Sus paseos por el pueblo se habían hecho tan cotidianos que ya conocía cada parte de él de memoria. Cada casa, cada negocio, nada era nuevo para él, incluso conocía la casa del médico del pueblo como la del curandero, o quien vendía libros o quien tenía una biblioteca, incluso ya era conocido del herborista y del panadero. También conocía a muchos en el pueblo y se hablaba de manera muy cordial, salvo con el jefe tribal.
El jefe tribal era un hombre alto, corpulento, con una gran barba y bigote blancos como la nieve. Él era el intermediario entre la sacerdotisa Hilda de Polaris y el pueblo, él hablaba por todos ante la mandataria de Asgard y este comunicaba todo al pueblo sobre las decisiones de Hilda. También él se encargaba del orden, supervisar los mercados, mantener la paz en todo el poblado del norte.
Y Bud a aquel hombre no le agradaba y hasta podría decir el sentimiento era mutuo, el jefe tribal solía solo hablar con Bud para darle ordenes o pedirle que trajera más alimento para el pueblo, a pesar que este solo cazaba venados para venderlos para conseguir sustento. Mientras el jefe tribal solo veía en aquel muchacho un miembro más del pueblo que esperaba más de este de lo que hacía por él, exigiendo siempre a Bud que diera más de lo que este daba.
Y una de las cosas que Bud detestaba era que le dieran ordenes alguien a quien no lo respetaba, aceptaría ordenes de su padre de crianza, de Hilda sin lugar a dudas, de Syd y hasta Odin sabía, si su madre le daba una orden el claramente la obedecería, pero a aquel hombre no, siquiera se había tomado el tiempo para aprenderse su nombre.
— He ¿ermitaño? — exclamo una voz a lo lejos, era el jefe tribal, acercándose con una sonrisa socarrona, dispuesto a pedirle algo, como cada vez que lo veía.
— Dígame.
— Andas viniendo mucho al pueblo y colaboras poco con él.
— ¿Quiere que le traiga más venados? — pregunto girando los ojos, al fin de cuenta era para lo único que le hablaba aquel hombre añejo.
— Eres el mejor cazador de la región, deberías abastecernos, ya que nosotros te abastecemos a ti.
— No pierda cuidado — dijo alejándose en cuanto tuvo oportunidad.
Y en parte sentía odio por sí mismo porque parte de la acusación del jefe era real, debido a cierto gusto de Syd por la leche y sus derivados comenzó a hacerse habitual que bajara al pueblo por aquello que Mizard tenía antojo. Y aunque pagaba con dinero que tenía a la mano llevaba tiempo sin contribuir al pueblo, lo que lo hacía sentiré culpable.
Mientras caminaba en la búsqueda de lo que necesitaba comenzó a pasear por el bazar, encontrando que afuera de una casa vendrían libros, algo añejo, pero libros al fin. Decidió revisarlos, quizás alguno le gustaría a Syd para pasar el tiempo y escogió algunos, cuando estaba por pagar vio un libro de medicinal.
— ¿Esto no lo tiene solo un curandero?
— No debería, cualquier debería saber cómo curar un resfriado sin tener que acudir a el — dijo la joven vendedora —. ¿Lo llevara también?
Bud asintió antes de darle el dinero, realmente la muchacha tenía razón, lo común en los pueblos era que ante cualquier dolencia o malestar se debía acudir al curandero del pueblo, un hombre que vivía en una cabaña un poco alejada y con el que había tenido poco trato y prefería seguir evitándolo.
Regreso a su hogar con lo que le falta, no era mucho, al día siguiente se ocuparía de su labor ante el pueblo, a pesar de todo sentía que había dejado demasiado tiempo solo a Syd.
En la cabaña Syd estaba recostado en la cama, estaba despierto, con una mueca de alivio.
— ¿Cómo estás? — Pregunto entrando, dejo los libros sobre la mesa de noche y paso su mano por su frente —. No tienes fiebre.
— Me duele mucho la cabeza — espeto.
— Descansa, voy a hacerte ese postre que tanto te gusta — acoto pasando su mano por los cabellos —. Esa es otra cosa en que nos diferenciamos, te gusta esa cosa espesa y azucarada, a mí no.
— Nunca antes la había probado — sonrió recordando como llego a conocer aquel postre, y todo fue porque Bud se había dormido.
Desde hacía varias semanas Syd había comenzado a sentirse mal y todo persistía, entre las náuseas, mareos, sentir sensible su pecho, aumento de deseos de orinar y hasta mucha salivación ya no podía levantarse y Bud le pedía no lo hiciera, hasta que su salud regresara él se ocuparía de todo. Y Alcor así lo hizo, al punto que entre las atenciones a su hermano y mantener la casa comenzó a descuidarse así mismo, otra vez, no descansando lo suficiente.
Y fue un día cuando la sombra de Z estaba haciéndole el desayuno a dios guerrero de Z, coloco la leche al fuego y la revolvía después de agregarle azúcar, en un momento se sentó y se quedó dormido debido al cansancio. Syd despertó horas después, Bud seguía dormido y vio la cocina prendida, fue a apagarla encontrando aquella cacerola en el fuego donde algo estaba, no se había quemado, era una especie de masa espesa, y al probarla tenía sabor dulce que le gusto, y en cuanto Bud despertó comenzó a pedirle a diario que quería más.
— Tiene un sabor dulce — explico.
Alcor cobijo a Mizar en la cama antes de ir a la cocina, donde se puso a hacer aquello que a Syd le gustaba, era una preparación bastante sencilla pero que tardaba sus horas, debía lograr que el agua de leche se evaporara y agregarle azúcar. Bud comenzó a ojear el libro mientras veía como se hacía aquella preparación dulce y espesa en la cocina, sin dejar de ver a Syd que dormía.
Fue cuando llego a una página singular, mientras tomaba sorbos de un líquido negruzco y espumoso y revolvía la preparación de leche detuvo su mirada en aquella página. Comparo cada síntoma con los que Syd tenía desde hacía algunas semanas, le llamo la atención, conocía lo suficiente el cuerpo de Syd y daba por hecho que algunos de esos síntomas eran exactamente iguales.
— No puede ser — dijo sorprendido tras mirar la hoja con detenimiento, podía dar fe que algunos síntomas físicos eran reales, pero el diagnostico tenía que ser equivocado, a pesar que de 16 síntomas marcados en aquella hoja, Syd tenía 16—. Pero es hombre.