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Canción de cuna por Love_Triangle

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Notas del capitulo:

*Reproduce si puedes la música hasta que veas el símbolo ♠ (Eres libre de dejarla terminar ^^)*

Link: https://youtu.be/emdsXPlG1JQ

«El sol se va. Hay que dormir. Deja de tocar, túmbate a mi lado. Puedo ver tu boquita bostezar»

Esa voz…

«Cuéntame, otra vez, ese cuento tonto que nos hace reír. Canta melodías y sinfonías, quiero ser tu armonía… Déjame abrazarte»

Gabi…

«Cierra los ojitos y sueña. Estoy tocando una flauta dulce para llevarte a Hamelín. Sigue la melodía de la música, olvida que los cuentos pueden acabar mal y sígueme hasta el final, por este camino sólo hay cosas bonitas ¿Confías en mí? Entonces abrázame muy fuerte y duerme conmigo»

Nuestra canción…

«Dejaré miguitas de pan para que podamos encontrar el camino a tu mansión de chocolate. Allí no hay brujas malas, las meriendas son de nocilla, los balones de fútbol bolas de arroz y un hada toca el piano de caramelo. Escúchala, está haciendo magia para que puedas dormir. Cierra tus ojitos de chocolate y déjame abrazarte.»

Nuestra canción de cuna, la que Gabi compuso para mí cuando teníamos cinco años…

«Duerme, amiguito. He echado a la tormenta que da miedo. Ahora los relámpagos son la luz de nuestra linterna y el señor trueno no hace ruido, canta para que puedas dormir. Como yo te canto, déjame acunarte mientras miras las sombras que se convierten en mariposas»

Fue la noche en la que mi caja de música se estropeó.

«Cierra los ojitos y vamos a dormir. Déjate arropar, bello durmiente. Hagamos una travesura y cambiemos el cuento. Dame un besito de buenas noches antes de irte a soñar, por favor. Y cuando mañana despiertes, yo te daré más besitos.»

Te quiero, Gabi. Buenas noches.

*****

Podía escuchar cómo Gabi tarareaba nuestra canción mientras sentía las palmas de sus manos sobre el dorso de una de las mías. Aquella melodía parecía haber sido compuesta especialmente para nosotros, puede que originalmente fuese un plagio de la banda sonora de una película que a ambos nos gustaba demasiado por aquella época, pero lo cierto era que, a medida que los años pasaban, habíamos ido mejorándola lo suficiente como para poder decir que su versión final estaba simplemente basada en la melodía de la película.

Gabi no solía cantarme la letra que había inventado cuando tenía cinco años, ambos nos avergonzábamos de lo infantil que era, pero mentiría si dijese que no me gustaba. El pequeño Gabi de cinco añitos había sido capaz de crear, de forma improvisada y desesperada, una canción para que yo, acostumbrado como estaba a dormir con la melodía de la caja de música que se me había estropeado aquella noche, pudiese conseguir descansar.

La letra hablaba de mí y de mis miedos, miedos a los que Gabi se enfrentaba durante el día para ayudarme y que, finalmente, terminaban por desaparecer o ser reemplazados en mi mundo onírico. Miedos como la bruja del cuento de “Hansel y Gretel”, el cual Gabi no se cansaba de relatarme ni yo de escuchar. Como la melodía de una flauta, que me recordaba al “Flautista de Hamelín” y al momento en el que secuestraba a los niños. El señor trueno…

No me hacía falta pensar demasiado para saber que Gabi siempre había estado ahí para mí, desde mi más tierna infancia hasta mi tempestuosa adolescencia. Siempre a mi lado, atento, responsable, cariñoso…

Creo que también puede leer mi mente, porque sin yo decirle nada ni poder hacer gesto alguno, todavía inconsciente, intuyó que le necesitaba y acarició mi cabello con cautela, masajeándome con sus dedos como a mí me gustaba que lo hiciese y apartando mi flequillo de mi frente para poder depositar un dulce beso sobre ella.

Como si aquel beso hubiese roto un hechizo que me mantenía en aquel estado de inconsciencia y me hubiese devuelto a la vida, parpadeé de forma forzosa antes de poder abrir los ojos con normalidad y de acostumbrarme a la luz. Pudiendo así mirar a mi mejor amigo con preocupación, como si fuese él el que estaba en una cama de la enfermería y no yo, pero necesitaba saber que estaba bien. No recordaba casi nada, pero tenía una mala sensación.

Gabi estaba sentado a mi lado, todo lo cerca de mí que la silla le permitía estar, mirándome fijamente con preocupación y los labios apretados. Noté cómo su cuerpo se dejaba caer sobre el asiento formando un ángulo recto perfecto, debía de estar muy tenso, me sentía mal conmigo mismo, le había vuelto a preocupar.

Desde el episodio de las pastillas, hace ya más de un año, Gabi había extremado las precauciones conmigo. Se suponía que sería una medida temporal, algo que sólo haría hasta que me recuperase de la depresión que sufrí tras la muerte de mi madre. Pero lo cierto era que hacía ya meses que había salido de ella y él seguía revisando mis cajones, armarios, estanterías, piano… Todo, quería asegurarse de que nunca volviese a pasar lo que ese día ocurrió. Pero no tenía de qué preocuparse, no había vuelto a probar el alcohol ni a medicarme, de hecho, padre se encargó personalmente de que todas las farmacias me pusiesen en su lista negra y no me vendiesen ni unos simples paracetamoles sin antes tener su permiso.

Me alivió ver tan pronto como advirtió que me había despertado, Gabi relajase su postura y se inclinase sobre la cama en la que yo estaba tumbado, esbozando su amistosa y dulce sonrisa de siempre, como si quisiese hacerme ver que todo iba bien y que no había nada por lo que preocuparme. Por desgracia, tantos años a su lado me habían ayudado a conocerle como si se tratase de un hermano de sangre y sabía que nunca me diría que había problemas si con ello podía evitarme sufrimiento. Sufrimiento que como capitán debía de acatar, por mucho que le doliese.

—    Hola, Gabi.

—    ¿Estás bien? —preguntó cogiendo mi mano derecha entre una de las suyas y acariciando su dorso con la yema de su dedo pulgar.

—    ¿Qué es lo que ha pasado?

—    ¿No te acuerdas de nada?

—    Sólo recuerdo a ese chico agarrándome de la camisa y después de eso…

—    Luego invocaste un espíritu guerrero.

—    ¡¿Quién yo?!

Gabi asintió con seriedad e inclinó su torso un poco más sobre la cama para estar más cerca de mí y que pudiese escuchar sus palabras con total claridad, aunque algo me decía que lo que realmente pretendía era examinar mi estado y ver mi rostro sin dificultad alguna, para así poder leer en mis ojos lo que pasaba por mi mente.

—    Es la primera vez que te he visto poner una cara tan terrorífica. Parecía que querías hacérselas pagar a ese chico, el tal Blade.

Sonreí de la forma más natural que en esos momentos podía sonreír y, con cuidado, extendí mi brazo hasta que mi mano pudo alcanzar la que todavía descansaba sobre el regazo de Gabi. Creía que no me daría cuenta, pero estaba equivocado, me ofendía que de verdad se pensase que aquella clase de detalles pasaban inadvertidos a mis ojos, yo también era su guardián.

Y como tal, había advertido desde el primer momento que su mano izquierda agarraba el tejido de su pantalón con fuerza pero no con firmeza. Ya que por mucho que tratase de disimularlo, lo cierto era que le temblaba el pulso, no le culpaba por ello. Era lógico que aquella situación nos superase, podía ser que el fútbol de hoy en día no fuese el fútbol al que habíamos querido jugar desde pequeños, pero aún así formaba parte de nuestras vidas, de nuestros seres, de nuestra historia juntos… Y no iba a dejar que nada ni nadie nos lo arrebatase.

Vería a Gabi disfrutar del auténtico fútbol, era una promesa que, aunque no fuese de propia voz, le hacía día a día.

Bajó la mirada al advertir que me había dado cuenta de que no estaba tan bien como quería pretenderme hacer ver. Pero no dejé que se viniese abajo, al menos no sólo y delante de mí si estaba en mi poder el evitarlo. Me incliné todo lo que pude hacia el borde de la cama y lo recibí entre mis brazos al tiempo que besaba su cabello para decirle: «Tranquilo, yo me encargo de todo, no tengas miedo, mi hada de amor»

—    ¿Y el equipo? —me interesé intentando hacer que pensase en otra cosa.

—    Recogiendo la antigua sede del club ¿Recuerdas que la destrozaron?

«Mierda»

Rompí el abrazo de forma casi inmediata, tan rápido como mi cuerpo fue capaz de reaccionar y mi mente de volver a establecer prioridades. Aparté las sábanas de la cama de mi cuerpo sin cuidado alguno y me intenté precipitar hacia el suelo, dispuesto a echar a correr hacia la sede como si la vida me fuese en ello ¡Era el capitán! Tenía que estar allí, no viendo la vida pasar en la enfermería.

Pero como dije, sólo lo intenté, ya que tan rápido como siempre a la hora de velar por mi seguridad, Gabi apenas necesitó unas milésimas de segundo para ponerse en pie de un brinco, tirando la silla en la que estaba sentado en el proceso, y agarró mis hombros con fuerza. Teniendo incluso que colocar una de sus piernas sobre el colchón por si era necesario ejercer más presión… En aquella posición no podía forcejear con él, no había forma de salir de allí si él no me lo permitía, había perdido.

—    ¡No hagas locuras! ¡Tienes que descansar!

—    ¡Soy el capitán del equipo! —Ladré mientras lo fulminaba con la mirada, como si realmente estuviese haciendo algo malo… Puede que mi Gabi tuviese razón, pero… Era una responsabilidad que recayó sobre mis hombros junto a la capitanía del equipo, tenía que estar allí. Ya habría tiempo de descansar más tarde.

La seria mirada de Gabi pronto se esfumó, a veces pretendía mostrarse como una figura de autoridad, pero no podía, él no era así. Me amaba demasiado como para mostrarme algo que no fuese su cariño, eso le impedía enfadarse conmigo aunque ambos supiésemos que él tenía razón.

No, Gabi no era autoritario, ni mucho menos. Por ello su mirada de reproche dejó paso a una que casi parecía estar pidiéndome por favor que detuviese aquella lucha innecesaria contra él. Y no había nada que yo más quisiese, me dolía entristecerle y todavía más el saber que yo le entristecía, pero… Es que no podía ser… Era el capitán, tenía que entenderlo. Daba igual que gritase, que forcejease y que me enfadase, sabía que tenía razón y él sabía que yo lo sabía, pero también sabía que mi carácter no era así.

Yo ponía mis prioridades por encima de mis límites y no paraba hasta que simplemente no podía más. Y en aquellos momentos podía, sabía que podía ser útil para el equipo y necesitaba… ¡Venganza! Sí, venganza ¡No había otra palabra! Quería vengarme de Víctor Blade y de los caballeros templarios. Quería que Gabi estuviese bien y tranquilo, siendo feliz jugando al fútbol que tanto ama… Que tanto amamos. No permitiría que ni Víctor Blade ni Arion Sherwind nos quitasen una parte tan importante de nuestra preciosa historia juntos. Podían darlo por hecho, si el fútbol nos era privado por su culpa… No habría suficiente mundo para que pudiesen correr.

No quería que Gabi se enfadase conmigo, quería que me diese un beso, me abrazase y me desease suerte. Pero es que tampoco ese era su carácter, él era un ángel ¿Recordáis? Mi ángel de la guarda… No podía simplemente dejarme ir sin al menos tratar de impedirlo con todo lo que tenía. ¡Le odiaba y le amaba por la misma razón!

—    Asumes demasiadas responsabilidades, Ri…

«¿Eh?»

Me di cuenta de que Gabi había dejado su frase a medias tras advertir algo, algo que no le gustaba y que… Aparentemente estaba en mi cuerpo. Bajé la mirada de forma casi automática, buscando aquello que tanto le había impresionado como para dejar aquella discusión a medias. ¿Me había roto algo? ¿Tenía algún cardenal? ¿Vendas? ¿Algo? No, nada. Nada que no estuviese desde hace tiempo en mi cuerpo.

—    ¿Qué es eso, Riccardo? —preguntó alzando la voz y retomando su mirada autoritaria. Esta vez sin embargo parecía estar enfadado de verdad. Pero… Sinceramente, creo que debería de plantearme el ponerme gafas porque yo no veía absolutamente nada raro. No sería una forma muy sucia de retenerme ¿Verdad?

—    ¿Qué es el qué? —murmuré ya empezando a preocuparme porque mi ángel hubiese empezado a consumir cosas que no debía y estuviese viendo algo que nadie más que él podía ver.

—    ¡Eso!

Señaló mi costado comenzando a perder los nervios, Gabi nunca perdía los nervios. Había visto algo que realmente le había alterado, comenzaba a sentirme como un hijo que había hecho algo malo y al que su padre había descubierto demasiado rápido.

—    Riccardo… Por el amor de Dios… ¿Qué es eso?

Miré hacia el lugar que él me había señalado, sólo para darme cuenta de que, durante el forcejeo, mi camisa se había levantado ligeramente, dejando al descubierto algo que nunca debió de haber dejado… No delante de Gabi.

—    ¡No lo mires! —Exclamé haciendo un amago de taparle los ojos, pero Gabi lo esquivó y agarró mis muñecas con fuerza, no tenía la suficiente como para inmovilizarme, pero tampoco yo iba a volver a forcejear con mi ángel. Simplemente bajé la cabeza y recé porque dejase aquella conversación en aquel punto, se fuese a casa y se olvidase de lo que había visto.

—    Riccardo, mírame a los ojos.

Le ignoré, dejando que mis mechones de pelo rizo cubriesen mi rostro para hacerle entender que no quería hablar, que quería estar solo.

—    ¡Riccardo!

—    Es lo que es, Gabi. ¡Ya está!

—    He dicho que me mires a los ojos, por favor… No me hagas llamar al entrenador. No soporto discutir contigo, lo sabes.

—    Lo sé.

—    Entonces mírame a los ojos, por favor, Riccardo… Por tu madre.

La mención de mi madre y el nerviosismo que Gabi sentía, me obligaron a dejar de hacerme de rogar. Le quería, le quería mucho, era mi ángel, no podía dejar que mi ángel sufriese y se torturase con sus propias dudas, ya que él era muy dado a montarse películas nominadas a varios premios nobel cuando no le daban información acerca de algo que le preocupaba. Y además, no quería que sufriese creyendo que no confiaba en él, que me había enfadado o algo por el estilo. Estaba bien, no me pasaba nada con él, pero no quería hacerle daño con la verdad. El problema surge cuando la verdad y la mentira causarían el mismo efecto, hacerle sufrir.

—    Vale, tranquilo. —suspiré alzando la mirada y extendiendo mis manos hacia él para que las recibiese entre las suyas, aquel era un gesto muy importante para él, tener entre sus manos las mías cuando algo iba mal conmigo era casi la mejor forma de tranquilizarle y de demostrarle todo sin decirle nada. Era como si me encomendase a él, como si fuese un psicólogo o un curandero, le contaría todo y dejaría que me aconsejase y guiase.

También era importante para él que le mirase a los ojos. Al igual que los sordos leen los labios y necesitan que la persona con la que dialogan se deje ver la boca en todo momento, los ojos eran esenciales para Gabi. No sé cómo, era un talento que había desarrollado con el paso de los años, a veces no le funcionaba, pero conmigo era infalible. Era como si dijera: «Mírame a los ojos y te diré quien eres»

Ya más tranquilo ante mis muestras de confianza, cogió aire y, tras soltarlo por la boca, acarició mi mejilla con su mano derecha, haciendo que su pulgar lo hiciese de izquierda a derecha, tal y como había hecho tal solo unos minutos antes con mi mano.

—    ¿Te autolesionas, Riccardo?

—    No, te lo juro. Jamás lo he hecho. Tú mismo sabes que no valgo para hacerme daño físico a mí mismo.

—    ¿Lo sé?

—    ¡Gabi, por favor! Si en un experimento para biología no fui capaz de pincharme el dedo con una aguja para sacarme una gotita de sangre.

—    Tienes razón, perdona… Pero… Es que no sé si esto me preocupa todavía más.

—    Es una cicatriz cerrada, Gabi. Pasó hace mucho tiempo.

—    No me mientas.

—    ¿Qué?

—    La semana pasada no la tenías, estoy seguro.

—    ¿Cómo puedes saberlo? Llevas más de un año sin verme con el torso al descubierto.

—    Lo sé porque cuando te quitaste la sudadera te… ¿Riccardo?

—    ¿Qué?

Soltó mis manos y me miró a los ojos como si de repente hubiese descubierto que yo no era yo. Como si la realidad le acabase de dar una bofetada y hubiese abierto los ojos después de mucho tiempo de sueño. Su rostro… Bueno, no podía explicarlo con unas palabras que le hiciesen honor a su rostro, pero… Había una mezcla de sorpresa, miedo y desconfianza en él que no me gustaban nada.

Antes había dicho que nunca me había visto poner una cara tan terrorífica, pues bien… Yo tampoco le había visto poner nunca esa cara y no me gustaba, no me gustaba nada. Mi ángel no estaba bien y no podía saber qué era lo que pasaba por su mente.

—    Gabi… Me estás asustando.

Cuando quise darme cuenta, sus manos ya estaban intentando agarrar los bordes de mi camisa, luchando por abrirse paso entre mis brazos, que, de pronto, se habían convertido en dos murallas inamovibles.

—    ¡Quítate la camisa, Riccardo!

—    ¡No! Tengo que ir a la antigua sede del club.

—    ¡¿Quieres que llame a la enfermera para que te la quite ella?!

—    ¡No! Estoy bien ¡Suelta!

—    ¿Qué rayos escondes? Déjame verlo.

—    ¡No escondo nada!

—    ¡Entonces quítate la camisa!

—    ¡Que no! ¡La vas a romper!

—    Quítatela y no correrá peligro.

—    ¡Gabi!

—    ¡Riccardo!

—    ¿Riccardo Di rigo? Es hora de tomarte la temperatura, lo siento. Pero el tiempo de visita ha terminado.

Una de las enfermeras entró en la enfermería con la nariz todavía metida en los informes de mi estado. Por suerte a Gabi le dio tiempo a aparentar estar en una posición normal y que la enfermera no le viese intentando arrancarme la camisa de cuajo. Por primera vez en el día daba gracias al cielo por estar en la enfermería y no en cualquier otro sitio.

—    Y por favor, chicos. Hablad más bajo, no hay más pacientes en la enfermería pero aún así molesta. No es que se entienda lo que decís pero sí que se oyen gritos desde fuera.

—    Lo sentimos.

Gabi suspiró y me ayudó a volver a arroparme antes de despedirse con un beso en la mejilla. Nos dio tiempo a mirarnos a los ojos una última vez antes de que se tuviese que ir, pero él desvió la mirada. Demasiado rápido como para haber disfrutado lo suficiente de su cercanía y demasiado despacio como para evitar que viese cómo una lágrima resbalaba por su mejilla hasta caer sobre las sábanas.

Una sensación de malestar me invadió tan pronto como vi cómo aquella diminuta gota cargada de sentimientos, de malos sentimientos, caía sobre mi cama. Yo había convertido a Gabi en eso. Él era un chico alegre, extrovertido, valiente, fuerte… Yo lo había debilitado. Desde el día del episodio de las pastillas, Gabi había llorado, mucho, demasiado tratándose de él. Y siempre por mi culpa… Mi hada del amor sufría, no podía evitar que aquella visión me oprimiese el pecho.

—    Lo siento, ángel. —murmuré intentando que para la enfermera sonase como su nombre, pero él había entendido.

—    Descansa, virtuoso. Te espero por la noche en mi casa, recuerda que hoy te quedas también a cenar.

—    Estoy bien, iré.

Aquella pequeña conversación cargada de indirectas, no tuvo otro fin más que un asentimiento por su parte y un vago intento por sonreírle y hacerle sentir mejor por el mío. Nada más… Solo esperaba que, a lo largo de la tarde, mi hada del amor volviese a sonreír, aunque no fuese yo el motivo.

*****

—    ¿Has traído el mp3?

—    No, lo siento. No he pasado por casa.

—    No pasa nada, usaremos mi móvil. ¿Rivers flows in you?

—    Yiruma… Me encanta esa canción.

—    Lo sé, por eso la he descargado.

—    Gracias, Gabi.

—    De nada.

Gabi colocó, una vez más, su móvil sobre la mesilla de noche y conectó el cargador para que pudiese reproducir música durante toda la noche. No estaba bien, lo había notado desde el primer momento en el que había entrado en la casa. Intentaba hacer ver que todo iba bien, como siempre, pero me había dado cuenta de que su voz sonaba más ronca, sus ojos evitaban mi mirada y, sobre todo, que buscaban mi torso.

No se había quedado tranquilo, lo sabía y lo entendía, yo tampoco lo habría hecho estando en su situación. Pero también sabía que no me iba a volver a insistir, bastante mal se había quedado consigo mismo, se le notaba a la hora de interactuar conmigo, lo hacía como si le diese vergüenza hablarme, como si hubiese cometido un terrible error y no se viese capaz de mirarme siquiera a los ojos. Estaba sufriendo, estaba sufriendo otra vez, torturándose con mil y un pensamientos que no quería que su mente tuviese… No… No podía dejarle así, el nunca lo habría hecho conmigo.

—    Gabi…

—    ¿Sí?

—    ¿Quieres verme?

—    ¿Verte?

—    Mi cuerpo…

Dejó lo que estaba haciendo y giró la cabeza para poder, por primera vez en la tarde, mirarme directamente a los ojos. No dijo nada, pero su mirada y su más que evidente sorpresa hablaban por si solos. Yo también sabía leer en sus ojos y en aquellos momentos me preguntaban: «¿Estás seguro?»

—    Pero… Con una condición, Gabriel.

Utilicé su nombre completo a propósito para hacerle entender que aquello era serio… Muy serio.

—    Dime.

—    Que no me pidas explicaciones. Quiero que lo veas para que sepas que estoy bien, pero por favor… No me preguntes. No hoy. Te prometo que… Algún día te lo contaré, pero… Hoy no, por favor.

—    De acuerdo.

Gabi se arrodilló sobre su cama, cerca de mí, mirándome fijamente sin saber muy bien cómo reaccionar y… Temiendo por lo que fuese a ver. Me coloqué de espaldas a él, porque en mi espalda estaba lo que él quería ver… O mejor dicho, lo que él quería ver y yo no quería enseñarle, no quería hacerle daño. De hecho… Ni siquiera sabía qué me había llevado a querer enseñárselo si no le iba a explicar el por qué de lo que iba a ver. Pero en fin… Ya no había marcha atrás.

Agarré los bordes de mi camisa y, con lentitud debido a que ni siquiera yo mismo me hacía todavía a la idea de que alguien más que mis sirvientes fuesen a verlo, comencé a deslizarla hacia arriba, dejando ver poco a poco las marcas… Marcas en forma de cicatrices que en su día tuvieron forma de herida abierta. Y ahora… Dejarían más cicatrices en el interior de Gabi.

—    ¿Q-Qué…? ¡P-Perdón! No, no voy a preguntar. Es que…

—    Tranquilo, lo entiendo. Puedes tocarlas si quieres.

—    ¿N-No te duele?

—    Ya no.

Sentí cómo los tímidos dedos de Gabi se posaban de forma temblorosa sobre mi piel y deslizaban sus yemas por los bordes de las cicatrices, haciendo que sintiese el calor de su cuerpo acariciarme. Era quizás algo cruel, pero me gustaba su tacto ahí. Era una zona que tenía casi insensible debido a la gran cantidad de cicatrices que la habían profanado y me gustaba sentir de vez en cuando algo en aquel sitio, en aquel cementerio hecho sobre piel viva.

—    ¿D-De verdad que no te duele? ¿Seguro que no te hago daño?

—    Ni un poquito.

—    Es que… Parece tan frágil…

—    Lo sé, impresiona la primera vez ¿Verdad?

¿En qué momento le había hecho llorar de nuevo? Dios… Era el mejor peor amigo.

—    Ven aquí, no llores.

Le recibí entre mis brazos y dejé que hundiese su rostro en mi hombro mientras que yo acariciaba su cabello… Sus hermosas coletas. Quería que volviese a sonreír, que no se preocupase, que estuviese feliz, que disfrutásemos de una tarde juntos, que hablásemos hasta altas horas de la madrugada, pero… Llorar no, definitivamente no le quería ver llorar. Era mi ángel, no podía llorar por mi culpa… Mi hada del amor…

—    Perdona… No me gusta, Riccardo. No me gusta nada… Pero no preguntaré si no quieres, lo prometo.

—    Van dos aceitunas en moto, una se cae y grita que se ha roto un hueso, entonces la otra le dice: ¡Pero si estamos rellenas de anchoas!.

—    ¿Qué?

—    No lo sé, sólo sonríe, por favor.

—    Bobo… —sonrió. —Van dos aceitunas en moto y… ¡Dios! Retírate del equipo, del Raimon y de la vida, por favor. Acabas de perder toda tu dignidad.

—    Pero te has reído ¿No?

—    Sí, pero no del chiste.

—    ¿Te has reído?

—    Sí.

—    Pues ya está. Era todo una estrategia.

—    Pues… Si este va a ser el nivel, te recomiendo que sigas con el virtuoso y te dejes de innovaciones.

—    Tranquilo, no tenía pensado seguir.

—    Bien. —rio.

Qué hermoso es cuando se ríe… Su rostro se ilumina y su sonrisa es más radiante que nunca. Aunque acabase de llorar.

—    No te preocupes ¿Vale? Estoy bien. —murmuré tras besar su mejilla.

—    Vale… Pero júrame que como te vuelva a pasar me lo dirás.

—    Te lo juro.

—    ¡Por tu madre!

—    Te lo juro por mi madre.

—    Mmm… Vale. —musitó no demasiado convencido. — ¡Y ahora a la cama!

Gabi apagó la luz después de que yo me acomodase en el que ya había bautizado como mi lado de su cama, siempre dormía a su derecha. Gabi se acomodó y nos arropó a ambos con las mantas, asegurándose de que yo quedase plenamente cubierto, a veces me recordaba a una madre más que a un amigo, pero me gustaba que fuese así. Eso quería decir que me quería.

Encendió la pantalla de su móvil e inició la lista de reproducción antes de darme nuestro obligatorio beso de buenas noches si no queríamos que el otro nos matase a cosquillas, y esta vez sí, acomodarse definitivamente para dormir.

*****

—    Riccardo ¿Estás despierto?

—    ¿Mmm? —murmuré abriendo un ojo vagamente y llevándome una mano a la boca para intentar contener un bostezo —¿Qué pasa?

—    ¿Estás medio dormido?

—    Pues… ¿Sí? ¿Por qué?

—    E-Es que…

—    Gabi, si vas a decir algo dilo ya, antes de que me duerma.

—    No, no es nada… Perdón, buenas noches.

—    ¿Mmm? ¿Vale? —bostecé de nuevo inconscientemente —Buenas noches.

—    Riccardo…

—    ¿Mmm?

—    Tú y yo…

—    ¿Mmm?

—    Bueno, déjalo… Estás malditamente dormido. —suspiró.

—    Vale…

—    Riccardo…

No hubo respuesta.

—    Ay… No tienes remedio. —besó mi mejilla con cariño y me arropó de nuevo, mientras yo dormía abrazado a la almohada. —Quería decirte que… Que te quiero, mi ángel de la música… Tú no te vas a acordar porque estás dormido, pero… Quiero decirte algo que llevo casi dos meses ocultándote… ¿Estás listo?

—    Mmm…

—    Tan tierno… —sonrió. —Te amo, Riccardo Di rigo. Voy a protegerte, no sé lo que te ha pasado, pero voy a ser tu ángel, un ángel de verdad. Espero… Espero que si es verdad eso que dices de que soy tu hada del amor… Algún día… Te des cuenta, estando despierto. De que no me gusta discutir contigo… Porque te amo, Riccardo. En tantos sentidos como la palabra amar tiene.


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