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Para romper una maldición por BocaDeSerpiente

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Notas del capitulo:

El siguiente capítulo contiene escenas que podrían no ser aptas para cierto público.

Harry estaba lejos de sentirse tranquilo cuando vio a Ze seguir las instrucciones alteradas con el procedimiento de la sangre. Había vuelto apenas hacia diez minutos y se sentía en un estado de alerta máxima, incapaz de despegar los ojos de la bruja que ponía una gota de sangre en cuatro piezas de cristal, una en cada punto cardinal, y trazaba un símbolo en el suelo, impregnándose el índice del líquido rojizo, que se multiplicaba dentro del vial para completar el proceso. Tarareaba al hacerlo.

—Creo que ya estamos listos —Anunció tras un rato, poniéndose de pie y rodeando el círculo de tiza que envolvía al cuerpo flotante y los envases con sangre. Dante había hecho las runas sobre la línea de separación, bajo sus instrucciones, siguiendo el diseño de los pergaminos.

—¿Crees?

No pudo evitar la amargura en su voz, que le ganó una mirada de disculpa de su amiga.

Estamos listos —Se corrigió a sí misma, tocándole el dorso de una mano en un gesto que pretendía ser tranquilizador—. Marco, déjalo. Vamos a ponernos en posiciones.

El Inefable Rinaldi salió de la sala y cerró la puerta. Sin que tuviese que verlo, sabía que se encontraría al otro lado del cristal oscuro del despacho, esperando. Por si acaso.

Harry se sentó afuera del círculo, uno de los envases con sangre frente a él. Luna y Ze hicieron lo propio con otros dos puntos. Marco, después de dejar la reliquia dorada de Draco y un frasco con líquido verde en el centro, sobre el símbolo de sangre, se retiró los guantes, sacó su varita, y tomó el último puesto.

—Hazlo ahora y rétenlo.

Cuando Marco asintió, el hechizo de levitación en Draco se deshizo. Descendió lento, inconsciente, y sus movimientos fueron flojos, hasta que empezó a despertar. No buscó a nadie entre ellos.

—¿Puedes tomarte eso, por favor? —El chico le habló con sorprendente suavidad. El Draco que levantó la cabeza hacia él tenía los ojos por completo negros. Asintió.

No estaba seguro de si lo hacía por voluntad propia o no, o si tenía una idea de lo que ocurría, cuando sujetó el frasco de veneno y lo bebió.

—Ya está —Avisó, en voz baja. La expresión de Draco acababa de contraerse por el dolor, cuando lo volvió a dormir. Estaba sentado, encogido, sostenido por la magia de control.

—¿Está bien? —Preguntó Harry, en un susurro.

—Tan bien como puede estar.

Aquello no era tranquilizante de ningún modo.

Es por su bien, es por su bien, es por su bien-

—Antes de comenzar —Indicó Ze, dándose golpes sin fuerza en la palma con la varita—, todos tenemos que bajar al mínimo los escudos de Oclumancia, si es que los tenemos. Sepan que lo que vean, oigan, sientan, tiene tantas posibilidades de ser real como de no serlo. Tienen que dejarlo pasar, o podrían sufrir una consecuencia por la magia retenida.

—¿Alguna vez habías hecho algo como esto? —Se le ocurrió preguntar. La bruja frunció los labios.

—Sí. Espero que esta vez resulte mejor que aquella, o este edificio pasará a la historia —Marco se rio y ella le dio una mirada desagradable, que se suavizó enseguida—. Piensen en algo bueno, que les inspire confianza. El encantamiento es Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

"Necesito la luz", qué bonito —Luna sonrió a medias, con la vista puesta en la reliquia en el centro.

—…no dejen de pronunciarlo o pensar en el hechizo —Siguió Ze, como si no la hubiese escuchado—. Mi-hi-O-pus-Lu-cem, recuerden. Eso debería bastar para sacarlo y contenerlo, y yo lo guiaré…

¿Debería? —A Harry le tembló la voz. La bruja se estiró para sostenerle la mano y darle un apretón.

—Eso va a sacarlo y contenerlo, y yo lo mandaré a la reliquia. Y luego los tres vamos por cervezas de mantequilla y a planear mi boda.

Él intentó sonreírle, a manera de agradecimiento, pero sólo pudo hacer una mueca. Ze asintió y se enserió, poniéndose recta.

Comenzó a guiar el conjuro.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem —Tocó el envase con sangre, con la punta de la varita, el interior del círculo de tiza, y repitió el proceso cuatro veces, en un patrón. Los tres empezaron a imitarla cuando lo llevó a cabo de nuevo.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

La sangre de los envases se comenzó a disolver, despacio. En el centro del círculo, el símbolo rojo se hacía más amplio, más notable. También lo reconoció como el que tenía Draco escrito en el pergamino del procedimiento original.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

De pronto, con un sonido tan horrible como si acabase de romperse un hueso, Draco echaba la cabeza hacia atrás, y al abrir la boca, una masa negra emergía.

El familiar ruido chirriante llenaba la sala. Harry apretó los párpados, sintiendo que los tímpanos se le romperían.

Luchó por recordar lo que debía hacer.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

Piensa en algo agradable, piensa en algo agradable.

El Imperio se extendió por el lugar, una oleada cálida de magia, que instaba a detenerse. No surtió efecto.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

El ruido aumentaba. Podría jurar que los oídos le sangraban.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

La sala comenzaba a enfriarse. Él mantuvo los ojos cerrados. No sabía si los demás también lo hacían.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

Luego un golpe barrió con ellos. Harry no alcanzó a gritar ni a concretar el resto del hechizo.

La oscuridad se los tragó a todos.


Ze está tirada de espaldas en el piso, la varita con que sostiene la mano tiembla. Hay gritos, voces le dicen qué hacer. No hay solución, no hay solución. La oscuridad se alza sobre ella, como una masa deforme, que no termina de adaptarse al huésped humano que ha perdido el control.

Tiene que tomar la varita con ambas manos para disminuir el temblor. Apunta. Lanza el hechizo.

Antes de que pueda ver si funciona o no, hay una extremidad puntiaguda, oscura, que le atraviesa el abdomen, y el cuerpo le arde cuando el dolor la consume.


Luna se arrastra por el suelo, sentada, con las manos, y flexiona las piernas para acercarlas, en un vano intento de apartarse de la próxima maldición. Tiembla. No hay parte del cuerpo que no le envíe punzadas de dolor.

Quiere llorar, pero ni siquiera es capaz de hacerlo. No tiene varita para defenderse.

Es alzada por una fuerza invisible y empujada contra una superficie sólida. Una y otra, y otra vez, y el impacto en la espalda no es nada comparado al de la parte de atrás de la cabeza.

Percibe un corrientazo, el dolor es insoportable. Luego el mundo se oscurece.


Marco no se puede levantar. Sabe que se están riendo y gritan, hay golpes de por medio. No entiende por qué los siente, por qué lo hacen.

Unos barrotes frente a él son lo único a lo que consigue aferrarse en su absurdo intento de huida. No hay escape, no hay escape, no hay escape-

Una presión imposible en la espalda lo manda hacia abajo. Duele. Recibe otro golpe cuando solloza.

No es su culpa. No fue a propósito.

No sabe a quién le suplica auxilio, sólo que lo sigue haciendo cuando un nuevo golpe en la espalda le hace sentir que se le rompe la columna. Se retuerce y duele, y arde, y podría jurar que se está separando en pedazos, y se queda sin voz de tanto gritar-

Después no hay nada.


Harry está en un sitio blanco, que le es familiar, de esa forma vaga en que lo son los lugares que pretendemos olvidar después de visitarlos una sola vez.

Espera.

Entiende.

Camina, en silencio, por la estación fantástica de King's Cross. Dumbledore, ni nadie, lo va a recibir en esa ocasión para decirle qué tiene que hacer ahora.

Se pregunta si así terminaría. Ruega porque no.

Sería muy triste que no logre convencer a Draco de casarse con él.

Draco.

Oh, cierto.

Eso era lo que hacía.

No siente pánico cuando el lugar se llena de una claridad cegadora que lo obliga a apretar los párpados.


—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

No sabe de dónde ha sacado la voluntad, la fuerza, para continuar el hechizo cuando las imágenes pasan frente a sus ojos. Escenas de la Segunda Guerra, antes y después de llegar al punto de quiebre de su vida.

La muerte de Sirius. El no comprender, el dolor, el fragmento del espejo en que esperaba verlo.

Dumbledore cayendo de la Torre de Astronomía. Las promesas vacías, la información que jamás le dio, las preguntas que se quedaron sin respuestas.

Sangre, hechizos de rayos verdes, risas histéricas. Los Carroñeros. Bellatrix. Un agudo dolor en la cicatriz de la frente.

Se siente como revivir el miedo punzante, insistente, latente, de correr por lugares desconocidos y esperar que los hechizos de protección hagan efecto. El saber que, de no funcionar, sería su fin.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

Entreabre los ojos. La visión es difusa; una parte de su cabeza está concentrada en bosques y praderas cubiertas de nieve, lápidas con los nombres de sus padres, una enorme serpiente horrocrux. La otra intenta enfocar la sala que se ha quedado a media luz, a los dueños de las voces que acompañan el mismo hechizo que él practica.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

Luna tiembla. Tiene el entrecejo un poco arrugado, la mano aferrada a la varita.

Ze no deja de agitar la suya. La otra mano la tiene cerrada, las uñas le rompen la piel de la palma a causa de la presión ejercida.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

Hay un frío que se cala en los huesos, los hace castañear. La pronunciación se torna más y más complicada.

La sala está llena del olor metálico de la sangre, y de a ratos, le da la sensación de que, si vuelve la cabeza, va a encontrarse cara a cara con Voldemort en persona. Se niega a girarse, a despegar la mirada de los símbolos del círculo.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

Una voz falta. Una voz se calló. Harry levanta la mirada, despacio, y busca.

Luna tiene los párpados apretados, Ze respira agitada. Ninguna ha parado.

Marco, frente a él, está pálido, con ojos enormes, vacíos, fijos en el centro del círculo. Ha quedado con los labios entreabiertos, la varita no se mueve.

Tiene ganas de gritarle, pero está seguro de que no podría oírlo. Está ido. No habría escuchado nada.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O…

El recipiente frente a Marco es el primero en volcarse. Luego el suyo. Harry intenta retomar el cántico, aunque tiene la impresión de que ya es inútil. La escasa sangre con que cuentan se derrama. Ze reacciona con un sobresalto, Luna abre los ojos.

De pronto, los cuatro envases están tirados, el símbolo del centro se apaga. El chirriante ruido regresa y los obliga a doblarse, por una punzada de dolor, similar a una aguja que atraviesa de un lado de la cabeza al otro.

La Maldición es una cosa horrible, sin contornos, sin textura, toda oscuridad con una vaga forma humana que se alza con gran diferencia de tamaño de su portador. Los brazos de la espalda se extienden. Pareciera que la sala está sumida en una neblina oscura.

—No funciona…—Balbucea Ze, empalideciendo—. ¡No está funcionando!

La bruja se lanza sobre el chico, lo zarandea, intenta traerlo de regreso. Marco es un muñeco sin vida bajo su brusco contacto.

Harry se aparta del trayecto de un brazo maldito. Luna es empujada hacia atrás y rueda por el suelo, pierde la varita.

Ze está gritando. Es difícil distinguir algo, lo que sea.


Lo único que queda de Luna es el tronco, unido a una cabeza colgante de un fino hilo, que debió funcionar como su espina dorsal cuando estaba completa. El charco escarlata la rodea. Las extremidades, arrancadas, despedazadas, son huesos puntiagudos que sobresalen de la piel en carne viva, a metros de distancia.

Donde debió estar la cabeza de Marco, sólo queda una masa grumosa, inconsistente, de rojos, rosas y blancos, con pedazos de algo que prefiere no identificar, que está junto al cuerpo caído.

Ze está partida por la mitad. Las piernas, a unos metros del resto, en una posición extraña, antinatural para cualquier hueso humano. El torso y los brazos convertidos en un recipiente falto de huesos, débil, inservible. Aún sostenía la varita, pero ahora la ve rodar lejos de sus inutilizados dedos.

Harry se lleva las manos a la cara y se encoge. Sabe que está gritando porque siente la vibración de la garganta, pero sólo el sonido chirriante llena sus oídos.

No es real, no es real, no es real.


—Vuelve a empezar —Dice alguien. Él quiere creer que es Ze; cuando intenta observarla, hay un cadáver en descomposición en su lugar, con los ojos consumidos por gusanos que aún se pasean en las cuencas, y una boca a medio coser, que le hace pensar en sus muñecos de tela.

Siente que el ácido le sube por la garganta. Requiere un enorme esfuerzo contenerse.

—¡Todos! ¡vuelvan a empezar!

Sirius está reducido a picadillo por Bellatrix.

Snape ha despedazado a Dumbledore.

Ron está consumido por una maldición oscura que le aparece runas negras en la piel y le derrite los ojos.

Hay una pila de cadáveres y Harry está sobre ellos. Y reconoce cada rostro que logra identificarse todavía, a pesar de los golpes, la falta de piel, los huesos expuestos, la putrefacción.

Lucha por enfocarse. La Maldición ha desplegado una ráfaga que pronto se convierte en remolino. Le da una sensación de déjà vu que aumenta las náuseas.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem, Mi-hi-O-pus-Lu-cem…

Las palabras se le traban en la garganta. No puede oírse todavía; ráfagas incontrolables de aire denso, los chirridos, gritos de personas que él sabe que no están en la sala, pero se sienten demasiado presentes, lo ocupan todo.

—Mi-hi-O-pus-Lu-cem…


Está de cabeza. Hay un dolor lacerante, ardiente, que le invade el cuerpo. Se siente como cien, no, mil cortadas al mismo tiempo.

Le cuesta respirar. Está mareado, ¿es una cueva lo que ve?

Alguien se ríe, otra persona se acerca. Le palman la mejilla y se retuerce, y lloriquea. No puede producir ningún sonido que sea humano.

Entre varias sacudidas, distingue el símbolo rojizo que se abre espacio entre las grietas talladas a propósito en el suelo. Hace frío, una voz suave, demasiado serena para ser real, le habla junto a un oído, le exige sangre. Le dice que los mate.

Y Harry sabe que no es su tortura la que está experimentado, y no es él quien suelta un estallido de magia que destroza dos cuerpos con la misma facilidad con que lo haría una bomba. Las paredes, el suelo, quedan teñidos de rojo oscuro.

El único sobreviviente solloza. La voz todavía pide sangre.


Harry aparece en una superficie dura y sin color. A decir verdad, nada en ese sitio tiene color, o forma. Es como hallarse dentro de un vacío; nada más que la falta de objetos o distinciones lo caracteriza.

Camina por lo que parece una eternidad. Luego se encuentra con una silueta difusa, oscura, que adopta la forma humana, un poco borrosa. No tiene ojos, pero sabe que lo está viendo.

Podrían haber pasado horas así, a una distancia mínima, en silencio.

Dame a alguien más.

Sus palabras suenan como si tuviesen que atravesar un túnel. La silueta comienza a borrarse. Harry sacude la cabeza, lento.

—No puedo.

Entonces- deja que me quede.

—No puedo —Repite, le sorprende su propio tono monótono.

¿Qué harás si no me tienes a mí, tesoro?

Él no contesta. Lo observa hasta que se desvanece en la blancura de la nada.


La siguiente vez que Harry abre los ojos, lo hace de golpe. La mano le duele por la fuerza con que ha sostenido la varita, tiene los dedos rígidos, y el golpe fantasmal de una barrida hace que sienta pulsaciones por el cuerpo.

Parpadea para enfocarse. Luna está tendida a un lado de él, haciendo un esfuerzo por contener las arcadas, cubriéndose la boca con una mano. Marco, al frente, está boca arriba, con la respiración pesada y acelerada, los ojos aún vacíos.

Ze es la única que se metió al círculo. Arrodillada a ambos lados de la reliquia, presiona las manos sobre la parte de arriba. Tiene los párpados apretados y conjura entre dientes, en voz baja.

Draco parece dormido. Uno podría pensar que está tranquilo.

Cuando Harry hace ademán de acercarse, la bruja se echa hacia atrás, suelta la reliquia, y le dice que se detenga. Los tres que siguen conscientes permanecen inmóviles unos segundos, el tiempo que se demora el dorado de la pieza mágica en cubrirse de líneas de relieve negras y símbolos que no conoce.

—Está listo —Susurra, incrédula. Tiene los ojos llenos de lágrimas que no derrama, y boquiabierta, alterna la mirada entre Draco y la reliquia, para después ver hacia ellos—, está listo —Vuelve a decir, con una exhalación temblorosa.

La sala es un desastre, recipientes volcados, manchas pequeñas de sangre por el piso. La tiza del círculo de runas se ha borrado en un manchón blanco y gris, los símbolos no se distinguen. El dibujo del centro ha quedado negro, chamuscado, bajo la reliquia. Las paredes tienen agujeros y líneas que podrían pasar por arañazos gigantescos.

Ze comienza a reírse, falta de aliento, y se talla los ojos, mientras murmura acerca de cómo van a celebrar aquello, porque merece ser celebrado, dice. Luna se cae cuando las rodillas le fallan al intentar ponerse de pie y exhala, negando, divertida por su actitud.

Harry se arrastra con manos y rodillas hacia un lado del círculo deshecho. Draco está de espaldas y sin un solo golpe, aunque de una palidez preocupante incluso para él. La comisura de sus labios está cubierta con sangre seca.

Sobre el hueco de su clavícula, el colgante curativo emite un débil resplandor, y es el causante de la barrera traslúcida que lo rodea y no deja que Harry le ponga un dedo encima. Él apoya la frente contra el escudo mágico, y tiene la misma mezcla de desesperante alegría y frustración que tiempo atrás experimentó, ante una cápsula semejante.


—¡…y uno, y dos, y tres…! ¡ahora!

Hay un quejido en conjunto cuando los tres alzan la reliquia, que ha cobrado un inusual e imposible peso, y la arrojan hacia una de las masas de agua fangosa que llenan el pantano de Ze. La bruja es la primera en moverse; se inclina sobre esta, observa, y cuando parece convencida de que es el lugar correcto, traza una floritura en el aire con la varita, y la superficie del agua se torna sólida, indistinguible del resto del suelo.

—Esta es la única manera en que la puedo mantener vigilada —Advierte, colocándose las manos en las caderas—, pero no creo que vuelva a causarnos problemas.

¿Crees? —Harry suelta una risa estrangulada, cansado.

—Con el tiempo, la magia oscura estará más encapsulada ahí, o va a conseguir salir por la tierra y va a llenar mi pantano —Ella se encoge de hombros—; entonces estará bajo mi completo control.

—¿Estás segura de que puedes con ella?

Ze le dedica una mirada altiva por encima del hombro.

—Mi amor, todo lo que ves en cinco kilómetros a la redonda, no existe si yo no lo apruebo. De todas formas —Agrega, más seria—, dudo que sea capaz de salir de la reliquia con todo lo que hicimos.

—¿Eso es lo que dicen tus visiones del futuro?

Ella no hace más que sonreírle.

—Tal vez las suyas no —Menciona Dante, con las manos recargadas sobre las rodillas, todavía jadeante—, pero las mías sí. Esa cosa sólo se puede quedar ahí dentro. Ya ni siquiera se puede regresar al sitio del que vino.

—¿Y por qué no?

Ambos intercambian miradas.

—Supongo que será la típica magia caprichosa que prueba la libertad y no quiere volver —Ze no suena segura, pero él no dice nada al respecto. Ella le palmea el hombro y se les adelanta, llevándolos por el complejo pantano laberíntico, de vuelta a su árbol-casa, mientras les habla de los preparativos que están haciendo para la boda.

Los muñecos de tela los reciben nada más abrir la puerta. Se aglomeran en torno a los pies de Ze y su nuevo novio, y algunos observan a Harry de esa manera fija y perturbadora, que lo incomoda; no sabe cómo es que ambos caminan sin preocuparse por pisar ninguno, cuando él debe mantener los ojos puestos en el piso, porque tienen la mala costumbre de atravesarse frente a las personas cuando están moviéndose por la casa.

Gracias a una expansión mágica, hay un nuevo cuarto al fondo. No tiene puerta, ni cortinas de cuencas, y es el único que posee un enorme ventanal con un paisaje falso que cambia según la preferencia de los ocupantes. Luna es la que se ha quedado de guardia, por lo que la encuentran en una silla junto a la puerta, con las piernas cruzadas y una mirada curiosa puesta en las dos camas, frente a frente, desde lados opuestos de la habitación.

Pájaros mágicos, hipogrifos miniatura y dragones de papel, viajan de un lado al otro con mensajes que ninguno dice en voz alta. Draco está sentado, recostado sobre una cantidad exorbitante de almohadas contra la pared, y sacude la cabeza con fingida exasperación. Tiene el cuello vendado, y no ha dicho ni una palabra comprensible ni un sonido apreciable, sin sufrir de una oleada de dolor insoportable. Cuando lo vio, un par de horas atrás, no dejaba de escupir sangre, y Ze tuvo que mandar a algunos de sus muñecos por unas 'ramitas' para alguna bebida concentrada de olor dulzón que detuvo las arcadas.

Marco, en algún tipo de voto o comprensiva e innecesaria promesa, tampoco ha hablado desde hace dos días, a pesar de que Luna y Ze juran que sus cuerdas vocales están en perfecto estado. La noche anterior, Harry lo encontró junto a la ventana, con las piernas flexionadas contra el pecho y los brazos en torno a las rodillas, mientras murmuraba por lo bajo palabras ininteligibles, y decidió que, probablemente, no era su voz lo que tenía un problema. Desde que se quedan en casa de Ze, por una simple cuestión de comodidad, no deja de mandarse notas con Draco de una cama a la otra. Quién sabe de qué hablen todo el día.

Harry se acerca a la cama donde está su novio, justo cuando este envía una última nota de papel por el aire. Un fénix, que se consume después de ser leída. Él se detiene al percatarse de su presencia, se acerca a la orilla del colchón, y se deja caer de lado, para apoyar la cabeza en su pecho. Harry se ríe por lo bajo.

Un siseo les avisa que Saaghi, que lleva los últimos días enrollada al pie de la cama, también lo ha notado. Él se estira para acariciarle la cabeza, pero Draco lo rodea con los brazos y lo impide al jalarlo para retenerlo cerca.

¿Cuándo vamos a volver a casa? —Incluso dentro de su cabeza, hay un leve quejido implícito en la forma en que lo dice, similar al de un niño pequeño. Harry eleva las cejas.

Creí que estabas de acuerdo en que es más seguro que estés cerca de Ze y Luna unos días.

Eso fue hace dos días —Replica, con obviedad.

No te vas a curar en dos días, Draco. ¿Ya has intentado hablar hoy?

Sí.

¿Y qué pasó?

Él arruga la nariz. Sabe qué respuesta le dará, antes de que lo haga.

Marco dice que sueno como un hipogrifo cuando lo intento —Una pausa—, y Lovegood me comparó con un Erumpent.

Harry frunce el ceño, confundido.

¿Qué es un Erumpent?

En respuesta, Draco lo suelta y se mueve por la cama, hacia la mesa del otro lado. Saca un libro de un cajón, pasa varias páginas, y se lo tiende después, en una fotografía de una criatura mágica enorme, similar a un rinoceronte. Es imposible que contenga la risa, y Draco le da un manotazo sin fuerza como protesta.

Oh, no, no suenas así. No sé cómo suena, pero seguro no suenas así —Él estrecha los ojos en su dirección, Harry se sigue riendo cuando gira la cabeza—. Luna, no le digas a mi novio que suena como un Eru- Erum- —Vuelve a leer el nombre en el libro, para estar seguro. No tiene idea de cómo se pronuncia.

—¿Un Erumpent? —Completa ella, con su aire soñador, y sonríe—. Pero si los Erumpent son bonitos. Sus ritos son los más fascinantes del mundo mágico,, sólo…

Esa cosa no tiene nada de fascinante —Protesta Draco, dentro de su cabeza. Harry se muerde el labio para dejar de reírse, coloca el libro a un lado, y le envuelve los hombros con los brazos.

¿Y tú sí?

Por supuesto —Se endereza y eleva la barbilla, a manera de 'muestra', y como acorta la distancia al hacerlo, captura sus labios un momento—. No, eso no arregla que te acabes de burlar de mí.

Harry sonríe, con una expresión de falsa culpabilidad.

¡No fue de ti! Fue del comentario de Luna…sobre ti.

Draco vuelve a entrecerrar los ojos y él intenta, en serio intenta, tomárselo como una amenaza, pero no puede.


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