Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Para romper una maldición por BocaDeSerpiente

[Reviews - 6]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

—…Luna, tu hijo acaba de meterse en una maleta vieja.

Estaban instalados en torno a una mesa en la pensión mágica en que se quedaban todos, excepto Marco, que hablaba de criaturas mágicas con la bruja desde hace alrededor de una hora. Harry, que conocía poco del tema, se limitaba a engullir todo lo que le ponían al frente, desde que uno de los gemelos arrastró a Draco lejos de allí. El otro estaba embelesado con una quimera miniatura, que no sería más alta y ancha que un pulgar, que el muchacho se sacó de una caja mágica en el bolsillo y le mostró; un experimento, decía él.

—¿Cuál de los dos? —Luna parpadeó, extrañada, y dio un vistazo alrededor, hasta localizar al pequeño que jugaba con la quimera.

—¿Tú eres Lorcan? —Preguntó Draco. El niño negó—. Entonces fue Lorcan el que se metió a la maleta.

—Lorcan siempre se mete a esa vieja maleta —Luna y el gemelo restante asintieron al mismo tiempo, como si fuese una verdad que cualquiera tendría que conocer.

—¿Así que…debo dejarlo ahí dentro?

—Sí, déjalo. Él volverá cuando termine de jugar con los Bowtruckle.

Draco no paraba de dirigirle una mirada extraña a la bruja, mientras hacía girar entre sus dedos la gema púrpura que le caía sobre el hueco de la clavícula, pendiendo de una cadena plateada. La noche anterior, cuando se la dio y la explicó de dónde provenía, masculló comentarios poco agradables a 'ese necio mocoso que se preocupa de nada' y la 'mujer loca que tenían por mejor amiga', y pareció genuinamente sorprendido cuando se lo colocó. No dejaba de tocar la piedra de vez en cuando, desde entonces; Harry tenía la impresión de que era por el efecto relajante que le producía.

Un débil quejido hizo saltar a todos los que rodeaban la mesa. Lysander hacía pucheros, al tiempo que enseñaba a la quimera que le colgaba del índice, al que se aferraba con dientes y garras. Los ojos del niño se inundaron de lágrimas cuando se estiró hacia Marco.

—Se-señor Marco, me está mordiendo…

—Dile que no te muerda. ¡Hey, , no lo muerdas! —Le dio un jalón leve a la cola de la quimera, que se soltó y cayó sobre la mesa, adoptando una posición amenazante y con un rugido contenido, que habría sido más atemorizante si no pudiese ser cubierta por la mano de un infante.

Lysander se rio y volvió a subirla a sus palmas, para acariciarle la cabeza de león. Luna, con una sonrisa dulce, se inclinó hacia él para hacerle algún tipo de pregunta sobre la criatura, que el niño respondió con entusiasmo.

—No sabes que te has hecho viejo hasta que un niño te dice "señor" —Gimoteó Marco, bebiéndose una copa de un trago, con una expresión lastimera y falsa.

—Es como oír a un mocoso decirle "señor" a otro mocoso —Se burló Draco, aproximándose desde atrás, para pasarle los brazos alrededor de los hombros a Harry y recargarse contra su espalda.

—Oh, el meu cruel amor

Justo como dijo Luna, el segundo gemelo apareció después de un rato, con una criatura con forma de planta sobre un hombro, que le hacía cosquillas con las manos de tallos en las orejas y cuello. Los niños se sumergieron en su propio mundo, presentando a la diminuta quimera con la 'ramita' que era de mayor tamaño, y haciendo observaciones y comparaciones que sólo podían pertenecer a personas así de jóvenes. Su madre los veía con una sonrisa y no dejaba de instarlos con sus invenciones, lo que podía explicar que pudiesen crearse una historia sobre el origen de ambas criaturas y un juego en que pudiesen participar los dos, en menos de cinco minutos.

En algún momento, cuando ya no quedaba ningún plato sobre la mesa, un Inpu joven y una muchacha árabe se acercaron a la mesa. La chica, de la que sólo podían distinguir unos ojos por la rendija de su ropa blanca y holgada, hizo una corta reverencia y un saludo general, sin palabras, y se inclinó por encima de uno de los hombros de Marco.

Él la escuchó sin inmutarse, los susurros fueron ininteligibles para el resto. En cuanto terminó, asintió y se puso de pie, para despedirse de Luna con un beso en el dorso de la mano, que la hizo reír por lo bajo y sacudir la cabeza, y revolver el cabello de los gemelos. Cuando Lysander, con un puchero, le tendió a la quimera, él prometió que les daría una para cada uno, cuando estuviese seguro de que podían permanecer en ambientes cerrados, sin causarles problemas.

—¿Trabajo? —Preguntó Draco, que se acababa de sentar junto a su novio, con una mirada cautelosa, cuando el chico pasó junto a ellos. Marco unió las manos tras la espalda y se balanceó sobre los pies.

—Algo así —Aceptó, con una sonrisa vacilante, que no lo engañó ni por un segundo—, sólo animales. Nada de reliquias, lo juro. ¿Quieres venir a verme?

—No —Draco bufó y giró el rostro, y Harry rodó los ojos con una sonrisa—; si te agarran, lo vas a tener bien merecido.

—A mí nadie me atrapa, meu adorado Draco. Ven, será divertido.

—No.

Aaaaaaaaa-aaaaaaaa-aaaaaaaaa-aaaaaaaaaanda.

El muchacho hizo ademán de rodearlo con los brazos por detrás, y se llevó un codazo de Draco, que lo empujó y, quién sabe por qué motivo, lo hizo reír. La Inpu que fue por él, se aclaró la garganta de forma ruidosa, para recapturar su atención.

—Voy, voy —Volvió a reír, mientras se sacaba del bolsillo un trozo de pergamino, se estiró sobre la mesa para hacer una rápida anotación, y lo dejó en medio de ambos—. Pasan con esto, y ahí está la dirección.

Draco meneó la cabeza con fingida exasperación.


—…creí que habías dicho que no ibas a venir.

No podía perder una oportunidad de fastidiarlo cuando era tan contradictorio, incluso si se ganaba una mirada desagradable, como la que acababa de darle. Draco elevó el mentón y caminó por delante de él, varios pasos, guiado por los gemelos que no dejaban de tirar de sus manos y hablarle sobre lo mucho, mucho, que querían ver si era cierto que tenían un monstruo de arena domesticado.

—No puedo Aparecerme sin llevarme a dos mocosos conmigo —Replicó él, con un gesto en dirección a los niños que no lo soltaban.

Luna iba hombro con hombro con Harry, a un ritmo tranquilo, aunque daba vistazos de vez en cuando en torno a ellos y a sus hijos. No estaba seguro de qué tan buena idea era llevar a unos niños de nueve años a la presentación de criaturas mágicas de dudosa procedencia, pero él no era su padre, y supuso que ella sabría cómo ser un representante responsable para los gemelos, o no estaría ahí, con ellos.

El túnel, de acceso mágico a las afueras de Giza, funcionaba en una sola dirección y los hacía traspasar una barrera gelatinosa, invisible, que cambiaba su apariencia. Lo que vestían, para ser específicos.

Cuando notó que su novio se cubría la boca con el dorso de una mano, haciendo un esfuerzo por soltarse de los gemelos, frunció el ceño.

—Oh, Merlín, necesito esta imagen mental —Lo abarcó de pies a cabeza con un vistazo y Harry se encogió— por el resto de mi vida. Adoro cómo te queda el maquillaje en los ojos, debí habértelo puesto hace años, con Ze.

Por reflejo, se tocó la cara, y palpó una textura extraña, similar al polvillo humedecido sobre la piel.

—¿Qué…? —Miró alrededor. Luna tenía una toga de dos colores y adornos dorados y de cintas en la cabeza, y llamaba a los niños, que tenían un atuendo similar. Parecía divertida con la repentina transformación.

—Eres un bonito príncipe egipcio —Draco no dejaba de burlarse, intentando sostenerle el rostro y el nemes que hacía de corona, y que incomodaba a Harry al momento de mover la cabeza. Emitió un leve quejido.

—¿Y eso que tú tienes es…? ¿Por qué tú no tienes maquillaje? —Protestó, más infantil de lo que le hubiese gustado.

La sonrisa de Draco vaciló al examinarse a sí mismo. Tiró de las telas blancas de la túnica, y se llevó las manos al cuello, para comprobar que el colgante de amatista seguía ahí.

—Romano —Susurró, con la nariz un poco arrugada—. Creo que del ejército, o…¿un esclavo de alto rango? —Negó—. No, probablemente del ejército.

—Definitivamente del ejército —Le confirmó la vocecita suave de Luna, desde la distancia.

—¿Esto tiene algo que ver con criaturas mágicas? —Preguntó Harry, que todavía no dejaba de dar ojeadas en torno a ellos, en busca de una pista de dónde estaban. Las indicaciones fueron precisas, a pesar de que no encontraron ni una señal que apuntase hacia allá cuando iban de camino. Podía oír voces que se combinaban, murmullos lejanos, ininteligibles; no veía a nadie cerca.

—Sí —Fue Luna quien le contestó. Acababa de pararse al final del túnel, uno de los niños en cada lado—, creo que acabo de descubrir qué tiene que ver, Harry.

Ambos magos intercambiaron miradas. Draco avanzó primero, abriéndose un espacio entre los Scamander para observar la zona iluminada y de espacios abiertos que estaba más allá, y Harry lo siguió, distinguiendo, de inmediato, el bullicio que iba en aumento; supuso que se trataba de algún tipo de encantamiento-barrera que mantenía el ruido dentro.

—Me recuerda al anfiteatro de El Djem —La escuchó decir, con una exhalación apreciativa.

Harry no estaba seguro de que él también pudiese compararlo a otro lugar. La estructura, redonda en la parte de abajo, estaba hecha por completo de una piedra amarillenta, columnas y arcos, que se entrecruzaban para dar lugar a corredores y palcos, donde conjuntos de personas con los mismos extraños atuendos se asomaban, para tener una mejor vista del centro. Contaba con un cielo artificial, mágico, que representaba un color azul, impoluto, y a la vez, debía funcionar como otro escudo anti-muggles.

—…mamá, ¡mamá! —Uno de los gemelos –lamentaba reconocer que todavía no podía identificarlos-, tiró de la mano de Luna, cuando los tres adultos permanecían aún de pie en la entrada, para capturar su atención y desviarla hacia el centro de la réplica del antiguo anfiteatro.

Cuatro de los magos-chacales, que sólo podían ser un grupo de Inpu, desfilaban por uno de los costados de la arena. Los ojos de todos los espectadores estaban fijos en ellos, pero Harry no tardó en notar que no eran lo verdaderamente relevante que sucedía ahí.

Más hacia el centro, el suelo ondulaba y cambiaba, se alzaba, se enroscaba, en una especie de remolino imposible de arena amarilla, que se profundizaba poco a poco. Uno de los gemelos, o tal vez los dos, chillaron cuando, desde el medio del remolino, se alzó una franja de tierra que formó una curva en el aire y reveló a dos personas, que provenían desde alguna parte bajo el suelo.

La chica árabe que vieron en el restaurante, saludaba al extenso público con una teatral reverencia de capa tras capa de tela brillante de odalisca. Sonreía.

—¡Por favor, por favor! —Decía a la multitud, con una voz cantarina, potenciada por un sonorus que no le vio realizar— ¡quédense fuera de los límites marcados cuando nuestro amiguito esté al acecho! ¡si pueden, les recomendamos…!

La segunda aparición, que tuvo lugar junto a ella, era Marco. No sabía por qué no estaba sorprendido. Andaba vestido de manera que lucía como parte de una civilización antigua –de nuevo, no estaba seguro de cuál-, y no se molestó en fijarse en el público, sino que se sentó en una pieza flotante de piedra, redonda, similar a una plataforma, que conjuró en el mismo instante en que su compañera hablaba.

—…así que era esto lo que iba a hacer —Draco tenía el entrecejo apenas arrugado, mientras observaba los movimientos de ambos, mago y bruja en la arena, con un interés casi científico. A unos pasos de ellos, Luna contestaba las preguntas de sus hijos con tono calmado y alegre, como si le gustase que le hiciesen cada una de las cuestiones que se les pasaban por la cabeza; conociéndola, era probable que así fuese.

—¿Ya lo sabías?

Él se encogió de hombros.

—Me dijo algo sobre el primer monstruo de arena que se domesticó en siglos y todo eso —Hizo un gesto vago con la mano, pretendiendo restarle importancia, aunque pareció recordar otro detalle después, porque lo miró y esbozó una lenta sonrisa—. Espera, tú nunca has visto uno de esos, ¿cierto?

Harry negó, despacio.

—No, por supuesto que no. Si hubieses sido de una familia sangrepura que viajaba, habrías tenido pesadillas con esas cosas…—Aquello sonaba poco prometedor, a decir verdad. Draco debió percatarse de que la manera en que lo contaba no era la ideal, porque se rio y lo agarró de la muñeca, guiándolo a través de los corredores y arcos, hacia un espacio por el que pudiesen mirar hacia el centro, desde un punto más alto—. Es increíble, ignora eso. Lo que no era tan increíble, era que tuvieses cinco o seis años la primera vez que lo veías de frente.

—Yo tenía ocho —Comentó Luna, caminando detrás de ellos. Poco después, los gemelos la soltaron y se metieron entre Draco y él, sosteniéndose de ambos, un niño a cada uno.

—Bueno, algunas familias viajaban cuando los niños eran más pequeños, otras no —Aceptó Draco, deteniéndose cuando debió considerar que era el lugar perfecto.

Harry tenía varias preguntas que quería hacer, pero fueron calladas por un gesto que hizo, antes de señalar hacia al frente. Curioso, porque incluso Luna estaba apoyada sobre la barandilla, con ojos brillantes y entusiasmados fijos en la arena, intentó concentrarse en los jóvenes que captaban la atención del numeroso y diverso público presente.

Saltó. Horas más tarde, le avergonzaría un poco admitir que , dio un brinco hacia atrás cuando un rugido áspero resonó en el anfiteatro, y desde el remolino del centro, brotó una criatura deforme, toda de arena, de la que sólo podía distinguir una boca extraña, tan poco definida como el resto de su silueta. Surgía desde el piso, sin prisas y sin pausas, brazos alargados, que aparentaban deshacerse y rehacerse en el aire, ante cada mínimo movimiento, y la cabeza se redondeaba, y no podía entender bien qué era, de qué estaba hecha, pero tampoco era capaz de apartar la mirada de eso.

El monstruo de arena daba una vuelta, alrededor de la chica árabe, que explicaba algunos datos sobre el tipo de criatura que observaban (como su origen, hábitos, hace cuánto que ninguna era entrenada…), y levantaba el suelo, abría una línea para hacerse un camino, y la cerraba detrás de sí, en cuestión de un parpadeo.

Harry estaba boquiabierto. Junto a él, Luna abrazaba a uno de sus hijos, que no paraba de hacerle más preguntas sobre el monstruo, y Draco se reía por lo bajo de su expresión, motivo por el que le dio un codazo.

Su novio apoyó el codo en el barandal, recargó la cabeza en la palma, y le sonrió.

—Todos los niños sangrepura del mundo los ven al menos una vez, antes de ir al colegio mágico. De cerca —Aclaró, apuntando una sección llena de familias, que estaba tan próxima al centro de la arena, que podía entender por qué algunos niños se asustaban—, por ahí fue que me senté con padre. Claro que, cuando me trajeron, eran salvajes y había montones, de a cinco, seis. Yo no podía creer lo que veía.

Calló, de pronto, como si acabase de caer en cuenta de lo que decía. Sacudió la cabeza y volvió a prestar atención al frente.

—Debió hacer algún trato especial con los Inpu para conseguir domesticarlos —Añadió después, distraído, y Harry no comprendió a qué se refería, hasta que cabeceó en dirección opuesta a la que tenían la bruja joven y el monstruo, y notó que Marco continuaba sentado en la plataforma flotante, como la imagen misma de la serenidad.

El chico tenía los ojos fijos en la criatura de arena, y de forma disimulada, movía una mano, casi pegada al cuerpo, en un trayecto imaginario. Observó al monstruo, luego a él, y de nuevo, de uno al otro.

—¿Él…? ¿él está…?

Draco emitió un vago sonido afirmativo, sin mirarlo. Cuando iba a hacerle otra pregunta, sintió que un cuerpo más pequeño se estrellaba contra uno de sus costados, y al bajar la cabeza, se encontró a uno de los hijos de Luna, colgándose de su cadera.

—¡Señor Harry! —Le lloriqueó, y sabía que era una petición lo que venía a continuación, porque durante el resto del día, sólo fue "Harry" para ellos— ¿puede llevarme abajo? ¿podemos verlos más de cerca?

Abrió la boca, rogando auxilio en silencio a la madre de los gemelos, cuando el otro se unió a su hermano, y de repente, tenía dos niños que lo tironeaban y sacudían.

—¡Por favor, por favor! —Decía uno.

—¡Por favor, por favor, por favor! —Le seguía el otro, como si tuviese que ganarle en la petición. Entonces se convenció de que ese debía ser Lorcan, el hiperactivo.

Lo siguiente que sabría era que iba hacia la sección más próxima al monstruo, con uno de los niños en cada lado, y Luna y Draco, una enternecida y el otro divertido, los despedían con gestos desde la zona regular.

Lysander se escondió detrás de él, por un instante, cuando Marco hizo que el monstruo se les acercase, al notarlos. Lorcan –ahora sí estaba seguro de cuál era cuál- se ofreció a 'estrechar' la mano inexistente, deforme y arenosa de la criatura, riéndose.

Marco levantó el brazo, y el monstruo alzó a uno de los niños en un arco, lo hizo dar un salto y carcajearse, y lo devolvió al suelo sin un rasguño. Pero Harry, rígido y con el corazón tronándole en los oídos, decidió que aquello era correr demasiado riesgo con los hijos de otra persona y los mantuvo fuera de los límites, a pesar de que hacían pucheros.


Por haber terminado la mayor parte del trabajo que tenían allí, no tuvieron excusas para rechazar a los entusiasmados gemelos Scamander y el resto de sus peticiones. Cuando quisieron darse cuenta de qué pasaba, estaban en una calle mágica, perdida entre dunas que aparentaban estar deshabitadas, y cada uno era llevado por la insistente y pequeña mano de uno de los niños, que los tenían concentrados en una charla incesante y de temas diferentes, que tenían poco o nada que ver entre sí, y parecían siempre volver al mismo punto: el increíble monstruo de arena que conocieron. Luna caminaba cerca de ambos, atenta a las palabras de sus hijos y a algunos puestos locales, en los que buscaba algo que pudiese obsequiarle a Rolf como compensación por dejarlo solo, a causa de su labor en el laboratorio.

—Si tuvieses un hijo —Se le ocurrió mencionar a Harry en determinado punto, mientras veía a los niños discutir por cuál entraba con Draco a un tienda estrecha de tesoros falsos—, ¿también tendrías el mismo efecto en ellos?

Su novio lo miró con una expresión medio aturdida, medio horrorizada. Le llevó un momento darse cuenta de cómo pudo sonar y comenzó a gesticular para restarle importancia.

—Es curiosidad —Juró, más afectado por el ardor del rostro, que por la pena en sí. Se suponía que la etapa de adolescente inseguro estaba dejada atrás.

Draco pareció pensarlo, para después encogerse de hombros.

—Yo adoraba a padre —Recordó—, no creo que haya sido sólo efecto de la magia.

Dejaron a Luna, con sus dos hijos, en un puesto de dulces, luego de recorrer un museo que atrajo incluso la atención de Harry, donde todo era dorado, blanco, brillaba, o tenía unos tres mil años de antigüedad. Y en su mayoría, no pertenecía al mundo muggle, aunque nadie lo mencionase.

Tuvieron una plática con uno de los Inpu, acerca del Ojo de Horus que tenían sellado en la bolsa, y un par de horas después, pasaron por una Necrópolis en ruinas, en busca de un comerciante que les recomendaron, que debía ser el único con artefactos lo bastante fuertes para servir de contención para el tesoro que tendrían que trasladar de vuelta al continente. No querían pensar en los problemas de perderlo, dejarlo suelto, o dañarlo de algún modo.

La Necrópolis constaba de paredes semidestruidas, que se alzaban en lo alto de un conjunto de colinas, pasadizos entre medios muros de piedra, y un suelo de lo que, en otro tiempo, habría sido un embaldosado maravilloso. El resto del cementerio yacía bajo tierra.

—Para el próximo viaje —Comentó Draco, casi de pasada—, nos vamos a un sitio donde no tengamos que caminar sobre los agujeros de huesos de personajes de hace miles de años.

—No es muy romántico, si lo pones así —Bromeó Harry, estirándose para alcanzarlo y sujetarse de su brazo, al tener que cruzar sobre un medio muro, en un corredor que no tenía salida.

—No es nada romántico, Potter —Él se quejó, pero cuando se miraron, comenzaron a reírse—. Merlín bendito, ¿quién iba a decir que terminaría caminando en un cementerio maldito con Harry Potter, bajo este calor?

—¿El cementerio está maldito?

—Todos los cementerios viejos lo están.

Harry recordó cierto cementerio al que fue enviado muchos años atrás, y no pudo hacer más que estar de acuerdo.

El dichoso comerciante tenía su puesto instalado en una cripta que descendía para encontrarse con el complejo de tumbas de la Necrópolis. No lo consideraba el sitio apropiado para un local cualquiera, y no fue hasta que entró y divisó los estantes repletos de frascos de vidrio con órganos (humanos, animales y de criaturas mágicas), que flotaban en líquidos extraños, y los huesos agrupados y atados por cintas de colores, que comprendió a qué se debía la necesidad del aislamiento.

Tragó en seco, tomó una bocanada de ese aire impregnado de aroma a pergamino y aceites, y se adelantó para hablar con el vendedor, con su mejor aire de conocedor, que era obligado a usar una y otra vez desde que empezó a trabajar con Artes Oscuras y encontraba gente como esa por doquier.

Salieron de ahí con un recipiente en forma de cofre, sellado con magia lo bastante fuerte para percibirla en el aire que lo rodeaba, y unas vagas indicaciones sobre cómo mantener la reliquia segura. Además, Draco recogió algunos tesoros que le servirían de ejemplo para su propia reliquia, que tendría que hacer desde cero.

—Draco —De vuelta a la Necrópolis de caminos enrevesados, él emitió un sonido mudo para hacerle saber que le prestaba atención, pero sin detenerse. Oscurecía y ninguno tenía ganas de encontrarse a los fantasmas egipcios que rondarían por allí en unas horas—, yo elijo el destino de nuestras próximas vacaciones.

—Trato hecho —Dictaminó él, que estaba un poco pálido desde que tropezó con una reliquia entre los estantes y el aura de la Maldición brotó a su alrededor, como atraída por un agente externo. Le tomó unos minutos replegarla.

Se encontraron con Luna de regreso a Giza, que los acompañó por algunas callejuelas y bazares muggles, hasta que dieron con un restaurante sobre una terraza con vistas a la explanada de arena, que los niños Scamander observaron con fascinación, haciendo apuestas sobre qué criaturas vivían allí. Después de cenar, los gemelos se colgaron de los dos, protestando sobre no querer irse a dormir todavía, hasta que la mujer los llamó con suavidad.

Harry aún pensaba en lo increíble que era que Luna los hiciese comportarse con un susurro delicado y una palabra tranquila, sin ningún gesto que debiese acompañarla, y que ambos niños se despidiesen de inmediato y fuesen tras de su madre, uno a cada lado, para sostenerle la mano.

Oficialmente, con un recorrido en que fueron arrastrados por unos chiquillos y su tarea completada, eran libres. Sería la última noche en Egipto, no necesitaban más.

Pasaron por la pensión para 'refrescarse', según Draco, y cambiarse de ropa, de acuerdo a él. Mientras intentaba descifrar el encriptado del contenedor para la reliquia oscura, ya listo y desde la orilla de la cama, su novio se reforzaba el glamour que mantenía las cicatrices fuera de vista.

Lo tomó por sorpresa que le sujetase las muñecas de pronto, tirando de él para que se levantase y se apartase de la cama. Apenas tuvo tiempo de abandonar el contenedor sobre el colchón, para que no se le cayese.

—¿Qué pasa? —Preguntó a media voz. Draco lo llevaba detrás de él, los dedos entrelazados, por el pasillo y las escaleras de la pensión. Creyó oírle emitir una risa baja, que intentaba disimular.

—Vamos a salir —Dictó, en un tono solemne y exagerado que le sacó una sonrisa a Harry—; por si no te has dado cuenta, estamos en Egipto, uno de los centros más mágicos del mundo entero. Madre me decía, aunque nunca lo entendía, que llevar mucho tiempo con alguien no es razón para descuidar su relación.

Harry arqueó las cejas, haciéndole una pregunta silenciosa, que él contestó con un encogimiento de hombros y otra risa.

—Está bien, está bien, mi madre no decía eso —Reconoció, rodando los ojos.

—¿Y por qué es el repentino interés entonces?

Acababan de salir de la pensión mágica, cuando una ráfaga de aire helado les dio de lleno, nada más poner un pie fuera del edificio. Draco tomó una profunda inhalación, maravillado por el cambio en la temperatura cuando se hacía de noche.

—Lovegood —Él todavía se negaba a llamarla "Scamander", porque decía que le sonaba a que se refería a Rolf y no a ella— me habló de un sitio increíble, y no podía creer que fuese la segunda vez que venimos y no lo haya visto antes. Quiero ir.

—Bueno, ve, yo voy a…

—Quiero ir contigo —Se corrigió, con el ceño fruncido, porque notó que esa había sido la intención de Harry, que sonrió abiertamente y le besó el dorso de la mano.

—Si insistes, supongo que iré.

Draco le dio un débil codazo a manera de reprimenda, él todavía sonreía cuando le besó la mejilla. Comenzaron a caminar entre callejuelas de miles de años de antigüedad, que desentonaban con las estructuras más modernas en la distancia; tomaron la decisión de quedarse en la zona intermedia, ni las ruinas, ni los enormes edificios de turistas.

No tuvo la menor idea de hacia dónde se dirigían la mayor parte del trayecto. En un callejón, Draco cambió algunas monedas con un mago que tenía un servicio privado de flú, para llegar a determinados puntos de la ciudad, y aparecieron en un local con aspecto de cervecería de poca clase.

Harry volvió a cuestionar a su novio con la mirada. Este le soltó un "¡sh!" y tiró de su mano, reía cuando creía que él no se daba cuenta. Aquello podía significar que se sorprendería pronto, o que terminaría muy, muy mal.

Un elfo doméstico fue el que los dejó a los pies de una pirámide enorme, de una altura que no habría sabido calcular, escalonada. Estaban solos, era de noche, y podían volver por Aparición solamente, si es que se alejaban de las barreras protectoras y no pensaban caminar una distancia indefinible hasta el día siguiente.

Tenía que echar la cabeza hacia atrás para admirar la inmensidad de la pirámide. Aun así, no alcanzaba a divisar la punta.

Cuando se percató de que Draco subía el primero de miles de escalones, soltó una exhalación sorpresiva, que se convirtió en risa.

—No es en serio, ¿cierto? —Pero él lucía serio, aunque a Harry le costaba imaginarse que su cretino sangrepura interior le permitiese actuar como un simple muggle y subir, a pie, esa distancia.

Una sonrisa pequeña lo delató. Ninguno lo mencionó.

—Te reto. El que llegue primero arriba, gana —Explicó, soltándolo, y aprovechándose de su distracción, subió dos escalones más, deprisa.

—¿Sin magia? —Cuestionó, con ambas cejas arqueadas.

Draco se encogió de hombros.

—Lo único que no vale es…¡petrificus totalus!

Harry no tuvo oportunidad de esquivarlo, apenas llegó a ver la varita y la dirección del hechizo. Un segundo más tarde, estaba paralizado a los pies de la pirámide, y Draco, riéndose sin reparos, de la manera en que hacía cuando sabía que nadie más que él lo escuchaba, utilizaba un encantamiento para aligerar su peso, de modo que un salto lo hacía subir una considerable distancia de varios metros, como si la gravedad hubiese dejado de surtir efecto o caminase en la luna.

Harry apretó los párpados y se concentró en deshacer el encantamiento petrificador, mascullando entre dientes el contrahechizo. Le llevó unos segundos sentir todos los músculos y ponerse en movimiento.

—¡Ven aquí, serpiente tramposa!

Draco le enseñó el dedo del medio y siguió saltando, hasta que le dio con un wingardium leviosa por detrás. Se quejó al ser alzado en el aire y comenzó a retorcerse, en vano.

—¡Esto es trampa, Harry!

—¡Mira quién lo dice! —Replicó el encantamiento para aligerarse y empezó a subir de a saltos enormes, sin soltar el leviosa que lo mantenía suspendido en el aire.

—¡Se supone que tú eres el noble león!

—Hay ciertas cosas que se contagian con los años, Draco.

Se encogió de hombros al alcanzarlo, lanzó un beso al aire, y le pasó por un lado, dejándolo atrás.

No escuchó el siguiente hechizo. Saltó, y cuando estaba por pisar el próximo escalón, se abrió un agujero que lo obligó a cambiar de dirección. Trastabilló y perdió la concentración, el leviosa cedió, y él estuvo a punto de rodar hacia abajo al caerse.

Otro wingardium leviosa le impidió irse cuesta abajo, pero a cambio, también lo dejó suspendido en un agarre invisible. Draco se paró junto a él un momento más tarde.

—¿Eres tan poco creativo, que tienes que usar el mismo hechizo que yo para detenerme, mi amor?

Riéndose, Draco lo hizo flotar cabeza abajo. El cabello se le deslizó lejos de la cara, podía sentir la sangre que se le acumulaba en la frente a causa de la nueva posición.

—Eso no es para detenerte. Esto es para detenerte —Puntualizó, inclinándose hacia él para besarlo.

Fue extraño y excitante sentir sus labios cuando todavía estaba cabeza abajo. Harry luchaba por no corresponderle y le dio una mordida a su labio como protesta.

—Nadie me creería a qué punto ha llegado San Potter —Silbó Draco, le guiñó, y se alejó entre saltos que ya superaban los dos metros con facilidad.

Harry separó los labios para replicarle y nada salió. Ni siquiera cuando gritó, pudo escuchar sonido alguno.

¡Draco! —Utilizó la conexión mental entonces, ya que no podía usar palabras— ¡maldito tramposo, me hiciste un silencio cuando me besaste!

¿Quién? ¿Yo? No sé de qué hablas —Incluso dentro de su cabeza, había una clara diversión en su tono, imposible de ocultar. Sonaba más lejano a medida que se apartaba, pero todavía era entendible—. Supongo que te esperaré en la cima, ¿no?

Él sabía que los encantamientos no verbales lo retrasarían, aunque no le resultaban imposibles. El truco era absurdo y no suponía más que una demora, a la larga, pero Harry continuó pretendiendo haberse enfadado por la trampa, hasta después de liberarse y haber llegado a la cima.

Draco jadeaba por aliento, sentado en el borde del último escalón, el más estrecho de todos, cuando lo vio. Sonrió a medias.

—¿Qué tal la subida, Harry?

—Iba bastante bien —Opinó, doblándose para apoyarse en las rodillas, y recuperar el aliento a base de inhalaciones profundas y exhalaciones por la boca—, hasta que una serpiente me traicionó.

—Qué horrenda serpiente —Asintió, con fingida preocupación. Harry soltó una risa ahogada.

—La peor de todas, no te imaginas cómo es.

Calló cualquier respuesta que Draco pudiese tener al inclinarse para devolverle el beso de antes. Él parecía menos dispuesto a burlarse a partir de ese momento, por lo que rodó los ojos y le hizo un espacio en el escalón que ocupaba.

Sintió un peso ligero en el hombro cuando apoyó su cabeza en este.

—Tengo que correr más seguido —Draco se reía de sí mismo, todavía sin aliento.

—Es la edad —Intentó retener el quejido cuando su novio le dio una mirada desagradable y lo codeó en las costillas—, ¡por Merlín, tenemos la misma edad! No reacciones así.

—Oh, cállate.

Harry se rio por lo bajo y le besó la cabeza, ganándose un resoplido y un vago comentario sobre querer arreglar lo que arruinaba cada vez que hablaba. Luego se recargó más contra él.

En la cima de la pirámide escalonada, la brisa era mayor y más fría, pero los amuletos de calor y frescura que tenían en la ropa, por lo general, bastaban para mantenerlos cómodos. Sintió que una mano se deslizaba por debajo de la suya y entrelazaba sus dedos.

La línea del horizonte en el desierto, kilómetro tras kilómetro de arena, apenas interrumpido por estructuras que perdían relevancia ante aquella en la que estaban sentados, aparentaba que no existía fin. Era el sitio más tranquilo en que había estado en su vida.

Si hubiese podido embotellar la paz que sentía frente a esa imagen y llevarla consigo, mágicamente, lo hubiese hecho sin dudarlo.


En la madrugada de esa misma noche, se despertaría con un sobresalto, por un sonido chirriante, bajo, que habría reconocido en cualquier momento y lugar.

Draco estaba sentado en una de las orillas de la cama, encogido en sí mismo, con las manos a los lados de la cabeza, sobre los oídos, a pesar de que no había ruidos fuertes o molestos que proviniesen de cualquier otra parte. Emitía un alarido extraño, sin palabras, que le dio un mal presentimiento.

Cuando intentó sujetarle el hombro, una sensación similar a un doloroso corrientazo lo envió hacia atrás. Esperó.

No pudo hacer nada.

Cuando la piedra curativa de su colgante se encendió con un débil resplandor, poco a poco, se detuvo. Le llevó varios minutos volver a bajar la guardia.

El Ojo de Horus continuaba afuera del contenedor, notó más tarde, cuando Draco acababa de recostarse para intentar dormir unas horas más, después de que él le hubiese prometido vigilar si algo pasaba.

Harry se colocó guantes anti-magia oscura para sacarlo del bolso, lo hizo girar entre los dedos, y lo deslizó dentro del contenedor. Percibía, distante, el Imperio que extendía alrededor de sí.

No le prestó atención.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).