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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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Correr.

 

Todas las mañanas Minato entretejía delicadamente la misma rutina, con la atención privilegiada de quien observa la vida desde una perspectiva sencilla y despreocupada. Se levantaba temprano, sacaba a pasear a su cachorro mientras aún era de madrugada y el asfalto no estaba caliente. Regresaba pronto a casa para tomar una ducha caliente y, al terminar, ponía la comida del perrito en su plato, preparaba su desayuno y lo comía mientras leía un libro. Salía de su casa todos los días a la misma hora.

Se veía en la agradable obligación de comenzar una pequeña caminata de veinte minutos para llegar a su lugar de trabajo. Dicha acción no tendría nada de especial si no hubiera una curiosa constante en la ecuación: había otro caminante de mundo que hacía cálculos parecidos a los suyos.

Luego de salir a la calle y caminar los primeros cinco minutos, aparecía (avanzando impasiblemente por la derecha) un hombre que siempre iba por delante, sacándole una ventaja de tres zancadas. Su mera existencia no cautivaría la curiosidad de Minato de no ser porque el elegante moreno siempre le aventajaba durante la caminata.

Al llegar a la esquina era cuando el otro hacía su jugada. La distancia que guardaban uno del otro, le permitía al moreno cruzar la calle rápidamente. A Minato lo sacaba de quicio que la luz del semáforo cambiara a rojo justo en el momento en el que ponía un pie en la orilla de la acera. Los autos procedían a engrosar el tráfico, impidiéndole seguir a su autoimpuesto contrincante.

Un buen día, el muy arrogante le había sonreído desde el otro lado de la calle para luego darle la espalda, agitando su abrigo en el frío de la mañana.

Esa sonrisita de superioridad había tocado una vena sensible en nuestro rubio. Aquello, más que una burla, parecía un reto. Hoy se debía terminar el dichoso jueguito.

Por primera vez desde que empezara a trabajar, Minato se despertó cinco minutos antes de lo usual. Hizo todo lo que debía, y emprendió a trote lento el trayecto hasta su trabajo. Iba contento, pensando en que por fin lograría sobrepasarle e incluso sorprenderle... cuando su pesadilla vestido de seda pasó corriendo a su lado como si nada, dio la vuelta y le dijo:

—He estado ganando durante dos meses ya y no tengo ninguna intención de perder mi racha hoy. Nos vemos mañana.

Fue tanta la estupefacción de verse superado en su propia trampa, que ni siquiera reaccionó cuando el moreno lo adelantó una vez más al cruzar la calle.

A partir de mañana, Minato se prometió llevar su par de tennis para ir al trabajo.

 


Desear algo es,

en definitiva,

tendencia a la posesión de ese algo (…).

Por esta razón, el deseo muere

automáticamente

cuando se logra;

fenece al satisfacerse.

El amor, en cambio, es el eterno insatisfecho.

Estudios sobre el amor

José Ortega y Gasset 


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