él. Aun si él fuera capaz de superar sus propias restricciones de no andar cerca de mí, yo aún tenía muchos problemas. Una cosa era sacar fuerza de él, otra cosa enteramente distinta era arrastrarme frente a él y manifestarme en su presencia.

Ahora lo sabía. Sabía lo que tenía que hacer.

En la escuela, no iba a hablarle, no iba a mirarle… y desde luego no iba a tocarle, de nuevo. Eso iba a matarme, pero tenía que ignorarle, y por siempre guardar distancia.

Mientras me apresuro por el camino, mis dedos se viran hacia dentro, y rozan mi palma herida, ligeramente, ociosamente, rastreando la carne rota, acariciando la humedad allí. Sangre. Mi sangre. La evidencia de lo que soy.

El pánico araña mi corazón, presionando con fuerza en mi pecho.

Me detengo abruptamente, y giro alrededor, como si aún pudiera encontrar a Seijuuro en la acera, pero él se ha ido.

La camisa… se ha ido.

No estaba, y se dirigía al foso de mis enemigos.

Cerrando los ojos, niego con la cabeza. El miedo araña mi garganta. Él se ha ido. Se ha ido con una camisa cubierta con mi sangre. Mi sangre púrpura de dragón.

Cuando él la vea, iba a entender todo. Sabría exactamente lo que soy.

La casa está en silencio cuando me deslice en su interior, moviéndome como una sombra a través de los cuartos que lucen como si estuvieran acercándose a mí. Ahora más que nunca.

Ryo es una forma inmóvil debajo de las cubiertas, mientras yo pateo fuera mis zapatos.

La cama chilla bajo mi peso. Exhalo mientras jalo las cubiertas hacia mí barbilla, plegando mis manos sobre mi pecho, y luchando por sentir una calma que no siento. Todos mis pensamientos están enmarañados en la camisa que lleva mi sangre, y que está ahora en la posesión de Seijuuro.

—Si arruinas esto, nunca te lo voy a perdonar.

Extrañamente, la voz incorpórea de mi hermano se extiende por la oscuridad, sin sobresaltarme. No con los rápidos planes que rondaban mi cabeza, y que iban a ayudarme a rescatar la prueba que demostraba que no soy humano.

Él no me pide explicación alguna, y yo no sé la ofrezco. Basta con que sepa que me deslice afuera. Hasta donde sabe, no estoy tramando nada bueno.

Mis labios zumban por el recuerdo del beso de Seijuuro. Estuve a punto de manifestarme allí atrás.

A punto de exponerme.

A punto de arruinarlo todo.

Y sabía que todo eso, podía ocurrir si no recuperaba la camisa de Seijuuro.

Tenía que recuperarla, a cualquier precio.

                                                                  &

Al día siguiente, el sudor remonta mi columna vertebral, mientras me dirijo hasta la casa de Seijuuro. El duro golpe de mis zapatos sobre el asfalto, extrañamente me fortifica. Le prometí a mamá que estaría de vuelta antes de cenar. A ella le gustaba comer temprano los sábados en la noche. Ya hay suficiente tensión en casa, por lo que no quiero enojarla.

Si tengo suerte, ¿Seijuuro utilizara una cesta, como Ryo y yo? Me imagino la camisa enrollada en la cesta, y en su interior, mi sangre, púrpura e iridiscentemente brillante, incluso cuando está fuera de mi cuerpo, imperceptible.

Con un poco de esperanzas, espero que el de entre todas las personas, no sea capaz de reconocer las manchas de color púrpura, y así descubrir que soy un dragón, para finalmente exponernos a todos.

No solo a todos los demás dragones, sino también a mamá y a Ryo.  Sólo por tener una relación conmigo, sus vidas iban a echarse a perder.

Reduzco la marcha, cuando me acerco a su casa, viendo el techo de tejas españolas entre los árboles. Me había aprendido de memoria las instrucciones que Aida me había dado por teléfono. Sabía que ella me caía bien, por una razón. Aparte de ser útil, hummm, ella no curioseo, ni pregunto el por qué yo quería saber dónde vivía Seijuuro.

La puerta estaba abierta, por lo que corrí acercándome, vacilando sólo un momento antes de que la puerta se cerrara, cuando noté a la camioneta estacionada fuera del garaje individual. Avance dando brincos rápidos y largos hacia él, por un momento, debatiendo mi próximo movimiento.

En un mundo perfecto, la casa estaría vacía con la ventana del lado izquierdo abierta o sin seguro. Así podría deslizarme en el interior, para poder encontrar la camisa, y acabar todo el operativo en cinco minutos. Pero mi mundo nunca fue perfecto.

No tengo opciones. No puedo arriesgarme a esperar otro día. Sólo tengo que terminar todo esto, hoy. Con un feo murmullo, me dirijo hacia adelante.

Antes de que pueda reconsiderarlo, estoy en los escalones de la entrada y llamando a las puertas dobles de gran tamaño. Los ecos se escuchan, como una gran caverna o abismo que pudiera estarse extendiendo al otro lado. Espero, deseando haber llevado algo más que mis pantalones cortos corrientes a rayas y una camisa blanca cualquiera. Arrastro mi cabello con mis manos, intentando peinarle. No es mi mejor aspecto.

Cuando la puerta comienza a abrirse, ese sentimiento barre sobre mí otra vez, y sé que Seijuuro está al otro lado, antes de que lo vea.

Ni siquiera trata de parecer feliz de verme. Dada la rapidez con que hui de su coche ayer, no es de extrañarse que se vea sorprendido.

—Kouki, ¿Qué estás haciendo aquí?

Uso su explicación de la noche anterior.

—Pensé comprobar donde vives. Ya sabes. Por si acaso.

Él no se ríe, ni siquiera me da una sonrisa que indique que mi broma le gusto, ni que le recordaba a lo que él había dicho anoche. En cambio, me mira con inquietud por encima del hombro. Por lo menos no está gritando alarmadamente, que un dragón está en su puerta. Es evidente que él no ha examinado la camisa de cerca.

— ¿No me vas a invitar a entrar? —Oculto mi miedo, como nunca antes en mi vida pude haber hecho.

— ¿Seijuuro? ¿Quién está ahí? —Alguien empuja las puertas abriéndolas más. Un hombre con los ojos color rojo de Seijuuro, pasa a su lado. La similitud termina en los ojos. Es rudo, como si pasara mucho tiempo en el gimnasio, perfeccionando su cuerpo.

—Ah, hola. —A diferencia de Seijuuro, sonríe con facilidad, pero su sonrisa está vacía. Como si él lo hiciera todo el tiempo. Una máscara.

—Papá, es Kouki. Un amigo de la escuela.

—Kouki… —Dice con gusto, alcanzando mi mano, y se la ofrecí. Allí estaba yo, dándole la mano al mismo diablo, mirando sus ojos, y sintiendo su toque, no era igual a Seijuuro. Este era un cazador que nunca iba a dejar escapar a un dragón.

—Sr. Akashi —me las arreglo para decir en un tono de voz normal—, encantado de conocerle.

Su mano rodea mi piel, avanzando lentamente.

—Igualmente. Seijuuro no trae a muchos de sus amigos por aquí.

—Papá… —Dice con fuerza.

—Está bien, voy a dejar de avergonzarte. —Me mira de nuevo. Su expresión es ávida, mientras me inspecciona—. Kouki, únete a nosotros. Estamos pasando a la parrilla en la terraza de atrás.

—Papá, no creo…

—Me encantaría. —Miento. Comer con el papá de Seijuuro, clasificaba como tener que manifestarme en medio de un centro comercial. No se trataba sólo de mí, de Ryo, mamá, el clan, todos los dragones... dejar la camisa en esta casa nos ponía a todos en peligro.

El Sr. Akashi me invita a entrar. Paso rápidamente delante de Seijuuro, hacia la escalofriante casa.

— ¿Te gustan las costillas, Kouki? Han estado ahumándose desde esta mañana. Debería estar listo pronto.

Seijuuro se pone a mi lado, mientras seguimos a su padre a través del gran vestíbulo. Nuestros pasos resuenan sobre el piso de baldosas. La casa es perfectamente serena. Arte sin vida cuelga de sus paredes, y los sólidos ventiladores zumban hacia nosotros desde el techo de doble altura, mientras marchamos por un ancho pasillo.

La voz de Seijuuro tiene un tono áspero cerca de mi oído.

— ¿Qué estás haciendo aquí?

Y con esa pregunta, la realidad me golpea, yo estaba aquí. En su casa, la guarida de mi enemigo. ¿Es aquí donde traen a los dragones cautivos, antes de venderlos a los Gaki? Mi piel ondea, siento el miedo peligrosamente cerca. Aspiro un suspiro, y froto mi brazo con mi mano, frenando mi imaginación. Tengo que ser valiente.

— ¿Estas tan decepcionado de verme? —Pregunto, encontrando el valor. Su padre se gira en una esquina delante de nosotros—. Querías verme anoche. —Estuve a punto de ahogarme con el recuerdo. Anoche casi pensé que él iba a perseguirme hasta dentro de mi casa.

Él agarra mi brazo, y me insta a detenerme. Aquellos ojos cambiantes vagan sobre mi cara, buscando. Puedo sentir su confusión, su incapacidad de entenderme... o el por qué estoy aquí—. Quiero verte, no he pensado en otra cosa... —Hace una pausa, luciendo incómodo—. Pero no aquí.

— ¿Seijuuro? ¿Kouki? ¡Vamos!

Él se sobresalta ante la voz de su padre. Su mirada oscila más allá de mí, sobre mi hombro.

—Podemos vernos en algún otro lugar. Ya te dije lo que sentía por mi familia. No deberías estar aquí. —Dice en voz baja.

—Bueno, estoy aquí, y no me marchare. —Le digo con decisión. Sacudo mi brazo liberándolo, y camino hacia adelante, llamándolo por encima de mi hombro—. Justo a tiempo, también tengo hambre.

—Kouki… —Implora, su voz está teñida de una desesperación que simplemente no entiendo. Estoy segura de que su determinación de mantenerme fuera de su casa, lejos de su familia, está enredada con el hecho de que es un cazador de dragones. Pero, ¿Qué tiene eso que ver conmigo? No sabe lo que soy. Su familia no debe sospechar nada sólo porque trae un amigo a su casa.

Seijuuro me alcanza en la cocina de superficies brillantes y electrodomésticos de última generación. Siento su ansiedad a medida que avanzamos a través de las puertas francesas, a la terraza. Varias caras se giran hacia nosotros. Pero nadie dice nada.

El Sr. Akashi hace señas hacia mí mientras abre la tapa de la parrilla.

—Todo el mundo, este niño es…

— ¡Kouki! —Exclama Nash, levantándose de una silla de hierro forjado, con una botella de soda en su mano—. Seijuuro, no sabía que traerías una cita.

Eikichi saca una enorme bolsa papas fritas, sin molestarse en levantarse, ni hablarme. Sólo me mira, con su mirada de matón.

—Debo de haberlo olvidado.

—Tú nunca olvidas nada. —Seijuuro pasa de él, y me guía hasta una de las mesas del patio, para presentarme a los demás: Los padres de Nash, un conjunto de tíos, tías, primos, y varios más.

Todos cazadores, me doy cuenta. Por lo menos todos los mayores de trece. No me imagino al niño que está chupando una cajita de jugo, o al que se mece de siete años de edad, cazando. Sin embargo, todos ellos me dan la bienvenida, evaluándome con la misma avidez que el padre de Seijuuro.

A medida que comemos, soy sometido a una serie de preguntas. ¿Dónde vives? ¿De dónde vienes? ¿Qué hacen tus padres? ¿Tienes hermanos? ¿Practicas deportes? Como si estuviera siendo entrevistado. El Sr. Akashi parece más interesado en el hecho de que soy el primer amigo que conoce de su hijo.

Nash me estudia a través de la mesa, intencionalmente silencioso. Tener a Seijuuro a mi lado, me da un poco de consuelo. Eso, y los aspersores del patio rociando suaves gotas, humedad. Mi piel bebe de esta. Cuando la comida termina, las tías de Seijuuro se levantan para ir a buscar el postre de la cocina. Veo mi oportunidad, y me levanto de un salto para ayudarles. En la cocina, me libero, excusándome para ir al baño.

Tomo las escaleras de la entrada principal. Mis zapatillas de deporte, corren en silencio sobre una alfombra roja, mientras abro las puertas, y meto la cabeza dentro de las habitaciones. Habitación tras habitación, hasta encontrar la de Seijuuro.

Incluso si no sentía su presencia a lo largo, sabría que la sala con paneles de madera, le pertenecía. Carecía de la fría precisión del resto de la casa. La cama estaba hecha, pero por lo demás, se sentía que la habitan. Libros estaban ordenados sobre la mesita de noche. Su libro de literatura estaba abierto en el escritorio, un ensayo escrito a su lado. Una foto enmarcada de una mujer con el pelo rojo de Seijuuro estaba allí también, y sé que es su madre, lo veo en su sonriente rostro.

Alejo mi mirada de allí, y abro el armario, encontrando el cesto debajo de su ropa colgada. Cavo a través de la ropa, y saco la camisa ensangrentada con un suspiro de alivio.

La presiono entre mis manos temblorosas, y cierro la puerta del armario. Mi pulso es un latido febril en mi cuello. ¿Qué iba a hacer con ella ahora? Mientras miro con mucho cuidado hacia el pasillo, tengo la idea de ocultar la camiseta en algún lugar de afuera, tal vez en los arbustos del frente, donde pueda recogerla más tarde, después salir de todo esto. El plan quemaba a través de mi mente mientras me apresuro por el pasillo, satisfecho conmigo mismo, pero aún desconfiado. Localizar la camisa había sido casi demasiado fácil, y eso me asusta, nunca es demasiado fácil.

Poco a poco, un sonido sordo de pasos, llega hasta mí, pasos que suben la escalera.

El pánico llamea en mi pecho. Me zambullo en el siguiente cuarto, cerrando la puerta con un chasquido suave detrás de mí.

Agarro el pestillo de la puerta. Mis oídos se esfuerzan por escuchar el más mínimo movimiento al otro lado. Evito el apretón ardiente del miedo, con agudas aspiraciones, y me centro en enfriar mis pulmones. Manifestarme ahora sería el peor escenario posible.

Mi fija mirada taladra la puerta, casi como si pudiera ver a través de ella hasta el otro lado. Al soltar el pestillo, retrocedo solo un paso, luego otro. Mis ojos se fijan, temblando, sin pestañear en la puerta mientras estrangulo la camisa en mi mano. Como si de alguna manera pudiera matarla, y poner fin a su existencia. Si pudiera manifestarme y quemarla en cenizas, sin activar las alarmas de humo, lo haría.

El momento pasa, y nadie viene. La tensión decae de mis hombros. Es más fácil respirar. Dirijo mi atención a la habitación en la que me encuentro.

El horror me golpea con toda su fuerza, me mantiene inmóvil. Mi mirada vuela, ingiriendo todo a una velocidad vertiginosa.

Pieles de dragones miran hacia mí... por todas partes.

El escritorio, las sombras de la lámpara, los muebles. Todo está cubierto con la piel de mis hermanos. La bilis sube por mi garganta.

Mis rodillas se aflojan, y me tambaleo. Trato de llegar a una silla para poder apoyarme. Después, alejo mi mano con un siseo de dolor. Dejo caer la camisa, mirando con horror la tapicería negra brillante. Le toco, piel de ónix, y me es sorprendentemente familiar, con señales iridiscente de color púrpura. Mi padre parpadea a través de mi mente. ¿Podría ser…?

¡No! La enferma furia se apodera de mí. Pego las dos manos sobre mi boca, ahogando un grito, clavando mis dedos en mis mejillas. Mis ojos arden, y me doy cuenta que estoy llorando. Las lágrimas caen sobre mis manos. Caigo de rodillas al piso sin poder evitarlo.

Sin embargo, miro a mí alrededor, girando en un círculo pequeño. Ahogo un sollozo en las almohadas del sofá cubierto por un color bronce profundo, de un dragón de tierra, el segundo tipo más común de mi especie, marcados por su híper-capacidad de encontrar piedras, vegetación comestible, aguas subterráneas... Todo lo relativo al suelo.

Ver sus restos aquí, en esta casa, en esta ciudad, tan lejos de la tierra que aman, es devastador.

Aparto la mirada, demasiado enfermo para ver la evidencia del vil asesinato de mi especie.

Mi mirada cae sobre un mapa gigante tendido en una de las paredes. Banderas negras, verdes, y rojas se dispersan ampliamente en todo. Agrupados principalmente en zonas montañosas, ideales para la existencia de dragones. Mi estómago se aprieta mientras se hunde significativamente.

Bajo las manos de mi cara, y las muevo cerrándolas en puños. Mis ojos devoran la imagen de todas aquellas banderas negras. Tantas. Tiemblo ante lo que podrían representar.

Sólo dos banderas rojas sobresalen en el mapa, pero son más grandes que las otras. Aisladas, sin banderas de color negro o verde que les rodeen. ¿Zonas de matanza? ¿Zonas muertas?

Mis ojos febrilmente exploran el mapa, y busco afiladamente el pequeño rincón donde había vivido toda mi vida, y allí, veo otras dos banderas. Una verde. Una negra. Presiono manos hasta que ya no puedo sentir mis dedos más.

La bandera verde se encuentra en el área general de mi casa, y junto a ella, la bandera negra solo proyecta su sombra. Una bandera negra solamente. Automáticamente pienso en papá. Es el único dragón en nuestra manada que encontró un fin poco natural en dos generaciones. Miro esa única bandera negra hasta que me duelen los ojos. Un oscuro conocimiento, se arrastra a través de mi piel. Es una bandera de muerte.

Una horrible sospecha se hunde en mí, enrollándose a mí alrededor como una serpiente. ¿Seijuuro podría ser parte del grupo que mató a mi padre? Debía habérseme ocurrido antes, tal vez ha estado allí todo el tiempo, sólo me negué a hacerle frente.

Mirando el mapa, no puedo evitarlo más. Es evidente que cazan en nuestra área. Siempre he sabido esto.

Mis ojos comienzan a picar, y los abro y cierro rápidamente. Es horrible de creer. Un trago amargo que baja, pegado en la garganta.

Papá me entendía. Entendía que necesitaba volar, porque él sentía lo mismo. Nunca hubiera esperado que suprimiera mi dragón. No quiero creer que Seijuuro es responsable de llevarse al único miembro de mi familia que me quería por lo que era.

Niego con mi cabeza con fuerza. Para ese entonces, él era probablemente demasiado joven para cazar. En mi interior, quiero creer en eso.

Él es diferente, me dejo escapar.

No pudo haber matado a mi padre.

Pero su familia si pudo hacerlo, y todos estaban en la planta baja.

Agachándome, tomo la camisa sosteniéndola, instándome a mí mismo a irme, y correr, escapar de esta casa antes de que sea demasiado tarde. Antes de que no pueda salir, pero no puedo apartar los ojos de esa pared. Al igual que de un horrible accidente de coche, es todo lo que puedo ver.

El sonido de una puerta cerrándose detrás de mí, me saca horrorizado de mi trance.

Notas finales:

Bien, las cosas se pondran un poco mas dificiles de ahora en adelante, Kouki ya a aceptado que gusta de Seijuuro, y el, un poco tambien solo que por la situacion familiar no quiere terminar de acpetarlo.

Espero poder actualizar mas seguido... Bueno eso quien sabe...

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