Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

[Reviews - 149]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

La mayoría de veces no me preocupaba por cosas que no me pasaran a mí; veía al mundo con cierta utopía individual, y alardeaba de mí en toda ocasión. Pero en este punto de mi vida, había vivido una serie de cosas que fueron profundizando mi forma de pensar, empezando por el pequeño pelinegro de ojos marrones que me hizo ver más abajo, y darme cuenta de que las tragedias y desgracias estaban más cerca de lo que uno cree. 

Aquella noche que contó la terrible experiencia que sufrió, sentí que algo se quebró dentro de mí, dándole paso a un nuevo yo, quizá no tan distinto, pero sí más humanitario y con la capacidad de ayudar. 

Probablemente lo último que hubiese pensado que le sucedió fue una ultrajación de tal magnitud, era inevitable no imaginarme a ese niño de ojos grandes y expresión inmutable que hace poco había visto en portarretratos, siendo víctima de una violación continua a la tierna edad de diez años. Y también me hacía sentir tan miserablemente afortunado saber que yo en esa época, disfrutaba de mi vida como cualquier adolescente; yendo a pasear a donde quisiera con montones de amigos; saliendo a viajes familiares; llevando una vida estudiantil relativamente tranquila. 

Quizá unas palabras de aliento, asegurándole que todo iba a estar bien, hubiesen bastado, pero ya no sabía a ciencia cierta qué iba a pasar, no sabía como iba su salud mental y emocional. Lo notaba más decaído, más triste y en ocasiones lloraba por las noches. No había querido preguntarle qué pasaba, no sabía si eso era una buena o mala señal, realmente estaba abrumado por tantas cosas. Afrontaba la cruda realidad. 

Por supuesto que quería ayudarlo, la necesidad de hacerlo era incontrolable, pero hay veces donde no importa qué tan buena intención tengas, mientras el otro no ponga de su parte, nada va a suceder. Me había dado cuenta que no es como te lo pintan, no puedes querer darte esos aires de héroe auxiliando al prójimo cuando no entiendes ni vives el dolor, podrás ser muy bueno con los consejos y frases motivadoras, pero al final del día, ¿de qué sirve? No cambia los hechos. 

Y probablente ese era el problema, Andrés no aceptaba lo que pasó, no quería asumir que abusaron sexualmente de él y se escudaba reprimiendo lo sucedido y eso dificultaba su capacidad de enfrentar cualquier tipo de problema. 

Había estado pensando mucho, quizá más de lo usual y dejando de lado ese dote impulsivo que tanto me caracterizaba. Tenía un chico con complejo de niño, cargando un pasado terrible que lo hace deprimirse, esperándome en casa. Si antes no sabía como tratarlo, ahora menos. No tenía miedo o asco por él, sino un sentimiento que me daba las ganas de abrazarlo, mirarlo durante horas, estar a su lado por todo el tiempo posible, aunque no dijeramos nada, pero lo quería cerca, me fascinaba tenerlo cerca. 

Andrés no había asistido a la universidad, despertó con un dolor de cabeza y mareo tan fuerte que no se podía levantar de la cama. Hubiera deseado poder faltar también, y quedarme a cuidarlo, pero era imposible, tenía examenes por hacer, por suerte, y porque sólo iba a las pruebas, salía temprano del campus y como era costumbre, no trabajaba en examenes finales, así que tenía el resto de la mañana y todo el día para quedarme con él. 

Había tenido una pequeña discusión por teléfono con él, obligándolo a que cediera ir al doctor pero como buen terco que es, decía que "se le iba a pasar", así que al final, para ahorrarme gastar fuerzas había ido a una farmacia a comprar unos medicamentos para la jaqueca, mareo, tos, embarazo, resfriado y cualquiero otra cosa relacionada que no requiriera receta médica. 

-No puedo creer que te vinieras a enfermar justo cuando el clima mejora y no en invierno, que nevaba. —Dije, algo confundido sin entender el organismo extraño de Andy. Estaba sentado en la cama, junto de él y recargado en el respaldo, mirando todas las advertencias y usos de los productos que había comprado. 

-Ay... —Jadeó un poco y lo volteé a ver. Sus mejillas estaban sonrojadas, sus pupilas dilatadas y su cabello parecía un nido de pájaros. Sus extremidades caían flácidas sobre la cama mientras se mantenía cubierto con la cobija hasta la cintura y hacía intentos por sentarse— ¿Para qué compraste una prueba de embarazo? Además, estoy bien, créeme que me he enfermado muchas veces y sólo cuando agonizaba, mamá me llevaba al médico. —Por fin logró despegar su espalda del colchón y se recargó igual que yo, pero con menos compostura— Eso me hizo más resistente, supongo. Con un poco de reposo se me pasará, no es necesario gastar en doctores. 

-Pero si el dinero no es problema. —Refunfuñé y me di por vencido con las medicinas, regresándolas a su bolsa y poniéndolas encima de la mesita de noche— ¿Qué tal si es algo grave? —Me asusté de tan sólo pensar que algo -más- malo le sucediera. 

-Gracias por tus buenos deseos. —Hizo un puchero, mirándome con los ojos acuosos. Le toqué su frente con una mano y con la otra toqué la mía para comparar temperaturas.

-Creo que tienes un poco de fiebre, ¿cómo te sientes? —Me acerqué a él, lo suficiente para rodear su cintura con mi brazo y hacer que se recargara sobre mi hombro. Su cuerpo estaba más cálido de lo normal y me provocaba cierta ternura mirarlo en un estado indefenso. 

-Un poquito mejor. 

-Qué bueno que mañana es sábado, así no faltas más. —Se escurrió furtivamente, hasta quedar entre mis piernas, de espalda, y yo lo recibí con gusto— De todas formas, tienes que justificar el día perdido de hoy. 

-Qué flojera. —Ronroneó, déjando todo su peso sobre mí y sentí el cítrico aroma proveniente de su pelo. Me incliné y besé su mejilla. 

-Andy. —Embriagado por su aroma de recién salido de la ducha, lo aprisioné contra mí, ocultando mi rostro en la hendidura de su cuello— ¿Qué crees? —Pregunté en voz baja. 

-¿Qué? —Murmuró, girando su rostro hacia mí y le robé un beso en los labios para después mirarlo desde arriba. Él se dio la vuelta y se hincó, rodeando mi cuello con sus brazos. 

-Estoy enamorado de ti. —Le dije al oído mientras lo tomaba por la cadera y sentía como se separaba de mí. Me miraba tranquilo, hasta con un poco de curiosidad como si no hubiese entendido y después, abrió mucho los ojos, y arrugó la nariz en un gesto gracioso. 

-¿D-De verdad? —Sus labios entreabiertos de incredulidad y sus manos estrujando mi playera por los hombros, me hacían pensar que él veía eso como algo imposible. Luego recordé el día que dijo que quizá yo estaba jugando con él, ¿es que así parecía? Arrugué la frente. 

-Sí. —Me acerqué a sus labios, rozándolos con delicadeza y dándole pequeños lametones para humedecerlos. Él parecía corresponderme porque rodeaba mi cuello nuevamente, parecía temeroso y yo lo entendí; una parte de mí, se sentía igual. Acaricié su cadera por encima de de la playera unas tallas más grande que usaba, era mía. 

Al ver la seguridad que había obtenido de esa casta fricción, hice presión sobre sus labios, acaramelados de tanta saliva y colé mi lengua entre ellos, jugando con la suya, en un duelo donde yo iba ganando. 

Nos separamos unos segundos después, no por falta de aire, sino porque sabíamos a dónde íbamos con esto y ambos estábamos indecisos, incluso yo más que él, ahora comprendía su rechazo a que lo tocara, pero extrañamente, esta vez era diferente. 

Sus ojos brillosos, como luz reflejándose en el agua, estaban fijos en los míos, buscando algún indicio de iniciativa que no tardé mucho en tomar. De un vuelco lo coloqué boca arriba sobre el colchón, húndiendo nuestros cuerpos en el deseo de recorrer la piel ajena; empezando por su cuello, saboreando esa aterciopelada piel entre mis labios, transmitiendome el calor que emanaba de su cuerpo, me vi sumido en un remolino de sensaciones desconocidas. 

Sí, había estado con chicas, y lo disfrutaba, pero el sentimiento incontrolable de poseer a alguien que, a simple vista parecía prohibido, volvía mi mente un animal, déjandome guíar por mis instintos y paseando mi lengua por cada centímetro de la suavidad de Andrés, de su carita ruborizada y sus labios húmedos, profanados minutos antes y deleítando su escencia tan pura y dulce que me hacía desearlo más. 

Arremetí contra su boca, esclavo de mis impulsos que volvían a nacer, saboreando la tersa e hinchada carne que soltaba los gemidos más adorables que alguna vez escuché. 

Se revolvía debajo de mí, pero sin poner ninguna resistencia, déjandose a mi merced, déjandose explorar y experimentar la pasión, el deseo y el amor que le tenía. Poco a poco mis manos fueron traspasando la ahora molesta pieza de tela que me ocultaba la causa de más excitación. Se la quité en un movimiento rápido y quedé absorto en la contemplación de su cuerpo. 

Su pecho desnudo, dejando esa piel tan blanca como la cera, y moviéndose al compás de su agitada respiración; era un chico escuálido, sus costillas hacían acto presencia y su abdomen estaba blando gracias a la nula ejercitación que tenía. No era el mejor cuerpo que había visto ni el más estéticamente bueno, pero para mí, era el más atractivo y la respuesta a esa punzante sensación en mi pantalón. 

-Eres hermoso... —Susurré gravemente en su oído antes de atrapar su lóbulo entre mis dientes y lamerlo por un corto tiempo. La forma en que reprimía vanamente sus gemidos me volvían loco, me hacían querer escuchar más y más, conocer todo de él. 

Volví a cazar sus labios, dejando que ahogara sus jadeos cargados de erotismo en mi garganta, mientras que con mis manos hacía un lento recorrido, desde sus caderas, pasando por su estrecha cintura, deleitando sus brazos y culminando en una unión con sus dedos.

Besaba sus mejillas, mordiéndolas ocasionalmente ante la ternura de su contacto, besaba su frente, su nariz, recorría su mentón y me encaprichaba en su boca, esa delicia, esos labios acorazonados de color carmesí que clamaban posesión. 

Me deslicé por su barbilla, hasta llegar nuevamente a su cuello, dejando a mi paso un recorrido de besos y chupetones; me planté en su clavícula, marcando un largo y pausado recorrido en su extensión, a lo último me concentré en sus rosados pezones que no tardaron en ponerse duros como otra parte de él que chocaba contra mi abdomen. Los degusté con ansias, con cariño y sin lastimarlo, alternando entre ellos y sintiendo como sus manos me tomaban por el cabello, solo dejando reposar sus dedos ahí, enredándolos y sin ánimos de apartarme. Lo estaba disfrutando, y yo también, porque lo deseaba, lo necesitaba, y ambos lo queríamos, ese contacto íntimo, del que sólo yo disfrutaba tanto como él. 

Sin siquiera tocarme, me sentía húmedo, admirando y maravillado por el pequeño chico que yacía sobre la cama con las piernas abiertas, totalmente excitado y ahogado por la pasión. 

Mantenía los ojos entreabiertos, esos condenados ojos que me hipnotizaban, esos preciosos ojos de los que era víctima de la adoración y el suplicio que sólo fueran míos, que sólo me perteneciera esa mirada llena de inocencia. 

Dominado por el enardecimiento, me fui abriendo paso a su abdomen, succionando su piel que se fundía en mis labios y olía exquisitamente, llegué a su ombligo, recorriendo el contorno con mi lengua y teniendo cada vez más cerca ese lugar que tanto anhelaba conocer. 

Sintiéndome atrapado por la ropa, me despojé de mi camisa, echándola a un punto en la habitación desconocido, al igual que mis pantalones y calcetines, quedándome en ropa interior. 

En la penumbra de la habitación, que se iba oscureciendo conforme pasaba el tiempo a causa del crepúsculo de la noche, miraba a Andy, con la respiración entrecortada y haciendo un esfuerzo por abrir los ojos, la lujuria que emanaba de mis poros no me abandonaba en ningún momento, estaba atrapado en el cuerpo de él, en la incosciente sensualidad de esos jadeos, en los movimientos inesperados que le obligaba a hacer su cuerpo y esa blanquecina piel que mandaba descargas eléctricas desde la yema de mis dedos hasta mi entrepierna. 

Me incliné sobre de él, otra vez y tomé el elástico de esos viejos pantalones de algodón que, abultados por el ferviente toque, me incitaban a conocer más allá, a experimentar más allá y conocer mis límites del autocontrol. 

Justo cuando mis dedos ya casi sentían aquel lugar caliente, una pequeña mano me apartó, encogiendo sus piernas. 

No entendía. Estaba confundido y subyugado por la lascivia. 

-¿Q-qué pasa? —Atiné a cuestionar con voz ronca, perturbado por la interrupción. 

-Es que... —Dudó un poco. Lo miré directamente, aprovechando la poca claridad. Yo estaba semidesnudo y a él no parecía interesarle, su vista estaba concentrada en los dedos de sus manos— Y-yo... ¿recuerdas qué...? —Me miró por un segundo y noté como su cara se enrojecía, aún más. Me sentía en un martirio; quería besarlo, acariciarlo, quería hacerlo mío— Sabes q-q-que yo tengo... ehm. —Suspiró agotado, y escondió su rostro detrás de sus rodillas. 

Y entonces entendí. 

A mi mente se me vino esa imagen de las cicatrices tan desastrozas que impregnaban su piel y rompían el patrón tan suave que la caracterizaba. ¿Era eso? Se veía tímido y asustado, como un animalito que se ve acorralado y sin salida; pensé en que tal vez tenía miedo que lo rechazara por esa brutalidad, que tal vez me provocaba repugnancia, pero a estas alturas, eso era lo menos que podía sentir. Al fin de cuentas, era su cuerpo, su esbelta figura la que me pertenecía y la que aceptaba con cada marca que tuviera, aunque fueran provocadas por alguien más, quería hacerlas mías, quería hacer cada parte de su anatomía completamente de mi pertenencia. 

Posé mis manos en sus rodillas, bajándolas y permitiéndome ver su linda carita, sus ojos lucían algo apagados, posiblemente pensando que le diría una frase de desprecio. Le acaricié la mejilla, y besé sus labios, impregnándolos de mí, nuevamente. 

-No me importa. —Le hice saber mientras lo seducía con las manos, acariciando su cuerpo y parte de sus muslos por encima de la tela, orillandolo a que se relajara— No me importa. —Reafirmé— Me gusta cada partecita de ti. —Murmuré contra sus labios, sin dejar de besarlo en cada oportunidad que no pronunciaba ninguna palabra— Que seas tan adorable, torpe, tímido y no conozcas las tabletas gráficas. —Dejó salir un pequeño chillido que interpreté como risa, ya que mis labios en constante contacto con los suyos, no le dejaban mucho tiempo para objetar— Que seas tan terco cuando te lo propones, tan sensible e incluso chocante. —Sentí sus labios curvarse en una pequeña sonrisa y esta vez, profundicé el beso, empapándole más de ese impetuoso afán que apenas controlaba.

Bajé sus pantalones con delicadeza, como si temiera lastimarlo con la tela, se los deslicé hasta que quedaron completamente fuera y los arrojé a ese lugar donde fue a dar la demás ropa. 

Esta vez estábamos iguales, en bóxer, con una erección que al menos para mí, se volvía más lastimosa. Emprendí de nuevo el recorrido tan excitante desde sus labios hasta su vientre, dejando sellada su piel de mi presencia y usufructo. Con una mano deslizaba mis dedos sobre sus pezones, exprimiendo los gemidos encantadores, mientras con la otra, me había tomado el atrevimiento de acariciar su miembro debajo de la licra. 

Deslicé mis labios hasta más abajo de su entrepierna, abandonando aquel lugar y ahora, acariciando el relieve de las cicatrices de sus piernas. Ya no me sentía horrorizado como la primera vez, era algo distinto, sí, pero no por eso malo. Eran parte de él y eso las hacía inevitablemente hermosas; presioné mis labios contra ellas, besándolas y trasmitiéndole a él, la paz que necesitaba y el saber que todo iba a estar bien. No importaba cuánto viviera o cuánto muriera, al final, todo iba a estar bien. 

Le miré desde mi posición, y observaba como mantenía los ojos cerrados, con algo más de fuerza de la necesaria y su abdomen estaba contraido. Paseé una mano desde la planta de su pie, hasta su hombro, él se mordió los labios y no pudo contener una sonrisa. 

-Y también eres buen cocinero. —Dije por último y tiré de su ropa interior hacia abajo. 

Miré como su no tan grande pene se erguía ante mí, incitándome al tacto del rebosante líquido preseminal de su amplitud. 

Lo tomé con una mano, marcando un ritmo lento pero constante; mi oído se deleitaba con los sonidos producto del frenesí insaciable que ejercía en él. Tomé sus manos, llevandolas a mi cuerpo, sentir su calor que, ya no era producto de la fiebre sino del delirio erotico del que estábamos sujetos. 

Pronto comenzaba a tener más confianza sobre mí, recorriendo con sutileza mi abdomen y mi pecho, a veces deteniéndose por las corrientes espásmodicas que le propinaba mientras lo masturbaba. 

Me acerqué a sus labios, observándolo con detenimiendo y sin dejar de tocarlo, apreciando sus ojos entornados, su aliento apresurarse y su escencia derramarse sobre mis manos, terminando con un suave beso al darnos cuenta que no podíamos estar separados mucho tiempo; lo devoré otra vez, su lengua hirviendo y derritiéndose con la mía, confundiendo nuestra respiración y nuestras almas. 

Me incorporé, dejando un hilo de saliva entre nosotros, y su semen derramado en su entrepierna. 

Lo tomé por la cintura, persuadiéndole a darse la vuelta, pero él se resistía y al parecer no entendía. 

-Así será más fácil para ambos... —Le informé y el cedió. Lo ayudé a apoyarse en sus rodillas y manos, aún con algo de duda, al darse cuenta que quedaba totalmente expuesto a mí. 

Embelesado por la vista que tenía enfrente, mirando con pretensión su apretada entrada entre sus glúteos que demandaban atención. Pasé mi lengua por su intimidad y él se estremeció, queriendo darse la vuelta, pero lo tomé por la cadera, impidiéndoselo. 

-S-sebastian...no...—Se quejó y trató de mirarme, y yo repetí la acción. Humedecí esa parte de él con vehemencia, degustando el sabor a jabón y a él, sintiendo como su entrada se dilataba en mi boca, abriendome paso y descubriendo aquellos lugares que eran vedados por algunos—...hagas e-eso... —Mordí una de sus nalgas y reemplacé mi lengua por un dedo, acariciando y haciendo presión. Retiré mi boxer en un movimiento torpe y apresurado, liberando al fin, mi hombría totalmente dura, con la mano libre, emprendí un vaivén liberando el placer que se acumulaba. 

Andrés dejó caer su cuerpo dócil de la cintura para arriba sobre la cama, manteniendose de rodillas y entregándose a mí; lentamente introducí un dígito en su interior, gimió y las sábanas se arrugaron en sus manos; la carne tibia y condenadamente tersa me succionó, tan sólo imaginarme tener otra cosa allí dentro, hizo que un pequeño temblor me recorriera por toda la espina dorsal. 

Introducí otro dedo y esta vez, sus músculos se tensaron ante la inesperada intromisión y la incomodidad que propiciaba, noté como sus algodonosos y rosados testículos se contraían frente a mí, anunciándome nuevamente otra erección, les acaricié y seguido introducí el último dedo. 

Paseando éstos por sus muslos debilmente y repartiendo lametones en sus glúteos, trataba de hacer que se relajase y así pudiera explorarlo. Al poco tiempo pasó. Recorrí su recto suavemente, tocando y sintiendo las delicadas paredes aprisionarme, expandiendo la reducida cavidad mientras abría y cerraba mis dedos que, cada vez llegaban más hondo. 

Andrés se irguió, soltando un grito que claramente no pudo contener y se apoyó seguidamente en sus codos y levantando su cabeza. Repetí la misma acción, tocando ese delicado punto y él se revolvía provocando que la penetración de mis dedos se volviese más intensa. 

Al terminar la preparación, me incliné sobre la mesita de noche, sacando de ella un tira plateada de condones y un bote medio lleno de lubricante. 

En el rápido movimiento, observé su rostro, sus ojos, más atentos que nunca a cada una de mis acciones, me miraban a través de sus pestañas curvadas color carbón, deshaciendo su voz en sollozos y gimoteos que cada vez se volvían más incontrolables. 

Rasgué uno de esos cuadritos brillantes y saqué el látex, exténdiendolo por todo mi pene, y derramé un poco de lubricante para facilitarme la intromisión. 

Restregué extasiado mi glande contra su entrada palpitante y hambrienta de mí, lo presioné, sellando un torturuoso y a la vez, excitante deseo de invadirlo, entonces, me hundí en él, haciendo el acceso algo doloroso de su parte. Jadeó y llevo su mano a su trasero, indicandome que fuera más despacio, pero mi poca cordura me obligaba a desobedecerlo y entré en él por completo, sintiendo como su interior se derretía en mí, haciendonos uno y ahora estabamos más conectados que nunca. 

Estaba tenso y podía sentirlo, sus paredes se pegaban a mi sexo, exprimiendome con la misma vehemencia con la que lo besaba. Continué acariciando sus muslos que flaqueaban y no sé cuánto tiempo podrían aguantar. Le susurré que se aflojara un poco y volví a cerrar mi mano en su pene, haciendole olvidar el molesto dolor y él rápidamente me indicó que podía continuar al sentir su entrada menos estrecha. 

Inexorablemente me moví dentro de él, despacio al principo, sintiendo como me deslizaba en las fervientes paredes de su intimidad, que me aprisionan y me pedían más y más, el extasis se volvió incontrolable, y gemidos roncos se escapaban de mis labios. Me encorvé hacia él, marcando un paseo de besos por su espalda que se movía a la pauta de mis embestidas, junté mi mejilla con la suya por encima de su hombro, él volteó y nuestras lenguas volvieron a conectarse como si de magnetismo se tratase. 

Nuestros labios no podían hacer mucho contacto debido a la distancia, sin embargo, ese músculo rojo y conductor de saliva era nuestro desahogo, nos decíamos tantas cosas sin hablar, soltando tantas emociones por ese contacto. 

La oscilación se volvía cada vez más poderosa y desenfrenada, ambos delirantes por la libidinosidad a la que estábamos orillados y yo sintiéndome al borde del clímax. 

Salí dentro de él y Andy flaqueó un momento, tambaleandose por el brusco desamparo.

-¿S-sucede a-algo? —Masculló con una voz profunda y entrecortada por los gimoteos. Giró su cabeza hacia mí, manteniendo su posición. 

-Sí. Quiero ver tu rostro. —Le di un giro, de manera que su espalda quedara en el colchón, lo tomé por las piernas, abriéndolas a mí y mirando su erección tan dura como la mía, reposante en su escaso vello púbico tan oscuro como su cabello. 

Me adentré nuevamente, ahora más fácil y sin menos dolor, me tomó por los antebrazos al ver que me reclinaba sobre él, trataba de esconder su cara sin exito y mordía sus labios como si eso cambiara el hecho de lo mucho que me ponía mirarlo debajo de mí mientras le hacía el amor. 

Capturé su labio inferior, imposibilitandole más la tarea de contener sus gemidos; lo mordisqueé y succioné con impetú, demostrándole lo mucho que me encantaba mirarlo. Mantenía sus ojos cerrados, ante la posibilidad de encontrarse con los míos, su cuerpo bajo el mío hacia que la fogosidad me invadiera, y me perdía apretujando sus piernas y su cintura, no quería perderme nada de él, mi misión era disfrutar cada momento, recorrer esos lugares tan privados y a la vez tan hermosos. 

Ante la ardiente presión en mi pene, y el cuerpo ajeno que aniquilaba mi coherencia a jadeos, inminentemente, llegué al orgasmo. Entre uno de esos tantos besos solté el gruñido que marcó el desenlace. Di dos embestidas más y me deslicé hacia fuera, mirando como el chillido que soltó Andy me sacaba de mi ensimismamiento, su vientre estaba impregnado de su propia semilla por segunda vez y su cuerpo caía laxo sobre la cama. 

Me quité el condón, anudandolo y lo aventé al bote de basura, atinandole exitosamente. Tomé uno de los pañuelos que tenía en mi cajón y me limpié, desechando todos los rastros de semen. Hice lo mismo con Andrés. 

Me miraba con los ojos entreabiertos, y moviendo sus pupilas hacia la ropa en el suelo, estaba medio consciente y su cabello caía armoniosamente sobre su frente. 

Captando el mensaje, tomé mis calcetines previamente desechados y se los coloqué, por último, le di un beso corto y cerró sus ojos, preparandose para dormir.

 

 

 

Los hilos dorados que deformaban las nubes a su paso, invadían la habitación, formando sombras borrosas de los objetos dentro de ella. Las cortinas no estaban del todo cerradas, permitiendo que el amanecer me despertara con su inminente presencia. 

Me giré a mi derecha, algo adormilado pero sintiéndome a la vez, repuesto. Andrés se camuflajeaba entre las sábanas, con los ojos somnolientos y mirando al techo. Sonreí. Ambos estábamos desnudos aún, por la actividad de la noche anterior que me propinaba una inmensa alegría de un lugar desconocido. Problemente era porque, la sensación de complicidad y el momento tan íntimo que compartimos anoche, me hacía sentir completo y totalmente pleno. 

Sentía que había recorrido un largo camino, conociendo cada detalle de él, cada gesto y culminar en una muestra de amor tan entregada, me hacia pensar la importancia que sentíamos el uno por el otro. 

Lo abracé y él me volteó a ver, algo sorprendido. No había notado que yo estaba tan consciente como él. 

-¿Cómo amaneciste? —Le pregunté mientras repartía pequeños besos sobre su hombro. 

-Bien. —Me sonrió con sus mejillas ya encendidas y se dio la vuelta, quedando de espaldas hacía mi. Acaricié su cuello con mis labios— ¿Y tú? 

-Muy bien. ¿Tienes sueño? —Sus ojos se cerraban por unos segundos y luego volvía a mirar al frente. 

-No... —Respondió, colocando su mano sobre la mía— No mucho. 

-¿Y te duele algo? —Deslicé una mano hasta su cadera, formando pequeños círculos con mis dedos y él encogió sus piernas. 

-¡S-sebastián! —Me reprendió y reí por su vergüenza. 

-Me refería a tu dolor de cabeza, como no tomaste ninguna medicina ayer... —Me encogí de hombros aunque no pudiese verme. 

-Ahm. No, ya no me duele. 

Por un instante sentía que el mundo era maravilloso, y nada malo podía sucedernos. Sólo estábamos los dos, fusionandonos en esa cercanía que ninguno quería que terminase. Sintiendo su respiración difuminarse por el aire, al igual que la mía, tocando sus dedos inquietos que revoloteaban sobre su cuerpo desnudo que chocaba contra el mío en las mismas condiciones, y viviendo, más que existir, estaba viviendo aquel sentimiento al que muchos le acreditaban más tristeza que alegría, pero aunque estuviese condenado a años de sufrimiento, valdría la pena con tan sólo un minuto de sonrisas. 

-Sebastián. —Pronunció mi nombre después de estar un rato en silencio. 

-¿Sí? 

-Yo también estoy enamorado de ti. 

Ese cosquilleo en mi estómago y mi corazón luchando por salir dentro de mí, se hacían presentes. Se volvió a mí. Sus pupilas relampageantes, trasmitiéndome dulzura y tranquilidad, contandome todos sus secretos a través de una mirada, me hicieron sentir la sinceridad de sus palabras. 

 

                                                                             *         *          *

 

Salimos del auto que estacioné unas calles más atrás y caminamos hasta la refinada casa de aquel complejo residencial en el que había pasado la mayor parte de mi vida. Era el cumpleaños de mi hermana y en consecuencia organizaron una pequeña reunión con los amigos y amigas más cercanos a nosotros y por supuesto, de Sandy, esto era antes de disfrutar su viaje al otro lado del mundo en las próximas vacaciones de verano. 

Mi hermana había comprometido a Andrés a ir y por lo tanto a mí también, que no pensaba presentarme ahí a felicitarla, sino hasta un día después para ahorrarme el molesto encuentro con sus amigas y demás gente que no hacía más que preguntarme de mi vida privada. 

Mi madre nos recibió a mí y a Andy con un fuerte abrazo y caminamos hasta el salón, donde nos esperaba una aglomerada cantidad de gente con copas de vino en la mano. 

-Creí que sólo iban a ser unos pocos. —Le susurré a mi mamá sin borrar la fingida sonrisa de mi rostro. Andrés ya se había colado entre la gente y abrazaba a mi hermana mientras yo me sentía abrumado por las no tan disimuladas miradas. 

-Y lo son, hijo. —Me palmeó la espalda en señal que no me atreviera a repelar más— Ahora ve y saluda a Sandra. 

Le hice caso y avancé con cuidado por del salón, siendo detenido varias veces por conocidos que me saludaban y otros que intentaban entablar una conversación conmigo y que yo ignoraba olímpicamente. 

Me daba cuenta de la hipocrecía de la mayoría de las personas ahí, queriendo quedar bien ante otros en vez de con ellos. El ambiente lo sentía pesado y lleno de falsedad, pero pensaba que así funcionaba el mundo, después de todo, la gente más exitosa sólo nos muestra lo que queremos ver. 

-¡Sebas! —Me acerqué a mi hermana y la rodeé entre mis brazos, estrujandola y levantandola del suelo. 

-Feliz cumpleaños, hermosa. —Le di un beso en la mejilla y revolví su cabello, en seguida apartó mis manos de un manotazo. 

-Gracias, hermanito. —Arrugó la nariz, acomodando su peinado— Le decía a Andy que ahora ya estamos de la misma edad, ¿verdad? —Le miró con una amplia sonrisa y lo tomó de la mano como si fuesen secuaces. Andrés asintió. 

-La alegría no te va a durar ni un mes. —Le devolví una sonrisa burlona al recordar que el cumpleaños de mi novio era en unas semanas. 

-Ay, cállate. —Me dio un leve empujón y miró detrás de mí. Andrés se mantenía en su lugar ríendose por lo bajo— Tengo que ir a recibir a más gente, nos vemos luego. —Nos besó la mejilla a ambos en un movimiento rápido mientras se retiraba. 

-Ven, vamos a otro lugar. —Tomé a Andrés por el brazo una vez que Sandy se fue y lo invité a venir conmigo. 

-Tu hermana es muy linda. 

-Mi hermana es una especie fallida que invierte su tiempo en molestarme. —Nos adentramos entre la gente y a lo largo del living, pasamos por la extensa mesas con bocadillos y no desaproveché la oportunidad para tomar unos cuantos. — Por aquí. 

Nos desviamos a la cocina y salimos hasta el jardin. Caminamos sobre el tapizado de césped a través de un camino bordeado por arbustos y grandes árboles. Andy se mantentenía a mi lado, tratando de seguir la velocidad de mis pasos. Llegamos a la piscina que se conectaba con un pequeño jacuzzi y de donde se podía ver la terraza del cuarto de mis padres en el segundo piso; el césped se vio reemplazado por largas tablas de madera barnizadas, mismo material del que estaban hechos los camastros para tomar el sol, que estaban colocados en una superficie de concreto a unos metros de la alberca. 

Nos sentamos debajo de un árbol, cubiertos por el gran follaje de éste para evitar el calor de los rayos del sol.

-Tu casa es muy bonita, jamás me imaginé estar en un lugar como este. —Encogió sus rodillas y recargó su espalda en tronco. 

-No me quejo. A mi también me gusta. —Me corrí más hacia él hasta que nuestros brazos fuesen capaz de rozarse. Miraba de vez en cuando al horizonte; el cielo despejado y el sol en su pleno punto, sintiendo la cálida brisa chocar con mi rostro. Me sentía tranquilo, a pesar de todo— ¿No tienes calor? —Le pregunté, mirando como traía la camisa casi abotonada hasta el cuello. Conocía la razón, perfectamente, buscaba esconder las marcas aun visibles que le había hecho unas noches atrás, pero me divertía mirando como sus mejillas se teñían. 

-U-un poco. —Se acomodó el cuello nuevamente y apoyó su cabeza en sus rodillas— Hay... hay algo que quiero decirte. 

-¿Qué es? —Lo miré, pregúntandome seriamente qué podía ser; creía que ya había pasado por lo peor. 

-Ehm... cuando fuiste a comprar los boletos para el viaje de Sandy, yo... —Titubeó, como era costumbre cuando no quería decir algo, pero aún así lo hacía— me vi con Julieta y hablamos... 

Y como si escuchar ese nombre me trajera descargas eléctricas al cuerpo, de pronto me sentí muy exaltado. Eso era exactamente lo que no quería, que ella se viera con Andrés a solas, razón por la que le dije que no quería volver a verla. 

-¿Q-qué te dijo? —Me giré hacia él, mirandolo inquisitivamente. 

-Me contó todo sobre ustedes. —Dijo temeroso— Con detalles... 

-¿Y por qué no me lo habías dicho? —Sentía una presión en mi pecho de tan sólo pensar las cosas tan personales que le pudo haber contado— Y-y-y ¿por qué aceptaste? 

-Porque tú no me lo contaste como era. 

-Lo hice porque no creí que quisieras saber más, en todo caso, me lo hubieras preguntado a mí. 

-Y-yo... Lo siento. —Hizo una mueca y desvió su mirada hacia otro lugar, quizá pensando que me había enfadado con él. 

-No...no te disculpes. —Suspiré, volviendo a mi posición anterior. Al menos ya no había más que decir, él lo sabía todo y ya no tenía que ocultar nada acerca de Julieta— Tienes derecho a saberlo, eso y cualquier otra cosa, eres mi novio. —Me recliné hasta llegar a sus labios, pero sin tocarlos. Sentía su aliento mezclarse con el mío y sus ojos me miraban atentos. 

-¿Entonces... puedo preguntarte algo? —Me dijo casi en un susurro. Sus labios rozaron con los míos en ese leve moviento. Asentí. 

Él parecio dudar un poco y deslicé una mano hasta su cintura, provocando que acercara más su cuerpo. 

-¿Con ella fue tu primera vez? —Continuó. Me sentí desconcertado por un momento, pensando que ya habíamos dejado ese tema. 

-¿De verdad quieres saberlo? —Inquirí, considerando que tal vez era una de esas preguntas que sólo usaba para torturarse y no porque de verdad le interesara saber.

Después de pensarlo un poco, negó con la cabeza levemente y rompió el contacto visual, alejandose un poco. 

-No, no lo fue. —Lo tomé por el mentón y le di un beso corto. 

-N-nos van a ver. —Se tapó la boca con su mano, y volteó a ver a nuestro alrededor. 

-Claro que no. —Lo volví a besar y esta vez fue más largo. No puso resistencia alguna y saboreé sus labios por un rato. 

-¡Chicos! —Una voz femenina se escuchó a lo lejos y ambos no separamos de un salto. Mi mamá se acercaba a nosotros con dificultad por sus elevados tacones— ¿Qué hacen aquí? Anda, regresen. Sandra los está esperando para el pastel. 

-Perdón, señora, ya vamos. —Se disculpó Andy y caminó, dispuesto a irse, pero lo detuve, regresándolo a donde estaba yo. Y de nuevo, cayendo en uno de esos desagradables arrebatos, lo dije. 

-Mamá, Andrés y yo somos pareja desde hace unos meses. 

El silencio reinó en el ambiente. Alternaba mi mirada entre mi novio y mi madre, que me miraban estupefactos, como si les hubiese dicho que tenía una enfermedad terminal. De pronto, un estruendo terminó con la tensa atmosfera. 

-¡¿Cómo te atreves?! —Gritó, colérica mientras yo acariciaba mi mejilla que escocía por el fuerte impacto— ¡Qué demonios te pasa, Sebastián! ¿Por qué siempre, pero siempre tienes que salir con una maldita estupidez? Te soporté tu malcriada vida adolescente, la porquería que hiciste con esa maestra, que renunciaras a seguir con el negocio de tu padre, que dejaras a una chica que era un buen partido para ti, todo por... este. —Miró de arriba a abajo Andrés de una forma despectiva. 

-¿Qué hay de malo? —Di un paso al frente, encarandola— Mamá, por favor, pensé que me apoyarías... No creí que fueras tan prejuiciosa. 

-¡Y todavía te atreves a preguntar! —Soltó una carcajada histérica y se llevó una mano a su cabello, revolviéndolo— ¿Apoyarte con esta indecencia? Por primera vez deja de pensar en ti y date cuenta de donde nos dejas, el apellido que con tanto esfuerzo hemos dejado en alto y vienes tú a hacernos quedar en rídiculo. 

-S-señora, entienda que y-yo... —Trató de intervenir Andrés, asustado por la situación. 

-¡Cierra la boca! —Le respondió mi mamá, acercándose peligrosamente a él y yo lo tiré del brazo, colocandolo detrás de mí, para evitar que a él también le pusiera una mano encima— Después de la confianza que te di, ¿me pagas así? Malagradecido y aprovechado que saliste. 

-¡Eso no es verdad! Él no es nada de eso, —Lo defendí, sintiéndome más herido que molesto al darme cuenta de todo lo que pensaba la persona que me dio la vida, de la forma en que me humillaba y hacía que me diese cuenta qué era lo que de verdad le interesaba de mí— y me parece injusto que sólo pienses en el qué diran en vez de en mí, soy tu hijo, por favor. 

-Ni te atrevas, escúchame bien, ni te atrevas —Repitió, sentenciándome con el dedo índice— a decir que eres mi hijo, hasta que no termines con esa obscenidad que tienes con ese, olvídate que soy tu madre. 

-¿Así lo quieres? —La miré con indignación, pensando que aquí terminaría todo lazo familiar, que a partir de ese momento quedaría completamente solo. 

-¿Qué sucede? Se oyen los gritos hasta allá. —Llegó mi padre, trajeado y por lo visto, saliendo del trabajo. Nos miró a los tres, viendo como la mujer caminaba de un lado a otro, desesperada y tratando de contener su ira y luego a nosotros, Andrés asustado, casi al borde de un ataque de pánico y yo, haciendo un esfuerzo por no derrumbarme en ese instante. Al no obtener respuesta, se acercó, mis padres se murmuraron un par de cosas, sabía que lo estaba poniendo al tanto de la situación. 

-¿Eso es verdad? —Mi papá, más alto que yo y con esa mirada imperturbable e igual de verdosa que la mía, se plantó delante de mí, viendome con el ceño fruncido, y me sentí levemente intimidado, luego le echó una mirada de indiferencia a Andrés. 

-Sí. —Admití, tragando saliva con dificultad y bajé mi rostro. 

-Hijo, ¿por qué? —Dijo más calmado mientras tomaba a mi tal vez ya-no-mamá por los hombros. 

-No hay explicación o justificación, sólo pasó. —Tomé la mano temblorosa de Andy y entrelacé nuestros dedos. 

-¡No te atrevas a faltar el respeto a esta casa! —Amonestó mi progenitora, regresando a su enojo. 

-¿Por qué tardan tanto? —Entró mi hermana a escena, mirandonos curiosa— Sebas, ¿qué te pasó? —Se cubrió la boca, preocupada y se acercó a mí, sólo la miré, avergonzado sin saber cómo explicar lo qué pasaba— ¿Te duele?

-Sandra, ven acá. —La llamó la rubia, quitándola de mi lado. 

-¿Qué sucedió, mamá? 

-Nada, princesa. —Le acarició el cabello mi padre— Cosas de adultos. 

-Ya tengo diecinueve. —Espetó, denotando su molestia que la tratasen como una niña. 

-Vámonos, hija. Sígamos con tu fiesta. —Se fueron las dos, dejandome confuso y sin saber lo que me esperaba de ahora en adelante. 

-Nos vamos. —Avisé y salí con Andrés de la casa, sintiendo unos pasos detrás de mí pero no les presté mucha atención hasta que me detuvieron por el hombro. 

-Sebastián, escúchame. —Me habló mi padre en un tono de voz calmado— Disculpa a tu madre, no lo esperábamos y tienes que saber que tampoco fue el mejor momento. Ella te ama, y yo igual. Vas a seguir teniendo mi apoyo económico, —Suspiré y sonreí amargamente al ver que él sólo pensaba que lo único que me preocupaba era el dinero y no la forma en que se sentían respecto a mí— y te voy a pedir que seas discreto. 

-Papá, ya. —Me sentía denigrado viendo a mi propio padre hablándome con lástima, como si hubiese cometido un crimen. 

-Cuídate. —Me abrazó fuertemente y palmeó mi espalda un par de veces— Será mejor que no vengas aquí por un tiempo. 

-Lo sé. —Me di la media vuelta y alcancé a Andrés que estaba unos metros delante de mí; se había adelantado para darnos algo de privacidad. 

-Sebas, ¿estás bien? —Me sujetó por el brazo con voz temblorosa y guardé silencio. 

Ya no sabía cómo estaba, acababa de recibir el rechazo de mi familia después de mostrarles la prueba de mi felicidad. Todo era tan inesperado y precipitado, que pasé de sentirme en la cima del mundo a pasar a la aislación total. ¿Tan difícil era aceptar que salía con un chico? 

Subimos al auto y puse a andar el motor, pero de pronto, me sentía tan agobiado que no sabía dónde ir. Presioné el volante con fuerza, descargando toda mi frustración, sentado en el asiento. 

-Y-yo...puedo irme y así puedes reconciliarte con tu... 

-No te atrevas. —Lo tomé del rostro y lo besé. Con necesidad, con ansias, como si la cura a todas mis heridas fuera él, y quizá sí lo era... Mi alrededor, y mis emociones se detuvieron en un segundo y me concentré en sus labios que me recibían gustosos— No te atrevas, yo te amo. 

-Yo también te amo... —Lo abracé con fuerzas y sus pequeños brazos hicieron lo mismo. 

Traté de olvidar, olvidar aquel dolor que me empezaba a consumir.

Notas finales:

¿Qué les pareció?

Creo que fue algo inesperado xD

Muchas gracias por sus reviews ^^


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).