Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

[Reviews - 530]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

Una vez más, cuando intentó levantar la cabeza una nueva arcada azotó su garganta y volvió a meter la cabeza dentro de ese mismo cubo que abrazaba para vomitar lo poco que había comido. No tenía idea cuánto tiempo llevaba así, vomitando mientras una criada le sostenía el cabello y le decía palabras amables para tranquilizarlo. Esto era asqueroso y humillante, tanto que le llenaba de una gran frustración, la cual no podía liberar como quería porque estaba gastando sus energías en devolver todo el contenido de su estómago.

 

Finalmente pudo dar un respiro y alzar su cara para limpiarse la boca, sin estar seguro si esos asquerosos mareos lo seguirían jodiendo. ¿Por qué tenía que estar pasando por esto? No se lo explicaba y se sentía como una mierda. Todo le dolía, el cuerpo, la cabeza, y su espíritu.

 

Se apartó de ese balde sin querer ver por temor que las ganas de vomitar le asaltaron de nuevo y frotó su rostro cansado, para ver si así podría desligarse un poco de su cansancio, pero ni así su expresión mejoró.

 

—Inuyasha —habló Aya con suavidad, quien no se había movido de su lado en todo ese tiempo—. ¿Necesita algo? Puedo traerle agua, un poco de té… otro balde.

 

A pesar que esa joven lo quería ayudar no funcionó en lo absoluto. No había nada que pudiera ayudarlo. Negó con la cabeza en lugar de contestarle y Aya tampoco dijo nada, pero se notaba preocupada. Aunque fuese mucho más joven que él, parecía tener un instinto maternal muy activo y eso era agradable. Se sentía bien tener a alguien dándote una caricia en esos momentos donde se está peor, pero ni siquiera eso podía llegar a reconfortarlo.

 

Luego de unos instantes, la muchacha se retiró prometiendo volver más tarde e Inuyasha decidió descansar. Hacía algunos días que sus ánimos habían decaído demasiado y su estado físico era lamentable. El dolor y esos malestares no se detenían por más que el tiempo pasase. Los curanderos afirmaron que así sería por un tiempo mientras su cuerpo se adaptaba, pero finalmente pasaría, sólo que Inuyasha no se sentía con la paciencia para esperar a que ese tiempo pasase. Por más que prefiriese no estar así, ¿qué podía hacer? Aún no se sentía capaz de aceptar lo que pasó y cada vez que lo pensaba creía que se trataba de una mala broma.

 

¿En serio tendría una cría? ¿Había algo dentro de él creciendo? Le costaba horrores asimilarlo y a veces llegaba a creer que no, que era imposible. ¿Cómo podía estar justo ahora compartiendo su cuerpo con algo y dejándole crecer ahí? No tenía sentido para él.

 

Ni siquiera tuvo ganas que le explicaran en qué consistían los embarazos, por qué cosas pasaría, por cuánto tiempo y qué le ocurría a su cuerpo. Nada, Inuyasha no deseó saber nada, porque entre más oía esas cosas más real se volvía todo el asunto. Una parte de él creía con firmeza que sólo se trataba de una mentira o un error y en realidad sólo estaba enfermo o alguna cosa que comió le cayó terriblemente mal.

 

Sólo pasaron unos cuantos días desde que le dijeron sobre eso que tenía, pero ni aún ahora podía terminar de entenderlo. Los curanderos aseguraron que le explicarían todo a sus sirvientes y a Sesshomaru, pero que regresarían a visitarlo, aunque a Inuyasha poco le importó. No había visto a su hermano en todo ese tiempo y tampoco deseaba hacerlo, porque no tenía fuerzas y lo único que deseaba era matar a ese desgraciado.

 

¿Por qué no había podido cumplir con su acuerdo? ¿Por qué mierda tuvo que volver en esos días de apareamiento? Inuyasha sabía que parte de la culpa le correspondía porque él no hizo nada para evitarlo, ¡pero el maldito desgraciado podría haberse esforzado en controlar su calentura un poco más! Le llenaba de odio pensar en eso y apretaba sus dientes con rabia. Aún seguía casi sin comer y dormía para recuperar energía, deseando todo el tiempo sólo haber estado viviendo una desagradable pesadilla, pero no era así.

 

¿Qué iba a hacer ahora? Era desesperante no saber qué contestarse. Él no quería tener una cría, no de ese modo, no con Sesshomaru. ¿Cómo se supone que iba a tener él un hijo con esa persona que lo despreció toda su vida? Porque Inuyasha sabía que, a pesar del último tiempo que pasaron, Sesshomaru no lo quería. Su hermano lo aceptó como compañero porque simplemente así se dieron las cosas. No le importaba en realidad y quizá seguía pensando que era la peor deshonra que podía existir en ese mundo. Era incapaz de explicarse por qué eso le angustiaba tanto, pero no lloraría por una cosa semejante. Suspiró con desgano pensando que era lógico sentirse angustiado, ¿a quién le gustaría tener que cargar con algo así? A nadie.

 

Era decepcionante recordar que, antes de enterarse sobre esa cría, estuvo a punto de decirle a Sesshomaru que no quería seguir con esto. Ni siquiera estaba seguro por qué aceptó ir en primer lugar. ¿Qué demonios lo sedujo para seguir a ese imbécil y permanecer bajo su ala? Inuyasha aún no era capaz de explicárselo. Quizás hubo un mísero instante donde pensó que estar con Sesshomaru no era tan malo y que podrían llevarse bien, pero esa pequeña idea se esfumó ante tantos hechos desafortunados.

 

Si tenía que ser sincero, Inuyasha jamás se imaginó teniendo hijos. ¿Quién querría estar con un hanyō? Al menos eso fue lo que pensó, hasta que conoció a Kikyo. En realidad no pensó en tener crías con ellas, pero sí se imaginó compartiendo su vida juntos. ¿Habría llegado a tener descendencia con la sacerdotisa? Quién sabe. Tal vez si lograba volverse humano y llevar una vida común, pero no sucedió. Con Kagome ni siquiera tuvo tiempo de imaginar una vida juntos, pero, de ser por él, la hubiera protegido para siempre.

 

Por más que haya tenido personas en su vida que quiso con locura, nunca pensó en tener crías. Era incapaz de considerar cómo se vería un cachorro de su misma sangre y un escalofrío le recorrió al pensar en que sería hijo de Sesshomaru también. Inuyasha se alzó de entre las mantas para mirar sus manos mientras pensaba que él era un hanyō y su hermano lo detestaba, ¿pero qué ocurría con el cachorro que saliera de él? ¿Sería un hanyō también y lo odiaría? Peor aún, tal vez su hermano recurriría a…

 

Inuyasha agitó la cabeza para alejar esas ideas de su mente, pero la imagen volvió recurrente a su cabeza y la desesperación lo llevó a levantarse. No podía tener un hijo y menos con ese bastardo. Además, ¿cómo saldría ese niño? ¿Qué garantías tendría en que se pareciera a ellos y no fuese alguna clase de monstruo grotesco? No todos los hanyō eran iguales y muchos nacían con espantosas malformaciones. Definitivamente no quería pasar por eso.

 

De todas formas, el cachorro tendría un cuarto de sangre humana técnicamente, ¿verdad? Así que existía la posibilidad que fuese más demonio que humano, pero aun así Inuyasha sólo podía formar imágenes terroríficas dentro de su cabeza. Comenzó a caminar dentro de su habitación para calmarse. Estaba inquieto, hace mucho tiempo en realidad lo estaba y no creía que existiese una manera de calmarse.

 

¿Cómo iba a cuidar de la cría? ¡Él no era una jodida mujer y no tenía el puto instinto maternal! Jamás fue bueno con los niños, a Shippo le pegaba cada vez que podía y tenía un tacto tan suave como el de la corteza de una árbol. ¡Sería un pésimo padre! Inuyasha no quería ser padre, tampoco quiso ser la perra sumisa de Sesshomaru ni estar encerrado en ese castillo, pero parecía que nada salía como deseaba.

 

De nuevo, se preguntó qué debería hacer. No quería tener esa cría, ¿pero qué podía hacer ahora? No tenía idea. Sesshomaru no lo querría, de eso estaba seguro, y aquel pensamiento le llevaba a la conclusión que debía marcharse. Eso sería lo mejor, pero aun así era desesperante. Si su hermano hubiese querido tener un hijo, lo habría hecho. Contrario a eso, buscó una forma de evitarlo y alejarse de él. ¿Por qué ahora querría a ese hijo que existía por un descuido de ambos? Ninguno de los dos lo deseaba. Sesshomaru jamás querría al bebé de un hanyō que tenía sangre humana en sus venas también.

 

Inuyasha ya no lo soportó más y buscó entre las cosas de la habitación sus ropas rojas para volver a colocárselas, acomodó a Tessaiga en su cintura y luego salió. Estaba harto y no quería saber más nada. Haya o no una cría, era consciente que no podía seguir estando allí. Salió de la habitación y anduvo rápido por los pasillos del palacio, hasta que algo inesperado chocó contra su pie. En un primer momento creyó que pisó alguna clase de suciedad, pero cuando miró bien se dio cuenta que se trataba de algo más.

 

—¿Jaken? —preguntó viendo al pequeño yōkai pegado a su pie, aún aturdido por el golpe.

 

—Ah, por las garras de mi amo bonito… ¿Por qué siempre me pisan? —se lamentó mientras se recomponía hasta que se volteó a ver a su agresor—. ¡Ah, pero si eres tú! —Señaló al hanyō y éste arqueó una ceja al no entender por qué se alarmaba—. ¿No se supone que estabas descansando, Inuyasha? Al amo Sesshomaru no le agradará que andes por ahí molestando, con lo ocupado que está con la guerra y el supuesto ataque al palacio.

 

—¿Ataque? —preguntó ligeramente confundido. Sabía que estaban en guerra, pero no estaba enterado de un ataque y tampoco imaginaba quién era tan valiente como para invadir el territorio de ese bastardo.

 

—¡Ay, será que nunca sabes nada! —se quejó muy indignado, pero al instante siguió explicando—. Han habido rumores de enemigos rodeando el castillo preparando un ataque y buscando el punto débil del amo. ¡Ja, ingenuos! Ya verán que el amo Sesshomaru no tiene esa clase de cosas.

 

—Sí, no me interesa en realidad —admitió comenzando a caminar lejos de ese enano. No planeaba distraerse en esas cosas, no eran su asunto.

 

—Oye, ¿no pensarás ir a causar problemas por ahí o sí? —espetó alto, pero Inuyasha desapareció de su vista sin contestarle. Jaken suspiró mientras se rascaba la cabeza—. Estoy seguro que lo que sea que haga ese hanyō hará enojar mucho a mi amo bonito.

 

Inuyasha era consciente que a Sesshomaru no le gustarían sus decisiones, pero poco le importaba. Ya no quería seguir ahí y no había ninguna razón verdadera para permanecer a su lado. Había llegado a su límite y no pensaba tolerar más esta forma de vivir.

 

En un primer momento, pensó en irse sin decir nada, pero cuando ese idiota apareció frente a él supo que no podría hacerlo. Ambos se miraron como si hacía años no lo hicieran y se hubiesen olvidado cómo era el otro, pero Inuyasha no estaba dispuesto a perder más tiempo. Suspiró mientras comenzaba a caminar como si Sesshomaru no existiese, pero ese tonto no parecía estar dispuesto a ignorarlo.

 

—¿Por qué saliste? —preguntó cuando Inuyasha estuvo cerca de él.

 

—Me voy —dijo de forma tajante, pero eso no era suficiente explicación. ¿Por qué debía dar una explicación de todas formas? Sesshomaru no era su dueño y él haría lo que quisiese.

 

—No puedes salir —mencionó acercándose un poco más—. Es peligroso.

 

—Oh, no me digas que ahora te importa mi seguridad —La voz de Inuyasha salió con gran ironía y miró a su hermano con ojos furioso—. ¿O fingirás que te importa mi estado?

 

—¿Cuándo he fingido?

 

—¡No me mientas! —espetó sin poder contener la indignación que le provocaba—. Yo sé que no te importo, jamás te importé y esto no es una excepción.

 

—Creo haberte dicho ya que somos compañeros —reiteró con un tono severo sintiéndose molesto por tener que repetir esa conversación inútil—. Y la cría que llevas también es mía.

 

—¡Yo no quiero ser tu compañero! —estalló finalmente sin saber cómo había aguantado tanto sin gritar—. ¡No quiero este hijo ni tener que verte la cara! Sólo aceptaste esto de “compañeros” porque congeniamos en el apareamiento y en realidad no te importa.

 

—Los enlaces entre yōkai se generan de esa forma.

 

—¡Yo no quiero un jodido enlace yōkai! No quiero pasar toda mi vida junto a un bastardo que sólo me ve como una molestia con la que se acuesta cada cierto tiempo y tiene hijos. ¿Qué clase de vida de mierda es esa?

 

Hubo un largo silencio cuando sus gritos se apagaron y Sesshomaru lo miraba con el ceño fruncido. Estaba enfadado, pero no le importaba, porque sabía que tenía razón. Él no le importaba a su hermano y sólo lo veía como una de las cosas más que conformaban su vida. Inuyasha no deseaba eso. Por más que supiera que jamás obtendría nada de Sesshomaru, una parte de él deseó que ese idiota dejase de ser un imbécil, al menos un poco, y quizá poder tener… no sabía qué, pero asumía que algo mejor que esta relación de mierda que llevaban.

 

En ciertos momentos, muy escasos, Inuyasha en serio pensó que Sesshomaru lo veía diferente. Que ya no lo despreciaba como antes, que había dejado de importar su linaje e incluso llegó a creer que se preocupaba por él, pero ahora se daba cuenta que sólo había sido un tonto ingenuo.

 

—Por lo visto aún no dejas de pensar como un humano —mencionó Sesshomaru con una frialdad que a Inuyasha le resultó familiarmente dolorosa. Allí estaba la verdad golpeándolo en la cara una vez más.

 

¿En qué momento creyó que esto podría ser diferente? No podía estar más molesto consigo mismo.

 

—Por lo visto nunca dejarás de ser una mierda —dijo con un dolor que no supo cómo aguantó. La decepción que le embargó fue abrumadora, pero esto era su culpa por pensar que ese bastardo podía llegar a verlo como algo más que un simple trámite de apareamiento.

 

No se sintió capaz de seguir confrontando más con ese fracaso que no lo llevaría a ningún lado. Inuyasha se dio la vuelta y se marchó. Corrió rápido, tanto que no estaba seguro cómo su pies no se lastimaron por la velocidad que optó y deseó que ese idiota no lo siguiera. Quería irse lejos, marcharse a un lugar donde no se sintiera presionado y esta molesta tristeza no le consumiera recordándole lo tonto que fue.

 

Ni siquiera prestó atención cuánto se alejó, pero el palacio había quedado atrás, aunque no terminó de salir del territorio cuando una flecha le rozó el hombro. Una herida pequeña se marcó en su piel, rasgando un poco su ropa, trayéndole recuerdos de cuando fue sellado, pero seguramente esa flecha hubiera acertado en su corazón si la lanzaba Kikyo. Inuyasha no divisó en un primer momento quién le disparó, sólo oyó una voz resonando en el bosque y un mal presentimiento le hizo tomar el mango de su espada.

Notas finales:

Capítulo engorroso. No tengo mucho para decir al respecto, más allá que estas partes son difíciles de escribir para mí. Gracias a quienes leyeron. Nos vemos el sábado.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).