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Para romper una maldición por BocaDeSerpiente

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Harry estaba detrás de uno de los mostradores del Inferno, con la cabeza recostada y girada hacia un lado, de manera que la mejilla le quedaba pegada al cristal. Saaghi no dejaba de emitir suaves siseos, le había tocado la cara con la punta de la lengua, y al cansarse de la falta de atención, se hizo un rollo de escamas junto a él, con la cabecita escondida, de modo que lucía más como una pieza de decoración que una criatura mágica y posiblemente letal para otras personas y animales.

Podía oír el débil murmullo de Ze en la sala de consultas, despidiéndose de sus clientes al finalizar el turno, y luego alistándose para salir, porque tenía una cita esa noche y pidió un par de horas libres extra, que jamás le habrían negado. Estaba tan contenta que tarareaba por lo bajo. Él sólo esperaba que tuviese más suerte que en la última ocasión, cuando el pobre imbécil resultó hechizado y colgado de un poste en la avenida principal de la ciudad, y Ze no quiso hablar del tema por dos días.

Draco, al otro lado de la tienda, supervisaba, a pesar de no saber nada del tema, la instalación de un teléfono fijo para el local, por parte de una bruja hija de muggles, que vivía a unas calles de allí y le hablaba con toda la paciencia que otorga ser consciente de que trata con un sangrepura que todavía escribe en pergaminos. Se ofrecía a colocarles una computadora para los registros de la tienda, resguardada por una barrera que evitase que la magia en el aire interviniese con su funcionamiento, o por el contrario, que el artefacto se impregnase de la magia. Él escuchaba cada palabra, mirándola como si fuese un hipogrifo hablador o un paciente del área mental de San Mungo.

Tal vez la modernización del Inferno no estaba tan próxima como esa joven bruja intentaba hacerle ver, incluso con sus ofertas para enseñarle a usar los artefactos de tecnología muggle. Draco era demasiado orgulloso para 'rebajarse' a pedir ayuda con esos 'cacharros', de acuerdo a él.

Una vez que los clientes de la consulta, se fueron, Ze cerró sus cortinas y salió con pasos apresurados. Besó la mejilla de Draco, saludó a la bruja que estaba allí por el teléfono, y se detuvo frente a Harry, que fue obligado a alzar la cabeza cuando ella le acunó el rostro entre las manos y le besó también el rostro.

—Deja la cara de perrito abandonado —Le susurró, estirada por encima de la mesa del mostrador, para disimularlo.

Harry emitió un débil quejido y volvió a dejar caer la cabeza contra el cristal, sin hacer ruido.

—Dile a Draco que se case conmigo —Lloriqueó. Todavía no podía creer lo que le había respondido entonces. Ella bufó.

—Dale un tiempo para asimilar la idea —Recomendó, con una breve pausa después, tras la que se rio y agregó:—, o cómprale un anillo que no pueda resistir y hazle la pregunta formalmente. Sabes cómo es, mi amor. Te dejo, resuélvanlo.

—Qué te vaya bien…—Susurró, a tiempo para que ella contestase con un chillido emocionado, antes de que la puerta del Inferno se cerrase.

Harry exhaló un dramático suspiro y giró la cabeza, todavía recostada, hacia el otro lado. Saaghi se removió y decidió que se merecía otro toque con la cara escamosa y la lengua, y él no se movió. Luego la pequeña serpiente volvió a enrocarse.

Cuando la bruja joven que les hizo la instalación de la telefonía, terminó su trabajo, le pasó por un lado en su camino a la salida, despidiéndose también. Las cortinas de la puerta y vitrina bajaron, solas, detrás de ella en cuanto cerró al salir.

Quedaron en silencio, Draco añadiendo el pago de la telefonía al libro de contaduría que llevaba del local, sin dirigirle la mirada, a diferencia de Harry, que tenía los ojos puestos en él desde hace rato y no dejaba de hacer pucheros. No era justo que estuviese tan serio, cuando la noche anterior le mencionó que quería casarse con él.

En ese momento, Draco había parpadeado, claramente aturdido, y luego de unos instantes, en los que aguardó una explicación adjunta que no llegó, le replicó:

No puedo tener un enlace mágico mientras esté maldito, quién sabe lo que te haría.

Y Harry, ingenuo, se encogió de hombros en respuesta.

Podríamos casarnos como civiles, muggles —La propuesta hizo que Draco arrugase la nariz en señal de disgusto.

Mi padre se revolcaría en su tumba, y mi madre volvería del otro lado, hecha cenizas, sólo para maldecirnos.

Era demasiado exagerado y ambos lo sabían. Draco no se juntaba con muggles, pero tampoco los despreciaba. Luego el tema se dio por zanjado y no lo volvieron a tocar en el resto de la noche, ni durante el desayuno.

Harry se lo contó a Ze apenas llegó. Su amiga se limitó a reírse y comentar que era curioso que un momento dejaba el apartamento, enojado, y unas horas más tarde, decía que quería casarse con la persona responsable de ese enojo. No era una situación muy distinta de lo que consistía su relación, en general.

Cuando se cansó de aguardar en vano, Harry resopló y se enderezó en el asiento, apoyó los codos sobre el mostrador y la barbilla en la palma. El rasgueo de la pluma era lo único que llenaba la tienda hasta que habló.

—Draco —Llamó. Este continuó un instante, luego se detuvo, dejó la pluma de lado e imitó su postura, desde el otro mostrador. Harry, con la boca seca, carraspeó—, sobre lo de anoche…

Cuando intentaba dar con las palabras apropiadas para llevar la conversación por donde quería, Saaghi se desenroscó para alzar la cabeza y siseó a la nada, con los ojos ciegos puestos en un punto determinado del local. Las barreras de la tienda vibraron. Medio segundo más tarde, los dos estaban de pie, las varitas en ristre, y Dobby gimoteaba sobre una intrusión.

El intruso quedó colgado de cabeza nada más Aparecerse, metido en un círculo de runas venenosas, y sin posibilidad alguna de escape. Sólo por el hecho de entrar así al Inferno, se reducían las posibilidades de quién podía o no ser.

En ese caso, en particular, ni siquiera fue una verdadera sorpresa encontrar el rostro aniñado y risueño de Marco cuando se acercaron.

¡Draaaaa-aaa-aaaco! —Lloriqueó, sacudiéndose, de modo que daba vueltas en el amarre mágico—. Suéltame, Draco, no seas así, suéltame, anda…

Draco estrechó los ojos. El muchacho se retorció y emitió un sonido agudo, mitad risa y mitad alarido, cuando le lanzó una maldición punzante.

—Eso es por la maldita serpiente mortal que nos dejaste —Soltó, en un tono mordaz, que lejos de espantarlo, hacía que Marco lo observase con ojos atentos y brillantes. Otra maldición lo hizo saltar entre las cuerdas—, y eso por creer que no me daría cuenta.

—¡Nunca- pensé eso! —Marco jadeaba, el rostro enrojecido por colgar cabeza abajo y la falta de aliento en que lo dejaba el estado de dolor. Aun así, sonreía a Draco— ¡sabía que la verías y la cuidarías! ¿Te gustó? Intenté- intenté que tuviese ojos verdes, te gustan los ojos verdes- pero los basiliscos los tienen de un amarillo horrible, y la pobre quedó ciega...

Se notaba el esfuerzo del hombre por no lanzar una tercera maldición, por las idioteces que decía, probablemente excusaría, mientras le ordenaba a Dobby limpiar el círculo de runas y liberarlo de las cuerdas mágicas. Marco cayó con un ruido sordo y un quejido, y una fracción de segundo después, se arrastraba, se enderezaba, sentado en el suelo, y se abrazaba a una de las piernas de Draco. No podía lucir menos alterado por la varita que se presionó contra su cráneo cuando le advirtió que lo soltase.

Harry decidió que dos maldiciones era el límite del día. Sujetó la muñeca de su novio para apartarlo, ganándose una mirada desagradable de este, y luego jaló del cuello de la camisa al traficante de criaturas mágicas, para separarlo de Draco. Él volvió a retorcerse y se quejó, con los brazos extendidos en dirección al otro hombre, al menos, hasta que se percató de la presencia de Saaghi, que serpenteó hacia ellos en medio del ajetreo.

Marco bajó un brazo para recibirla en la palma, le acarició un lado de la cabeza con el índice, y soltó un silbido apreciativo al deslizar el pulgar, desnudo, dentro de su boca y abrirle la mandíbula sin ningún titubeo. Asentía, más para sí mismo, y murmuraba acerca de lo bien cuidada que estaba y la buena elección que hizo al dejarla en manos de él; no mencionaba a Harry, que acostumbrado a ello, se limitó a rodar los ojos.

—Marco —El joven reaccionó de inmediato a su voz, ojos enormes y atentos se fijaron en Draco—, me voy a quedar con ella.

Una lenta sonrisa complacida se extendió por el rostro del chico cuando asintió, de nuevo.

—Oh, bonita, tienes más suerte que yo…—Susurró a la cría de basilisco, a la vez que acariciaba ambos lados de la cabeza con los dedos, como si fuese un perro al que le rascaba detrás de las orejas. Saaghi emitía siseos de puro gozo.

Fue el turno de Draco de rodar los ojos.

—También necesito un favor.

Pareció que alguien hubiese puesto un resorte en Marco. De pronto, dejaba a la serpiente quieta y estaba de pie, y era la viva imagen de un niño pequeño, moviéndose alrededor de Draco, con las manos unidas en una súplica nada disimulada.

—¿Qué necesitas, meine Liebe? ¿Qué quieres? Dime qué puedo hacer por ti, qué te puedo dar, y será tuyo. Te lo traeré del otro lado del mundo, si hace falta…—Draco presionó la palma contra su rostro, manteniéndolo a la distancia de su brazo extendido, cuando este hizo ademán de acercarse demasiado.

—Quiero todos los venenos mágicos que puedas conseguir, que se puedan alterar y usar como purificadores de sangre.

—¿Ahora te interesa la medimagia? —Marco ladeó la cabeza y lo vio como si fuese a memorizar cada frase de aquella plática breve. Cuando negó, insistió:—. ¿Necesitas un laboratorio alejado para probarlos? ¿Viales especiales? ¿Te consigo los antídotos o sólo el veneno? ¿Qué cantidades? ¿Quieres…?

Casi con la misma rapidez con que se convertía en un niño desesperado por atención, se irguió y comenzó una larga explicación de venenos mágicos, procedentes de criaturas de categoría XXXXX, que podrían necesitar un proceso diferente para alterarse, con tantas palabras que Harry no comprendía, que se dedicó sólo a observarlos mientras intercambiaban opiniones y llegaban a un acuerdo. Estaba seguro de que era el único modo en que esos dos podían mantener una conversación medianamente decente y normal, sin amenazas de varitas, declaraciones extrañas o lloriqueos de por medio.

Cuando Saaghi alcanzó al muchacho, se deslizó por su pierna y ascendió por un costado, hasta su hombro, y este no lució como si lo notase. Después se estiró para llegar a Draco y se le enroscó en el cuello, y cuando se veía como una bobina gris contra su piel, Marco la observó con fascinación y se ganó otra maldición, más suave, por un comentario fuera de lugar, que causó que incluso Harry lo mirase mal. Estaba claro que le gustaba tentar a su suerte; de haber estado en Hogwarts, juraría que habría sido un loco Gryffindor.

Al recuperarse de la siguiente maldición, recordó, de repente, que traía mercancía en la mochila. No pidió permiso para pasarse a la parte de atrás del mostrador. Como si fuese su propia tienda, tocó una contraseña en clave morse con los nudillos, contra la madera de los estantes, enumeró lo que pondría, y los hechizos protectores, tras reconocerlo, lo dejaron abrir la compuerta de cristal para acomodar lo que traía, en un orden específico que había memorizado de Draco. Ni siquiera Harry lo recordaba.

Marco estaba concentrado en clasificar unas plumas de dudosas propiedades y una peor procedencia, cuando Draco desdobló en pergamino sobre el otro mostrador e hizo algunas anotaciones cortas.

—Harry —Llamó, haciéndolo dar un salto—, es esa época del año. Creo que haremos un viaje a Egipto esta vez.

Estaban por entrar a las semanas en que el índice de magia oscura de la ciudad, por algún fenómeno que todavía no podían explicarse, disminuía. Era la oportunidad perfecta para viajar, sin correr el riesgo de perder clientes potenciales.

—¿Puedo ir?

—No —Los dos volvieron la cabeza y contestaron al muchacho a la vez. Marco, sin embargo, se giró y sonrió como si hubiese oído un "sí".

Draco debió darse cuenta del tremendo error de haberlo mencionado cerca de él, porque sacudió la cabeza y suspiró.

—Podríamos ir a otro sitio —Ofreció Harry, haciendo caso omiso del puchero de Marco, desde la distancia. Su novio negó.

—Egipto tiene los mejores ejemplos de reliquias peligrosas. Necesito uno.

—¿Te busco uno? —Intervino Marco, por segunda vez, haciéndose un espacio en el mostrador y dejando su tarea a medias. Draco estrechó los ojos.

—Tú trabajas con animales fantásticos.

—Puedo conseguirte lo que quieras —Él se encogió de hombros, a la vez que se balanceaba sobre sus pies, con aparente inocencia y buena disposición.

—Corrijo —Draco se aclaró la garganta y lo señaló con un dedo acusatorio—: tú no vas a trabajar con objetos así de peligrosos, mocoso.

Cuando Marco comprendió lo que acababa de oír, esbozó la sonrisa más amplia que le había visto desde que lo conocía.

—¿Estás preocupado por mí, minha vida?

—Estoy preocupado por mí, teniendo que encontrar a alguien más que me busque ingredientes de pociones —Le aclaró, en tono contenido. Pero Marco siguió sonriendo y tarareó hasta haber terminado su labor de organizar por ellos.

—Puedes admitir que te preocupa —Opinó Harry en voz baja, mientras lo veían añadir etiquetas a algunos frascos, en las que escribía el nombre del contenido—, como te preocuparía un hermanito travieso, o un ahijado. A mí no me molesta, lo sabes.

—Tú eres el único idiota por el que todavía me preocupo —Lo silenció, mordaz.

Poco después, cuando un patronus con forma de hipogrifo apareció en la tienda para dar un mensaje de Ze, Draco cambió su consideración a:

—En realidad, son dos idiotas por los que tengo que preocuparme, al parecer.


Ze estaba en una celda en el último piso del Ministerio. Sus palabras vía patronus, antes de que le quitasen las tres varitas, fueron demasiado histéricas para entender más.

Cuando el mensaje finalizó, los tres ocupantes de la tienda intercambiaron miradas.

—Yo no puedo aparecer por el Ministerio —Marco, ahora en su fase de timidez, unió las manos por detrás de la espalda y desvió la mirada al suelo.

—Nosotros no deberíamos acercarnos mucho —Recordó Draco, con los labios apretados.

Así que, unos minutos más tarde, habría un muchacho sacado de la tienda a la fuerza, y dos hombres y una serpiente, escondida, frente a la puerta de la residencia de los Scamander.

Cuando Luna les abrió, eran más de las nueve de la noche, y usaba una pijama desgastada que era, a toda luces, de su esposo. Ella parpadeó, como sacada de un sueño, y los instó a pasar con la misma amabilidad que si hubiesen sido invitados.

Sólo que ellos tenían demasiada prisa, imaginándose la peor situación posible, para entrar e instalarse en sus muebles. Harry dio una explicación a medias, tan confusa como se sentía, sobre su amiga encerrada, tener que averiguar qué pasaba y la obviedad por la que ambos preferían mantenerse lejos de las entidades legales mágicas. Rolf estaba detrás de su mujer cuando terminó de explicarle.

Las siguientes dos horas las pasaron en la residencia de los Scamander, vigilando a unos gemelos dormidos en literas, y dando tumbos por la sala, sin que el té o las galletas de mantequilla de Luna los calmasen. Había mil razones por las que Ze podía estar encerrada en el Ministerio y ninguna por la que Luna o Rolf pudiesen hacer algo para ayudarla.

Que, de pronto, los niños despertasen y decidiesen ir por un vaso de agua, y se los encontrasen en el sofá, sólo empeoró la situación. Cuando sus padres regresaron con las noticias, Lorcan y Lysander estaban colgados de un irritado Draco que respiraba profundo para no maldecir al primero que emitiese sonido alguno.

Luna les dio un par de galletas y vasos de leche, y los dejó, tranquilos, en un sofá de dos plazas. Había tenido que cambiarse para ir al Ministerio de improviso, aunque la ropa que llevaba continuaba manchada de pintura y con aspecto poco grácil.

—A su amiga la dejaron ir hace un rato —Avisó ella, en tono suave—, fue a la persona con la que estaba a quien querían.

—La retuvieron hasta comprobar que no tenía nada que ver con lo que investigaban. Dijo que los vería mañana, porque estaba 'harta de todo' —Añadió Rolf, con una confusión mezclada con diversión, y Harry podía entender por qué.

Las raras ocasiones en que Ze se enojaba, utilizaba la misma expresión, quejándose igual que una niña mimada, y se quedaba a solas en su pantano. Allí, por lo que sabía, solía lanzar hechizos contra un árbol mágico que absorbía el impacto, hasta que se cansaba o se despejaba, lo que hubiese ocurrido primero.

Harry no recordaría cuántas veces se disculpó por molestarlos tan tarde y agradeció que hubiesen ido a averiguar sobre su amiga, en nombre de ambos. El siguiente error del día surgiría cuando estuviesen despidiéndose y Rolf les preguntase si querían pasar por el laboratorio la próxima semana.

—No vamos a estar —Se excusó Harry, en un susurro, a pesar de que continuaban dentro de la sala, y por ende, en zona segura—, tenemos que buscar ciertas…cosas.

—¿De viaje entonces? —Rolf pareció desilusionado cuando asintió— ¿algún lugar interesante?

Intercambiaron miradas. Como Draco se encogió, con un claro "diles, si quieres", les contó de la próxima visita a Egipto que iban a planear.

Los niños fueron los primeros en reaccionar, olvidándose del sueño que tenían un momento atrás, para ponerse a dar vueltas alrededor de los adultos, y con ojos brillantes y gestos cómicos, decirles lo mucho que les gustaba Egipto, que conocían de otro viaje con sus padres.

—¿Podemos ir, podemos ir, podemos ir, podemos ir? —Canturreaban, tirando cada uno de una de las manos de su madre, que no lucía afectada por el repentino zarandeo al que era sometida.

Luna se rio.

Podríamos ir. Si le piden permiso a Harry y Draco, y no molestan en su trabajo —Puntualizó, con esa firmeza suave, que no la hacía sonar como una orden.

Antes de darse cuenta de lo que ocurría, los niños jalaban sus brazos también, y Rolf hacía pucheros y preguntaba si tenían pensado dejarlo solo en la ciudad. Draco tenía cara de horror mientras los gemelos les suplicaban que los llevasen con ellos.

Harry intentó contenerse, en serio intentó, pero término por echarse a reír, y se ganó un manotazo sin fuerza de su molesto y consternado novio.


—…así que podría decirse que es como un viaje en familia —Ze no dejaba de emitir débiles risas, que intentaba retener en vano, mientras se entretenía acariciándole un costado de la cabeza a Saaghi, que ya mostraba los dientes a mitad del proceso de crecimiento, cada vez que abría la boca para algo más que sisear—. Siempre supe que terminarían por adoptar a Marco, el pobre mocoso, no tiene ejemplos decentes a seguir desde hace años…

—¿Tú sabes algo de él? —Harry no se molestó en disimular su sorpresa, al arquear las cejas por encima del borde de la taza de té.

La bruja, por toda respuesta, apoyó el codo en el escritorio, la barbilla en la palma, y le mostró una sonrisa.

—Claro, el pasado que lleva uno sobre la cabeza y bla, bla, bla —Recordó y rodó los ojos. Ze asintió, como si fuese una simple cuestión de lógica que él tendría que haber descubierto por sí mismo.

—La pasarán bastante bien en Egipto entonces —Volvió a burlarse, dándole un vistazo a Draco, sentado junto a su novio, que revisaba un pergamino con el ceño fruncido.

—Créanme, he buscado todos los otros centros mágicos-históricos del mundo, y no es que tengamos una mejor opción —Se quejó él, en voz baja—. Egipto es el único reconocido por la contención de maldiciones.

Harry parpadeó e intentó hacer memoria.

—¿En serio?

—Las maldiciones de las tumbas y los faraones más importantes —Enumeró Draco.

—Las diez plagas —Lo siguió la bruja, con aires de conocedora.

—La magia oscura impregnada en cada bloque de las pirámides.

—Los monstruos de arena.

—El oro maldito, los tesoros hechizados, las trampas que…

—Está bien, entendí —Los cortó, antes de que continuasen—; Egipto está terriblemente maldito y lleno de magia negra, de acuerdo. Significa que es justo a donde tenemos que ir por un ejemplo de reliquia.

—Y con esa compañía que tendrán…

No vamos a tener ninguna compañía —Draco estrechó los ojos hacia su amiga, que no paraba de esbozar pequeñas sonrisas burlonas y mover la cabeza de un lado al otro.

—¿Tú quieres ir? —Preguntó Harry, sólo por curiosidad. No sería la primera vez que lo hacía; Ze fue su guía cuando hicieron los viajes a algunos de los poblados de África.

Pero, en esa ocasión, la bruja arrugó la nariz y negó.

—No puedo, debo quedarme por la ciudad en estas fechas.

—¿Orden del Ministerio? —Ella resopló, divertida, cuando lo escuchó.

Era cierto que podía ser un poco peligroso dejar la ciudad, después de haber atraído la atención del Ministerio a causa del idiota mago con que salió la noche anterior. No fuese que, por casualidad, la creyesen responsable de un crimen por el que huía.

Aunque Ze estaba, luego de haber superado la histeria inicial, en total calma. Incluso se apareció de buen humor esa mañana, dispuesta a trabajar, tarareando, y con una caja de donas, que repartió entre los tres. Uno diría que le habría ido bien en la cita, si no conociesen de antemano el nefasto resultado.

—No, qué va —Elevó la barbilla, altiva—, esos imbéciles no consiguen ni mi rastro, si no quiero que lo hagan.

Probablemente era la verdad también. Harry solía preferir no indagar demasiado sobre por qué su amiga sería buscada por Aurores, debido a que las razones podrían ser mil veces peor de lo que era capaz de imaginar, y lo sabía. Era mejor considerarla sólo Ze, su Ze.

Ellos intercambiaron miradas. La mujer tenía una sonrisa, que era distinta de las usuales. Hacia tiempo que no la veían.

Fue Draco el que se apretó el puente de la nariz y soltó una exhalación mitad suspiro pesado, mitad risa ahogada.

—Dime que no te gustó el ladrón de varitas.

El mago que la invitó a salir resultó ser un ladrón de varitas, que desmantelaba los núcleos y estafaba a familias sangrepura que buscaban la primera varita de sus hijos. Responsable de varios heridos y una considerable cantidad de incidentes, por lo que pudieron averiguar.

Ella se echó a reír con fuerza, a la vez que movía manos y cabeza en señal de negativa.

—No, no, no, mi amor. Ese tipo era un idiota —Aseguró, con un encogimiento de hombros—, sólo le dije que sí a la salida porque era de esos idiotas sensuales. Ah, no pueden culparme.

Los dos rodaron los ojos.

—¿Algún evento especial? —Cuestionó Harry después. A veces también tenía de esos, ocasiones en que se ausentaba uno o dos días del Inferno, y estaba dentro de la lista en que añadía lo que era mejor no conocer de ella; en algunas oportunidades, notó que sucedían fenómenos climatológicos peligrosos, accidentes de muggles, o problemas entre comunidades de magos, al punto de desapariciones y asesinatos, cuando ella estaba fuera.

—No —Dudó. Era inusual verla titubear así. La sonrisa regresó tras un momento, con cierto deje de timidez, cuando se recogió un mechón rebelde detrás de la oreja—, o sí. Algo así, podría decirse, sí, eso creo.

Draco tenía las cejas arqueadas cuando lo observó. Le dirigió una mirada inquisitiva. Harry negó; él no sabía nada. Tras una breve conversación en base a señales que sólo ellos veían, se volvieron hacia su amiga.

—¿Qué pasó, exactamente, anoche?

Ze sonrió más, como si hubiesen atinado a la pregunta que ella deseaba contestarles.

—Lo encontré —Se inclinó sobre el mostrador, abandonando las atenciones a Saaghi, que siseó y decidió ir hacia los brazos de Harry, donde se enroscó—, se los juro, es él, es el mío, lo vi anoche. Sólo necesité un segundo para reconocerlo. Fue perfecto. Es perfecto, es idéntico a mí.

Ante la última declaración, la mujer rio y se levantó del banco, para ponerse a saltar y dar algunos giros en una improvisado baile. Tenía una mirada febril y anhelante cuando aguardó sus reacciones.

Les tomó unos instantes comprender. Él no podía ser más que una persona: el mago con que Ze soñaba. Una noche, que estuvieron bebiendo en una manta sobre el techo del edificio, ella les contó que desde que era muy niña, alguien aparecía en sus sueños, y sabía que lo encontraría en el futuro, pero no el cuándo.

De aquello, hacia ya algunos años, y ella no dejaba de estar atenta a cualquier mínima señal de las personas que le pasaban por al frente, sin resultado.

—Eso…es bueno —Exhaló Harry, un poco inseguro, hasta que se percató de que su amiga volvía a sonreír al escucharlo, casi aliviada—, es fantástico, en realidad, Ze.

—Sí, sí, es verdad —Draco lucía algo más aturdido cuando se encogió de hombros—, supongo que quiere decir que lo verás pronto.

—Oh,  que lo veré pronto —Ella se apoyó en la orilla del mostrador y tarareó por lo bajo, balanceándose en un lento vals en que no movía los pies.

Volvieron a intercambiar miradas, uno más resignado que el otro. Si aquello la animaba, ¿quiénes eran ellos, para arruinarle la fantasía? Y si, por algún azar del destino, resultaba cierta, mejor todavía.

—¿Y quién es? —Harry se inclinó también sobre el mostrador, animándola a continuar.

—El Inefable Rinaldi, Dante Rinaldi, estaba en el Ministerio cuando…

Junto a él, Draco empezó a toser tras un sorbo de té. Él le palmeó la espalda, con suavidad, y le indicó a la bruja que no era nada y que siguiese la historia, así que Ze les habló del dulce Inefable que la escuchó explicar su situación y se aseguró de que los Aurores la dejasen fuera del caso.

Sólo la llegada de unos clientes la detuvo. Ze desapareció tras las cortinas de la sala de consultas, sonriendo en medio de sus gestos teatrales para llamar a los muggles.

—Un Inefable —Draco sacudía la cabeza, aturdido—, se ha vuelto loca.

Harry se encogió de hombros.

—Al menos no trabaja en Seguridad Mágica o Control y Regulación de Criaturas Mágicas.

—Es como si quisiera salir con el Ministro —Replicó, ceñudo—, la van a meter a una celda, bendito Merlín, hay que hacer algo…

Draco ya le había dado la vuelta al mostrador cuando Harry terminó de procesar lo que acababa de escuchar.

—Un obliviate, un obliviate serviría…

—No puedes obliviar a Ze —Le recordó. Sus defensas de Oclumancia estaban al mismo nivel que las de él, Harry no quería imaginarse cuánto habría que forzar su magia para lograr borrar unos segundos de su memoria.

—A Ze no, a Rinaldi, un obliviate no cuenta como ataque en sí, si lo piensas bien…

—No puedes obliviar a un Inefable —Agregó, ganándose una mirada desagradable—, son agentes del Ministerio, es ilegal.

—¿Y qué?

Apenas tuvo tiempo de rodar los ojos. Su novio caminaba con largas zancadas hacia las escaleras.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a mandar a alguien a que nos averigüe quién es ese tipo y por qué hizo lo que hizo por ella, y qué quiere —Le espetó, en voz lo bastante baja para no interrumpir la consulta, pero lo bastante alta para hacerse oír, y prácticamente corrió hacia el apartamento.

Harry pensó que su novio tenía unas formas muy extrañas de mostrar preocupación por otras personas. Se encogió de hombros, lo dejó hacer lo que quisiera, y le tocó recibir a los próximos clientes que llegaron.


Esa noche, había una persona parada en la calle opuesta al Inferno. Bajo una capa que desviaba el efecto de todo tipo de protecciones y barreras, mantenía los ojos opuestos en la ventana del segundo piso.

No habrá permanecido allí más de cinco minutos.

Nunca lo notaron.


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