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Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

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Notas del capitulo:

Uno de los capítulos que más disfruté escribir~

 

 

Perdonen la demora >.<

 

 

Con mis nudillos di suaves toques a la puerta de madera, tratando de no hacer mucho ruido por la hora tan temprana que era. El pelinegro de ojos avellanados no tardó en aparecer, en su cara era más que notable su fastidio, bajó su mirada rompiendo el contacto visual entre nosotros, sus mejillas rosadas resaltaban en su nívea piel. 

-Te ayudo con tus maletas. —Tomé con ambas manos el equipaje y los guardé en la cajuela del auto, esperando que Andy terminara de despedirse. 

Subí al asiento del conductor viendo de reojo a Andrés que no dejaba de hablar, o más bien de quejarse con su mamá. 

Quizá estaba tomando demasiada autoridad al alejarlo de esa forma de su única familia, pero si se quedaba me sentiría culpable que abandonara su carrera siendo tan buen estudiante por un malentendido, pero bien sabía que eso no era más que un pretexto para tenerlo cerca. 

-Listo. —Anunció una vez dentro del auto. 

-Aunque estés molesto yo sé que me lo agradecerás. —Encendí el motor y tomé rumbo hacia el oeste, donde hilos dorados chocaban sutilmente sobre el parabrisas, anunciando un día soleado a pesar de estar en pleno invierno. 

A las dos horas de viaje, por decisión mutua nos detuvimos a desayunar a un pequeño local ubicado a unos metros de una gasolinera. 

-¿Están listos para ordenar? —Preguntó la joven mesera pelirroja con una sonrisa y escote de comercial. 

-Quiero unos hot cakes como estos... —Señaló la imagen del menú, mostrándosela a la señorita— y... y... un jugo. —Sonrió. 

-Ajá. Y... ¿usted? —Volteó a verme inclinándose ligeramente. 

-Lo mismo. —No despegué la mirada de Andrés en ningún instante y él se percató de eso, evitando cruzar miradas en cualquier momento. Por el rabillo del ojo noté como la mesera se alejó lentamente ante la falta de atención— Me gustaría que a mí también me sonrieras así. 

Hizo leve puchero y tomó una servilleta enrollándola en sus pequeños dedos. 

-¿Sigues enojado? 

Negó con la cabeza y suspiró, mirándome al fin. 

-No sé qué voy a hacer con la universidad... 

-No te preocupes. —Sonreí de lado— Yo te puedo ayudar con eso, sólo es cuestión de mover papeles y hablar con el rector. 

-¿De verdad? 

-Por supuesto. Además... no te preocupes por el empleo, estoy seguro que ya encontrarás algo. Eres un chico inteligente y con muchas cualidades. 

-G-gracias. —Acomodó las mangas de su suéter— Pero, aun así, tengo que pagar la renta y... 

-No me tienes que pagar nada. —Lo interrumpí 

-Sebastián. 

-Es en serio. —Insistí— No te ofendas, pero... no necesito tu dinero. Además, yo te obligué a regresar, es lo menos que puedo hacer por ti.

-Yo no necesito que hagas algo por mí; no quiero ser una molestia. 

-Si lo fueras no diría nada. 

Suspiró ligeramente y prefirió ahorrarse una disputa conmigo, sabía que yo siempre tenía la razón, y si no, hacia lo que fuera para tenerla. Sonreí para mí y justo llegó la pelirroja con el desayuno. 

Después de aquella pequeña conversación no volvimos a cruzar palabra; Andrés prefirió dormir todo el trayecto y pasadas muchas horas más ya estábamos en la ciudad y era notable por la terrible nevada que dificultaba la visión. 

Estacioné el auto en la cochera y me incliné despacio sobre Andy, moviéndolo con cuidado para despertarlo, y como era de esperarse, no abrió los ojos. 

-Andy... —Agarré su rostro por el mentón y tomé mi tiempo para contemplar su cara sonrojada por el frío, sus labios entreabiertos, dejando ver sus pequeños dientes. Su pecho se movía serenamente al compás de su respiración. 

El sólo verlo me inspiraba una serenidad que jamás nadie me había transmitido; algo se movió dentro de mí que sentí la necesidad de cuidarlo, protegerlo como si fuera lo más preciado que tuviera, con esa delicadeza con que la gente procura su autos lujosos, sus casas enormes, su dinero, sólo que para mí, él no se comparaba con eso, era superior a cualquier cosa, a cualquier persona con la que salí. 

Deslicé ambas manos por sus hombros hasta llegar a su cintura, donde me abrí paso hasta su espalda, rodeándola y hundiendo mi cara en su cuello, aspirando el dulce y puro aroma que me hizo darme cuenta que lo tenía a él, de vuelta, para mí. 

-¿Sebastián...? —Sus manos se posaron en mis muñecas. 

-... 

-¿Estás bien? ¿Pasó algo? 

Me separé rápidamente y tomé las llaves del auto. 

-Hace frío, será mejor que subas. —Atiné a decir antes de cerrar la puerta. Abrí el maletero y saqué el equipaje de Andrés dirigiéndome directamente al ascensor que no tardó mucho en llegar. 

-¿Mañana tienes planes? —Pregunté sutilmente para romper el extraño silencio, pero el propósito era más que eso. Necesitaba despejar el área antes de aterrizar. 

-Bueno... Acabo de llegar, así que no... 

-Claro, qué imbécil soy... —Susurré para mí. 

-¿Eh? 

-Nada. —Aclaré mi garganta— Mañana vendrás conmigo. 

-¿P-por qué? —Me miró con los nervios a flor de piel. 

-No me mires así, no soy tan malo. —Tomé las maletas, una en cada mano y salí del elevador, bajé una para permitirme abrir la puerta del apartamento, notaba la presencia de Andrés detrás de mí, en silencio, lo más seguro ideándose miles de ideas en su mente.

-¿Por qué conmigo? —Se plantó frente de mí, impidiéndome el paso a su habitación. 

-¿Y por qué no? 

-Porque soy yo. 

-Te acabas de responder solo. 

Me miró sin entender, y yo lo miré entendiendo todo. Si tan sólo tuviera un poquito de confianza, no en mí, sino en él, en saber que es merecedor de cariño, que aunque él se sienta nada, puede llegar a ser todo. 

-Debes estar cansado, así que te dejo. —Palmeé su hombro antes de retirarme. 

                                                  .                  .                  . 

-Sebastián, no tienes por qué hacer esto. Debes estar con tu familia, no conmigo. 

-Yo jamás hago lo que debo, pequeño. —Acomodé su bufanda alrededor de su cuello— Vamos ya, hay que disfrutar, dentro de unas horas será un nuevo año. 

Como era de esperarse la blanca nieve hacía acto de presencia, quizá ya no torrencialmente, pero de frío no carecíamos; en el camino discutimos sobre lugares donde podíamos cenar, al final, nos decidimos por un restaurante familiar, espetó que no quería nada de lujos, y yo estaba de acuerdo, a pesar de que estoy acostumbrado a frecuentar esos lugares, esta vez era diferente. Quería algo especial e inolvidable, salir de mi mundo y sacarlo del suyo para crear el nuestro, aunque sea por un rato. 

-Hay más gente de la que me imaginé... —Volteó a su alrededor mirando el concurrido lugar. 

-Es normal que la gente celebre fuera. 

-¿E-enserio? Es que... bueno, yo jamás salía de mi casa en estas fechas y, y, y... no sé. —Mordisqueó su labio inferior— Es raro, pero me gusta ver a tanta gente sonriente... reunida y celebrando. 

Sonreí extasiado. Era tan sorprendente que la alegría de los demás fuera capaz de conmoverlo y emocionarlo, una actitud llena de inocencia. 

Empezamos una cena llena de risas, de mucha platica y bromas; también logré que hablara más de él, de la vida que llevaba, y aunque no contó mucho de cosas personales, me bastó con saber que le gustan los conejos, los superhéroes, los lugares fríos -razón por la que solicitó su beca universitaria en esta ciudad- el jugo y que no puede dormir sin calcetines. Brindamos con una copa de sidra barata, brindamos por los animales y por los minutos, aquellos que pasaban y que disfrutaba cada vez más. 

Salimos a las once de la noche del restaurante, y caminamos hasta el zócalo, que adornado con luces, listones, esferas y una estrella de cristal gigante estaba el enorme pino; bastante gente ya estaba aglomerada, esperando ansiosa la cuenta regresiva de año nuevo. 

-¡Wow! Se ve increíble... 

-¿Te gusta? 

-¡Claro que sí! Me encantaría tener un árbol así. ¡Me gusta muchísimo! —Me sonrió ampliamente, el brillo de sus ojos resplandecía aún más. 

-Pero no cabría ni una rama... 

-N-no importa. —Río. Volteó a ambos, recorriendo el zócalo con su mirada— ¡Mira, mira! —Jaloneó la manga de mi abrigo señalando distintos puestos de dulces— ¿Podemos, podemos, podemos, podemos, podemos? 

Lo tomé de la mano enseguida y caminamos hasta los puestos; él no protestó, tanta gente con abrigos, bufandas, gorros, hacía imposible distinguir quién era hombre o mujer, esa noche todos se trataban como seres humanos, nadie se distinguía, ni se criticaba, al menos no públicamente, quizá era porque nadie se veía, ni mucho menos se reconocía. 

Compramos muchos dulces, desde algodón de azúcar hasta pastelitos. Todo el tiempo tomados de las manos, sin despegarnos ni un centímetro, dejamos de lado el "qué dirán" y por primera vez sentí que dejó todos sus fantasmas atrás, en sus facciones se retrataba el estado tan limpio de su alma; se reía por cualquier mínima cosa, sin reprimirse, me sonreía y yo a él, nuestras miradas se cruzaban y él las mantenía, masticábamos todos los dulces sin terminarlos y los devolvíamos a la bolsa. 

Ambos nos detuvimos a unos metros del reloj gigantesco. Cinco para las doce. Personas abrazadas, entre esas, nosotros, emocionadas y llenas de expectativas. 

-¿Tienes listo tu deseo? —Susurró sin mirarme. 

-Ajá... —Yo tampoco lo miraba; los dos teníamos clavados nuestros ojos en los números. Menos de treinta segundos— ¿Tú? 

-Síp. 

Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno. 

-¡Feliz año nuevo! —Gritamos al unísono y en menos de un segundo la noche se iluminó con destellantes fuegos artificiales de diversos colores. 

Noté el silencio de Andrés. Sus pupilas estaban dilatadas, y sus labios entreabiertos, las ráfagas de aire hacían flotar los mechones de su cabello a los lados de su rostro. Su expresión era algo que sólo podía comparar con la de un niño pequeño recibiendo un regalo; lo que para mí era de lo más común, para él era extraordinario. Yo estaba absorto en la contemplación de su belleza, la atracción que sentí sólo podía ser explicada por una fuerza desconocida. 

De pronto todo se redujo a él y yo. Las personas, el tiempo, los sonidos, y los prejuicios desaparecieron; a pesar que lo tenía a escasos centímetros de mí, lo quería sentir más cerca. Puede que no pensé en las consecuencias, pero tenía que ser ahora. 

-Andrés. —Dije sin despegar la mirada de él, no sabía cuánto tiempo había pasado, pero todo iba a cambiar en ese momento. 

-¿Has visto eso? —Señaló el oscuro cielo ya despejado— Ha sido hermoso. 

-Andrés, tengo que decirte algo. 

-¿A qué también te ha gustado? —Sonrió— Esto debería ocurrir todos los días, ¿no crees?

-Andrés, cierra la boca, quiero decirte algo. 

Su sonrisa se desvaneció y noté cómo su mandíbula se tensó, sus ojos se apagaron y caí en la realidad. 

-Oye. 

-¿Hmm? 

-Quiero que seas mi novio. 

-¿Qué? —Sus ojos se colocaron sobre los míos, buscando una explicación de la petición, más que entusiasmo, se reflejaba temor— P-pero... P-pero... 

-Di que sí. —Acorté la distancia entre nosotros. 

-¿Me estás obligando? 

-N-no... Claro que no. —Sonreí de lado, y rasqué mi nuca, retrocediendo— Andy, ¿quieres ser mi novio? 

Un silencio se quedó atrapado en el aire. Las manos me comenzaron a sudar, y un nudo en la garganta no me dejaba pensar en nada, mi cerebro se desconectó totalmente de mí alrededor. 

-Sí... 

-¿Qué? 

-Sí quiero. 

-¿En serio? 

Asintió tímidamente con la cabeza, como si todo el mundo hubiese escuchado la conversación. Me acerqué a un paso suave y pausado, él no se movía, parecía que sus pies estaban pegados al concreto; lentamente bajé la bufanda que cubría sus dulce boca, una sensación fría se extendió en mis labios ardientes, su respiración era irregular, estaba igual que yo. Nos besamos, un beso sin morbo ni malicia, nada salvaje ni con dobles intenciones, así como él. 

El oxígeno ya pasaba entre nosotros, hundió su cabeza en mi pecho, yo lo abracé, rodeando su cintura, al igual que sus brazos no tardaron en hacer lo mismo con la mía. 

-Sebas... 

-¿Sí? 

-Te quiero. 

-Te quiero más.


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