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Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

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Pasaron apenas un par de días desde que dejé la ciudad, traté de olvidarme de todo lo ocurrido pero por alguna razón sentía un vacío dentro de mí, una necesidad que trataba de llenar ocupandome de distintas cosas; nada servía. Mi mamá ha preferido no preguntar nada desde mi regreso, aunque estoy seguro que ella sabe de sobra lo que pasó o al menos lo sospecha. 

Mientras acomodaba unos libros debajo de la repisa de donde se encontraba la televisión, el timbre sonó. Mi mamá se apresuró a la puerta sin darme chance de levantarme, no presté atención a la visita y seguí en lo mío. Después de unos minutos oí el sonido de la madera chocar. 

-¿Quién era? —Pregunté aún sin despegar la mirada de un libro que hojeaba. 

-Un vendedor. Andy, cariño, ¿de verdad te sientes seguro de lo que haces? 

-No los podía dejar desacomodados, se llenarían de polvo. 

-No me refería a eso. —Suspiró a mis espaldas. El sonido agudo se hizo presente de nuevo— Yo voy. 

Me puse de pie después de sacudirme las manos llenas de suciedad. 

-Mamá, ¿quién es? —Me di la vuelta mirando a mi madre que parecía haber visto un fantasma, estaba boquiabierta—¿Mamá? —Fui hasta a la puerta mirandolo de pies a cabeza, enseguida sentí como mi torrente sanguíneo se disparó- 

-Hola. —Dijo Sebastián, rascándose la nuca. 

-Y-yo lo atiendo. —Jalé la puerta casi empujando a mi mamá adentro quien aun no reaccionaba, para que dejara de ver a mi ex no-novio, salí de la casa observando a Sebastián aún con asombro, no podía creer que estaba frente a mis ojos y que además se veía guapísimo. Llevaba puesta una camisa de manga larga arremangada hasta sus antebrazos de color verde que hacia juego con sus hermosos ojos, su cabello caía gentilmente desordenado por su frente y esos pantalones que lo hacían lucir aún más espectacular. Cualquier hombre sentiría envidia por su tan agraciado físico. 

-¡¿Qué haces aquí?! —Susurré volviendo a la realidad. 

-Quería hablar contigo. 

 Volteé a ambos lados para comprobar que nadie estaba cerca y le hice una seña a Sebastián para que me siguiera. Ambos fuimos al jardín detrás de mi casa y nos sentamos en una pequeña banca de madera.

-No entiendo qué haces aquí. —Bajé la mirada fijándola en mis zapatos.

 -Tampoco sé qué haces aquí.

 -Es mi casa.

 -Vuelve.

 -¿Qué? —Lo miré fijamente— Creí que no le rogabas a nadie.

Aclaró su garganta.

-No es como si te estuviera rogando… sólo quería verte.  De verdad quiero que vuelvas.

-No puedo.

-¿Por qué? —Se corrió más hacia su derecha, acercándose a mí.

-P-porque no… —Lo miré de reojo— Ya he retirado los papeles de la universidad y además renuncié a mi empleo, si regreso no tendría caso, yo fui a la ciudad para estudiar.

-¿Y yo?

-Ya hemos hablado de eso, Sebastián.

-Lo has decidido tú solo. ¿De verdad me odias tanto que no quieres verme nunca más?

-¿De verdad te intereso tanto para que insistas tanto?

-Te diré una cosa, Andy. —Se acercó aún más a mí, hasta que nuestras manos se rozaron- No conduje más de 2000 kilómetros por nada.

Giré mi cara para verlo de frente, mis mejillas estaban ruborizadas y sentía los nervios venir. Durante este tiempo yo había creído que Sebastián sólo se estaba burlando de mí, jugando de mis sentimientos. Él tenía razón, no había venido aquí por nada, si de verdad todo hubiese sido una broma él no estaría aquí conmigo. Me sentí como un idiota, había cometido una gran tontería, dejé todo por un simple malentendido, por mis pensamientos pesimistas de auto rechazo, pero por otra parte me sentía aliviado, si yo no hubiera hecho todo esto jamás podría saber si Sebas de verdad sentía algo por mí.

-¿Entonces… regresas? —Insistió.

-No sé...

-Realmente no era una pregunta.

-¿Ah? -Me puse de pie bruscamente, ya podía esperar cualquier cosa de Sebastián, siempre me sorprendía su forma de ser tan única. Él me tomó de la mano regresándome al asiento.

-¿Sabes? Es extraño, desde que llegué la gente me mira mucho. Me siento un bicho raro.

-Lo eres… —Susurré. Y era verdad, una persona con la belleza que poseía  Sebastián era algo increíble y de admirarse en este lugar. Todo de él era hermoso, su cabello brilloso, sus ojos verde esmeralda, su nariz perfecta, sus finos labios, su forma de vestir, de caminar, incluso de hablar con esa voz grave que podía sonar tan gentil o autoritaria como él quisiera, ese porte tan elegante y varonil característico de él, era fascinante y lo tenía junto de mí.

-¿Qué?—Volteó a verme extrañado.

-N-nada—Sacudí la cabeza. Incluso pensar en él era extraordinario—Vamos adentro.

Nos levantamos y entramos  a la casa. Mi mamá parecía ya más recuperada, estaba en la cocina cuando no tardó en voltear a mirarme o más bien a mirarlo a él. Sentía vergüenza por el hecho que mi madre se pusiera así de tan sólo verlo, pero no la culpo, yo reaccioné de la misma forma.

-Hijo, ¿no me presentas a tu amigo?  —Se acercó a nosotros.

-S-sí, él es… Sebastián. —Solté con un hilo de voz.

La mujer se quedó boquiabierta, apostaba que jamás se imaginó que se vería así.

-Sebastián Lefévre. Un gusto. —Sebas extendió su mano, estrechándola con la de mi madre.

-Sebastián… —Repitió con sutileza- He escuchado mucho sobre ti. —Sonrió ampliamente.

-¿En serio?  —Me miró emocionado.

-Vamos a mi cuarto. —Tomé a Sebastián de la muñeca casi arrastrándolo conmigo. Se me revolvía del estómago de pensar que mi mamá podía contarle algo de todo lo que le he dicho de él.

Al entrar me senté en mi cama, seguía nervioso por los  pensamientos que me venían a la cabeza. Él se quedó en el marco de la puerta, recorriendo mi habitación con su mirada. Yo lo observaba a él, tratando de descifrar que pensaba.

-Tú apellido es extraño… —Me decidí por romper el silencio.

-Mi abuelo es francés.

-Oh.

Tiene sangre extranjera.

-Tu habitación es linda. —Siguió— Me gustan tus juguetes.

-No son juguetes. —Fruncí el ceño. Qué manía tenía la gente de decir siempre lo mismo. Me puse de pie— Son figuras de acción, de colección.

Esbozó una gran sonrisa y me tomó de ambas pegándome contra la pared de mi cuarto, acorralándome por completo. Su cara estaba demasiado cerca de la mía, su cabello rozaba con el mío, lo mismo pasaba con nuestras narices y casi con nuestros labios. En cualquier momento se me podía salir el corazón, ni siquiera tenía fuerzas para quitármelo de encima, mis piernas ya no respondían al igual que mi razón. Sentía ansiedad, de sentir sus labios sobre los míos nuevamente, su saliva, su sabor, conectar nuestras lenguas y fundirnos en un beso que sólo él sabe dar y que sólo yo quiero recibir.

-Vas a regresar conmigo.  —Sus dos ojos verdes se clavaron en los míos, seduciéndome con la mirada, como si pudiera saber cómo me siento.

-¿Q-qué? —Parpadeé varias veces, él no dejaba de mirarme- No.

-Lo harás.

-Andy, hijo… —La voz de mi mamá se acercaba lentamente a lo largo del pasillo y automáticamente lo menos que quería era que me besara frente de mi madre.

-S-sebastián, hazte a un lado. —Forcejé inútilmente volteando mi rostro.

-¿Vendrás conmigo? —Preguntó acercándose amenazadoramente a mis labios.

-P-por favor, viene mi mamá… —Supliqué como pude.

-¿Andrés? Te estoy hablando. —Aquella voz femenina se escuchaba a unos pasos. Miré al castaño angustiado.

-¿Vienes…?

-¡Sí! Sí voy contigo, pero déjame ir, por favor.

-Hola, señora. —Sebastián le sonrió serenamente, parado junto de mí.

Miré perplejo a mi mamá, quien parecía no percatarse de nada de lo que ocurría hace unos segundos. Tallé mis muñecas retrocediendo unos pasos.

-¿Andrés estás bien? —Se acercó mi mamá a mí, mirándome preocupada.

-S-sí… ¿qué querías?

-¿Quieren ir a tomar algo?

-Claro. —contestó Sebastián saliendo detrás de mi madre después de dedicarme una sonrisa.

Salí detrás de ellos, siguiéndolos hasta el comedor, donde mi madre nos esperaba con un par de bebidas, me senté en medio de ellos aun inquieto sin saber si mi mamá de verdad no vio nada o sólo está fingiendo.

Durante rato estuvimos como si nada, hablando de cosas triviales, mi mamá preguntándole casi toda su vida a Sebastián, y él respondía tan calmadamente que irritaba.

-Me tengo ir, fue un gusto conocerla. Mañana vendré por Andrés, él regresará a la ciudad.

-¿Es verdad eso, hijo? —Mi mamá se puso de pie junto con Sebastián.

-P-por supuesto que no. —Refunfuñé, tomando a Sebastián del brazo y llevándolo a la puerta.

-Por supuesto que sí. —Atinó a decir Sebastián, metiendo su pie entre la madera para evitar que cerrara la puerta. 

-¡Qué no! —Susurré.

-Me has dado tu palabra y debes cumplirla, eres todo un hombre ¿no? Mañana te veo a primera hora. —Tomó la manija y el mismo cerró la puerta impidiendome que le respondiera. 

Aunque no es como si tuviera algo para responderle, tenía la habilidad para dejarme sin palabras. Él tenia razón, aunque fui forzado por las circunstancias, yo le di mi palabra y no me quedaba otra cosa que cumplirla.


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