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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

—¡Vamos, Yuzu! —dijo Rin muy emocionada—. Sigue así, anda…

 

Con cuidado, sostuvo las manos de la bebé mientras la ayudaba a caminar. El hijo más joven de Sango ya caminaba y Rin lo había ayudado a lograrlo de la misma forma. Yuzu, al verlo andar, también quiso intentarlo. Ella era bastante pequeña, pero daba unos cuantos pasos y Rin se ocupó de hacerla mantener el equilibrio para que no caiga.

 

Desde algunos metros de distancia, Inuyasha observaba a su hija caminar con la ayuda de Rin. Una sonrisa se le escapó al verla tan entretenida. Daba bastantes pasos y ya prácticamente no necesitaba que la sostengan, pero aún seguía siendo pequeña para lograrlo por completo.

 

El día estaba muy lindo, cosa que era una suerte considerando que había hecho bastante frío no hace mucho, pero este no fue el caso. No hacía calor, pero el sol brillaba de una forma magnífica y eso les permitía disfrutar del día. Sus amigos estaban ahí con ellos, con sus hijos, jugando y viendo cómo los niños corrían en el pasto. Cada tanto, su vista se desviaba a Raiden, quien jugaba muy contento con Kirara. Ahora que los veía juntos, el hōkō era más grande, pero se lo notaba muy emocionado. Probablemente nunca había visto a un nekomata o alguna criatura que se asemejara a él, era normal que estuviera contento al hacer una nueva amiga.

 

Se había apoyado contra un árbol mientras observaba a unos pocos metros. Sesshomaru estaba junto a él, como siempre. Ya llevaban un par de días en la aldea y su compañero no parecía incómodo por tener que convivir con tantos humanos, aunque sí tomaba una determinada distancia, pero era justamente porque él era así. Inuyasha sabía que no estaba disgustado por estar ahí, podía sentirlo. Observó a su hermano, quien también miraba con atención a su pequeña protegida jugando con su hija, cosa que seguramente jamás imaginó.

 

—¿Aburrido? —preguntó Inuyasha y Sesshomaru volteó a verlo—. Ella parece estar divirtiéndose.

 

El yōkai no dijo nada al instante, sólo regresó la vista hacia donde su hija estaba jugando y permaneció pensativo. Allí Inuyasha supo que se encontraba meditando otra cosa.

 

—Pronto debemos regresar —mencionó finalmente Sesshomaru.

 

Por un instante, intentó deducir a qué se refería su hermano, pero no le costó mucho entenderlo. La luna nueva. Ya sabía que Sesshomaru no quería que su niña pasara esa noche en particular fuera de su hogar y acordaron volver antes que fuese esa fecha. Había estado tan cómodo en la aldea que lo olvidó.

 

—Aún faltan algunos días —recordó y no recibió ninguna objeción. Sesshomaru era precavido, ningún detalle se le escapaba y eso era algo bueno, porque Inuyasha a veces se despistaba un poco.

 

Todavía debían acordar cuándo volver, pero el llanto de su hija les alarmó. Inuyasha caminó hasta donde estaba Yuzu y la niña se aferró a él cuando lo vio. Al parecer, alguien intentó abrazarla y la niña no estuvo de acuerdo. Era un poco tímida, se dejaba sostener por otros algún tiempo, pero no tardaba mucho en querer regresar con él.

 

—Ya, enana —dijo con suavidad sosteniendo a su hija—. Deja de hacer escándalo —Yuzu parpadeó un par de veces con una mueca triste y escondió el rostro en su cuello—. Qué llorona que estás hoy…

 

—Quizá tiene sueño —comentó Sango llevando de la mano a su hijo.

 

—Creo que extrañaba a su mamá —dijo Rin con una sonrisa, pero recibió una mirada molesta por parte de Inuyasha.

 

Ya estaba harto de quejarse porque todos lo llamen así, pero esos desgraciados parecían disfrutar molestándolo. Un bufido se le escapó mientras cargaba a su hija, quien poco después salió de su escondite, pero no quiso que la suelte. Tal vez estar en un lugar desconocido provocaba que ella buscara más estar en contacto con sus padres. Era obvio que su pequeña se divertía con todos, pero seguía estando en un lugar que apenas conocía.

 

Yuzu tuvo la intención de dormirse, pero no lo hizo. La mocosa se mantuvo despierta e Inuyasha estuvo a punto de dársela a Sesshomaru, para ver si él tenía más suerte, pero no lo hizo. Hubo algo que llamó su atención y le obligó a permanecer quieto. Alguien se acercaba, sus sentidos se lo indicaban, pero ese olor lo conocía muy bien. Arrugó el rostro en una mueca desagradable sin entender qué podía hacer ese idiota ahí.

 

La nube de tierra se aproximó llamando la atención de todos allí, pero la mayoría ya sabían de quién se trataba. Sesshomaru se aproximó a él y compartieron una mirada cómplice. Ambos sabían que esa presencia no era peligrosa, no se acercaba con una mala intención, pero aun así no se explicaban a qué venía.

 

—¿Qué rayos haces aquí, lobo asqueroso? —espetó Inuyasha cuando el polvo se disipó y se miraron con Koga.

 

—Qué te importa, idiota —contestó de la misma forma—. Andaba por aquí cerca y el olor a perro me llamó la atención.

 

—No me digas —Inuyasha rodó los ojos fastidiado.

 

Hacía bastante tiempo que no veía a ese lobo, aunque las cosas no estaban mal entre ellos, pero las formas en que se trataban jamás cambiarían. Sus amigos se aproximaron para poder saludar a ese recién llegado y preguntarle cómo estaba o por qué fue que llegó. Por más que no lo dijera, Inuyasha creía en que el tonto de Koga no andaba muy lejos y le llamó la atención percibir su esencia. El lobo metiche seguramente le causó intriga que estuviera lejos del palacio y quiso ir a ver qué pasó. Ese idiota no podría engañarlo jamás, pero tampoco le molestaba que estuviera allí.

 

Algo que llamó la atención de Koga fue ver esa niña que cargaba Inuyasha. Ella levantó la cabeza para verlo cuando se acercó, abrió los ojos muy atenta y movió las orejas un instante. Vaya, era muy parecida a Inuyasha, pero esa luna en la frente le daba entender de quién más era hija.

 

—Oh… —mencionó acercándose a la niña—. No pierdes el tiempo para reproducirte, perra promiscua.

 

—No le hables tan cerca a mi hija o le vas a contagiar la rabia.

 

—Ya, prestamela —Koga estiró los brazos para que le dejara sostener a la bebé—. Soy bueno con los niños.

 

—Ni loco pondrás una mano sobre ella —sentenció Inuyasha, pero su hija estiró los brazos para que le dejase ir y esto le desconcertó. Enana traidora, ¿cómo podía querer acercarse a ese tonto si cuando otra persona la abrazaba se ponía quisquillosa? Mocosa de mierda.

 

A pesar de los raros pedidos de Yuzu, Inuyasha dudó un momento, pero no tenía por qué hacerlo. Koga no le haría daño a su hija, ahora eran amigos. Sabía que no le haría nada malo, Sesshomaru lo sabía porque, si no estuviera de acuerdo, hubiera impedido que él se acercara; incluso sus amigos ahí sabían que todo estaría bien. Sin embargo, sus malditos instintos eran los que le impedían soltar a su niña. Respiró hondo y se la pasó a Koga finalmente, aunque algo de él se estrujó al no tener el peso de su hija entre los brazos y eso lo puso tenso.

 

Koga sostuvo a la niña y ésta lo miró con curiosidad. Debía admitir que era bastante bonita la pequeña. No se había esperado encontrarse a Inuyasha con una hija cuando se aproximó, sin duda le sorprendió.

 

—Hola, nena —la saludó—. Soy Koga, un amigo de tu madre, cuando él no deje de joderte puedes venir a divertirte conmigo —mencionó provocando una pequeña risa por parte de esa niña. Koga realmente era bueno con los niños, en su tribu siempre jugaba con ellos y le agradaban bastante, aunque no tenía los suyos propios.

 

—¿Qué mierda es eso de madre, idiota? —dijo Inuyasha enojado—. Y no eres mi amigo, voy a matarte.

 

—Ya cálmate, aliento de perro, estoy conversando con la nena —mencionó Koga señalando a Yuzu—. Es bastante linda para ser hija tuya que tienes esa cara horrible.

 

—¿Qué dijiste? —masculló furioso y con ganas de golpearlo, pero se controló porque ese imbécil seguía cargando a su hija.

 

Yuzu no parecía incómoda en las brazos de Koga, todo lo contrario. Ella lo miraba con mucha curiosidad, incluso acercó sus manos para tocarle el rostro, pero lo único hizo fue bajarle esa banda que siempre llevaba en la frente hasta taparle los ojos. Aquel inocente gesto causó bastantes risas y orgullo por parte de Inuyasha. Que su hija molestase a ese lobo tonto sin duda fue lo mejor que le pasó en el día, aunque no pudo evitar carcajearse cuando ella le tiró del cabello.

 

—Carajo, tu mocosa tiene fuerza —mencionó Koga arreglándose luego de devolver a la bebé.

 

—Eso es porque eres tan débil que te duelen hasta los jalones de una niña —dijo con sorna Inuyasha, aunque a él también le dolía siempre que su pequeña jugaba con su cabello.

 

—¿A quién llamas débil, saco de pulgas? —Koga se acercó a Inuyasha de forma amenazante, más que nada por costumbre, porque no lo atacaría en ese momento y menos porque traía a la pequeña en brazos.

 

—A ti, lobo llorón, ¿a quién más?

 

Por un instante, Inuyasha estuvo por entregarle su hija a alguien para poder ir a golpear a ese imbécil más cómodamente, pero una mano en su hombro se lo impidió. Apenas volteó un poco el rostro para observar a su hermano allí y sintió que éste hizo un poco de fuerza en su agarre para tirarlo hacia atrás, alejándolo de Koga.

 

—Es suficiente —sentenció el daiyōkai con una voz que podría helar la sangre de cualquiera.

 

No pudo evitar parpadear confundido cuando vio a Sesshomaru. ¿Qué le pasaba a ese tonto? Inuyasha no necesitaba ninguna protección, mucho menos que lo protejan de ese lobo sarnoso. Sin embargo, tuvo la ligera impresión que Sesshomaru lo alejó por celos. Eso le causó cierta gracia, pero no lo exteriorizó. ¿Aquel poderoso demonio no quería que nadie se acerque a él ni a su familia? Qué increíble. Ya sabía que su hermano era un psicópata posesivo, pero nunca creyó que lo mostraría de esa forma.

 

—Tranquilo —dijo Koga alzando una mano en un despreocupado saludo—, nadie va a quitarte a tu hembra, no consumo carne de perro.

 

—Cállate, como si fuese a pasar —Inuyasha hizo una mueca de asco al pensar, pero al instante lo miró molesto—. ¿A quién llamas hembra, idiota de mierda? No me hagas…

 

—Inuyasha —interrumpió Sesshomaru y su voz firme fue suficiente para callarlo.

 

El hanyō lo miró muy molesto, pero al final acabó gruñiendo con los dientes muy apretados. Sabía que no debería comportarse de esa forma tan tonta y menos frente a su hija, ¡pero ese lobo estúpido siempre lo sacaba de quicio!

 

—Como jodes… —murmuró mientras volteaba el rostro y acomodaba a su hija en brazos. Sí, Sesshomaru lo jodía bastante, pero eso era parte del compañerismo o al menos eso creía. ¿Joderse entre ambos? Se le hacía un trato justo.

 

Para mala suerte de Inuyasha, Koga no se marchó. El lobo pareció dispuesto a permanecer un rato más allí y lo peor fue que su hija jugaba con él muy divertida. Al parece, Koga no mintió cuando dijo que era bueno con los niños, porque los hijos de Sango también se divertían con él. Rin lo miró con cierta desconfianza al principio, pero acabó relajándose. Ella era una niña buena, quien no guardaba rencor con nadie, ni siquiera por ese yōkai quien, indirectamente, le recordaba un momento trágico en su vida. No importaba, ella no quería pensar en eso, ahora era feliz. Tenía amigos, una familia, y esas cosas carecían de importancia.

 

En más, ella ya no se acordaba bien cómo murió por primera vez y tampoco la segunda, sólo recordaba quién la salvó y ese fue Sesshomaru. Jamás olvidaría su rostro y lo que era realmente importante, aprovechar esas dos oportunidades que el cariño de un demonio le regaló.

 

Una vez más, Rin intentó hacer que Yuzu caminara y la niña logró hacerlo sola, pero Koga la sostuvo para que no caiga al suelo. Era divertido, aquel lobo no era malo, e incluso esa bebé parecía contenta al jugar con él. Luego se habían sentado a tratar de enseñarle algunas palabras, las cuales ella parecía prestar completa atención, aunque ninguna le salía completa y varias sílabas se perdían en su pronunciación, pero lo intentaba con muchas ganas.

 

—A ver, nena —Koga se sentó frente a Yuzu, quien estaba sentada en las piernas de Rin, y la miró fijamente—. Di Koga, vamos, Ko-ga.

 

—No creo que eso le salga —intervino Shippo mientras negaba con la cabeza—. ¿Qué tal perro tonto?

 

—¡Ja, eso sería genial! —rió el lobo mientras ambos pensaban en lo graciosa que se vería la cara de Inuyasha al oírla.

 

—Mmm… ¿Qué tal mamá? —propuso Rin, pensando que esa era la palabra más fácil y adecuada para un bebé.

 

Yuzu movió las orejas al oírla y movió la cabeza como si buscara algo.

 

Ma… —dijo la niña mientras estiraba el cuello sin encontrar lo que buscaba.

 

Eso les dio una idea más malvada al par de yōkai y se miraron de una forma cómplice.

 

—Es perfecto —Koga miró a la niña frente a él y sonrió maquiavélico—. Yuzu —la llamó y ella enseguida giró el rostro para verlo—. Di mamá, anda, ma-má, es fácil, ma-má.

 

—¡Sí, mamá! —alentó Shippo—. Ma-má, como Inuyasha, ma-má.

 

Al oír eso, el rostro de la pequeña pareció iluminarse y lo intentó con mayor ímpetu. Siempre que intentaba decirlo, la lengua se le trababa, pero nuevamente probó.

 

—Ma… Ma… Mamá —logró decir finalmente ambas sílabas seguidas y todos allí festejaron contentos, cosa que la hizo reír muy feliz—. ¡Mamá!

 

—¡Muy bien, Yuzu! —felicitó Rin muy contenta. Era muy emocionante oírla hablar, además resultaba muy tierna.

 

Koga acarició la cabeza de la bebé y sonrió nuevamente. La niña era bastante inteligente, cosa que seguro había heredado de Sesshomaru, porque de Inuyasha sólo tenía las orejas.

 

—¡Oye, cara de perro! —gritó para que Inuyasha se acercara y, cuando lo hizo, miró otra vez a la niña—. Yuzu, ¿quién es él?

 

—¡Mamá! —contestó la niña muy contenta y todos allí rieron menos el mismo Inuyasha.

 

¿Qué mierda acababa de oír? ¿Cómo lo llamó? El rostro se le puso blanco en ese instante y tuvo ganas de ahorcar a Koga mientras enterraba a Shippo vivo. Par de desgraciados, habían influenciado a su pequeña, iba a matarlos. Sin embargo, por más que Inuyasha descargara su furia, su hija no olvidó esa palabra.

 

No podía creer que la primer palabra que salía clara de los labios de su hija fuera esa y que sólo la dijera cuando lo veía a él. Esto era lo más humillante que le había pasado.

 

—Qué bien, Yuzu —Sango se acercó también a halagar a la pequeña por su logro.

 

—Pero recuerda —intervino Miroku junto a su esposo—. Son papá Sesshomaru y mamá Inuyasha.

 

Definitivamente iba a quedarse sin amigos, el hanyō lo meditó seriamente. De hecho, ¿para qué mierda fue a visitar a ese grupo de desgraciados? Todo para que se burlaran de él como siempre hacían, malditos imbéciles. Por más que Inuyasha se esforzó durante ese día en que su hija olvidase esas palabras no lo hizo. Yuzu aprendió a decir mamá primero, pero después también le enseñaron papá. Sin embargo, la niña sólo mencionaba esta palabra cuando le hablaban de Sesshomaru o lo veía. Mocosa de mierda, ¿por qué ella también disfrutaba joderlo?

 

Un escalofrío desagradable le dio cuando su hija lo abrazó y lo llamó de esa forma horrible. Por más que le dijera que no, a ella no le importaba. Hubo un momento donde miró a Sesshomaru y tuvo la impresión que éste disfrutaba el momento, aunque su cara no lo expresara. ¿Cómo no iba a disfrutarlo? Si ese sádico le encantaba verlo sufrir. Finalmente tenía razón, su rara hija era igual al idiota de su padre.

 

En cierto momento del día, cuando la mañana comenzó a perderse, Rin se acercó a ambos y mencionó unas palabras que Inuyasha jamás pensó que iba a oír en la vida.

 

—¿Celebrar qué? —preguntó el hanyō esperando haber entendido mal.

 

—¡La boda! —reiteró ella—. El señor Sesshomaru dijo que tendrían una, pero al final no pasó, ¿verdad?

 

Claro que no había pasado, era lo que menos deseaba Inuyasha y su tonto hermano lo sabía. No realizaron ningún matrimonio ni ninguna fiesta protocolar que acostumbraban los yōkai de clase alta, porque justamente a ellos eso no les hacía falta. El lazo que compartían era lo mismo que un matrimonio, la fiesta sólo era pura apariencia, algo que no les importaba. Sin embargo, Rin y Kaede les ofrecieron hacer una ceremonia pequeña, algo familiar e íntimo, en ese momento que estaban reunidos todos. Una ceremonia humana.

 

En un primer momento dijo que no, pero luego lo pensó un poco más. Después de todo, él tenía un lado humano y eso también era parte de sus raíces. No necesitaba ninguna ceremonia para saber que estaba unido a ese desgraciado, pero no pudo evitar meditarlo un poco. ¿Alguna vez pensó en casarse siquiera? No, ni siquiera se acordaba cómo eran las bodas, y eso que estuvo en la de Sango y Miroku. Aun así, ¿tan grave sería?

 

Sus amigos parecieron entusiasmados con la idea, pero todavía faltaba el sí de la pareja. Inuyasha tuvo la certeza que su hermano no querría nada de eso, pero Sesshomaru dijo que accedería si él lo deseaba. Desgraciado hijo de puta, le estaba dejando toda la responsabilidad. ¿Qué debería decir? Inuyasha sabía que la respuesta era no, pero finalmente terminó aceptando para que esos tontos dejaran de molestarlo. ¿Qué tan malo sería? Sólo una tonta y aburrida ceremonia, una excusa para comer bien y hacerlo pasar un mal momento.

 

A pesar de molestarse, Inuyasha también quería tener un recuerdo especial con ellos. Cuando se marchasen estaría muy lejos y no sabía cuándo volvería a verlos. Pensar que podría compartir ese momento significativo, además de vergonzoso, con ellos fue otro de los motivos porque dijo que sí. No debía olvidar que sus amigos eran humanos, la mayoría al menos, y debía aprovechar cada instante con ellos, incluso esos momentos donde deseaba que la tierra lo tragase.

 

Estuvo seguro de su decisión, hasta que lo obligaron a cambiarse de ropa. ¿Para qué mierda era eso? Si sólo sería una boda para aparentar y pasar el rato, pero las mujeres aseguraron que el matrimonio no era ningún juego. Qué pesadas, pero ya era tarde para retractarse. Ni siquiera estaba seguro cuánto tiempo estuvieron torturándolo, pero ya era de tarde. Yuzu miraba con mucha atención todo lo que sucedía desde los brazos de Rin, quien opinaba mientras Sango acomodaba el cabello de Inuyasha. ¿Esto era necesario? Sabía perfectamente que no, pero se prestó un rato para ser la muñeca de ellas, sólo no permitió que las gemelas le pusieran adornos o alguna cofia encima, eso ya era demasiado.

 

No estuvo seguro de dónde sacaron ese kimono blanco con detalles rojos, pero Sango aseguró que estaba entre las cosas que trajo. ¿Ah sí? ¿Esa ropa era suya? Inuyasha no solía vestirse muy formal en el palacio, así que para nada reconocía esas ropas como propias, pero aun así se las dejó. La exterminadora le había recogió el cabello y aseguró que lucía muy bien, cosa que le hizo sentirse más fastidiado. Esto era ridículo y no podía para de repetírselo. Todos se estaban tomando demasiadas molestias para nada. Incluso todas ellas se vistieron con ropas más bonitas. Se estaban tomando demasiado en serio todo esto de la boda.

 

Una parte de Inuyasha comenzó a pensar que, tal vez, ya habían planeado todo esto y estuvo más seguro cuando Sango le dijo que no irían a la cabaña de Kaede. Salieron de la casa de su amiga con las niñas y caminaron por el pueblo. Varios de los habitantes de allí lo reconocieron y saludaron, hasta incluso le desearon felicidades, provocando que arqueara la ceja confundido. ¿Qué mierda? ¿En serio esto estaba planeado? Poco a poco comenzaba a tener la certeza que sí, sobre todo cuando subieron las largas escaleras hasta el pequeño templo de ese pueblo. Inuyasha recordaba ese lugar, allí junto estaban los restos de Kikyo, y tragó saliva cuando vio a sus otros amigos reunidos mientras los esperaban.

 

¿Sesshomaru también se había cambiado de ropa? A veces solía verlo con diferentes prendas, pero era la primera vez que lo veía de negro o al menos eso creía. En ese instante, Inuyasha se detuvo al notar de qué se trataba todo esto.

 

—¿Por qué mierda yo tengo que ser la puta novia? —espetó cuando notó qué significaban los colores que traían y sí, sus tontos amigos se lo tomaron en serio.

 

—Ya acepta que eres la perra de tu hermano, tonto —contestó Koga e Inuyasha lo miró con ganas de arrancarle la cabeza.

 

Odiaba que le recordaran todo el tiempo esa mierda, pero también era su culpa por negarse a aceptar ciertas cosas. Por más humillante, algunas verdades no podía negarlas. Sesshomaru se aproximó a él y le habló más cerca, de una forma privada.

 

—No es necesario seguir con esto si no lo deseas —aclaró el yōkai, pero su pequeño hermano sabía eso. Ellos no necesitaban un matrimonio real, pero ahí seguían de pie—. De todas formas, ninguna novia se te compararía.

 

Ante esas palabras, la vergüenza le coloreó el rostro. Maldito Sesshomaru, ¿justo ahora y enfrente de todos tenía que hacer esto? Detestaba las veces que le hacía esos cumplidos, porque siempre le descolocaban, le dejaban sin palabras y no tenía idea cómo actuar después. A veces, su hermano lo hacía sentir como un tonto, pero de una forma agradable.

 

No dijo nada y aceptó continuar con esa tontería un poco más. Tampoco podría ser tan malo y dudaba que, después de oír a su hija llamarlo mamá, su orgullo podría dolerle más.

 

Se sentó junto a su hermano y, frente a ellos, estaba Kaede. La vieja sería quien oficialice la ceremonia y lo único que los separaba a ellos de la mujer era una mesa con cosas. Inuyasha divisó unos vasos, una jarra, un pergamino y unas cuantas cosas más que no tuvo ganas de esculcar con la mirada. La sacerdotisa comenzó con una pequeña oración, bendiciendo esa unión que se estaba a punto de dar.

 

—Inuyasha y Sesshomaru —continuó ella—. Deben estar felices hoy, porque pueden compartir la alegría de su amor con sus amigos y familiares, y también expresar sus aspiraciones para el futuro.

 

El hanyō arqueó una ceja al oírla, pero no dijo nada. El resto de sus amigos se habían sentado detrás de ellos e incluso su pequeña hija guardaba silencio en esos instantes.

 

Kaede tomó un rosario entre sus manos, enredándolo entre sus dedos, antes de continuar.

 

—El matrimonio es un vínculo compartido, una unión donde ambos deben comprometerse tanto en cuerpo como en alma —Hizo una pausa por unos instantes—. ¿Prometen ayudarse uno al otro a desarrollar la mente y el corazón, cultivando la compasión, la generosidad, la ética, la paciencia, el entusiasmo, la concentración y la sabiduría con los años y los altibajos de la vida, con el fin de transformarlos en el sendero del amor, la compasión, el gozo y la ecuanimidad?

 

Sin querer, había apretado un poco los dientes. Inuyasha no supo por qué se sintió tenso en ese instante, tal vez porque nunca se imaginó en una situación similar. Miró un instante de reojo a Sesshomaru y éste también le observaba. ¿Qué debían decir? Ambos lo sabían.

 

—Sí, prometemos —dijeron al unísono.

 

Sintió su corazón golpearle contra el pecho después de dar esa respuesta y más por oír la voz de su hermano retumbando con la suya. Nunca creyó que una tonta ceremonia podría ponerlo así, pero aún no se acababa.

 

—Reconociendo que las condiciones externas de la vida no siempre estarán libres de problemas —prosiguió la sacerdotisa—, y que internamente sus propias mentes y emociones se verán obstruidas por la negatividad. ¿Prometen ver todas estas circunstancias como retos que les ayudarán a crecer, a abrir sus corazones, a aceptarse a sí mismos al igual que al otro? ¿Prometen evitar volverse intolerantes, cerrados o testarudos y ayudarse uno a otro a ver las las situaciones desde los distintos puntos de vista?

 

Posiblemente eso no sería tan fácil, pero se esforzarían. Sesshomaru jamás supo cómo los humanos celebraban sus uniones, pero no era muy diferente a cómo lo hacían los yōkai. Tal vez la diferencia radicaba en que el enlace yōkai tenía que ver más con la dominación y apropiación de una alfa sobre su compañero. Sin embargo, él era consciente que con Inuyasha su relación era un caso especial. Por eso mismo se trataban como lo hacían y ahora estaban compartiendo esa ceremonia más propia de los humanos. No tenían una convencional relación entre demonios ni tampoco un matrimonio humano, era algo diferente; tan diferente como el mismo Inuyasha. No quería otro compañero, no lo necesitaba, porque la singularidad que él lo ofrecía era todo lo que deseaba y aprendió a anhelar.

 

—Sí, prometemos —repitieron.

 

—Cuando llegue el momento de separarse, ¿prometen recordar el tiempo que compartieron con alegría, por haberse conocido y por lo que han vivido juntos y aceptar que no podemos agarrarnos a nada para siempre?

 

Decir a eso, a ellos dos en particular, era extraño, pero no errado. Aunque tuviesen vidas largas, no eran eternas. Algún día ellos también perecerían, pero pensar en eso era algo confuso. Sin embargo, no dudaban que tendrían montones de momentos más y jamás olvidarían los que pasaron. Ni los tristes ni los felices, y mucho menos los que estaban por venir.

 

—Sí, prometemos.

 

Un par de promesa más siguieron después de éstas, hasta finalmente llegó el momento de leer un pergamino que allí estaba sobre la mesa. El primero en hacerlo fue Sesshomaru e Inuyasha no supo por qué los cabellos de la nuca se le erizaron.

 

—En el día de hoy —dijo—, prometo dedicarme por completo, en cuerpo, palabra y mente. En esta vida, en cualquier situación, en la abundancia o en la pobreza, en la salud o en la enfermedad, en los momentos felices o difíciles, trabajaremos para ayudarnos uno a otro de manera perfecta. Ese es el propósito de nuestra relación, de este vínculo al cual me comprometo y es mi destino.

 

Casi tuvo la sensación de haber dejado de respirar mientras lo escuchaba. ¿En serio oyó a su hermano recitado esas palabras? ¿En serio eso era lo que este bastardo quería? ¿Por qué le costaba tanto creerlo? En muchos momentos, Inuyasha no podía evitar preguntarse eso o el por qué todo había acabado así, pero eso no significaba que no se sintiera feliz porque así fuese.

 

Permaneció tan absorto mirando a su hermano que apenas notó cuando éste le entregó el pergamino a él. ¿Ahora era su turno? Rayos, esperaba leer igual de bien.

 

—En… En este… día —comenzó con dificultad, pero respiró hondo. No era momento de desesperarse. Esto debía hacerlo bien. Inuyasha reunió coraje y lo volvió a hacer—. En el día de hoy, prometo dedicarme por completo, en cuerpo, palabra y mente. En esta vida, en cualquier situación, en la abundancia o en la pobreza, en la salud o en la enfermedad, en los momentos felices o difíciles, trabajaremos para ayudarnos uno a otro de manera perfecta. Ese es el propósito de nuestra relación, de este vínculo al cual me comprometo y es mi destino.

 

Cuando acabó, prácticamente suspiró de alivio y esperó que ese fuera el final de la ceremonia, pero no. Puta madre, ¿cuánto duraba esta mierda? Al menos no tuvo que leer o decir nada más.

 

Kaede sirvió sake de la jarra en los tres pequeños vasos. Ella dijo que simbolizaban el Cielo, la Tierra y el Cuerpo. Debían darle tres sorbos a cada uno de los vasos, eso fortalecería la unión que ellos poseían y serían bendecidos. Inuyasha no se mostró muy convencido. Observó cómo Sesshomaru bebía tranquilamente cómo la vieja dijo, pero, cuando fue su turno, el sabor de ese sake le supo pésimo. ¿De dónde carajo sacaron ese licor? ¿Del río? No se quejó de todas formas. Tomó los sorbos y esperó que esto acabara pronto.

 

—Con el poder que me han conferido sus deseos —habló la sacerdotisa para finalizar— y ante la presencia de todos sus allegados, declaro esta unión finalmente realizada. Ambos son compañeros, y así será así siempre.

 

Una pequeña sonrisa se le escapó a Inuyasha, alegre porque ya había terminado todo eso, pero los aplausos de todos allí le dijeron lo contrario.

 

—¡Salud por los novios! —gritaron mientras brindaban con más de ese licor, cosa que se le negó a los más pequeños.

 

Una de las cosas buenas que tuvo hacer todo esa ridiculez, fue que después comieron exquisito. Regresaron al pueblo y esa noche festejaron hasta tarde. Inuyasha abrazó a su hija cuando se la regresaron y la sostuvo con un sólo brazo. No se sentía para nada diferente. Su vida no cambió porque realizaran ese tonto matrimonio, finalmente siempre supo que era una pérdida de tiempo. Sin embargo, por más que dijera eso, hubo cierto momento de la noche donde, sin prestar real atención a sus acciones, su mano se entrelazó con la de su hermano sin que nadie los viera y eso le generó un estremecimiento por dentro.

 

Era bastante tonto, considerando que ellos se habían tocado de todas las formas posibles y su hija era la mayor prueba de ello, pero esto era diferente. Compartir esos gestos de cariño con Sesshomaru, los besos dulces, las caricias suaves que no guardaban otra intención, o esas miradas que transmitía más de lo que podrían explicar. Todo eso, le generaba aquella sensación que parecía que su estómago se estrujaba con la intención de hacerlo vomitar. Mierda, sí que estaba enamorado de ese idiota, pero lo que más le daba regocijo es saber que no era el único, porque Sesshomaru lo quería de la misma manera.

 

Notas finales:

Subo este capítulo hoy viernes (o lo que queda) porque es el cumpleaños de Annie de Odair. Es mi forma de demostrarle mi amor y darle alguna clase de regalo, aunque ya le hice uno. ¡Feliz cumpleaños! Te amo.

Este capítulo es tan... raro. Leí un montón sobre cómo se celebran las bodas budistas en Japón y más en la antiguedad. Hasta le pregunté a mi profesor de japonés. Al final esto fue lo que quedó. Ellos dijeron que debían casarse y algún dia debía pasar.

Por cierto, si no lo notaron, Ayame acá no existe. Esto no es porque no me agrade el personaje, todo bien, pero acá me basé en el manga y ella es un personaje exclusivo del anime. Al final del manga, no se sabe qué pasó con Koga, creo que Rumiko se olvidó de él jajaja

En fin, nos vemos el miércoles.


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