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Para romper una maldición por BocaDeSerpiente

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—…así que, en resumen, todas las masas de agua del mundo, con propiedades mágicas o donde viven animales fantásticos, están conectadas entre sí. Y yo puedo moverme de una a otra, ¿sólo…así?

—Bueno —Luna titubeó—, son las criaturas mágicas las que pueden moverse así. Para un mago, sería muy difícil si no hay todo un estudio de cómo funcionan, y un conocimiento completo del área en…

—Necesito una criatura mágica que haga de submarino o a tu esposo, ¿eso quieres decir? —La interrumpió Harry. Ella hizo una expresión pensativa que le duró algunos instantes.

—Rolf no conoce las aguas de Gran Bretaña tan bien como…

Harry se restregó la cara, exasperado. Luego se enderezó cuando tuvo una idea.

—Dobby —Repitió el llamado dos, tres veces. El plop de la Aparición anunció la llegada del elfo, que volvía a ser invisible—, la laguna de la Mansión, ¿es mágica?

—Por supuesto, amo Harry —Replicó el elfo, con su voz chillona—, una colonia de kelpies vivía ahí. Cuando los padres del amo Draco los movieron, todavía quedaron algunos residuos de magia.

—El agua queda alterada desde que una criatura o un grupo habita ahí —Aclaró Luna, con cierto entusiasmo, como si la posibilidad de kelpies en el patio, fuese fascinante—, es perfecta, si la conoces bien.

—La conozco demasiado bien —Le aseguró—, ¿cómo hago para llegar?

Viajar por el agua. Usar la vía secreta de salida, Dobby podría sacarlo. ¿Cómo pasaba desapercibido, hasta la casa Weasley-Granger?

Luna desvió la mirada hacia la sala-cueva. El Picoazul continuaba echado.

Oh, no. ¿En serio?

Harry caminó hacia la puerta del lado que estaba vaciado de agua y se asomó bajo el umbral.

—Marco, ¿puedes controlar a un Picoazul?

El chico frunció el ceño.

—¿La cosa esa que está en el cuarto de al lado desde antes de que llegáramos?

—Sí.

—Obviamente puedo —Esperó un momento, después resopló—, pero preferiría no 'sostenerlos' a los tres a la vez, y tu serpiente me va a atacar cuando la libere.

—Suéltala y déjamela a mí.

Se adentró en la sala y se puso de cuclillas en el suelo, junto a él, interponiéndose entre Saaghi y el muchacho. Se percató del momento exacto en que la liberó del control, porque ella siseó, amenazante, y se abalanzó en su dirección, lista para el ataque. Harry la atrapó en el aire y la llevó hacia su cuello, donde se enroscó, con sonidos de indignación.

Sé que estás molesta, pero él es un amigo y está ayudando a Draco, aunque no lo parezca —Le indicó, a través de la conexión mental. Saaghi volvió a sisear y él negó. Luego se acomodó con la cabeza en el hueco de su clavícula.

Marco se puso de pie de un salto en cuanto se encontró fuera de 'peligro'. Se sacudió el pantalón y observó al Picoazul con curiosidad.

—¿Está bien que dejes de contenerlo a…él?

—Oh, sí, sí —Le restó importancia con un gesto de su mano—, Draco está haciendo un gran trabajo, puedo dividir un poco mi atención por un rato. ¿Le dijiste algo para calmarlo?

Cuando Harry se mordió el labio inferior y no contestó, el chico arqueó las cejas. Dudaba que su conversación hubiese tenido algún punto tranquilizante.

—Supongo que es mejor si no pregunto —Él asintió, en silencioso acuerdo, y Marco se rio por lo bajo, de camino a la oficina de Rolf. Lo siguió.

—Necesito unas pastillas para respirar bajo el agua del laboratorio de Draco, algo que me pidió de entre sus cosas…—Enumeró, deteniéndose frente a los demás. Su cabeza era un hervidero de ideas que no dejaban de colisionar—. ¿Cómo puedo evitar a la Seguridad Mágica en Inglaterra?

—Multijugos —Ofreció Dante, con voz cansina. Él negó.

—Demasiado tiempo de preparación.

—Toma una del laboratorio —Marco le frunció el ceño cuando le dirigió una mirada inquisitiva—, oh, vamos, Harry, ¿yo sé que tu novio tiene una colección de pociones y tú no? En alguno de los estantes cerrados, no sé cuál, pero debería estar cerca del Filtro de Muertos en Vida, se suelen acomodar así; es para facilitar la búsqueda después.

Él prefirió no hacer más cuestiones.

—Dobby, ¿crees que puedes encontrar esas cosas por mí, si te envío?

—Por supuesto, amo Harry —Le respondió el elfo, enseguida—. Al amo Draco no le gusta que entre al laboratorio, pero si el amo Harry lo pide, Dobby irá, aunque signifique que Dobby no es un elfo muy bueno…

—Eres el mejor elfo del mundo, Dobby.

En respuesta, la criatura comenzó a sollozar y a jurar que era sólo porque él era un buen amo. Harry rodó los ojos y dejó que se calmase por su cuenta, ya que no podía palmearle la cabeza ahora que, de nuevo, no lo veía.

Harry repasó la lista imaginaria que comenzaba a formarse dentro de su cabeza. Sí, empezaba a cobrar sentido. Parecía casi lógico, racional, posible, el entrar y salir sin ser notado.

Sólo necesitaba velocidad y precisión, ¿y no fue Buscador por años gracias a esos dos factores?

—¿Qué necesitamos, exactamente, de la persona que le puso la Maldición? —Se dirigió a Ze, que lo consideró un momento.

—Lo ideal sería que venga y lleve a cabo todo el procedimiento —Explicó ella, titubeante—, pero si le ha hecho esto, en primer lugar, es más probable que termine por envenenarlo o dañarlo a propósito.

—Sangre estaría bien —Intervino Marco, dándole una palmada en la espalda—, su maldición tenía que ver con la sangre, ¿no? La magia negra que tiene se la pasa pidiendo sangre y muertes. Algo de eso debería bastar para calmarla mientras se pasa de un lado al otro.

—Sangre fresca, que no sea entregada por la fuerza —Ze asintió, pensativa—, consérvala intacta con un hechizo, en un vial, y tráela.

Harry lo pensó un instante, luego asintió.

—¿Me prestas tu escarabajo egipcio?

—¿El venenoso? —Marco parpadeó cuando lo vio asentir, otra vez—. Sí, claro. Dile al elfo que vaya a buscarlo al Lago, abriré las barreras para él.

—¿Y tienes un antídoto?

—Por supuesto que lo tengo, ¿y si alguien entrase a mi oficina y me envenenase con mi propia colección? Tengo dos antídotos de todas mis muestras, y un tercero que escondo, por si acaso —Cuando Harry arqueó las cejas, él se encogió de hombros—. Tú no conoces al tipo de gente con que trabajo a veces, no juzgues.

—Sólo...dame uno también. O dos.

Él le dijo que lo haría.


Aquello debería ser suficiente.

Harry hizo una última revisión. Pastillas para respirar bajo el agua, la varita, los dos escarabajos, el rollo de pergamino del procedimiento, un vial con líquido transparente para dos antídotos en caso de emergencia, y uno vacío. La poción multijugos estaba en un envase con corcho, a la espera de ser ingerida, y llevaba uno de los galeones falsos que mandó a sacar del almacén de magia negra.

Todo en orden. Era una locura, pero estaba en orden.

—…es fácil —Escuchó que decía Marco, trazando una floritura en el aire con su varita—, hago una burbuja de aire para mí, volvemos a llenar de agua la sala, y hago que Harry se vaya con el Picoazul. Mientras mantenga la imagen del sitio al que va a llegar, irá bien. Es como Aparecerse, pero más divertido; podría terminar varado en el Ártico, y tendría que volver…y salir de nuevo. No hay riesgo de despartición, al menos.

—Toma.

Giró la cabeza cuando escuchó la voz detrás de él. Dante le tendía la capa de Inefable y una muestra de ADN en un vial.

—Es tan asqueroso para mí como para ti —Aclaró, ganándose un carraspeo de advertencia de Ze, a unos pasos de distancia—. Que no se enteren que te doy mi uniforme, no quiero que me saquen del cuerpo de Inefables. Te dejará atravesar barreras comunes, en calidad de Inefable, y todo eso, bla, bla, bla.

Harry los recibió y miró hacia su amiga, con una leve sonrisa.

—Creo que este  es el bueno —Ze también sonrió, orgullosa.

—Te lo dije. Apenas termine esto, Draco y yo iremos por el vestido, y nosotros tendremos una 'cita' para tragarnos una muestra de todos los pasteles de boda de la ciudad en una tarde —Dante se rio, pero no negó lo que ella decía.

Él asintió y deseó que sí fuese posible. Destapó el frasco de poción y el de la muestra, para unirlos, y con la memoria del desagradable sabor y textura en mente, se tapó la nariz y se lo bebió en dos tragos largos, sin darse tiempo de sentir cómo era. El ácido amenazó con subirle por la garganta y tuvo que hacer un esfuerzo por contenerlo, mientras se colocaba la capa de Inefable.

Por un instante, tuvo la vaga sensación de volver a ser un agente del Ministerio que emprendía una misión que no quería hacer. Tenía sentido que hubiese empezado y terminado del mismo modo.

—Despejen, despejen, tengo que hacer mi magia —Marco les dio empujones sin fuerza a todos en la espalda, para sacarlos de la sala, y cerró la puerta. Al volverse, se apoyó contra esta y se cruzó de brazos. Harry se tragó una pastilla para respirar bajo el agua y el líquido empezó a llenar la cueva, otra vez; el Picoazul continuaba inmóvil—. Harry.

—¿Hm?

—Hazme un favor —Pidió, en tono confidencial, como si temiese que los escuchasen los demás. Conociendo a Ze, era posible que lo hiciesen—, no te mueras.

Saaghi se asomó desde el cuello de la capa de Inefable y le siseó, sonaba a una pregunta. Harry supuso que la poción surtía efecto y le acarició un costado de la cabeza, para mantenerla tranquila.

—No me voy a morir —Juró, rodando los ojos.

—Bien, porque no te dejaríamos descansar en paz, y Draco se enojaría con nosotros.

No dejó que le contestase, cuando desvió su atención al Picoazul. El agua ya les llegaba por las rodillas y continuaba subiendo. Saaghi se escondió en la relativa seguridad de uno de los bolsillos.

—Antes de que se me olvide —Marco extrajo un objeto diminuto de su pantalón y se lo arrojó. Él lo atrapó en el aire. Tenía forma de anillo—, evita reconocimiento de magia, y el rastreo de varitas y hechizos ilegales. Por si acaso. No querrás dejar esencia mágica regada por todas partes si haces algo que no sea muy…amable.

Harry agradeció en un murmullo y se lo colocó al extremo más ancho de la varita. Comprobó que se ajustaba mágicamente y asintió, más para sí mismo.

El Picoazul caminó hacia él cuando el agua todavía les llegaba a la cadera. Tenía los símbolos del caparazón encendidos en un resplandor azul y débil, el pico escondido, y una docilidad reflejada en los tentáculos que replegaba contra el cuerpo, lejos de él.

—Dobby —Un ruido mudo, desde alguna parte, le avisó que el elfo continuaba cerca—, muévete con nosotros. Tú eres quien me va a sacar y regresar a la Mansión.

—Sí, amo.

—Suerte —Marco, desde la seguridad de su burbuja de aire, agitó la mano cuando el agua les rozaba la barbilla. Luego ambos quedaron sumergidos.

Aspiró con fuerza bajo el agua, sintiendo el cambio aire-líquido de los pulmones que se adaptaban gracias a las pastillas. Harry se sujetó del caparazón del Picoazul, con ambas manos.

Pensó en la Mansión, la laguna. El resultado de la primera vez que besó en serio a Draco, la única ocasión en que nadó dentro del agua helada.

El líquido se separó para revelar un túnel por debajo, como si siempre hubiese estado ahí. El Picoazul nadó, y él, todavía agarrado, pataleó para seguirle el ritmo.

Lo siguiente que sabría sería continuar nadando y nadando, en la misma dirección, hasta alcanzar una superficie diferente. Sacó la cabeza e inhaló con ganas, el efecto de las pastillas se desvaneció solo. Parpadeó para enfocar la vista ante la nueva claridad de su destino.

El pecho se le comprimió de forma dolorosa al ver el patio de la Mansión. Funcionó. Todo seguía exactamente como estuvo el día en que lo dejaron.

Soltó el Picoazul y lo dejó irse hacia el fondo, donde se acomodó, volviendo a parecer poco más que una piedra enorme, apagada. Él nadó hasta la orilla, se sacudió y se secó con un encantamiento, sin dejar de mirar alrededor.

Por muy absurdo que fuese, tenía la impresión de que el tiempo nunca transcurrió. De que Draco saldría desde detrás de un árbol y le preguntaría qué hacía allí, y lo enviaría de regreso adentro, o el sujeto lo hallaría y sería arrastrado por el Imperio, encarcelado dentro de su cabeza por días, semanas enteras.

Permaneció un momento inmóvil, rígido, hasta que se convenció de que nada era un sueño. Estaba afuera. Era libre. Sólo una cosa todavía los ataba a esa casa solariega, y llegaría a su fin ese día.

—Sácame de aquí, Dobby —Ordenó, en voz baja.

—¿Hacia dónde, amo Harry?

—Vamos a visitar a alguien.


Pasar por la vía de escape de la protección especial Malfoy se sentía como ser metido, a la fuerza, dentro de un tubo especialmente estrecho, aplastarse, comprimirse, y ser tirado lejos de golpe. Harry estaba mareado y le dolía la cabeza cuando salieron en uno de los caminos desiertos que rodeaban la Mansión.

Cerró los ojos, respiró profundo, y se hizo a la imagen mental que Luna le dio.

Se Apareció.


—…suéltala y vuelve, ¿de acuerdo?

Saaghi siseó en acuerdo silencioso. Atrapó el galeón falso en la boca y reptó por el suelo, perdiéndose en la grama del patio. Harry, de pie detrás de una de las paredes laterales, apretó los párpados y se concentró en seguir a la serpiente.

La escena se formó, difusa, frente a él. Le tomó un momento enfocarse y comprender que Saaghi veía a un mago pelirrojo que habría reconocido en cualquier parte, a pesar de los años, con una niña; parecía que intentaban construir un columpio al estilo muggle y Ron tenía dificultades para comprender cómo se hacía un nudo decente, sin el uso de la varita de por medio. La pequeña se reía. Era la mezcla perfecta de sus padres.

Harry contuvo el aliento por un instante. Deseó que su antiguo mejor amigo reaccionase tan rápido como solía hacer en el cuerpo de Aurores.

Saaghi dejó el galeón en el suelo, a unos metros de ellos, y la masa de magia oscura brotó sola, llenando el aire en torno a sí. La imagen que tenía se perdió por un segundo. Cuando estuvo de vuelta, la serpiente volvía a tener el galeón falso entre los colmillos y estaba a punto de alcanzarlo.

Abrió los ojos y parpadeó para reacostumbrarse. Cuando se agachó para ofrecerle el brazo y que volviese a enroscarse, escuchó el grito de la niña.

Ron la va a salvar, Ron la va a salvar, Ron la va a-

Tenía que concentrarse. No le pasaría nada estando cerca de su padre y en el patio de la casa, debía pensar en ello.

—Dobby, haznos entrar.

Con un vago sonido afirmativo, la presencia del elfo desapareció por unos segundos. Poco después, la puerta trasera a la casa se abrió.

Harry se forzó a caminar por el pasillo como si se tratase de un sitio que visitaba a diario. Lo único que había cambiado, a simple vista, eran los nuevos retratos de los niños, a medida que crecían, con el resto de los Weasley. Tuvo que tomar una bocanada de aire y soltarla despacio cuando sintió un pinchazo en el pecho.

Concéntrate, concéntrate, concéntrate.

Se giró tan pronto como escuchó los pasos que se acercaban deprisa. Afuera, Ron acababa de gritar un hechizo que debía ayudarlo a disminuir la concentración de magia oscura recién liberada en el patio. Esperaba que lo consiguiese.

Por las escaleras que daban al segundo piso, acababan de aparecer dos figuras, que se quedaron inmóviles en cuanto lo divisaron. Harry dejó caer los hombros. Nunca había visto tan de cerca al segundo hijo de su mejor amigo; no se le parecía tanto como la niña, aunque la forma en que alternó la mirada entre él y su madre, le recordó al Ron de once años, junto a Molly.

Hermione estaba imperturbable, una mano sostenía la de su hijo menor.

Harry —Él se puso rígido enseguida. Estaba por considerar si era posible que el multijugos ya se hubiese esfumado, cuando notó que ella desviaba su atención hacia el niño—, baja y quédate en la cocina un momento, por favor.

—Sí, mami.

Los dos se mantuvieron en un tenso silencio, mirándose desde los diferentes puntos de la escalera, mientras el pequeño descendía de dos en dos, saltando. Le pasó por un lado, lo saludó con una sonrisa, y se retiró. Cuando volvió a concentrarse en la bruja, esta bajaba más lentamente, con la varita girando entre los dedos de una mano.

—¿Así que un Inefable?

Le tomó unos segundos recordar cuál era la fachada que lucía. Carraspeó e intentó copiar la voz áspera de Dante.

—Tengo algo de lo que me gustaría hablarle, señora Weasley.

—¿En el preciso momento en que un cúmulo de magia oscura se desata en mi patio? —Hermione levantó las cejas. Conforme la distancia se acortaba, se percató de que tenía los ojos hundidos, las ojeras eran notables y muy oscuras— ¿y sin ningún aviso oficial del Ministerio?

—Bueno, eso se debe a que…

Hermione lo apuntó con la varita. Todavía los separaban dos escalones, ella se veía más alta de ese modo.

Esto —Realizó una floritura en el aire. Harry no comprendió por qué hacía con el hechizo de levitación, hasta que notó que Saaghi se deslizaba fuera de su capa y flotaba en el aire— no forma parte de la indumentaria de un Inefable. A menos que la hayan cambiado esta misma mañana y no me haya enterado.

Con un brusco movimiento arrojó a la serpiente contra una pared. Harry contuvo un grito ahogado. Al instante, Saaghi siseó e hizo ademán de volver a su lado, pero ella la volvió a empujar lejos con una barrida de varita.

Estaba por hacer otro hechizo cuando Harry le sujetó el brazo y apretó. Ella no se sobresaltó.

—Me preocupó que pudiese haberlo lastimado, si la llevaba encima sin saberlo —Mencionó, lento, medido y suave—, ¿o era consciente de que lleva una criatura mágica ilegal bajo la ropa?

Así que sería de esa manera. Harry presionó más los dedos en su piel. Con un tic en el rostro, quizás porque utilizó más fuerza de la que tenía en mente, Hermione dejó caer la varita.

—Esto es agresión intencional y abuso de poder —Le susurró, miraba directo a sus ojos. El ruido de Ron apenas era distinguible a esas alturas; no le quedaba mucho tiempo—, terriblemente penalizado, agente.

—No te hagas la estúpida, Hermione.

Ella sonrió a medias. Se zafó de su agarre al echarse hacia atrás, y cuando entrechocó las palmas, la puerta trasera se cerró sin hacer ruido y las cortinas de las dos ventanas más próximas se corrieron. Con calma, se agachó para recoger su varita, pero Harry puso el pie sobre la pieza de madera y la obligó a dejarla ahí.

Hermione emitió un leve resoplido, de cuclillas, viéndolo desde abajo.

—¿Ahora qué? Mi esposo es Auror, ¿sabe?

—¿No me reconoces? —Masculló, entre dientes. Tenía que apretar la mano que rodeaba la varita para evitar arrojar alguna maldición.

La mujer ladeó la cabeza con aire inocente.

—¿Qué si lo hiciera? ¿y qué si no? —Murmuró, poniéndose de pie y alisando pliegues inexistentes de su ropa, sin alterarse por no haber cogido la varita. Pareciera que tenía la situación calculada hasta ese punto.

—La última vez que nos vimos me amenazaste —La apuntó con la varita. Hermione observó el extremo un segundo, luego volvió a fijarse en él; no se apartó, ni su expresión cambió—, ¿y ahora tu hijo lleva mi nombre?

—Fue idea de Ronald.

—¿Así que  me reconoces?

—Fui yo quien te enseñó sobre esa poción. ¿Sabe el Inefable —Pausó y entrecerró los ojos, para distinguir el apellido que llevaba un lado de la capa— Rinaldi, que le robaste su uniforme?

—Es prestado.

—¿Ahora le prestan ropa a convictos?

—No soy- —Se interrumpió con un chasquido de lengua y se obligó a volver a respirar profundo. Era lo que ella quería. Intentaba llevarlo por donde le apetecía—. Eso no es problema tuyo. Necesito algo de ti y tal vez te deje viva cuando lo consiga. Si cooperas.

Hermione esbozó una sonrisa leve. Con el índice, cambió la posición de la varita que la apuntaba, de manera que una maldición le habría dado a la pared detrás de ella.

—¿Eso te lo enseñó Malfoy? Mátame si te hace feliz, Harry. He esperado que lo hagas por años —Se encogió de hombros y procedió a unir las manos por delante del cuerpo—. Investigarán y conectarán puntos, no es muy listo ir por la esposa de un Auror respetable, en su propia casa. Harry les dirá a quién vio entrar. Los encontrarán —Canturreó lo último, la sonrisa crecía en los costados—, y quedarán como asesinos, de nuevo. Te mancharás más de lo que ya lo has hecho.

Harry la ignoró y presionó la punta de madera contra un costado de su cara. Ella no se movió. Tampoco dejaba de observarlo.

—Yo podría hacerte volver, Harry —Por reflejo, se movió hacia atrás cuando la mujer estiró los brazos e hizo ademán de acunarle el rostro. Hermione rio por lo bajo—, déjamelo a mí. Inventaremos algo, lo planearemos. Serás un héroe de vuelta en casa, el hijo pródigo, ¿has leído sobre eso? Tu familia, tus amigos. ¿No nos extrañas?

—¿A ti? —Soltó un sonido seco, mitad bufido, mitad risa ácida—. Sería un poco difícil extrañarte.

—¿A Ron? —Ella siguió, en voz baja—. No dejó de maldecir a los Aurores que te acusaron, jamás les creyó. Se ofreció a trabajar en el caso, patrulló la Mansión por años. Todavía se Aparece cerca a veces, buscándote, aunque allá no quede nada.

Otra bocanada de aire. Dolía.

—Tendría que haberte maldecido a ti.

—Yo soy la madre de sus hijos.

—Eso no te da dere- —Se detuvo. Otra vez lo estaba haciendo. Le frunció el ceño y ella sonrió, sabiéndose descubierta—. Vas a hacer lo que te digo, así sea bajo un Imperio, Hermione.

Era una amenaza falsa, por supuesto. Ze le había advertido sobre que no funcionaría de ese modo con el ritual que planeaban.

—Soy buena en Oclumancia ahora, te deseo suerte. Aquí —Se tocó la sien con el índice— no vas a entrar.

Estaba por replicarle, cuando una tercera voz lo hizo tensarse.

—¡¿Mione?! —Ron se acercaba con pasos pesados. Sin apartar la mirada de la mujer, lanzó hechizos de cerradura a la puerta trasera de la casa— ¡Hermione! ¡tienes que ver esto! ¡Rosi acaba de hacer algo increíble para ayudar a papá!

—Te notará, lo sabes —Murmuró Hermione—, no te puedes quedar mucho. Tic, tac, tic, tac.

Harry dio un paso hacia atrás e intentó reconsiderarlo. Podría-

—Una vez me hablaste de lo horrible que era matar a alguien, sin pensar en los hijos que dejaba en casa —Siguió, como si el silencio fuese una especie de indicación de que lo hacía bien—, en su familia. Yo sé que no eres malo, Harry, puede que sólo haya sido la influencia de Malfoy, pero…

No estaba seguro de qué expresión acababa de poner, pero hizo que ella se callase.

—Vuelve a hablar de él y te corto la lengua.

Ella elevó las cejas. La varita aún le presionaba una mejilla.

—Qué sanguinario. ¿Es lo mejor que tienes? —Intentó palmearle el dorso de la mano; él se apartó—. Mátame si vas a hacerlo, Harry, no es para tanto. Avada Kedavra y todo se acabó, ¿cuántas veces no lo vimos antes?

Un leve siseo hizo que mirase de reojo hacia el suelo. Saaghi se movía hacia la cocina.

Oh.

Negó.

—Hay cosas peores que la muerte —Musitó, con fingida calma. Las palmas le sudaban y tenía ganas de correr, pero no lo haría—, y tú lo sabes mejor que yo.

Hermione separó los labios, lista para responder, cuando otro sonido la detuvo.

—¡Ma-! —Un golpe, un quejido— ¡mami! ¡mami!

La reacción fue instantánea. Empalideció, ojos llameantes buscaron una respuesta de lo que ocurría en él, y echó a correr hacia la cocina.

—¡Mami!

Harry arrojó un encantamiento de silencio a las puertas y ventanas, y la siguió.

Hermione tenía las manos en el aire, incapaz de decidirse respecto a qué hacer. Hacia años que no la veía con una expresión similar; ahí comprendió, quizás, que tendría que haber sabido que así acabarían las cosas mucho antes. Su hijo más pequeño se retorcía, medio sentado, medio acostado, en el suelo. Saaghi lo tenía envuelto.

—¡Ma-Mami! Duele, ¡mami!

—Mantén la calma —Decía ella, con la voz estrangulada—. Harry, cielo, respira por la boca, lento. Todo está bien. Aquí está mami.

—No le digas mentiras, Hermione —Uno a uno, los músculos de su espalda se tensaron cuando lo escuchó detrás de ella.

Hermione se dio la vuelta de golpe, el brazo alzado. Fue por pura práctica que Harry alcanzó a sostenerle la muñeca, antes de que la palma impactase contra su cara. Ella se sacudió, en vano. Él la apretaba.

—Esto no te hace mejor que yo, ¡no te hace mejor que Voldemort! —Le siseó, y Harry se sintió casi sorprendido de darse cuenta lo poco que le afectaban esas temidas palabras.

—No necesito ser mejor que tú.

Ella se echó a reír. Era una risa histérica, de altibajos, horrible. Volvió a sacudirse, pero no la soltó, y emitió un sonido frustrado, desviando la mirada hacia su hijo.

De pronto, gritó e hizo ademán de correr por su varita. Harry le rodeó la cadera y tiró de ella hacia atrás. Al alzarla, la sintió patalear en el aire y dar golpes sin objetivo. El niño gritaba y lloraba.

Cargar con la mujer lo hizo trastabillar en cada movimiento brusco que ella intentaba para soltarse. Tuvo un latigazo de dolor al chocar la espalda contra una pared, algunos platos decorativos cayeron y se rompieron, un reloj mágico familiar le golpeó el hombro.

Luego ocurrieron dos cosas a la vez. Hermione murmuraba y le asestaba un codazo en el estómago, que le quitaba el aliento, y enseguida sentía el dolor lacerante y ardiente de una maldición.

La soltó. Ella corrió lejos. Harry se dobló desde el abdomen. El dolor venía de todas partes y de ninguna, crecía, crecía, crecía, lo rompía por dentro-

—¡Dobby!

Al llamado, la presencia que estaba en algún lugar reaccionó. Hermione quedó inmovilizada, sólo los ojos se movieron con histeria, en busca de la causa.

Harry luchó por reincorporarse, dando respiraciones profundas para detener el efecto de la maldición.

—Es suficiente —Dictó, caminando hacia ella. La escuchó soltar otro sonido frustrado al ser incapaz de escapársele—, me ayudas o te maldigo, no tienes opción.

Hermione bufó.

—¿Por qué debería? Tú no matas niños, Harry, y estás alargando esto porque tampoco quieres hacerme nada a mí.

—¿Estás segura?

—No lo va a matar —Dijo, en cambio—. Es un híbrido, no tiene veneno letal, y ese tipo de serpientes no son estranguladoras por naturaleza —Sentenció, aunque no sonaba del todo convencida, y no dejaba de pasar la mirada de uno al otro. El pequeño no paraba de retorcerse y lloriquear. Era el único instante, fugaz, en que parecía que existía emoción alguna en la bruja.

Harry hurgó en el bolsillo de la capa y extrajo uno de los escarabajos egipcios. La rodeó con aparente calma, sin prisas, para dejar que ella viese lo que llevaba, y se posicionó detrás del niño.

Lo siento, pensó, al acercarle el escarabajo mágico al cuello. El animal reaccionó cobrando vida, moviendo las patas, en busca de su nueva víctima.

—Tal vez ella no tenga veneno, pero esto sí. Me sorprendería que no supieses del veneno egipcio.

Habría jurado que ella tragó en seco.

—No te atreverías —Vaciló. Su hijo lloraba en silencio, mordiéndose el labio.

Lo siento, lo siento, lo siento.

Harry presionó el escarabajo contra la parte de atrás de su cuello. Las patas se cerraron en la piel, gotas rojizas emergieron.

Soltó un grito fuerte, agudo. Saaghi lo liberó; ya no era necesario retenerlo, porque cayó de lado al piso de inmediato, entre débiles espasmos.

Las lágrimas se le deslizaban por las mejillas, pero apenas conseguía hacer ruido alguno luego de la exclamación inicial. Con la boca abierta, era posible divisar la espuma blanca que estaba por surgir desde el fondo de su garganta.

Hermione intentó sacudirse, en vano, bajo la magia del elfo.

—¡Para, para, para! ¡cúralo! ¡cúralo, Harry, por favor, cúralo! ¡tú no matas niños!

—Tú no sabes lo que hago o no ahora —La calló. Ella no despegaba la mirada de su hijo, aún atrapada en el hechizo—. Pero tienes razón esta vez. Haz lo que te digo y podría salvarlo.

—¿Y- y si no lo hago?

Como respuesta, cabeceó en dirección al niño. La espuma blanca se le escurría por las comisuras de la boca.

Tic, tac. Tic, tac.

—Hazlo, bien, ¡hazlo! ¡cúralo, Merlín, sólo hazlo!

Harry extrajo uno de los envases de antídoto y lo vació hasta la mitad dentro de su boca. Le sujetó la cabeza por la parte de atrás del cuello, donde arrancó el escarabajo, y masajeó su garganta para que el líquido descendiese.

Aguardó. Cuando la espuma disminuyó al contacto con el antídoto, el pequeño Harry tosió con fuerza, sacudiéndose, y tuvo que ayudarlo a ponerse de lado cuando escupió los restantes de esta.

Le palmeó la espalda hasta que se detuvo y él, al caer en cuenta de quién era, se apartó de golpe. Se arrastró por el suelo, hacia atrás, hasta que su espalda dio contra una pared.

Lo miraba aterrorizado. Pero tenía el consuelo de que no observaba mucho mejor a su madre ahora.

—¿Qué quieres? —Susurró Hermione, con los ojos puestos en el piso.

—Sangre —Sacó el vial vacío de la capa, a la vez que se levantaba para acercarse a ella—, aquí, tienes que hacerlo tú, es voluntario…

Voluntario —Ella soltó un bufido amargo. La ignoró, de nuevo.

—…y quiero que revises algo.

Entonces Hermione levantó la cabeza y le dedicó una mirada inquisitiva.


—…no les va a funcionar —Hermione terminó de verter su sangre en el frasco y se lo ofreció. Harry lo tapó con el corcho, lo guardó, y le aplicó un encantamiento que cerraba la herida de cuchillo que acababa de hacerse.

El hechizo paralizante de Dobby la mantenía congelada del pecho hacia abajo. Poco a poco, los brazos perdieron movilidad cuando dejaron de ser necesarios. Ella tenía el rostro en blanco mientras examinaba el pergamino que él le sostenía con la otra mano.

—No se supone que se quite —Dijo, con obviedad—, la planeamos así. Sólo cambia, se adapta. Se puede esconder, pero siempre la tendrá.

—Todo tiene una forma de hacerse, Hermione.

Ella pareció considerarlo un momento.

—Es una locura lo que hacen, ¿te has dado cuenta?

—Mira quién habla de locuras —Le siseó, ella suspiró.

—Todavía podrías…

—Vuelve a ofrecerme traicionarlo para volver y no me hago responsable de lo que pase, pero te juro que no te va a gustar.

Hermione calló un instante, elevó las cejas.

—Has cambiado.

—No podía ser un niño toda la vida —Le contestó, distraído, mientras se ponía de cuclillas para ofrecerle el brazo a Saaghi, de nuevo.

El pequeño niño continuaba presionado contra una esquina, las piernas flexionadas, los brazos alrededor de las rodillas. Temblaba. No hacía ruido al llorar.

—Qué lamentable que nadie pueda.

La volvió a ignorar y caminó hacia su hijo. Harry Weasley lo miró desde abajo, encogiéndose, como si pretendiese desaparecer de su campo de visión al fusionarse con la pared.

Lo apuntó con la varita. No prestó atención al quejido de Hermione.

Obliviate.

Los ojos azules del niño quedaron vacíos cuando el hechizo le dio. Lo observaba sin emoción.

—Dobby, llévalo afuera. Duérmelo cerca de un árbol.

Un plop y el pequeño ya no estaba. Hermione continuaba atrapada en el encantamiento paralizante.

Se dirigió hacia el fregadero. Sacó el frasco del antídoto, volcó la mitad de lo que quedaba del contenido y dejó que se escurriese lejos, y rellenó el envase con agua para que volviese a estar al tope. Algo bueno salía de tanto oír sobre pociones, al fin.

Caminó de vuelta, bajo la atenta mirada de Hermione, y le colocó el frasco de antídoto entre los rígidos dedos, que tuvo que abrir y cerrar él.

—Los antídotos alterados evitan la muerte también, Harry —Comentó, y por un instante, tuvo la absurda sensación de que eran adolescentes y ella volvía a explicarle algo, sin que se lo pidiese. Meneó la cabeza.

—Lo sé.

—¿Qué pretendes entonces?

Ya no sonaba segura, ni como una sabihonda. Era una simple pregunta. Podría haber sido neutral, si no se tratase de ese asunto.

—Intento que no puedas hacerle daño a nadie. Ni siquiera a ti misma.

—¿Por qué?

Harry se encogió de hombros.

—Tal vez no lo necesito, pero sí quiero ser mejor que tú, Mione. Dobby —Llamó enseguida, el elfo le contestó con otro sonido vago—, cuando te dé la señal, quita los encantamientos de puertas y ventanas, y llévanos a Saaghi y a mí afuera.

—Sí, amo, Dobby lo hará.

—Harry —Volvió a observarla, mientras sacaba el escarabajo maldito de la capa. Ella veía el movimiento de su mano, consciente de lo que sucedía—, si consigues volver, visita a Ronald alguna vez. Siempre le habla de ti a los niños, creo que te quieren más que a mí.

Él asintió. Sabía que las palabras no le saldrían para darle una respuesta.

Acercó el escarabajo a su cuello, y sin embargo, se detuvo a último momento. Carraspeó.

—¿Lo lamentas?

Hermione se demoró unos segundos en responder.

—Todos los días me lo pregunto —Musitó— y la verdad es que no estoy segura. Creo que perdí la cabeza, Harry. Pero…entonces- no se me ocurrió que iba a perder a mi mejor amigo también. Dudo sobre- si lo haría de nuevo, todo se hizo muy...confuso.

Otro asentimiento.

—Ojalá San Mungo te haga bien.

Presionó el escarabajo contra su cuello. Llamó a Dobby y no se quedó para ver cómo el artefacto cobraba vida.

Cuando el grito agudo de Hermione llenó la casa Weasley-Granger, Harry estaba a varios metros de la propiedad, de pie junto al árbol en que estaba recostado, dormido, el hijo menor del matrimonio. Vio a Ron correr hacia adentro e intentó ignorar el pinchazo momentáneo en el pecho.

Rose Weasley, que se quedó afuera por orden de su padre, se percató de su presencia. Él la saludó con un gesto. Ella se lo devolvió, vacilante, desde la distancia.

—Regrésanos a la Mansión, Dobby.

—Sí, amo.


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