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Para romper una maldición por BocaDeSerpiente

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Saaghi tenía los dientes crecidos en su totalidad, medía más de dos metros extendida por completo, de la cabeza a la cola, y había mudado la piel a una rugosa de un gris oscuro. Daba la impresión, para quien la viese de cerca o le palpase el costado, de que le surgirían pequeñas púas, pero estas no terminaban de brotar; de cualquier modo, Harry no estaba seguro de que existiese una serpiente (mágica o no) que tuviese púas.

Con el paso de los días, una pluma blanca, con los bordes teñidos de un pintoresco azul, que hacía parecer que estaba manchada de pintura, le brotó de la parte de atrás de la cabeza para acompañar a la otra; era el único ejemplar que conocían, de libros y dibujos, que tenía dos. Le recordaba a los adornos de los sombreros antiguos, era divertido, y ella dejaba que la tocase y se pusiese a jugar con la dichosa pluma.

Cuando, como en ese momento, tenía que deslizarse por un agujero diminuto en el espacio entre el suelo y la pared, preparado por ratones que ya no ocupaban el lugar, la pluma se doblaba y se pegaba a sus escamas, y por el tiempo que hiciese falta, lucía como si constituyese un segmento más de su piel.

La separación entre los cuartos constaba de las respectivas paredes a ambos lados y las columnas de soporte de los techos altos y las pesadas vigas, que servían para mantener en pie la casona antigua. Pocos humanos podrían haber entrado ahí. Sus humanos, en particular, tenían menos oportunidades aún, así que Saaghi lo hacía por ellos.

Era sencillo seguir su línea de razonamiento; las serpientes no se complican la vida tanto como un ser humano. Son astutas y tienden a actuar a conveniencia, la prioridad siempre es la supervivencia. A Harry le hacía pensar al tipo de actitud que se tomaba durante las épocas de guerras.

Las serpientes mágicas, más que sus semejantes, poseen una gran capacidad de aprendizaje mediante la observación. En el caso de Saaghi, debía ser por indicación.

Sus otros sentidos eran fuertes, a cambio de los ojos vidriosos y ciegos con que nació. Percibía la áspera textura de la madera del entrepiso al serpentear, la baja temperatura del lugar que le hacía desear unos rayos de sol y enroscarse donde latiese el pulso de uno de sus humanos. A lo lejos, más allá de una de las paredes, alguien hablaba, y ella sabía que podía entenderlos, una parte de sí al menos lo hacía, pero no se molestaba en hacer más que seguir con lo que era su tarea.

—…son cincuenta galeones —Decía una voz femenina. A Saaghi no le gustaba; la dueña portaba un aroma a mezcla de perfumes intensos, que no bastaban para ocultar el rastro de tabaco y polvo de hadas que exhalaba nada más separar los labios.

—Eso es muy costoso —Replicaba, con suavidad, uno de sus humanos, el que solía tener también la temperatura corporal baja, y olía a magia negra, a pociones y colonias embriagadoras.

—No para algo que está prohibido comerciar.

Saaghi siseó por lo bajo. Tampoco le gustaba que le hablasen con ese tono de superioridad a sus humanos. Como toda serpiente mágica, cuando se apegaba a la esencia de la energía de un mago, consideraba su deber atacar a quien creyese que era superior a los suyos. Tenía que defenderlos de otras serpientes, de las serpientes humanas, que eran las peores, ¿quién más lo haría, sino ella?

—Te propongo esto entonces…

Pero Saaghi no llegó a escuchar a qué trato llegaban y cómo la odiosa bruja pretendía, sin éxito, rebajar a uno de sus humanos, porque encontró otro agujero por el que escabullirse, y en cuestión de unos momentos, se encontraba en el segundo piso de la casona.

Busca donde esconderte —Pedía la voz tersa de su segundo humano, el que olía a muerte y almizcle, y le hacía cariñitos con manos endurecidas por el trabajo, porque la vida de los magos era extraña y tediosa para ella—, y donde yo pueda Aparecer.

Saaghi tanteó el terreno, hasta dar con un cuarto de escobas, donde se enroscó y aguardó.

Harry, que veía a través de sus ojos desde antes que serpentease al interior de la casona, parpadeó para salir del trance mágico, y fue enviado con un leve tirón de vuelta a su cuerpo. El vértigo lo desorientó por un instante cuando pasó de reptar a estar a más de metro y medio del piso. Batalló por enfocarse en la casona que estaba a una calle de distancia de la banca donde esperaba, bajo un encantamiento desilusionador, y se concentró en la imagen del cuarto de escobas que acababa de ver.

Un tirón diferente se lo llevó cuando fue enviado hacia adentro. Tomó una profunda bocanada del aire lleno de artículos de limpieza y se puso de cuclillas, ofreciéndole el brazo a Saaghi, para que se enrollara.

Bien hecho —Dijo, a través de la conexión mental que continuaba medianamente abierta. La serpiente emitió un dulce siseo y frotó la cabeza contra su hombro, por encima de la tela; no podía usar palabras para responder, ni Harry usar el pársel, pero tampoco era necesario.

Se prometió decirle a Draco que el hechizo para ver a través de Saaghi resultó un éxito. En cuanto terminasen ese trabajo, claro.

Con todo el sigilo que el entrenamiento de Auror y años de práctica en ambientes peores le podían otorgar, avanzó sin mayor ruido que el tronar de su corazón en sus oídos, que por suerte, nadie más que él o Saaghi iban a percibir. Salió y cerró la puerta del armario de escobas, y con un simple vistazo alrededor, se ubicó, a pesar de que la perspectiva era distinta cuando no lo veía desde el suelo.

Caminó con fingida despreocupación hacia su destino: una cámara de cerradura mágica al fondo, en la biblioteca. Saaghi se contoneaba y levantaba la cabeza, girándose en determinadas direcciones, cuando percibía el peligro, y Harry tenía tiempo de pegarse a una pared y comprobar que el encantamiento de camuflaje seguía ahí, antes de que el mago o bruja de guardia se asomase. Eran demasiado confiados, ni siquiera hacían la ronda de patrullaje completa.

Si se concentraba, en la distancia, podía distinguir la voz de Draco, todavía distrayendo a la joven dueña de la casona, uno de los sitios más conocidos en el lado 'oscuro' de la comunidad mágica, porque las habitaciones del sótano albergaban a los que necesitaban mantenerse fuera de los focos de atención del Ministerio por algunos días, hasta darse por perdidos. No es que a ellos les importase qué hacía o no para ganarse la vida, Harry ya no era Auror y esa ética de la se jactaba, de aún tenerla, no habría dejado que presionase la punta de la varita contra una cerradura mágica y esperase que la puerta se abriese.

Entró a la biblioteca y cerró tras de sí, de nuevo. La cámara de seguridad, parecida a la bóveda de un banco muggle, atrajo su atención de inmediato.

Se aproximó a la entrada de metal, llena de artilugios, palancas, ruedas y botones, y se sacó un knut falso del bolsillo, que colocó sobre la superficie de esta. Le llevó unos segundos surtir efecto. Las cerraduras se movieron y la puerta a la cámara cedió. Tampoco contaban con un gran sistema de seguridad para las entradas, era una suerte que nadie más hubiese tenido que pasar sin permiso de la dueña.

Necesito que tú entres por mí, ¿puedes? —Saaghi volvió a sisear en respuesta. Le sonaba a un 'bien'—. ¿Sabes lo que buscamos?

Como contestación, la serpiente atrapó entre los dientes el galeón mágico que le ofrecía, y se deslizó por su pierna hasta el piso, para cruzar la puerta de la bóveda. Su peso ligero sobre el suelo del interior de la cámara no levantaba ninguna alarma, ni reacción.

La cámara estaba llena de estantes y gavetas, pero ella no tenía que preocuparse por ninguno. Un olor putrefacto al fondo era el que la guiaba; incluso Harry, desde el umbral, lo podía percibir.

Al final de la cámara, oscilando, balanceándose arriba y abajo, estaba una mancha oscura, de consistencia un poco gaseosa. Saaghi se acercó sin capturar su atención y depositó la moneda sobre el suelo. Una cápsula mágica, transparente, se extendió desde esta y encerró a la criatura, que empezó a sacudirse y expandirse, de manera que ocupaba por completo el espacio dentro de la barrera, sin hacerle nada.

Cuando estaba claro que no podía salirse, Harry silbó. La serpiente, que ya sabía lo que significaba, recogió la moneda con los dientes y reptó de regreso, deprisa.

Fue fácil, un trabajo limpio. Harry pensaba, mientras recibía a Saaghi con los brazos y cerraba la entrada a la cámara, que se merecían un premio cuando estuviesen de vuelta en casa.

Lo hiciste bien, eres increíble —No dejaba de acariciarle un costado de la cabeza, a medida que le hablaba. La serpiente se retorcía y apoyaba contra el contacto, satisfecha.

Harry los Apareció en la banca, en el parque de la esquina frente a la casona. Sin prisas, tomó la moneda que llevaba, ahora con la cápsula sellada dentro y sin peligro de quedar expuesta de ningún modo, y la metió en el saco de recolección; era la número veintisiete de esa semana, y esperaba que fuese la última del año, con suerte.

Dejó que Saaghi se le enroscase en el cuello, en tres largas bobinas que simulaban un colgante extraño, y se quitó el hechizo desilusionador. Llevaba unos minutos esperando, sentado, cuando notó que la puerta doble de la casona se abría, y Draco salía. Iba vestido de negro de pies a cabeza, con el cabello recogido en una cola a la altura de la nuca y el bastón de serpiente, y uno podía pensar que mostraba una elegante cortesía al inclinarse para despedirse de la bruja y dejar que ella le besase la mejilla.

Harry tenía un comentario en la punta de la lengua, sobre cómo se veía abriéndose paso entre autos y muggles, con el porte de aristócrata de hace un siglo, cuando Saaghi se le adelantó y asomó la cabeza por entre los pliegues de su ropa para saludar. Draco se acercó, le acarició la cabeza con el índice, y a él le dio un beso en los labios, así que mago y serpiente se dieron por satisfechos.

Le tendió el saco lleno de monedas falsas cuando se sentó a un lado, en la banca. Draco cruzó las piernas, dejó el bastón sobre su regazo, y las contó, hasta llegar a la misma conclusión que él, encogiéndose de hombros.

—Veintisiete es un buen número.

Era cierto, el año anterior atraparon veinticinco. El año antes de ese, casi consiguen las cuarenta, pero fue una ocasión sin precedentes y que no había vuelto a repetirse.

—¿A dónde está la que sigue? —Preguntó, recibiendo el saco de regreso.

Draco le pidió que esperase con un gesto. Miró alrededor, se aseguró de que ningún muggle lo viese colocar un encantamiento de aislamiento en torno a la banca, y golpeó el suelo de la plaza con el bastón.

Una proyección de la ciudad, en verdes, azules y blancos, se desplegó en un cuadrado por encima del bastón. Los puntos negros eran escasos, algunos desaparecían mientras observaban.

Harry señaló uno alejado del centro, en el cementerio de la ciudad, y Draco volvió a encogerse de hombros. Se Aparecieron en un instante.


Otro de los fenómenos mágicos de la ciudad era que después de que el índice de magia negra hubiese bajado, contaban con unos días de calma, antes de que tuviese un repentino e incontrolable ascenso. La magia, libre, suelta, se transformaba en cúmulos de energía impredecibles y temperamentales; podía darse el caso de que comenzasen a desaparecer objetos, despistaban a los muggles, se los llevaban por varias horas, y después de cierto límite, cuando ni siquiera la ciudad podía retenerlos, se unían en una sola masa de poder que ocasionaba daños severos y amenazaba con exponerlos a los muggles.

Se podía decir que recoger los cúmulos de magia era casi un servicio comunitario en esas fechas; un equipo de Aurores era desplegado para medir y evitar los daños, y atrapar los cúmulos, y los Inefables, decían por ahí, los llevaban al Departamento de Misterios. Un mago corriente, con suerte, sabría atrapar uno, si llevaba toda su vida en la ciudad, pero los que eran más listos, optaban por llamar al Ministerio para dar el aviso de la presencia del cúmulo, y se ahorraban el trabajo, incluso recibían una compensación, no sustanciosa, aunque sí interesante, en galeones.

A esas alturas, no le sorprendía que todo en esa ciudad, tuviese 'otra cara'. La de esa situación, era que los cúmulos, por ser una base de magia pura, oscura en su mayoría, podían ser vendidos a precios elevados a compradores específicos, lo que causaba que muchos otros magos y brujas, que no figuraban en el cuerpo de agentes del Ministerio, los capturasen sin dar aviso a nadie. Por lo general, uno o dos era su límite.

En el pantano de Ze, se podían encontrar entre diez y quince al año. Incluso Marco llevaba cuatro o cinco encima cuando la ciudad se normalizaba. Los utilizaban para sus propios fines y Harry nunca había preguntado lo que hacían con ellos.

En el Inferno, donde solían tener cúmulos de magia negra durante gran parte del año, ofrecidos sólo a magos y brujas importantes, que les explicaban lo que harían, por si tenían necesidad de intervenir y arreglarlo, una considerable fuente de ingresos provenía de las esferas de cristal donde los guardaban, en el almacén. Draco se encargaba de resguardarlos y venderlos, y él de asegurarse de que no harían una locura con estos.

En general, Harry no volvía a ver los cúmulos de magia negra, a menos que lo ayudase a limpiar alguna esfera-cápsula, la fuese a buscar al almacén para el comprador, o le pidiese que la llevase a un punto de reunión. Ese año sería un poco diferente, porque era él quien mostró el pase de libre acceso a la recepcionista del laboratorio mágico, e ingresó con un saco sellado.

Rolf le estaba dictando a su vuelapluma desde el interior de la sala cerrada, de paredes de cristal. Estaba de cuclillas, inclinado sobre la cría de Picoazul, y sostenía el enorme y enroscado pico con ambas manos, como si fuese una especie de obra de arte. Harry, del lado 'seguro' del vidrio, lo observó trabajar hasta que dio la sesión por terminada y salió.

El científico dio un brinco al encontrarlo de pie en su oficina al volver. Se llevó las manos a la cabeza, como si intentase recordar por qué estaba ahí, y luego se rio y lo saludó con gestos apremiantes, para que se posicionase junto al escritorio.

—¿Lo trajiste? ¿En serio lo tienen?

Harry vació el saco sobre la mesa. Seis esferas de cristal, que le cabían en la palma, con una sustancia oscura y extraña que flotaba en el centro, sin tocar las orillas, cayeron sobre la superficie de esta. Rolf reprimió una exclamación de sorpresa y tomó una, comenzando un examen exhaustivo y completo de la esfera, y murmurando una y otra vez que no había visto nada igual.

—Draco dice que no vayas a manipularlo sin guantes —El científico hizo una expresión que le resultó cómica, similar a la de un niño que acaba de ser atrapado con las manos en la masa, y levitó la esfera mientras se colocaba unos guantes gruesos, de piel de dragón búlgaro—, que no lo sueltes en lugares abiertos ni frente a muggles, y que no hagas magia sin varita cuando quede libre.

—Esto va directo al Picoazul, no tendré tiempo para usar magia cerca —Aseguró, sin despegar los ojos fascinados de la pieza—. Podremos tener una idea de sus reacciones, lo veremos actuar en su ambiente natural, si me quedo cerca, voy a ver cómo recoge la magia y la suelta, y…

Harry escuchó, en silencio, y dando algunos asentimientos de vez en cuando, hasta que le indicó dónde estaban los galeones que el laboratorio le dejó para el 'equipo de estudio'. El término, quizás, estaba mal aplicado. Él no se preocupó mucho cuando volvió a tener el saco lleno, ahora de monedas, y lo cerró.

—¿Otra vez vienes solo? —Se le ocurrió preguntar a Rolf tras un momento, cuando se concentró en él, y notó que sí, estaba solo. Harry asintió.

—Draco está haciendo pruebas —Fue lo único que dijo y Rolf pareció más que convencido de que era lógico.

Antes de irse, el hombre lo arrastró hacia la sala contigua para mostrarle que el Picoazul pequeño ya saludaba a los magos, sacando el pico y agitando los tentáculos, y cuando empezó a hablar sobre las teorías de absorción de magia por las ventosas, él simuló que entendía la mayor parte.

Pensó que debería llevar a Draco la próxima vez, para que escuchase con atención al científico. Su novio, al menos, le respondería con algo que lo mantuviese distraído.


Ze tarareaba y no dejaba de sonreír cuando regresó al Inferno. Le cobraba a unos clientes, una joven pareja que buscaba un amuleto, e incluso les deseó buena suerte, con aires de benevolencia que alguien que la conociera jamás hubiese atribuido a ella.

Sólo para interrumpirla, Harry se formó detrás de los clientes, y avanzó hacia el mostrador en cuanto estos se retiraron. La bruja se inclinaba sobre la mesa para recibirlo y se rio al identificar quién era.

—Buenas tardes, señor —Aunque pretendió un tono solemne, todavía tenía un deje de diversión en la voz que la delataba—, ¿en qué puedo ayudarlo?

Harry fingió que se lo pensaba un momento, dándole vistazos a la mercancía. Hizo una nota mental de que necesitaban pedir algunos rollos de pergaminos, velas que no se apagaban, y bezoar.

—Me dijeron que el dueño terminaba temprano hoy —Dijo después, con su mejor actuación de timidez. Ze tuvo que morderse el labio para no reír y aclararse la garganta, antes de inclinarse más hacia adelante, confidente.

—Dígame a cuál de mis jefes busca y yo tal vez le diga si está desocupado.

—Al lindo rubio —Harry no pudo con la risa, a pesar de que se calló de inmediato, retomando la cara de seriedad.

Ze soltó un dramático suspiro.

—Está desocupado, pero le advierto, señor, que el otro dueño puede ser…celoso, y se molesta fácilmente —Pareció pensárselo mejor al añadir:—, y sabe varias maldiciones horribles.

—¿Eso le dices de mí a todos nuestros clientes?

Ella se echó a reír y sacudió la cabeza con ganas.

—Si me preguntaran por Draco, sí, pero nunca nadie me pregunta por él; te buscan más a ti, que te la pasas en el mostrador cuando no tienes nada que hacer —La mujer se encogió de hombros y él arqueó las cejas.

—¿En serio?

—Bueno, sabes que él no habla mucho con los de aquí…y el único que lo visita es Marco, pero ese no pregunta nada a nadie, sólo cae del techo y queda en las trampas, o sube corriendo las escaleras y las barreras lo empujan hacia atrás —Rodó los ojos con falsa irritación, que su sonrisa contradecía—. Tú eres la cara bonita de la 'empresa' —Y le guiñó. Fue el turno de Harry de rodar los ojos.

—¿Draco sabe eso?

—Él me indicó qué contestar cuando lo hacen —Esa respuesta hizo que volviese a elevar las cejas.

—¿Qué contestas?

Pero ella se llevó el índice a los labios y negó. Supuso que tenía que resignarse y esperar escuchar un día a escondidas. Draco tampoco se lo diría.

—Voy a cerrar la tienda antes, si no les molesta —Avisó luego, cuando estaba por ir hacia el apartamento. Harry se encogió de hombros.

—¿Algo importante?

Ahí supo por qué tenía esa sonrisa. Ze apoyó los codos en el borde del mostrador y recargó la barbilla entre las palmas, y habría jurado que hasta suspiró.

—Voy a ver a mi futuro amor.

—¿Tan rápido tienen una cita? —La bruja soltó un bufido de risa y negó.

—No —Admitió, despacio, medido—, pero la tendremos pronto, ya verás. Haré que el encuentro parezca pura casualidad, él también verá que es el destino, y cuando nos vayamos a casar, iré con Draco a buscarme un vestido precioso, y te llevaré a las pruebas de pastel, comeremos hasta reventar —Asintió para sí misma, convencida de que era un espléndido plan.

Harry, que tenía serias dudas al respecto, se limitó a sonreír.

—Suerte con eso, Ze.

Ella le agradeció y comenzó a dar vueltas por la tienda para acomodar los últimos detalles y marcharse.

—Suerte  con Draco. Dobby me contó lo de ayer.

Él frunció los labios y decidió no hablar del tema; de cualquier modo, ella ya sabría lo que fuese que pudiese decirle. Desde que regresaron del viaje a Egipto, cuando Draco no se pasaba el día durmiendo y lo encontraba teniendo una pesadilla, que lo hacía jadear y temblar igual que los viejos sueños de la Segunda Guerra –sin ser estos, lo tenía claro-, simplemente se olvidaba que tenía que descansar. Estaba seguro de que no durmió antes de que saliesen a buscar los cúmulos de magia, tampoco.

Supuso que tendría que subir al apartamento y recordarle que, como ser humano, tenía necesidad de comida y descanso.

—Harry —Ze lo llamó de pronto, deteniéndolo en uno de los escalones.

—¿Sí?

Titubeó. Luego habló demasiado rápido.

Él no lo hizo.

No le dio tiempo de preguntar a qué se refería. Desde la parte superior de las escaleras, Harry alcanzó a divisar que las cortinas se bajaban y la puerta se cerraba.

—Bienvenido, amo Harry —La voz de Dobby saludó de todas partes y de ninguna, y él sonrió al elfo invisible.

—¿Draco sigue metido en el laboratorio?

—Sí, amo, Dobby intentó que saliese a almorzar, pero Dobby no lo consiguió. Dobby lo siente.

Él hizo un gesto vago para restarle importancia. Sus suposiciones resultaban verdaderas entonces.

—Yo lo saco de ahí, tú calienta el almuerzo y hazle un volcán de chocolate para cuando empiece a quejarse.

Media fracción de segundo más tarde, percibió el sonido de movimiento en la cocina. Se dirigió hacia el laboratorio, tocó con los nudillos para no sentir que invadía su espacio de repente, y entró.

Tuvo que quedarse bajo el umbral, porque un vial flotó frente a él y casi le roza la cara.

La mesa de trabajo estaba llena de frascos que se vaciaban en otros más pequeños, viales donde se mezclaban, tubos que vertían de a gotas. Dos calderos hervían y una varilla de cristal revolvía uno, por su cuenta, el otro tenía una tapa de latón encima.

Draco estaba en un banco alto, con el ceño apenas fruncido, mientras hacía una anotación en un pergamino nuevo. Su otro brazo, extendido sobre el borde de la mesa, tenía una aguja que llevaba un hilo de sangre a otro frasco, y de ahí, tubos finos lo distribuían en muestras de menor cantidad. La Maldición era una línea oscura y definida que lo rodeaba. Murmuraba.

Harry tuvo que luchar por controlar una repentina oleada de pánico. La sensación de haberlo visto en una situación semejante, y saber lo que ocurrió después, lo dejó paralizado en la entrada al laboratorio, hasta que Draco bajó la pluma, se retiró la goma que le apretaba el brazo como un torniquete, y se sacó la aguja sin emitir un sonido. Aun así, no pudo respirar con calma hasta que él se había cerrado la marca con un encantamiento y flexionaba el codo, para asegurarse de que la sangre seguía fluyendo con normalidad.

—No sabía que podías sacarte la sangre a ti mismo —Mencionó, en voz baja, y se sorprendió al sentir la boca demasiado seca. Su novio emitió un sonido vago, mientras enrollaba el pergamino, que le dio a entender que lo escuchó, aunque tardó en responder. Volvía a mordisquearse con gesto nervioso el pulgar.

—Yo tampoco —Confesó, con un encogimiento de hombros—, aprendí hace relativamente poco.

Harry no quería pensar en lo que estaba haciendo cuando tuvo que aprender, ni para qué era. En cambio, lo observó apilar pergaminos llenos de letras de estilizada caligrafía, y apagar el fuego bajo los calderos con un movimiento de varita.

Su mirada, inevitablemente, se desviaba hacia el objeto en el centro de la mesa. El Ojo de Horus levitaba dentro de algún tipo de barrera mágica, daba vueltas lentas, y quedaba a la vista desde cualquier punto del laboratorio. Estaba lo bastante alto para que Draco no pudiese sostenerlo si levantaba el brazo.

Todavía notaba el Imperio débil que ejercía. Daba la impresión de que exigía ser sacado de ahí, y Harry rodó los ojos y decidió concentrarse en su pareja.

—¿Qué haces? —Se animó a preguntar, cerrando la puerta tras de sí, al fin, y apoyándose en esta.

Draco no dejaba de moverse. Hizo levitar un caldero, vació el líquido en un molde. Esparcía un polvo encima, tomaba algún tipo de medida con una varilla. Luego le seguía el contenido del otro caldero.

La Maldición aún no se replegaba.

—Aleaciones mágicas —Respondió, distraído. Mientras veía el segundo caldero vaciarse, hacía girar la gema púrpura del nuevo collar entre los dedos, y se deshacía de una fracción de la tensión que acumulaba—; por aquí, preparo la base de la reliquia, allá, tengo las muestras de veneno que no quedaron descartadas de las pruebas de ayer, y por ahí, probaré la reacción de mi sangre a las muestras, sin que me tenga que tragar todos los venenos y ver qué pasa —Apuntó a cada sector con la varita, sin mirarlo, y no terminó de relajarse hasta que el molde estuvo listo y lo congeló en ese estado con otro encantamiento.

Harry consideró preguntarle qué hacía con el Ojo de Horus, pero se detuvo al ver que se tambaleaba cuando hizo ademán de regresar al banco. Una ligera capa de sudor frío lo cubría y respiró por la boca durante un instante, haciéndole una seña de que estaba 'bien'.

—¿Cuánta sangre te sacaste?

Draco levantó tres dedos en su dirección, a medida que se recuperaba y se enderezaba, entre bocanadas de aire. Harry lo observó horrorizado, y él soltó una risa ahogada y hueca.

—Tres litros en tres horas —Señaló el tempus conjurado que flotaba cerca de una pared; lucía más como un cronómetro que un reloj, y efectivamente, sólo marcaba esas tres horas exactas—. La Maldición me repone cien miligramos en medio minuto si no estoy en peligro, me bebí una poción que lo hace el doble de rápido. Uf —Exhaló una pesada respiración y se estiró un poco—, ya estoy bien.

—¿Te sacaste tres litros de sangre, sin comer nada antes o después?

Draco le dirigió una mirada incrédula al volver a tomar asiento.

—Claro que comí.

Él se cruzó de brazos y arqueó las cejas.

—¿En serio? ¿Qué?

—Partí unas galletas saladas para Saaghi y para mí —Puntualizó, señalando hacia abajo. La serpiente era un montón de piel rugosa, enroscada y dormida bajo la mesa de trabajo.

—¿Cuándo fue eso?

Draco vaciló, una mano de nuevo en la pluma, la otra sostenía la varita. Desvió la mirada hacia el tempus; era inútil, ya que no decía la hora.

—¿Esta mañana? —Sonaba más a una pregunta que afirmación, y él se lo hizo saber cuando volvió a levantar las cejas.

—Esta mañana pasé por aquí a decirte que iba al Inferno y después le llevaba las esferas a Rolf, y tú dijiste que no ibas a desayunar por unos valores de no sé qué…

—Si comía, alteraba los valores de mi sangre —Aclaró, en tono de obviedad, que no lo salvó de la mirada de reprimenda de Harry. Él pareció desorientado por un momento—. Entonces creo que no fue esta mañana, pero estoy seguro de que me las comí, si no, tendría hambre y…

No se detuvo a escuchar el resto de la contestación. Harry se le acercó por detrás, le pasó los brazos alrededor y tiró, bajándolo de la silla sin mayor dificultad.

Él parpadeó, extrañado, y después comenzó a retorcerse al darse cuenta de lo que pasaba. Era tarde para entonces; Harry ya se lo llevaba hacia la salida del laboratorio.

—Espe- ¡espera! Harry, no he terminado, quería hacer esto antes de ir a comer, porque después me distraigo y…

Draco tuvo que lanzar encantamientos para que todo el proceso de las muestras se quedase congelado. Un instante después, la puerta se cerraba y ellos estaban en el pasillo. Harry aún lo arrastraba consigo, hacia la cocina, pero el resto del trayecto se recargó en él y ya no se quejó ni opuso resistencia alguna.

No lo soltó hasta que estuvo sentado en la encimera, con el almuerzo al frente, y un tenedor en la mano, en lugar de la varita.

—¿Tú sí comiste? —Preguntó en un susurro, al ver que se sentaba al otro lado y engullía su comida, como si no hubiese probado bocado nunca. Él asintió.

—No me iba a morir de hambre como tú…

—Pensé que no eran las diez todavía —Admitió, con cierta culpabilidad.

Harry sólo lo apremió a comer, y al terminar, cuando pareció dispuesto a regresar al laboratorio, lo volvió a atrapar y se lo llevó en dirección opuesta, al cuarto. Al principio, protestó y pataleó, y lo amenazó en vano, y después comenzó a reírse cuando lo derribó en el colchón, entre cosquillas y besos.


Esa noche, Harry tuvo un sueño extraño.

Cuando se despertó, el otro lado de la cama estaba vacío y emitió un débil e incrédulo quejido. Encontró a Draco en el laboratorio. Hacía anotaciones gracias a una vuelapluma que ponía lo que le dictaba, se mordisqueaba, de nuevo, el pulgar, y paseaba la mirada por las muestras y el proceso casi terminado de la reliquia y el Ojo de Horus.

Fue la primera y única vez que vio que la Maldición, desplegada en torno a él, utilizaba los múltiples brazos para recoger viales o remover los calderos.

Recordaría haber tenido la vaga impresión de no poder decir quién ayudaba a quién.


Draco lo hizo llevar las bolsas de papel con los ingredientes para pociones del boticario que visitó esa mañana y en la que lo encontró, luego de una larga explicación sobre por qué era su culpa que estuviese atrasado con las muestras para el Inferno, y que no le quedasen suficientes pociones para la Maldición, y aunque le decía que todo era por sus distracciones, en ningún momento le ordenó que dejase de irrumpir en el laboratorio. Caminaba adelante, con Saaghi enroscada en el cuello y casi por completo escondida en la ropa, y Harry, que estaba cansado por haberse pasado las últimas noches deambulando fuera de su laboratorio, en lugar de dormir, simulaba estar de acuerdo en que , era un problema para su concentración, y , era malo, y , tenía que entender que él necesitaba trabajar en esas muestras. Aun así, no dejaba de divertirle pensar en la forma que Draco fingió estar molesto, por las interrupciones a su trabajo, cuando lo encontró en el local, tan absurdamente, que terminaron riéndose hasta que les dolió el estómago.

Ze tenía el día libre, por lo que ella denominaba "trabajo de campo", que constaba en buscar maneras de acercarse a su próxima conquista sin ser obvia, así que el piso de abajo del Inferno estaba vacío cuando entraron. La puerta se cerró sola detrás de ellos.

Hablaban en voz baja, como acostumbraban cuando iban por la calle o acababan de regresar, al subir las escaleras. Dobby no los recibió.

Nada más poner un pie en el apartamento, Harry sintió el aire denso y extraño, de un modo inexplicable. Saaghi se asomó desde el cuello de la camisa de Draco y siseó al aire, amenazante.

Pero era el último el más afectado. Draco se adentró más que él, antes de darse cuenta de que pasaba algo, y tenía los ojos enormes y horrorizados, fijos en un punto determinado. Acababa de ponerse pálido.

Harry tenía la varita en ristre enseguida. Caminó, despacio, hacia él, sin dejar de mirar alrededor en busca de una señal de peligro.

—No hay nadie —Musitó, con voz queda. No dejaba de observar cierto punto del pasillo—. No vas a encontrar a nadie, Harry.

—¿Cómo…?

Por toda respuesta, él señaló hacia adelante.

La puerta del laboratorio estaba abierta, sin forzar. Los pergaminos fuera de lugar, viales rotos decoraban la mesa de trabajo. Manchas de sangre ensuciaban el piso.

El Ojo de Horus, que flotaba en un campo de fuerza el día anterior, ya no estaba.


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