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Amor inesperado. por roses-wept

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El tiempo volaba: apenas había pasado Halloween y ya estaban por alcanzar la navidad.

El juego de Quidditch también ya había pasado y había sido una gran victoria para Harry y para Gryffindor. Desde entonces, Harry no recordaba otro momento tan feliz o emocionante como ese.

Luego de su triunfo, Malfoy, celoso y enfadado, había vuelto a molestarlo, y las vacaciones de navidad le daban la oportunidad perfecta para fastidiarlo por no tener una familia adecuada. Pero a Harry no le entristecía quedarse en el castillo, pues probablemente iba a ser la mejor navidad de su vida hasta entonces, además de que Ron y sus hermanos también se quedarían.

Una tarde que tenían la intención de salir del castillo encontraron un gran abeto ocupando el extremo del pasillo. Dos enormes pies que sobresalían por debajo y un resoplido les indicaron que Hagrid estaba ahí detrás.

-Hola, Hagrid. ¿Necesitas ayuda? -preguntó Ron metiendo la cabeza entre las ramas.

-No, todo va bien. Gracias, Ron.

-¿Te importaría quitarte de en medio? -llegó la voz de Malfoy desde atrás-. ¿Estás tratando de ganarte un dinero extra, Weasley? Seguro que quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts… Esa choza de Hagrid debe parecerte un palacio, comparada con la casa de tu familia.

Ron se lanzó contra Malfoy justo cuando Snape aparecía en lo alto de las escaleras.

-¡WEASLEY!

Ron soltó el cuello de la túnica de Malfoy.

-Lo han provocado, profesor Snape -dijo Hagrid, sacando su cabeza por encima del árbol-. Malfoy estaba insultando a su familia.

-Lo que sea, pero pelear es contra las reglas, Hagrid -dijo Snape con voz amable-. Cinco puntos menos para Gryffindor, Weasley, y agradece que no sean más. Y ahora márchense todos.

Malfoy y los otros dos pasaron bruscamente, sonriendo con satisfacción. Ron gruñó entre dientes.

-Los detesto a los dos -dijo Harry con amargura-. A Malfoy y a Snape.

-Vamos, arriba el ánimo, ya casi es navidad -dijo Hagrid-. Les voy a decir qué haremos: vengan conmigo al Gran Comedor, está precioso.

Y así lo hicieron. En efecto el salón estaba espectacular: colgaban guirnaldas de muérdago y acebo de las paredes y al menos 12 árboles estaban distribuidos en el lugar. Sin embargo no se quedaron mucho tiempo. Se apresuraron a ir a la biblioteca con Hermione.

No habían encontrado nada de Nicolás Flamel desde que Hagrid habló de más, y no tenían intenciones de darse por vencidos. Harry y Ron tratarían de encontrar la información aún cuando Hermione se hubiera ido y Harry había comenzado a pensar en buscar en la sección prohibida.

En la víspera de navidad, Harry se fue a la cama deseoso de que amaneciera. ¡Ya imaginaba toda la diversión que tendría!, ¡y toda la comida deliciosa que probaría! Sin embargo, no esperaba regalos, lo cual fue motivo de sorpresa cuando al despertar se encontró con algunos paquetes a los pies de su cama.

-¡Feliz navidad! -lo saludó medio dormido Ron.

-Para ti también -contestó-. ¡Mira ésto! ¡Me enviaron regalos!

-¿Qué esperabas, nabos? -dijo Ron girándose hacia sus paquetes.

Harry fue abriendo sus regalos con mucho entusiasmo. Había recibido regalos de Hermione, Hagrid y la mamá de Ron. Éste último era una gran caja de pastel casero de chocolate que a Harry le pareció delicioso, y un grueso suéter tejido a mano de color verde esmeralda. A diferencia de Ron, Harry se puso de inmediato el suéter, encontrando muy amable el gesto de la señora Weasley.

Pronto quedó el último paquete. Era muy liviano y al abrirlo, algo fluido y de color gris plateado se deslizó hasta quedar en el suelo. Harry lo levantó, notando que se sentía como si el tejido estuviera hecho de agua. Ron bufó.

-Había oído hablar de esto.

-¿Qué es? -preguntó Harry contemplando la prenda.

-Es una capa invisible. Estoy seguro. ¡Pruébatela!

Harry se puso la capa sobre los hombros y Ron lanzó un grito.

-¡Lo es! ¡Mira abajo!

Sus pies ya no estaban y en el espejo solo veía su cabeza suspendida en el aire. Mientras se miraba lleno de asombro escuchó hablar a Ron.

-¡Hay una nota!

Harry se quitó la capa y recogió la nota. La caligrafía fina y llena de curvas era desconocida para él.

Tu padre dejó ésto en mi poder antes de morir. Ya es tiempo de que te sea devuelta. Utilízala bien.

No tenía firma ni nombre. Harry contempló la nota, pensativo, mientras Ron contemplaba la capa.

-¿Qué sucede? -preguntó Ron algo confundido.

-Nada -dijo Harry. Se sentía muy extraño. ¿Quién le había enviado la capa? ¿Realmente había sido de su padre?

Antes de que pudiera decir o pensar algo, la puerta se abrió de golpe. Harry escondió rápidamente la capa.

-¡Feliz navidad! -saludaron Fred y George, usando sus propios suéteres.

Su presencia animó la habitación y pronto Harry se olvidó de la capa y la nota.

 

Harry no había visto en su vida una comida de Navidad como esa. Pavos asados, montañas de papas cocidas y asadas, soperas llenas de guisantes con mantequilla y recipientes de plata con salsa de moras. Había muchos huevos sorpresa también. Cuando Harry tiró uno al suelo, éste sonó como un cañonazo y los envolvió en una nube azul, mientras que del interior salía una gorra de contraalmirante y varios ratones blancos que salieron corriendo en todas direcciones. En la mesa alta Dumbledore había reemplazado su sombrero por un bonete floreado y se reía de un chiste del profesor Flitwick. Snape, por otro lado, estaba tan serio como siempre, cosa que no lo sorprendió en absoluto.

Luego de eso, Harry y los hermanos Weasley pasaron una velada muy divertida, con una batalla de bolas de nieve en los terrenos del castillo. Más tarde, helados y húmedos regresaban a la sala común, ansiosos por sentarse frente al fuego. 

Antes de entrar se toparon con Snape. Harry intercambió miradas con el profesor, que desde lo alto le dió una mirada severa y penetrante. El corazón de Harry se encogió y se apresuró a ir con el resto. Todavía le costaba creer que Snape lo odiara tanto como para intentar matarlo, pero con lo mágica que fue la noche, pronto lo olvidó.

Después de comer buñuelos, pastel de navidad y bizcocho borracho hasta el cansancio, todos se sintieron tan hartos y soñolientos que no podían hacer otra cosa que irse a la cama.

Fue la mejor navidad de Harry. Sin embargo, algo le daba vueltas por la cabeza y solo hasta que estuvo metido en su cama pudo identificar qué era: la capa invisible y quién se la había enviado. Tenía que probarla...

Los ronquidos de Ron le indicaron que se durmió apenas cerró las cortinas, de modo que silenciosamente se deslizó fuera de la cama y se envolvió en la capa. Miró hacia abajo y lo único que vió fue la luz de la luna y las sombras que se extendían por el piso.

De pronto se sintió muy despierto. Con la capa, todo Hogwarts estaba abierto para él. Podía ir a donde quisiera.

Ron gruñó entre sueños. ¿Debía despertarlo? Casi de inmediato se dió cuenta de que no quería hacerlo. Era la capa de su padre… y sintió que al menos por esa vez, quería utilizarla solo.

Cautelosamente salió del dormitorio. Bajó la escalera, cruzó la sala común y pasó por el agujero del retrato invadido por la excitación.




Snape no estaba para nada sorprendido del aviso de Filch. De hecho, había estado seguro de que los niños intentarían buscar información en la sección prohibida gracias a su habilidad en Legeremancia y las miradas llenas de sospecha que los pequeños Gryffindor no paraban de dedicarle desde el juego de Quidditch. Se había enterado por ese mismo medio que creían que deseaba robar la piedra para sí mismo, gracias a la herida que Fluffy había dejado en su pierna, pero sobre todo, ahora sabía cómo su túnica había terminado en llamas. Ese había sido el más reciente motivo para su mal humor, que liberaba de vez en cuando contra los problemáticos niños. Claro estaba también que no iba a permitirles deambular de noche por los corredores aunque eso los hiciera sospechar aún más de él. Lo último que necesitaba era que los mocosos se entrometieran en algo que no les concernía. Y con motivos.

Después de la innegable revelación de que Potter tenía talento para el Quidditch, Snape se había decidido a vigilar al trío más que nunca. Eso no había sido solo una travesura, quien quiera que hubiera hechizado la escoba de Potter lo había puesto en peligro de muerte. Y sospechaba que ese había sido el objetivo. ¿Qué podría haber hecho el chico en dos meses de escuela para que alguien quisiera matarlo? Nada. Ni siquiera él, Severus Snape, o su ahijado Draco Malfoy, habían deseado algo semejante. ¿Quién podría querer matar a Potter, entonces, por el simple hecho de ser Potter? Para él la respuesta era obvia: un seguidor del lord, por supuesto. Y ese no podía ser otro que Quirrell, a quien ya había sorprendido con las manos en la masa, tratando de robar la piedra. 

Había salvado al niño de caer y éste, en lugar de bajar y ponerse a salvo, lo primero que hizo fue volver a ponerse en riesgo al colocarse de pie sobre el palo de su escoba, casi tragarse la snitch y ganar el juego de Quidditch espectacularmente. ¿Y qué había ganado él? Nada. Se quedó con una túnica quemada y con la consciencia de ser el culpable de que el equipo de Slytherin perdiera. Y eso no era lo último en su lista: Minerva había estado insoportable, festejando y recordándole el triunfo de su equipo.

Lamentaba tenerlo en su consciencia, pero el niño lo había impresionado. Y quizá su tendencia a arriesgarse podría llegar a serle útil para ganar algún partido de Quidditch, pero después de ver que Quirrell no solo se interesaba en obtener la piedra, sino también, de paso, matar a Potter, no podía dejar que los niños deambularan y se expusieran de esa manera. Había, incluso, recibido instrucciones de Dumbledore de que ayudara a asegurar la integridad de Potter y sus amigos, pese a que el director no había ayudado en nada con respecto a eso al enviarle la maldita capa a Potter. ¿En qué rayos estaba pensando el anciano? A veces simplemente no entendía.

Estaba volviendo sus pasos a la biblioteca, deseando asegurarse de que el niño, que ahora poseía la estúpida capa invisible de su padre, no se hubiera ocultado ahí. Sus pasos ágiles eran silenciosos pese a su relativa velocidad. Estaba deseoso de poder escuchar el más mínimo movimiento de Potter y Weasley, cuando escuchó una voz clara salir de un salón vacío, cuya puerta abierta acababa de pasar de largo.

-¿Mamá? ¿Papá?

Snape se congeló en su lugar, confundido al principio. Aún no le era muy familiar la voz del chico, pero estaba seguro de que era Potter. Sin demasiado cuidado se asomó, esperando no ver nada, pero entonces lo comprendió: era donde Dumbledore había dejado el Espejo de Oesed, y Potter estaba delante del espejo, sin la capa y sin siquiera notar que alguien lo había descubierto. Su expresión le recordó a la suya propia cuando él mismo miró su reflejo. El niño tenía las manos sobre la superficie plateada, como si deseara cruzar al otro lado, con una mezcla de tristeza y alegría en el rostro.

Sabía a quienes contemplaba en el singular reflejo, y sabía a quién tenían en común: Lily… Una fuerte oleada de culpa lo abrumó mientras veía el pecho de Harry subir y bajar rápidamente. Él sabía de una persona que compartía la culpa de la muerte de los padres del chico: él mismo. Y en ese momento era terriblemente consciente de ello. 

Con una mirada dolida retrocedió hasta quedar lejos de la puerta. Sabía de los efectos que el espejo producía en las personas y el niño debía regresar a la cama. Se le ocurrió tropezar a propósito con una armadura y caminar ruidosamente hacia su escondite. El niño no tardó en salir con la capa invisible puesta, como se dió cuenta por el sonido, y entonces Snape se marchó satisfecho, inmerso en sus propios recuerdos.

 

En la víspera de navidad había sorprendido al chico jugando en la nieve con sus amigos. Lo había visto reír y comer con buen apetito durante la cena, y había visto puro entusiasmo en los mismos ojos que alguna vez había visto en el rostro de Lily. Sin embargo, los dos días siguientes el niño había dejado de comer y de estar con sus amigos. En ese momento los característicos hermanos Weasley comían y charlaban en una mesa del gran comedor, mientras el niño estaba sentado frente a la chimenea, con la vista perdida en el fuego. Snape, que lo observaba desde atrás de una columna, vió que el menor de los hermanos Weasley se le acercó.

-¿Quieres jugar ajedrez?

-No.

-¿Quieres visitar a Hagrid?

-No… 

Escuchó contestar a Harry con voz apagada. Y aún así, percibió una nota de dolor.

-Sé en qué estás pensando, Harry, en ese espejo. No vuelvas esta noche.

-¿Por qué no?

-No lo sé, pero tengo un mal presentimiento y, de todos modos, ya has tenido muchos encuentros. Filch, Snape y la Señora Norris andan vigilando por ahí. ¿Qué importa si no te ven? ¿Y si tropiezan contigo? ¿Y si chocas con algo?

-Pareces Hermione.

-Te lo digo en serio, Harry, no vayas.

Snape no pensaba que Weasley fuera un niño brillante, pero por esta vez pensó que estaba diciendo algo coherente. Sin embargo, también sabía que Potter tenía una sola cosa en mente. Podía ir y gritarle, decirle que sabía su secreto y amenazarlo para que no volviera a donde estaba el espejo. Podía ver qué hacía el niño cuando tocan sus fibras más sensibles, pero no era algo que deseara por el momento, quizá porque él mismo conocía el sentimiento. 

No habiendo nada más por hacer, se alejó en silencio, hasta caminar por un pasillo y quedar de pie ante una ventana. No tardó en escuchar pasos suaves detrás de él.

-¿Preocupado por el muchacho, Severus?

Snape resopló de mal humor. Ahí iba el viejo a insinuarle que se preocupaba por Potter, cuando era la persona que menos razones tenía para gustar del niño.

-Prometí que lo protegería como Lily ya no es capaz.

-Ah… sí. Tienes un fuerte sentido de responsabilidad, Severus. Desde que te uniste a la orden, has sido uno de los miembros más confiables y más valientes. A ti te confiaría hasta mi vida -dijo el anciano, apaciblemente-. Sin embargo, Severus, rara vez estás tan afectado por tus asignaciones. Entendería si tu frustración fuera por ayudar a alguien a quien desprecias, como alguna vez te lo planteaste  con James, pero ahora, más bien, tu frustración se debe al malestar de alguien más -explicó el director y le puso una mano en el hombro-. De Harry. 

Hubo una pausa en la que Snape no dijo nada, refunfuñando por dentro.

-Sabes que ésto no lo matará. ¿Qué es lo que te preocupa tanto, Severus?

Nuevamente no dijo nada. Era una buena pregunta, y lo que se le ocurría era que ambos compartían el mismo dolor, por su culpa. Eso y que se había acostumbrado ya a ver al muchacho alegre y temerario. El cambio era demasiado grande.

-No dejes que siga yendo, Albus -soltó, finalmente-. Habla con el chico. Por sí mismo quizá no lo mate el espejo, pero sabes muy bien que sí le hace daño. Sabemos muy bien qué es lo que ve ahí, y que como tú o yo podría querer quedarse frente al espejo para siempre -dijo pensando en Lily.

Dumbledore sonrió cálidamente, lo cual afortunadamente no vio Snape.

-Lo haré, Severus, aunque no deberías desanimarte tanto. Olvidas que las malas experiencias también dejan aprendizajes. Esto será un aprendizaje valioso para Harry en el futuro. 

Hubo un breve silencio.

-Es sorprendente, ¿no estás de acuerdo? Siendo tan joven es sumamente valiente y estoy seguro de que nos sorprenderá con más buenas cualidades muy pronto -suspiró y le dió a Snape una palmada en el hombro-. Cuando menos te des cuenta, será un adolescente rebelde y con anhelo de libertad, mucho más temerario que ahora. Ya no se sentirá intimidado por ti con tanta facilidad, Severus.

Snape rodó los ojos, molesto.

-Lo sé, lo sé…. Te dejaré a solas con tus pensamientos -dijo el director mientras se ponía en marcha, pero antes de realmente desaparecer se dió la vuelta y habló con más seriedad-. Ya no tienes que preocuparte por Harry. Te contaré todo en cuanto haya hablado con él y podremos verlo pasear felizmente por el castillo, como siempre lo hemos hecho.

Una de las cosas que siempre molestaban a Snape era la costumbre del director de hablar más de lo necesario. Ésta no fue una excepción, pero al mismo tiempo, esa exasperación se fue diluyendo rápidamente con una sensación mucho más grata. Apenas Dumbledore desapareció, Snape dejó salir todo el aire que en su tensión había estado acumulado en sus pulmones, mucho más relajado que antes. 

Ya que no se detuvo a pensar en su cambio de ánimo, no identificó que se trataba de alivio.

Notas finales:

Después de mucho tiempo! 

Siempre me ha parecido muy linda la parte de navidad en el primer libro y en la primera película 


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