Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Para romper una maldición por BocaDeSerpiente

[Reviews - 6]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Era un estado de crisis. Si tuviese que definir la manera en que la aparición de Luna, afectó a Draco, eso sería lo único que diría.

Ze, luego de quedarse solos y alternar la mirada entre uno y el otro, llegó a la conclusión, sin que le dijesen nada, de que era eso de lo que nunca le hablaron ni tenían pensado hacerlo, así que los despachó sin opción a réplica alguna, para que resolviesen sus asuntos donde ningún cliente fuese a verlos entrar en pánico. Pensó que exageraba, pero tal vez no fue así.

Entraron al apartamento de inmediato. Lo primero que hizo Draco fue pedirle a Dobby un informe del perímetro que rodeaba el Inferno, a cien metros a la redonda, porque, de acuerdo a él, ni siquiera esa persona podría lanzar un hechizo desde esa distancia. Cuando el elfo le aseguró que no estaban en peligro, aun así se asomó por la ventana, mordisqueándose la punta de uno de los pulgares, la piel, no la uña, en un gesto que no lo había visto hacer fuera del laboratorio, de los últimos días del encierro antes de dejar Europa.

Harry lo observaba, desde uno de los bancos que rodeaban la encimera, sin tener idea de qué decirle. Frente a él, estaba el frasco de revitalizante, un pequeño paquete de galletas de vainilla y un pote de fresas con crema, que Luna llevaba en la bolsa y se los presentó a manera de disculpa, de parte de Rolf y ella; el primero, según dijo, llegó al hotel donde se hospedaban, pálido y balbuceando sobre el Picoazul, el huevo, los Black, y heridas. Ella dijo que estuvo feliz de descubrir que Harry estaba ahí, por lo que quería hablarle, y lo citó para la tarde.

Aún no le enviaba la respuesta que prometió vía lechuza. Ze dio el asunto por zanjado por ellos, hizo las despedidas lo más cortés que pudo, la acompañó a la salida, y corrió las cortinas, dejando el cartel de cerrado, para apartar a todo aquel que no tuviese previa cita con ella para las consultas.

La bruja guardó el libro de casos, recogió los viales flotantes y los comenzó a acomodar donde les correspondía, guiada por las etiquetas con códigos en un costado. Ni siquiera insinuó que le contasen algo, pero al ver que ninguno reaccionaba, los instó a subir.

Harry se prometió que la invitarían a algún lado, como agradecimiento por todo lo que hacía por ellos. Estuvieron tan atareados las últimas semanas, que no lo había hecho.

Y ahora estaban ahí, en un silencio apenas interrumpido por algunos susurros del elfo, cuando Draco lo mandaba a hacer algo, y el golpeteo del pie de Harry contra el suelo, que ya comenzaba a sentir el ambiente asfixiante, cuando su novio se volvió hacia él.

—¿Crees que…? —Su voz perdió el volumen apenas abrió la boca, hasta que se calló a sí mismo, y no continuó con la pregunta.

—¿A través de Luna? —Lo vio asentir—. No sé, es- no creo. Ya oíste a Rolf, viajan mucho, puede ser una casualidad.

—¿Y si no lo es?

Harry no quería volver a pensar en los tal vez.

—Luna siempre fue una chica dulce y amable, incluso con los que no lo merecían —Draco le dio una mirada desagradable, que dejaba en claro lo que pensaba de esa opinión. Ingenuo. Hasta él lo reconocía.

—Sé de algunas personas que, definitivamente, dirían que no lo merezco.

—Y no están aquí —Le recordó, más firme. Se observaron, de vuelta al silencio, por un rato.

Cuando parecía a punto de reclamarle y enojarse, en realidad, sólo dejó caer los hombros y se envolvió con sus propios brazos. Dio otro vistazo por la ventana. La imagen le trajo una sensación de déjà vu con la que apenas supo lidiar.

—¿Nos confiamos mucho? —Preguntó después, en un tono más suave—. Digo, es que tanto tiempo, y…a mí me gusta estar aquí.

—También a mí me gusta —Asintió cuando se giró para verlo, de nuevo—, no creo que se pueda ser más cuidadoso de lo que hemos sido, Draco, a menos que quieras llevar glamour permanente o esconderte bajo una capa de invisibilidad.

Él apretó los labios un momento, luego negó.

—No podría verte, eso arruinaría tu poco encanto —Reconoció el intento de aligerar el ambiente y sacudió la cabeza, a la vez que sonreía y le tendía la mano. Con un suspiro dramático, Draco caminó hacia él, sólo que en lugar de sentarse a un lado, se acomodó sobre sus piernas; Harry tuvo la difícil tarea de luchar por mantener el equilibrio de ambos, sobre el pobre mueble que no estaba hecho para dos hombres adultos, y terminó por rodearlo con un brazo.

—Superficial —Le espetó, siguiéndole la corriente. Draco masculló sobre que, por supuesto, no podía permitirse estar con alguien que no se mantuviese a su nivel, mientras se recargaba sobre uno de sus hombros.

—¿Estoy sobreactuando? —Añadió luego. Harry se encogió de hombros.

—Llevo tanto tiempo escuchado tus exageraciones que ya me suenan muy normales.

—Hey —Le advirtió, estrechando los ojos, a lo que respondió dándole un beso. Draco se sacudió, aunque no se apartó—. No hagas eso, estoy intentando enojarme contigo, Potter.

Pero Harry lo volvió a besar y le sonrió de lado. Él rodó los ojos, el amago de sonrisa lo traicionaba.

—¿Vas a ir?

Había llegado la temida pregunta.

Harry emitió un mudo "hm" y se dedicó a unir y separar los dedos de las manos libres de los dos, divirtiéndose de todavía descubrirle marcas nuevas, por tanto trabajar con pociones, a pesar de que lo veía cada día.

—No creo que sea peligroso, ¿sabes? —Comenzó por ese punto, que a decir verdad, era el que más le preocupaba, y supuso que a Draco también—. Habría que estar muy loco o desesperado para hacer un plan que incluyese al Picoazul y toda la cosa con el huevo.

—También conozco a una persona que está lo bastante loca…—Musitó, así que Harry le pinchó un costado, a modo de regaño por el pesimismo. Él resopló.

—Luna querrá hablar del colegio, de los no-sé-qué cornudos, algo así.

—¿Y si te pregunta por…ya sabes, irteEl Profeta habrá inventado miles de teorías.

—Luna no leía El Profeta —Le restó importancia. Draco arqueó las cejas, como si se preguntase qué clase de mago o bruja respetable no leía el periódico mágico—, su padre tiene, o tenía, la dirección del Quisquilloso.

—Ah —Fue su turno de la mirada de advertencia cuando lo observó arrugar la nariz. Por suerte, retuvo el comentario desagradable, que sólo por su expresión, sabía que se avecinaba.

—Y ellos siempre estuvieron de mi lado —Agregó. Bueno, si omitía el intento de intercambio de Xenophilius, sí, pero no lo culpaba por querer recuperar a su hija a cualquier precio.

Ya no estaba seguro de si intentaba convencerlo a él, o a sí mismo.

—¿Así que sí vas?

Lo consideró unos segundos.

—¿Qué es lo peor que podría pasar?

—¿Te hago la lista verbal o por escrito?

—Draco —Volvió a reprenderlo. Se ganó un beso, en esa ocasión, y Draco aprovechó de hablar mientras él todavía estaba medio atontado por el contacto de sus labios.

—Tal vez sería más seguro si se reúnen aquí.

Parpadeó, le llevó unos momentos comprender lo que acababa de oír.

—¿Aquí, dices? —Él asintió.

—Bueno, en uno de los cuartos de consulta. Pensándolo bien, el apartamento sí sería el lugar más seguro, pero…

Claro, no iba a dejar entrar a alguien que era una extraña, para él, cuando ni siquiera Ze subía en días normales. Respetaba la decisión, y le ahorraba tener que pensar en un sitio donde no se pudiese usar magia libremente, por si era atacado, pero aún se pudiese defender, en caso de necesitarlo.

Asintió.

—¿Quieres acompañarme?

Draco lo observó con ojos enormes, como si no se hubiese esperado la pregunta. Él se volvió a encoger de hombros. ¿Por qué no?


El hecho de que el Inferno era más grande por dentro, de lo que parecía a simple vista, se notaba más en las salas de consulta. En un principio, cuando apenas consiguieron el edificio y la planta superior todavía no estaba terminada, recordaba que durmieron una noche en un sofá por esa zona, tan apretados que se quejaron del dolor de espalda y cuello por el resto del día, y para la tarde, tenían una improvisada cama armada con almohadas y cobijas. Luego, al mudarse al piso de arriba, tendría que haberse convertido en un laboratorio de pociones, pero Draco le dio esa mirada suplicante que usaba en lugar de decirle "por favor" y las pociones se cambiaron de sitio con ellos, dejando el espacio de abajo para almacenamiento y a disposición de Ze.

Y vaya que la bruja se encargó de hacerlo de su gusto.

Más allá de la cortina de cuencas, aunque todavía fuese de ambos en la práctica y entrasen sin problemas, podían considerarlo una especie de terreno inexplorado. Ze tenía las paredes cubiertas de papel tapiz con motivos antiguos y del color del pergamino viejo, ventanas falsas, pequeñas y redondas, que daban a paisajes diferentes, y estantes bajos y anchos, llenos de libros desgastados y objetos de su colección, como versiones del tarot en chino de alguna Era que ni siquiera podía recordar, o las bolas de cristal miniatura, que tenían el tamaño de una canica.

Del techo, colgaban de a montones unas luces amarillas, de resplandor tenue, con forma de rombos delicados, y el centro de la estancia, contaba con unos cojines enormes y una mesa redonda, de madera, que sólo tenía altura suficiente para que Ze pudiese deslizar las piernas por debajo cuando se sentaba, lo que por alguna razón, acostumbraba hacer.

Nada más poner un pie dentro, cualquier buen mago o bruja, habría notado la cantidad de hechizos vinculantes y protectores, que examinaban a los recién llegados. Para un muggle, en cambio, habría resultado en un sutil aroma almizclado, tal vez un cosquilleo; ellos solían pensar que las salas de consulta estaban llenas de ilusiones bien hechas. Era mejor así.

Cuando le dieron la tarde libre, Ze los observó por un largo rato, en que los dos soportaron el escrutinio con un penoso esfuerzo, cambió algunas citas que tenía programadas para el día siguiente, y se aseguró de darle a cada uno un abrazo que habría molido los huesos de otra persona, de haber sido a propósito. Pidieron permiso para usar su sala, sólo por mera cortesía, así que la bruja había recogido las reliquias y artículos mágicos que solían llenar la mesa hasta formar una elevación de varios centímetros, y apagado los inciensos, pero fue incapaz de hacer algo para cambiar el ambiente húmedo y caliente dentro.

Harry fue a recibir a Luna a la puerta cuando llegó. La tienda había cerrado sus puertas mucho antes de lo previsto, podía notar la curiosidad de algunos vecinos. Le ordenó a Dobby vigilar, sólo para que este le contase que Draco ya se lo dijo momentos atrás. No le sorprendía.

La guio hacia una de las salas de consulta, con una mano en la parte alta de la espalda y apenas rozándola para que se mantuviese en movimiento, porque hacia ademán de rezagarse para ver cualquier cosa, en cada paso. Draco los esperaba sentado en uno de los cojines, en torno a la mesa, bebiéndose, de a sorbos pequeños, el contenido de una pequeña tetera en su taza preferida (una verde y con una serpiente por asa, pero no de Slytherin, decía él). Al lado, tenían una tetera de tamaño normal, porque le comentó que no era buena idea que consumiesen lo mismo que él ese día. Tenía la impresión de que se trataba de otro experimento.

Luna le sonrió a modo de saludo y se sentó al frente, cruzando las piernas sobre la almohada, y comenzó a dar vistazos alrededor, con ojos enormes y brillantes, que parecían absorberlo todo.

—…por Merlín, su pureza me da náuseas —Harry tuvo que reprimir el impulso de dar un salto cuando escuchó la familiar voz en su cabeza. Acababa de tomar la tetera para servirse algo, con la intención de tener las manos ocupadas mientras pensaba nada más, y casi se le cae al volver la cabeza hacia Draco, que tenía los ojos fijos en la curiosa mujer, por encima del borde de la taza. La legeremancia de nuevo, claro—. Cree que el lugar es bonito, no está segura de lo que hacemos, Rolf no parece haberle explicado más que lo de ese día. Tiene una capa superficial, sin defensas, llena de recuerdos y pensamientos de sus hijos y Rolf, bastante dulces —Reconoció, con lo que, de haber sido una circunstancia normal, habría sido a regañadientes—. Casi todo está despejado.

Es de mala educación revisarle la mente a una persona, Draco —Le replicó, por la misma vía, cuando prosiguió con la bebida. Le preguntó a Luna si quería una, y al verla asentir, se la sirvió también.

Sabes que reviso la mente de todos los que entran aquí —Recordó, con un bufido que decía lo que pensaba de ser 'maleducado'—. Tiene unas defensas más al fondo, buenas pero no lo suficiente, sin técnica de Oclumancia; podrían servirle para resistir un Imperius, el Allure, más o menos. No parece que tenga intenciones ocultas.

Es Luna, nunca las ha tenido.

Quién sabe, Harry, quién sabe.

Él rodó los ojos y decidió concentrarse en la mujer, que recibía la taza con un sorpresivo agradecimiento, como si se hubiese olvidado de que lo aceptó antes. La vio darle un trago largo, y volver a pasear la mirada por el cuarto, antes de que se fijase en ellos.

—¿De qué querías hablar, Luna? —Le preguntó en tono suave, flexionando los codos sobre el borde de la mesa y recargándose en esta.

—Oh, bueno —Ella hizo un gesto pensativo, al bajar la taza y emitir un "hm"—, yo realmente estaba feliz de encontrarte aquí. Rolf no se acordó de ti, hace mucho no nos veíamos.

Lo dice en serio —Observó Draco, en el tono más próximo a la sorpresa que se permitía al hablar de una persona que le era un "extraño"—, está contenta.

Lo imaginé, Luna no fue nunca una mentirosa —Asintió, para ambas conversaciones, y siguió en voz alta:—. Sí, unos diez años, ¿no? Desde tu boda, más o menos.

Ella asintió con ganas.

—Cuando volví de la luna de miel, ya no estabas por ningún lado —Recordó, con el ceño un poco fruncido. Dentro de su cabeza, la voz de Draco musitaba "terreno peligroso, terreno peligroso".

—Perdona eso —Harry intentó su mejor sonrisa avergonzada, que le ganó un gesto vago de la mujer, para restarle importancia.

—Pensé que tendría que haber sido algo importante —Y de nuevo, desvió la mirada, hacia Draco en esa ocasión. Todavía tenía una sonrisa suave, casi comprensiva—, decían cosas muy extrañas en Inglaterra, nunca les hice caso, ya sabes cómo se ponen, los torposoplos están haciendo de las suyas y sólo Rolf y yo nos hemos dado cuenta, les meten ideas en la cabeza, Harry, no te imaginas cuántas.

De no haberlo considerado aún más maleducado que leerle la mente, Harry se habría echado a reír, no por ella, sino por la expresión de turbación de Draco mientras la escuchaba.

Sigue siendo terreno peligroso —Decidió luego, apurando la taza y sirviéndose otra con magia. Harry deslizó una de sus manos hacia la de él y entrelazó los dedos, dejándola en medio de los dos.

—Seguro que sí, Luna, ya desde Hogwarts que esas criaturas hacían actuar a todos extraño —Le siguió la corriente, atenazado por una oleada de añoranza casi dolorosa. Ella asintió, solemne.

—Lo sé, lo sé, pero no es su culpa, está en su naturaleza hacerlo.

Calló el bufido incrédulo de Draco, dándole un apretón a sus manos unidas. Si ella lo notó, no debió importarle.

—Pero —Continuó ella, y sólo en ese momento, se percató de que no, no era a Draco a quien veía cuando giraba en su dirección. Era lo que lo rodeaba, a pesar de que la Maldición estaba bien replegada en ese momento, apenas perceptible, para quien lo conociese lo suficiente, como unas lejanas sombras en el gris del iris—, hay algo más extraño todavía, ¿sabes? Algo que he pensado mucho y no creo que pueda atribuirle a los pobrecillos torposoplos.

Draco también lo había notado ahora. Estaba tenso, con el rostro en blanco, la taza sostenida en su mano libre, apoyada en la mesa.

Ella lo ve —Susurró dentro de su cabeza.

—¿Qué cosa, Luna? —Añadió, preguntándose, al fin, qué tan buena idea fue haber aceptado aquello.

Su antigua amiga, con una sonrisa más triste, cabeceó hacia Draco.

—Me pidieron enviar una señal a Inglaterra si lo encontraba en alguna parte…

En un parpadeo, el propio Draco tenía la varita en mano, en lugar de la taza, y la apuntaba. Harry intentó sostenerle la muñeca para que no lo hiciera, pero tampoco estaba seguro de que fuese buena idea.

—…y no lo hice —Completó, en un tono más bajo, como si fuese consciente de que se trataba de un tema delicado.

Luna no parecía sorprendida por la reacción, ni siquiera amenazada bajo la varita, que no dejó de apuntarla, y la mirada entrecerrada y calculadora del mago. De hecho, le dio un pequeño sorbo a su taza, la depositó en la mesa, y sacudió la cabeza.

—Y tampoco la mandaré después —Siguió, con la misma calma—. Cuando alguien desaparece de ese modo en que lo hiciste, Harry, es porque tiene una razón, ¿no?

Fue como si hubiese retenido el aliento, sin saberlo, y al fin, pudiese volver a respirar. Presionó la muñeca de Draco hacia abajo, intentando quitarle la varita al entrelazar sus dedos.

No está mintiendo —Soltó, sólo para ellos, con una voz que decía que cualquier cosa le habría resultado más normal que eso.

—No quise asustarlos —Musitó Luna, de pronto, más cohibida—. Estaré aquí un tiempo, con Rolf y los niños; no molestaré. En serio, no le diría nada a ese montón de brujas y magos con torposoplos en la cabeza.

—Gracias —Musitó. Draco había cedido en bajar la varita, ahora observaba a la mujer como si fuese una fórmula incomprensible para una poción.

Luna les volvió a sonreír.

—Hacen una bonita pareja —Opinó, en tono cantarín—, desde siempre. Se lo dije a Gin una vez, por ahí en cuarto año, y ella se molestó conmigo…no entendía la pobre, tenía unos hinkipunks, esos que no te dejan ver lo obvio, afectan directamente el cerebro.

Harry ya no pudo evitar la risa espontánea con que meneó la cabeza.

—Sí, me imagino que cualquier Weasley habría tenido unos…hinkipunks —Repitió, vacilante, hasta que la vio asentir en aprobación—, si me juntabas con Draco.

—Los hinkipunks son como un contagioso virus —Le dio la razón, con otro asentimiento. Harry sonreía, enternecido.

—Seguro que sí, debe ser todo un problema tenerlos, Luna.


—¿Eres feliz?

La pregunta lo tomó desprevenido. Había acompañado a Luna a la puerta, porque Draco, que se pasó la reunión limitándose a comunicación mental y mágica, no paraba de observarla de forma extraña, y no se esperaba más que una de sus despedidas inusuales y verla perderse con ese andar balanceante que tenía, y la hacía parecer que caminaba sobre una nube.

Harry parpadeó. Se apoyó en el marco de la puerta, la mano todavía en el pomo. Sabía bien su respuesta, pero aun así, dio un vistazo por encima del hombro al interior de la tienda; su novio no estaba cerca.

—Sí.

Ella asintió con una sonrisa. Hasta ese momento, cuando la observó quitarle el pelo de la cara con cuidado, un tacto suave, practicado, no había caído en cuenta de que esa mujer que tenía al frente, estaba casada y tenía dos hijos, que en poco tiempo, tendrían edad para ir a Hogwarts. La Luna que habitaba en sus memorias aparentaba estar perdida siempre, y aunque conservaba esa aura de paz, no era la misma persona que lo miraba como, creía él, lo habría hecho su madre, de seguir con vida, si hacía algo que no pudiese explicarse.

—Y tú lo quieres mucho, ¿cierto? —Él asintió varias veces, sin confiar en su voz cuando sintió el nudo que se le formaba en la garganta.

Cuando llegaron a la ciudad, Ze los había encontrado discutiendo acerca de subir al techo de un edificio en ruinas, porque necesitaban un sitio aislado para planear qué más hacer; estaban cansados, con una ropa que podía tener mejores condiciones, y todo el aire de no pertenecer ahí. Entonces la bruja comprendió que acoger a uno, era llevarlos a ambos, sin que tuviesen que decirle nada al respecto. Algo similar ocurrió con los vecinos y el resto de los conocidos que hicieron, porque también los encontraron juntos.

Nunca había tenido nadie a quien presentárselo, ni ante quien sentirse nervioso, pedir que se llevasen bien, que buscasen puntos en común. Uno de los factores más angustiantes de las relaciones, era aquel que nunca vivieron, de mezclar amigos y familiares de ambos círculos, porque ya no les quedaba ninguno del pasado.

Pero ahí estaba Luna, y él se sentía ruborizar de un modo que un hombre de su edad ya no debería ser capaz de hacer, porque era la primera persona que le preguntaba sobre el tema.

—Está bien si tienes que borrarme la memoria ahora.

Ella volvía a sorprenderlo. Él frunció el ceño y le llevó un momento preguntarse por qué querría hacerlo.

Por supuesto, ese era el procedimiento regular de Ze cuando alguien se acercaba más de lo debido a ellos o su trabajo, cuando sospechaban, cuando empezaban a insinuar. Draco también lo aprobaba. A una bruja que, un día, les enseñó un recorte del periódico inglés de hace varios años, donde salían sus caras, ni siquiera la había vuelto a ver en la ciudad.

Negó.

—No vas a decir nada, ¿cierto?

—Claro que no —Juró ella, casi consternada por el hecho de que pensase, siquiera, que lo fuese a considerar.

—Gracias —Repitió. Luna sacudió la cabeza y volvió a acomodarle el cabello, dándose cuenta, al parecer, de que era una tarea complicada.

Harry inclinó la cabeza y se dejó hacer, el nudo creciéndole en la garganta. No estaba seguro de poder hablar cuando ella hizo ademán de marcharse.

—Luna —Llamó, con la voz estrangulada. Ella lo miró y lo instó a continuar con un gesto—, mientras estés- mientras estés por aquí, si- pues si quieres, si tienes tiempo, ¿porquénovienesundíaotravez?

Ella arqueó un poco las cejas. Harry contuvo un lloriqueo.

—Es que yo- yo no sé nada de- de ninguno por allá —Balbuceó, el pecho se le apretaba con la admisión del hecho.

—Tengo un álbum de fotos y retratos —Dijo Luna, uniendo las manos por delante de ella—, siempre lo llevo conmigo. Déjame que hable con Rolf para que cuide a los gemelos pronto.

Él apretó los labios y asintió. La bruja se despidió con un gesto y se Apareció a mitad de la calle, consciente de que se trataba de un barrio mágico.


Draco estaba sentado en el alféizar de la ventana cuando entró al cuarto. Era extraño verlo ahí, porque el borde quedaba más hacia afuera de lo que debería, a causa de un error de construcción que, por alguna razón, todavía no le pedían a Dobby arreglar, y tenía que abrir la ventana para sentarse. A él le gustaba mirar a través del cristal, pero no ser visto desde afuera.

Esa noche, tenía las piernas flexionadas contra el pecho y se rodeaba las rodillas con el agarre flojo de un brazo. No lo miró al entrar, así que Harry llevó a cabo todo el procedimiento de quitarse las botas y el abrigo, que dejó en el cesto, para evitarse los regaños de su novio por el desorden (gesto que, tenía que admitir, aprendió por las malas).

—…Dobby me dijo que no vas a cenar —Mencionó, en voz baja. Si se forzaba, o lo pensaba de más, aún podía sentir el nudo en la garganta, y no quería que su voz se distorsionase ante él. No en ese momento.

—Ven a sentarte conmigo, aquí —Contestó, en cambio, palmeando el trozo acolchado del alféizar que quedaba frente a él.

—Dice que la última prueba no salió muy bien —Continuó, a la vez que caminaba hacia él.

Se sentó en el otro extremo de la ventana, con la espalda apoyada contra el marco, y doblando las piernas para abrirse un espacio.

—A él no le gustó mucho —Admitió, todavía con suavidad y sin verlo—, puede que me haya erosionado el estómago un poco por error. Es mejor no arriesgarme con comida hasta mañana, que las pociones restituyentes hayan hecho efecto.

Harry contuvo las quejas. Siempre discutían por el tema, cuando algo salía mal con las pruebas. He sentido cosas peores, le decía Draco, lo que lo callaba, porque sabía que era cierto, así que continuaba dejándolo experimentar y buscar una cura, y él seguía pendiente de cuando debía correr hacia el laboratorio por otro intento fallido que lo lastimaba.

—A veces pienso que te quieres morir —Fue lo único que comentó, sin ganas de iniciar una discusión.

Draco emitía un sonido de disgusto.

—Morir sería dejarte —Cuando lo volvió a observar, este extendía los brazos en su dirección—. Ven, acércate más.

Harry se metió entre sus brazos, con la misma desesperación con que se habría aferrado a la balsa un náufrago. Aromas familiares y un abrazo conocido, lo envolvieron, con una oleada de tranquilidad, que por alguna razón, le recordó que esa tarde había pensado mucho, en diversos temas.

—No le borré la memoria, Draco —Murmuró, con el rostro enterrado en el hueco entre su cuello y hombro. Lo rodeó también y formó puños con los costados de su camiseta. Si hubiese podido desaparecer ahí mismo, lo hubiese hecho—, ella me dijo que estaba bien si lo hacía, creo que entendió sin que tuviésemos que decirle. Pero no pude, ella- yo…

Sintió una leve presión en la sien, seguida de otra, y otra. Le daba besos ligeros en un lado de la cabeza, a la vez que lo estrechaba más, separando las piernas, que ya había dejado a los lados, para que Harry se hiciese un hueco entre estas y se acomodase, por completo pegado a él.

—Sh, sh, está bien. Que no hayas querido, está bien.

Harry sacudió la cabeza y se acurrucó un poco más.

—¿Sabes qué tan grandes deben estar los hijos de Ron? —Balbuceó, con la voz amenazándole con quebrarse—. Tal vez tuvo otro incluso, o no, no lo sé. ¿Y Teddy? Nunca volví a ver a Teddy, yo era su padrino, me confiaron al niño, era- se supone que era- que yo iba a hacer por él lo que sus padres no pudieron y- y yo iba- yo tenía que- yo quería cuidarlo, como me hubiese gustado que me cuidara mi padrino…

Tuvo que detenerse porque la respiración comenzaba a agitársele y la voz le fallaba. Poco después, Draco ya no le besaba la cabeza, pero sentía los círculos que trazaba en su espalda baja.

Se concentró sólo en ellos, el movimiento lento, constante. Los brazos que lo rodeaban, el corazón ajeno que sentía latir también, la respiración serena que lo arrullaba.

Despacio, la emoción desesperante también se apaciguó. Él siguió aferrado a su novio con ambos brazos.

—Ya que no le borraste la memoria, ¿por qué no te reúnes con Lovegood pronto? Puedes hacerla subir —Le escuchó decir, tras una breve, pero clara, vacilación—. Es más, mira, dejemos el Inferno cerrado mañana, nosotros vamos a salir. Tendremos una cita que te va a hacer escupir azúcar por meses —Anunció, en un tono meloso, que sólo usaba porque sabía que lo haría reírse.

Y así fue.

—Después salimos un rato con Ze, a ver qué ha sido de la gentuza muggle de la ciudad y si tienen algo interesante por ahí —Continuó. Para entonces, Harry se había enderezado, por lo que le veía la expresión pensativa, mientras maquinaba—. Luego nos pasamos por la residencia que Rolf dejó en su información de contacto, porque deben seguir ahí, y la invitas.

—¿Vas a acercarte conmigo a un sitio con dos niños y Luna Lovegood? —No pudo evitar preguntar, cuando la idea se formó en su cabeza a medida que lo oía, y podía percibir el desastre que se avecinaba. Lo vio arrugar la nariz, para después dejar caer los hombros.

—¿Por ti? —Le besó la frente como respuesta, Harry cerró los ojos y se maravilló con la calma, irónicamente, proporcionada por los cosquilleos que sentía cuando lo hacía.

—¿Y sobre los trabajos…?

—Yo me ocupo, no pienses en eso.

—Pero…

—Puedes ir sólo con Ze, si lo que no quieres es salir conmigo —Harry lo miró con la boca abierta y le dio un golpe débil en el brazo, frunciendo el ceño por la mala broma, mientras Draco se reía en silencio.

—No es eso.

—Vamos —Se quejó, ahora de verdad, con un sonido frustrado—, hace tiempo que pasamos la etapa en que me tengo que poner nervioso cuando te invito a alguna parte. No nos hagas retroceder.

Draco encontró sus puntos de cosquillas en los costados, haciéndolo dar un brinco y ahogar un grito. Se sujetó de sus hombros para no perder el equilibrio.

—¡Draco! —Se retorció con un quejido débil, y cuando estaba por volver a protestar, ahogándose por la risa, atrapó sus labios en un beso que lo descolocó por completo.

Se le olvidó dónde estaba por un momento. Y de qué hablaban.

Luego reaccionó para regañarlo, en vano y riéndose tontamente, porque casi los tira a los dos de la ventana.

—Eso no fue tirarte por la ventana. Esto lo es —Y cuando intentó apartarse, lo echó hacia atrás tan rápido, que de haberse tratado de alguien más, Harry lo hubiese atacado.

En cambio, se carcajeó, sin importarle si molestaba a los vecinos.

Tenía la mitad del cuerpo al otro lado del alféizar, la espalda arqueada, la cabeza hacia abajo. Los brazos no le alcanzaban para sostenerse a sus hombros, otra vez. Podía sentir que se resbalaba, pero el agarre en su cadera era demasiado firme para siquiera considerarlo posible; aun así, si se concentraba, podía sentir la magia que lo envolvía, evitándole una posición incómoda o golpearse con el techo de la tienda.

No se le pasó por la cabeza, ni por un segundo, que en verdad lo fuese a dejar caer.

—¡Draco! —Chilló, dando manotazos al aire, porque no podía llegar a él.

—Sal conmigo, sal conmigo, sal conmigo —Canturreaba, haciéndolo balancearse de lado a lado—. No te subiré, hasta que me digas que sí.

—¡Así no se le pide salir a alguien! ¡Estás loco!

A Harry le faltaba el aliento cuando fue empujado hacia arriba por la magia levitatoria. Draco lo dejó sentado en el alféizar, de espaldas a la calle, y lo mantuvo rodeado con ambos brazos. Él continuó riéndose por su cara de fingida desdicha.

—No puedo creer que no me hayas dicho que sí todavía —No, no lo había hecho.

—Ni te diré que sí, ¡porque me tiraste por la ventana!

—¡No te dejé caer!

Harry negó, riéndose, y volvió a gritar cuando fue alzado. Pateó el aire, en vano. Él era mucho más alto.

—Tú lo que quieres es que sea malo contigo —Draco sacudió la cabeza, con falsa decepción.

—Tú no eres malo —Se burló, sacándole la lengua. No se le ocurrió que Draco lo fuese a tomar como un desafío personal.

Ni siquiera supo cuál de los dos cerró la ventana cuando fue arrastrado más hacia el interior del cuarto, perdido en otro de los besos que le hacían olvidarse hasta de su nombre.


Las barreras detectaron algo esa noche, sólo por una milésima de segundo. Tal vez no fuese un peligro. Tal vez sí.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).