Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El vecino de al lado por Korone Lobstar

[Reviews - 126]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Bueeeeeeenas a todos mis lectores amados! Cómo estáis? Qué tal os van las vacaciones de verano? (quienes las tengan claro). Bueno, se os habrán pasado infinidad de cosas por la cabeza estos dos meses. Que si donde estaba con mis actualizaciones, que si tardaba mucho, etc…

Pues sí, he de decir que lo siento, pero tenía y necesitaba tomarme unas buenas vacaciones de verano, donde pudiera relajarme y aprovechar esta especie de parón que he hecho para aclarar todas mis ideas, y he de deciros que al menos ha funcionado ^^

Ya que volvía me he dicho: Oye Korone,¿por qué no haces un especial? En lugar de un capítulo, que sean dos, uno con la parte I y otro con la parte II. Porque todo sea dicho, yo cuando me pongo a escribir parezco una loca, porque acabo escribiendo demasiado, y antes de que me pasara con este prefería partirlo en dos.

Pues poco más que decir, ya tenéis aquí la parte I del especial de Navidad ^^

Recordad que este fic sigue una línea temporal, y que en capítulos anteriores a Kid le habían dado ya las vacaciones de Navidad (y si no se las habían dado le faltaban días).

Espero que disfrutéis del cap taaaanto como he disfrutado yo escribiendo, y espero muchos reviews para ver qué pensáis de este inicio.

-¡Buenos días Law!

El pecoso junto a su novio entraba por la puerta principal del hospital, donde se respiraba la ferviente calidez del día de celebración de hoy. Los enfermeros, junto con los celadores, estaban decorando la entrada principal y la recepción con cientos de pequeños peluches con motivos navideños, como pequeños osos polares, varios Papa Noel en miniatura y muñecos de nieve que parecían estar más vivos que rellenos de algodón.

Para la gente, un 25 de diciembre era sinónimo de magia, de alegría y de calor familiar. La gente no trabajaba para poder pasar el día entero con su esposa, sus hijos o sus padres, comer y cenar en grandes cantidades y divertirse como norma general.

Pero como de costumbre, ciertos establecimientos públicos como los hospitales no tienen descanso. Enfermos hay todos los días, y ellos no pueden bajarse de la camilla e irse a celebrar bajo las luces de un árbol decorado con decenas de regalos bajo su tronco. Ellos tenían que estar allí y recuperarse, y, como es lógico, con gente que les pudiese atender en esos momentos de necesidad.

Muchos médicos aprovechaban las horas extras realizadas en días anteriores y se despedían de esos turnos tan odiosos de días tan señalados como ese, por lo que ese día en el hospital había poco más de la mitad del personal habitual. Aunque es perfectamente comprensible. Nadie quiere estar trabajando cuando podrías estar viendo a tus hijos abrir con toda su ilusión los regalos que Santa Claus les ha traído.

Muchos, muchos se habrían levantado al lado de su esposa o su marido en la cama, habrían estado un par de minutos de más y después habrían ido a darse su correspondiente regalo.

Pero sin embargo había gente muy peculiar trabajando en esas fechas. Gente que, sin tener la obligación de hacerlo, se cogía los peores y más odiados turnos del hospital para no tener que vomitar con tanta felicidad en el aire y tanta peste a galletas de jengibre recién hechas.

Gente que odiaba la Navidad.

Gente como Trafalgar Law.

No soportaba a los estúpidos que sólo por ser 25 de diciembre se olvidaban de sus responsabilidades profesionales y se iban a hacer el idiota bajo el calor de una chimenea mientras se regocijan bebiendo sus tazas de chocolate caliente. Simplemente no entiende la fiesta.

Para él, alguien tan metido en su trabajo, olvidarse por un momento de los pacientes que tiene bajo sus manos, aquellos que han depositado toda su fe en él para recuperarse pronto, es estúpido celebrar algo en lo que no cree.

Ace lo sabía de sobra, y muchas veces en broma le había llamado Ebenezer Scrooge. Claro que después había tenido que salir corriendo para no morir a manos de los afilados bisturís que el moreno le lanzaba como respuesta.

No era realmente odio.

Pero no lo comprendía. No entendía la magia de esas fechas, no entendía por qué todas las familias, las cuales no se veían ni se hablaban por todo un año, se reunían y parecían felices. No lo entendía. Por ende, no disfrutaba de aquellas fiestas nunca.

Tampoco es que tuviera con quien pasarlas. Si iba a casa de su hermano mayor probablemente le dolería el estómago después de tanto comer y tendría que hacer acopio de todo su control mental para no acabar matando a alguno de los miembros de la familia que aprovecha esas fiestas para ponerse borracho. Hace muchos años que dejó de recibir regalos. Por no decir nunca. Una vez, Doflamingo tuvo la genial idea de hacerle un regalo a Law por Navidad. El desprecio al valor insignificante del mismo dejó claro al mayor que su hermano pequeño no era de regalos. Si es que apreciaba un poco su integridad física.

Ni si quiera para su cumpleaños quería regalos.

¿Qué significado tiene un objeto envuelto en un estúpido papel de regalo? ¿Qué transmite?

Para alguien como él, cuyas amistades mantenía distantes y a ser posibles pendientes de un hilo, un regalo no iba a hacer que aquellos lazos se hicieran más fuertes.

Los objetos sólo producen felicidad momentánea. No soportaba a aquellos hipócritas que para hacer saber a los demás cuánto les quería se gastaba cantidades ingentes de dinero en estupideces de esas que luego no usas nunca.

Y había para él algo peor que recibir regalos. Era el sentimiento de tener que devolverle el gesto con otro regalo. No podía tragar con esa sensación de tener que recompensar a otra persona con otro obsequio a ser posible del mismo calibre. Recibir regalos debería ser algo desinteresado, pero la sociedad lo usa como excusa para recibir más regalos a cambio.

¿Qué sentido tiene? Ninguno.

Así que sólo con escuchar la tintineante y feliz voz de Ace al entrar a la recepción del hospital le hizo tener un escalofrío de lo más desagradable.

Parecía más contento de lo normal por lo señalado de la fecha, y a parte lucía una bufanda que creía no haberle visto antes. Por como la atesoraba, seguro que había sido un regalo de Marco.

Rodó los ojos hacia cualquier otra parte lejos de ese pasteloso amor que tenían esos dos para poder seguir despreciando las fiestas. Es decir, criticando a las enfermeras que parecían no tener idea de cómo mierdas se pone un estúpido espumillón. No hablemos de la cincuentona que no era capaz de poner derecha una guirnalda. No era un profesional navideño, pero creía que era básico algo así en la gente que amaba la Navidad.

Todo mientras se bebía su taza de café caliente, con dos nubes flotando por la superficie del mismo.

-No hace falta que me ignores, ¿sabes? Ebenezer…

-Ace, sabes cómo acaba. ¿Por qué siempre dices lo mismo sabiendo lo que va a pasar después?

El pecoso se rió por tal pregunta e ignoró a su novio unos momentos para andar a toda velocidad tras Law.

-El abuelo se queda hoy como último día, vamos a hacer una comida todos juntos y a darnos los regalos. ¿Vas a querer venir esta vez?

-Tengo mucho trabajo.

Y he ahí la respuesta del millón. El puchero épico del pecoso pasó totalmente inadvertido por aquellos ojos plateados que miraban hacia cualquier otra parte. Es decir, lejos, muy lejos de aquellos ojos negros de cachorrito.

-Despídete de Garp de mi parte.

-Law, espera…-suspiró el moreno cogiendo a su amigo del hombro con suavidad- al menos podrías ir tú a decírselo, ¿no?

El silencio fue lo único que retumbó en sus oídos.

-Sé que odias la Navidad, pero hemos hecho todo este viaje hasta aquí…

-Pasadlo bien.

Con un pequeño pero brusco movimiento se deshizo de su agarre y salió disparado por los pasillos de la planta baja con la finalidad de perderse, efectivamente.

No quería escucharlo.

No quería ver sus ojos.

“No quiero que me mires así…” Murmuraba en su mente como un conjuro. Deseando que la magia existiera de verdad aquel día para poder desaparecer.

No quería darse cuenta de lo que les dolía.

No quería estar con nadie.

No quería a la Navidad.

Por él podría desaparecer del calendario, por él podría no haberse despertado esa mañana y haber seguido durmiendo hasta el día siguiente.

Por él podría llegar la tierra y tragarle entero de pies a cabeza.

Pero no iba a darse la vuelta y mirar la cara de Ace, no mirar a Marco consolando a su novio por sus malas reacciones. No iba a arrepentirse.

Jamás.

 

 

 

 

 

 

Subió las escaleras del hospital con pesadez, como si cargara un kilo de más en cada pierna. Se le hacía un infierno, la calefacción encima no funcionaba como debía por culpa de  la mala gestión económica del mismo y tenía un poco de frío. Aunque no es como si a él el frío le hiciese mucho mal.

Con una mano firmemente sujeta a la barandilla del hierro de la pared siguió subiendo hasta la planta en la que debía detenerse. Giró su mirada por el pasillo de la derecha y empezó a caminar evitando fijarse en las enfermeras y celadores que le miraban con tan mala cara. Era conocido por todo el hospital su mal genio en esos días, pero no sabía que la gente se lo tomara todo tan a pecho. Sólo es la estúpida Navidad.

Abrió la puerta que daba a la habitación de Dadan, mirando primero cautelosamente por si había dentro alguien que no conocía. Si así fuese le bastaba con esperar fuera a que terminaran la visita y todos se marcharan de la habitación para hacer el chequeo diario de la enferma, pero parecía que no había nadie dentro. O eso parecía. Cuando empujó un poco más la puerta pudo ver una más que conocida figura acurrucada contra uno de aquellos enormes sillones de cuero rojo, durmiendo.

Suspiró y terminó de entrar, abriendo un poco la persiana para que la luz hiciese su trabajo y no tuviese que hacerlo él.

Lentamente, unos ojos ambarinos se abrieron con los rayos de luz, soltando algún gruñido por la molestia.

No pudo evitar sonreír de lado.

-Buenos días a ti también, Eustass-ya. La Navidad te vuelve más tierno.

-Y a ti más capullo. –murmura con la boca pastosa, tapándose como podía con el brazo la cara. No había nada más molesto que la luz te diese directamente en los ojos. Se los frotó insistentemente antes de poder reclinarse del sillón. Tras un largo silencio miró al resto de la habitación de Dadan. Algo no le gustaba y giró la cara hacia el médico de nuevo.- ¿Ahora?

-No. –contestó rápidamente el moreno- no tiene la operación programada para hoy, puedes estar más tranquilo.

Kid volvió entonces a dejar caer todo el peso de sus hombros y su cabeza sobre la cama, donde a un lado estaba Dadan durmiendo. Con los ojos entreabiertos se fijó en su rostro. Ella no solía tener aquellos colores apagados, era más…enérgica. Siempre estaba dando gritos, sí, pero prefería que le diera mil gritos que verla en aquel estado. No comía apenas, y estaba perdiendo peso. Cada día que pasaba allí más asco le daban los malditos hospitales. Siempre fue de los que pensó que cuando entras a un hospital acabas peor de lo que estabas. Por eso los tenía entre ceja y ceja. Cuando era niño se reusaba tanto a ir a uno que cuando se hacía cortes profundos o heridas que necesitaban más que agua oxigenada, Makino tenía que encargarse personalmente de curarle con suavidad. No se dejaba curar por nadie más.

Verla allí y en ese estado solo daba solidez a su teoría. Estaba deseando que la curasen para poder largarse de allí y verla otra vez con los mocosos del orfanato. Aunque se la diera como el puto culo cuidar críos, era una mujer a la que irremediablemente acababas queriendo. De una manera o de otra, siempre acababas cayendo en el encanto notablemente invisible que tenía. No era cariñosa, no era dulce, no era agradable ni física ni socialmente, era una fumadora de mucho cuidado, y con tan malas pulgas que podría meterte tal hostia en la nuca que podría dejarte K.O. en el sitio.

Y con todo eso los niños seguían queriéndola. Incluso él mismo estaba prendado de manera familiar con aquella mujer. Nadie quiso cuidarle cuando era un niño, pero acabó allí, en ese orfanato de mierda donde la cocinera tiene una verruga enorme en la papada pero donde te sientes como en casa. Un antro, pero al fin y al cabo un antro familiar.

Donde nadie te echaba de casa, donde nadie te abandonaba.

Pero ahora que Dadan estaba enferma Makino tenía que hacerse cargo de todos los niños que había allí. ¿Habría ido ella sola a comprar los regalos o…?

Maldición, tenía que haber acompañado a Killer y a Sadie para asegurarse de que compraban algo para todos. Pero eso hubiera implicado dejar sola a Dadan y…

Y no se iba a permitir un lujo así.

Le daban igual los insultos, las voces o los “lárgate”, nada le iba a mover de ese puto sillón.

Law, mientras tanto, se había sentado en el sofá que había cerca de una pequeña ventana, lejos de ambos pero constantemente observándoles. Ladeó un poco la cabeza sin saber exactamente qué podría decir en ese tipo de momentos, y su taza de café a lo tonto se había quedado vacía. No había comido nada el día anterior y sus tripas se estaban quejando hasta niveles insospechados. Se llevó una de sus manos tatuadas al estómago para que no se le ocurriese quejarse en un lugar como ese y clavó sus orbes grises en el rostro níveo de su vecino.

-Las enfermeras ahora vendrán a cambiarla la medicación y a intentar darla el desayuno. Cuanta menos gente estemos aquí mejor, ¿no crees? –tras decir eso se incorporó del mueble y caminó hacia la puerta.- conozco un sitio donde hacen una tortitas medio decentes.

Antes de que pudiera seguir hablando negó con la cabeza y volcó toda su atención de nuevo en la enferma que ocupaba la cama en esos instantes, que parecía profundamente dormida. Comprensible, con tantos sedantes y medicamentos.

-No voy a dejarla sola por Navidad.

El moreno se abstuvo de hacer un comentario o continuar con aquel escalofrío tan desagradable que había empezado a esprintar por su espalda hacia su nuca y no quiso decir nada de lo que pensaba sobre aquello.

-Estará bien. Necesitas comer algo, dudo que la bazofia sin sal ni azúcar de la cafetería llene algo tu estómago.

-Vamos, que quieres comerte un par de tortitas y quieres arrastrarme contigo.

-Voilá.

-¿Y si no me sale a mí de los cojones ir contigo qué? –sonrió con malicia el pelirrojo sintiendo que estaba ganando terreno en la conversación.

Law se quedó callado unos instantes antes de responder con una escalofriante sonrisa.

-Cambiaré su paracetamol por sacarina. –ondeó entonces la mano a modo de despedida y cerró la puerta tras salir de la habitación. Kid se quedó estático unos segundos quitándole importancia.

-…no, no sería capaz.

Y salió tras él a toda velocidad olvidándose hasta de cerrar la puerta.

Bajó las escaleras a tales zancadas que parecía no pisar el suelo con los pies.

El muy capullo estaba esperándole en la puerta con el pijama de cirujano pero con un abrigo negro largo, con las manos dentro de los bolsillos.

Alzó una ceja con aquella sonrisa que tanto le tocaba los cojones a Kid y el pelirrojo a modo de respuesta le metió un empujón para que se apartase de la entrada principal y le dejara pasar. Cuando ya consiguió salir y respirar un poco de aire fresco tras varios días ahí dentro, se quedó mirando hacia todas las direcciones posibles en aquellos instantes. ¿Dónde diablos…?

-¿Vas tú solo o te llevo? –preguntó a su espalda Law guiñándole un ojo cuando se posicionó a su lado en la acera de la calle.

-No me jodas que hay que ir lejos.

-No, está cruzando la calle.

Frente a la calle donde ambos se encontraban, había un imponente parque donde se veía a varios niños corretear por el césped con enormes abrigos de plumas y pomposos gorros que abultaban más que ellos. El pelirrojo, no muy convencido, torció el gesto al ver el destino. Desconfiado decidió no dejarse llevar tan pronto por la impresión.

-¿Estás de guasa? Es un parque.

Law sólo sonrió de lado y caminó hacia el mismo, con toda seguridad. Tras un resoplido tras su espalda sonrió complacido y esperó a que el semáforo se pusiera en verde para poder cruzar el paso de cebra. A su lado, un molesto Eustass Kid parecía odiar el universo sólo por tener que haber salido de la maldita habitación. Pero…para Law era algo necesario.

Sabía que Kid últimamente no había estado haciendo todas las comidas que debería, cuando Dadan empeoraba se le quitaba el apetito y no es que estuviese preocupado, pero no quería tener que cuidar dos enfermos en lugar de uno. De todas formas, estar encerrado entre cuatro paredes las 24 horas del día no podía ser saludable. A pesar de que era un hospital de lo más higiénico siempre podría darse la casualidad de que algún tipo de brote vírico estuviera pululando por algún pasillo y pudieses llevarte un catarro de regalo a casa. El pelirrojo necesitaba salir de ahí de cualquier manera, y Law necesitaba verle a la luz del sol en lugar de la molesta luz de la habitación del hospital que encima no alumbraba mucho que se diga.

No entendía en parte el por qué estaba pasando tantas calamidades por una persona enferma en un hospital, ni si quiera había visto a mucha gente hacer lo que Kid estaba haciendo con aquella mujer. Podría visitarla un par de horas al día y luego marcharse al piso, incluso podrían tener sexo de vez en cuando para aliviar las tensiones crecientes de sus cuerpos con la situación por la que se estaban viendo ambos forzados a pasar, pero…

Pero Kid no se movía. Era como un faro, velando por otorgar luz en cualquier momento de la noche y hacer que los marinos volvieran a salvo a sus casas. Era en parte un tanto envidiable. Al moreno le encantaría de veras que alguien así estuviese tan preocupado por él, que alguien le velara cuando estuviera enfermo o simplemente le velara al dormir.

Era una sensación de envidia que tenía encerrada en su pecho que carecía realmente de valor, pero que palpitaba hasta reventar las pequeñas venas alrededor de su corazón. Realmente sería algo por lo que merecería la pena vivir. Alguien así.

Sus ojos se desviaron sólo unos momentos de su ruta principal para mirar a Kid. Unos pequeños segundos, nada más. Mirando aquellos imponentes músculos del cuello, aquellos orbes de oro flotando en aquel mar de serenidad.

Y la rabia de nuevo se apoderó de su cuerpo. Sólo fueron unos imperceptibles segundos, pero fue lo suficiente como para recordar el por qué aquel cuerpo suyo tan delgado y firme era capaz de albergar tanto odio. Sólo odio y autodestrucción. Apretó los puños mientras volvió su vista hacia el paso peatonal, dando los últimos pasos hasta cruzar a la otra acera. Miró a su acompañante de nuevo y le indicó con la mano hacia dónde se dirigían. En el interior del parque, a sorpresa del pelirrojo, parecía haber lo que muchos llamarían una cafetería, pero ésta tenía un toque como más antiguo. Decorada con enormes enredaderas que le daban aquel aspecto viejo y mágico, la pequeña estructura se mantenía firme entre varios olmos fuertes y robustos que parecían proteger el establecimiento. Unas grandes ventanas dejaban ver su interior: las perfectas y colocadas mesas de manteles blancos, donde muchos padres tomaban un chocolate caliente con sus hijos, otras parejas unas mesas más allá tomándose la mano. Para uno asqueroso, para el otro un lugar que desconocía y no estaba seguro de ser capaz de frecuentar a menudo.

Law fue el primero en entrar, abriendo la puerta y dejando que las pequeñas campanitas resonaran en el local. Una camarera con un hermoso vestido blanco pomposo atendía atentamente a una chica con su hija hasta que el ruido de la puerta llamó su atención.

-¡Bienvenidos! Serán atendidos en seguida. Tomen asiento por favor.

La chica, tal como apareció para saludarles, desapareció por el pasillo que parecía dar a la cocina. Extrañado, Kid se sentó en la mesa que daba a una enorme ventana desde donde se veía todo el parque. Suspirando cogió la carta mientras el moreno se sentaba frente suya.

No es que fuera una persona paciente, pero si presumiera de ello tenía encima que contar con otro factor. El capullo de Law desde que se había sentado estaba repiqueteando constantemente la puta mesa de los cojones. Como si estuviese molesto con la mismísima vida sólo de estar allí. Una vena de su frente se hinchaba por momentos al igual que sus cojones de la mala hostia que se le estaba poniendo al verle poner esas caras de asco.

Sin poder aguantarlo más, golpeó la mesa con la palma abierta estampando la carta contra el mantel.

-¿Se puede saber qué hostias te pasa? Has sido tú el que me ha traído hasta aquí, ¿podrías al menos dejar de tocar los cojones con los deditos y metértelos por el culo? Si no estás a gusto aquí no sé para qué hemos venido.

El moreno sólo entrecerró los ojos alerta ante aquellas agresivas palabras y fingió un completo desinterés mientras miraba por la ventana a la gente pasar.

-Ya te he dicho que he venido por las tortitas.

-Vámonos de aquí entonces, joder. Hacen tortitas en muchos sitios, si no te gusta el local podemos coger y largarnos.

-El local me gusta.

-¿Entonces que hostias te pica?

-En estos instantes nada, Eustass-ya. Pero me aseguraré de que la próxima vez que sienta picores llame a tu puerta para que me rasques.

La poquísima paciencia de Kid cada vez era menor. Estaba a punto de coger y largarse de allí, volver con Dadan y luego tirar a ese hijo de puta por la ventana del hospital en cuanto pusiera un puto pie dentro de la habitación. La molestia en su ser era cada vez más y más creciente, y que Law estuviese hoy especialmente poco colaborador con la sociedad humana no le ayudaba en absoluto. ¿Qué mierdas le pasaba para estar de un humor tan pésimo? ¿Qué sería tan grande como para hacer que aquel medicucho con coraza de hielo olvidase un momento el hilo de su personalidad para dejar ver al resto del mundo su creciente odio? Dudaba muchísimo que fueran las jodidas tortitas. Tampoco creía que se hubiera tropezado al levantarse o algo así, porque si fuese eso lo habría dicho sin pudor alguno como hacía siempre.

Entonces, por deducción, tenía que ser algo de lo que no le gustara hablar y, por ende, algo personal, dedujo el pelirrojo. Algo que para sonsacárselo tendría que vérselas muy pero que muy putas.

¿Y por qué mierdas tenía que pasar algo así el día de Navidad?

Decidió no abrir más la bocaza porque parecía que eso lo iba a empeorar todo mucho más, y no es que en ese momento tuviese palabras alegres hacia el moreno. Dentro, muy dentro de su cuerpo la calidez de tenerle cerca era notoria, agradable y una sensación que no había tenido nunca. Pero era imposible que siempre fuera agradable, siempre hay momentos en los que la llama te quema por acercarte demasiado cuando no debes.

Cuando la chica volvió a pedirles la orden Kid se conformó con un café sólo y el moreno en frente suya que estaba en plena campaña de odio hacia el universo fue un poco más allá y se pidió las tortitas más grandes que tenían. Joder, sabía que era goloso, pensó el pelirrojo, pero en ocasiones Law se excedía tanto que no entendía como cabía tanto azúcar en un cuerpo tan delgado.

Mientras seguían encerrados ambos en aquel templo del silencio y de las palabras sin sentido, una pareja había ocupado una mesa al lado suya, una pareja compuesta por una chica mortalmente feliz que llevaba por ropa toda una decoración festiva de la navidad y la felicidad y su novio atolondrado que iba con ella. Ambos empezaron en seguida a hacerse manitas, a ponerse caritas y a lanzarse besos desde una punta de la mesa a otra. No es que a Kid esas cosas le molasen en absoluto, le parecía demasiado empalagoso y ese no era su estilo. Teniendo en cuenta que Law estaba demasiado callado mirando hacia cualquier parte aquellos dos enamorados eran su único entretenimiento visual.

Cuando veía ese tipo de cosas se planteaba realmente qué mierdas estaba haciendo con su vida. No quería eso ni por asomo, realmente así, tal como estaba ahora, estaba perfectamente. Pero siempre había tenido la duda de saber cómo sería que alguien te quisiese de esa manera estúpida y sin sentido.

Fue entonces cuando se percató de que el moreno también estaba mirando a la pareja, especialmente a la chica que parecía un maldito árbol de Navidad. Ambos jóvenes entonces sacaron de sus bolsillos unas cajitas envueltas en papel de regalo con motivos festivos como osos polares y muñecos de nieve. La chica, toda emocionada, intercambió el regalo con su novio para abrirlo y casi chilló en medio del restaurante al ver que era una pequeña pulsera con pequeñas piezas de plata.

La mueca que puso Law entonces fue tan directa que Kid pensó que aquellos dos novios sentados en la mesa de al lado iban a morir por algún tipo de cubeta de ácido volcándose sobre sus cabezas, o por alguna criatura extraterrestre que les desmembraba lentamente.

Una de dos, o Law de verdad odiaba a los enamorados o tenía que ser relacionado con…

Oh.

¿Sería que…?

 

 

 

 

 

 

Killer resopló en cuanto terminó de cargar todos y absolutamente todos y cada uno de aquellos paquetes envueltos en papel de regalo en el enorme saco que su hermana le acababa de acercar. Los niños en el orfanato se contaban por decenas, así que la manera convencional de meterlos bajo un árbol sería poco provechosa.

La idea de Makino de meterlos todos en un saco como si papá Noel hubiese bajado de la chimenea y hubiese dejado eso ahí había sido encantadoramente interesante y factible, pero estaba el problema de organizarlo todo mientras los niños estaban fuera con Makino y otras cuidadoras fuera del centro para poder llevarles de excursión en unas fechas tan señaladas. Era un detalle, la verdad, y todo estaba cuidado al milímetro.

Después de que los niños volvieran todos del parque de atracciones Makino iba a traerlos de vuelta al orfanato donde, cerca de la chimenea del gran salón, Killer se encargaría de manchar la suela de unas botas con hollín y dejaría huellas por todo el suelo de la sala, haciendo parecer que alguien había bajado por la chimenea. Sadie, dispuesta a ayudar en un día tan especial, se había encargado de decorar la sala para que tuviera un toque humilde pero literalmente acogedor, con cientos de calcetines donde había casi todos los nombres de los niños, comprando golosinas y rellenando todos y cada uno de ellos, preparando grandes bandejas de galletas de jengibre, vasos de leche…

La tarea hubiera sido menos complicada si Kid y su fuerza bruta hubiese estado por allí para poder ultimar los detalles más tediosos, pero el rubio comprendía a la perfección que alguien tenía que quedarse con Dadan hoy, y los familiares de la misma no iban a ir a verla hasta entrada la noche. Lo único que Killer podía hacer ahora era encargarse de que todo estaba en perfectas condiciones para que el mismísimo papa Noel se hubiese presentado allí en cuerpo y alma. Los niños se iban a morir de la ilusión, eso lo tenía claro.

-Killer~ -el rubio alzó la vista unos segundos y soltó de nuevo el enorme sillón rojo que iban a colocar al lado del árbol- ¿crees que así está hhhmmmm~ bien la carta?

Se acercó a su hermana y leyó muy por encima lo que parecía ser una carta escrita por “Santa Claus” para los niños que iban a dejar junto al saco.

-Quitando que pones corazones sobre las íes sí, está bien.

Su hermana, con toda la dignidad del mundo, le arrebató la carta de las manos con gesto molesto y la arrugó, tirándola después al fuego de la chimenea.

-¡Eh!

-Si tanto quieres una carta mejor escríbela tú. –y Sadie se cruzó de brazos en pleno gesto de orgullo para hacerle ver que no pensaba escribir otra puñetera carta. Ese era el tercer intento y su hermano conseguía sacarle pegas hasta debajo del rabillo de las letras. Era insoportable.

-No quería decir eso…-suspirando, el rubio se dejó caer en el gran sillón rojo que había arrastrado hasta allí.- así no vamos a terminar nunca, los niños van a acabar llegando antes de que terminemos esto. Ni si quiera tenemos un Santa Claus en condiciones.

-No te hmmmm~ preocupes por eso, ya he llamado a la agencia de disfraces nos mandarán uno en seguida, así que ponte con los muebles que voy a terminar de preparar las tazas de chocolate caliente.

-No te olvides de las nubes –dijo Killer arrastrando otro sofá cerca del árbol.

Su hermana pequeña se limitó a reír con dulzura y a correr hacia él, tirándose encima y rodeándole con ambos brazos su enorme y fuerte cuello.

-Que sean tres para ti.

El rubio, lejos de rechazarla, la abrazó con ambos brazos dejándose caer con ella sobre el sofá, acurrucándose con ella. Desde allí llegaba el dulce calor de la chimenea, y la tenue luz de las llamas les acomodaba a descansar, aunque fuese, por unos minutos. Aún les quedaba tiempo hasta que los niños volviesen y el actor disfrazado también tardaría en hacerlo, así que no se iban a demorar mucho. Sólo a recordarse entre caricias y mimos lo que se querían ambos en momentos así.

Killer no podría vivir sin ella.

Su hermana era su única familia y lo que más había podido querer en la faz de la Tierra.

Notas finales:

Bien, y aquí finaliza la parte I del especial de “Navidad”. Irónico que lo esté haciendo casualmente en verano no? xDDDD

Bueno, repito lo que dije arriba. Este especial solo tendrá dos partes y etc etc. Espero que esta parte a modo de introducción os haya gustado, y sólo me queda deciros que si os ha gustado, prepararos para la parte II, porque vienen curvas!

Espero muchos reviews para poder llenar el medidor de mi energía porque cuantos más reviews más ganas de escribir.

No es que sea rarita, es que es algo que nos pasa a todos los escritores ^^

Un besete a todos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).