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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

A pesar de querer decir algo, no lo hizo. ¿Debía hacerlo? Inuyasha no tenía idea. Durante su vida, había estado en algunos palacios y casas grandes, sobre todo cuando viajaba con sus amigos buscando pistas de Naraku; pero no creía haber pisado un lugar así. Miró hacia un lado y al otro, como si no pudiera terminar de comprender que en serio ese lugar era donde debía ir.

 

¿En serio ese era el palacio de Sesshomaru? Mierda, el lugar era enorme. Y eso que siempre creyó que el idiota vivía al aire libre. Por más que el mismo Inuyasha viviera una vida bastante nómade, últimamente solía considerar la casa de Kaede como suya y allí vivía desde hace un tiempo. Sin embargo, jamás creyó que su hermano tuviera algo así, alguna clase de hogar. ¿Siempre habría vivido en ese palacio o sería algo nuevo? Había montones de cosas que no sabía.

 

El castillo se alzaba imponente entre algunas montañas y tuvieron que caminar un rato hasta llegar. Inuyasha se extrañó al notar toda la gente que se inclinaba cuando veían pasar a Sesshomaru. Por lo visto era bastante popular en los alrededores, pero su hermano no parecía inmutarse mucho.

 

Tuvo la sensación que tardaron una eternidad y pasaron un millón de puertas antes de llegar a esa condenada y monstruosa estructura. ¿Su padre había pasado mucho tiempo andando por esos lugares? Varias preguntas por el estilo pasaron por su cabeza mientras miraba la inmensidad y los detalles que bañaban cada parte del lugar. Aunque una gran cantidad de personas se acercaron a ellos ni bien entraron, en realidad a Sesshomaru. Vio cómo su hermano ordenaba acomodar a Ah-Un y hablaba con algunos sirvientes antes de dirigirse a él.

 

—Debo retirarme ahora —informó el yōkai—. Nos reuniremos más tarde.

 

—¿Eh? —espetó Inuyasha arqueando una ceja—. ¿Y qué se supone que haga en este lugar?

 

—No se preocupe, señor Inuyasha —habló una joven y él se dio vuelta a verla—. El señor Sesshomaru nos pidió que nos ocupemos de usted.

 

—Así que por favor confíe en nosotras —dijo otra chica muy parecida a la anterior—. Vaya tranquilo, señor Sesshomaru. Haremos todo lo que nos ordenó.

 

Su hermano no dijo nada, sólo asintió con la cabeza y se retiró. Inuyasha tuvo la intención de gritarle algo o seguirlo, pero las jovencitas se lo impidieron, diciendo que el señor estaría ocupado y ellas le mostrarían el castillo.

 

Bueno, realmente necesitaba que alguien le dijera cómo mierda andar en ese laberinto y no tenía nada más que hacer. Así que siguió a ese par de chicas, que, por su olor, identificó que ambas debían ser parientes y pertenecer alguna clase de yōkai de felinos. Las jóvenes le mostraron varias de las habitaciones que parecían interminables, para qué servían, quiénes vivían en ese castillo —quienes en general era criados o guerreros al servicio de Sesshomaru—. Le explicaron que existían diferentes alas o secciones. Donde vivía el señor, una parte para invitados, el ala de los sirvientes y unos jardines muy extensos.

 

—¿Señor Inuyasha? —mencionó con duda una de las chicas—. ¿Ya está cansado?

 

—¿Acaso este lugar es interminable? —preguntó sintiendo que ya se había perdido—. ¿Y cómo dijeron que se llamaban?

 

—Yo soy Aya —contestó una.

 

—Y yo Maya —dijo la otra.

 

—¿Aya y Maya? —repitió Inuyasha creyendo que era más un trabalenguas esos nombres y ellas asintieron.

 

—Sí… papá no era muy creativo para los nombres —meditó Maya.

 

—Si fuera por él todos nos llamaríamos iguales y somos las mayores de catorce hermanos.

 

—Ajá… —murmuró Inuyasha, sin importarle mucho esas cuestiones—. ¿Y cómo se supone que las diferencie?

 

—Fácil, Maya siempre usa el cabello recogido y yo suelto.

 

—Así mamá reconocía quién era quién, fuimos sus primeras gemelas.

 

Esa conversación fue bastante rara, pero no se quejó mucho más, sobre todo porque después de eso lo llevaron a comer y vaya que estaba necesitando poner algo en su estómago. Comió todo lo que quiso y no recordaba la última vez que terminó tan lleno. Una cosa que le pareció extraña a Inuyasha no fue el buen sabor de la comida, sino la forma en que lo trataban todos. Más allá de esas niñas que lo seguían, cada persona que se cruzaba en el palacio se presentaba con él de forma cordial o lo saludaba diciéndole señor.

 

¿Qué demonios pasaba en ese palacio? Ni que se pareciera tanto a Sesshomaru como para que lo confundan. Además, él no era señor de nada. Estaba ahí como un simple invitado, ¿verdad? Así que no creía que fuese necesaria tanta formalidad.

 

Luego de la comida las jovencitas lo escoltaron a unas habitaciones que olían a agua caliente y eso le dio escalofríos por un segundo.

 

—Sólo es el baño, señor Inuyasha —mencionó Aya para tranquilizarlo—. Aquí podrá asearse para estar más cómodo.

 

—No… así estoy bien —sentenció para seguir caminando, pero la otra joven se lo impidió.

 

—Es parte de nuestro deber —dijo Maya—. El señor Sesshomaru nos pidió que nos ocupáramos de usted y así podrá estar más cómodo.

 

A Inuyasha le importara un carajo lo que Sesshomaru quisiera y estuvo a punto de escupir eso, pero tampoco quería causar un problema apenas llegado a ese lugar. Además, ¿qué tan malo podía ser? No recordaba la última vez que tomó un baño, pero flotar un rato en agua caliente no le haría daño.

 

—Bien… —espetó de mala gana a punto de entrar a los cuartos de baño, pero enseguida vio que las jóvenes pretendían seguirlo—. ¿A dónde van?

 

—Con usted, por supuesto —contestó Aya—. Es parte de nuestro trabajo que se bañe correctamente.

 

—¡No van a entrar conmigo!

 

—Calma, señor Inuyasha —intentó tranquilizarlo—. Ya estamos acostumbradas a esto, no debe avergonzarse.

 

—Son insoportables.

 

—También estamos acostumbradas a que nos digan eso —dijo riendo la otra gemela.

 

No deseaba que nadie lo acompañara a bañarse, no era ningún bebé, pero esas niñas molestas insistieron hasta el cansancio. ¿Todos serían así de pesados en ese lugar? Por un momento, deseó salir corriendo.

 

Por más que ellas dijeran estar acostumbradas, él no lo estaba. ¿Por qué debía quitarse su ropa, cubrir su entrepierna con un paño y dejar que lo limpiaran? Jamás había hecho eso y no le gustaba en lo absoluta la idea. El baño no fue para nada fácil, pero todo mejoró cuando pudo sentarse en el agua caliente. Qué agradable sensación. Nunca imaginó que ese castillo incluso tuviera su propio onsen y quizá descubrirlo fue lo mejor que le había pasado desde que llegó allí. Algunas veces había tenido la oportunidad de bañarse en aguas termales, pero siempre en exteriores.

 

Fue tanta su relajación que ni siquiera notó cuando una de las mujeres, sentadas ambas fuera de la gran bañera caliente, le tomó el cabello entre sus manos y un escalofrío recorrió la espalda de Inuyasha.

 

Nunca le había gustado mucho que le tocaran el cabello y menos que lo peinaran. Había accedido a lo otro, pero a esto no. Aunque posiblemente el peor momento fue cuando se levantó para marcharse y una de ellas dijo Yo lo sostengo y tú lo peinas. No tuvo idea cuánto tiempo pasó, pero para Inuyasha fue una tortura.

 

—¡Suéltame, tonta! —gritó para que esa niña lo dejara de sujetar. Mierda que tenía fuerza, tan flaca que se veía.

 

—¡Señor Inuyasha, coopere con nosotras! —dijo la joven sin estar dispuesta a dejarlo ir—. ¡Y tú apúrate, Aya!

 

—Eso intento… —contestó la otra gemela con cierto sufrimiento en el rostro mientras trataba de desenredar el blanco cabello—. Estos nudos parecen de hace más de doscientos años, son imposibles…

 

Ella volvió a tirar del peine una vez más e Inuyasha gritó por el tirón. No quería maltratar a esas chicas, pero ya se estaban pasando. ¿Qué clase de trabajo tenían en el palacio? ¿Torturar a los recién llegados? Eso fue lo que pensó, pero por suerte no duró mucho más y dejaron su cabello en paz finalmente.

 

Luego de ese monstruoso baño y que le dieran ropa seca, alegando que debían lavar la suya, fue que le enseñaron su habitación. Inuyasha no recordaba la última vez que usó una yukata o alguna prenda que no fuera las que acostumbraba, pero debía admitir que esas telas eran muy ligeras y cómodas. Le resultaba extraño verse vistiendo colores tan neutros después de acostumbrarse al rojo, pero tampoco le desagradó completamente el cambio por esas prendas tan suaves.

 

Cuando le mostraron los que serían sus aposentos se preguntó si en realidad necesitaba unos. Nunca había usado una habitación y si dormía lo hacía sentado. Por lo que creyó que todo eso era innecesario. El cuarto no tenía nada fuera de lo común, sólo algunos muebles, un estante con muchos papeles y cosas, además de un armario donde se guardaban vestimentas y la ropa de cama. Las jóvenes prepararon todo por si quería descansar e Inuyasha se sorprendió porque nunca creyó ver un tatami o un futón tan grandes. Ahí tranquilamente podrían dormir dos personas y eso le dio mala espina. ¿Ahí se supone que estaría él solo, verdad?

 

—Terminamos todo —anunció Aya con una sonrisa—. Ya puede descansar, señor.

 

—Ah, sí… —mencionó con cierta duda—. Y esto… ¿es para mí solo?

 

Ambas jóvenes se miraron la una a la otra por un segundo y al instante rieron, cosa que Inuyasha no comprendió para nada.

 

—Qué ocurrente es, señor Inuyasha.

 

—¿Pueden dejar de decirme señor? —espetó ya harto de escuchar esa palabra.

 

—Mmm… No creo que sea apropiado —meditó Maya—, pero por mí está bien.

 

—Al señor Sesshomaru no le gustará que seamos tan informales.

 

—Entonces sólo lo haremos cuando él no nos vea, Aya.

 

A pesar de esto, la otra gemela se mostró aún inconforme con la idea, pero poco le importaba a Inuyasha. Por suerte, las jóvenes se despidieron de él, haciéndole prometer que las buscaría por cualquier cosa que necesitase.

 

¡Al fin se habían ido! No veía la hora de tener un momento de paz en todo ese día. Se la había pasado por todos lados y finalmente podía estar solo. Inuyasha se dio la libertad de suspirar en ese instante y recorrió esa habitación que supuestamente le pertenecía, pero el olor que tenía le indicaba que no. Ese lugar era de alguien más. Caminó por el piso suave y miró en la estantería la cantidad papeles que había, los cuales ojeó pero no entendió para nada. Sin embargo, lo que le llamó la atención fue que, además del olor a viejo de esos pergaminos, también reconocía el olor de su hermano. De hecho, podía percibir su esencia en toda la habitación.

 

Trató de concentrarse un poco mejor y allí notó que ese olor no era como el que había sentido en los corredores del palacio. En esa habitación era más fuerte, cosa que lo llevó a preguntarse si él frecuentaba esos aposentos, si serían suyos, y, si ese fuera el caso, ¿por qué se los habían dado?

 

Todo en ese instante le resultó confuso y una vez más se preguntó qué hacía ahí, por qué había ido y qué lo hacía quedarse. Por un segundo, la respuesta lógica que tenía se borró de su cabeza y se llenó de incertidumbre. Ahora, tan lejos de las personas que conocía y el lugar que solía acostumbrar, sentía que estaba perdiendo el rumbo, aunque posiblemente este viaje le ayudase a encontrarlo.

 

Algo que debía reconocer positivo de esa habitación eran los grandes ventanales y que poseían una terraza propia. A pesar que ya había caído la noche, la luz de la luna le dejaba apreciar bastante, aunque estuviera a una altura considerable. Todo se veía teñido de un color oscuro, pero sabía que allí afuera había una gran cantidad de tierras desconocidas y tenía cierta ansiedad por recorrerlas. Pensar en estar quieto mucho tiempo le era aburrido, aunque no estaba seguro que con su tonto hermano detrás le fuera fácil convivir, pero ya haría de las suyas y se escaparía. Es más, lo haría ahora.

 

Con agilidad, Inuyasha saltó de la terraza y se agarró a unos árboles para poder bajar. Quién necesitaba las escaleras. Además no iría lejos, sólo recorrería un poco esos jardines que no pudo ver bien durante el día y ahora seguramente no se cruzaría con personas que le hablasen.

 

Cuando sus pies tocaron el suelo caminó con cautela. Ese terreno aún era nuevo para él y debía reconocerlo, hacerlo suyo, para andar con más confianza. El palacio tenía jardines muy extensos, con muchos árboles y hasta un lago. Era evidente que la gente que allí trabaja cuidaba mucho de todo el funcionamiento. Quién diría que Sesshomaru viviera en un lugar semejante.

 

Tuvo ganas de sentarse en alguno de los árboles cuando un escalofrío le recorrió la columna y eso sólo podía significar una cosa. Cuando se dio vuelta allí se encontró con el único ser en esa tierra que le ponía los pelos de punta. ¿Su hermano finalmente se había liberado de vaya-uno-a-saber-qué tareas y pensaba dedicarle algo de tiempo? Por alguna razón, eso le sonaba bastante desalentador.

 

—Pareces estar adaptándote —dijo Sesshomaru acercándose a él e Inuyasha notó que no lo hacía con mala intención. Aún le era difícil quitarse la costumbre de estar con la guardia alta cada vez que lo veía.

 

—Algo —contestó alzándose de hombros—. Estaba conociendo el lugar sin que me vigilen tus pesados sirvientes.

 

—Hacen su trabajo.

 

—Eso me dijeron —Rodó los ojos al recordar haber oído cientos de veces esa frase—. Y… ¿Terminaste tus… cosas?

 

Para Inuyasha, hablar con Sesshomaru era una tarea sumamente difícil, porque no tenía idea qué era lo que hacía siquiera. Además, ¿por qué debería preguntarle? Si no le interesaba, aunque una parte de él se sentía intrigada por saber qué tanto misterio ocultaba su hermano.

 

—Asuntos militares —contestó con simpleza e Inuyasha asintió sintiendo que la intriga crecía más—. Luego hablaremos de eso, había otro lugar que quería que vieras.

 

—¿Más recorridos? —se quejó, pero al ver la mirada de Sesshomaru bufó molesto—. Bien, vamos.

 

Por más que Inuyasha comenzó a caminar en dirección al palacio para volver a entrar, no tenía idea a dónde debían ir, ni siquiera se acordaba cómo volver a su habitación. Así que se dejó guiar por su hermano. Ambos caminaron en silencio por un rato donde no había casi nadie por esos pasillos e incluso no recordaba haberlos recorrido, aunque todos los rincones de ese castillo lucían iguales para él.

 

Caminaron por un largo pasillo hasta finalmente dar con la habitación que buscaban, al parecer. Cuando corrieron la puerta, Inuyasha detectó cierto olor a papel viejo y antigüedades, pero también había otras esencias que no supo identificar. Sesshomaru encendió algunos faroles, los suficientes para darles luz y allí divisó la cantidad de cosas que llenaban esa habitación.

 

Muchos estantes cubrían las paredes con infinidad de papeles, pergaminos y diferentes cosas que no reconoció. Eso no era un cuarto, más bien lucía como un estudio, hasta había un escritorio donde su hermano dejó una de las lámparas. ¿Qué significaba este cuarto y por qué Sesshomaru le llevó allí? Una rápida idea se cruzó por su mente, recordando que tenía esa esencia que invadía la habitación guardada en su memoria.

 

—¿Este cuarto es de…? —No terminó de decirlo, sólo se volteó a Sesshomaru para verlo asintiendo y regresó a observar todo a su alrededor.

 

Así que esa habitación era de Inu no Taisho, su padre. ¿Todo eso sería de él? Una corazonada le decía que sí. Tuvo ganas de tomar alguno de los objetos entre sus manos, pero se contuvo. Muchas intrigas pasaban por su cabeza en ese instante, pero su hermano le llamó la atención hablando.

 

—Pasaba mucho tiempo aquí —contó observando junto a Inuyasha—. Planificaba combates, coleccionaba recuerdos de batallas y escribía bastante.

 

—¿Sí? —mencionó asombrado y se animó a tomar uno de los rollos de papel para desplegarlo—. ¿Lo escribió él? —preguntó con cierta duda y su hermano asintió—. Qué feo, no entiendo nada…

 

Inuyasha no era muy bueno para la lectura e Inu no Taisho no lo era para la caligrafía, aquello sin duda era bastante extraño. Sesshomaru le recomendó dejar los papeles y que mirara las cosas que había. Encontró muchas armas, ropa, partes de armaduras, cascos y objetos que seguro tendrían cientos de años de antigüedad.

 

—¿Sueles venir seguido? —preguntó Inuyasha mientras observaba una máscara con una cara bastante fea. ¿Por qué su papá querría coleccionar algo como eso? Era un tipo raro sin duda, como Sesshomaru.

 

—A veces —contestó—. Cuando quiero estar solo.

 

—¿Aquí no vienen sirvientes pesados? Qué buen dato… —meditó pensando en conseguir una serie de escondites donde no lo molestaran, pero al instante se concentró nuevamente en el tonto junto a él—. ¿Por qué quisiste traerme?

 

—Querías saber más sobre él y creí que este lugar podría ser una mejor muestra a comparación de lo que yo podría contarte —dijo con tranquilidad, pero esa respuesta no fue suficiente para Inuyasha.

 

—Aun así me gustaría escuchar qué tienes para decir —comentó con un suspiro. Ese lugar le decía muchas cosas, pero también le había agradado cuando Sesshomaru le habló un poco acerca de su padre. Sin embargo, ahora deseaba saber otra cosa—. Y… la verdad me refería por qué me trajiste aquí, a este lugar y… Ya sabes, todo eso.

 

Le era increíblemente difícil hablar del tema, tanto que creía que estaba a punto de morder su propia lengua cuando quería pronunciar alguna palabra. No quería equivocarse más de lo que ya lo había hecho, pero realmente se sentía perdido en ese instante. Estaba muy confundido y sin idea de cómo solucionar todo el problema que les surgió.

 

¿Había una solución en primer lugar? ¿Y si la solución era la resignación? Por más inaceptable que le sonara eso, tenía la sospecha que esa era la respuesta que tanto evitó.

 

Vio a su hermano suspirar con pesadez antes de hablarle e Inuyasha entendió, no supo cómo, que ese gesto sólo confirmaba lo que más temía, Sesshomaru pensaba como él. Bajó la mirada por un segundo sin poder creer que su única salida era esa. ¿En serio su hermano estaba de acuerdo con esto? Ellos dos eran prácticamente enemigos mortales, jamás podrían convivir juntos o al menos eso era lo que siempre creyó firmemente.

 

—Crees que es imposible, ¿verdad? —dijo Sesshomaru luego de unos instantes e Inuyasha alzó los ojos para verlo.

 

—¿Tú no? —preguntó incrédulo.

 

—Siempre lo creí —aseguró—, pero… hay ciertas cosas que se empeñan en demostrarme que me equivoco.

 

Inuyasha entendía muy bien a qué se refería y no hacía falta nombrarlas. Por más que ambos dijeran que no un millón de veces, existían unas cuantas evidencias que demostraban todo lo contrario y, si no fuese así, ahora ambos no estarían en esa habitación juntos.

 

¿Será que debía vivir esto con Sesshomaru? Por más que Inu no Taisho lo haya dicho en el pasado, que serían compañeros, y ahora se esté cumpliendo; ¿debían aceptarlo? Inuyasha nunca olvidaría el pasado que compartió con su hermano, lleno de recuerdos tortuosos, y estaba seguro que Sesshomaru tampoco, pero en ese instante ambos se preguntaron hasta qué punto eso podía significar una desgracia.

 

Sesshomaru lo aceptaba como su compañero e Inuyasha comenzaba a creer que, tal vez, no era una completa maldición. Por más idiota que fuese su hermano tonto, estaba intentando llevarse bien con él. Al menos tenían una relación bastante cordial comparada con el pasado, pero dudaba que alguna vez se comportasen como dos enamorados. Jamás podría amar a Sesshomaru, de eso estaba seguro. Aunque también estuvo seguro que nunca podría estar con su hermano en una habitación sin querer matarse y ahora se encontraban ambos allí, prácticamente acordando convivir juntos con esto que les había pasado.

 

¿Podrían alguna vez llegar a quererse? No, ni soñando. Además, ese infeliz no tenía ni idea qué eran los sentimientos. Era estúpido pensar algo así. La relación que mantendrían era algo más… raro. Un extraño convenio que aún no terminaban de formar pero sin duda existía. Tal vez así pudieran convivir o regresar a los viejos tiempos donde sólo vivían para matarse, siempre estaba esa opción.

 

—¿Debemos dormir juntos? —preguntó repentinamente Inuyasha recordando la habitación con olor a Sesshomaru y ese tatami que parecía para más de una persona.

 

Sesshomaru no le contestó en ese instante y pensó que no lo haría, aunque tampoco era algo muy importante.

 

—Todo el mundo duerme en algún momento, Inuyasha.

 

Eso no le contestaba nada y a la vez sí. En algún momento Por más que no se lo dijo directamente, sabía que había una posibilidad abierta. Aunque, si lo pensaba con detenimiento, ¿cuándo vio a ese desgraciado dormir? Quizá nunca lo hiciera y no tendría que compartir su lecho con él. Al menos una noticia positiva desde que llegó a ese extraño lugar del que quería salir corriendo.

 

Notas finales:

Siempre se me hace difícil crear personajes originales para fanfics, pero es inevitable en estos casos. En fin, espero que les haya gustado. Pronto Inuyasha aceptará ser la reina de Sesshomaru inevitablemente. Me parece divertido cuando lo quieren peinar, imagino que tiene tantos nudos como mi perro, quien me muerde cada vez que lo quiero cepillar.

El próximo capítulo estará algo... agitado(?

Hasta la semana que viene!


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