Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

[Reviews - 530]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Un suspiro hastiado salió de la boca del lobo y ya había perdido la cuenta de cuántos dio en ese rato. Se puso de cuclillas mientras olía y analizaba el terreno, algo no andaba bien, aunque si era sincero la situación se había puesto en extremo caótica.

Koga acarició la tierra entre sus garras y tomó un puñado mientras la dejaba caer. Estaba fresca, hace poco alguien pasó por allí, pero el rastro era increíblemente difícil de seguir. Llevaba más de un día en ese trabajo, pero no se rendiría, estaba muy cerca. Sin embargo, cuando parecía que lo tenía, el rastro desaparecía por completo. ¿Dónde se había metido el idiota de Inuyasha? Eso era lo que todos se preguntaban.

La furia del Señor del Oeste ante esta reciente crisis se había extendido a lo largo de esas tierras y muchos habían prestado su fuerza para ayudar, pero a Koga esto le incumbía de una forma diferente. No estaba allí sólo porque fueran aliados, sino porque quería encontrar al imbécil cara de perro y a los niños. Eran sus amigos y no iba a quedarse de brazos cruzados. Enseguida se puso a disposición, peor Koga tenía sus propios métodos de actuar y sospechar.

Cuando le expresó a Sesshomaru que el culpable seguramente era ese tigre que causó problemas en la cumbre, el daiyōkai se llenó de ira y buscaron al desgraciado, pero pareció desaparecer. No encontraron ni su rastro o algún tipo de indicio de su paradero, mucho menos el de Inuyasha o los niños. No podían descartarlo, era aún más sospechoso que haya huído, más considerando la forma en que actúo durante la cumbre, pero aún quedaban muchas dudas en el aire. ¿Cómo supieron cuándo y en qué momento atacar? ¿Los habían espiado o convivían con un traidor?

Habían estado interrogando a los sirvientes, pero Koga no esperó esos resultados.

El día de la cumbre, había enviado a un par de sus lobos a seguir al tal Eiji y su sirviente. No recolectaron mucho, pero hablaron sobre una torre vacía. Investigaron junto a Sesshomaru las tierras de ese yōkai y no había ninguna torre más allá del castillo. Se dividieron. El daiyōkai iría al palacio de esas tierras del sur y Koga buscaría si encontraba la torre, pero había algo extraño en su búsqueda.

Primero que nada, el terreno era muy irregular en varias zonas, pero cuando empezó a encontrar ese rastro pequeño se emocionó, aunque también cabía la posibilidad que fuese una trampa. Sin embargo, el olor se comenzó a disipar cuando se acercaba a un pantano. No era un lugar ordinario, el fuerte olor a musgo ocultaba cualquier otra cosa. Ese lugar podría ser perfecto para ocultar un cadáver, e incluso una familia de perros.

Antes que Koga decidiera adentrarse, oyó unas voces que lo detuvieron.

—¡Koga, espera! —Ginta apareció rápidamente frente a sus ojos intentando recuperar el aliento—. ¿Dónde... ? Destruir... loco...

—Respira antes de intentar hablar, no te entiendo nada —exigió con fastidio y su subordinado tomó una gran bocanada de aire antes de hablar—. ¿Qué haces sin Hakkaku?

—Él se quedó más atrás —contestó más recuperado.

—¿Tenían miedo que Sesshomaru los mate? —preguntó con una ceja arqueada y el rostro del otro ōkami se puso blanco del miedo.

—Es que está un poco... —midió sus palabras, pero Koga no necesitaba que nadie le dijera que ese yōkai estaba fuera de sí y era entendible.

—Bien, qué bueno que llegaste —espetó con mucha decisión y Ginta no comprendió su gesto—. Ve por Hakkaku, necesito que entregue un par de mensajes.

Esas palabras lo confundieron aún más y vio a ese líder que tanto admiraba mostrarle qué traía en su mano. Un cabello blanco y largo que le impactó al verlo.

—Eso es...

—De Yuzu —completó la frase y miró hacia el interior oscuro de ese pantano—. Están muy cerca.

Los encontraría sin lugar a dudas.

.

.

.

La furia que recorrió su cuerpo amenazaba con volverlo loco. Le gruñó a ese tipo cuando se acercó y se odió a sí mismo por no haberlo destrozado la primera vez que lo molestó. Por eso ahora estaba así; Sesshomaru tuvo razón en desconfiar. Ahora Inuyasha se encontraba en esta situación, encadenado y con ese maldito tigre frente a él mirándolo con esa sonrisa de suficiencia que deseaba arrancarle con sus garras. No dijo nada, sin embargo. Guardó silencio mientras veía a ese tipo adentrarse en su celda y la tensión en su cuerpo helado sólo subía ante cada paso.

—Oh, ¿has tenido problemas con el personal? —preguntó Eiji mirando hacia la puerta y luego de nuevo a su prisionero—. Tendré que repasar el protocolo que deben seguir con los invitados.

—Cállate —masculló con los dientes apretados—. Déjate de tonterías y dime qué demonios quieres de mí.

Aquel yōkai caminó entre esa celda poco iluminada y suspiró, todo bajo la atenta mirada de Inuyasha, quien vigiló cada uno de sus movimientos.

—Dime, Inuyasha... —comenzó Eiji hablando—. ¿Cómo fue que terminaste donde estás?

Miró completamente desconcertado a ese tipo. ¿Qué le decía? ¿Cómo llegó a donde estaba? Si ellos fueron quienes lo secuestraron y lo pusieron en ese agujero.

—Eres un hanyō —continuó—. Tu padre fue un poderoso daiyōkai y tu madre una humana. Aun así, te convertiste en señor de las Tierras del Oeste junto a Sesshomaru. Eso es increíble, ningún mestizo llega a tanto, entonces ¿qué es lo que te hace tan especial como para que Sesshomaru te haya elegido?

Permaneció en silencio mientras lo oía decir esas palabras que sonaban a incoherencias. Ese tipo no sabía nada de él, sobre sus padres, ni todo lo que pasó desde el día que nació hasta hoy. Un largo camino de sufrimiento se formaba a su espalda. Había sido discriminado por ser un hanyō, perdió a su madre y las personas que amó. Luchó mucho para poder decir hoy que era feliz junto a su hermano y con sus cachorros, un futuro que jamás imaginó pero que finalmente tuvo y era suyo. Nadie más que Sesshomaru y él sabían los detalles. Ese tipo no tenía idea qué hablaba.

—¿Sabes qué vio en ti? —repitió mientras se acercaba a Inuyasha—. Tu olor.

Esa respuesta lo confundió bastante y alzó la vista para ver a ese yōkai.

—Por el olor podemos determinar qué tipo de demonio es la mejor elección a la hora de reproducirnos —explicó—. Y tú... has dado crías muy poderosas.

Ante la mención de sus hijos, su cuerpo se impulsó de nuevo queriendo levantarse, pero sus ataduras se lo impidieron. La sonrisa de ese tipo le dio más impotencia.

—¿Dónde están? —exigió saber con una voz sombría.

—Oh, los príncipes están muy bien, acostumbrándose a su nuevo hogar.

Al oír ese comentario, permaneció perplejo. Parecía como si ese yōkai hablara en un idiota que Inuyasha no terminaba de entender.

—¿Qué...?

—Ellos lo aceptaron bien —continuó Eiji—. Ahora que son huérfanos, necesitan un nuevo padre, y tú un alfa.

—Yo ya tengo a alguien y mis hijos tienen un padre, Sesshomaru —espetó con decisión y la mordida en su cuello le hormigueó recordándole la existencia de su enlace—. Él no está muerto.

—Lo estará —mencionó inclinándose frente a Inuyasha y le sostuvo del cabello para que lo mirara igual que el carcelero le había hecho antes—. Y entenderás que estar conmigo es lo que realmente te conviene, sobre todo si quieres que los niños estén bien.

Quiso insultarlo y escupirle la cara como había hecho antes con el otro sujeto, pero guardó silencio ante la sutil amenaza a sus hijos. Su dientes ya rechinaban de la furia que recorría por su ser, pero estaba completamente atado de forma literal y figurativa. Inuyasha entendió en aquel instante que ese tipo era capaz de cualquier cosa y no podía arriesgar la vida de los niños haciendo alguna tontería. Debía ser inteligente y pensar qué hacer. Aquellas manos que le tiraban del cabello no le dolieron tanto como su orgullo siendo machacado.

—No los toques... —espetó con odio mirando los ojos de ese tigre, quien lo observaban de cerca triunfante.

—¿Cómo podría tocar a mis hijos y los integrantes de mi ejército? —Eiji siguió sosteniéndolo mientras que usaba su mano libre para tomar el rostro de Inuyasha—. Te extrañan, pero he tenido que decirles que su madre no se sentía bien. Quizá cuando te recompongas puedas reunirte con ellos.

—Te mataré apenas me libere —dijo sin poder contenerse, por más que sabía que no era lo mejor, pero no soportaba oírlo hablar así.

El yōkai lo miró con decepción para luego tomar su cabeza y la golpeó contra la pared que estaba encadenado. Inuyasha sintió la superficie dura chocar contra su cráneo y le dolió lo suficiente para dejarlo mareado unos instantes, pero no perdió la consciencia. Tampoco lo hizo la segunda vez que lo golpeó ni las siguiente hasta que su ropa sucia obtuvo nuevas manchas de sangre.

—Necesitas aprender —masculló con la voz autoritaria, pero podía oírlo a pesar tener la vista nublada por el repentino dolor y la sangre que cayó por su cara—. No te preocupes, pronto lo harás, en especial cuando llegue la época de apareamiento.

El aturdimiento que lo cegó se desvaneció al instante cuando oyó esas palabras. ¿Qué acababa de decir ese sujeto?

—No puedes...

—Claro que sí —reiteró Eiji—. Ahora es a mí a quien darás esas fuerte crías que formarán el imperio más poderoso conocido.

Sus ojos temblaron de horror y desprecio ante tal posibilidad. Este sujeto estaba loco.

—No, no —negó aún desconcertado por esas ideas—. No puedes, Sesshomaru es mi compañero.

—Por poco tiempo —Se acercó una vez más a Inuyasha para verle el cuello, justo donde Sesshomaru le había mordido y tenía la cicatriz—. Cuando acabe con él ya no tendrás un compañero y no te quedará otra que aferrarte a mí.

—Prefiero morirme antes.

—No estás en posición de elegir ese tipo de destino.

¿Este imbécil se creía con derecho a decirle qué podía hacer y qué no? Apenas pudiera le partiría la cabeza en dos con su espada, cuando la recuperara, y si no sus garras también serían suficientes para quitarle esa mueca insoportable del rostro.

Recibió otro golpe que no le quitó la furia en la mirada, pero la desesperación lo inundó al pensar en sus hijos. No podía protegerlos estando allí y tampoco podía imaginarse qué había hecho ese tipo con ellos. Los golpes no le importaban, pero cuando comenzó a desgarrar su ropa y estrujar su cuerpo encadenada, cubierto de sangre, la desesperación se transformó en pánico, gritos y maldiciones que resonaron con un fuerte eco dentro de esa celda.

Si alguien lo escuchó, Inuyasha no lo supo. Pensó en Sesshomaru, ¿cómo lo vería cuando se reencontraran? ¿Se reencontraría? En ese momento ya no se sintió tan seguro. Esperaba que sus hijos al menos sí, pero él... Se sintió sucio en aquel instante y no quiso pensar en los ojos de su hermano sobre su cuerpo magullado.

Nadie más que Sesshomaru lo había tocado y ahora, encerrado en aquel lugar, dejó de sentir dolor en algún momento. Sólo el olor de la sangre y la sal lo acunaron hasta que perdió la consciencia sin saber en qué momento toda su vida volvió a ser una espantosa pesadilla.

.

.

.

Muchas veces, dormía junto a sus padres y hermano. Yuzu estaba acostumbrada al calor de su familia y sabía perfectamente cómo era el olor de cada uno, pero no eran aromas como el de la comida o las flores que podía identificar, sino que le provocaban sensaciones inexplicables. Su madre olía a salvajismo y libertad. Su padre olía a fuerza, tranquilidad. Ryūsei tenía un aroma más particular, era un cachorro atolondrado que amaba molestarla pero también los unía un fuerte lazo y una conexión que Yuzu jamás pudo terminar de entender. Ella sabía, olía, cuando su hermano estaba mal, tenía miedo o algo pasaba con él. Su madre le explicó que era normal, así eran las familias yōkai como ellos.

También reconocía el olor de su casa, su habitación y sus personas más queridas. Sus sentidos estaban muy desarrollados a pesar de ser un hanyō y serlo no era un problema, hasta que esa noche ocurrió lo peor.

Quizá, si no fuera un hanyō y no se convirtiera en humana durante la luna nueva, hubiera podido oler qué estaba pasando. Nadie pudo, sin embargo. No sabía bien qué ocurrió, sólo que ahora no estaba en su casa y los habían separado de su madre.

Pasaron varias horas sin que nadie los fuera a ver. Estaban en una habitación espaciosa, cómoda y limpia, con un futón grande cómo el de su hogar, pero ese no era su palacio. Allí eran prisioneros y no necesitó que nadie fuese a decírselo para que lo supiera. Estaba preocupada por sus padres y por todos en el palacio. ¿Ellos estarían bien? Se sintió frustrada por no ser más fuerte para proteger a todos los que quería. Quizá si fuera un demonio completo y no una pequeña hanyō podría haber hecho algo. No valía la pena lamentarse ahora.

Abrazó a Ryūsei más cerca de ella como si de esa forma pudiera asegurarse que al menos él estuviera bien. Su hermanito estaba dormido contra su cuerpo y lo sintió removerse contra ella para despertar.

—Yuzu... —dijo cansado mientras se frotaba los ojos—. ¿Dónde estamos?

—No lo sé —aseguró seria—, pero hay que estar alerta. No sabemos quién nos trajo aquí.

Al instante, sintió la preocupación de su hermano, pero sólo lo vio asentir. Ambos habían sido entrenados, por más que fueran pequeños, así que no tenían miedo. Aun así, era mejor mantenerse tranquilos y pensar qué debían hacer.

Alguien vino a traerles comida, parecía un simple sirviente, pero junto a esa persona apareció alguien que reconocieron.

—Buenas tardes, príncipes —dijo Hisao mientras los niños lo miraban impresionados—. Espero que nos disculpen la tardanza de su almuerzo, pero les aseguro que será de su agrado.

Cada uno de los pelos de su cuerpo se puso de punta y quiso saltar encima de ese hombre para destrozarle la cara, era un traidor. Estuvo en su casa, con su familia, y los traicionó. Una parte de ella ya sospechaba de él, pero nunca esperó que pasase algo tan peligroso. Retuvo sus instintos más salvajes y apretó la mano de su hermano para que hiciera lo mismo. Podía oler cómo el cachorro quería atacarlo con la misma violencia que ella, pero no era el momento, debían pensar una estrategia y para eso necesitaban información.

—Mi madre —espetó ella con una voz dura que denotaba su molestia—. ¿Dónde está? ¿Qué le hicieron?

—El señor Inuyasha se encuentra muy bien —aseguró acercándose—. Está en otra habitación conversando con mi señor Eiji. No se preocupen por él.

Eso le sonó a una mentira y entrecerró sus ojos de una forma feroz.

—¿Y por qué nos trajeron aquí?

—Oh bueno, verá princesa... —El alto hombre se inclinó cerca de ambos niños—. Al parecer pasarán una temporada con nosotros, lo cual es una muy buena noticia. Aquí tenemos muchas cosas que ustedes disfrutarán.

Si algo aprendió Yuzu en sus años como princesa, fue a leer entre líneas cuando los nobles hablaban. Nunca decían lo que realmente pensaban y ahora ella podía darse cuenta que ese hombre estaba mintiendo. Ellos eran prisioneros y probablemente su madre estuviera sufriendo.

—El señor Eiji se convertirá en rey de toda esa región junto con su madre —anunció como si se tratase de una noticia maravillosa, pero esas palabras fueron suficientes para que la mueca seria de los niños se transformara en horror.

—¡Eso no pasará, imbécil! —espetó Ryūsei enojado y recibió una mirada de desaprobación por parte de ese hombre.

—Cuide sus modales, príncipe —dijo Hisao severo—. Le aseguro que mi señor no es tan indulgente como Sesshomaru y no permitirá esa clase de comportamiento de sus hijos.

—Sesshomaru es nuestro padre —Yuzu apretó los dientes furiosa porque esas personas creía que iban a acceder a esos disparates.

—Ya no, princesa, y será mejor que se vayan acostumbrando. Aunque el señor siempre puede tener más hijos de Inuyasha o incluso... —masculló mirando a esos niños con desprecio, pero al instante sonrió tomando la cara de Yuzu—. Cuando termines de crecer también serás hermosa y de mucha utilidad.

Un escalofrío monstruos recorrió su cuerpo y se echó hacia atrás ante ese idea. No. No. NO. ¡Esto no podía estar sucediendo! Por más que les llamaran príncipes, quería que fueran sus esclavos. Oyó a ese hombre gritar y cuando se fijó la mano con la que la tocó estaba sangrando. Ryūsei ya no estaba a su lado, sino que se había puesto enfrente. La sangre ajena brotaba de sus garras.

No la toques —espetó con una voz siniestra y la respiración pesada. Sus dientes había crecido como los de una bestia y sus ojos brillaban rojos.

Yuzu tragó saliva ante el aura amenazante y se acordó de su padre. Ojalá Sesshomaru estuviera ahí. Aquel hombre frente a ellos los miró con odio y seguramente quiso destrozarlos en ese instante, pero se contuvo. Quizá tuviera órdenes de no hacerles daño.

—Vaya, qué inesperado salvajismo —dijo Hisao viendo su mano sangrando y frunció su ceño molesto—. Al parecer tendré que tomar medidas con respecto a sus modales más tarde, como tuvieron que hacer con su madre para que obedeciera. Debería ver mejor sus acciones, esto podría salirle caro a él.

Esas palabras hicieron que retrocedieran un poco. Ambos tenían miedo por Inuyasha. Todo indicaba que algo muy malo le había pasado.

Hisao se marchó satisfecho por haberlos dejado turbados. Los rasgos de Ryūsei volvieron a la normalidad y una mueca de preocupación bañó su rostro. Quizás ese gesto impulsivo podía traer graves repercusiones para su madre, no lo había pensado, sólo se molestó al ver a ese tipo cerca de su hermana. Apretó los labios en una mueca frustrada y se sintió impotente por no poder hacer más en ese momento. No era grande y fuerte como los Señores del Oeste, pero algo debía hacer.

Yuzu se acercó a abrazarlo y su hermanito se aferró a ella con miedo quizá porque también los separaran. Ella entendía su desesperación y también la sentía. Aun así, agradeció su gesto al defenderla y poder tenerlo allí. Eso le recordó que no estaba sola, que podían salir de esto si estaban juntos.

No había tiempo de llorar o lamentarse. Debían separarse. Si de algo estaba segura, es que Sesshomaru no se quedaría quieto y ellos tampoco. Lo primero era salir de allí, buscar a su madre y ver cómo escapar.

Tomó a su hermano de los hombros para que la viera de frente.

—Tenemos que salir de aquí, Ryū —dijo ella con una seriedad que hasta impresionó al niño, pero al instante éste asintió determinado—. Y debes estar listo para todo, ¿comprendes?

Ellos apenas eran niños, pero no permitirían que su familia ni su hogar fuera destruido por esos traidores. Ambos hicieron una promesa en aquel momento, la cual consistía en escapar de allí con vida a cualquier precio y reencontrarse con su familia.

Esperaron largas horas. Aguardaron en silencio y usaron la oscuridad del cuarto para camuflarse. Un par de guardias aparecieron para llevarles la comida. Eran tres. Quizá incluso venían a separarlos. El ruido de las cadenas pesadas llegó a sus oídos y cuando estuvieron dentro del cuarto completamente fue el momento.

El sigilo no era algo que caracterizara a los inuyōkai, pero con entrenamiento habían logrado grande habilidades y ellos aprendieron a pelear al mismo tiempo que caminar. Saltaron encima de esos hombres tan rápido que no los dejaron gritar. Sus garras desgarraron las cuerdas vocales para ocultar su huida y la sangre brotó como cataratas en ese cuarto. Las marcas de sus poderosas manos quedaron en las armaduras y cuerpos que pronto estaban inertes en el piso.

Miró sus manos rojas y sintió miedo de sí misma, pero no tenían tiempo para eso. La puerta por fin estaba abierta.

Ryūsei estaba igual de exaltado que ella y tomó su mano manchada de rojo para devolverlo a la realidad y recordarle lo que debían hacer. El calor de sus manos unidas, de su ambición, era mucho más fuerte que los sacrificios que tenían que hacer. Porque ellos eran niños y jamás tuvieron que matar a nadie, pero harían lo necesario para salvar a quienes amaban.

—Ya no hay vuelta atrás —aseguró Yuzu en un susurro.

Ahora el tiempo comenzaba a correr hacia cuenta atrás y el peligro les acariciaba la nuca de una forma aterradora.




Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).