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"Belleza Escondida" por ShineeLuhan

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Notas del capitulo:

Hola queridas lectoras, ya estoy de vuelta con un capítulo más de esta romántica historia de amor. Espero les guste mucho el nuevo espisodio.


Un inmenso agradecimiento a Kitana, akron y a anio3o por sus RWs...Mil gracias chicas!!!!

´´CAPITULO SIETE´´

 

 

Hannibal saboreó su dulzura incluso antes de rozarle los labios con la boca. Will emitió un gemido roto, pidiendo más y, al tiempo, negando el fuego que existía entre ellos. Incapaz de no tocarlo, Hannibal puso las manos en los brazos del castaño y éste se tambaleó hacia su dirección. Entonces devoró su boca y el calor lo invadió como una espiral envolvente, que llegó hasta sus huesos.

 

--Will- murmuró, y el otro suspiró, clavándole los dedos en el pecho.

 

--No deberíamos hacerlo- gimió el castaño, pasando la lengua por los labios contrarios y provocando un gruñido en éste.

 

--Lo estamos haciendo- replicó Hannibal. Will deslizó las manos hacia arriba y el mayor le agarró las muñecas, apartándolas de su cuerpo y sujetándoselas a la espalda.

 

--No- se quejó Will débilmente y su deseo se convirtió en ira- No puedo hacer esto- apartó la boca- No puedo vivir así. Entre nosotros no existe nada si no confías en mí- se revolvió y Hannibal lo soltó. Will corrió hacia la casa sin volver la vista atrás, con el cuerpo anhelando su contacto y el corazón roto de dolor por ambos.

 

Hannibal lo vio partir, intentando controlar la respiración. Tenía el pecho tenso, la sangre le hervía de deseo y su cuerpo palpitaba por su precioso niñero. En ese momento se vio a sí mismo como una patética parodia de lo que fue un día. Y se odió por eso.

 

 

****

 

 

Tras una carrera que puso a prueba sus desgarrados músculos, Hannibal volvió a la casa. Al pasar por el salón encontró algunos dibujos de Will sobre la mesita de café. Uno era de Abigail durmiendo en una silla con su gatita. Otro era de la casa y otro de su hija en el columpio con una sonrisa radiante. Le sorprendió que fueran extremadamente buenos y también el amor que se percibía en cada línea y cada sombra. Además, estaban hechos a lápiz en un cuaderno rayado. Hannibal seleccionó uno de Abigail y subió a su habitación, sin preocuparse de que lo vieran por el pasillo. Sospechaba que Will intentaba evitarlo.

 

El día siguiente confirmó su sospecha.

 

Will le dejaba las comidas a la puerta, llamaba y no decía más de una o dos palabras. Sabía que si hablaba con su “jefe” recordaría y desearía demasiado. Aunque no era suficiente, necesitaba distanciarse para asentar su mente y su corazón. Cada vez que pensaba en Hannibal se sentía confuso.

 

Se concentró en jugar con Abigail, que parecía muy feliz. Pasearon por la playa recogiendo caracolas. Las lavaron y secaron y las pegaron en un espejo viejo que Will encontró en una caja en el garaje. Una zona del garaje era un caos y la otra estaba ordenada; comprendió que muchas de las cosas debieron pertenecer a la esposa de Hannibal y eran recuerdos de su matrimonio.

 

--¿Lo pintamos a juego con tu dormitorio?- preguntó Will. Abigail negó con la cabeza.

 

--Quiero regalárselo a papá.

 

--Seguro que le encantará- sonrió Will.

 

--Voy a ir a dárselo.

 

--Cielo, no creo que sea buena idea- protestó él, pero Abigail ya corría hacia la casa, con el espejo apretado contra el pecho. Will la siguió, alcanzándola antes de que llegara a la escalera- Abigail, para. Aún tiene que secarse. ¿Por qué no lo pones en tu habitación de momento?

 

--No, ¡quiero dárselo!- Abigail se soltó de un tirón y corrió a la escalera. Will fue más rápido que ella y la sujetó- ¡Déjame ir!

 

--Abby, no puedes verlo. Nadie puede.

 

La niña gritó y Will se sentó en la escalera, la abrazó, le quitó el espejo y lo puso a un lado. Algunas caracolas se despegaron y cayeron al suelo. Abigail se aferró a Will y comenzó a llorar como si se le rompiera el corazón.

 

--¿Qué ocurre ahí?- se oyó por el altavoz.

 

Will, sin contestar, tranquilizó a Abigail y la subió con el espejo, a su dormitorio. Los sollozos de la niña se apagaron y Will la tumbó en la cama y le quitó los zapatos. Abigail, aunque era la hora de la siesta, no quería dormir.

 

--Quiero a mi gatita.

 

--Iré a buscarla- dijo Will, apartándole el pelo de la cara con la mano. Cuando salió de la habitación, Abigail se bajó de la cama, empujó la silla hasta la pared, se subió en ella  pulsó el botón del intercomunicador.

 

--¿Papá? Tengo un regalo para ti. Lo hice yo. Es un espejo- no hubo respuesta- ¿Papá?

 

--Gracias, Abby. Seguro que es precioso.

 

--¿No lo quieres?

 

--Sí, claro que sí.

 

--Entonces, ven a buscarlo- dijo Abigail con un timbre de cansancio en la voz.

 

--No puedo, cariño.

 

--¡Sí puedes!- gritó Abigail- Te he visto en la playa. ¡Te vi! ¡Sí puedes!

 

Will entró con la gatita en la mano. Había oído lo suficiente para captar lo que ocurría. Por el intercomunicador se oyó el gemido de impotencia de Hannibal.

 

--Vamos, preciosa- dijo Will, recogiendo a Abigail de la silla y llevándola a la cama.

 

La niña se quejó y se le escaparon unas lágrimas. Pateó las ropas de cama, rezongando.

 

--Si eres mala no te daré a Serabi- dijo Will seriamente. La niña soltó un suspiro y lo miró a través de una cortina de pelo castaño, con ojos tristes y apesadumbrados.

 

--Lo siento- masculló con hosquedad. Will se sentó al borde de la cama, sin soltar a la gata.

 

--No es culpa tuya. Sé que estás enfadada porque tu papá no viene a verte- pensó para sí que él también estaba muy enfadado- Pero tienes que calmarte. Yo le daré el espejo.

 

--¿Por qué tú puedes verlo y yo no?- sollozó.

 

--Yo tampoco lo he visto.

 

--¡Estaba en la cocina contigo!

 

--No había casi luz. No lo vi.

 

--Oh.

 

--Duerme un rato y luego veremos cómo te sientes. Quizá demos un paseo a caballo.

 

--Bueno- estiró los brazos hacia la gatita.

 

--Serabi no tiene ganas de echarse la siesta- negó Will. La gatita se revolvió en sus brazos y cuando la dejó sobre la cama saltó al suelo y se fue corriendo. Abigail tenía aspecto de sentirse abandonada y Will sintió pena. No era justo y no podía dejarla sola. Simplemente no podía.

 

Levantó a la niña en brazos, la llevó a su dormitorio, y la colocó en el centro de la cama. Se quitó los zapatos y se echó. Abigail se acurrucó contra él y Will echó una colcha por encima de ambos. Le susurró palabras tranquilizadoras, con los labios apoyados en su cabeza, buscando el sueño que dejara atrás el dolor de corazón que les provocaba el hombre encerrado en su torre.

 

--Te quiero, Abby.

 

--Yo también a ti, Will- replicó la niña, aliviando el dolor del castaño.

 

 

****

 

Hannibal, de pie en el dormitorio de Will, los contempló dormir. Deseaba subirse a la cama con ellos, abrazarlos. Maldijo el momento y la decisión que había provocado que cuchillas, cristal y metal desagarraran su cuerpo y su alma.

 

Se sentía como un monstruo encadenado, que hacía daño a los seres queridos cuando se atrevían a acercarse. Debía dar las gracias porque esas dos personas hubieran entrado en su vida, y día a día comprendía lo vació que había estado hasta que llegaron. Las emociones embargaban el aire de la casa. Sabía que cuando Will despertara tendría que enfrentarse a su silencio o a sus recriminaciones y no quería ninguna de las dos cosas.

 

Miró el espejo que tenía en la mano, enmarcado con caracolas grises, blancas y naranjas. En la última planta no había espejos, no los necesitaba para recordar su aspecto. Ni siquiera utilizaba uno para afeitarse. Cada vez que viera ese, recordaría por qué se mantenía oculto, por qué nadie desearía ver su imagen.

 

Pero decidió quedárselo, apreciarlo; en él vería a Abigail y a Will acostados juntos como padre e hija, y sabría que no podía tener a ninguno de los dos.

 

Le dejó una nota a Abigail explicándole que se había llevado el regalo y salió de la habitación. Subió las escaleras de la torre y cerró la puerta tras él, dejando fuera el mundo y deseando poder hacer lo mismo con su corazón.

 

 

****

 

 

El resto de la tarde transcurrió lentamente. Will cumplió su promesa de montar a caballo, e incluso galopó por la playa con Abigail sentado ante él. A la niña le encantó y volvió a sonreír, pero a él no le resultó tan fácil hacerlo.

 

Tras una cena ligera, un baño y un cuento, Abigail se durmió y Will se quedó a solas en la biblioteca. Había encontrado una caja de fotos y papeles en el garaje y tenía la esperanza de encontrar una foto de Hannibal y su esposa para enmarcarla y, al menos, ofrecerle a Abigail una referencia de lo que una vez fueron sus amados padres. Sentado en el sillón de cuero, con un vaso de vino al lado, revisó los papeles. Algunos eran muy viejos y otros estaban pegados debido a la humedad. Encontró un sobre de plástico transparente con recortes de periódicos. Los extendió sobre la mesa y miró el más grande.

 

“El Dr. Hannibal Lecter involucrado en un accidente de tren” rezaba el titular. Había una foto del coche, retorcido y enganchado a la parte delantera del tren. Habían tenido que cortar un trozo del vehículo para poder sacarlo.

 

Leyó el artículo. Una mujer embarazada había tenido un ataque epiléptico y su auto se había quedado parado en mitad de la vía. Hannibal intentó sacarla, pero tenía los miembros rígidos y no pudo moverla. Los testigos afirmaban que había vuelto a su auto y había empujado el de ella hasta sacarlo de la vía y ponerlo a salvo. Pero él no tuvo tiempo de cruzar. El tren chocó contra la parte trasera de su lujoso automóvil, lanzándolo contra la puerta y estrellándolo contra la ventanilla. El tren lo arrastró durante más de un kilómetro antes de detenerse.

 

A Will empezaron a temblarle las manos antes de acabar el artículo, que continuaba describiendo las diferentes investigaciones y aportaciones que realizó Hannibal durante gran parte de su vida en el campo de psiquiatría; sus premios y sus donaciones benéficas.

 

Al final había una foto de Hannibal antes del accidente, atractivo y de esmoquin; al lado había una de cuando lo metían a la ambulancia. El lado izquierdo de su cabeza y de su cuerpo estaban tapados. El brazo colgaba inerte, cubierto de sangre, solo se veía su anillo de bodas.

 

Will siguió mirando los recortes. “Hannibal Lecter muy grave”, decía un titular. “El Dr. Lecter sale del hospital, cirujanos plásticos declaran que las lesiones son irreversibles”. “Lercter se niega a ser entrevistado”. Otro mencionaba que la Ciudad de Maryland le había otorgado una placa por su valentía e incluía una foto de la mujer y el niño a los que había salvado. La esposa de Hannibal recogió la placa en su nombre y su único comentario fue: “La recuperación de mi esposo será lenta y dura. No pensó en las consecuencias cuando ayudó a la señora Connor y, a pesar de sus lesiones, no se arrepiente”

 

Incluso sobre el papel, el comentario de Alana Bloom de Lecter rezumaba amargura. Miró en la caja y, al fondo, encontró la placa. “Por su desinteresado acto de valentía, sin considerar su propia seguridad…la Ciudad de Maryland otorga a su hijo predilecto…”

 

Un héroe. Había más condecoraciones y reconocimientos, y Hannibal no había ido a recoger ni una sola de ellas en persona.

 

Will se preguntó quién había guardado los recortes. No creía que Hannibal quisiera revivir todo eso. Sospechó que debió hacerlo Jack. Alana lo había abandonado tras el accidente y eso implicaba que era incapaz de aceptar al hombre que era cuando le quitaron los vendajes.

 

Suspiró, quizá se equivocaba. Quizá el matrimonio iba mal antes y el accidente los había distanciado aún más. Lo enfurecía que Alana hubiera marcado tanto a Hannibal como para hacerle esconderse en las sombras. Probablemente todo habría sido distinto si ella lo hubiera apoyado. La cruel mujer debería haberse sentido orgullosa del valor y sacrificio de su marido. Guardó los artículos y siguió buscando una foto para Abigail. Encontró una de Alana y Hannibal y cuando miró la sonrisa de él, vio a Abigail.

 

De repente, sintió que lo observaban.

 

--Eso es repulsivo, Hannibal. Deja de hacerlo. Un día de estos me vas a asustar y voy a tener que hacerte daño. ¿Dónde estás?- dijo, irritado al no descubrirlo en la oscuridad.

 

--Aquí- el doctor agitó el brazo y lo vio junto a la armadura que había en la esquina. Era difícil distinguir qué era metal y qué era hombre.

 

--¿Apago las luces y enciendo la máquina de humo para que puedas seguir viviendo en la frontera con la vida un poco más?

 

--Veo que tu ingenio corta como un estoque.

 

--Entonces no eres tan estúpido como creía.

 

--¿Qué diablos significa eso?

 

--De nuevo tengo que decirte que has hecho daño a Abigail.

 

--Deberías haberme ayudado, Will- acercó una silla a la oscuridad y se sentó- Sabes que no quería hacerle daño- su suspiro de dolor cruzó la habitación y llegó hasta Will- Dios, parece que soy incapaz de hacer nada bien últimamente.

 

--Eso es porque aún no te has acostumbrado a que haya intrusos en tu santuario.

 

--Pero no eh podido evitar hacer daño a la pequeña.

 

--Sé que no ha sido intencional. Pero quiero que te des cuenta de lo que ocurre.

 

--Estoy convencido de que me lo dirás. Sigue.

 

--Esta rutina no funciona, tenemos que pensar en otra cosa. Abigail te perdonará, Hannibal, ya lo ha hecho.

 

--Pero un espejo, Will. Por Dios santo.

 

--Oh, Hannibal- Will parpadeó- ni siquiera había pensado en eso- había espejos en su dormitorio y en los baños, pero en ningún otro sitio- Era solo un proyecto para entretenerla. Regalártelo fue idea suya.

 

--Lo sé, lo sé- dijo el doctor con pesar- Tengo que compensarla de alguna manera.

 

--Lo harás- asintió el castaño aunque no sabía cómo- Leí lo del accidente- señaló los recortes.

 

--No me gusta que curiosees en mis cosas- Hannibal se puso tenso.

 

--Podría haberlo encontrado fácilmente en Internet- apuntó el otro. Hannibal asintió, pero seguía sin gustarle que rebuscara en su pasado- Hiciste algo muy galante y desinteresado.

 

--Podría haber conseguido que nos matáramos los dos- gruño el mayor.

 

--Al contrario, tu rapidez la salvó a ella y a un ser humano que ni siquiera había respirado por primera vez. Tú le diste esa oportunidad y la de conocer a su madre.

 

--Nació pocas horas después del accidente.

 

--¿Has visto a la señora Connor y a su hijo desde entonces?

 

--Los médicos me dijeron que fue al hospital, pero Alana no la dejó entrar. Después me escribió. Le puso mi nombre al niño- explicó, dándose cuenta de que el niño no era mucho mayor que Abigail.

 

--¿Alana no le dejó entrar a darte las gracias?

 

--Yo no estaba de humor para recibirla.

 

--¿Quién habla, tú o Alana?

 

--¿Perdona?- preguntó a la defensiva.

 

--¿Cómo te sentiste cuando recuperaste el conocimiento después del accidente?

 

--Contento de estar vivo, contento de que ellos lo estuvieran. Estaba tan sedado que no recuerdo mucho de esas primeras semanas.

 

Transcurrieron unos momentos. Will bebía vino y Hannibal seguía en la oscuridad. La lámpara de la mesa le permitía ver la silueta de la silla, y al médico de cintura para abajo. Tenía los pies cruzados por los tobillos. Unos pies perfectos.

 

--¿Cómo se sintió Alana?

 

--No hizo muchos comentarios.

 

--Supongo de que no.

 

--¿Qué esperabas? A su esposo lo arrolló un tren por causa de otra mujer.

 

--Eso son palabras de ella. No la defiendas, Hannibal. Por Dios, la mujer no era tu amante. Hubieras hecho lo mismo por un hombre. Sabías lo que hacías. Alana se enfadó porque arriesgaste tu vida y se enfadó más aún al ver el resultado.

 

--Tienes razón, maldita sea- asintió Hannibal tras una larga pausa- Recuerdo que me preguntó cómo podía haberle hecho eso a ella, a nosotros- soltó una risa- Eso me hizo verla como era en realidad. Entonces fue cuando trajo a los mejores expertos en cirugía plástica del país, pidiendo opinión tras opinión, sin obtener la respuesta que deseaba.

 

--¿Y cuál era?

 

--…que mi rostro volviera a ser el de antes.

 

Cielos. En esa frase quedaba claro el egoísmo de Alana, pensó Will con dolor.

 

--¿Y entonces se marchó?

 

--No- Hannibal suspiró con disgusto- Se quedó algún tiempo. Dormía en la habitación de invitados, con la excusa de que no quería hacerme daño en las heridas.

 

Will supuso que para entonces ya se notaría su embarazo y que deseaba ocultárselo.

 

--No te dejaba tocarla, ¿verdad?

 

El doctor se quedó inmóvil, tenso, y Will casi percibió su encogimiento de hombros, la oleada de humillación que lo invadió.

 

--No, pero no podía culparla. No después de ver mi reflejo en un espejo.

 

--Yo sí.

 

--¿Perdona?

 

--Si te quería de verdad, no habría importado.

 

--En aquella época no era demasiado amable.

 

--Tampoco lo eres ahora, ¿y qué?

 

--Ahí está esa mordacidad que adoro- rió Hannibal entre dientes. A Will se le aceleró el corazón- Sigue, Will, sé que tienes más que decir.

 

--Tenías muchos dolores, te estabas recuperando de un horrible trauma. He leído los artículos y visto las fechas- su voz sonó tensa de furia hacia la mujer que lo había abandonado- Estuviste varias semanas en el hospital, después tuviste que hacer rehabilitación y necesitabas enfermeras que te atendieran a diario. Según los periódicos, tienes suerte de estar vivo- se había machacado el fémur, que ahora era una varilla de metal, la cadera y casi todos los huesos del lado izquierdo. Habían tenido que sustituir la articulación del hombro con una prótesis de plástico y llevaba clavos en el brazo, los dedos y las costillas- Tu determinación por recuperarte es admirable.

 

Hannibal alzó la cabeza de golpe. Aparte de sus médicos, era la primera persona que le decía eso. Después del accidente y de que Alana lo culpara de su propia desgracia y de las consecuencias que tenía para ella, había decidido luchar.

 

--Intentaba demostrarle que nada había cambiado entre nosotros- murmuró en la oscuridad- Poco después comprendía que daba igual. Ya me veía de otra manera.

 

--¿Cómo?

 

--Como un monstruo en vez de un hombre.

 

--Oh, Hannibal- la compasión de su voz le partió el alma al galeno, pero continuó hablando.

 

--Dormía sola, comía sola y, de pronto, una mañana se marchó. Ni siquiera quiso verme para despedirse. Me dejó tan solo una carta.

 

Will pensó que era imposible ser más cruel y aséptico, pero se guardó su opinión.

 

--Comprendí que quizá la había empujado a hacerlo. No, no me defiendas, Will, por favor. Yo era el chico de oro, todo lo que tocaba se convertía en dinero. Todo el mundo quería estar cerca de mí- hablaba como si se refiriera a una persona que no conocía y que no deseaba conocer- Daba por sentado el estilo de vida, la libertad, y la gente pendiente de mí. Hasta que vi a la señora Connor al volante, embarazada, luchando por respirar mientras el niño pataleaba en su vientre no supe quién era yo en realidad, todo lo demás era pura imagen. La decisión de empujar su auto aunque llegaba el tren…eso definió qué persona era yo en mi interior. En mi alma- se puso un dedo en el pecho, sobre el corazón- Me distanció de la vida que había llevado hasta entonces. Fue como si nunca hubiera vivido hasta ese momento. Hice lo correcto- masculló, como si intentara reafirmarse- Era lo único que podía hacer. Y Alana me maldijo por ello, me miraba con repulsión cuando creía que no la veía. Y yo me enfadé con el mundo por mostrarme a un hombre que no estaba seguro de desear conocer.

 

--¿Y ahora?- discretamente, Will se limpió las lágrimas que corrían por su mejilla.

 

--No cambiaría nada de lo que hice esa noche- aseveró. A continuación lo sorprendió lanzando una risita- Excepto que pisaría el acelerador con más fuerza.

 

--Ya, claro, eso no habría estado mal- Will se acabó el vino y metió el resto de los papeles y fotos en la caja que había en el suelo. Se levantó y se acercó hacia su acompañante, la bata moldeaba su masculina y grácil figura, y Hannibal se puso rígido.

 

--Quédate ahí- ordenó roncamente. Will no obedeció, fundiéndose en las sombras con él, y percibió la fragancia de limón que emitían su piel y su pelo- Will- musitó. El castaño alzó la mano y Hannibal se la agarró, pero consiguió zafarse y tocó el lado intacto de su rostro y hundió los dedos en su rubio cabello. Hannibal gimió suavemente.

 

--Yo no soy Alana, y tú no eres Matt- dijo el castaño posando los labios sobre los suyos, apenas un roce. Hannibal luchó contra el impulso de sentarlo en su regazo y explorar cada milímetro de su piel marfileña con la boca y las manos- No me asustas, dragón. Además, si crees que seguir siendo un recluso es lo mejor para todos…- se movió, y puso la boca cerca de su oído-…entonces, ¿por qué siempre te acercas tanto a la luz por mí?

 

Sin darle tiempo a responder, Will desapareció en el oscuro vestíbulo. Pero Hannibal sabía la respuesta: empezaba a confiar en él, le había contado cosas que nunca le había contado a nadie. Y era muy peligroso. Cuando estaba cerca de Will Graham, lo último en lo que pensaba era en la imagen que veía al mirarse en un espejo.

 

 

CONTINUARÁ…

Notas finales:

Bueno eso sería todo por hoy. Fue triste saber el motivo por el cual Hannibal tuvo ese accidente que lo marcó de por vida ¿verdad? Pero fue un valiente héroe. Sí señor!!! *_*


Muchas gracias por leer y si nada pasa nos vemos la siguiente semana. ^_^


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