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Para romper una maldición por BocaDeSerpiente

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Harry no habría podido dejar de sonreír, aunque lo hubiese intentado.

—…lo sigue haciendo, ¿cierto? —Él asintió. Draco emitió un sonido de disgusto al mirar, de la forma más disimulada que podía, por encima de uno de sus hombros.

—Merlín, qué insistente, en serio lo sigue haciendo.

—Es por lo que le dijiste.

Draco negó, inclinándose sobre la mesa hacia él, con aire conspirador y solemne.

—Es porque escupió en mi café —Y apuntó a la taza intacta, ya tibia, a un lado—, estoy seguro.

Él se echó a reír, ganándose una patada sin fuerza por debajo de la mesa.

Estaban en un café muggle, de la zona más turística de la ciudad (una plaza inclinada, de muchas escaleras, y monumentos de la cultura muggle, que ninguno de los dos comprendía por completo), y se podría decir que era una cita. Eso explicaría por qué el desastre.

Ellos no tenían 'citas'. Salían mucho, por trabajo, a comprar en el lado muggle de la ciudad, a visitar los lugares nuevos alrededor del barrio mágico, o incluso, desde que Harry tuvo la brillante idea de introducirlo en el amplio mundo de los medios audiovisuales, al cine, alrededor de una vez por semana o cada quince días. Pero no las llamaban "citas", ni siquiera cuando lo parecían, porque al ponerle el nombre, les pasaban cosas malas.

Era la mala suerte que compartían, decían ellos.

Amaneció con un aguacero torrencial que entristecía el mundo, Draco, que ya sabía que era seguro que 'algo' iba a pasar, se rehusó a cancelar los planes por un poco de agua, que resultó ser suficiente para crear riachuelos en las calles del barrio mágico. A Harry, listo como sólo él podía ser, se le ocurrió fastidiarlo haciéndole correr bajo la lluvia sin ningún encantamiento impermeable.

Llegaron al extremo muggle de la ciudad, donde no llovía, con la ropa escurriendo, el cabello húmedo y pegado a la cara, y sin aliento. Lo último no era exactamente a causa de la lluvia.

Luego de aplicarse hechizos de secado, donde nadie pudiese verlos, Draco lo arrastró a un parque en que se presentaba un conjunto de ilusionistas, un equipo mitad magia real y mitad tecnología muggle, y un bazar con feria de comidas. No habría sabido describir la parte más extraña; cuando su cara se puso púrpura por un hechizo desconocido que lo golpeó, y los ilusionistas tuvieron que meterlo tras bastidores para solucionarlo, sin tener idea de cómo es que el efecto era real si ellos trabajaban con imágenes ficticias, una niña que casi derrama helado sobre ellos, cuando estuvieron a punto de colocarle un medallón maldito de muestra, a causa de una dependienta muggle que sólo debía verlo como un lindo accesorio, o el pekinés que se enzarzó con Draco, mordiéndole el borde del pantalón sin darle tregua, y por mucho que sacudiese la pierna, no hacía más que gruñir y aferrarse con todo lo que tenía.

Después de que, en una falsa tienda de adivinación a la que se asomaron por mera curiosidad, el toldo les cayese encima, decidieron que tenían suficiente del bazar, y fueron a uno de los locales más recientes alrededor de la plaza.

Luego de la mitad del servicio, cuando ya terminaron de comer, por alguna razón, tuvieron cambio de camarero. Una chica de cara aniñada, que estaría en la veintena de su vida apenas, y no despegaba los ojos de Harry, ni siquiera para fingir que escuchaba a su acompañante.

Draco, demostrando que era un encanto con las personas, como de costumbre, le habló desde detrás del menú, sin molestarse en mirarla, con un "mejor tómale una foto, te duran más y dejas de incomodar a mi novio", pero él sabía que, de algún modo, notó el rubor y la mirada de odio que obtuvo como respuesta.

Así que ahí estaban. Draco estaba convencido de que no se tomaría el café usual luego del almuerzo sin enfermar, la camarera lo fulminaba con la mirada desde atrás, y Harry, bueno, él intentaba no reírse del desastre que era cuando intentaban salir.

Y eso que no era la peor cita, no, aquella fue una que incluyó un encuentro con un ghoul y un vampiro, y una visita al Ministerio de la que todavía rehuían.

Sí, la suerte no estaba de su lado, pero aun así, cuando lo pensaba bien, descubría que prefería esas salidas caóticas y sin sentido con Draco, que una cita común, tranquila y perfecta con cualquier otra persona. Para empezar, ni siquiera se imaginaba salir con otra persona.

Cuando sentía que Draco enredaba una pierna en torno a una suya y le daba un leve tirón, para llamarle la atención de forma discreta, esa convicción se hacía más firme.

—Estás sonriendo como un tonto —Mencionó, ocultando su propia sonrisa detrás del borde de la taza. Ahora se bebía el café de Harry, y por la expresión de tremenda rabia de la camarera a unos metros, tuvo la impresión de que lo de la escupida, no estuvo tan errado, al fin y al cabo—, y espero que sea por mí y no por ella, eh.

Harry rodó los ojos y le dio un débil golpe con el talón a la pierna del otro hombre, que se encogió de hombros.

—Esto es un desastre, ¿cierto? —Apoyó el codo en el borde de la mesa y el rostro en la palma. Frente a él, Draco asintió y dejó el café a medias.

—Que no sepa hacer café y pretenda coquetear a quien le sirve esa porquería, es el desastre —Señaló el líquido, arrugando la nariz. Harry se rio, ganándose una mirada desagradable, que no bastaba para disimular su diversión—. Bueno, me temo que tendrás que ser tú quien me cambie el sabor de boca…

Lo siguiente que supo fue que Draco se soltó de su agarre bajo la mesa, se estiraba por encima de esta, y capturaba sus labios, y después, a la misma camarera, por alguna misteriosa razón, se le caía una orden encima de él.

—…no debo lanzar Avadas, no debo lanzar Avadas, no debo…—Lo escuchó musitar, mientras respiraba profundo por la nariz y exhalaba por la boca, el rostro enrojecido, una crema espesa y amarillenta cayéndole por el cabello y resbalándole por los hombros.

Harry no pudo aguantar la risa. Estaban forcejeando de la manera más estúpida sobre la mesa, medio sentados y medio parados, y Draco lo embarraba de la comida que le cayó encima, para que estuviesen igual, cuando el gerente llegó a pedirles una disculpa, que no pudo importarles menos.

Sí, aquello podía ser un desastre. Pero era su desastre.

Ya limpios, de nuevo secos (y otra vez empapados y secos, porque la lluvia estuvo de regreso en el barrio mágico y se Aparecieron sin previsiones), caminaban balanceándose, con un brazo alrededor del otro, y discutían entre risas cómo era posible que la camarera, luego de prácticamente convertir a Draco en una muestra viviente del menú, todavía los alcanzase a la salida para pedir el número de Harry.

Él, incrédulo, besó a su novio frente a la muchacha, y le soltó un "déjanos", que la petrificó, probablemente, porque creía que sólo Draco podía ser el de mal humor entre los dos.

Todavía le quedaban algunos pasos para alcanzar el Inferno, cuando sintió a Draco tensarse contra él.

—Alguien se metió.

Las cortinas del escaparate y la que cubría la puerta, permanecían cerradas, como las dejaron, la cerradura no estaba forzada, y si alguien hubiese al menos tocado la ventana o las paredes del piso de arriba, Dobby habría enviado una ráfaga de poder para alejarlo. Si el elfo no actuó, sólo podía significar una cosa.

Harry lo soltó y se adelantó, varita en mano. Abrió despacio, se asomó, esperó a que sus ojos se adaptasen a la oscuridad, y después soltó un bufido y se guardó la varita, casi decepcionado de no poder arrojar un hechizo.

—¡Hola! ¡los estaba esperando! —El chico intentó sacudirse, en vano, de la trampa, los ojos oscuros posándose en Draco apenas entró detrás de él y cerró la puerta.

Hombro con hombro, los dos se cruzaron de brazos, y le dedicaron miradas con diferentes grados de fastidio, a las que él contestó con una sonrisa que podría haber estado en Corazón de bruja.

—Ups —Se encogió de hombros, con dificultad. El movimiento le arrancó un quejido bajo.

—¿Y ahora qué, Marco? —Le espetó Draco, que era quien tenía su atención. La sonrisa volvió a iluminarle el rostro enseguida.

—¿Por qué no me sacas de aquí primero, mon cher?

—Yo creo que mejor me respondes, y luego pienso si quiero o no desatarte.

Lo escuchó resoplar, divertido.

Marco era lo que llamaban en el Inferno como "un contacto", y después de Ze, el mago más extraño que conocieron desde que llegaron. Parecía estar entrando en la primera mitad de los veinte, pero su aspecto no maduraba con el paso de los años, y tenía un rostro casi angelical, bajo una mata de rizos castaños, que cambiaba drásticamente cuando se enojaba, estaba interesado en algo, o en particular, cuando veía a Draco.

Nadie sabía su edad, de dónde venía, quién era. Manejaba seis idiomas fluidos, dos que entendía de oído, imitaba con fluidez cada acento del mundo, y no tenía el mismo color de ojos por dos días seguidos. Por supuesto que ese tampoco era su nombre real. Lo único seguro sobre él era que, si un asunto en la ciudad tenía que ver con criaturas mágicas de dudosa procedencia, se consideraba inmoral o directamente ilegal, lo más probable era que Marco no estuviese lejos.

Aunque tenía que reconocer que no imponía gran respeto ahí, sentado en el suelo, amarrado con cintas mágicas que escocían desde los hombros hasta los pies, sin un sólo centímetro de libertad del cuello para abajo, y dentro de un círculo de runas hecho con ácido, que le quemaría toda la piel con una fracción de segundo de contacto directo, antes de que hubiese llegado al hospital mágico. Cortesía de Draco, claro.

—Necesito un faveur, uno sencillo, nada para mon coeur, mon parfait Dra…

—No —Lo silenció él, causándole un puchero.

—Pero si aún no te digo…

—Si no lo quieres hacer tú mismo y te arriesgaste a venir mientras no estábamos, es seguro que yo tampoco voy a querer hacerlo.

Mon cher, sólo escucha, tengo…¡ah! —Se interrumpió cuando Draco hizo una floritura en el aire, aunque no supo qué hechizo sería. Se puso de cuclillas y comenzó a limpiar el círculo de runas, con un guante y sin prisa, porque sólo a él y a Harry no les haría daño. Marco se movió tan cerca como pudo—. Necesito guardar algo, algo pequeñito, por un tiempo corto, mon amour, si pudieses…

—No.

—Son Basiliscos —Siguió, como si no hubiese recibido la respuesta negativa ya—, crías de basilisco, bebés, cosillas frágiles. Tengo uno defectuoso, los demás lo van a convertir en piedra apenas abran los ojos, creo que ni siquiera ve y…

—No es mi problema.

—¡Por favor, Draco! —Se sacudió contra los amarres— ¿Tienes alguna idea de lo difícil que fue una incubación simultánea de varios de ellos? Llevo meses trabajando en esto, está casi listo, tengo que llevar a los que están bien con el cliente, no puedes esperar que deje a este bebé que no puede valerse por sí mismo, pero cuesta tanto en el mercado, podría criarlo y…

—Dije no.

—…te daré parte de las ganancias cuando venda su piel, los colmillos, sabes bien lo valiosos que son sus colmillos, sólo tienes que esperar unos meses, a que crezca más, te prometo que…

—Marco.

—…si no quieres, te doy otra cosa. ¿Quieres pelo de thestral? ¿Más bezoar? ¿Sangre de unicornio? Quieres sangre de unicornio, ¿cierto? Sé que eso ayudaría con tu problema, siempre te lo he dicho, pero tú no me…

—Marco, cállate —Al terminar con el círculo, le apuntó directo a la cara con la varita. Él ni siquiera se inmutó, sólo ladeó la cabeza y siguió con los ojos puestos en Draco y la charla casi unilateral.

—Es una cría, mon coeur, no va a hacer nada, ni siquiera ocupará mucho espacio.

—Es un basilisco, Harry ha tenido experiencia con ellos y no ha ido bien. Yo no tengo ganas de conocer uno vivo —Aclaró, y con un toque de varita en los amarres, lo soltó.

—¡Por favor, mon amour! —Marco chilló y se lanzó sobre él apenas estuvo en libertad, para envolverle la cadera con los brazos y pegarse a una de sus piernas. Draco, que acababa de ponerse de pie, trastabilló hasta uno de los mostradores, donde se recargó.

—Suéltame, o te cruceo para que vuelvas a la zona mental de la que te escapaste —Presionó la varita directo contra su sien, pero Marco se echó a reír, una risa cantarina y suave, animada, como la de un niño pequeño.

—Oh, si fueses tú quien me cruceara, mon amour

Harry sabía que era un caso perdido cuando caminó hacia ellos e intentó jalarlo lejos de su novio.

Marco tenía un algo hacia Draco, en sus propias palabras, que hacía que lo que este hiciese, le pareciese lo mejor del mundo, aun si lo afectaba. Sobre todo si lo afectaba, creía él. Tampoco sabían por qué; cada vez que alguien le preguntaba, daba una razón diferente.

Su cabello le recordaba al de la primera mujer con que se acostó, dijo en una ocasión. Los ojos le recordaban al cielo que se veía desde su casa de la niñez, fuese la que fuese. Le encantaba el aura de magia negra que la Maldición le dejaba. Siempre encontraba algo para contestar, a lo que sólo él debía verle sentido.

Draco tenía la teoría de que sólo buscaba fastidiarlo porque lo hizo quedar mal una vez, frente a un grupo de pocionistas, cuando apenas se conocieron. Sería muy Slytherin simular que es apegado a mí y después traicionarme cuando menos lo espere, decía, pero no creía que Marco tuviese idea de lo que era un Slytherin, ni que aquella actuación tuviese esa intención.

Mientras luchaba por apartar al muchacho e intentar que Draco no cumpliese la amenaza, Harry sólo estaba seguro de que se iba a comenzar a enojar con él, si seguía restregando la mejilla contra el torso de su novio.

¡Draaaaaa-a-a-a-aaaaaaaa-co! —Lloriqueaba, con tono irregular que subía y bajaba— ¡Draaaaaaaaa-a-a-a-aaaaaaaaaaaaaaa…!

Consiguió soltarlo.

Marco gritó cuando fue jalado hacia atrás e impactó con el suelo, cuando Harry lo dejó ir. Se quedó ahí, con una expresión sorprendida, los brazos cerca del pecho, como si esperase tener que defenderse de pronto de un golpe, y la mirada de niño suplicante todavía puesta en Draco. Y volvía a empezar.

¡Draaaaaaaaaaa-a-a-a-aaaaaco!

El aludido rodó los ojos y lo apuntó con la varita, desde arriba. Harry le apartó la muñeca, antes de que hubiese ejecutado el hechizo.

Intercambiaron miradas. Harry le recordaba que no debía atacar a un contacto, mucho menos al que siempre estaba dispuesto a averiguar lo que necesitaran. Draco estaba fastidiado y preguntaba, con los ojos estrechos, por qué tenía que soportar al idiota, así que Harry le daba la mirada de "es sólo un niño tonto" y él bufaba, con la expresión desdeñosa de "hace años que dices lo mismo". La conversación silenciosa acababa ahí.

¡Draaaaaaa-a-a-aaaaaaaaa-a-a-co!

Volvió a dirigirle la mirada, ahora parecía preguntar "¿en serio no puedo maldecirlo?", y Harry, que también tenía ganas de sacar la varita, negaba con un suspiro resignado. Draco se decidió por sacarlo del Inferno con magia, dejándolo fuera de las protecciones, y le pidió a Dobby que lo mantuviese lejos.

—…te lo digo de verdad, Harry, ese mocoso necesita un sanador mental, un buen legeremens, pociones calmantes, o las tres cosas al mismo tiempo —Refunfuñaba de camino a arriba, porque se suponía que iban a cambiarse, para ir al encuentro con Ze, que ya tendría que estar por llegar al punto de reunión.

Él no podía negarlo. La única ocasión en que, por no ser lo bastante rápido, no impidió a Draco cumplir una de sus amenazas, le lanzó al chico una maldición punzante que lo hizo retorcerse en el piso, y al cesar, unos segundos más tarde, Marco había pasado de observarlo como si quisiera abrazarlo todo el tiempo, a como si fuese Draco la razón de que el sol saliese cada mañana. No quería imaginar el pedestal imaginario en que lo pondría si le hacía un crucio.

Sacudió la cabeza y se limitó a seguirlo hacia el apartamento. Se cambiaron entre bromas tontas, porque Harry intentaba atacarlo por detrás y despeinarlo, y Draco lo acorralaba contra la pared y le daba mordidas en el cuello, casi dolorosas, para que se quedase quieto, cosa que no hacía y los llevaba a iniciar todo el ciclo de nuevo.

Iban tarde al encuentro con Ze, en un museo nuevo del barrio muggle, cuando Draco hizo ademán de volver a la tienda y él le preguntó por qué no sólo se Aparecían.

—Voy a hacer un hechizo de rastreo —Indicó, haciéndole fruncir el ceño—, por si acaso Marco dejó a su bebé basilisco ahí.

—Oh, vamos —Bufó y le sujetó la muñeca, para que no bajase de nuevo—, habría que estar loco para llevar una cría de basilisco encima.

Él titubeó, observó en dirección a las escaleras, y terminó por encogerse de hombros y dejarse arrastrar por Aparición conjunta.

Ellos, probablemente, tendrían que haber sabido mejor que nadie que Marco  estaba loco.


Ze tenía unos increíbles gustos y una suerte aún mejor, cuando se trataba de descubrir lugares extraños. Nunca les había fallado en maravillarlos, y esa ocasión, no iba a ser la primera vez.

El nuevo museo tenía columnas de mármol talladas, techos cóncavos de escenarios pintados a mano, resplandor dorado en decoraciones por todas partes, y jardines colgantes, al más puro estilo de Versalles, dijo Draco nada más verlos. Las exhibiciones se combinaban con el ambiente extravagante, de tal forma que resultaba más sencillo sólo imaginarlos como uno solo, igual que si la estructura misma fuese otro tipo de muestra histórica.

Ella se dedicó a escuchar los comentarios que Draco hacía, sobre lo que recordaba de Historia de la Magia en relación a las exhibiciones, y Ze lo escuchaba con tanta atención que, probablemente, el profesor Binns la hubiese notado de haber asistido a Hogwarts.

Lo que más les sorprendía es que hubiese sido hecho por muggles. Harry a veces pensaba que los subestimaban, a pesar de que la mitad de los ingresos del Inferno se debían a ellos.

Ze los arrastró, uno de cada brazo, por las calles para comprar algunas cosas. Les comenzó a hablar de una cita que tuvo, y como de costumbre, no salió bien, y de alguna manera, terminó consiguiendo promesas de los dos de que la acompañarían al club del que todos los muggles hablaban, que se abriría en unos días. El truco de Harry para seguirle el ritmo a sus conversaciones, era asentir bastante, emitir débiles "ajá" y "hm", y dejar que ella hiciese el resto, mientras Draco, pese a los años de conocerla, todavía la miraba como si le preocupase que no respirase en el proceso.

Era más de media tarde cuando volvieron, así que decidieron dejar algunas compras en el apartamento y salir a comer con ella. Podían ir con los Scamander al día siguiente, le dijo Draco. Él sonrió y asintió.

Pero fue nada más entrar que lo vieron.

Había una canasta en uno de los mostradores, de mimbre y con una manta, y cuando intercambiaron miradas, se percató de que no era el único que sabía que aquello no estuvo ahí cuando se fueron.

—¿Dobby? —Llamó, en un susurro. Los tres tenían la varita afuera en un parpadeo, Ze se ponía de puntillas, para intentar ver por encima del borde de la canasta, en vano.

—¡Amo Harry, amo Draco! —La voz del elfo doméstico provino de todas partes y de ninguna. Él no se mostró—. Dobby ha sido un elfo bueno, Dobby mantuvo al señor Marco lejos, Dobby recibió la nota que él le dio, y buscó lo que dejó aquí cuando cayó en la astuta trampa de mi amo, y Dobby lo acomodó y lo cuidó, lo alimentó, para que cuando llegasen los amos…

—Dobby —Lo cortó Draco, con el ceño fruncido. Harry caminaba en dirección a la canasta cuando lo escuchó—, ¿qué se supone que cuidaste?

El elfo titubeó.

—El regalo para el amo Draco.

Al llegar a un lado del mostrador, deslizó la varita por debajo de la cobija, la alzó desde una esquina, y se agachó para averiguar qué había, aunque tenía la sensación de que ya lo sabía.

Percibió el acercamiento de Ze y Draco, cuando ambos se pusieron detrás de él y miraron por encima de su hombro. Al no recibir una maldición, ni sentir peligro inmediato, retiró la tela por completo.

Dentro, la canasta tenía una superficie acolchada, donde reposaba una criatura, una caja mediana y un trozo de pergamino doblado.

—Ow —Soltó Ze, cubriéndose la boca con una mano después—, es tan chiquito y feo que hasta da ternura.

No estaba de acuerdo en lo último. La cría de basilisco era un espiral de piel verde grisácea, rugosa y llena de algo viscoso que la hacía brillar un poco, con los "defectuosos" ojos cerrados, al parecer sin dientes todavía, y con una pluma que finalizaba en un tono de rosa desgastado en la cabeza; como Harry no sabía gran cosa de los basiliscos, sólo lo que aprendió en segundo para ir contra el de Riddle, no tenía idea de qué significaba. Pero la bruja sí.

—Es un híbrido, debería ser macho, pero…—Ze se inclinó más hacia la canasta e hizo ademán de tocarla, pero se retractó a último momento, y en cambio, apoyó los codos en el mostrador y la contempló a una prudente distancia. Sonreía, fascinada.

—Dobby, regrésale su mascotita a Marco —Ordenó Draco. El lloriqueo del elfo tardó un momento en hacerse audible.

—Dobby no puede hacer eso, amo.

—¿Por qué no? —Fue Harry el que preguntó, sin apartar los ojos de la criatura dormida.

—Porque el señor Marco salió del país hace unas horas, y Dobby intentó localizarlo, pero Dobby se topó con que uno de sus elfos, Freak, lo esconde con magia y Dobby no puede saber dónde está…

—El maldito se escapó —Masculló Draco, dándole un codazo sin fuerza en las costillas—. Hay que estar loco para llevar un basilisco por ahí, ¿eh?

Harry sólo atinó a encogerse de hombros, en señal de disculpa, mientras Ze reía y les preguntaba qué harían con la 'cosita horrenda'.


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