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Tu Deber por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Bueno pos ya teneis nuevo cap con nuestro Law-chan y alguna que otra sorpresilla, espero que os guste.

Muchas gracias por los reviews wapos, intentare mejorar lo de las faltas de ortografia, en serio que lo siento, pero bueno...

Un besoo

 

 

Law recogió el trapo por decimoctava vez y lo escurrió en el barreño de agua marrón. A continuación volvió a inclinarse sobre el impresionante suelo de mármol y volvió a restregarlo por la rugosa superficie hasta que pudo ver su reflejo en la piedra como si se tratase de un espejo.

 

Llevaba toda la mañana limpiando el suelo de aquella enorme sala que solo dos personas habían pisado en cientos de años. Y no era nada comparado con lo que le habían mandado hacer otros días. Al menos hoy estaba a la sombra, y no inclinado sobre el árido suelo con el sol quemándole la espalda.

 

Le odiaban.

 

Al parecer su comentario demasiado honesto en la prueba, se había extendido por aquel lugar de fe ciega como la pólvora, y no pasaba día en el que no tuviese que pagarlo. Había visto al otro chico rubio con el que había hecho la prueba varias veces en el templo, totalmente integrado con el resto de los chicos idiotas de su edad y, cómo no, riéndose de él a sus espaldas.

 

Law ya odiaba aquel lugar y no llevaba ni dos semanas. El primer día no había sido muy terrible. Le habían metido en los registros del templo en una ceremonia que ataba su alma a la del dios para siempre o algo así, y luego le habían enseñado el templo y dado una minúscula habitación que tenía supuestamente que compartir con algún chico que nunca había aparecido.

 

Después le habían dejado solo por primera vez desde que había entrado.

 

Se había abalanzado al instante a las salas de baño, que a esas horas estaban desiertas, a darse un baño para relajarse un poco de la tensión del día y quitarse el tacto y esencia de Kidd que aún seguían impregnados en su piel. Dios les echaba de menos. Como suele decirse "no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes". Y Law había perdido absolutamente todo. Echaba de menos los paseos con Ace por la tarde por el puerto, los comentarios atontados de Luffy mientras comían los deliciosos platos de la casa, o las broncas estúpidas y sobreprotectoras de Garp sobre que tuviese cuidado cuando salía a cabalgar. Echaba de menos a Pinguin, echaba de menos sus libros, echaba de menos su casa, su ropa, las termas del barrio donde discutía de lo que fuese con los vecinos...

 

Pero todavía no podía pensar en Kidd.

 

El dolor y la tristeza todavía estaban demasiado recientes como para poder recordarlo como una maravillosa etapa de su vida. Su pecho se apretaba intensamente sin dejarle respirar y sus ojos empezaban a picarle horriblemente mientras su piel se erizaba al recordarle.

 

Simplemente no podía.

 

Intentando no pensar en aquello como llevaba una semana haciendo desde que había ingresado en el templo, se centró simplemente en limpiar el suelo.

 

Frotar, enjuagar, escurrir.

 

Frotar, enjuagar escurrir.

 

Era tan irónico en lo que se había convertido su vida por la orden de una única persona. De tener un futuro brillante y lleno de metas y retos, había pasado a que su más grande preocupación fuese que le mandasen limpiar las letrinas. De los alucinantes libros de medicina y química aplicada, pasaba a la bayeta y cubo de fregar. De tener gente que le quería y apoyaba, a estar rodeado de personas que solo querían vengarse de él y destruirle…

 

Odiaba a la gente allí. Todos con la fe ciega en el Dios, riéndose a sus espaldas porque él creía en los libros mugrientos en vez de en milagros imposibles. Despreciando su inteligencia y conocimiento y creyéndose superiores con sus estúpidos rezos y alabanzas, y como si con aquello no fuese suficiente, intentando arruinarle la vida siempre que podían.

 

Por eso estaba limpiando aquella sala.

 

Aquel trabajo le había tocado a otra chica, pero esta había alegado, entre risillas cómplices, que tenía un terrible dolor de cabeza, y entonces el sacerdote había recorrido la sala de aprendices con la mirada hasta que la había posado en él que volvía manchado de barro de los jardines. Aun recordaba la sonrisa satisfecha y cruel que le había dedicado cuando le había mandado hacer todo aquello.

 

Pero a Law en el fondo le daba igual todo aquel odio y el trabajo forzado.

 

¿Para qué vengarse cuando no podía sacar ningún beneficio de hacerlo? ¿Por orgullo? ¿El que había perdido cuando le habían mandado a aquella mierda de lugar como si nada? No, ya no tenía fuerza ni motivos por los que pelear o plantar cara, y además, las tareas físicas como aquella distraían su mente lo suficiente como para no tener que pensar en cosas en las que definitivamente no quería pensar.

 

Aun así era cierto que su cuerpo comenzaba a resentirse de toda aquella rutina.

 

Se levantaba antes de salir el sol y ayudaba con los demás aprendices a preparar el desayuno, que consistía en unas asquerosas gachas de trigo y un durísimo mendrugo de pan. Luego rezaban y rezaban en el templo, y cuando Law pensaba que sus piernas ya habían muerto para siempre por estar tanto tiempo sentado en la misma posición, volvían a levantarse y a arreglar el templo hasta la perfección. Luego otra comida a base de agua con algo flotando y a la cama.

 

Law aprovechaba la última hora del día para bañarse. La gente estaba cómodamente dormida y la piscina totalmente vacía como había descubierto el primer día. El agua estaba templada por el calor del sol y podía observar el cielo a trabes del agujero en el techo.

 

Se tiraba horas nadando allí. Disfrutando del único momento libre que tenia, recordando los nombres de las constelaciones en el cielo e intentando que no se le olvidase ninguna de sus historias ni conocimientos de astronomía, y entonces, cuando sentía los dedos arrugados o la noche demasiado fría, volvía a la cama.

 

Suspiró deseando que ya fuese de noche, o que al menos, la sala no fuese tan grande.

 

La verdad, era una de las más grandes que había visto. El templo desde dentro era mucho más grande de lo que se percibía desde fuera. Las salas públicas dedicadas para la gente común que venía a pedir al templo, solo eran una pequeña porción comparadas con el resto. Había dos pabellones principales separando a hombres y mujeres como siempre. Tenía cocinas en las que se podía cocinar para un ejército, salas de estudio donde se leían los libros sagrados y los aposentos del oráculo.

 

Y luego estaba los aposentos prohibidos del dios y los sacerdotes a los que nadie podía acceder sin su permiso a riesgo de castigo. Aquel lugar que desde el principio habían tentado su curiosidad y ya había planeado varias estrategias para colarse.

 

Mientras repasaba sus planes conspiratorios, de repente unos pasos repiquetearon en el mármol a su espalda.

 

— ¿Trafalgar Law?—preguntó alguien y las palabras retumbaron en la enorme sala de columnas blancas y altos techos.

 

Law levantó la cabeza con cara de cansancio mientras paraba su trabajo intentando adivinar lo que le mandarían hacer esta vez. ¿Pelar montañas de patatas? ¿Lavandería? Juraba que como le volviese a tocar arrancar hierba del jardín no respondía…Sin embargo el hombre al que vio era alguien al que no había visto nunca. Alto, serio y muchísimo más musculado que toda la gente de aquel deprimente lugar.

 

—¿Si?—contestó como única respuesta.

 

—Sígueme—ordenó el otro dándose la vuelta con la confianza de alguien que sabe que van a acatar sus ordenes sin dudar—el dios quiere verte—

 

Law parpadeó un momento. ¿el dios? ¿Por qué? Es decir, sabía que había entrado en aquel lugar por su culpa, pero no le había visto ni una vez desde que había llegado y supuso que aquello solo había sido una forma de venganza contra él por lo dicho durante la prueba. No esperaba que el dios realmente se interesase por él.

 

Levantándose a trompicones siguió al otro por los pasillos del templo. Recorrieron pasillos cruzándose con gente que le dedicaba a él miradas enfadadas y se inclinaban respetuosamente ante su guía. Cada vez fueron adentrándose más en el templo hacia las zonas prohibidas y sagradas donde vivía el dios y los sumos sacerdotes. Law sin dudarlo hizo un plano mental de la zona planeando futuras y no tan legales visitas.

 

—Cuando estés en frente a su señoría no le mires a los ojos—comenzó de repente el moreno que hacía de guía—no hables a menos que te lo pida y recuerda tu lugar cuando lo hagas, no te quejes, no protestes y haz cualquier cosa que te pida— le alertó.

 

Law asintió resignado pero inconscientemente volvió a ponerse la máscara impenetrable ocultando sus emociones como si se estuviese protegiendo de un peligro que intuía.

 

Finalmente, después de recorrer laberínticos pasillos todos exactamente iguales que los anteriores, llegaron a una habitación. Llamarla enorme seria quedarse corto. Era descomunal. El techo altísimo de mármol estaba decorado con detallados dibujos de historias de la mitología. Tantos, que Law sabía que podría quedarse horas contemplándolos y recordando sus historias. Los suelos estaban cubiertos con preciosas alfombras del vecino imperio Persa y la columnata dorada de la pared del este, dejaba ver un impresionante jardín cubierto que parecía una selva, con una enorme piscina en el centro para bañarse, el triple de grande de la que él solía usar.

 

Los muebles que la inundaban no se quedaban atrás. Una enorme cama situada contra una pared parecía capaz de poder absorberte por completo entre los mullidlos cojines y mantas de un tejido, que nunca había visto, pero que parecía ser suavísimo. Había sillas doradas con decoraciones egipcias, mesas sobrias de oscuro roble del norte cubiertas de libros en extrañas lenguas, o comidas imposibles que con su simple visión hacían que Law comenzase a relamerse ansioso...

 

Aquella única sala superaba cualquier fantasía de lujo que jamás se hubiese podido imaginar. Ni el mismo emperador de Roma podría superar aquello. Su guía le condujo justo hasta el centro de la habitación y le hizo arrodillarse sobre una alfombra de enrevesado patrón con un certero golpe en la parte de atrás de las rodillas. Sin piedad, como siempre.

 

—Aquí está el muchacho que quería, señor—

 

Y fue entonces cuando Law se fijó en el enorme hombre tumbado en uno de los sofás, tomando tranquilamente el sol que entraba por las columnas a través de las transparentes cortinas. Rápidamente sintió unos dedos clavándose en su nuca empujando su cabeza hacía el suelo recordándole que no podía mirar a su señoría.

 

Apretó los dientes y cuando la mano de apartó de su cabeza esta vez tuvo más cuidado de estudiar al tal dios, moviendo ligeramente la cabeza y alzando su vista.

 

El hombre tenía el pelo rubio y realmente se parecía a la estatua que había visto en el templo. Con aquel pecho musculado, la pose arrogante de quien domina el mundo desde que tiene dos años y la sonrisa ladeada más extraña que jamás había visto en su vida. Llevaba unos pantalones como los de los gladiadores, el pecho descubierto a excepción de una especie de chaqueta abierta como las que solían usar los bárbaros y un medallón dorado decorándole el pecho.

 

Escuchó al hombre levantarse y acercarse hasta pararse enfrente de él. Law contuvo el aliento mientras la ligera brisa revolvía las cortinas haciéndolas ondular en el silencio de la habitación. Observó entonces aquellas fuertes y enormes piernas flexionarse hasta que el hombre quedó arrodillado enfrente de él.

 

Su guía se removió incomodo, mientras Law intentaba con todas sus fuerzas no levantar la mirada y observar la cara del hombre que le había arruinado la vida, el que le había quitado todo y encerrado allí. El hombre soltó una ligera risilla y levantó una mano posándola en su mentón. Law sintió como el otro le alzaba la cabeza para mirarle y ya no pudo más y sus ojos se movieron solos en busca de aquella cara.

 

Morado. Aquellos malditos ojos que había visto la primera vez en el templo y que había pensado que no podían ser humanos volvían a estar enfrente suyo en toda su gloria. Volvió a temblar sintiendo de nuevo el peso de aquella impresionante mirada sobre él, cortándole la respiración, oprimiéndole el pecho, más fuerte, más potente...

 

Jadeó atontado.

 

—Simplemente impresionante— comentó por primera vez el dios, con una voz tan grave y tan poderosa que Law supo que podía morir si al otro se le antojaba. El dedo del rubio delineó su labio inferior suavemente captando la respiración acelerada que escapaba de su boca.

 

Los ojos violetas seguían escrutándole como buscando ansioso algo en él, con aquel tono divertido y peligroso que le hacía sudar. De repente el Dios le soltó, se levantó y Law perdió el contacto visual y pudo volver a respirar.

 

—Es el único que ha podido aguantar mi mirada sin desmayarse a tan corta distancia—comentó de repente el rubio dirigiéndose a su guía—ni siquiera tu lo resististe, Vergo—

 

Law volvió a recuperar ligeramente la cordura gracias al aire de nuevo en sus pulmones y observó como el rubio apoyaba una mano en el hombro del guía con el mismo aire divertido que había usado con él, y como el otro fruncía el ceño ligeramente.

 

—Bueno Law, ¿sabes quién soy? —volvió a la carga el rubio enfocando toda su atención de nuevo en él y dejándole de nuevo ahogado con su intensa mirada.

 

—El dios de Delfos—siseó Law dedicándole una mirada de puro odio, importándole ya una mierda lo de no mirarle a la cara y fingiendo, de paso, que no se estaba asfixiando.

 

El dios río alegremente acercándose a él, aun arrodillado, mientras el moreno a sus espaldas fingía haberle no escuchado pero apretaba los puños fuertemente prometiendo que aquella falta de respeto la iba a pagar.

 

—Sí, si, el dios, fufu—el rubio se detuvo a su lado y Law se concentró en normalizar su respiración intentando no mostrar ninguna debilidad—ese es uno de mis innumerables nombres, pero tú Law, me puedes llamar Doflamingo—

 

Law no había visto cuando se había vuelto a arrodillar a su lado, o cuando su cara había quedado tan cerca de la suya, pero lo que no se le escapó fue el tono de la última frase. Un tono bajo y suave, pero que con aquella mirada repentinamente seria le intimidaba más de lo jamás algo lo había hecho. No era una sugerencia. Era una orden de un dios.

 

—Dofla...mingo—murmuró débilmente intentando deletrear el extraño nombre.

 

—Exacto Law, muy bien—le respondió de nuevo con aquella rápida sonrisa, halagándole como si fuese un perro que hubiese conseguido entender por primera vez a su amo.

 

Law frunció el ceño.

 

Pero antes de que se le ocurriese un comentario ingenioso, que pudiese ofender pero que no pareciese un insulto y le ocasionase un castigo, el rubio le tomó del brazo y le levantó de un tirón dejándole de pie.

 

—Y ahora Law acompáñame que tenemos mucho de qué hablar— y sin más tiró de él dirigiéndose al patio con la piscina y dejando atrás al moreno de mirada cabreada.

 

Y Law se dio entonces cuenta de una cosa. Iba a hablar a solas. Con un dios.

 

Notas finales:

Pos ya esta, lo que muchos andabais esperando: a aparecido Doffy por fin.

¿Que espereis que quiera Doffy de Law? ¿De que querra hablar? ¿Que opinais de la vida de Law en el templo? ¿Que ha sido de Kidd?

En fin, muchas gracias por leer, pero estoy cansada asi que aqui os dejo.

Un besooo y dejadme reviews cacho panes.

Chauus~


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