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Dos caras de la misma moneda por Hyunnieyeol

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Notas del capitulo:

13.08.17. Actualización un poco tardía, mas no ausente. Creo que este capítulo es una revoltura tremenda y que lo más coherente es el último fragmento. Para el sexto prometo hacerlo mejor, porque ahora sólo quiero sembrar dudas (?). ¡Nos leemos!

Capítulo V. De los malos entendidos que pueden causar daño

 

 

 

Sungyeol permanece en silencio. Sungjong comienza a desesperarse. El ambiente es tenso y al menor eso le crispa los nervios. No le molesta la ausencia de palabras, menos después de tantos años con Kim -casi mudo- Myungsoo, sino que sea precisamente la voz del castaño la que no se escuche en el aula. No quiere decir que le preocupa. Pero es eso. Así de simple. Está muy preocupado. Muy”, con negrita, en mayúscula, subrayado y en letras rojas. Sin exagerar.

 

— Sungyeol — intenta por diezmillonésima vez desde que la “clase” comenzó. — Sungyeol.

 

            El mayor sigue espaciando, perdido en pensamientos que el otro no lograría comprender jamás. Sungyeol no puede entenderlos tampoco. Son una nube de ideas confusas que se evaporan como gotas de agua en un día soleado, pensamientos que se transforman en humo y escapan de sus labios con cada suspiro y cada latido de su corazón. El pecho se le oprime y desconoce la causa. Una lucha interna se desata en su cabeza. Quiere recordar un evento, y es incapaz; quiere borrar los flashes extraños de ese tiempo, pero tampoco puede. A su mente vuelve el rostro del hombre en el restaurante y un sudor frío le recorre la nuca. “Es él”, repite una y otra vez en silencio -y en voz alta cuando está solo-, asustado. Sin embargo, una parte de él tiene dudas. Dudas que no se resuelven.

 

— ¡Lee Sungyeol!

 

— Oh, Sungjong… — reacciona al fin, cambiando la página del recetario. — ¿Acabas de llegar?

 

            El castaño menor aprieta el puente de su nariz con el dedo índice y el medio, enumerando las razones por las que no debe golpear a Sungyeol con una espátula. Mira de reojo el reloj. Lleva veinte minutos exactos ahí, hablándole al otro de todo y nada a la vez, en un vago intento por capturar su atención. ¿Y todo para qué?

 

— Sí — miente, mordiendo su lengua. — ¿Dónde está la profesora?

 

— No vino hoy.

 

            El silencio se instala nuevamente y Sungjong quiere tirarse de un puente. “¿Por qué demonios Myungsoo y Sungyeol tienen que ser tan asquerosamente parecidos?”

 

            Nunca, jamás, por nada del mundo, acabará de entenderlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Howon detiene sus pasos a mitad del pasillo. En otras circunstancias, el saberse seguido le irritaría de sobremanera, pero al tratarse de Sunggyu la cosa cambia no sólo un poco sino un montón. Se recarga en la pared y cruza los brazos frente al pecho, enarcando una perfecta y oscura ceja.

 

— ¿Cuánto tiempo piensas quedarte ahí?

 

— Cállate, no me dejas pensar.

 

Sunggyu se apoya en la pared contraria, con el ceño fruncido y una extraña mueca en su rostro. El más bajo le contempla sin mediar palabra, convencido de que algo extraño sucede y, para variar, no se ha dado por enterado. Tamborilea con los dedos sobre su brazo, impaciente. Kim cierra los ojos, ofuscado, y al abrirlos su mirada es totalmente distinta. Lejana al Sunggyu que conoce de siempre y cercana al que pocas veces surge. Un escalofrío le recorre entero. Esos ojos sólo pueden significar algo malo. Y Hoya tiene un mal presentimiento al instante.

 

— Sungyeol va a recordarlo todo pronto — anuncia con voz fría, monótona.

 

— ¿Qué se supone que hagamos? — su mirada se endurece también.

 

— Lo que nadie hizo antes: atraparlos.

 

— ¿Crees que el restaurante tenga cámaras de vigilancia? — el pelirrojo asiente con la cabeza, maquinando en su mente una trampa perfecta para alguien que aún no conoce. — Si alguien tiene acceso a esas cintas de video, es Jang Dongwoo.

 

— Sabes qué hacer, Hoya.

 

— Déjalo en mis manos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Myungsoo desliza una nota a su compañero de asiento y espera pacientemente una respuesta. El segundero de su reloj da una vuelta entera y el papel sigue en el mismo lugar que lo dejó, cerca del codo de Lee Sungyeol. Suspira y lo empuja un poco más, rozando el trozo de hoja con la piel pálida del alto. No hay reacción, y el aficionado a la fotografía se siente morir al saberse ignorado. La razón de ello no es una en especial, sino que odia sentirse intrigado por algo -o alguien, en este caso- y saberse incapaz de saciar su curiosidad.

 

— Sungyeol — le llama. — Oye — nada. — Tú — sin respuesta aún. — ¡Sungyeol!

 

— Sr. Kim, ¿tiene algo que compartir con el resto de la clase? — pregunta el profesor, endureciendo su tono y su mirada. El pelinegro traga pesado, completamente nervioso y avergonzado.

 

— No, señor.

 

— Eso mismo pensaba — y continúa con su cátedra, explicando unas imágenes con todo detalle.

 

— ¿Qué es esto? — escucha a Sungyeol cuestionar en un murmullo, mientras lee la nota. Entonces vuelve el rostro hacia él y el corazón de Myungsoo se detiene un instante. Nunca ha visto unos ojos tan tristes. Y espera no volver a verlos alguna vez. — Está bien — responde, sorprendiendo al menor. Para entonces, Myungsoo ha olvidado su pregunta. Sungyeol arruga el trozo de papel en su mano y parece tirarlo por ahí. La campana suena, dando por finalizada la lección.

 

            Myungsoo, entre fascinado y dudoso, le ve alejarse. Sungyeol es más que un desafío.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Woohyun se desespera, suspira y vuelve a hundirse en su asiento. Es la primera vez que se siente nervioso de cantar frente al resto de sus compañeros de curso. Muerde su labio inferior con fuerza y balancea su cuerpo sobre la silla, estirando los brazos, jugando con sus dedos. Sentado a su lado, Sunggyu le analiza con una seriedad abrumadora. A Nam le gustaría poder decir que no es culpa del pelirrojo el que se encuentre así, pero sería una completa y verdadera mentira.

 

            El profesor no es otro que Max Changmin, alguien que alguna vez perteneció a una agrupación muy famosa y ahora dedica su vida a entrenar jóvenes en una Academia de renombre como lo es Woollim. Woohyun jamás ha dicho algo malo acerca del hombre. Incluso lo admira. Sólo que la idea de ir uno por uno, según dicta la lista entre las manos del mayor, es estúpido.

 

— Kim Sunggyu, pasa al frente.

 

            El amante de los corazones deja de respirar cuando su compañero de orbes pequeños se pone de pie. Por un momento se ha olvidado que Kim va sobre Nam y que él jamás ha escuchado cantar a Sunggyu. Sus nervios aumentan. Sus palmas se tornan sudorosas y el corazón le da un vuelco. Woohyun vuelve a retorcerse, incapaz de estar quieto en su lugar, con los latidos a mil por hora y una ansiedad que no experimentó siquiera aquella vez que su mejor amigo tuvo un accidente grave y él esperaba fuera de la sala de emergencias la peor de las desgracias. Parpadea confundido y niega con la cabeza para alejar esos recuerdos extraños que de repente le dominan.

 

            Sunggyu también suspira, quizá porque igualmente está nervioso. Es su primera vez cantando frente a ese montón de curiosos que no esperan nada bueno de él. Echa una última mirada a Woohyun, que parece perdido en su propio mundo. Se esfuerza por no sonreír y en su lugar cierra los ojos. Changmin le da ánimo aunque no haga falta.

 

 

 

Siento que mis expresiones desinteresadas desaparecen con mi último aliento, y una vez más trato de olvidar mis recuerdos contigo. Eso siento, y entonces comienzo a temblar.

 

Incluso si mis ojos, labios y corazón quieren olvidarte, te siento siempre por las huellas que dejaste…

 

Por favor, no te quedes en mi corazón una vez que te hayas ido ~

 

 

 

Woohyun abre la boca visiblemente sorprendido. Dentro de su estómago hay un revoloteo que antes no ha sentido. “Como si fueran mariposas”, piensa mientras escuchar al otro cantar con algo más que el alma y corazón. Se mantiene con los ojos pegados al mayor, atraído por esa aura que le rodea mientras canta, por sus expresiones, por lo que le hace sentir.

 

            La canción termina demasiado rápido, según él, y su mirada encuentra la del pelirrojo. Quiere sonreír, decirle cualquier cosa, pero se queda quieto en su lugar por vez primera en las últimas dos horas, y Sunggyu cree ver algo de enfado en esos orbes marrones. Entonces Changmin felicita al mayor y le pide que recupere su asiento y llama a Woohyun para que los deleite con su maravillosa voz, ya que siempre ha sido el mejor de esa clase. Al menos antes de la llegada de Kim Sunggyu. Sin embargo, Nam no siente que deba competir con el nuevo estudiante, sino aprender de él, porque hay algo en la forma que tiene Sunggyu de cantar que cree le hace falta.

 

            “Como si fuera otra persona”, se dice en un murmullo que nadie escucha. Woohyun no está muy lejos de la verdad al pensar que hay un lado de Kim Sunggyu que no conoce.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El silencio es roto por un grito dentro del aula donde se imparte la clase de cocina. Algunos estudiantes detienen sus pasos a mitad del pasillo para tratar de descubrir qué ocurre. Entre ellos se halla Kim Myungsoo, quizá el único, de los presentes, que tiene una idea de quién o quiénes se encuentran en el interior del salón. La puerta se abre entonces y el asombro se refleja en todos los que están ahí.

 

            Sungyeol sale dando un fuerte portazo, con el rostro surcado por un enfado que no se le ha visto en el tiempo que lleva ahí. Por un instante, Myungsoo cree ver algo más oculto en su mirada iracunda, algo parecido al dolor o a la decepción. Un minuto, o tal vez dos, es lo que toma a Sungjong salir detrás del alto. Los murmullos no se hacen esperar. Con un sentimiento extraño, el pelinegro los sigue por el pasillo hasta que la bomba estalla.

 

— ¡Eres un idiota!

 

            Su grito hace eco entre los casilleros. Mentalmente los tres agradecen estar solos en el lugar, aunque ni siquiera sepan cuántos son en realidad. Lo que ocurre a continuación Myungsoo no lo espera ni en mil años. Las manos suaves de Sungjong, porque él sabe que lo son, empujan a Sungyeol por la espalda y le mueven dos pasos trastabillantes. El mayor emite algo parecido a un gruñido antes de dar la vuelta para contemplar a su “atacante”. El fuego arde en sus orbes de chocolate fundido cuando encuentra los almendrados del más joven.

 

— Vuelve a decirlo — exige Sungyeol amenazante.

 

            Y Sungjong sonríe con burla. Eso es todo.

 

            Myungsoo jadea cuando el castaño sujeta a Sungjong con fuerza y lleva su menuda espalda contra el metal de los casilleros. Quiere interferir pero su cuerpo está paralizado ante el torbellino de emociones proveniente del par que se mira cara a cara con recelo y algo más.

 

— No vuelvas a hablar de lo que no conoces — demanda el menor de los Lee enfadado, poco importándole tener al otro prácticamente encima y en una posición de fácil malinterpretación por cualquiera que la vea.

 

            Echa el rostro a un lado, indignado, y sus cabellos chocolate rozan la mano de su captor, casi como si buscaran caricias. Casi.

 

— Deberías tomar tu propio consejo — pronuncia Sungyeol entre dientes y Sungjong vuelve el rostro para mirarlo, atónito. Esto está llegando demasiado lejos. Ambos lo saben.

 

— Sungyeol…

 

            No hay más palabras venenosas. Tampoco miradas asesinas. Sólo queda un silencio de esos que se hicieron para romperse aunque nadie se atreva a hacerlo. Es Myungsoo quien se encarga de ello al jadear de nuevo, pero se cubre tan rápido la boca que los otros dos son incapaces de escucharle. “Igual no hubieran podido”, piensa el pelinegro repentinamente enfadado también.

 

            Da media vuelta y se aleja, perdido en sus pensamientos.

 

— ¡Eh, Myungsoo!

 

            Choca en su descuido con un Dongwoo sudoroso que parece venir de la práctica de baile y ahora se desliza hacia uno de los bebederos, empapándose el rostro. El de orbes oscuros tuerce la expresión, apoyándose en la pared, quedando al lado del mayor.

 

— ¿En qué tanto piensas? — cuestiona su amigo con una mezcla de curiosidad y preocupación.

 

            Un Myungsoo más silencioso de lo normal nunca es algo bueno.

 

— Nada, Dongwoo — y sonríe.

 

            Eso no es mejor. Dongwoo se preocupa de verdad luego de verlo diez segundos a los ojos. Sin embargo, Myungsoo no va a contarle que vio a Sungyeol y Sungjong besarse ocultos tras los casilleros. Mucho menos que hay un sentimiento extraño, desconocido y malo creciendo dentro de su pecho.

 

            ¡Quién iba a pensar que Kim Myungsoo conocería los celos ese día!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sungjong se siente culpable. Lo cual es curioso, porque él nunca se siente culpable. Mira la pantalla de su celular con un montón de dudas reflejadas en su rostro. Quiere llamar a Myungsoo, como antes, y pedirle un consejo, como antes. Pero no puede, porque las cosas no son como antes. Entonces considera el llamar a Sunggyu o a Howon, que no sería extraño; solo que, bueno, tiene una clara idea de lo que van a decirle y no desea oír eso. ¿Por qué? Porque se siente culpable, y odia mucho eso.

 

            Aún tiene presente en sus labios el sabor de los de Sungyeol, a pesar que han pasado al menos cinco horas desde ese beso que no debió ocurrir. Baja la cabeza, apoyando la frente contra la fría madera de su escritorio y hunde los dedos entre sus cabellos. Sungjong sabe lo que debe hacer.

 

            Con el celular en el bolsillo de sus jeans y las llaves en su mano izquierda, el muchacho de las facciones bonitas se desliza fuera de su apartamento con un ligero “clic” tras su espalda al cerrar la puerta. Se encuentra con una vecina que no le simpatiza frente al elevador, así que termina bajando por la escalera con una cara de fastidio. Agradece en todo momento el vivir en el cuarto piso, porque no lograría más de esa manera. El portero lo despide con una enorme sonrisa. Pasan de las siete y el día muere lentamente. Hace girar el llavero en su dedo índice, y el tintineo parece ir de acuerdo con cada paso que da. Poca gente camina por ahí a esa hora, y no sabe si sentirse agradecido por eso o no. Tres cuadras le separan del parque, y ese parque enorme (una manzana, en promedio) lo separa del Sungyeol que conoce, porque si hablamos del otro Sungyeol entonces tendría que viajar miles de kilómetros y años luz para -probablemente- no encontrarlo de todas formas.

 

— Siempre te comportas como un niño — recita al aire, con los árboles enormes como objetivo. — Ahora comienzo a creer que el único niño aquí soy yo. Lamento haber dicho eso, Sungyeol. Lamento ser un idiota y hablar de lo que no conozco. Lamento… que juguemos con nuestros sentimientos de esta forma. Pero lo que más lamento, es haber sido yo quien inició con todo esto.

 

            Suspira, y sabe que no será capaz de decirle eso al mayor. No hoy, ni mañana, ni el día siguiente. Nunca. Porque Sungjong no es únicamente infantil, sino también orgulloso. Aunque Sungyeol no se queda atrás, y es por eso que son tan buenos amigos. Amigos y un poco más, se atreve a pensar el más joven de los Lee mientras atraviesa el parque. Es su culpa que ambos sean de ese modo. El complejo departamental donde “vive” el castaño se alza ante sus ojos. Es un monstruo de diecisiete pisos con una seguridad que da miedo. Claro, si no eres conocido. Él tiene la suerte de pasar más tiempo entre las paredes de ese monumento arquitectónico que en su propio hogar.

 

— Buenas noches, joven Lee — saluda el hombre tras la recepción, sonriendo sinceramente.

 

— Buenas noches — responde él, un tanto incómodo ante tanto formalismo.

 

— Ha llegado en el momento adecuado — señala y lo confunde. — El niño Sungyeol regresó hace unos veinte minutos. De haber venido antes, le hubiese resultado imposible encontrarlo.

 

            Sungyeol nunca llega tan tarde al apartamento.

 

— Debe ser mí día de suerte — ambos fingen no detectar la amargura en sus palabras. — Gracias.

 

            Sungjong espera a que el elevador abra sus puertas. El celular vibra dentro de su ropa y se estremece junto con él. Es un mensaje de Myungsoo, y el menor siente que realmente ha cometido muchos errores recientemente. Ha decidido seguir como si no supiese que el pelinegro los vio discutir… y los vio besarse. Aunque técnicamente no se besaron, sino que Sungyeol lo besó a él porque… estaba enojado, se recuerda a sí mismo. Sungyeol lo besó para hacerle sentir lo mismo que él. Suena tonto cuando lo dice en voz alta, al tiempo que ingresa a la caja metálica, pero es el consejo que él mismo le dio hace meses. Se apoya en una de las paredes heladas, cerrando los ojos a mitad de un suspiro.

 

            Todo parece incorrecto. Por un instante, Sungjong no desea que las puertas se abran.

Notas finales:

En el futuro lo haré mejor. Lo prometo.


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