Humo.
"Al humo del humo y al amor del amor.
Braza, humo y ceniza.
La ceniza es la pena que se disuelve y desaparece.
El humo es la ilusión invencible que sabe siempre ir más arriba,
cada vez más lejos de las manos que quieran detenerla…”
En condiciones regulares, la combinación de la voz dulce de Minato acompañada de las caricias lentas en su espalda nunca fallaba en calmarlo, pero no esta vez.
—Hiciste todo lo que pudiste —murmura el rubio.
Fugaku trata de enjaular otro suspiro que igual es prófugo de sus labios a pesar de sus esfuerzos. Él quiere arrancarse el corazón, quiere detener el martilleo de sus sienes y quiere dejar de pensar. Debería haberse calmado ya, pero pasa una hora y el dolor no se va. Sigue sordo a las palabras que buscan consolarlo, ciego a las paredes de su cuarto.
Ni siquiera se había quitado el uniforme y las botas sucias por el sudor y las cenizas. No había tenido fuerzas para derrumbarse en su cama por sus propias fuerzas; fue Minato quien lo encontró de rodillas en la entrada de la casa que ambos compartían, fue Minato quien lo tomó por los brazos y lo acunó en su pecho, sin importarle cubrirse de despojos, astillas y el dolor ajeno. No cuando Fugaku sentía que el olor a humo se le había impregnado en la piel. No cuando Minato no sabía qué hacer para ayudarle.
El Uchiha aún podía ver el cuerpo. Podía verla, hecha bolita como un gatito. Delicada como una flor, frágil como una pluma. Se había sentido muy ligera en sus brazos cuando corría fuera del edificio en llamas, cuando derribaba todo lo que había a su paso para salir de allí lo más rápido posible. Y fue eso lo que le dijo que esa niña ya no estaba con vida.
—Era tan pequeña —Fugaku exhala con quebranto—. Cuatro… No tenía más de cuatro años…
Minato le aparta el cabello de la frente y le cubre el rostro de besos. El moreno no se da cuenta de que son besos húmedos por las lágrimas que Minato derrama y que son la expresión del sufrimiento que Fugaku es incapaz de dejar salir.
—Y-Yo sé, pero hiciste tu mejor esfuerzo…
—No fue suficiente.
El Uchiha tiene miedo de los rostros descompuestos de los padres, el grotesco cambio de la confusión a la desesperanza. Sus rostros lo están persiguiendo ahora y cree que lo perseguirán por toda la vida. Él les había entregado el cuerpo inerte de su hija.
Un error. Un estúpido descuido y una vida más se había marchado.
—Fugaku, deja de culparte —insiste el rubio, que lo obliga a mirarle a los ojos—. No fue tu responsabilidad y no es una cruz que debes cargar solo.
Minato no escucha una respuesta, pero siente como Fugaku se aferra más fuerte a su cuerpo. Minato piensa que su moreno no llevará el peso del mundo en sus hombros, pero sí llevará a cuestas su propia y particular carga.
Una carga tan frágil como una pluma y tan delicada como una flor. Hecha bolita como un gatito. Acompañada de dos rostros descompuestos y dos corazones despedazados por el fuego.
Es una carga demasiada pesada para una sola persona. Por eso Minato está aquí abrazándolo, para llevarla a cuestas junto a él.