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Dos caras de la misma moneda por Hyunnieyeol

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Notas del capitulo:

15.11.23. Actualizo hoy, segura de que muchos se han olvidado de esta historia o de mí. No los culpo, porque demoro siglos en actualizar. Decidí sentarme a escribir esta noche, así que realmente espero que mi dedicación de frutos. ¡Saludos!

Capítulo XVI. De los pasos antes de pensar en “salir”

 

Myungsoo despierta a mitad de la noche. Es extraño, porque su sueño es tan pesado que pocas veces consigue ser molestado por algún sonido. Sin embargo, ahí está. Abre los ojos con pereza, confundido. Al otro lado de la cama, con espacio suficiente para que un tercero se acueste entre ellos, Sungyeol balbucea en un lenguaje desconocido para el menor. Se acerca a él, vacilante. El dueño de casa, aún dormido, se tensa ante su toque. No hay que ser un genio para notar que se trata de una pesadilla.

                Inseguro de todo, especialmente de sí mismo, Myungsoo cuela su brazo en torno a la cintura estrecha de Lee Sungyeol y lo acerca, sus cabezas compartiendo la misma almohada. Suspira, admirando la belleza de su compañero, y entonces los ojos marrones se abren y se clavan en los suyos.

— ¿Qué haces? — cuestiona y trata de alejarse, pero el agarre en torno a su cuerpo se intensifica. — Oye...

— Vuelve a dormir — sugiere el más joven, sonriendo tontamente.

— ¿Cómo podría hacerlo cuando tú-?

                No termina la pregunta porque su invitado cierra la brecha que los separa y junta sus labios en apenas un roce. Myungsoo sonríe cuando se aleja, pero para Sungyeol el contacto no es suficiente. Tira de él más cerca aún, revolviendo las sábanas y enredándolas a sus pies, y el pelinegro responde al nuevo beso de la forma debida, dejando a un lado su sorpresa inicial.

                Sungyeol no quiere admitirlo, pero necesita esa calidez luego de esos sueños.

 

 

 

 

 

El domingo es el día más odiado por Nam Woohyun. Es un recordatorio del término del fin de semana desde que tiene uso de razón, pero ahora denota un significado completamente distinto: es un día más antes de poder ver a Kim Sunggyu de nuevo. Quiere reírse de sí mismo por pensar tanto en una persona que apenas sabe que existe y que además no le tolera, sólo que eso es tan triste que no puede hacerlo. Entonces comienza a preguntarse por qué, de todos los lugares en Corea, debían ir a Woollim y por qué, de todas las personas, tenía que gustarle él. «En el corazón no se manda», le dijo Dongwoo; y es verdad, y también un asco total.

                Pasa la mañana en su cama, pensando en un sinfín de cosas. Se salta el desayuno, sin hambre; y sólo deja sus suaves mantas cuando se acerca la hora en que ha quedado para almorzar con su mejor amigo en el restaurante de los Jang. Tiene mucho que preguntarle, principalmente el cómo es que está saliendo con Lee Howon porque, ¡vamos!, aún no consigue comprenderlo.

                Sus cuestiones se van al carajo cuando entra en el restaurante y en su mesa de siempre, porque tienen una mesa de siempre, no sólo se encuentra Jang Dongwoo, su adorable mejor amigo y el hijo de los dueños, sino también Hoya, ese tan encantador novio del mayor.

— Hola — inicia el joven Lee, sonriendo enigmáticamente. — Espero no te moleste.

                A Woohyun no le gusta esa sonrisa. Le parece poco sincera; además no transmite sentimiento alguno.

— En absoluto — responde educadamente, tomando asiento. — ¿Qué hay chicos?

                Un celular comienza a sonar, y Howon se disculpa para ir a responder. Woohyun enarca una ceja.

— Dijo que deseaba pasar algo de tiempo fuera de la Academia con mis amigos — le cuenta Dongwoo con una sonrisa mal disimulada —, ¿qué debía decirle?

— Tus amigos... — medio gime, medio gruñe. — ¿Dónde diablos está Myungsoo?

— No sé — se encoge de hombros. — Le he llamado toda la mañana, sin éxito.

                Hoya regresa un par de minutos después y aunque trata de mostrar su expresión de antes, algo de enfado resplandece en sus ojos oscuros. Dongwoo también parece notarlo pero Sunny, la mesera de siempre, se acerca para preguntarles qué desean ordenar y la duda queda en el aire. Woohyun hace una mueca cuando el invitado ordena por dos. ¿Cómo va a comerse todo eso?

— Llego tarde — murmura alguien tras él, y su corazón pega un salto.

— Llegas tarde — le sigue el juego el moreno y el otro invitado se ríe. — He pedido por ti, Sunggyu.

— ¿Lo mismo de la vez anterior? — pregunta el pelirrojo, sentándose a lado de Woohyun.

— Lo mismo — acepta Hoya, y Dongwoo saluda al mayor con entusiasmo.

                “Vale. Quizá comer con otras personas un domingo cualquiera no está tan mal”, piensa el segundo hijo de los Nam mientras sonríe traviesamente a Kim Sunggyu, que deja escapar un sonoro bufido, pero de igual forma le sonríe de vuelta. Quizá las cosas puedan empezar a cambiar.

                Comen en aparente tranquilidad, sólo que el intercambio de miradas entre Sunggyu y Howon es demasiado evidente para Woohyun. Hoya habla con Dongwoo, bromea con él, le sonríe, pero una de sus manos se mantiene bajo la mesa y el músico está seguro que se encuentra escribiendo en su celular. El pelirrojo sigue la conversación con educación, sin entrar en terrenos demasiado personales, y a hurtadillas hace lo mismo que el chico de Busan. Está 100% seguro cuando los ojos pequeños del mayor reflejan la misma inconformidad que los de su amigo después de esa llamada telefónica.

— Por cierto — habla Dongwoo, un tanto preocupado —, ¿Sungyeol volverá a clases mañana?

                A Sunggyu se le ilumina el rostro. A Woohyun se le revuelve el estómago.

— Sí — responde Hoya, y hay un hoyuelo lindo en su mejilla cuando sonríe. — Ha sido una semana demasiado larga para todos nosotros.

— ¿Sería demasiado grosero de mi parte preguntar cómo terminó desapareciendo? — se finge desinteresado, pero el joven Nam está dispuesto a obtener un poco de eso que Sungjong desconoce.

— Quizá — se burla Sunggyu, rodando los ojos. — Lo cierto es que se trata de una total tontería. Creo que pueden imaginar cómo es su mamá después de aquella noche en «Paradise» — ambos asienten. — Pues nos hemos metido en una pelea el fin de semana pasado y ella odia estas cosas, así que “está castigado” y...

                Woohyun se echa a reír. Lee Sungyeol está castigado. Dios, esa debe ser la mejor broma que ha escuchado en su vida. Sólo que ninguno se ríe, ni siquiera Dongwoo. Traga pesado, incómodo ante las miradas enfadadas de los nuevos.

— Siete días completos — retoma la charla Hoya, negando con la cabeza en repetidas ocasiones. — En la casa principal, con los empleados custodiando las puertas, sin teléfono, sin compañía — ya no es tan gracioso. — Se nos prohíbe la entrada a ambos. Su hermano se marchó ayer, aunque igual deben haber estado la mayor parte del tiempo en áreas separadas de la casa. Seguramente Sungyeol se está volviendo loco de frustración en estos momentos. Él odia estar solo.

— Muy divertido, ¿no? — inquiere Sunggyu, y se pone de pie.

                ¡Al diablo! Woohyun acaba de perder lo poco ganado. Lo sabe apenas verlo salir del restaurante.

— Creo que lo mejor es que me vaya también — murmura Howon, levantándose. — Lo siento — articula en dirección de Dongwoo, quien asiente tímidamente. — Nos vemos mañana, Woohyun.

                No ha sonado bonito. Para nada.

— Acabo de joderla a lo grande — dramatiza el cantante, derrumbándose junto a su plato.

                Dongwoo asiente, serio.

— ¡Y ni siquiera sé qué hice! — prosigue, resoplando.

                Su amigo le brinda una sonrisa consoladora. Woohyun no se siente mejor.

 

 

 

 

— Odio esta camisa.

                Sungyeol se mira al espejo. La prenda es azul cielo, con una línea negra y vertical en el área de los botones. Myungsoo la ha encontrado en su armario mientras tomaba una ducha y le insistió en usarla. También lleva pantalones blancos demasiado ajustados y zapatillas de deporte del mismo color. Son nuevas, así que destacan aún más. Su cabello se mira lacio y lo ha labrado un poco, en esta ocasión sin coleta alguna. No hay delineador entorno a los ojos, sólo brillo rosado en los labios. Es un poco como el viejo Sungyeol, el de los Estados Unidos, el que asistía al club de música de vez en cuando y a uno que otro partido de fútbol americano; el Sungyeol que no regresó a Corea.

                Deja escapar un suspiro. No logra comprender qué mosca le ha picado al menor para decirle qué puede o no usar. Sin embargo, le ha obedecido. A regañadientes y quejándose, pero lo ha hecho a fin de cuentas. Seguro el amante de la fotografía tiene una buena razón para ello. Quizá lo descubra cuando vuelva a la alcoba, ya que está tomando un baño también.

                Una última mirada a su reflejo y da la vuelta en dirección de la cama. Se acuesta, con las piernas colgando por el costado. Su diestra viaja por instinto a los labios ligeramente abultados. El recuerdo del beso durante la madrugada muy presente en su mente. Lo ha iniciado él, en esa misma habitación y sobre esa misma cama. Ha dormido junto a Kim Myungsoo, compartiendo el colchón, la almohada y las sábanas, refugiado en su pecho. Tan débil. Sólo que no se avergüenza. Las pesadillas se han ido y está descansado. El pelinegro no ha comentado algo sobre ello en el transcurso de la mañana, siquiera durante el desayuno o su intrépida búsqueda de “ropa adecuada”.

— ¿Qué estarán haciendo los chicos en este momento? — se pregunta en voz muy baja, apenas un susurro.

                Ellos no están encerrados en casa. Al menos no del mismo modo. Su madre conoce muy bien sus debilidades: la oscuridad, la soledad, el cautiverio, sus amigos y su hermano. Obligarlo a las tres primeras o privarle de las dos últimas representa un castigo suficiente. Castigo. Esa es una palabra que Sungyeol desconoció durante los primeros años de su vida. Tardó cerca de diez en acercarse a su descubrimiento. A veces quiere sentarse a discutir con alguien lo poco que sabe y nunca dijo sobre lo ocurrido en su adolescencia. Lo cierto es que no lo olvidó, sino que fingió hacerlo y con el paso del tiempo las memorias se escondieron incluso de él. Están por ahí; en el ático de sus pensamientos, esperando que abra la caja de pandora. Kevin también se encuentra oculto en ese sitio, protegido de lo que vaya a sucederle cuando la bomba estalle.

— Sungyeol, ¿estás bien? — la voz es suave y suena extremadamente cerca.

                El aludido se incorpora veloz, observando al recién llegado con un atisbo de culpa oculto en sus orbes de ciervo. Muy en el fondo, comparaba al Kevin de su pasado con el Myungsoo en su presente. No es correcto. Lo sabe bien. Por eso el leve remordimiento que le anuda la garganta y le revuelve el estómago.

— Sí — responde suavemente, apartando la mirada —, sólo pensaba en algunas cosas.

                Es verdad. Estaba pensando.

                Myungsoo sonríe y deja escapar una risilla tonta cuando se encuentra de pie frente al espejo en la habitación. Viste de negro, casi por completo. Pantalones entallados, de piel, dentro de unas botas militares con agujetas frontales. Su camiseta oscura tiene estampada una mezcla de tonos blancuzcos y rojizos. Ha tomado una de las bufandas (mascada, o como se llame) delgadas y ahora la tela le roza en un punto las clavículas y termina a la altura de su cadera. Para complementar el atuendo, una chaqueta, también de piel,  con zippers metálicos en las mangas y los costados. El cabello, aún húmedo, le cubre la frente, pero la idea de labrarlo fuera de su rostro le ilumina una bombilla sobre la cabeza.

— Por extraño que esto pueda llegar a sonar — habla el mayor, más para sí mismo que para el otro —, eso se ve sorprendentemente bien en ti — sonríe traviesamente, y el corazón del pelinegro da un vuelco al verle. — Casi me atrevo a decir que te ves caliente como el infierno.

                Es el mejor cumplido que Myungsoo ha escuchado en su vida, eso es seguro. Trata de no reírse como una colegiala enamorada, pero termina soltando una carcajada que suena como el graznido de un ave y Sungyeol no deja de decirle que ha roto el encanto y burlarse de él. Aunque las risas duran poco, porque el inquilino quiere hacerse amigo de un viejo y aceptado conocido de Sunggyu, y al castaño no le queda más remedio que prestarle al niño un lápiz delineador nuevo y explicarle la forma correcta de aplicarlo. Claro que, torpe como sólo él, Myungsoo termina conteniendo la respiración mientras el mayor traza su línea de agua a una distancia tan escasa que todo su varonil aroma le golpea. Sus ojos pican, pero hay una sonrisa traviesa plasmada en los labios del otro, así que no se queja.

                ¡Y al diablo con todo! Le gusta lo que ve: una imagen de sí mismo que jamás esperó contemplar.

— Ahora sí me atrevo a decirlo — asiente satisfecho el dueño de casa, jugando distraídamente con el cuello de su camisa. — Por cierto, ¿por qué debo usar esto mientras te pavoneas por ahí con mis mejores piezas?

                Myungsoo se ríe. Es cierto, todo lo que está usando es de Lee Sungyeol.

— Porque te ves adorable — responde sin más, y ambos se sonrojan tenuemente.

                Sungyeol deja escapar un sonoro bufido.

— Ewww — suelta sin borrar su sonrisa —, eso ha sido cursi.

— Lo siento — se excusa el menor riendo. — Son los efectos secundarios de pasar tanto tiempo con Woohyun.

                El castaño deja escapar otro bufido, pero después se ríe también.

La vida es realmente una cosa curiosa.

No hay duda.

 

 

 

 

 

— ¿Puedo saber por qué actuaste de esa manera allá dentro?

Howon sujeta el brazo de Sunggyu antes que suba a uno de los taxis aparcados a dos cuadras del restaurante de los Jang y lo arrastra en dirección contraria, hacia su propio coche. El mayor no habla en el breve trayecto, ofuscado. El más bajo suspira cuando consigue colarlo al asiento del pasajero y luego rodea el automóvil, ocupando su lugar tras el volante.

— ¿Qué está mal contigo? — intenta de nuevo, arrancando el motor.

— ¡¿No te diste cuenta, Hoya?! — exclama, gesticulando con las manos. — Ese idiota se estaba burlando y...

— Y ahora has quedado como un total imbécil y seguro cargaré con la mirada de cachorro extraviado de Dongwoo durante toda la semana — completa afligido, deteniéndose en una luz roja. — Caray, Sunggyu — agrega, sonriendo burlonamente —, sabía que tenías las hormonas alteradas, pero no pensé que hasta tal punto. ¡No debes tomártelo tan a pecho!

— Vete al diablo, Lee Howon — gruñe el mayor, cruzando los brazos frente al pecho.

— Eso quisieras, mi amigo — juguetea el otro, girando en una calle poco transitada. — Pero lo digo con toda franqueza, Sunggyu. No te tomes personales las palabras de ese chico, él sólo trata de llamar tu atención al mismo tiempo que finge no estarse muriéndose de celos.

                Sunggyu suelta una sonora carcajada. Hoya le mira con una ceja enarcada y su mejor cara de ¿qué?

— ¿Has perdido la cabeza? — escupe con malicia el pelirrojo, mirándolo como si fuese así. — ¿Llamar mi atención? Claro que no. Nam Woohyun es un completo fastidio, es más, es un dolor en el trasero,  pero dudo mucho que lo que quiera sea “mi atención”.

— Eso es verdad — concuerda el moreno, y después agrega con malicia: — Lo que de verdad quiere, y estoy seguro, es meterse en tus pantalones.

— ¡Ya, Lee Howon!

                Hoya se ríe histéricamente, como pocas veces. Sus ojos brillan como los de aquel que ha conseguido hacer una travesura sin ser descubierto. Sunggyu quiere golpearlo, fuerte, pero se contiene y traga el veneno que se desliza por su garganta. Howon está riéndose, casi parece feliz. Eso no ocurre seguido. No de esa forma. No hasta ese punto. Lo observa detenidamente, asombrado, y ante él ya no se presenta el muchacho de diecisiete años que ve a diario, sino el chiquillo de nueve años que lloriqueaba cada que la videollamada con Sungyeol estaba llegando a su fin. Una sonrisa aflora en sus labios, haciéndole olvidar el mal trago. Al menos hasta que...

— ¡¿Cómo que celoso?! — se exalta de nuevo, reparando en el curioso detalle. — ¿Celoso de qué?

                El menor pone los ojos. ¿Es en serio?

— No es un qué —decide responder, aparcando en el estacionamiento subterráneo —, sino más bien un quién.

— Ilumíname, oh gran...

— Nam Woohyun está celoso de Sungyeol — le interrumpe —, ¿realmente no lo habías notado?

                ¡Por supuesto que no!, quiere decirle, pero se muerde la lengua y permanece callado. No entiende por qué habría de ser así. Baja del coche al mismo tiempo que el menor y aún dentro del elevador da vueltas en su cabeza al asunto. Nam Woohyun celoso... de Lee Sungyeol. La realización lo golpea cuando la caja metálica se detiene en el piso donde se encuentra el apartamento de su amigo más joven.

— Hoya... — llama en un susurro, inseguro —, no estarás insinuando que a Woohyun le gusta Sungyeol, ¿verdad? Porque si no recuerdas...

                El dueño de «Paradise» quiere abofetearse mentalmente. Y nuevamente se pregunta: ¿Es en serio?

— No, Sunggyu — dice —, no estoy insinuando eso — introduce el código en la entrada y la puerta se abre. — Lo que estoy diciendo es que Woohyun está celoso de Sungyeol porque toda tu atención está sobre él — la puerta se cierra tras ellos —, es decir, está celoso de la relación que tienen ustedes dos porque...

— Porque qué — urge cuando lo ve dudar.

— Porque le gustas — se encoge de hombros, serio.

                Sunggyu se deja caer en el sofá. Definitivamente eso no está bien. Hoya ha captado las cosas mal. Sí, eso debe ser. Sólo que Howon es realmente observador y nunca se equivoca al leer a las personas. El mayor lo sabe muy bien, y por eso se siente repentinamente incómodo y mucho muy  idiota.

— Bien — inicia el de Busan al verlo tan callado —, empecemos a limpiar este lugar. Una semana significa mucho polvo y él odia el polvo.

                No. Hoya se ha equivocado en esta ocasión. Nam Woohyun no puede estar enamorado de él. Nunca.

 

 

 

Sungjong mira la pantalla de su teléfono celular con una ceja enarcada. «Nam Woohyun», indica la pantalla en letras grandes, y encima se mira una fotografía de la gran cara de idiota que tiene su amigo. Una fotografía que en ningún momento ha colocado. Simplemente grandioso.

— ¿Qué quieres? — gruñe apenas responder, poco interesado en lo que el otro tenga que decir.

— Necesito hablar con alguien — suelta el mayor, posiblemente haciendo pucheros. — Eres mi única opción.

— ¿No querrás decir “tu última opción”?

— ¡Venga ya, Sungjong! — grita, exasperado. — Sé un buen amigo por una vez.

                Crash. Sungjong pierde el aliento un par de minutos. Algo en su interior se ha resquebrajado apenas escuchar esas palabras. Él tiene razón. Nunca ha sido un buen amigo. Vive burlándose de ellos, beneficiándose de sus sentimientos. Jadea y cubre su boca veloz. Sungyeol le dijo que todos cometen errores, que todos se equivocan, que no es un monstruo. Tal vez es momento de remediar eso.

— Lo siento — dicen ambos a la vez, dejando escapar una risilla al percatarse.

— Adelante — le anima el más joven —, te escucharé.

— Gracias.

                Woohyun habla sobre sus preocupaciones, como es que no deja de pensar en Kim Sunggyu, lo poco que le agrada Lee Howon, lo mucho que le molesta Lee Sungyeol. Narra lo acontecido en el almuerzo y le pregunta por Myungsoo. Sungjong se ríe cuando le describe con todo lujo de detalle la sonrisa de Dongwoo cuando se fueron los otros. Parece más relajado para cuando acaba el relato.

— ¿Te digo cuál fue tu error? — pregunta suavemente, como una madre ante un niño inseguro.

— Por favor — replica el otro, y parece haber perdido algunos años también.

— Tocaste una fibra sensible de Sunggyu — asegura calmado. — Te reíste del infortunio de Sungyeol frente a ellos, aunque en realidad no conocías la situación en sí. Hay muchos secretos cuando se trata de ese trío, pero independiente de eso, es lógico que se enfaden, porque sí, Hoya también se ha de haber molestado. También yo lo hubiera hecho de estar ahí. Dime, ¿cómo te sentirías tú si alguien hablase mal de Myungsoo, por ejemplo? — Woohyun gruñe algo que el más joven no comprende. — Lo que quiero decir es que para acercarte a Sunggyu debes dejar de fastidiar tanto las cosas con Sungyeol.

— ¡Pero realmente me molesta!

— Lo sé — se encoge de hombros, restándole importancia —, pero confía en mí. Entre ellos dos no hay interés romántico alguno. Myungsoo y Sungyeol acabarán juntos.

— ¿Por qué estás tan seguro? — la curiosidad palpable a través de la línea.

— Mi sexto sentido — responde con orgullo Sungjong, sonriendo.

— ¿Intuición femenina?

— ¡Vete al diablo, Nam Woohyun!

                La llamada llega a su fin.

Por eso Sungjong no puede ser un buen amigo. Todo a causa de ese estúpido árbol.

 

 

 

 

Sungyeol se ríe, mirando las fotografías almacenadas en la memoria de la cámara profesional. Han usado la suya para hacer el trabajo, con Myungsoo lamentándose de abandonar a su bebé en su casa. Son buenas fotos. Tanto trabajo de jardinería ha dado sus frutos. El exterior de la mansión brinda a sus retratos un fondo lleno de vida. Las imágenes del castaño (tomadas por Myungsoo) son frescas, naturales, desbordando una calidez que su persona en pocas ocasiones deja ver a los demás. Es un rostro diferente de Lee Sungyeol; uno que hace el corazón del menor latir a un ritmo errático y sus piernas volverse de gelatina. Las imágenes del más bajo (tomadas por Sungyeol) parecen para una revista, prestan atención a cada detalle y realzan ese lado salvaje que Sungjong había descrito oculto en los orbes de gato del niño. Es otra cara de Kim Myungsoo; una que provoca ciertas dudas en el mayor y manda escalofríos por su columna.

— ¿Eres así con todos? — pregunta Myungsoo, sonriendo coquetamente.

                Sungyeol enarca una ceja, sin entender a qué se refiere.

— ¿Los invitas a pasar la noche contigo y al día siguiente les tomas fotografías como trofeo?

                ¡Santo cielo! El castaño le mira escandalizado, demorando un poco en notar que es una broma; y una mala, por cierto. Su compañero está entrando en terrenos peligrosos, y a él le gusta eso.

— Algunas veces — dice encogiéndose de hombros, aunque ambos saben que es mentira. — Sin embargo — agrega con un brillo travieso en sus ojos —, esta es la primera vez que dejo a alguien elegirme la ropa.

— Ewww — dice esta vez Myungsoo, sonrojándose levemente. — Ahora has sonado cursi.

— Lo siento, pero es el efecto secundario de convivir contigo.

                Myungsoo sonríe. Quizá tenga una oportunidad de verdad con Lee Sungyeol.

Notas finales:

Traté de hacer ver a Myungsoo y Sungyeol parte de una relación "fresca", aunque no sé si conseguí el efecto deseado. Creo que la trama se explica por sí misma. Espero nos estemos leyendo de nueva cuenta muy pronto. ^^


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