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El vecino de al lado por Korone Lobstar

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Notas del capitulo:

Por fiiiiiiiin he podido actualizar! Me ha costado un triunfo, en serio. En la universidad me tienen deslomada por completo, y no me dejan nada de tiempo libre para poder escribir. Me da mucha rabia no poder actualizar más de seguido, pero no puedo hacer otra cosa. Sé que dije que el especial de Navidad iban a ser dos capítulos (o quizás no lo dije y sea mi imaginación), pero os informo desde ya que va a haber un tercero, porque no me cabía todo en este. Más que nada porque si no se volvería más largo que un día sin pan xD

Espero que os guste, y que no se os olvide dejarme un review con vuestras opiniones ^^

¡Disfrutad!

El sol estaba a punto de llegar a su triste final por el horizonte, escondiéndose por el oeste como acostumbra a hacer para dejar que la luna llevase los corazones de las personas que aquella noche quedarían para celebrar. Desde luego, una fecha como esa sólo incitaba a todo el mundo a compartir, a regalar, a reír y a estar con las personas que más quieres. Sin embargo, no todas eran tan sumamente afortunadas de poder hacer lo que quisiesen con quien quisiesen en ese día. Algunas tenían impedimentos morales o físicos, como estar ingresado en un hospital, resignándote a ver el festejo desde una ventana, o como aquellos que se habían ido a trabajar fuera del país y que ahora tendrían que estar llenos de añoranza y soledad bajo el calor de un pequeño brasero. Otras, sin embargo, no eran felices, y algunas de ellas simplemente odiaban la Navidad.

No todo el mundo le daba el mismo significado. Para ciertas personas, la Navidad podía ser el día más bello del mundo, pero a veces un recuerdo bonito puede ser el recuerdo más doloroso.

En ese mismo instante en el que el sol estaba por desfallecer ante la oscuridad, miles de ojos se alzaban soñadores hacia el cielo, esperando con ansia a que la luna viniera acompañada como cada noche de sus amigas las estrellas, preciosas y brillantes, que harían de copos de nieve a falta de ellos en todo el invierno. Entre otros tantos, un médico en especial estaba mirando por la ventana desde el hospital de Sabaody, frente a una máquina de café que hacía diabólicos ruidos cada vez que se le mandaba una bebida. Aunque a muchos les trastornaran aquellos sonidos infernales que parecían indicar que iba a explotar de un momento a otro, Trafalgar Law estaba más que acostumbrado a ese tipo de minucias. Es, en cierto modo, lo que caracteriza a un servicio público. Aunque tengan una sanidad de primera, había cosas que no tenían remedio como esas, pequeños detalles que a nadie importaban. Ni si quiera a él le molestaba que la máquina de café pareciese venida de otra galaxia, o que el ascensor a veces se volviera loco y te dejase encerrado dentro. Para él, aquel hospital había sido toda su vida laboral, aquel que le había lanzado al mundo de los adultos y había tintado sus ojos del gran don de la experiencia. Por desgracia para él, el mundo real le descubrió demasiado joven.

Cuando la penosa máquina dejó de temblar, en un diminuto letrero electrónico se podía leer claramente que era el momento en que podía retirar su vaso, y así lo hizo, agachándose para cogerle. Sopló varias veces viendo como su deliciosa miel del Valhala humeaba y se perdía en el ambiente, dejando a su paso un delicioso olor. El capuchino de aquel trasto roto le volvía loco, tenía el toque justo de cacao y un azúcar con una gran escala de programación.

No había mucha gente por los pasillos. Casi todos estarían ya en sus casas preparando la cena para el gran evento, o divirtiéndose unos con otros en algún rincón privado. Y ahí estaba él, con su pijama azul con las letras en horizontal que decía “Quirófano”, y con aquellas comodísimas zapatillas blancas que, aunque eran de lo más antiestéticas, eran cómodas a rabiar, y para trabajar en un quirófano de pie varias horas mientras se llevaba a cabo una operación eran como nubes de algodón sobre un infierno de clavos. Algún enfermo rondaba por allí, cargado con su bata de hospital paseando para estirar las piernas. Alguno paciente suyo.

Recordó que Dadan aún estaba por operar, y la tenían pendiente de quirófano, pero esperaba que no le llamaran aquel día. No se sentía con la fuerza suficiente como para poder hacerlo sin pudor alguno. No había conseguido quitarse de la cabeza los ojos ambarinos de Kid hablando de aquella mujer, aquella manera de protegerla tan fuerte, tan vivaz. Sentía muy en el fondo de su pecho una inmensa necesidad de que todos aquellos sentimientos fuesen hacia él y no hacia otra persona. No la odiaba por ello, ni mucho menos. Si él tuviese a alguien tan importante en su vida como para poder decir que era como una madre estaría en las mismas y demacradas condiciones que el pelirrojo.

Pero cuando pasas del cielo al infierno en una noche la vida te cambia por completo.

Aún a su mente venían los recuerdos que palpitaban en sus sienes de aquella foto en llamas. Le aterraba cuando las imágenes venían a su cabeza porque si algo pasaba durante el trabajo por ello las culpas recaerían en sus hombros. No estaba dispuesto a soportar esa presión. Apretó suavemente el vaso de plástico entre sus dedos tatuados, intentando que el calor que emitía el capuchino le abrasase la mano y le diese le baja.

Se sentía completamente estúpido. Había tenido la oportunidad de irse de allí por un día, podría estar ahora mismo con las personas que considera importantes celebrando, regañando a Luffy por querer cenar antes de la hora o ver al viejo regañando a Ace por secundar a su hermano mientras Marco se hacía el indiferente. Todo lo había tenido en la palma de la mano y lo había dejado caer al suelo, para que se arrastrase como los restos de su corazón. En una situación normal, es decir como todos los años anteriores, no tendría mayor problema, porque realmente las navidades pasadas quiso estar solo. Pero ese año era diferente. Tenía una extraña sensación de vacío en su cuerpo que le dejaba sin voz, que le entumecía todas las articulaciones del cuerpo y le hacía sentir un frío muy parecido al que la Parca deja en tu cuerpo antes de morir.

La sensación de unos recuerdos que habían estado de paso en su mente días atrás pero que se fueron tomando otro tren antes de guardarlos en su memoria aún le congelaba la sangre. Sentía mucha añoranza cuando pensaba en ello, porque creía en una parte muy profunda de su ser que esa podía ser la pieza que faltaba en su memoria para recordar todo aquello que para él es la historia perdida de su vida.

Si no hubiese visto la maldita foto de sus padres y su hermana quemarse quizás nunca habría tenido el impulso de no quedarse solo por esta vez. Pero su orgullo era demasiado rígido como para haber sido doblado por las buenas intenciones de Ace.

Quizás si se había pasado un poco con el pecoso.

Arrastró los pies hacia el ascensor, marcando el botón de la planta baja una vez dentro. Esperó pacientemente mientras veía como el humo dejaba de salir de su bebida poco a poco, tornándose templada. Si no se daba prisa se la tendría que beber fría.

Como no tenía realmente trabajo que hacer por ahora podía permitirse el lujo de tomarse su delicia cargada de azúcar en otro sitio donde el aire corriese veloz y le trajese de paso algo de ese espíritu navideño del que carece. En cuanto puso un pie en la puerta la brisa gélida le golpeó en la cara como una bofetada bien dada. El frío no le disgustaba para nada, al contrario, estaba tan acostumbrado a temperaturas bajas que apenas le afectaba. Incluso había ido muchas veces en media manga en plena nevada. Si alguien le preguntaba si había vivido en el ártico, él naturalmente se reiría, pero a su desgracia no tenía ni idea. ¿De dónde venía? ¿Dónde estaban sus padres? ¿Por qué murieron? ¿Por qué perdió todos sus recuerdos? ¿Por qué nadie le cuenta nada? ¿Cómo era la voz de su madre? ¿Y los ojos de su padre?

El esfuerzo por intentar recordarlo le produjo un doloroso y agudo pinchazo en la cabeza, obligándole a jadear y a apoyarse en la pared exterior del edificio. La visión quiso volvérsele completamente roja, sintiendo que lentamente se nublaban todos sus sentidos…

-Oe, espero que no te estés quedando dormido de pie.

Dio un respingo al escuchar una voz de alguien que no había visto. Giró rápidamente la cabeza notando con alivio que todo rastro de dolor y de angustia se había esfumado de repente con sólo haber escuchado ese timbre de voz tan característicamente burlón e infantil.

Sus ojos grises rodaron hacia abajo divertidos ante la presencia de un niño pelinegro con ojos rojos como la misma sangre, de un rojo tan carmesí que se perdía en la profundidad del color sin poder detenerse. Ese color le traía de cabeza, y no sólo por el color de pelo. Aunque no fuese su hijo o su hermano, Vergil siempre había sido un chico muy especial para él, quizás porque, en cierto modo, sentía que eran muy parecidos. También gozaban de compartir un humor demasiado hiriente para la sensibilidad de la sociedad, pero eso era otra conversación.

Bebió de su café con calma mientras le miraba por el rabillo del ojo.

-¿Ya te has vuelto a escapar de la casa de acogida?

-No me gustan los otros niños. –Farfulló con mala cara- son demasiado estúpidos.

-Sí, es cierto. –Volvió a sorber su bebida.- Ellos no son como tú, no me extraña.

-Hm.

-¿Y Dante?

-Su padre no le deja salir hoy.

El niño se metió las manos en los bolsillos de la sudadera, mirando hacia el suelo mientras hacía una mueca meramente infantil, como aguantándose preguntarle alguna cosa. El mayor, astuto como él solo notó en seguida que algo le tenía que rondar por la cabeza, así que se agachó a su altura para mirarle con cara escéptica.

-¿Por qué me miras así? ¿Eres tonto o qué? –Se quejó el menor, dándole la espalda repentinamente para no sentir aquellos ojos metálicos atravesarle la piel de la frente y hurgar en su cabeza por antojo.

-Venga, dilo.

-No tengo nada que decirte a ti, estúpido egocéntrico. –Su tono de voz se fue tornando meloso, como el de un niño en plena rabieta.

Rápidamente la mente del moreno se puso a trabajar, atanco cavos y haciendo suposiciones, tejiendo el telar que estaba a punto de vender.

-¿Te ha pasado algo? Puedes contármelo.

-¡No quiero! –alzó la voz entonces el menor, girándose rápidamente para mirarle con mala cara, haciéndose el digno.

-Entonces…supongo que tendré que dar este bastón de caramelo a otro niño que lo quiera…y encima tengo un montón…que desperdicio.

El pequeño entonces se quedó quieto, estudiando las palabras tan suculentas que salían de la boca de Law. Desconfiado, miró por encima del hombro al médico, el cual le sonreía con aquella mueca tocapelotas que tan bien le funcionaba con todo el mundo.

-Quiero verlos, no me fío.

Del bolsillo de su bata, el ojigris sacó 5 deliciosos bastones de caramelo, moviéndolos en frente del menor con una sonrisa ladina. Aquello era completo chantaje, pero las cosas entre ellos funcionaban así y realmente no necesitaban otros sistemas: ese les venía perfecto.

La pequeña manita del niño dio un tirón a los dulces para poder apoderarse de ellos y llevarse todos los premios menos uno al bolsillo. El que se había dejado en la mano tardó poco en ser desenvuelto y rápidamente lamido y mordisqueado, distinguiéndose de fondo pequeños quejiditos de gusto. Law no pudo más que sonreír ahora con un poco de suavidad, suspirando. Mira que era simplón.

¿Y bien? –Apremió el mayor, recordando que el hecho de que estuviese comiendo caramelos ahora era todo gracias a él y también parte de un trato silencioso que habían firmado con un vistazo.

Vergil se detuvo en su placentera labor de lamer la barra de caramelo. Sus tiernos ojos rojos se parecieron oscurecer como un atardecer nublado, anegando aquel brillo intenso del que solía presumir como las mismas estrellas.

El moreno dejó caer sus cejas notando que el chico también estaba afligido por algo, pero sin embargo no abrió la boca para decir nada. Podría interrumpirle si empezase a hablar, y no era lo que buscaba.

-Esta noche van a repartir las cartas y los regalos de Navidad. Todos los demás niños tienen algo que esperar de alguien. Yo no.

Un suspiro salió de lo más profundo del alma del mayor.

-¿Cómo sabes eso?

-Porque lo sé. Todos tienen familiares que se acuerden de ellos por Navidad, aunque no los quieran lo suficiente como para llevarles a su familia.

“Y yo no tengo nada.”

Esas palabras cruzaron la mente de Law como si el mismo niño las hubiese pronunciado pero, sin embargo, aquello nunca llegó a hacerse real. Aun así, era capaz de leer su mente como un libro abierto y no era difícil entender los sentimientos de un niño. No por ello era estúpido o sencillo, que fuese más abierto que un adulto no le hacía más débil. O eso es lo que pensaba el moreno.

-Quizás Santa Claus te traiga algo por Navidad.

-¡No me vengas con esa mierda! –Gritó el niño apretando el dulce entre sus indefensas manos.- Mi tutora me ha dicho que como la directora está enferma no habrá regalos para nadie esta noche.

¿La directora enferma? Demasiadas coincidencias fortuitas.

-¿Dadan? –dijo el moreno mirando un poco sorprendido a Vergil. Sabía que el niño vivía en un orfanato, pero no sabía que en ESE orfanato. ¿Cómo era posible que no supiese algo así cuando tenía a la mujer en las plantas de arriba como paciente y al niño como un hermano pequeño al que cuidar de vez en cuando? Se pasó una mano por la cara al notar su lentitud para haberlo cogido.

-¿Lo sabes, no? –El ojirrojo bajó la mirada para mirarse los zapatos, donde los cordones luchaban por sobrevivir y no terminar de desabrocharse y caer al suelo para no ser pisados.- Sé que se está muriendo.

-Ver-

-No lo digas. –Volvió a dar la espalda al médico, mientras mordía en silencio el caramelo. Sin hacer ruido, sin moverse de ahí.- No soy tonto. Los demás creen que por estar aquí se va a poner mejor, pero yo no soy como ellos. Por eso…-se mordió el labio inferior mientras, desde los ojos grises del mayor, podía ver como el niño temblaba disimuladamente.- En lugar de pedir regalos pensé que podía pedir que volviera a casa. Pero…

-No sabes lo que va a pasar todavía. Puede que no seas como los demás. –apoyó su mano tatuada sobre la cabeza del pequeño, enredando sus dedos entre sus cabellos negros mientras le acariciaba con lentitud, dejándole sentir su exclusiva empatía hacia él. A fin de cuentas, él también ha estado demasiado sólo cuando no debía estarlo.- Por eso debes ser mejor que ellos. Dadan puede recuperarse o puede que no, pero no vendas la piel del cordero antes de tenerla.

El pequeño se giró despacio para poder mirar al mayor con sus enormes y ahora rojizos ojos por la humedad en ellos, esforzándose por ser muy valiente y no mostrar sus sentimientos.

-¿Te has escapado, verdad?

Vergil asintió con rapidez, intentando que no se notase cómo algo muy dentro de su pequeño cuerpo se encogía con ternura.

-Deberías volver.

-¡Pero si ella se m…!

-No vas a evitarlo por escaparte y estar aquí. Ella necesita descansar, y tú también. Si mejora, serás al primero al que se lo diga.

El pelinegro le miró callado antes de salir corriendo por la avenida del hospital y luego perderse entre las calles.

Law se incorporó de nuevo viéndole marchar con una tenue sonrisa para llevarse a los labios su vaso de café, aunque desistió de ello en cuanto notó que estaba congelado.

Hizo una mueca y tiró el vaso a una papelera antes de volver a entrar al hospital. Tenía que coger el neceser y su bolsa para volver a casa. Por el camino tenía algo que comprar.

 

 

 

 

 

 

Frío.

La palabra correcta era frío.

Esta mañana había hecho una temperatura medio decente, como para que de golpe bajen de golpe y parezca la tundra. Sabaody no era una ciudad conocida por ser si quiera de clima tropical, pero tenía normalmente unas temperaturas regulares: ni mucho frío en invierno ni mucho calor en verano. Pero de repente parecía que se habían mudado a la edad de hielo. La chaqueta que se había puesto esa mañana para resguardarse del gélido aire que le cortaba la piel ahora no valía una mierda. No es que fuese tan grueso como un abrigo, pero joder, por diciembre aún podía ponérsela otros años.

Tenía que meterse las manos en los bolsillos para poder sentirlas, sus dedos agarrotados por el frío y las manos enrojecidas. Las mejillas, la nariz, hasta los labios los tenía teñidos por culpa de estar en la calle. Desde lo de aquella mañana, se había dedicado a dar vueltas por la ciudad sin rumbo fijo. Hacía bastante tiempo que no se metía al resguardo en busca de algo de calor que meter en el cuerpo. Podría parar y entrar en alguna cafetería de cualquier calle, pero cuando lo hacía se veía a sí mismo y al moreno como un reflejo en el tiempo, teniendo la misma conversación.

No podía dejar de pensar en sus palabras. ¿Qué quiso decir con ellas? ¿Qué era lo que le afligía?

Sobre todo, ¿Cómo puede haber alguien que muestre tanta antipatía en un día como ese?

Cuanto más lo pensaba menos le cuadraba. Pero, por lo que creyó interpretar ante la visión de aquellos felinos ojos descuartizar con la mirada a la pareja que tuvieron en la mesa de al lado, podía entrever que quizás, sólo quizás, Law solo quisiese un regalo de alguien.

¿Habría estado acaso esperando un regalo suyo?

Negó con la cabeza rápidamente ante aquella idea. No, no podía ser. Ese tipo de detalles sólo le tenían las parejas, las personas que se amaban.

Las personas que se amaban…

Kid se quedó atónito ante las palabras que resonaban en su mente, no dejándole andar y seguir su camino. ¿Amar?

Algo en su pecho quiso retumbar con fuerza, sintiendo la sangre subir a la pobre y castigada carne de sus pómulos ante tal pensamiento, sintiéndose enrojecer por un calor que contrarrestaba el frío de diciembre.

Puede que sí tenía que haber comprado algo a Law por Navidad.

¿Pero qué mierda se le regala a un hombre por Navidad? Que alguien venga y se lo explique. Nunca jamás ha comprado el regalo de nadie, la única vez que recuerda haberlo hecho fue cuando Luffy le pidió que compraran a medias el regalo de cumpleaños del moreno. Y seguro que ese cabeza de cubo ni si quiera dijo que era de los dos…

Se llevó una mano a la cara para despejarse: necesitaba hacerlo. La gente apenas se atrevía  a pisar la calle con ese temporal, pero sin embargo ahí estaba él.

Supuestamente la Navidad era un día para estar con las personas que tú querías. ¿Los regalos no eran cosas secundarias?

Aunque el detalle era el detalle.

No supo cómo ni por qué, pero el ruido de un móvil tintineando con el movimiento de una puerta hizo que girase la cabeza hacia el sonido. Acababa de salir de allí un grupo de amigos sonriendo entre ellos, con un par de regalos en las manos.

¿Quién es el inútil que compra los regalos de Navidad a última hora?

-¿Crees que la va a gustar? Ni si quiera sé si es de su talla. –comentaba uno de ellos, el que parecía ser más tímido.

-¡Claro! Ya verás como sí.

El resto de chicos empezaron a dar ánimos a aquel que portaba el gran paquete mientras se alejaban por la otra punta de la calle.

Sólo por curiosidad, se acercó a ver el escaparate donde unas chicas comentaban lo que allí había. En silencio, sólo se dedicó a mirar los objetos que vendían sin especial interés.

Pero que mierda, ni si quiera sabía regalar como para regalar a un hombre.

Sin embargo, las chicas a su lado comentaban emocionadas las decoraciones de muchos de los colgantes que allí exponían, diciendo que eran demasiado bonitos como para no tenerlo. La mayoría de las cosas que ofrecían parecían para mujer: colgantes, pulseras, relojes, pendientes, pinzas y horquillas con motivos de todos los tipos y hasta peluches enormes con el nombre que tú quisieras ponerle. Había tantas cosas femeninas que daba hasta asco.

Ese tipo de tiendas tan específicas eran la salvación de muchos, quizás podría ser también la suya. No es como si fuese a comprar nada, sólo a echar un vistazo. Al ver que las chicas entraron, disimuladamente las siguió para ver qué cosas eran las que elegían, pero desistió automáticamente cuando vio que se dirigían directamente a la sección de ropa. Toda de chica.

¿Por qué había entrado?

No tenía tiempo que perder, había quedado con Killer y con Sadie para terminar de preparar la fiesta de Navidad para los niños. Era él quien llevaba el dinero para pagar al hombre que se iba a disfrazar de Santa Claus. Para una puta vez que le dejaban algo a cargo iba a cagarla como no llegase a tiempo.

Se dio la vuelta cayendo entonces en que lo que estaba haciendo desde el principio era un maldito impulso. Había entrado sólo por probar. ¿A quién quería engañar?

No valía para aquellas cosas. No era un hombre romántico, no regalaba flores ni bombones. Aunque regalar algo así a un hombre…

¿¡Pero en qué narices estaba pensando!?

Desesperado por el lío que se estaba formando en su cabeza estuvo a punto de agarrar el mango de la puerta para poder salir y perderse un rato más en la ciudad, pero la mano de una de las dependientas, sonrientes como ella sola, le detuvo antes de que lo hiciese.

-¿Puedo ayudarte en algo?

El pelirrojo clavó sus ojos ambarinos en la mujer con cara de malas pulgas, gruñendo por lo bajo.

-No, gracias. Me voy.

-¡Espera! –dijo la chica, la cual parecía un poco consternada por tan salvaje comportamiento.- Si necesitas algo estoy aquí para ayudarte…¿Venías buscando algo?

Kid apretó los labios en una fina línea que demostraba la apatía que sentía hacia aquella dependienta y hacia toda la tienda en general.

-No tiene importancia, es una tontería. –Volvió a agarrar el pomo de la puerta, esta vez abriéndola y dando un paso hacia la calle.

-¿Se te da mal regalar?

Al ver cómo el pelirrojo se detenía en seco, la dependienta esbozó una sonrisa por dar en el clavo.

-Si tienes problemas para elegir el regalo de tu chica estoy aquí para ayudarte.

-¿Qué mierda ganas por hacer esto? –gruñó de nuevo Kid al ver tanta puta insistencia. Sólo quería coger, largarse e irse, pero parecía que la chica tenía otros intereses. Es normal que un dependiente en una tienda quiera conseguir hacer ventas, pero aquello ya era pasarse de la raya.

-Es Navidad. –La castaña ladeó la cabeza al ver que realmente podría ayudar a alguien hoy.- Todos se merecen un regalo. ¿La pobre es difícil de regalar?

-Mucho. –se quejó por lo bajo Kid, mientras la imagen del moreno con aquella típica sonrisa socarrona se le venía a la cabeza de golpe. Suspiró exasperado.

-Hay muchos trucos para regalar a alguien, ¿lo sabías? –La dependienta, tomándose ciertas confianzas, le instó a pasar de nuevo para que se acercara al escaparate que estaba al final de la tienda.- Lo que más suele buscar la gente son cosas que ya le ha visto puestas a la chica, como un colgante, una pulsera… ¿Ella es de llevar pulseras?

-Nunca le he visto ninguna. –Total, por mirar no perdía nada. Frente a él, había un enorme escaparate lleno de pulseras de todo tipo, con cientos de piedras en ellos, o dibujos o muñecos. Había tantas clases que estaba seguro que más de un hombre se había comido la cabeza mirándolo. Malditas mujeres. Por suerte o por desgracia, él tenía que hacer un regalo a un hombre. No sabía si eso era más fácil o más complicado.

-Vale… ¿Qué tal un colgante? –Abrió la vitrina para sacar un precioso collar con un pequeña piedra en un corazón plateado.- Este se ha vendido mucho este año, la gente suele llevárselo en cuanto lo ve.

-No creo que le vayan esas cosas para niñas. –Resopló al ver que iba a ser imposible encontrar algo que le agradase.

La chica guardó de nuevo dentro de la vitrina el colgante, dejándolo bien colocado para que la gente pudiese verlo perfectamente cuando se acercase. Pero no estaba funcionando como ella quería. Creía que iba a ser fácil, normalmente los chicos cuando veían esa zona de la tienda no tardaban en pillar lo primero que se les ocurría. Pero este era diferente. Parecía estar tomándoselo muy en serio. No quería cualquier cosa para ella, quería la cosa.

Sonrió con jovialidad ante este pensamiento, y con un poco de ternura se colocó un mechón de pelo de su cabello rizado detrás de la oreja mientras miraba las cosas que allí exponían.

-Voy a enseñarte un truco, pero no se lo puedes decir a nadie. –Le guiñó un ojo al pelirrojo y éste pareció torcer el gesto.- Yo siempre que busco regalarle algo a alguien, cierro los ojos y pienso detenidamente en esa persona. En cómo es ella. Prueba  a comprar algo que te recuerde a ella con sólo verlo. Así seguro que aciertas.

“Vaya cursilada”

Esas fueron las primeras palabras que se formaron en la mente de Kid nada más escuchar aquello. Le dieron hasta ganas de vomitar. Pero por otra parte, no estaba mal pensado. Era una buena manera de decidirse por una cosa en lugar de otra, y perdería menos tiempo. A pesar de que no era muy bueno haciendo regalos, se había decidido a comprar uno.

Porque la cara de Law por la mañana le había producido una sensación que por dentro no le gustaba.

Quizás un regalo suavizase su humor.

Empezó a mirar dentro de la vitrina por filas, una por una, buscando el regalo perfecto. Pulseras, colgantes…más pulseras, un reloj…

-¿Es que no hay otra puta cosa que no sea esto?

La chica se sintió muy nerviosa al verle actuar de aquella forma de nuevo, por lo que se apartó un poco y se echó las manos a la espalda.

-B-Bueno, en esta estantería tenemos más si quieres mirar.

-No, no quiero algo tan gay, joder. Tiene que ser algo más…

La castaña se quedó callada al escucharle y entonces le cortó en mitad de la frase para decir lo que se le había venido a la mente.

-¿Es para un chico?

El pelirrojo la fulminó con la mirada antes de asentir.

-¿Por qué no has empezado por ahí? Las cosas de chicos están más abajo, mira.

Hizo que el pelirrojo se agachara con ella para enseñarle el último estante de la vitrina. Allí, cientos de objetos con un toque mucho menos femenino yacían expuestos, esperando a ser llevados por alguien.

-No solemos vender cosas masculinas. –Se incomodó al ver al chico rugirle antes sus palabras, pero en seguida se recompuso.- Por eso sólo tenemos lo que ves aquí.

De entre todas las cosas que había, no había nada en especial que le llamase la atención. Nada que le recordase a Law nada más verlo. Paseó su mirada por cada parte del estante hasta que su mirada se detuvo en una correa de cuero negro para la muñeca.

-¿Qué es eso?

-Oh, ¿esto? –La dependienta sacó el taco de pulseras de cuero para que él pudiese verlas mejor.- Son pulseras de cuero negras.

-Eso ya lo veo.

La castaña se levantó de golpe y le hizo un gesto para que se quedase quieto.

-Tengo una idea, no te muevas de aquí.

Agachado como estaba en el suelo, no es que le diesen muchas ganas de quedarse en aquella postura, pero si quería un regalo para Law no le quedaba otra, a su desgracia. Pensó en irse incluso al ver que tardaba, pero justo cuando fue a levantarse la chica llegó con unas cajas.

-Mira. –ella se las abrió de una en una. Dentro, unas correas de cuero muy parecidas a las de la vitrina se escondían entre el relleno, pero lucían muy diferentes. Éstas, aparte de tener diferentes colores y tonalidades, tenían colgando en una tira de cuero dentro de otra pequeñas piezas metalizadas, pequeñas figuras que parecían bailar con un simple movimiento. Eso le llamó más la atención.  Pero no pudo evitar pensar que eso también era muy femenino.

Hasta que la vio.

Cogió la caja en la que estaba y la sacó lentamente para analizarla desde cerca. Era como la que había visto dentro de la vitrina, pero completamente negra y con un pequeño cascabel dorado colgando, sin más parafernalia cerca.

De una manera fugaz, el moreno le vino a la cabeza con sólo verla.

-Quiero esta.

La chica resopló aliviada la ver que, por fin, habían triunfado en elegir algo. Tanto tiempo enseñándole cosas iba a merecer la pena.

-Te dejo elegir el papel de regalo.

 

 

 

 

 

 

El rubio empezó a andar de un lado a otro en aquel pequeño almacén donde su hermana le miraba preocupada y un molesto pelirrojo se cruzaba de brazos sentado sobre una silla. Killer estaba totalmente fuera de sí, pero se estaba conteniendo con todas sus fuerzas para no arrearle dos hostias bien dadas a Kid. Porque si empezaban una pelea ahora con todos los niños fuera iban a rematar por completo la cagada.

-¿Me explicas cómo hostias vamos a dar los regalos a los niños, Einstein?

-Killer. –replicó Sadie para que se calmara, fulminándole con la mirada.

-¡Ni Killer ni pollas! ¿¡Qué hacemos ahora!? –alzó la voz de golpe, pero la pelinaranja le mandó callar en un segundo.

-¡Los niños nos van a oír! No nos queda otra.

El pelirrojo y el rubio parecieron prestarla más atención que antes, con la cara perpleja.

-Tendremos que sustituirle. Y lo vas a hacer tú.

Se agachó para coger con sus delicadas manos aquel disfraz y se le extendió en todas sus narices a Kid.

-¡Una mierda! ¡No pienso hacerlo!

-¡Tú has sido el culpable de todo esto! ¡Así que ahora te toca a ti arreglarlo! –ahora fue ella la que alzó la voz, pero ninguno de los dos tenía los suficientes cojones como para replicarla en un momento tan delicado de la noche.

Sadie entrecerró los ojos rebosando ira por cada poro de su piel. Killer se echó hacia atrás, notando el ambiente cada vez más peligroso. No quería verse inmerso en aquella batalla campal.

Los niños, desde fuera, mientras jugaban entre ellos en el gran salón, jurarían que salía mucho escándalo desde el almacén de la limpieza.

Notas finales:

Por fin se acabó el capítulo dos. ¿Qué tal, qué os ha parecido?

Como habéis visto, ha habido un salto enorme de escenario de un momento a otro, desde la tienda hasta... ¿un almacén?

Si queréis saber qué leches hacen esos tres dentro de un almacén y discuten por una especie de “disfraz”, vais a tener que esperar al siguiente para saberlo. Creo que todos nos vamos a reír un poquito.

No me esperaba que me saliera así de largo, espero que el siguiente salga mucho más corto para que no se os haga pesado.

¿Me merezco algún review? Aunque sea para que me digáis que me odiáis, siempre es bueno saber vuestras opiniones sobre el fic ^^

También me gustaría saber vuestras ideas o cosas que os gustaría ver en capítulos futuros, porque El vecino de al lado es un fic muy abierto en el que puede pasar…completamente de todo.


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