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Canción de cuna por Love_Triangle

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Gabi siempre había tenido ocurrencias extrañas. Desde que era niño acostumbraba a dejar que su imaginación volase y le gustaba que cuando regresase trajese una nueva y divertida idea con la que sorprenderme. De pequeños pensaba juegos con los que divertirme en cualquiera que fuese el escenario en el que estábamos. En mi casa, en la suya, en el parque, en la guardería… Incluso en la sala de espera del médico. A veces sus juegos eran motivo de alarma entre mis sirvientes, ya que para Gabi mientras se lo pasase bien el resto poco o nada importaba, pero debía de reconocer que me encantaba que fuese así.

Aun teniendo catorce años, cuando de sus labios salían las palabras: «Se me ha ocurrido algo» mi lado más maduro se mantenía en estado de alerta y eso era lo que yo le trataba de transmitir, pero ambos sabíamos que la parte de mí que anhelaba dejar de pensar en reglas y consecuencias y simplemente quería dejarse llevar por sus locas ideas, estaba diciendo: «Hagámoslo realidad»

De uno de aquellos momentos en los que soñaba despierto habían nacido las que habíamos bautizado bajo el nombre de “tardes Riccabi”. No eran como las que habituábamos a compartir, no se trataba de simplemente pasarlas juntos y hacer lo mismo de siempre. ¡Es más! Durante aquellas tardes especiales tenía prohibido tocar el piano, al igual que él lo tenía estar pendiente de mí y de mis dramas. Eran tardes para relajarnos y simplemente abrirnos y disfrutar de la compañía del otro, hacer cosas que no haríamos en ocasiones normales, decirnos todo lo que quisiésemos y dar nuestra opinión más sincera de todo lo que hablásemos.

Ni siquiera teníamos fechas señaladas para estas tardes especiales. A Gabi se le había ocurrido la idea de hacerlas durante un día de lluvia, así que ambos habíamos estado de acuerdo en que, fuese el día que fuese y la hora que fuese, si del cielo comenzaban a caer lágrimas de nube significaba que esa tarde era, obligatoriamente, una de esas tardes especiales. Aquel era un factor emocionante cuanto menos, ya que como ninguno de los dos acostumbrábamos a interesarnos por el tiempo, para ambos era una sorpresa la llegada de una tarde Riccabi.

Y aquella era una de esas tardes reservadas para la locura.

Hundí mi cuchara en la tarrina de helado que Gabi había comprado y deslicé mi lengua por aquella crema helada que tan característica de nosotros se había vuelto. Lluvia y helado, una combinación que nunca habríamos probado de haber sido por las ocurrencias de mi hada del amor. Aunque sabía que en el fondo no era más que una excusa para que sus padres le dejasen comprar la tarrina grande, pues no me había pasado por inadvertido el detalle de que su mitad de esta siempre disminuía a mayor velocidad que la mía. Si por él fuese, sobreviviría a base de dulces, pero para eso estaba yo allí entre otras cosas, para llevármelo a la mansión los días en los que sus padres trabajaban al mediodía y asegurarme de que comiese algo decente en vez de bajar al súper a por dos bolsas de patatas fritas sabor barbacoa y hacerlas pasar por comida.

Gabi buscaba algo entre las estanterías mientras que yo le observaba desde la cama, a la espera de que encontrase aquello que tanto le importaba encontrar y de que volviese junto a mí. Otra cosa que sólo hacíamos en las tardes Riccabi, prohibir terminantemente pasarlas en la mansión para así sacarme de mi zona de confort y que le fuese más fácil conseguir que me dejase llevar. Me conocía demasiado bien, sabía que en mi casa jamás le propondría pasar la tarde sobre mi cama, sino que le ofrecería asiento en uno de los sofás de la sala del piano y no le sacaría de allí hasta que fuese hora de partir. Su casa era, obviamente, modesta y él acostumbraba a recibir a sus visitas en su habitación. Habitación en la cual la única silla era la del escritorio y por ello no había más asiento que la cama, aunque debo de reconocer que no me molestaba aquel detalle, con él no.

—    ¿Por qué compraste la tarrina de pistacho y nuez? —pregunté por iniciar alguna conversación mientras que seguía lamiendo la crema verdosa sabor pistacho que había recogido en mi cuchara.

Otro detalle que sólo pasaba en casa de Gabi, yo comiendo directamente de una tarrina. En la mansión contábamos con una heladera plenamente equipada con sus cucuruchos, sus toppings, sus vasitos y sus cucharillas, por no hablar de la inmensa selección de sabores que tenía a mi disposición totalmente gratis. Pero Gabi me había prohibido terminantemente llevar el helado a su casa, quería que cuando estuviese con él dejase de ser un señorito, que liberase toda la presión a la que padre y otros ricachones me sometían, aunque fuese con gestos tan simples como comer helado directamente de la tarrina junto a él. Lo que hacía en casa de Gabi, sería considerado en la mía una completa falta de etiqueta y educación, ese era otro de los motivos por los que padre le odiaba, por ser tan sencillo.

—    ¡Pues porque la de chocolate y vainilla se había acabado! Y en esta casa el helado de fresa no entra aunque también vaya acompañado de vainilla.

Mi ángel de la guarda era alérgico a la fresa, no hasta el punto de que ingerirla fuese para él algo peligroso, de hecho actualmente era mucho más tolerante a ella que cuando era pequeño. Pero sí que le salía un leve sarpullido cuando tomaba demasiada, aún así, tampoco es que le gustase el sabor de las fresas, por lo que nunca había tenido problema con eso.

—    ¿No te gusta? Puedes comer de mi mitad, a lo mejor a tu te gusta más la nuez.

—    No, sí que me gusta. Pero me sorprendió que cambiases tu helado favorito.

—    Mi helado favorito no lo venden en tarrinas. —se lamentó.

—    Te dije que podía pedirle a mis cocineros que te lo prepararan.

—    ¡Y yo te dije que a mi casa vienes con las manos vacías!

El helado favorito de Gabi era uno llamado “Chocotella”, tan sólo lo vendían en una de las muchas heladerías de la ciudad que conocíamos y, desde la primera vez que lo probó, mi hada del amor se desprendió totalmente de nuestro compartido amor por la stracciatela y pasó a coronar aquel helado especial de la casa como su favorito. Se suponía que su nombre venía de Nutella, pero al probarlo, a ambos nos había sabido más bien a Cola Cao. En cualquier caso, estaba delicioso, era un sabor mucho más suave que el del chocolate, pero igual de dulce e incluso un poco más cremoso que este.

—    ¡Bingo!

—    ¿Encontraste lo que buscabas?

—    ¡Sí! Papá encontró estos CD durante la limpieza del fin de semana.

Me guiñó un ojo mientras me tendía la caja de lo que en un primer momento me había parecido una película, pero que cuando tuve delante de mí y pude ver perfectamente su carátula me sorprendió, enterneció y aterrorizó a partes iguales.

—    Esa cara puse yo.

En la carátula había una imagen impresa en un simple y común folio blanco, en la cual ambos aparecíamos. Era una foto de hace años, muchísimos… Puede que demasiados, ya que por la extraña figura que se nos hacía en las caderas y el abultamiento de los pantalones, podía asegurar que todavía llevábamos pañales. Podía reconocer el sitio, era una zona del parque que frecuentábamos de pequeños, una en la que los numerosos árboles nos proporcionaban la suficiente sombra como para poder escapar del sol en días calurosos.

Gabi tenía un muñeco en forma de caballo en sus todavía pequeñas manitas y jugaba a hacerlo “galopar” sobre mi cabeza, como si fuese esta una alta montaña cuya cima debía de alcanzar. Por mi parte, salía con una pala y un rastrillo entre mis manos, jugando con la arena que me habían echado en el interior de un pequeño cubo de playa. Arena que mis sirvientes sacaban del arenero para mantenerme contento y alejado de los niños desconocidos que allí jugaban, por suerte estaba Gabi para acompañarme en mis tardes de juegos.

—    No sé qué cosas raras habrá aquí dentro, pero creo que si pasamos vergüenza los dos juntos será más fácil de sobrellevar. Yo me meto contigo, tú conmigo…

—    Eso significa que ya te lo has visto y sabes que vas a poder meterte tú conmigo. —declaré desconfiado.

—    ¡Sólo he visto el primer vídeo!

—    ¿Y ya meto la pata en el primero?

—    Sí. —rio.

—    Va a estar buena esta película… —suspiré.

Gabi revolvió mi flequillo juguetonamente antes de dirigirse al DVD a saltitos emocionados. No sé por qué, pero a él le encantaba que recordásemos viejos tiempos juntos, que hubiésemos aceptado volver a mimarnos como antes… Todo lo relacionado con nuestra más tierna infancia era motivo más que suficiente para hacerle sonreír. Reconozco que habíamos sido todo lo tiernos y adorables que podíamos haber sido, sobretodo él. Incluso nuestros peinados transmitían ternura, él con sus dos diminutas coletitas que apenas llegaban a rozar su cuello y yo con mis muchísimo más voluminosos rizos que a veces terminaba por introducirme en la boca, harto de tener que apartarlos. Por no hablar de nuestras chillonas vocecillas, de nuestras palabras mal pronunciadas y de nuestras extrañas ideas de niños pequeños. Sí, desde luego que habíamos sido un show. Esa época había sido una de las más felices para nosotros, creo que eso era lo que a Gabi tanto le gustaba, además de que se volvía loco por los niños, había desarrollado su instinto paternal muchísimo antes de lo que cualquiera de nosotros debería de haberlo hecho.

—    ¿Por qué estás tan feliz? —pregunté intentando resolver mi curiosidad, después de todo para eso estaban las tardes Riccabi.

—    Por ti.

—    ¿Por mí? ¿Y yo que he hecho?

—    Serás cazurro…

No me preguntéis por qué, pero esa palabra, sobretodo dicha con la voz de Gabi, siempre me había hecho gracia. Quizás porque no era el típico insulto, no era algo tan clásico como: Tonto o idiota. No lo sé, pero desde siempre me había hecho reír aquella palabra y con cuanto más convencimiento fuese dicha, más me hacía reír.

—    ¿Lo ves? —preguntó con sus orbes brillando en mi dirección.

—    ¿El qué? —sonreí.

—    Estás muy feliz Riccardo. Desde que empezamos a ganar partidos en la revolución se te nota distinto. También estás de los nervios, lo sé, asumes demasiada responsabilidad como capitán y la semifinal será en unos días, pero no te preocupes, porque vamos a ganar ¡Y la final también! Tenemos al mejor capitán del mundo, pero…

—    ¿Pero?

—    Lo llevo percibiendo desde hace casi un mes y medio, ese cambio… Te ríes con mucha más facilidad, estás más concentrado, sonríes, vuelves a disfrutar de todos y cada uno de los entrenamientos y partidos, te abres más a la gente. Puede que ahora estés incluso más presionado que antes, ya que no podemos perder, pero… Es que se te ve tan feliz por todo lo que está pasando.

—    Porque lo estoy, Gabi. Vamos a vencer a sector quinto, voy a devolverte el fútbol que jugábamos de niños.

—    Sí… Hablando del pasado… ¿Sabes? No ha habido día en el que no haya temido que tu felicidad no sea más que una tapadera. El año pasado… Bueno, un día pensé que te había perdido definitivamente y… Cada día se te veía peor, más triste, más derrotado, más cansado de todo. Tuve mucho miedo, porque… No puedo estar contigo las veinticuatro horas del día y temía que aprovechases cualquier momento a solas para hacer una locura. Estabas tan mal…

—    Por eso fuiste al psicólogo, ¿no?

La vidriosa mirada de Gabi volvió a dirigirse a mí, esta vez para mostrarme su sorpresa. Sí, él desconocía que yo sabía ese dato, pues él había querido ocultármelo en su momento y no quería incomodarle, sobretodo porque tenía miedo de que empezase a desconfiar de mí y perderle. Pero ya había pasado prácticamente un año, era la hora de aclarar ciertas cosas, para eso eran las tardes Riccabi después de todo ¿No?

—    Lo sabes…

Asentí.

—    A tu padre se le escapó una vez que llamé preguntando por qué no podías ir al instituto durante las primeras horas.

—    Entiendo, bueno… Da igual, eso no es lo importante. El caso es que haberte visto por aquel entonces, en plena depresión y… Verte ahora… Estoy muy feliz, muy, muy feliz. Ahora estás siendo tú. No sé si ha sido Arion, Víctor, el entrador Evans o quien… Pero le doy las gracias por haberte devuelto la sonrisa. —se derrumbó.

—    Gabi…

Dejé la cuchara con el helado sobre la tapa de la tarrina para no mancharle el edredón y me levanté de la cama. Quería que las únicas lágrimas que bañasen aquella tarde fuesen las de las nubes, las cuales todavía se deslizaban por los cristales de las ventanas de la habitación de Gabi y llevaban a cabo vertiginosas carreras hasta su alfeizar, dejando tras de sí una estela de agua que sería la única prueba de que en algún momento estuvieron allí.

Había comenzado a granizar y los caprichosos dardos de agua helada golpeaban los ventanales tratando de que les prestásemos toda nuestra atención, pero no iba a ser así. No había lugar para el frío ni en aquella casa ni en aquellos momentos, mucho menos lo había entre nosotros dos. Por ello, sin casi pensarlo pues no había nada que pensar, recibí a mi ángel de cabellos rosados entre mis brazos, brindándole todo el calor que mi cuerpo podía otorgarle. No quería que llorase como las nubes, las tardes Riccabi eran para robarles el sol al resto de habitantes de Japón, durante esas tardes llovía porque el sol residía en el interior de nuestros orbes. Alzándose sobre el mar azul de Gabi y derritiendo el chocolate de mis ojos. Tenía que estar riendo, junto a mí.

—    Tranquilo, estoy bien… Pero como sigas llorando me iré a la mansión a por helado “Chocotella” y no habrá nada que puedas hacer. Te obligaré a ahogar las penas.

Me estrechó con más fuerza entre sus brazos y hundió su rostro en mi hombro, intentando ocultar una ligera risa que se le había escapado.

—    Ríete. —ordené.

—    No, no… —canturreó.

Coloqué mis dedos sobre el vientre de Gabi y comencé a moverlos velozmente sobre él y sobre su abdomen, haciendo que el chico se retorciese entre mis brazos intentando contenerse, pero que finalmente explotase y tratase de inmovilizar mis manos al tiempo que me suplicaba que me detuviese entre carcajadas. Aquellos momentos me recordaban al pasado y lo mejor era que podía transportarle a él también a aquella época en la que tan felices fuimos, cuando jugábamos con mamá a los piratas y ella hacía de monstruo marino que nos atrapaba entre sus brazos y nos mataba a cosquillas. Gabi siempre era el primero en caer, su cuerpo era muy sensible e incluso podía llegar a reírse antes de que se le tocase. Recuerdo todas aquellas veces en las que yo, todavía desde lo alto del sofá que utilizábamos como barco, intentaba salvarlo, con miedo de que me cogieran a mí también y perder el juego, de los tentáculos del kraken de las cosquillas en el que mamá se convertía cuando jugábamos.

Disfrutaba mucho de aquello, de sus carcajadas, de sus risas, de las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas debido al esfuerzo y a la risa, de sus súplicas entrecortadas y de sus débiles movimientos a la hora de zafarse de las cosquillas, era el mismo de siempre… Tan tierno y dulce como cuando todavía jugaba con su caballo de juguete sobre mi cabeza.

—    ¿Te rindes, rufián? —pregunté intentando imitar las voces que de niños poníamos.

—    ¡Me rindo, capitán! ¡Me rindo! ¡Me rindo! —alcanzó a decir siendo todavía víctima de mis entrenados dedos.

—    ¡Habla más alto, sabandija!

—    ¡Me rindo! —vociferó ya en su límite.

—    De acuerdo, no te haré pasar por la tabla esta vez.

Liberé a su cuerpo del ataque al que estaba siendo sometido y lo recibí en mis brazos, colocándolo, con cuidado, de nuevo sobre la cama para que pudiese recomponerse y volver a coger aire sin desplomarse en el suelo. Sonreí al comprobar que era exactamente igual a cuando era pequeño, ahora necesitaba unos segundos para volver a coger aire y calmarse y tardaría unos cuantos minutos más en volver a confiar en mí, ya que hora se comportaría de forma desconfiada y se alejaría en cuanto yo tratase de acercarme a él, riéndose de tan solo pensar que volvería a hacerle cosquillas. Podía comportarse de la forma más madura que quisiese delante del equipo, de hecho, yo también podía, pero no podíamos negar que en el fondo era un niño, ambos lo éramos. Niños que se refugiaban en el otro cuando no podían más y que trataban de vivir día a día como adultos, pero siempre pendientes de que el otro lo consiguiese y dispuestos a ayudarle en caso de que no lo hiciese.

—    ¿Estás bien? —pregunté ya mirando para el televisor mientras que utilizaba el mando a distancia para buscar la “película”

—    Sí, ha sido muy rastrero, que lo sepas.

—    ¡¿Qué?!

Giré la cabeza hacia él, fingiendo enfado en mi voz y consiguiendo lo que pretendía, que se deslizase velozmente hasta la otra punta de la cama entre risas, escapando de un posible castigo de cosquillas por sus palabras.

—    ¡Nada! —sonrió ya en un rincón.

Era precioso… Mi ángel era lo más bonito y dulce que había conocido, por eso me daba miedo que me lo quitasen o… Que me prohibiese seguir viéndole. Después de todo él era el único pilar que me quedaba. El de la familia había caído, el del amor romántico no existía… O por lo menos no podía asegurar que lo hiciese. Gabi sostenía el de la amistad y, por lo tanto, el del amor propio, porque ambos sabíamos que si él desaparecía me quedaría solo, completamente solo y no podría ya quererme a mí mismo… Entonces sería el fin, le necesitaba, le necesitaba tanto o más que al propio aire.

—    ¿Siguen algún orden? —pregunté pulsando el play y tumbándome a su lado tras colocar la tarrina de helado y los snacks entre ambos y tenderle su cuchara.

—    Creo que están por orden cronológico.

La habitación se oscureció por unos segundos, segundos en los que advertí como Gabi me miraba de reojo, aunque… Si me di cuenta es que yo también le estaba mirando a él inconscientemente.

La pantalla de la televisión se iluminó de nuevo haciendo que nuestros rostros se tiñesen de diferentes colores progresivamente, ya que nos encontrábamos a oscuras. Ambos devolvimos nuestra vista al frente, listos para ver la primera grabación. En la cual era mi propia madre la que nos grababa en el parque, algo que no ocurría muy a menudo ya que padre siempre solía estar enfrascado en su trabajo y necesitaba la ayuda de su mujer, que era la que realmente dirigía la empresa. Pero cuando sacaba tiempo para comportarse como lo que quería ser, una madre normal, las tardes se volvían mágicas.

—    Gabi ¿Qué has cogido?

“Mamá…”

Sentí como Gabi, sin siquiera mirarme y concentrándose en la película y en lamer su helado, extendía la mano que le quedaba libre hasta mí y cogía una de las mías, como queriendo decime: «Tranquilo» pero sin querer romper la armonía del momento con su voz.

El pequeño Gabi de la grabación, levantó su mirada y extendió su mano hacia mamá, abriéndola y mostrando a su vez una radiante sonrisa triunfal mientras que le enseñaba a mamá y a la cámara lo que había cogido del suelo.

—    ¡Un bichito!

“Definitivamente su voz era muy chillona cuando era pequeño”

—    ¡Es una oruga! Cuando se haga mayor se va a convertir en mariposa.

Aquella declaración hizo que los ojos de Gabi se abriesen como platos y que yo mismo, entretenido como estaba hasta ese momento arrancando margaritas y haciendo un ramito, levantase la cabeza para mirar con curiosidad a la diminuta oruga que se deslizaba por la palma de la mano de Gabi, olvidándome por completo de las flores.

—    ¿A vé?

Ambos niños miraron fijamente a la oruga, esperando que de la nada se convirtiese en mariposa y saliese volando, pero obviamente nada de eso ocurrió y a cada segundo que pasaba sus caritas emocionadas se iban llenando de desilusión.

—    ¿Falta muxo?— preguntó el activo Gabi de casi tres añitos.

—    Sí, falta mucho, déjala en una plantita para que pueda comer y otro día que vengamos la buscamos y vemos si se ha convertido en mariposa ¿Vale?

—    Y… Y… ¿Y si escapa? —pregunté tras hacer un gran esfuerzo para encontrar las palabras exactas que quería decir.

—    ¡Pues buscamos otra mariposa! No os preocupéis.

—    ¡Vale!

En la siguiente grabación, perteneciente al mismo día, salía yo colocando las flores que había recogido en las gomas de las coletas de Gabi, haciendo que estas fueran una bonita decoración mientras que después él trataba de hacer lo mismo con mis rizos, cosa que el Riccardo de dos añitos no quiso y su rabieta hizo que la grabación finalizase.

La última grabación de ese día nos mostraba caminando detrás de mamá ya habiendo terminado nuestras horas de parque. Ambos portábamos en nuestras manitas un helado de cucurucho, cada uno con nuestro respectivo sabor favorito en su momento. El suyo de mandarina y el mío de vainilla. Pero no fue eso en lo que nos fijamos en primer lugar, sino en el detalle de que, mientras que cada uno lamía su respetivo helado con alegría y gozo, con nuestras manos libres habíamos cogido la del otro y caminábamos de la mano sin prestarle atención. Era exactamente la misma posición en la que estábamos en aquellos momentos en el presente.

—    Lo has hecho a propósito —declaré.

—    No, te lo juro. No había llegado a ver esa parte. —murmuró tras sacarse la cuchara con el helado de la boca.

La grabación finalizó mientras lo discutíamos, dando paso a la siguiente. Puede que la más emotiva, ya que fue uno de los momentos que marcó toda nuestra historia juntos y el cual recordaríamos por siempre aunque nuestra relación terminase al día siguiente. Había sido un gran desencadenante para que Gabi se hubiese convertido en alguien tan especial y tan importante para mí, pero sobretodo… Había sido el desencadenante de nuestro más dulce y amado secreto. Nuestra canción de cuna, la cual a día de hoy estaba sin terminar, pues faltaba que yo completase mi parte.

—    ¡No funsiona!

El pequeño Riccardo de cinco años lloraba amargamente mientras que doblaba su cuerpo hacia adelante, cualquiera podría haber pensado que me dolía el estómago o que me encontraba mal, pero no era eso. Me abrazaba a la estropeada caja de música que protegía entre mis brazos, temeroso de que alguien la tirase a la basura en vez de arreglarla. Recordaba que lo que había pasado era que durante la limpieza, una de las criadas la tiró por accidente y una parte importante que no podía recordar con exactitud, se había perdido y seguramente tirado a la basura tras haber aspirado y tirado la bolsa del aspirador. En cualquier caso, mi caja de música no tenía arreglo y mi mamá no estaba allí para tocar el piano y ayudarme a dormir.

A mi lado, el pequeño Gabi de cinco años se revolvía inquieto entre las sábanas, con sus ojitos igualmente cargados de lágrimas ante el nerviosismo que le provocaba mi llanto y la impotencia de ser demasiado pequeño para ayudar. No pudiendo hacer nada más que rodear mi cuello con sus brazos y darme dulces besitos en la mejilla mientras trataba de calmarme, llegando incluso a usar la manga de su pijama para secar mis lágrimas y después las suyas propias al comprobar que nada de lo que hacía surtía efecto. De vez en cuando miraba a los sirvientes, pidiéndoles ayuda con la mirada, pero ellos tampoco sabían qué hacer. De hecho, estaban tan paralizados por mi estado de histeria que la doncella que estaba grabando para mamá cómo nos íbamos a dormir los dos solitos se había olvidado de que seguía grabando. Aunque a día de hoy, le agradezco el que lo hiciera, sino no podríamos tener las imágenes de lo que pasaría en breves minutos.

Llegó un momento en el que el joven Gabi llegó a la conclusión de que pese a las palabras de los sirvientes, los objetos que me traían y la música que me ponían como sustituta, no me calmaría. Yo quería la música de mi cajita, sino me sería imposible dormir además de que la pérdida de un objeto tan importante para mí me llenaba de dolor. Siendo tan pequeño como lo era me abrazaba a aquella caja y le lloraba como si hubiese sido uno de mis gatitos el que había fallecido y no un simple objeto que… Realmente no podía fallecer, sólo había perdido una pieza.

—    El sol se va. Hay que dormir. Deja de tocar, túmbate a mi lado. Puedo ver tu boquita bostezar…

Tanto mi rostro como el de Gabi perdieron toda expresión que antaño habían tenido para plasmar en nuestras caras la ternura y la nostalgia que en aquel momento sentíamos. El Gabi de cinco años había comenzado a cantar de forma improvisada aquella canción que gracias a la grabación habíamos podido aprendernos de memoria. Pero aquellos vídeos se habían perdido hacía años, muchos años. Ni siquiera recordábamos si seguían en mi casa, en la suya o si simplemente se habían perdido, por ello nos habíamos olvidado de los movimientos exactos que hicimos esa noche.

Ahora recordaba como Gabi me había abrazado con fuerza mientras me cantaba de forma entrecortada, necesitando unos segundos para pensar la siguiente parte de la letra. La forma en la que su vocecilla me había logrado calmar era casi mágica, apenas había recitado la mitad de la improvisada melodía cuando, con mis ojitos todavía hinchados y mis lágrimas deslizándose por mis mejillas, había levantado mi cabecita para mirarle y había dejado de abrazar a mi preciada caja para abrazarle a él, un poco más tranquilo.

Los sirvientes aprovecharon ese emotivo momento para retirar el objeto de madera de mis piernas y Gabi me tumbó sobre la almohada mientras que, sin dejar de cantarme, separaba los rizos, que se habían adherido a mis mejillas, de mi rostro. Para entonces yo simplemente le miraba fijamente a los ojos, con la respiración todavía alterada, pero tranquilo.

La grabación finalizaba con él apagando la luz de mi lamparita de noche y tumbándose a mi lado. No pudimos ver lo que pasaba después… La cámara no había grabado lo que ocurrió en la oscuridad, pero, en el último segundo de vídeo, se me escuchaba reír.

—    ¡AY! ¡Ah! ¡Qué frío!

Desvié la atención de la pantalla para comprobar a qué venía el repentino grito de Gabi. El muy… Cazurro, se había quedado tan pendiente de lo que pasaba en el televisor que el helado se le había caído de la cuchara y había colisionado contra su pecho. El tejido de su pijama era muy fino ya que estábamos en verano, por lo que el helado había tocado su piel sin impedimento alguno.

Sequé la lágrima que la grabación había dejado asomar por mi ojo y el llanto fue sustituido por una sonora carcajada que inundó la habitación. No habría habido mejor forma de liberar toda aquella carga emocional que una clásica metedura de pata.

—    ¡No te rías! ¡Ah! ¡Qué frío!

—    Quítate la camiseta.

—    ¡No! Me voy a cambiar el pijama. ¡Ay! ¡Ay! ¡Qué se está derritiendo!

Gabi se levantó de la cama de un salto y abrió el armario en el cual guardaba sus pijamas de repuesto, sólo para salir corriendo hacia el baño como alma que llevaba el diablo, haciendo que sus coletas volasen tras él y de repente… ¡BUM!

—    ¿Estás bien? —pregunté alarmado por el ruido.

—    Estoy bien.

—    ¿Cómo te has caído?

—    Con estilo… —sonrió dolorido mientras se llevaba una mano a la cabeza y se volvía a poner en pie mientras que miraba al suelo insistentemente.

Entonces vi cual había sido el problema, se le había caído el helado al suelo durante la carrera y había resbalado con él. Sacudí la cabeza sin que él me viese y contuve una pequeña sonrisa que amenazaba con salir. ¿Qué iba a hacer yo con aquel chico patoso?

“Muchas cosas…”

Mi propio pensamiento me sorprendió y volví a la habitación como si de un autómata me tratase, debía de dejar de pensar cosas extrañas. Gabi era muy especial para mí, demasiado… Conmigo era con la única persona con la que se sentía lo suficientemente a gusto para ser él al cien por cien, quería que siguiese siendo igual de especial, moriría si volvía a tratarme como trataba a los miembros del equipo. No porque lo hiciese de mala manera es sólo que… Tras conocerle como yo le conozco, volver a ese punto sería para mí como ser su enemigo. Ya lo he dicho… Nuestra relación es distinta a cualquiera que tanto él como yo hayamos podido tener nunca, ambos hacemos cosas cuando estamos con el otro que no haríamos con otros, ni siquiera solos. Gabi era así, tierno, alocado y dulce como el azúcar, no quería que se guardase todo eso y que simplemente fuese agradable conmigo. No quería ser uno más, él se hacía querer por todos, pero… ¿Conocerle? A eso sólo llegábamos pocos, o mejor dicho… Yo.

La melodía que tenía como tono de llamada me sacó de mi ensimismamiento y avancé hasta la bolsa en la que tenía guardado el móvil. En principio no tenía pensado coger a no ser que pudiese ser algo importante, me encontraba en plena tarde Riccabi y eran pocas las cosas más importantes que esa en aquellos momentos. Pero la sorpresa al leer el nombre de la persona que realizaba la llamada entrante me obligó a responder. Gabi se estaba cambiando, contaba con terminar pronto aquella fortuita conversación y volver con él.

—    ¿Qué pasa, Aitor?

—    ¿Riccardo?

—    Sí, dime.

—    Siento molestar, capitán. Pero es muy importante.

—    Mira, si me vas a hablar de Gabi no…

—    No, mi vida no gira en torno a Gabriel, ¿sabes?, te llamo a ti porque quiero hablar contigo.

—    ¿Qué pasa?

—    Dímelo tú… ¿Estás bien?

—    Perfectamente.

—    ¿Y en tu casa todo va bien?

—    ¿A qué viene esto? Estoy ocupado.

—    ¿Tienes problemas con tus padres o algo? ¿Tenéis problemas de dinero?

Aquella pregunta me enfadó más de lo que habría esperado, no me gustaban los misterios y menos si venían de alguien con quien no tenía trato. Además, Gabi me había contado punto por punto todo lo que había hecho ese chico, no es que me cayese mal ni nada por el estilo, había cambiado e incluso Gabi había vuelto a confiar en él, pero sus antecedentes me hacían sospechar y no le iba a permitir que utilizase ese tipo de cosas para gastarme bromas, porque lo cortaría de raíz.

—    No, no tengo problemas de dinero.

—    No me has contestado a lo de tus padres.

—    Ni lo haré, no te importa lo que pase en mi casa de puertas para adentro.

—    Oye, no te pongas así ¡Para una vez que trato de ayudar!

—    ¿Ayudar con qué?

—    Insisto, no es por ser cotilla, pero…  ¿Hay algo que quizás yo pudiese saber?

—    ¿Qué? Mira… No te entiendo.

—    Te voy a mandar una foto por Whatsapp… Mírala estando solo.

Colgó justo en el momento en el que Gabi salía del cuarto de baño y se encaminaba a la cocina para meter el pijama sucio en la lavadora. No tenía todo el día… Pero la voz de Aitor me preocupaba, en ningún momento había notado en ella burla o dobles sentidos en sus palabras, es más, parecía preocupado por mí y ni siquiera se había interesado por Gabi que era con quien más confianza tenía… Me preocupaba.

Mensaje de Aitor

Descargué la imagen mientras escuchaba como los pasos de Gabi se acercaban por el pasillo mientras que él tarareaba una canción que no pude reconocer, o sí, no lo sé, mi mente no estaba centrada en eso, sino en la imagen que Aitor me había enviado.

Orfanato Don Sol.

Ficha de admisión

Nombre del adolescente que se dará en adopción: Riccardo Di rigo.

—    ¿Riccardo? ¡RICCARDO!


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