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Tu Deber por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Buenooo se que esto lo tenia que haber subido ayer pero hoy tenia examen y necesitaba la tarde para estudiar asique os lo subo hoy, espero que no os importe.

Bueno, lo de los reviews igual, lo siento pero no he tenido tiempo asique ya los ire respondiendo.

Y sin mas royos aqui os lo dejo.

 

~Dos Días Después~

 

Eran ya las doce de la maldita mañana y Doflamingo estaba sentado en el maldito trono dorado con impresionantes incrustaciones y gravados, tamborileando impaciente con los dedos en el reposabrazos. Llegaban tarde. Y no diez minutos o media hora tarde como la gente normal, no, llegaban cuatro putas horas tarde. ¿Pero quién se creía que eran para hacerle esperar? ¿A él, el maldito dios de aquella ciudad?

 

Observó cansado a las dos personas a su lado. Vergo a su derecha balanceaba el peso de su cuerpo de un pie a otro claramente cansado de llevar de pie tanto tiempo sin hacer nada, pero sin quejarse en lo más mínimo. La verdad, nunca había entendido el aprecio y lealtad que le tenía ese hombre, desde el primer momento en que había entrado en el templo le había seguido como un perro fiel y nunca le cuestiona nada que hacía. Le molestaba bastante. Que alguien te apoye en todo momento, aunque estés destruyendo la vida de la gente y haciéndola sufrir, no hablaba muy bien a su favor. Pero no se iba a quejar. En el fondo el moreno era un buen subordinado y sabía que podía confiar en él sin ningún problema.

 

A su izquierda Robin cabeceaba ligeramente con la mirada difusa. Ella era el oráculo de aquel templo y por la que el templo era famoso. Ella era a la que hablaban los dioses y por la que gente de todas partes del mundo llegaban para que les predijese el futuro. Y visto así parecía algo realmente mágico y hermoso. Aunque lo que la gente no sabía era que sus predicciones aparecían solamente cuando ella entraba en trance después de haber sido drogada a la fuerza con potentes alucinógenos que la dejaban medio muerta. La mujer había sido también bastante difícil de educar en ese sentido, al igual que Law, las peleas e intentos de escape habían sido varios en los primeros años, aun recordaba cómo había pataleado y suplicado entre lágrimas por qué no la drogasen otra vez. Realmente había sido patético. Pero al final había caído, unas cuantas mentiras por aquí, otras cuantas amenazas por allá y al final la tenía comiendo de su mano como con todos.

 

Pero lo que ahora le preocupaba no eran ellos. Lo que le preocupaba ahora era la puerta que seguía cerrada enfrente de él a cal y canto después de un ligero pasillo de columnas. Estaban en la sala de audiencias, la sala imponente y brillante construida con el único propósito de desalentar a las visitas que osasen llegar. Aquella sala en la que debían haber comenzado una reunión de guerra hacia cuatro horas pero que todavía seguía cerrada.

 

—¿Qué ocurre? ¿Por qué tardan tanto?— le preguntó a Vergo con un tono tenso y claramente muy cabreado.

 

—No lo sé señor—respondió este— el mensajero dejo muy claro ayer que llegarían sobre la madrugada, a lo mejor ha pasado algo— contestó sabiendo exactamente lo mismo que el rubio del asunto.

Doflamingo chasqueó la lengua y función el ceño aún más molesto. Lo estaban haciendo aposta, estaba claro.

 

—Esto es una gilipollez— comentó levantándose dispuesto a irse. No pensaba gastar ni un segundo más de su tiempo.

 

Y justamente, en el momento en el que se estaba levantando del asiento se escuchó el chasquido que anunciaba que la puerta se estaba abriendo. Qué casualidad. Pensó entonces el rubio volviendo a sentarse molesto mientras espachurraba el reposabrazos entre sus manos cada vez más harto de todo aquello.

 

Unas voces inundaron la estancia entre comentarios divertidos y cómplices, como si fuesen un grupo de viejos amigos y no una pandilla de hombres a punto de declarar una guerra. Doflamingo reconoció entonces, ligeramente sorprendido, a algunos de los generales de la ciudad, Monkey D Luffy, Portgas D Ace, Bartolomeo...y al frente del grupo venían los dos hombres a los que Doflamingo más temía en aquel momento: Kidd emperador Romano y Darío el rey persa.

 

El primero traía la ropa con que le había visto el otro día solo que esta vez sin la capa que le tapase y ocultase del mundo, dejando que la armadura dorada brillase imponente bajo la luz de la mañana al igual que la espada que portaba al cinto y su cabello rojo sangre. El segundo en cambio iba un poco menos ostentoso como se esperaba de alguien de su edad. Era un hombre que debería ya rondar los sesenta como anunciaban las blancas canas en su oscuro cabello o las oscuras arrugas alrededor de sus ojos. Aun así era un hombre alto y bastante fornido lo que le daban un aspecto aún más duro e intimidante. Llevaba una de las características chaquetas oscuras y largas persas con complicados patrones dorados decorándolas y el cuello alto y estrecho. Unos pantalones y unas pesadas botas completaban el conjunto con el curvado sable.

 

Darío era quien más le preocupaba en aquellos momentos. A Kidd ya le conocía y sabía más o menos como bailar con él o como provocarle para que hiciese algo específico, pero Darío en cambio seria el que bailaría con él. Sabía que aquel hombre era inteligente y fuerte, le había estado vigilando durante largos años y sabia de lo que era capaz. Después de todo el imperio Persa no había sobrevivido todos aquellos años y se había convertido en un imperio por pura casualidad. Según su última charla con Kidd no sabía si el hombre conocía la retorcida verdad que escondía, pero definitivamente era lo último que quería que supiese.

 

Ambos hombres se detuvieron enfrente suyo sin dedicarle ni la más mínima muestra de respeto, ni reverencia, ni saludo, ni la más mínima deferencia. El silencio tenso volvió a establecerse en la sala mientras un bando se enfrentaba al otro solo con la mirada.

 

—Lo siento me quede dormido—comentó Kidd con una sonrisa de burla en su cara mirando a Doflamingo.

 

Doflamingo escucho un chasquidomientras su mano rompía la pesada silla de oro por la fuerza con que la estaba estrujando. Dios, lo que pagaría por ver al pelirrojo muerto. Sin embargo aunque sus ojos estuviesen taladrando al chico, su boca esbozo una torcida sonrisa.

 

—No pasa nada— respondió educadamente.

 

Kidd le sonrió cada vez más divertido con todo aquello.

 

—Espero que hayas pensado en mi propuesta de la última vez— comento entonces el pelirrojo—...y que hayas llegado a una conclusión razonable—insinuó con una ligera indirecta.

 

Doflamingo quiso reírse del hombre y lo predecible que era, pero en cambio solo se recostó un poco más en el asiento y apoyó su cara en el dorso de la mano obligándose a relajarse.

 

—Puede—

 

—¿Y cuál es?—respondió Kidd adquiriendo de repente un tono serio y dejando el juguetón y de burla.

 

Doflamingo se echó hacia adelante entonces con la sonrisa aun presente en su boca, sus codos se apoyaron sobre sus rodillas y cruzó los dedos de las manos a modo conspirador. Aquello iba a ser divertido.

 

—No pienso dártelo—sentenció convencido.

 

El silencio volvió a extenderse mientras las palabras calaban al pelirrojo. Doflamingo espero una reacción, el enfado y gritos del menor, sin embargo, para su sorpresa, la respuesta del otro no fue lo que se esperaba.

 

Kidd estalló en carcajadas mientras el resto de los presentes se tensaba ante la estridente risa. Doflamingo levanto una ceja curioso y cada vez más molesto, sin entender del todo lo que pasaba por la cabeza del hombre. Pensaba que sabia manipularlo, la ultima vez había sabido manipularle, pero ahora cada vez estaba menos convencido de poder hacerlo.

 

—Lo suponía—dijo entonces Kidd dejando de reír de repente pero aun sonriéndole divertido—por eso me gustaría presentarte a alguien...—

 

Y haciendo un gesto al grupo detrás de él les animo a acercarse.

 

— A estos seis ya les conocerás, son tres de tus generales junto con sus subgenerales...—indicó señalándoles con un gesto general— y te acaban de traicionar para apoyarme a mí—anunció como si tal cosa.

 

Luego agarró a un hombre vestido con pieles de animales, cuero y capas oscuras que curiosamente le daban un aspecto demasiado elegante y delicado. Tenía el pelo rubio plateado largo y unas curiosas marcas en la frente que llegaban hasta las cejas. Doflamingo estaba seguro de que nunca había visto a aquel hombre, es más, por su aspecto diría que no era ni de Grecia.

 

—Este es Hawkins, jefe de un grupo de barbaros del norte que ha decidido ayudarme a cambio de que le deje saquear tu templo hasta los cimientos igual que tu saqueaste el suyo— Comentó con cara de aburrimiento. Doflamingo observó al mencionado hombre que le miraba a la vez con pinta de querer abrir un agujero en su pecho.

 

Si, se había buscado muchos enemigos, y aunque no se acordase ni de la mitad el rubio identifico perfectamente al hombre.

 

—Y por último, aunque supongo que ya os conocéis, te presento al actual regente de Persia, Darío III y gran amigo mío que se ha interesado por una curiosa historia que le conté sobre ti— dijo con aire conspirador.

 

Y fue solo, ante este último comentario y solo por este, por el que Doflamingo empalideció ligeramente. Mierda, asique Darío lo sabía. Tenía que acabar con aquello rápido, cortarles de raíz sin la más ligera vacilación.

 

—Y ahora que ya nos conocemos déjame repetirte la pregunta—siguió Kidd sonriente dando ya por ganada su batalla— ¿Me devolverás a Law?—

 

Doflamingo recorrió a todos con la mirada, en silencio, con aquellos ojos morados que hacían a la gente caer de rodillas incapaces siquiera de respirar, volcando en ellos toda la rabia y desagrado que le provocaba aquella situación. Y ni siquiera uno de aquellos hombres temblaron o empezó a costarle respirar, es más alguno le devolvió una mirada retadora, sobre todo los dos generales que Doflamingo recordaba que habían sido familia de Law. Esos dos morenos parecían capaces de abalanzarse sobre él y matarle a golpes allí mismo.

 

Aquello le hizo gracia y sin poder evitarlo se comenzó a reír falsamente.

 

—Fufufu, a ver si lo he entendido… —empezó— vais a traicionar a vuestro propio país, a luchar contra vuestro amigos, familias y todo lo que conocéis—enumeró dirigiéndose a los generales— vais a iniciar una guerra contra un país aliado con el que siempre habéis tenido buenas relaciones—esta vez se dirigió a Darío— …¿por algo que ni sabéis si es verdad o solo una mentira?¿por una sola persona?—

 

Hubo intercambio de miradas incomodas, hubo movimientos nerviosos, pero al final la única respuesta que se escucho fue una.

 

—Si—

 

Doflamingo estalló en risa histérica mientras se recostaba contra el asiento del trono y se tapaba los ojos con la mano para intentar contener las lágrimas de risa. Dios aquello no tenía precio. Era demasiado bueno. Tenía a una panda de idiotas reunida enfrente de él. Aquello iba a ser tan fácil como quitarle una golosina a un niño.

 

Así que rió hasta que al cabo de un rato consiguió tranquilizarse y calmarse lo suficiente como para mirar al grupo que tenía delante sin volver a estallar en carcajadas.

 

Y comenzó la parte divertida.

 

—Fufufu ¿y a alguno de vosotros se le ha ocurrido pensar en algún momento, en lo que Law realmente quiere?—sus invitados le miraron confusos sin entender a que se refería y él amplió aún más su sonrisa— ¿realmente pensáis que Law va a querer volver a la casa de una familia que le abandono hace ya años sin ningún remordimiento?—comentó mirando a los dos hermanos—¿pensáis que después de tanto tiempo y haber vivido tantas cosas os sigue queriendo?—murmuro esta vez mirando Kidd— no habéis pensado que a lo mejor aquí es feliz y que tiene todo lo que alguien puede desear...—

 

Y según acababa su pequeño discurso se regodeó al ver la repentina cara de duda de la mayoría ellos. Los hermanos D. habían bajado la cabeza y miraban el suelo con cara dolida y arrepentida, claramente dudando ahora de que Law les siguiese queriendo como hermanos. Pero lo mejor de aquello fue la cara de Kidd que de repente había perdido color. Doflamingo quiso reírse de él y de sus inseguridades, quiso restregarle su falsa victoria por la cara, pero solo se deleitó con el ligero temblor de las manos de este y su mirada de sorpresa. Realmente no había pensado en ello y había dado todo por hecho. Patético.

 

—No lo habíais pensado ¿verdad?— no pudo evitar carcajearse— después de todo solo os acordáis de Law cuando os conviene, cuando me queréis derrocar o cuando os queréis vengar. Nunca pensáis en lo que él realmente puede querer, simplemente sacáis las suposiciones que os convienen y os sentís orgullosos de vosotros mismos al presentaros aquí después de seis años—sus ojos morados brillaron ansiosos al ver como con cada palabra suya el grupo parecía hundirse más y más— realmente me dais asco— finalizó con una mueca de disgusto.

 

Y allí estaba. El pequeño grupo con sus líderes derrotados en un instante con unas simples palabras. Siempre era demasiado divertido aprovecharse de las dudas e inseguridades de la gente. Siempre era demasiado fácil. Recorrió el grupo con los cabecillas que seguramente habían liderado el ataque por los suelos. Los dos hermanos temblaban totalmente avergonzados y humillados, y aunque un peliverde y un rubio intentasen consolarles no servía para nada. Kidd también temblaba. Y su cara de sorpresa y desesperación era una que recordaría en sus más placenteros sueños, pensó Doflamingo.

 

Y es que aquellas palabras les habían destrozado por una muy simple y deliciosa razón. Porque eran la verdad. Y aquello dolía más que cualquier mentira.

 

Aunque a Doflamingo le sacaba de quicio. Aunque no quisiese que tuviesen éxito en el rescate, le enfadaba que se presentasen justo ahora. Después de seis años. Como si de repente se hubiesen acordado ahora de que tenían un hermano o de que habían tenido un amante de jóvenes. Seis malditos años en los que no se habían dado ninguna prisa en decir nada, seis años en los que no habían intentado absolutamente nada para recuperarle. Y lo peor de todo es que Doflamingo sabía que Law seguramente se lo agradecía ahora, que pasaría por alto los años de abandono y les abrazaría más feliz y agradecido que nunca. Dios solo de pensarlo su sangre empezaba a hervir. Law no se merecía aquello. Para nada.

 

Fulminó de nuevo al grupo con la mirada viendo como esta vez algunos sí que temblaban y comenzaban a boquear. Les iba a destruir allí mismo. Para que se diesen cuenta de la basura egoísta que eran. Sin embargo antes de que pudiese decir nada fue una voz calmada pero poderosa la que le interrumpió.

 

—En ese caso tráenos al chico y le preguntaremos a él lo que quiere hacer—murmuró Darío mirándole con el aire calmado de siempre, con aquella voz grave y rasposa pero que no admitía replica— preguntémosle a él si quiere quedarse contigo o marcharse con nosotros—

 

Y con aquellas simples palabras el grupo recuperó la fuerza. Y empezaron a alzar las voces pidiéndole por ver a Law.

 

Mierda, se le había olvidado que tenía a un verdadero rey delante, a uno que había peleado en miles de batallas y levantado el ánimo a miles de soldados. A alguien que había gobernado Persia como regente mientras el trono legitimo seguía vacío. Miró a Darío serio y este le devolvió una mirada igual de fulminante retándole a negarle lo que le había perdido.

 

Por dios, estaba claro que lo sabía.

 

Por eso quería ver a Law y había dicho lo que había dicho, no solo para abrirles a los demás los ojos, sino porque él también necesitaba confirmarlo.

 

Doflamingo se encontró entonces entre la espada y la pared. Si se negaba a que le viesen sería demasiado obvio que ocultaba algo y que mentía, y si les dejaba verle la cosa acabaría allí mismo y lo sabía. Persia y Grecia entrarían en guerra. Necesitaba tiempo para pensar. Podría recurrir a las leyes de la ciudad, alegar a que Law, por obligación, debería quedarse allí aunque no quisiese, podría recurrir a...

 

El viejo hombre de mirada cansada seguía fulminándole, con aquellos ojos grises, casi rogándole por que le dejase verle, diciéndole sin palabras que haría cualquier cosa con tal de verle.

 

Realmente era su viva imagen.

 

Doflamingo suspiró. Mierda.

 

—Vergo, llama a Law—

.

.

.

Law se había levantado aquella mañana solo entre las sabanas, sin Doflamingo a su lado abrazándole posesivo. Al principio no le dio mucha importancia al hecho, después de todo, aquello pasaba muchas veces, no era lo habitual pero tampoco era algo extraño. Lo que sí que le extraño fue no ver a Vergo con una mesa ya preparada con comida a rebosar como había pasado siempre.

 

Fue entonces cuando se dio cuenta que, por primera vez en muchos meses, estaba solo. Y aquello le asustó y agradó a la vez. Le asustó porque Doflamingo nunca le había dejado vagar libremente por el templo desde lo del "incidente". Y aquello solo podía significar dos cosas: que se había cansado de él o que algo grave había pasado. Y Law no sabía cuál era mejor, si perder el afecto de la única persona que ahora le quedaba, o sí que algo amenazase con su tranquila vida en el templo.

 

Pero por otra parte por primera vez en mucho tiempo pudo hacer lo que le vino en gana sin que el rubio lo supiese al minuto siguiente. Ligeramente aturdido todavía por el sueño se estiró sobre las mantas como un gato y salió del mullido calor de la cama. Se preparó otro chocolate tranquilamente y se bañó en la larga piscina disfrutando de aquel patético momento de felicidad. No estaba haciendo nada malo en el fondo ni pensaba hacerlo, no quería volver a enfadar al dios que podía volver en cualquier momento. Pero disfruto el baño como nadie nunca lo había hecho. Luego salió, se vistió con cualquier cosa y se sentó al lado de la pequeña chimenea con un grueso libro entre las manos.

 

El rubio le había comprado en los primeros meses que había estado con él, una enorme colección de libros sobre medicina para intentar ganarse su perdón por lo de Kidd. No lo había conseguido pero Doflamingo tampoco se los había quitado. Y la verdad algunos eran tan raros y de lugares tan lejanos que había tenido que pedirle al de ojos violetas que se los tradujera. Aquello nunca acababa bien, porque Doflamingo entonces le cogería, le sentaría en su regazo y mientras le susurraba las palabras del libro al oído sus manos recorrerían calientes su cuerpo haciendo que nunca acabasen de leer el libro, sino haciendo algo más "divertido" según el rubio.

 

Pero el libro que tenía ahora entre las manos era diferente, era uno de los clásicos griegos y de los que se conocía de memoria y que comenzó a leerlo con un deje de añoranza.

 

Y fue entonces, cuando estaba sumergido totalmente en la lectura cuando apareció Vergo, le arrancó de su pequeño rincón entre libros y el calor de la chimenea, y le arrastró a toda velocidad y sin mediar palabra, por pasillos por los que nunca había ido hasta llegar a una pequeña puerta oculta tras una pared. Y entonces se detuvo y le dedico una mirada furibunda. Law parpadeó confuso sin entender toda aquella prisa y cabreo. ¿Qué estaba pasando?

 

—Más vale que no nos decepciones criajo, sobre todo después de lo que hemos hecho por ti—y sin más abrió la puerta y le obligó a pasar.

 

Dentro se encontró con un Doflamingo sentado de espaldas a él en un trono dorado. Al oírles llegar el rubio se volvió y le pidió amablemente con una enorme sonrisa que se acercase a él. Aquello le asusto y le puso alerta. Doflamingo nunca sonreía, y menos así, tan…amigablemente, aun así Law obedeció acercándose sin tener más opción. Se fijó entonces en lo enorme que era la sala, con los techos elevados y las columnas de piedra blanca entre las que colgaban tapices con el símbolo del dios.

 

Y también se fijó entonces, a unos pocos pasos del dios, en el grupo de personas enfrente del rubio.

 

Se detuvo de repente incapaz de avanzar mientras un ligero temblor comenzaba a recorrerle. Contuvo la respiración y abrió los ojos como platos ante la imagen. Luffy, Ace, Marco...

 

Y los abrió aún más ante otras dos personas.

 

Allí estaba él. Con aquel pelo rojo todavía más intenso que como lo recordaba y totalmente desordenado, tentándole como siempre a introducir sus manos entre sus llameantes mechones para probar la suavidad que nunca le había decepcionado. Y una vez empezó no pudo dejar de mirarle, simplemente le tragó con la mirada ansioso. Su altura había aumentado al igual que su musculatura que ahora seguramente le doblaba de tamaño, se tenía que sentir tan bien ser abrazado por aquellos fuertes brazos, acurrucarse a su lado, frotarse contra él en un mar de pasión, como lo había hecho años antes y como ansiaba volver a hacer.

 

Se miraron entonces largo y tendido, con una intensidad que Law llevaba años sin sentir sobre su persona y que hizo que su pulso se detuviese un delicioso momento. Volvió a sentirse querido y deseado como la única cosa que merecía la pena en el mundo del pelirrojo, volvió a sentirse vivo y necesitado, volvió a recordar que valía la pena vivir. Kidd le miró con aquella mirada escarlata, arrogante y segura de sí misma que siempre había tenido, le recorrió sin pudor haciéndole sentir casi como si le acariciaran posesivamente con la mera mirada, recorriéndole ávidamente y con hambre pero a la vez tenso, como si intensase contener a una bestia, como si dudase de la respuesta de Law a todo aquello, como si temiese que pudiese huir.

 

Law tembló mientras su piel se erizaba en respuesta a la mirada del otro, ansiosa por que el otro volviese a recorrerla a placer, ardiendo de necesidad simplemente al verle allí delante suyo, con unas ganas tan evidentes de abalanzársele encima.

 

Estaba vivo, se dio cuenta volviendo a respirar.

 

Por dios, estaba vivo.

 

Quería llora de felicidad, gritar dando las gracias, abalanzarse hacia Kidd y abrazarle y besarle como nunca, tocarle, sentirle, asegurarse de que no estaba soñando y de que aquello era real. Que el otro dudase de sus sentimientos le parecía tan ridículo.

 

Pero entonces su atención se posó en el otro hombre, un hombre de piel oscura y mirada gris con un porte y elegancia típicos de un rey. Su cabello empezaba a volverse blanco y su perilla recortada elegantemente le daba un aspecto duro y estricto aunque relajado. Alguien peligroso e inteligente.

 

Law tragó saliva sorprendido al verle. Aquel hombre era exactamente igual que él. Como su versión adulta y poseedora de un imperio. El hombre también le observó a él con una cara de asombro e incredulidad, como si no se acabase de creer lo que veía. Law le devolvió una mirada confusa y el hombre dio un lento paso hacia el antes de susurrar las palabras que acabaron de congelar al moreno de tatuajes.

 

—Por fin, después de tantos años por fin te encuentro— susurró con la voz rota de la emoción el anciano— Law... hijo mío, ven aquí y deja que tu padre te vea y te abrace después de todos estos años —respondió comenzando a acercarse a él con la mirada húmeda.

 

 

Notas finales:

Chan chan chan jajaja sorpresaaa a que no os lo esperabais.

¿Que va a pasar? ¿Cuantos caps pensais que quedan para el final cielos? 

JAJAJA bueno aqui os dejo que me tengo q ir jaja espero que os gusteee


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