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Canción de cuna por Love_Triangle

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Todos tenemos miedo de algo y tener miedo es algo que nos hace ser más humanos y abrirnos al corazón de los demás. A Gabi le daba miedo la soledad, su carácter alegre y extrovertido le obligaba a estar siempre al lado de las personas que más quería y a conocer a otras nuevas para así nunca quedarse solo. Un día que había venido a jugar conmigo en mi casa, lo dejé solo en mi habitación para ir a buscar uno de mis juguetes favoritos al salón. Cuando volví Gabi estaba llorando, había tardado demasiado en encontrarlo y le había dado miedo que lo dejase durante tanto tiempo.

A mamá le daban miedo las arañas grandes y peludas. Cuando padre veía uno de sus documentales sobre animales y salía una, mamá se iba del salón. Yo siempre iba tras ella, pues sabía que iría a hacer magia con el piano para pensar en otra cosa y calmarse. Y si tenía suerte y me portaba bien, me dejaría tocar una de las teclas con su ayuda. Entonces haríamos magia los dos juntos, como a mí me gustaba.

Padre decía que no le temía a nada porque los hombres no le tienen miedo a nada, pero mamá decía que era mentira y que a padre le daba miedo la soledad, igual que a Gabi. Solo que los adultos no tenían la misma percepción de la soledad que nosotros, para Gabi y para mí la soledad era estar solos en una habitación y para los adultos era algo que pasaba sólo en sus cabezas, mamá no había sabido explicármelo del todo porque pese a tener cinco añitos seguía siendo pequeño para entender ciertas cosas, aunque mamá me dijese que había crecido mucho.

Y yo… Bueno, yo soy un niño muy valiente, porque cuando tengo miedo Gabi me ayuda y dejo de tenerlo. Por eso pienso que de pequeño me equivoqué, mamá no es un hada, mamá es la reina de las hadas y Gabi es un hada, un hada del amor.

*****

Un estruendo proveniente de un potente trueno sacudió la mansión Di rigo. Mi respiración entrecortada trataba de enviarle a mis pulmones todo el oxígeno que era capaz de conseguir para que lo almacenasen cuando un nuevo trueno sucediese al anterior y mi respiración volviese a cortarse.

Me había puesto de rodillas sobre las sábanas y colocado todas las mantas y edredón de la cama sobre mi cabeza, al mismo tiempo que tapaba mis dos orejitas con mis manos. Tenía miedo de que si dejaba que la más insignificante parte de mi cuerpo asomase por debajo de las mantas, el señor trueno descubriese que estaba allí y me diese un susto mucho más grande. Padre decía que era una tontería temerle a las tormentas pues eran un fenómeno natural de lo más común, pero yo sabía que el señor trueno se colocaba todas las noches de tormenta detrás de mi ventana y me buscaba para darme sustos. Lo que pasaba era que como era de noche y no se veía nada, usaba algo llamado relámpago para iluminar mi habitación y verme, por eso me escondía debajo de las sábanas.

El ruido era muy fuerte y me daba la impresión de que cada vez se acercaba más a mí, pero si empezaba a llorar y a llamar a mamá, padre se enfadaría conmigo por ser una vez más un hombre cobarde y llorica. No quería decepcionar a padre, así que apreté mis orejas con más fuerza y comencé a contar las veces en las que el señor trueno se enfadaba porque no podía encontrarme y hacía ruidos muy feos.

La puerta de mi habitación rechinó al ser abierta con cuidado y una luz acarició el edredón de mi cama, haciendo que desde donde estaba lo viese todo mucho más iluminado. Aquel relámpago no se iba rápido como lo hacían los demás ¿Había descubierto el señor trueno que estaba allí escondido? ¿Me había movido demasiado?

Contuve mi respiración mientras esperaba a que el señor trueno se acercase a mí y me quitase las mantas de encima, enfadado conmigo por haberme ocultado de él. Ahora me daría muchos sustos y me haría llorar otra vez como castigo.

El colchón de mi cama se hundió un poco junto a mí, alguien se había subido y avanzaba a gatas hacia mi lado de la cama, haciendo que la luz del relámpago se intensificase a medida que se iba acercando.

—    ¿Estás bien?

Gabi asomó la cabeza entre las sábanas y apuntó su linterna de Mickey Mouse hacia mi rostro, haciendo que cerrase los ojos en un acto reflejo por protegerme de la luz a la cual en aquellos momentos no estaba acostumbrado. Gabi se había quedado a dormir aquella noche, pero mi padre pidió que le preparasen otra habitación para que no durmiese conmigo, porque al parecer Gabi era un niño raro y a padre no le caía bien, pero yo lo quería mucho y mamá también.

—    ¡Gabi! ¡La luz!

—    Perdón… Es que no llego al interruptor.

Apagando la linterna, se coló entre las sábanas y se tumbó a mi lado para poder abrazarme y separar mi melena de mi rostro para besar mis mejillas con ternura. Si Gabi estaba conmigo ya no tenía ningún miedo, porque el señor trueno solo se mete con los niños que están solos y le tienen miedo, pero Gabi era muy valiente y no escapaba del señor trueno, sino que se enfadaba con él por asustarme.

—    ¿Salimos a la superficie? —preguntó refiriéndose a quitar las mantas de nuestras cabezas.

—    Aún hay truenos, en este refugio estaremos a salvo.

—    ¡Pero quiero enseñarte un juego!

—    ¿Cuál?

—    Mira.

Gabi asomó la cabeza y colocó las mantas bajo sus axilas para poder moverse con libertad. Le seguí, porque si a él no le pasaba nada por estar fuera significaba que el señor trueno no se atrevía a hacerle nada malo y por lo tanto a mí tampoco mientras estuviese a su lado. Imité la postura de Gabi y giré mi cabeza hacia él para poder observarle, él era muy guapo, un día le había pedido a mamá que me pusiese dos coletas igual que Gabi, pero padre se había enfadado mucho y me las había quitado de forma violenta, arrancándome algún que otro cabello al hacerlo. No entendí el por qué.

Gabi se dio cuenta de que le miraba y ladeó su cabeza para que quedásemos cara a cara, me gustaba su sonrisa porque si sonreía quería decir que estaba feliz y como me estaba sonriendo a mí, significaba que era feliz estando conmigo. Él estaba siempre alegre y contento y me decía que me quería con locura y que íbamos a ser los mejores amigos del mundo para siempre. Yo también le quería y me gustaba estar con él, porque con él todo era de color de rosa excepto sus ojos, que eran del color azul más hermoso que había en la tierra, por eso el mar y el cielo estaban celosos de Gabi, porque era muy especial y muy bonito.

Hizo que su nariz acariciase la mía, provocándome unas pequeñas cosquillas que se transformaron en risa. Tras ello, volvió a prestarle atención a su linterna, la cual le había venido junto a una revista de dibujos animados que yo no veía pero que a él parecían encantarle, y la encendió, haciendo que el haz de luz le diese de lleno en los ojos y le cegase por unos segundos.

—    ¡Ay!

—    Qué tontito. —reí.

—    ¡No te rías! ¡Qué malo!

—    Perdóóóóón. —canturreé.

—    Toma, apunta hacia el techo.

Gabi colocó su linterna sobre mis manos y mis dedos alrededor del mango mientras se colocaba en una posición más cómoda. Agarré aquel juguete con fuerza para que no se moviese ni un poquito y la silueta de Mickey siguiese iluminando el techo de mi habitación. Se suponía que debíamos de dormir o sino los mayores se enfadarían, pero con Gabi todas las reglas de la mansión parecían desaparecer aunque solo fuese por unos minutos, algo que me gustaba mucho aunque fuese castigado por ello, porque así podía pasarlo bien y ser un niño normal, sin tener que cumplir con un estrictísimo horario y unas duras reglas de comportamiento. Con Gabi no era “el señorito Di rigo”, era Riccardo a secas y eso me gustaba y a mamá también. Mamá decía que nunca perdiésemos al otro porque éramos su ángel, pero yo no me creía que Gabi fuese un ángel, era una metáfora que mamá usaba para que nadie descubriese su secreto. Gabi era un hada, por eso sus alas eran tan chiquititas y transparentes que no podía verlas.

—    Mira, soy un pajarito.

Mi amigo juntó sus pulgares y movió sus demás dedos ante de la linterna, haciendo que estos proyectasen una sombra que efectivamente, parecía ser la de un pajarito.

—    Papá me enseñó a hacerlo ¿Quieres probar?

—    ¡Sí! ¡Toma! —Exclamé alzando la voz más de lo debido mientras que le devolvía su linterna y él apuntaba el haz de luz de nuevo al techo.

Intentando no olvidar cómo él lo había hecho, junté mis pulgares y coloqué mis demás dedos tal y como Gabi lo había hecho, para después ponerlos ante el foco de luz que la linterna emitía y hacer que la sombra de un pajarito un poco más pequeño volase por el techo de mi habitación y después por la puerta, las paredes, el armario, etc… Gracias a que Gabi hacía que la luz siguiese a mis manos allá adonde fuesen.

—    ¡Qué bonito!

—    ¡Mira! Soy el señor trueno.

Gabi soltó una de sus manos del mango de la linterna y movió sus dedos cerca de las mías, haciendo que en la sombra se proyectasen lo que pretendían ser unos rayos que amenazaban con atravesar a mi pajarito. Gabi acompañó su interpretación emitiendo unos sonoros ¡Piugh! Con sus labios cada vez que los supuestos rayos se acercaban al supuesto pajarito, aunque no eran necesarios, pues la propia tormenta que había fuera de la mansión se bastaba ella sola para hacer los efectos de sonido ¡Pero así también era divertido!

—    ¡No! ¡No mates a mi pajarito!

La mano de Gabi  agarró las mías y las sacó del haz de luz, terminando así con el juego y con la vida de mi pobre pajarito, que había muerto alcanzado por todos los rayos a la vez. ¡Gabi había sido muy cruel!

—    ¡Qué malo! ¡Mi pajarito! ¡Se ha morido!

—    Se ha muerto. —corrigió entre risas para después besar mi mejilla con cariño —No te preocupes, puedes volver a hacer el pajarito ¡Mira!

Colocó el haz de luz de nuevo sobre mis manitos y una vez más junté mis pulgares y moví mis dedos para hacer volar al pajarito, el cual volvió a aparecer sobre el símbolo de Mickey Mouse tal y como lo había hecho antes, como si nada hubiese pasado. Sonreí aliviado de que estuviese bien, me gustaba aquel juego, podían pasar muchas cosas pero aunque fuesen malas no le pasaría nada a ninguna de las sombras, porque eso eran, sombras. Gabi besó mi mejilla de nuevo como queriendo decirme: «¿Lo ves?» y acercó y alejó la linterna a mis manos progresivamente, haciendo que mi pajarito se hiciese más grande y más pequeño según a qué distancia estuviesen mis manos de la linterna. Reí ante la magia de Gabi, su varita mágica era su linterna.

—    ¿Aún te da miedo el señor trueno?

—    ¡No!

—    ¿Por qué?

—    Porque aunque parezca que sí no puede hacerme nada, como al pajarito.

—    ¿A que soy un buen señor trueno? —sonrió orgulloso.

—    No.

—    ¿No? —esa respuesta pareció pillarle desprevenido.

—    No, porque… Tú eres Gabi y eres mi mejor amigo, no quiero que seas el señor trueno porque te vas a ir al cielo a hacer ruido y no me puedes dar abrazos y besitos, ni jugar conmigo y eso me pondría muy triste.

—    ¡Pero yo no me quiero ir!

—    Pues entonces tienes que ser sólo Gabi, mi amigo y no hacer del señor trueno.

—    ¿Y así me quedaré contigo?

—    ¡Sí!

—    Entonces vale, seré Gabi para siempre.

—    ¿Y mi amigo?

—    También.

—    ¡Vale!

*****

Gabi venía a mi casa casi todos los días o nos veíamos en el parque o en el cole. Jugábamos a los piratas y a veces mamá venía a hacer de monstruo marino que nos cogía y nos hacía cosquillas hasta la muerte ¡Era muy divertido! Sobre todo porque a veces Gabi se equivocaba y llamaba mamá a mi mamá sin querer, entonces su cara se ponía del mismo color que su pelo y mamá y yo nos reíamos mucho mientras que ella acariciaba su cabecita y le explicaba que no pasaba nada y que estaba contenta porque le quisiese tanto. Por la noche nos leía cuentos y cuando no podía, nosotros mismos éramos los encargados de entretener al otro contando cuentos que no supiésemos de memoria o inventándonos lo que ocurría en las partes en las que más lagunas teníamos.

El cuento que más le gustaba a Gabi que le contase era el del “Flautista de Hamelín”, porque como tenía que ver con la música me gustaba mucho y lo contaba muy bien. Yo le pedía que me contase el cuento de “La casita de chocolate”. Papá se enfadaba conmigo porque le cambiaba los nombres a los clásicos y eso no era digno de un niño tan culto como yo debía serlo, pero es que se me hacía más fácil recordar “La casita de chocolate” que “Hansel y Gretel”. Gabi era un buen cuentacuentos porque a diferencia de mí, que me concentraba en recordar bien todos los detalles de la historia, él no le daba tanta importancia a olvidarse de los detalles é interactuaba conmigo mientras contaba la historia, empujándome con cuidado cuando metían a la bruja en el horno o fingiendo que comía cuando llegaban a la casita. Aunque con aquellas acciones conseguía el efecto contrario al que debería de tener el cuento de buenas noches, me hacía reír en vez de dormir.

—    ¡Gabi! El año que viene entramos en primaria.

—    ¡Sí! Ya somos mayores.

—    Quiero jugar al fútbol contigo.

—    ¿Al juego de la pelota y las patadas?

—    ¡Sí! Seamos como Mark Evans.

—    Pero yo no sé jugar.

—    Pues practicaremos en verano, tú serás defensa y yo centrocampista.

—    ¿Y por qué defensa y centrocampista?

—    Porque no me sé los nombres de las demás posiciones.

—    Ah… ¡Bueno, vale! ¿Y qué hace un defensa?

—    Pues… Creo que son los que reparten el Actimel a los lesionados para que sus defensas estén fuertes y puedan seguir jugando.

—    Pero entonces no le doy patadas al balón.

—    Bueno sí, si quieres…

—    ¿Qué hacen los defensas en el campo?

—    Defender.

—    ¿Entonces sólo tengo que defenderte como hago en el parque cuando los niños malos te dicen que tu pelo parece una fregona?

—    Sí, eso hacen los defensas.

—    Oh… Entonces voy a ser muy importante, tengo que hacer que nadie se meta con mis compañeros.

—    ¡Yo también voy a ser muy importante!

*****

Mi mundo era perfecto. Entré junto a Gabi en el equipo de fútbol ¡Ah! Resulta que los defensas no se encargaban de lo que habíamos creído, el Actimel lo teníamos que llevar todos de casa y aunque te lo tomases no te curaba mágicamente una lesión y tampoco tenían que defender a sus compañeros de los abusones, sino a la portería de los balones. Pero bueno, eso no es importante ahora.

Como iba diciendo, mi mundo era perfecto, era completamente feliz y hacía feliz a todos cuantos me rodeaban, mis sirvientes me adoraban, mi madre me amaba como a ningún otro ser sobre la tierra, padre también lo hacía pero no le gustaba demostrármelo demasiado y Gabi… ¡Oh! ¡Gabi! Mi ángel y hada del amor que me protegía y quería como si de un hermano de sangre me tratase, si es que era esa la palabra adecuada para describirnos, porque hermanos se quedaba muy corto y amigos ni siquiera formaba parte de nuestro vocabulario para dirigirnos al otro, simplemente éramos las dos mitades de un solo ser. Un solo ser que necesitaría estar más unido que nunca, porque a la edad de trece años todo ese mundo mágico se vino abajo de la peor de las formas posibles.


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