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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

—¿Piensas bajar en algún momento? —preguntó Kaede nuevamente y no obtuvo una respuesta inmediata.

 

Desde hace algunas horas, la mujer estaba cansada de oír un continuo repiqueteo proveniente del techo de su casa y sabía que no se trataban de ratas o algún animal similar, sino de otra clase de alimaña.

 

—Déjame en paz, vieja —contestó finalmente el hanyō sin moverse un centímetro.

 

La sacerdotisa suspiró sin fuerzas ya para insistirle a ese torpe que entre en razón. Desde hace días, Inuyasha había adoptado la costumbre de subirse al techo de la casa y quedarse ahí durante horas. No hacía nada, sólo provocaba molestos ruidos al chocar sus garras rítmicamente contra la madera, pero ya le estaba molestando más que un millar de termitas.

 

Podía imaginarse la razón tras la molestia de Inuyasha, pero, a su parecer, ese periodo de aceptación, ya estaba llevando mucho tiempo y su paciencia se agotaba. Kaede consideraba que ya era momento para que Inuyasha bajara a la tierra y reconociera sus propias culpas.

 

—Ocultándote tampoco resolverás nada —aseguró dándose la vuelta para marcharse—. Deja de comportarte como un niño y asume el resultado de tus acciones.

 

—¡Ah, te dije que no molestes! —vociferó otra vez con intención de echar a esa mujer que sólo le recordaba lo que estaba taladrándole la cabeza a toda hora.

 

La mujer no quiso discutir más con él, así que sólo se marchó diciéndole que cenarían cuando ella regresara y más vale que bajara de ese techo antes de eso. Maldita bruja, ¿quién se creía que era? ¿Su madre? ¡Ja! Estúpida anciana.

 

Por más que Inuyasha estuviera decidido a ignorar a la sacerdotisa, acabó bajando del techo después de un rato. No planeaba quedarse sin cena por los delirios de esa vieja loca. Además, ¿por qué le molestaba que estuviera ahí arriba? Sólo quería un lugar donde no lo molestaran, pero tenía mucha pereza para alejarse del sitio que le proporcionaba comida casera. Cazar animales y comer carne cruda nunca fue un problema para él, pero últimamente se había acostumbrado mucho a la “comida casera”. Le gustaba, le daba una sensación cálida en su interior, provocando que inevitablemente recordase a su madre, y no quería perderse ninguna oportunidad donde su estómago pudiera ser llenado por algo más que carne de alguna presa.

 

Kaede no era precisamente como Izayoi, no se parecían en nada en realidad, pero a veces esa vieja podía provocarle sensaciones que le transportaban al tiempo donde su difunta madre estaba viva. Tal vez esa era otra de las cosas por las que respetaba a la anciana sacerdotisa.

 

Haría caso por esta vez. Después se resignaría a volver a sentarse en algún árbol alto como siempre hizo, pero realmente no importaba dónde estuviera, su mente viajaba más allá hasta olvidarse de dónde estaba parado y ni siquiera percibía el paso del tiempo. Eso lo hacía sentirse un tonto, más de lo normal, pero esto no era su culpa. No, claro que él no tenía la culpa por lo que estaba viviendo. El responsable de todo esto tenía una cara de piedra y un refinado tono de demonio imbécil.

 

¡Como odiaba a ese desgraciado! ¿Será que en serio no podía deshacerse de él?

 

Esa era una de las cuestiones que más meditaba y volvía a repasar todos los hechos vividos hasta el momento con la intención de buscar una forma de solucionar ese problema. Aparentemente, la violencia no resolvería esta cuestión y eso era una mala noticia para Inuyasha, porque no se le ocurría qué más hacer para que ese idiota lo deje de molestar.

 

Intentar matarlo no sirvió de nada y hasta su tonta espada se había puesto en su contra. ¿Acaso todo el universo se había complotado para arrojarlo a las fauces de ese idiota? A veces pensaba que sí.

 

Una gran inconformidad llenaba su ser, sobre todo después de esa última vez que se vieron, esa vez en el agua… Cuando recordaba eso, Inuyasha sentía unos deseos infinitos porque la tierra lo tragara así no tendría que pensar en ese vergonzoso momento. ¿Cómo demonios permitió que ocurriera de nuevo? Ahora no podía culpar al maldito celo, se había dejado influenciar por ese estúpido enfermo y de nuevo lo apretó como quiso entre sus zarpas.

 

De todas formas, ya no valía la pena pensar en eso. Al final, volvió a caer, y, por más que se negara a aceptarlo, una parte de él comenzaba a creer que caería una vez más y lo haría de nuevo. No importaba cuánta fuerza de voluntad tuviera porque, cuando ese bastardo estaba presente, su cuerpo simplemente cedía. Malditos instintos. Aunque fuese capaz de comprender que, ante las innegables pruebas, volvería a pasar, Inuyasha se empeñaba en creer que no era así, que podía ser diferente.

 

No quería pensar realmente qué pasaría si volvía a encontrarse con Sesshomaru, porque, por lo que hablaron en su último encuentro, éste le aclaró que volvería. Aún todo eso sonaba muy extraño. Apareamiento, compañeros, crías. Pensar en esas cosas le hacía doler la cabeza. Ya era complicado intentar aceptar que su cuerpo estaba cambiando y ahora se veía peligrosamente involucrado con ese que siempre creyó el desgraciado más grande del mundo. Quizás el simple hecho que se tratara de Sesshomaru, con quien peleó tanto y jamás consideró tener una relación ni siquiera de hermanos normales, fuese lo que más le causaba impresión de todo eso que había ocurrido.

 

¿Qué se supone que debía hacer ahora? No tenía idea y eso le desesperaba.

 

Dejó un poco esos tormentos de lado cuando entró en la cabaña. Sabía que la anciana se había ido, pero la casa no estaba sola, allí se encontró con Rin y ella le sonrió muy contenta al verlo. La niña dejó lo que sea que estaba haciendo para acercarse a él.

 

—¡Qué bueno que bajaste, Inuyasha! —mencionó la pequeña para luego tomarlo de la mano y llevarlo más adentro de la cabaña—. Con la señora Kaede hicimos manjū, ¿te gustaría probar?

 

Al oírla, sus ojos brillaron levemente. Justo eso era lo que necesitaba, algo rico y dulce que lo distraiga de las cosas tontas que le rondaban en la cabeza. Aquella niña trajo un canasto lleno de esos bollos dulces e Inuyasha se puso a comer con gran deleite.

 

—¡Oh! —dijo con la boca llena mientras masticaba—. ¡Efta ueno!

 

Rin rió al oírlo hablar así y lo acompañó mientras seguía comiendo, incluso le ofreció un poco de té cuando lo vio a punto de atragantarse. Comenzaba a creer que esa pequeña era un ser demasiado bueno y amable, ojalá siempre le cocinara más dulces.

 

—Es bueno verte animado —comentó Rin sonriendo y sus palabras provocaron que Inuyasha parara un segundo de comer como un salvaje para mirarla con intriga—. Últimamente parecías algo… disperso.

 

Con un poco de fuerza, Inuyasha tragó todo lo que se había puesto en la boca y permaneció en silencio. Sabía bien a qué se refería ella y le causó cierta conmoción darse cuenta que se dejó perturbar tanto hasta que incluso Rin lo notó. De todas formas, que ella se lo hiciera notar no le molestaba, no tanto como si se lo dijera alguno de los otros idiotas. La pequeña no lo jodía como ellos y tampoco se burlaba de él, prefería sin duda recibir esas preguntas de ella.

 

Al parecer su gesto no fue el mejor ya que Rin lo vio preocupada, pensando que dijo algo que no debía.

 

—Lo siento, no quise incomodarte —mencionó bajando la cabeza apenada.

 

—No digas eso —contestó al instante, restándole importancia al asunto y demostrándole que no pasaba nada—. Y sí, quizás estuve un poco disperso, como dijiste.

 

Admitirlo era algo raro para él, pero tenía que reconocer que era verdad. Desde hace algún tiempo estaba muy metido en su cabeza, tratando de ordenar algo que parecía imposible en su mente e intentando idear qué hacer con cierto idiota.

 

—Es por el señor Sesshomaru, ¿verdad?

 

La pregunta de Rin le dejó helado y no supo qué contestar, aunque sospechaba que su silencio era suficiente respuesta para ella. ¿Por qué tenía que nombrarlo? El simple hecho de escuchar ese nombre le causaba un desagradable escalofrío, porque recordarlo de esa forma tan sólida inevitablemente volvía más real aquella pesadilla que experimentaba, aunque debía comenzar a aceptar que todo lo que pasó y estaba pasando era real.

 

Permaneció unos momentos más en silencio y no se le ocurrió qué decir para romperlo, pero fue la misma niña quien lo hizo con una suave risa.

 

—Sabes, creo que es algo bueno —comentó ella e Inuyasha parpadeó varias veces sin entenderla.

 

—¿A qué te refieres?

 

—A ti y al señor Sesshomaru —contestó como si fuese algo evidente lo que decía, pero luego continuó explicando—. Ambos son familia y es muy bueno que se lleven mejor, más que eso, ¡se van a casar!

 

Ella rió nuevamente al decir eso, casi como si bromeara al respecto, pero Inuyasha no tuvo ganas de reírse. Sin embargo, pensó un poco más sobre lo que Rin dijo y se dio cuenta que ella no era una persona cualquiera. Era justamente la niña que había calado en el corazón frío de ese yōkai y le enseñó cosas que aquel idiota se había negado completamente a entender. Rin había jugado un papel crucial para Sesshomaru y él demostraba, a su manera, continuamente el aprecio que tenía por ella. Varias interrogantes surgieron dentro de la cabeza de Inuyasha y un interés por querer saber más sobre lo que esa pequeña pensaba le surgió.

 

—¿Por qué crees que es bueno? —indagó lo más básico que no llegaba a comprender.

 

—¿Lo de ustedes o el señor Sesshomaru? —preguntó ella sin saber a qué se refería, pero al instante volvió a sonreírle divertida—. El señor Sesshomaru no es malo, sólo tiene una forma… diferente de actuar —explicó muy convencida, pero Inuyasha creía que hablaba desde un punto de vista muy ingenuo o quién sabe—. Y creo que es bueno que él tenga a alguien —El énfasis que ella hizo en esa palabra provocó una mueca no muy agradable en Inuyasha—. El señor Sesshomaru siempre está solo y más aún desde que vivo aquí con la señora Kaede, así que me hace muy feliz que ahora formes parte de su vida de una manera más importante. Así él no se sentirá solo nunca más.

 

Si Rin no hubiera sonreído de una forma tan dulce, seguramente se habría reído por sus palabras. ¿Sesshomaru sentirse solo? ¡Ja! Dudaba que ese tipo sintiera algo similar, pero no lo mencionó. No se sentía capaz de poder tratar de una forma hostil a esa niña, por más extrañas que fuesen sus palabras.

 

A pesar de no compartir las ideas de esa pequeña, se dio cuenta que, posiblemente, ella era el único ser, además de ese enano verde lame suelas, quien conocía un poco más en profundidad a su tonto hermano mayor. Se sintió intrigado ante este descubrimiento y se preguntó qué tipo de cosas sabría ella sobre Sesshomaru, algo que lo llevó a darse cuenta que Inuyasha, por más compañero que fuere, no sabía nada de él. Jamás le interesó saber sobre ese bastardo idiota. Su hermano siempre fue una mierda y era lo único que siempre necesitó saber. Sin embargo, ahora se veía en la necesidad de tomar una nueva posición, una nueva estrategia, ya que era evidente que no podría resolver ese problema que tenía a corto plazo.

 

Suspiró hastiado por un momento, bajo la atenta mirada de Rin y ella no pareció molesta porque no le haya contestado lo que le dijo. Por más pequeña que fuera, ella era capaz de entender qué podía tener a Inuyasha tan turbado.

 

—¿Te preocupa tu relación con el señor Sesshomaru? —preguntó con suavidad, pero a pesar de eso Inuyasha pegó un respingo impresionado por esa pregunta. Aún no se sentía capaz de hilar las palabras “relación” y “Sesshomaru” en una misma oración, menos involucrarlas con él mismo—. ¿Es por los continuos viajes que hace? —continuó Rin—. No te preocupes, siempre hace eso, pero finalmente vuelve.

 

Rin se rió en silencio, pensando en que, lo que dijo, había hecho sonar al señor Sesshomaru como un perro y técnicamente lo era. Uno bastante nómada.

 

Por su parte, Inuyasha oyó esa declaración, pero le supo extraña. ¿A dónde iba tanto Sesshomaru? Esa pregunta, hasta el momento, no había pasado por su cabeza, pero admitía que le intrigaba.

 

—Y… —comenzó hablando y Rin lo miró con total atención—. ¿Sabes a dónde va?

 

—Mmm… No —contestó ella pensativa, pero al instante pareció recordar algo—. Una vez el señor Jaken dijo que buscaban crear un imperio o algo así —dijo sin poder acordarse bien las palabras exactas—. Supongo que debe estar haciendo algo de eso.

 

Al instante, Inuyasha recordó que una vez, hace muchos años, el sapo feo le dijo que Sesshomaru era señor de las tierras del… ¿Norte? ¿Sur? ¿Quién sabe dónde? No recordaba que Sesshomaru fuera el rey del Norte, pero seguramente tenía mucho trabajo si eso era y se justificaban sus idas y venidas.

 

—Creo que deberías hablar con él —comentó Rin sacándolo de sus pensamientos.

 

—¿Qué cosa? —dijo creyendo que había entendido mal, pero no fue así.

 

—Que hables con él —reiteró—. Si van a ser compañeros deben hablar —mencionó eso como si fuera lo más obvio del mundo, cosa que en verdad lo era, pero Inuyasha seguía sin comprender—. Si algo te preocupa o tienes alguna duda que no te deja en paz, debes decirle al señor Sesshomaru.

 

—No digas tonterías —espetó agitando la mano—. No tengo nada que hablar con él y tampoco es como si fuese muy conversador.

 

—¡Claro que no! —insistió la pequeña—. El señor Sesshomaru es muy educado, si le haces una pregunta él siempre te contestará.

 

Esta vez no pudo evitar reírse con una mueca bastante sarcástica. ¿Que ese bastardo era educado? Sin dudas esa niña tenía un concepto muy distorsionado de él y algo fantasioso. Inuyasha no sentía que necesitaba hablarle, al contrario, sentía que necesitaba sacárselo de encima, pero no tenía idea cómo. Aún no se veía a sí mismo como compañero de ese tipo y no creía que alguna vez lo fuese a lograr.

 

Aquella conversación con Rin fue interrumpida por dos conocidos idiotas: Miroku y Shippo. El monje se acercó a él, ofreciéndole de ir a exterminar un yōkai a un pueblo vecino. En otro momento, tal vez lo hubiera mandado al carajo, pero en ese instante aceptó. Le vendría bien un poco de acción para estirar los músculos y despejar su cabeza. Tomó un último manjū, mientras Shippo se llevaba como tres, y se fueron.

 

Casi podría considerar un privilegio que ese pueblo no estuviera tan lejos, pero recorrer largas distancias no era un problema para él ni para Miroku. El que solía cansarse era Shippo, así que el pequeño zorro aprovechaba su tamaño para viajar en el hombro de alguno de los dos.

 

Cuando llegaron a esa casa de familia acaudalada, Inuyasha esperó junto con Shippo a que Miroku hicieron los arreglos pertinentes antes de comenzar con el trabajo. Aquel dueño de casa explicó los sucesos extraños que se producían en su mansión y que la causa aún no había sido descubierta. Claro que había algún espíritu maligno por ahí, pero se percibía tan débil que no sería ningún tipo de acción emocionante para él. Inuyasha suspiró hastiado e inevitablemente llamó la atención del dueño de casa, por más que se encontrara apartado unos pasos más atrás.

 

Ese hombre le dirigió una mirada de desprecio y desconfianza que conocía a la perfección, toda su vida le habían visto de la misma forma por ser un hanyō, no se sorprendía en lo absoluto, pero eso tampoco significaba que lo dejase pasar.

 

—Ah, no se preocupe —dijo con rapidez Miroku llamando la atención del dueño de casa—. Mi amigo tiene gran experiencia en exorcismos y llevamos un largo tiempo trabajando juntos.

 

—Sí, pero él es…

 

—¿Tienes algún problema con eso, viejo? —interrumpió Inuyasha de mala manera antes de oír la palabra que iba a decir ese hombre. Monstruo. Porque eso era lo que todo el mundo pensaba al verlo.

 

—Tranquilo, Inuyasha —Miroku se acercó a querer calmarlo—. Estamos aquí para brindarle nuestros servicios a este buen hombre, debemos ayudarlo a eliminar cualquier entidad maligna.

 

—Le agradezco enormemente, Su Excelencia —mencionó aquel hombre inclinándose con mucho respeto—. Será recompensado como se merece, no se preocupe.

 

—El poder ayudar a otros es el máximo beneficio para un monje.

 

La única palabra que pasó por la mente de Inuyasha y Shippo en ese instante fue mentiroso, aunque ya estaban demasiado acostumbrados a ver esa misma escena, era algo natural en Miroku ir por la vida pregonando ese discurso para engañar y sacar provecho. Aun así, poco le importaba a Inuyasha a quién estafara ese monje. Tampoco continuó peleando. Sólo gruñó molesto y guardó silencio. Esperaba que esto no se demorara mucho, pero no fue así.

 

Les llevó un rato encontrar dónde se ocultaba la pequeña sabandija, pero afortunadamente dieron con ese espíritu maligno y cuando mostró su verdadera y grotesca forma no fue necesario más que un corte de Tessaiga para deshacerse del bicho.

 

Finalmente, Inuyasha se quedó fuera de la casa esperando a que sus tontos amigos aparecieran para poder largarse. ¿Por qué tardaban tanto además? Para colmo ya estaba por oscurecer y seguro no llegaría a probar algo de comida a la anciana Kaede, pero más le valía a Sango tener alguna cosa de cenar por ahí escondida para que le pueda robar.

 

Cuando aparecieron Miroku cargaba dos fardos llenos que dejó en el suelo y una gran sonrisa adornaba su rostro.

 

—Qué hombre más amable —comentó con un suspiro satisfecho—. Estaba tan agradecido que ofreció más incluso y tenía unas cosas muy interesantes en su casa…

 

—¿Te robaste esto o te lo dieron? —preguntó Inuyasha observando las bolsas sin ganas de esculcarlas.

 

—Amigo mío, debo decir que esa acusación proviniendo de ti me ofende —dijo con congoja poniendo una mano en su pecho y el hanyō rodó los ojos con fastidio. Ese monje ladrón e idiota jamás cambiaría.

 

—Ya, vámonos —dijo a punto de emprender la retirada, pero se dio cuenta que Shippo llevaba algo muy interesante en su cabeza—. ¿Y esto?

 

—¡Los trajimos de la casa! —mencionó el kitsune muy emocionado mostrando el plato que cargaba lleno de dangos, los cuales se veían muy deliciosos.

 

—Creo que podríamos tomarnos un respiro antes de regresar —propuso Miroku sentándose en el suelo y tomando uno de los dangos de Shippo.

 

Por su parte, Inuyasha no hizo protesta alguna porque estaba más interesado en comer que otra cosa. Se sentó junto a sus amigos y el sabor exquisito de esos dulces le llenó la boca. En parte, le hizo sentir más reconfortado. Sin darse cuenta, se había olvidado un poco de los tormentos que lo venían aquejando ese último tiempo, ocupar su mente en otra cosa realmente ayudó.

 

No tenía ganas de pensar en ese problema que ahora cargaba en su espalda. Tampoco quería volver a meditar una solución que no hallaba ni recordar la cara de ese desgraciado, pero inevitablemente el recuerdo llegaba su mente y lo abstraía en cualquier instante.

 

—Inuyasha… ¡Inuyasha!

 

Los gritos del pequeño zorro a su lado lo pusieron nuevamente en alerta y pegó un respingo como si acabase de despertar, pero al instante le dio un golpe en la cabeza a Shippo.

 

—Enano, no me grites en el oído —se quejó mientras volvía a comer otro dango.

 

—¡No me pegues, tonto! —vociferó nuevamente mientras se acariciaba su nuevo chichón—. No es mi culpa que uno tenga que gritarte porque ni atención prestas.

 

—Así es el amor, Shippo —comentó Miroku con una expresión que mezclaba la burla y la resignación—. Te tiene en las nubes todo el día pensando en tu amada… o en tu hermano, en el caso de Inuyasha.

 

—Voy a matarte si vuelves a decir algo así, idiota —espetó con ganas de acariciar el puño de su espada para sacarla.

 

—Calma, calma —mencionó el monje alzando una de sus manos—. Pero… ¿Acaso no estabas pensando en él?

 

Inuyasha quiso estrangularlo por esa pregunta, pero no lo hizo porque era verdad. Ahora, después de todo lo que había pasado, era imposible que no pensara en Sesshomaru, pero no era de esa forma en la que el monje libidinoso se imaginaba. Inuyasha pensaba una forma para tratar de sacarse de encima el problema que tenía con su tonto hermano, pero chocar siempre con la misma pared ya lo estaba cansando.

 

—Es diferente… —murmuró molesto mirando a hacia otro lado.

 

Por supuesto que era diferente e Inuyasha no necesitaba dar ninguna explicación a esos tontos para que lo supieran. Entre ellos dos no había amor, sólo habían pasado… cosas. Por más que esa explicación sonaba absurda era exactamente lo que ocurrió.

 

—Puedo imaginarlo —asintió Miroku—. Aunque no tengo hermanos, pero sé que la relación con el tuyo nunca fue fácil y menos ahora.

 

—Yo no —acotó Shippo. Él no lo entendía ni podía imaginarlo. Tampoco tenía hermanos, pero ponerse en el lugar de Inuyasha se le hacía difícil—. Él es malvado.

 

Una pequeña risa se le escapó al monje e Inuyasha casi rió también al ver la expresión temerosa del zorro. Sí, Sesshomaru era una mierda y seguiría siéndolo, de eso todos estaban seguros.

 

—Parece una pesadilla —dijo Inuyasha con un suspiro cansado, pero sus dos amigos lo oyeron.

 

Era la primera vez que decía algo referente al asunto sin que fuese alguna clase de insulto o estuviera escupiendo sus palabras con rabia. Inuyasha sentía furia, pero ahora la incertidumbre pesaba más que su enojo. Le preocupaba no saber en qué mierda se había metido y qué haría ahora con ese desgraciado que parecía empecinado en destruir su mente cada vez que aparecía.

 

Para sí mismo, se sentía capaz de admitir que una parte de su ser, la más primitiva, quería todo eso que pasó con Sesshomaru. Jamás había sentido, en toda su vida, aquellos impulsos tan latentes en su piel. Instintos reproductivos, el celo, la necesidad por el apareamiento, esa rara atracción. Todo era muy raro. Las veces que estuvo con su hermano esos deseos monstruosos acababan dominándolo, pero cuando su consciencia regresaba no había forma de volver a atrás. No iba a permitir que ese idiota hiciera lo que quisiera con él, pero tampoco sabía cómo actuar en realidad. La situación era demasiado confusa.

 

A pesar de saber que Sesshomaru era un verdadero hijo de puta, que toda la vida lo fue y no dudaba que siguiera siéndolo; Inuyasha no comprendía qué estaba pasando con él ahora. Por más que ya llevasen un tiempo sin querer matarse y tuviesen un poco más de cordialidad en su relación, Sesshomaru era ligeramente diferente con él. No decía nada ni tampoco hacía algo que lo denotaba mucho, pero donde Inuyasha más sentía ese cambio era en la forma en que su hermano lo miraba. Después de recibir desprecio de los ojos del yōkai, ahora era… No tenía idea, pero en parte no quería saber y en parte sí.

 

¿Qué impulsaba ese cambio? ¿Sólo el apareamiento? A Inuyasha le costaba mucho creer que ese odio y desprecio por ser un hanyō desapareciera con tanta facilidad. Aun así, acostumbrarse a que su hermano lo viese sin ese manto de indiferencia era muy complicado.

 

—Parece imposible —comentó Miroku algo pensativo, llamando la atención de Inuyasha—, pero ¿es tan terrible?

 

Por unos instantes, no contestó nada. ¿Acaso el monje estaba loco? ¡Claro que era terrible! ¿Será que no vio con quién mierda tenía el problema?

 

—¿Tienes ganas de burlarte, imbécil? —espetó sin ganas de querer soportarlo con sus idioteces.

 

—Nada de eso —aseguró—. Sólo creo que es importante tener buena relación con un hermano y ustedes lo son. Esto los ha acercado mucho más, ¿o no?

 

—No —contestó rápidamente, pero su amigo le regaló un gesto que le pedía que dejase la hipocresía de lado—. No es esa clase de cercanía que uno desearía tener con un hermano y menos si es ese bastardo.

 

—En ese caso, ¿no has tratado de hablarlo con él?

 

—¿Hablar qué? Si apenas dice más de dos palabras.

 

—Es evidente que la terquedad viene de familia —concluyó el monje negando con la cabeza y continuó hablando antes que Inuyasha le gritase algo—. De todas formas, creo que podrían llegar a un acuerdo si expusieran lo que cada uno piensa. Para formalizar cualquier tipo de alianza o convenio hay dos partes que deben estar de acuerdo, incluso si se trata de un matrimonio.

 

—¡Mierda, qué no me voy a casar! —espetó harto de oír las palabras que tenían que ver con boda o matrimonio, pero sí oyó lo demás que dijo el monje. Ya era la segunda persona que le decía que debía hablar con ese desgraciado. ¿Sería casualidad? Quizá, quién sabe, posiblemente fuese una buena opción, sólo que ni siquiera se imaginaba hablando con Sesshomaru sin que haya violencia de por medio.

 

—Mi mamá y mi papá solían pelear de vez en cuando —comentó Shippo con el palillo del dango entre sus manos—. Se apartaban hasta que se les pasaba el enojo y al final volvían para resolver las cosas hablando.

 

—Con Sango nos pasa lo mismo —asintió recordando a su esposa—. Ella tiene un carácter fuerte, pero con calma y dialogando somos capaces de entendernos.

 

—¿Con carácter fuerte te refieres a que te golpea cada vez que haces algo mal? —Inuyasha sabía que tenía razón y la mueca del monje se lo dijo. Aunque la mayoría de bofetadas que su esposa le regalaba eran por acariciar su trasero, cosa que él veía como un tierno cariño pero Sango no.

 

—El punto es que para que haya una relación sana es necesario hablar —reiteró mirando con seriedad al hanyō—. Para lograr algo en estos casos se debe conversar, la violencia no lo solucionará.

 

Al oír eso, su boca se torció en un gesto abatido. Esa era una de las principales razones por las que se encontraba tan pensativo, porque no había obtenido resultados favorables por la fuerza y otra manera de actuar no le parecía efectiva, pero había llegado a un punto donde se encontraba tan perdido que hasta la idea de ese monje no le parecía mala.

 

—Ah, ya dejen de joder —espetó para que dejaran el tema de lado, pero Inuyasha siguió pensando en ello incluso después cuando volvieron a la aldea.

 

Sí, tal vez podría hablar con ese idiota. Después de todo, ¿qué podría pasar? Ya había intentado matarlo y no funcionó, pero, por alguna razón, pensar en una conversación con Sesshomaru se le hacía más complicado que tener una batalla.

 

Notas finales:

Hola! Espero que les haya gustado el capítulo, el que considero necesario para que Inuyasha vaya digiriendo un poco toda la situación y piense al respecto sin tener la cabeza caliente. Ojalá les haya gustado, aunque no apareció Sesshomaru, pero en el próximo va a estar —Yey!—.

Aclaraciones: El manjū son unos dulces japoneses muy típicos, bollos hechos de harina rellenos con anko. El anko es una pasta dulce hecha de judías, porotos, frijoles —o como les digan en sus países—. Mi profesor de japonés una vez hizo y son muy ricos. Personalmente, preparé anko con un amigo pero para hacer dorayaki, que son una especie de alfajores. Los dangos quizá los conocen, son esos pastelitos dulces que se venden pinchados en un palito. Como ellos viven en un Japón antiguo, a veces es difícil adaptar mi mente occidental a sus costumbres de periodo Sengoku para poder describir de una forma apropiada las escenas.

En fin, muchas gracias a todos lo que leyeron y me dejaron comentarios. Mil gracias! Les deseo una buena semana y un feliz día del niño —donde vivo lo es, aunque soy consciente que, en los lugares donde se festeja, no es en la misma fecha—. De todas formas, pásenla hermoso y nos vemos la próxima semana.

Saludos!

 

PD: Sesshomaru, King in the North(? El que entendió el guiño lo entendió, en lo personal me reí mucho. Ahora sí. Chau!


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