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Canción de cuna por Love_Triangle

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—    ¿A qué esperas, Riccardo? ¿Una invitación?

—    ¡Tira ya, tú!

—    ¿Qué pasa? No se te habrá olvidado cómo hacer el Pentagrama ¿Verdad?

Los gritos furiosos de mis compañeros me atravesaban como filosas dagas mientras que mis piernas, incapaces de efectuar el más mínimo movimiento, no eran capaces de hacer más que temblar ante la presión y responsabilidad que en aquellos momentos recaía sobre mí.

Los rivales se habían alejado, dejándome el campo entero a mi disposición y bloqueando a mis compañeros de tal forma que ningún pase podría ser posible. Incluso el portero se había alejado de la portería para ir a cubrir a Samguk al otro lado del campo. Tenía la portería rival desprotegida ante mí y todas las miradas de los presentes puestas sobre mi persona, esperando que hiciese algo impresionante y marcase el gol que nos llevaría a la victoria del camino imperial.

Sin embargo, era incapaz de moverme, mi cuerpo parecía negarse a responder y mis ojos depositaban su mirada sobre el balón como si fuese un artilugio extraño que no había visto en mi vida y no supiese a ciencia cierta qué era lo que tenía que hacer con él. En el fondo sabía que la finalidad de la existencia de ese balón era ser metido en la portería que los rivales me habían dejado totalmente libre para que el tiro fuese imposible de fallar, pero no quería hacerlo, no quería ser yo el que tirase, era tan fácil que lo fallaría.

No era una trampa, los rivales estaban tan lejos que les sería totalmente imposible llegar hasta mí y quitarme el balón, sólo tenía que tirar a puerta y ganaríamos. Pero no era capaz de llevar a cabo ese simple tiro, simplemente no podía, no quería tanta responsabilidad y mi cuerpo tampoco.

—    ¿Pero qué hace?

Mi corazón se aceleraba a cada comentario que llegaba hasta mis oídos y los rivales retrocedían cada vez más, dejándome todavía más sitio para que pudiese tirar. Sentí cómo el público también se unía al descontento de los jugadores al no obtener los resultados que esperaban, no estaba cumpliendo con sus expectativas y como consecuencia comenzaron a murmurar.

Sabía que padre estaba en algún lugar de las gradas, pero las figuras humanoides de colores que formaban lo que eran los “espectadores” me hacían ser incapaz de localizarle. Aunque tampoco necesitaba hacerlo para saber que su mirada me estaba fulminando desde donde fuese que estuviese. Estaba demostrando ser un completo inútil, tenía el balón y vía libre para lucirme sin posibilidad alguna de fallar y aún así, sabía que no podía hacerlo.

—    Esto es culpa de Samguk por nombrarle capitán.

—    Lo siento, no creí que su inutilidad llegase a tanto.

—    ¿Cómo es posible que no pueda tirar si no hay portero?

—    Qué vergüenza.

—    Vaya con el virtuoso, menuda mierda.

—    Este no vale para nada más que tocar el piano.

—    Ni siquiera eso, cuando voy a su casa a tomar té siempre toca la misma maldita melodía ¡Me aburre! ¡Como amigo y como compañero!

—    Pobre Gabi, mira que tener que estar cuidando siempre de él... Ni siquiera le paga por ello.

—    Es un niñito de mamá y papá, normal que no sepa hacer nada útil.

—    Siempre hay que estar sirviendo y adorando al señorito Di rigo ¿Y ahora qué? ¿También le felicitamos por hacernos perder la final?

—    ¿Crees que sus padres pagarán para que lo mantengan en el equipo?

—    Seguramente.

—    ¡¿Pero por qué no tira?!

—    ¡Qué desastre! Que alguien le quite el balón antes de que nos deje en ridículo otra vez.

—    No me extraña que su madre prefiera estar muerta a seguir viéndole todos los días.

—    Me da pena su padre, tener un hijo tan estúpido e inútil no debe de ser fácil de llevar.

—    Inútil…

—    Inútil.

—    Inútiiiil

—    ¡INÚTIL!

*****

Me desperté gritando una vez más, envuelto en sudor y lágrimas mientras que miraba de forma desesperada a los lados en busca de todas aquellas personas que habían estado juzgándome en el mundo onírico. Sólo para darme cuenta de que, como siempre, no había nadie. Otra vez  había tenido la pesadilla que venía torturándome desde hacía una semana, básicamente desde que el sector quinto había anunciado que la final del camino imperial sería jugada sin un resultado predeterminado. Final que se celebraría en cuestión de pocas horas y que llevaba consumiendo mis nervios desde que su fecha fue anunciada.

—    ¡¿Qué pasa?! ¡¿Estás bien?!

Gabi se despertó sobresaltado y palpó con nerviosismo la superficie de su mesilla de noche, todavía a oscuras, en busca del interruptor que encendía la luz de su pequeña lámpara de noche, la cual no iluminaba demasiado pero sí lo suficiente como para poder bañar en luz la zona más cercana a la cama, de una forma tan débil que ni siquiera molestaba pese a que nuestros ojos estuviesen acostumbrados todavía a la penumbra.

Había insistido en dormir embutido en su kigurumi de conejito rosado con orejas extralargas, de las cuales una había terminado por caer sobre su rostro mientras dormía y en numerosas ocasiones había sido testigo de cómo se la apartaba de la cara con bruscos movimientos de cabeza y de cómo emitía tiernos gruñidos cuando esta, picarona, volvía a colocarse sobre su rostro. Me recordaba a mis gatitos cuando dormían cerca de uno de los juguetes que ellos mismos habían dejado cerca y que cuando golpeaban con la cola mientras dormían despertaban sobresaltados y lo tiraban lejos antes de volver a echarse a dormir.

Los ojos de Gabi examinaron mi rostro con preocupación para después levantar la camiseta de mi pijama y echarle un vistazo a mi espalda y así cerciorarse de que ninguna de las heridas se había vuelto a abrir. Me entristecía preocuparle tanto pero no podía hacer nada por evitarlo, por mucho que le jurase y le perjurase que estaba bien no se tranquilizaría hasta haber visto con sus propios ojos que todo iba bien.

—    ¿Ha sido la pesadilla otra vez?

—    Sí. —murmuré.

Desde las tres de la mañana, mi cuerpo se había dejado superar poco a poco por la situación. Era cuestión de horas que la final del camino imperial se celebrase y el sector quinto nos había dado vía libre para que jugásemos al fútbol de verdad, como a nosotros nos gustaba y queríamos jugar. En condiciones normales habría sido motivo de alegría y felicidad, Gabi y yo nos habríamos quedado despiertos hasta tarde a causa de la emoción y nos echaríamos la bronca mutuamente, queriendo que el otro descansase y recuperase fuerzas para la gran final mientras que nosotros nos quedábamos en vela durante toda la noche. Pero aquella vez sería diferente.

Por primera vez sería capitán durante una final y todo el mundo, tanto mis compañeros, como el público y los propios rivales tendrían sus miradas fijas en mí. No lo digo de forma egocéntrica ni mucho menos, mi táctica “virtuoso” había cobrado un gran protagonismo durante todo el camino imperial y mi supertécnica “Pentagrama” también había sido digna de adulación.

Habían sido muchos los porteros que me miraban con temor cuando me acercaba, aunque ni siquiera llevase el balón o el sector quinto hubiese decidido el resultado. Lo mismo pasaba con el “virtuoso”, que hacía que los rivales se volviesen locos y empezasen a cubrir a todos mis compañeros dejando tantos huecos libres en el campo que casi parecía que me querían ayudar a que les metiésemos un gol.

Gabi acarició mi cabello al darse de cuenta de que sólo había sido un mal sueño, pero sabía que no se daría por satisfecho hasta que me viese esbozar una sonrisa de verdad. Para la mayoría de personas que conocía, decir que estabas bien era suficiente para tranquilizarles, pero Gabi era distinto. Él sabía prever cuándo me iba a romper incluso horas antes de que pasase. Sabía en qué momentos era más vulnerable, cuando era el momento perfecto para intervenir y cuando tenía más posibilidades de que me abriese a él sin oponer demasiada resistencia.

Padecía de insomnio todas las noches previas a los partidos, pero aquella había sido la peor. Los nervios por la final y la responsabilidad que recaía sobre mis hombros habían terminado por superarme a mí y a mi cuerpo. En las últimas tres horas habían sido dos las veces en las que me había despertado gritando y empapado en sudor, la misma pesadilla se repetía una y otra vez incansablemente, torturándome desde mi subconsciente en el mundo onírico.

Gabi se esforzaba por mantenerse despierto durante esas noches tan señaladas, cosa que odiaba con toda mi alma, no soportaba ser consciente de que yo era la causa de sus noches en vela. Él también estaba cansado y necesitaba descansar, los días antes de los partidos eran en los que más empeño le poníamos a los entrenamientos y no podía permitir que se forzase de tal forma por velar por mí durante las noches en las cuales las pesadillas se sucedían una tras otra en mis sueños.

—    Lo siento mucho, vuelve a dormir, por favor.

—    No, estoy bien. Voy a prepararte una tila ¿Vale?

—    Prefiero que descanses, te has esforzado mucho en el entrenamiento.

—    Y yo que te tranquilices, ahora vuelvo ¿O quieres volver a sufrir un ataque de nervios como te paso antes del primer partido que jugaste como capitán?

—    No…

—    Ven conmigo, no quiero que estés solo.

Salí de la cama y seguí a Gabi hasta la cocina, sin poder evitar bajar la mirada a su trasero, donde una colita de conejo decoraba la parte trasera de su kigurumi. La cual parecía dar saltitos cada vez que él daba un paso, lo que me hizo esbozar una pequeña sonrisa ante la simpleza y la ternura de aquel hecho.

Gabi estaba extremadamente tierno con ese pijama y me gustaba jugar con sus orejitas cuando me lo permitía, ya que por alguna razón se mostraba mucho más tímido cuando le demostraba que me gustaba verle así vestido, tan lindo y adorable que me podría morir si no le estrechaba entre mis brazos y colocaba las orejitas del pijama sobre sus ojos para después apartarlas de forma infantil. Entonces él desviaba la mirada avergonzado y con sus mejillas ligeramente sonrosadas para después decir: «P-Para, no soy un Totoro de color rosa. Qué tonto…»

Poniéndose de puntillas, como un lindo conejito (Vale, ya paro), abrió una de las alacenas de la parte alta y extrajo la cajita de las tilas, para después, de forma casi automática, coger mi taza favorita y la tetera donde prepararía la tila antes de servírmela.

—    La taza de notas musicales que cambian de color dependiendo de la temperatura de lo que haya dentro ¿Verdad?

—    Touché.

Lo sabía de sobra, pero me gustaba el detalle que tenía al preguntármelo igualmente con el objetivo de hacerme consciente de que me conocía perfectamente. Aunque debería de saber que era perfectamente consciente, al igual que yo sabía que aunque le diese vergüenza admitirlo y casi nunca la usase, su taza favorita era la que tenía unos ositos panda durmiendo unos encima de otros.

Intentaba mostrarse mucho más neutral en cuanto a lo que a gustos se refería cuando estaba junto a otros, pero me agrada que conmigo no tuviese reparo en dejarse llevar por lo que verdaderamente le gustaba. Los pijamas de conejitos, los osos panda, los caramelos, los peluches y todo lo que fuese kawaii como él. Incluso se había permitido regalarme por Nochebuena un kigurumi de osito sólo para perder algo de la vergüenza que sentía a la hora de ponerse el suyo delante de mí, si yo llevaba otro estaría compensado.

Colocó la taza delante de mí y me sirvió la tila mientras observaba con alivio cómo yo sonreía al mirar fijamente las notas musicales que cambiaban de color gracias al calidez de la tila, aquella taza me había hecho quedarme muchas veces en Babia observando el festival de colores que llevaba a cabo. Recuerdo cuando era pequeño y la metía debajo del grifo para llenarla de agua caliente y así poder ver el cambio de color sin necesidad de tener que beber.

—    Bebe antes de que se enfríe.

—    Pero si está quemando.

—    ¡Riccardo!

—    Espera sólo un poco.

—    Dios… Eres igual que cuando tenías seis años —suspiró mientras se sentaba de frente a mí y echaba las orejas gigantes del disfraz hacia atrás para que no le molestasen.

—    ¿Tú no estás nervioso por la final de dentro de unas horas?

—    Claro que sí, Riccardo. Pero si no dormimos no vamos a poder jugar en condiciones. Por cierto ¿Tienes ganas de vomitar?

—    No, estoy bien.

La noche previa al primer partido que jugué como capitán me había despertado de la pesadilla en pleno ataque de nervios y no me había dado tiempo a llegar al baño cuando mis piernas fallaron y vomité en mitad del pasillo. A Gabi casi le da algo cuando me vio tendido en el suelo, blanco como el papel y vomitando mientras lloraba a causa del esfuerzo y le suplicaba que me ayudase, que me estaba mareando y que me iba a dar algo como el dolor de mi cabeza no parase.

Recuerdo cómo comenzó a gritar para llamar la atención de sus padres mientras se arrodillaba junto a mí y sin saber muy bien qué hacer intentaba ayudarme a ponerme en pie. Desde entonces tiene una especie de trauma y prefiere quedarse en vela cuidando de mí a volver a ver esa escena. Incluso cuando me quedaba a dormir en su casa sin que hubiese partido al día siguiente se sentía obligado por su propia conciencia a espabilarse para acompañarme al baño o a la cocina si me levantaba durante la noche, temeroso de que me encontrase mal y de que no le dijese la verdad acerca de lo que me ocurría.

Me sentía mal porque a él nunca le había pasado algo así y yo no tenía motivo alguno por el que velar por su seguridad en determinadas ocasiones. Lo único que podía hacer era estar a su lado y luchar contra su propia inseguridad cuando fuese necesario para que fuese feliz.

—    Riccardo…

—    ¿Qué?

—    Daremos lo mejor de nosotros mismos en el partido de mañana, pero si perdemos… Lo habremos intentado, no quiero que te culpes de nada. Somos un equipo, ser el capitán no te hace responsable de las victorias o de las derrotas. Lo único que tienes que hacer es animar al equipo y esforzarte al máximo como siempre ¿De acuerdo?

—    Vaaale. Si perdemos os echaré la bronca a todos y os haré entrenar hasta la muerte —bromeé.

—    ¡Contamos contigo, capitán!

—    ¡Sí!

*****

Perdimos, pero lo dimos todo en el campo y eso era más que suficiente para estar satisfechos con nosotros mismos. Además, Gabi estaba a mí lado y yo al suyo, apoyándonos mutuamente, lo que hacía menos amarga la derrota. Y mucho más dulces nuestras “tardes de helado antidepresivo y películas”, aunque la película era lo de menos. Lo que nos gustaba de aquellas tardes era estar al lado del otro, recibiendo sus abrazos, sus caricias, sus besos y sus ánimos.

No quería decirlo muy alto, pero… Puede que Gabi no fuese un amigo para mí. O por lo menos no sólo eso.


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