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Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

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Notas del capitulo:

*Inserte aquí miles de disculpas de la autora que se tarda mil años en actualizar*

 

Sí, de verdad, perdón. El motivo por el que tarde tanto fue porque pasaba por una crisis existencial, por las que todos pasamos alguna vez en la vida -o eso espero- y lo último que quería hacer en esos momentos era escribir. Además, con la escuela y los deberes se complicaba aún más hacerlo y mi inspiración era nula, por lo tanto, no quería subir un trabajo basura con tal de 'cumplir' y bueno, ahora estoy mejor y la anhelada inspiración ha vuelto :3

 

NT: Sí, dividí el capítulo en dos porque sino iba a quedar muy largo ewe

-¿Qué haces? —Miré a Sebastián desde arriba. Él estaba absorto mirando una revista de arte o lo que sea que fuese, ya llevaba un buen rato en el sillón y no despegaba la mirada de las páginas. Comprendía que yo no sabía mucho de esos temas, pero tampoco entendía lo entretenido de ver pinturas y dibujos por más de una hora. 

-Los trazos de este autor son perfectos, la suavidad y delicadeza en la que apoyó el lápiz al dibujar es impresionante. —Respondió sin mirarme y me senté a su lado, aun sin comprender qué quiso decir. Le eché un leve vistazo a la revista; se miraba el retrato en blanco y negro de una mujer joven de la época victoriana, lo sabía por su cabello recogido en un extravagante peinado y el pasado vestido del que sólo se veía del pecho hacía arriba, lo que daba a entender que era antiguo, no sólo por la época que se reflejaba, sino porque el papel de la obra que se veía en la foto, estaba amarillento y algo roto de las esquinas, sin embargo, la claridad de las facciones del rostro de la chica era visible. 

-Pero tú no sabes nada de eso... ¿o sí? —Lo miré curioso, era verdad, que yo supiera, Sebas no dibujaba, diseñaba, y a máquina, no a mano. Una risita se escapó de sus labios. 

-Por supuesto que sé. Que no lo haga es diferente, de hecho, me gustaría dibujarte a ti. 

-¿A-a mí? ¿Por qué? No sería mejor otra persona o algún sitio bonito... no sé. —Sus ojos afilados se clavaron en los míos por unos segundos, su expresión era una que ya conocía desde aquella pelea con sus padres, una expresión inquieta y preocupada; se había vuelto tan voluble que se me hacía difícil tratarlo algunas veces. 

-¿Sitio bonito? —Sonrió al fin y cerró la revista, dejándola reposar en la mesita de madera frente a nosotros— ¿Cómo cuál? 

-Uhm... no lo sé, ¿la playa, una montaña o... qué tal tu casa? Se veía lindo los árboles en el jardín, la piscina y las flores que había, además... 

-No creo. —Interrumpió y se levantó rápidamente del sillón dirigiéndose a la cocina. Lo seguí con la mirada, dándome cuenta de mi error al hablar de su hogar, obviamente eso estaba relacionado con su familia, tema que había quedado vetado y que hasta ahora, yo no había mencionado porque no sabía cómo reaccionaría. A pesar de haber pasado ya varias semanas, yo lo seguía notando igual de afectado aunque tratase de ocultarlo. 

-Sebas. —Lo llamé mientras me acercaba a dónde estaba. Me hubiese gustado darle algunas palabras de aliento y decirle que pronto su madre recapacitaría, pero eso lo veía bastante difícil por no decir imposible. Era agridulce el sentimiento que sentía. Sebastián había tenido el valor suficiente para encarar a sus padres y presentarme como su novio después de que habíamos llegado tan... lejos, eso me hacía feliz. Y luego, eso mismo había causado que su mamá lo golpeara, lo desconociera y su padre le dijese que no volviera por un tiempo. No negaba que me sentía culpable. 

-Hay algo que quiero preguntarte desde hace un tiempo. —Apoyó sus antebrazos en la barra, mirándome inquisitivamente. 

-¿Qué pasa? 

-¿Has pensado en denunciar a... Agustín? —Tan sólo oír ese nombre hizo que me quedara en blanco— Sé que lo hiciste en su debido tiempo, pero... mira, Andy, sabemos que él está frecuentando a Julieta, por lo tanto, él está aquí, y por más que lo evitemos, está más cerca de lo que pensamos, ¿te imaginas si un día se le ocurre ir a buscar a Julieta a la universidad? ¿Y si te lo encuentras? Por más que quiera, yo no puedo estar pegado a ti todo el tiempo. 

-No había pensado eso... —El vacío de mi estómago iba creciendo de tan sólo imaginar que esas posibilidades pudiesen hacerse realidad. Yo no me sentía seguro, ni capaz de mantenerme fuerte si él estuviese frente a mí. Le tenía pavor. 

-Pues más vale que lo hagas. La denuncia puede proceder porque sabemos que está en la ciudad y tenemos un medio para llegar a él; están tú y Belén para acusarlo, yo puedo conseguirles al abogado, el mejor, lo prometo y te aseguro que ese animal estará refundido en la cárcel. —Sebastián se estaba alterando y parecía muy ansioso. 

-Yo... no creo. —Suspiré. El sudor frío bajaba por mi espalda, presioné entre mis manos el borde del mármol hasta que mis nudillos se tornaron blancos, estaba tenso. No quería verlo, no después de tantos años. 

-¿Por qué no? —Gruñó en un intento de no gritar— ¿No entiendes la situación, Andrés? Ese idiota no volverá a acercarse a ti si aceptas. ¿Te haces una idea de a cuántos niños más no les hizo lo mismo, o... si lo sigue haciendo? 

-Sebastián, para ya. 

-Podrías salvarles la niñez y de paso, mandar un criminal a donde pertenece. 

-¿Y luego? ¿Eso me va a salvar a mí? ¿Me devolverá los años de mi vida que perdí? ¿Has pensado en eso tú? ¿Crees que vale la pena exponerme de esa forma, revivir todo y encararlo para que acabe entre cuatro paredes, recibiendo comida y durmiendo todo el día para que al final salga después de unos cuantos años y quede en la misma posición que ahora? —Sentí mis ojos escocer y mis dientes rechinar de la frustración acumulada en mi pecho. 

-¿Acaso piensas que está mejor aquí afuera? 

-¡No! ¡Claro que no! No entiendes, el caso es que no cambias las cosas proponiéndome algo así. 

-Tienes razón, yo no cambio nada, porque el que decide qué puede pasar eres tú, simple y sencillamente que no aceptas lo que te pasó, no aceptas que fuiste violado cuando eras un niño y vives revolcándote en tu propia mierda en vez de hacer un esfuerzo por salir adelante, porque prefieres ir llorando y escondiendote de cada persona que intenta acercarse a ti porque piensas que todos van a dañarte, y sí lo hacen, ¿qué? mándalos a joder a otro lado y no, no estoy diciendo de que te sientas orgulloso de lo pasó, pero ya está, ya fue, qué mal, detén tu maldita auto-compasión y benefíciate de ello, porque hasta que no pierdas tu jodido miedo jamás podrás mostrarte como de verdad eres y dejar de sentirte menos que los demás. —Se estrujó el cabello con sus dedos mientras daba vueltas en círculos por toda la cocina— Y puedes pegarme un guantazo en la cara, me importa una mierda, no, ¿sabes qué? De hecho, deberías hacerlo, porque lo merezco y porque por primera vez harías lo que de verdad deseas y dejas de contenerte tanto. 

Sí, sí quería pegarle, pero no tenía la fuerza de hacerlo, estaba agotado de seguir en este círculo vicioso de sentirme bien, recordar el pasado, deprimirme, decidir dejarlo atrás, sentirme bien, recordar el pasado y así durante toda mi vida, porque para mí desgracia -o mi suerte- Sebastián tenía razón. Me faltaba valor para tomar el control de la situación y reconocer que todo este sufrimiento de mi adolescencia pudo ser evitado si tan sólo hubiese puesto de mi parte, si hubiese dejado el temor a un lado... 

-Está bien. 

-¿Qué? —Sus ojos flameantes lucían más calmados y había dejado de vagar por el suelo. 

-Acepto. Voy a denunciarlo. 

-¿En serio? —Su tono era de sorpresa, incluso más que el mío por ceder. En verdad no esperaba que lo hiciera. 

-¿Te estás echando para atrás? —Me mordí el labio inferior con nerviosismo. 

-No, claro que no. Entonces llama a tu mamá. 

-¿Mi mamá? 

-Sí, ella tiene que estar presente. 

-Oh... sí, sí. —La situación se había vuelto algo extraña sin llegar a incomoda, habíamos pasado de un momento explosivo a quedar en un acuerdo mutuo. No estaba sorprendido, sabía que Sebastián tenía que explotar en algún momento, sacar esa rabia que estaba guardando desde hace semanas y que mejor que eso me ayudara a mí a que por fin pusiera los pies sobre la tierra. Ya no estaba enfadado, sino agradecido, y me avergonzaba reconocerlo. 

-Yo arreglaré todo los trámites legales, sólo asegúrate que tu mamá llegue cuanto antes, y avísale que pasará una larga temporada en la ciudad. 

-¿Larga? ¿Por qué? —Fruncí el ceño, confundido. 

-Porque el caso se llevará a juicio, y depende de todo lo que suceda allá dentro lo que decida cuántas auditorías serán, y eso es un proceso largo. —Aclaró su garganta tomando una postura más seria— Se puede quedar aquí, en tu habitación, así que no te preocupes por eso. 

-¿Y yo? 

-Tú conmigo. —Me sonrió burlonamente y sacó su móvil— Ahora vuelvo. 

Y se fue, dejándome ruborizado y con mucho qué pensar. 

                                                                     *     *     * 

Los días pasaron más rápido de lo que había esperado. Mamá, igual de sorprendida que Sebastián pero no por la misma razón que él, sino de saber que, aquel hombre con el que se iba a casar, estaba cerca de mí; aceptó sin rechistar, decidida con dejar caer todo el peso de la ley contra el sujeto que abusó de su hijo. 

Vivía con nosotros ahora y Sebastián estaba muy a gusto con eso, quizá porque mi mamá le trataba como su hijo, y él estaba necesitado de ese calor maternal. Nos hacía el desayuno cada día y no nos dejaba ir hasta que terminamos; un pequeño dolor de cabeza o algún estornudo, nos mandaba a la cama a descansar; horneaba galletas para nosotros, pedía que le avisáramos cuando llegáramos a la universidad o algún otro lugar, y a pesar de que pensé que todo eso alteraría el estilo de vida de Sebas y lo acabaría cansando, él lo tomó muy bien, quizá demasiado. 

-Me hubiese gustado ser tu hermano. 

-¿Mi hermano? —Lo miré con los ojos bien abiertos ante semejante idea. ¿Sebastián mi hermano? Él reposaba a mi lado, con el portátil sobre las piernas y engullendo galletas que mi madre nos había traído unos minutos antes. Parecía tranquilo, ni siquiera había volteado verme cuando soltó ese comentario tan... raro— Eso sería... 

-¿Te lo imaginas? —No, no lo hacía— Hubiésemos ido al colegio juntos, celebrado nuestros cumpleaños... Así como el tuyo de hace unos días, el pastel estuvo delicioso. —En todo momento no apartaba los ojos de él, petrificado. Había pensado que era algo que se le había salido, pero, ¿hablaba en serio? Y verlo tan sereno diciendo todas esas cosas, me alarmaba más— Aunque, no podría hacer esto... —Su aliento chocó contra mis labios, era cálido y tan lento que parecía como si estuviese agonizando, esperando el contacto, con los ojos cerrados, empezaba a desesperarme, hasta que al fin, me besó. Lento y corto a la vez, sus labios suaves e impecables, como él, me tocaron por unos segundos y se desvanecieron, dejándome con ganas de más. Arrugué la frente. 

-¿Por qué no podrías? —Repliqué, claramente molesto. 

-Dios... Andy, ¿acaso me estás proponiendo cometer incesto? —El tono fingido de indignación y sorpresa que usó me hizo irritar más. Abrió la boca, retrocediendo. 

-¡Pero ni siquiera somos hermanos! —Ahora el indignado era yo en cuanto estalló a carcajadas en mi cara. 

-Qué adorable eres. —Dijo como pudo de las risitas incontrolables que se le escapaban. Hice puchero y me dejé caer hacía atrás, chocando con la cabecera de la cama y dejando mi cuerpo reposar como si fuese un saco de papas. En eso, el celular de Sebastián sonó y su semblante cambió casi al unísono que la musiquilla se disparó— Sí. ¿Qué pasa? ¿Dónde fue? No, no es necesario, ya vamos nosotros. Ajá. En diez minutos. Gracias. —Dio un salto de la cama, apartando la laptop de jalón al igual que casi se arrancó las gafas— Acaban de agarrar a Agustín, tenemos que ir ahora para asegurarnos que es él y que todas las denuncias procedan en su contra. 

-¿A-ahora? —Tenía que verlo ahora, no mañana, no pasado, ahora. De frente. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral al mismo tiempo que sentí cada extremidad de mi cuerpo helarse, y me empecé a marear, a sentir náuseas de tan sólo imaginarlo, ¿cómo se vería ahora? ¿Me reconocería? ¿Qué me diría? 

-Andy, —Se subió a la cama, acercándose a mí y tomó mis manos entre las tuyas, sus suaves y cálidas manos que por un momento me vino un flashazo a la mente, un recuerdo de la primera vez que hicimos el amor, de la forma en que con esas mismas manos recorrió cada centímetro de mi piel y me atesoró entre sus brazos, esa misma vez que sentí lo mucho que me quería, la delicadeza con la que me trató, y comprendí que lo amaba más que a nadie en el mundo. Bajé la cabeza, queriendo esconder mi rostro en algún lugar de la habitación donde no pudiese notar mi vergüenza de recordar esas imágenes tan privadas. Me ponía tonto que supiera que lo mucho que lo deseaba— Andy, escúchame, te prometo que no voy a permitir que ese tipo te ponga un dedo encima. —Esa seguridad que necesitaba, él me la dio tan rápido con unas cuantas palabras que, hasta a mí me costó creer lo fuerte que me sentía. 

-Lo sé. —Lo rodeé entre mis brazos, sintiendo algo más que el calor de sus manos en mi cuerpo, me apretujó por un momento, correspondiendo el abrazo. 

-Tenemos que irnos. Le avisaré a tu mamá, te espero afuera. —Se separó de mí y salió de la habitación. Suspiré, pasándome las manos por la cara como si quisiera eliminar todo rastro de miedo, me acomodé la camiseta y me puse de pie, colocándome los zapatos. Entré al baño y me miré por última vez al espejo. Ya era hora, había llegado el momento de ser un hombre; me sentía más valiente que nunca, como si fuese a ejecutar el mejor clavado de la competencia, como si la batalla final estuviera a punto de comenzar, un duelo de vida o muerte... y quizá sí lo era, una especie de renacimiento. Yo también podía ser fuerte y duro, despiadado si la ocasión lo ameritaba o al menos eso creía. 





Cuando mamá se enteró se puso más sobreprotectora que nunca, ella también me prometió que ese hombre no se acercaría a mí y durante todo el camino a la delegación de policía se mantuvo pegada a mí, sujetando mi mano y diciendo que todo estaría bien, queriendo que estuviera tranquilo, pero era notorio que era ella la que quería tranquilizarse, mientras más nos acercábamos más inquieta se ponía y yo ansioso, por verlo, reconocerlo, decir que sí fue él, que es culpable y atentar en su contra, condenarlo y quitarle su libertad en cuanto pisara la cárcel. 

Sebastián ya había arreglado todo, le habló al abogado para que estuviese allá con todas las pruebas, los papeles de la denuncia que habíamos presentado años atrás, los regalos y cartas que comprobaban que mi madre y Agustín habían sido pareja, también, había pedido que el procedimiento se agilizara y que rindiéramos nuestra declaración en ese momento para que el juez, que estaba en plenas vacaciones y que había accedido a tomar el caso ese mismo día por petición de mi novio, o por algo más, pusiera fecha para la primera visita a la corte. Todo con unas cuantas llamadas. 

Las puertas se abrieron dejando ver un pasillo largo, de pisos blancos y pulcros, con dos escritorios de lado a lado donde dos señoritas reposaban y atendían teléfonos. Las paredes era de tonos grisáceos, sobrios y sin decoración, nada más que un par de plantas que adornaban las esquinas. Mamá me sostenía de la mano, como si aún tuviera diez años; Sebastián se acercó a uno de las encargadas y tras intercambiar breves palabras hizo un ademán para que lo siguiéramos. Atravesamos el pasillo, llegando un espacio más amplio donde más escritorios con personal eran ocupados, todos rebosantes de papeles y carpetas, archiveros, las tonalidades cambiaron a matices más claros y el olor a café inundó mis fosas nasales. Un hombre, alto y corpulento, con una placa colgando de su cuello, balanceándose en su pecho, tapando ocasionalmente el patrón de cuadros de su camisa y justificando el arma sostenida en la cinturilla de su pantalón, se acercó a nosotros y movió la cabeza en forma de saludo, dirigiéndose a mi novio. 

-Buenas tardes, comandante Escalona a sus órdenes. —Extendió su mano hacia nosotros y tanto mi mamá, como yo, se la estrechamos. 

-Mucho gusto. 

-¿Dónde está? —Intervino Sebastián. 

-Lo aislamos en una pequeña celda. Tienen que ir a verlo antes de testificar. 

-¿Estás bien, cielo? —Me susurró mi madre y apretó con fuerza mi mano. 

-Lo estoy. —Dije lo más firme que pude aunque por dentro ya no lo estuviese del todo. Mis piernas comenzaban a perder fuerza. 

-¿Vamos? —Sebas dulcificó su tono al dirigirse a mí y me acarició el hombro, como pidiéndome permiso para continuar. Asentí nerviosamente. 

-Acompáñenme, por favor. 

Seguimos al comandante a través de otro pasillo que me hacía preguntarme cuán grande sería el lugar. Llegamos a un cuarto pequeño, resguardado por dos guardias de seguridad, tenía otros espacios más chicos dentro, con delgados barrotes de color negro, el espacio era completamente reducido, los primeros en entrar fueron el comandante y Sebastián, dirigiéndose hasta la celda final del lado izquierdo, éste último arrugó la frente e hizo una mueca, mirando con repulsión y desprecio a la persona que se encontraba del otro lado, sus ojos verdes se oscurecieron, incluso me pareció divisar algo de odio reflejado en ellos. 

-¡¿Tú?! ¿Gracias a ti estoy aquí? Maldito imbécil, después de que me robaste a mi mujer. —Esa voz... ronca y grave, yo la conocía. 

Me estremecí en cuánto note un par de manos sostener el hierro que le impedía salir de ahí, eran sus manos. Avancé a paso lento y muy pausado, sin apresurarme, esas ansías que sentía se esfumaron junto con la adrenalina. No, no quería acobardarme ahora. Mi mamá me seguía, en silencio y entendiendo mi posición, bridándome su apoyo en todo momento. 

Y entonces, lo vi. El cabello corto y negro, con una barba y bigote poblados, la nariz grande y torcida, el entrecejo fruncido debido al enojo, con los ojos turbios dirigidos a Sebastián; su cara no ocultaba los años que habían pasado, con arrugas marcadas en su frente y ojos, las ojeras permanentes debajo de ellos y manchas propias de la edad. Era un asco, ¿cómo mi madre pudo fijarse en este individuo? 

Ahora sentía ira, ira pura y contenida que fluía por mis venas y que intentaba salir por mis ojos en forma de lágrimas, el corazón disparado, retumbando contra mi pecho, y sentía como me clavaba mis propias uñas de la presión de mis puños. 

-Es él. —Dijo la única mujer del grupo, con la voz entrecortada y sin despegar la mirada de la otra persona. En seguida, el semblante de Agustín se suavizó al ver a mi madre, entreabrió los labios como si quisiera decir algo, pero no lo hizo— ¡Maldito, cerdo, desgraciado, inhumano! ¡Ojalá te pudras! —Gritó, histérica y se hubiese abalanzado sobre él sino fuera por el comandante que la detuvo. Sebastián me miró por unos segundos antes de exhalar pesadamente, juraría que podía oír el rechinar de sus dientes, se dio la media vuelta y golpeó la pared provocando un fuerte estruendo. Estaba que echaba humo. 

-¿Belén? —Reconoció a mi mamá, que estaba hecha un mar de lágrimas y sostenida por el policía para evitar otro de sus arranques— ¿Y tú? —Me miró, con extrañeza, como si hiciera memoria— ¿Quién coño er...? —Abrió los ojos como platos. Mi estómago se revolvió, y avancé hasta quedar al lado de Sebastián para quedar de frente a él; quería que me viera, bien, que me analizara y se diera cuenta que ya no era un niño incapaz de defenderse, que ya no estaba bajo amenazas y que el único que se podía sentir en peligro ahora, era él. 

-Sabes perfectamente quien soy. —Mi voz sonó muy baja, a empujones de mi garganta. 

-Andy, pero cuánto has crecido... —Se acercó peligrosamente a los barrotes, como si quisiera traspasarlos y Sebastián me jaló hacía atrás, siempre alerta— ¿Pero qué haces con este bueno para nada? ¿Se conocen? 

-Es que eres estúpido. —Sebastián sonrió, lleno de furia, una sonrisa burlona y de lo más falsa. 

-Si es el acusado entonces podemos seguir con las declaraciones. —Señaló el comandante antes de que una riña comenzara. 

-¡¿Acusado de qué?! ¡Maldita sea! 

-¡¿Cómo que de qué?! Maldito enfermo, ¡sabes perfectamente lo que le hiciste a mi hijo! 

-Señora, por favor. Si no se calma tendré que pedirle que se retire. 

-¡Yo no hice nada! ¡Fue culpa de ese niño resbaloso!

-¡Cállate ya! —Gritó Sebastián a la vez que lo jalaba del cuello de la camisa, su cara se estrelló contra el metal haciéndole daño— Otra palabra acerca de Andrés, saliendo de tu asquerosa boca y te juro que yo mismo te mato, no me importaría pasar el resto de mi vida en prisión con tal de ejecutarte con mis propias manos. —Lo amenazó entre gruñidos, una amenaza tan real que me puso los pelos de punta. 

-Sebas, no vale la pena. —Le susurré, mientras tiraba de su brazo lentamente— No te metas en problemas, déjalo ya, por favor... —Alcancé a pronunciar con un hilo de voz, antes de que el nudo en la garganta me impidiera hablar por completo. 

-Señor Lefévre, más vale que le haga caso a su amigo, no le conviene. —Lo soltó en cuando escuchó la sentencia del superior y me rodeó los hombros con sus brazos, dejando a Agustín caer al suelo, medio asfixiado por la presión de su agarre. 

-Salgamos de aquí. —Dijo por último. Mi mamá se desembarazó del Comandante Escalona y me abrazó con fuerza en cuanto salimos de ahí. 

Otro hombre de edad avanzada, nos esperaba con un maletín colgando de su mano. El pelo cenizo cercaba su calvicie superior; tenía los ojos cansados, pero cordiales, una sonrisa inexistente y un traje color beige con una chirriante corbata roja. 

En seguida me repuse. No quería echarme a llorar frente a esa gente, sería humillante. 

-Licenciado Rivet. —Se aventuró Sebastián, quien lo recibió con un fuerte apretón de manos y un fugaz abrazo. Se volvió hacia nosotros, más calmado que antes— Él es el abogado que se hará cargo del caso. Francisco Rivet, —Lo miró y extendió su mano apuntándonos— Belén y Andrés. 

-Gracias al cielo. Un gusto conocerlo en persona, al fin. —Mamá se apresuró a estrechar la mano que el abogado le ofrecía a ella y que luego a mí. 

-Licenciado, gracias. —Le dije con simpleza, algo cohibido sin razón. Relajé los hombros en cuanto él me sonrió. 

-No me dé las gracias, no ahora. —Asentí con la cabeza sin entender a qué se refería. 

-¿Ya podemos proseguir? —Intervino Sebas mientras regresaba a mi lado. 

-Afirmativo, acompáñeme todos por aquí. 

Y justo cuando avanzamos dispuestos a rendir la declaración, ella cruzó la entrada. 

-¡¿Pero qué es lo que sucede?! —Gritó alarmada a la primera autoridad que vio en cuanto entró a la sala. Su traje de oficina se desacomodó. Detrás de ella, venía una de las señoritas de la recepción y un hombre con portafolio negro, mismo que le susurró algo al oído que la hizo tranquilizarse, sólo un poco. 

-Julieta. —Sebastián la miró exaltado, no como antes, sino algo sorprendido. 

-¿Sebastián? ¿Qué haces tú aquí? Y... —Fijó su mirada en mí, la sentí, gélida, como si me lanzara miles de estacas en el pecho— ¿De qué va todo esto, eh? —Alternó la mirada entre ambos. 

-Dios mío... —Atinó a susurrar el Comandante Escalona, mientras se frotaba el puente de la nariz. 

-¿Quién es ella, cariño? 

-Nadie, mamá, nadie. 


-¿Qué haces tú aquí, Julieta? 

-¿Que qué hago aquí? Mi marido me llamó alarmado diciendo que lo habían detenido en su trabajo. 

-¿Tú... marido? —Sebastián enarcó una ceja, incrédulo. 

-A ver, tranquilícense todos. Señora, —Se dirigió a Julieta— su marido está detenido por cargos a abuso a un menor, violencia intrafamiliar, daño moral y privación de la libertad. 

-¿De qué está hablando? —La mirada estupefacta y llena de horror de Julieta no me causó satisfacción, sino, pena, una pena enorme que me provocaba al saber que su hombre era un asqueroso criminal— Eso es mentira, una mentira... —Se tapó la boca, conteniendo las violentas arcadas— ¡Es una mentira inventada por ese niño! 

-¡No se atreva a meterse con mi hijo! Se lo advierto, señora. —Esa última palabra la pronunció despectivamente. Sebastián miraba la escena con los labios fruncidos, sin decir nada, incapaz de pronunciar una palabra ante esa mujer. 

-¡Me temo que si no se calman tendré que detenerlos a todos por alterar el orden público! 

-Señora, Belén, haga caso, por favor. No cause inconvenientes innecesarios. —Rivet le hizo guardar la calma a mi progenitora mientras el señor contrario, que supuse que sería el abogado de Agustín, hacía lo mismo con Julieta. 

-Ahora sí, acompáñenme. Señora, Julieta y... 

-Licenciado Molina. —Se presentó haciendo un leve movimiento de cabeza. 

-Y Licenciado Molina, —Prosiguió— deben esperar aquí hasta que termine con ellos y el acusado pueda rendir su declaración. 

-¿Puedo verlo? —Julieta temblaba, se notaba tan frágil, a punto de derrumbarse, justo como yo no quería que me vieran. 

-No hasta que sea su turno. 

Nos retiramos de la sala y fuimos a parar hasta otra de las tantas habitaciones de la delegación policiaca. Una mujer adulta de cabello castaño y ojos claros, nos esperaba sentada frente a un escritorio de madera con un ordenador algo antiguo, encima. 

Sebastián no pudo entrar ya que no era más que un acompañante y no estaba involucrado directamente en los hechos ocurridos. Primero fue mi turno. Mamá se sentó en un sofá sencillo, de esos sin gracia alguna, colocado al costado de la habitación y el abogado, sentado junto de mí, frente a la persona lista para tipear cada palabra que saliera de mi boca mientras el Comandante supervisaba todo el proceso. 

Dije muchas cosas, más de las que alguna vez mi mamá había escuchado en boca del psicólogo, cosas que no me había atrevido a contar a nadie por lo denigrante que eran y sin embargo, esa tarde habían salido de mi boca con tanta facilidad y sin una gota de pudor. Tal vez serían las ganas que tenía que, aquel hombre pagase por lo que me hizo o simplemente quería sentirme orgulloso de mí mismo por una vez en la vida, soltando todas las cartas sobre la mesa y pensar que, aunque el pasado no podía cambiarlo, el futuro sí que podía mejorarlo.

Mamá no paraba de llorar, estaba destrozada de escuchar las atrocidades que su hijo había vivido en su presencia ausente. 

Había oído como Agustín se fue acercando a mí a base de regalos y elogios, como cada noche trataba de persuadirme, convencerme que cada roce que me daba era normal, que era amor de padre. La forma en que me sometió la primera vez, aprovechándose de mi debilidad, despojándome de la ropa, tocando lugares que en ese momento, yo consideraba prohibidos para cualquier ser humano que se me acercara, íntimos. Como me destrozaba por dentro, la forma en que me desgarraba y me hacía llorar de la humillación, traición, y el dolor de sentir el filo de la navaja cortar mi piel y al final... terminar tendido en el colchón, sin una pizca de amor propio y manchado de fluidos que ni eran míos. Luego, continuar cada día de mi niñez bajo amenazas y noches que no eran usadas para dormir. 

No tenía rencor hacia mi madre, pero sí una sensación molesta qué me hacía preguntarme cómo jamás se dio cuenta. 

¿Es que el amor te ciega a tal punto? Yo... ¿estaré cegado por el amor que le tengo a Sebastián? Pero a él de ninguna forma lo consideraba una mala persona, aunque, mamá tampoco consideraba una mala persona a Agustín. 

Confusión se quedaría corto a lo que sentía. 

Cuando terminé, mi mamá apenas y podía hablar de tanto llanto, traté de tranquilizarla mientras ella no dejaba de abrazarme y pedirme perdón que no era necesario. 

Fue su turno y no dijo mucho, más que ella lo veía como un hombre normal y que jamás se lo imaginó, narró cómo se enteró y el golpe que le dio. 

Sentía un cosquilleo en mi estómago, como cuando te emocionas, pero no era eso, o no lo sabía. Lo único cierto es lo incierto que era todo. 

Fuimos a casa. Todo había cambiado sin saberlo y probablemente sin quererlo. Sabía perfectamente que mamá se sentía culpable y que Sebastián había escuchado todo detrás de la puerta. El regreso estuvo igual de silencioso que la espera de la declaración de Agustín; se había acordado que el caso se llevaría a la corte y en un plazo de setenta y dos horas, se decidiría la primera auditoría. 

Entré al departamento agotado y con unas ganas inmensas de dormir. Me cambié de ropa y me tiré en la cama, cubriéndome hasta el cuello con las sábanas y en una posición de espaldas al lugar de Sebastián. Sentí el colchón hundirse y como una presencia se escabullía entre las colchas, inquieta. 

-¿Estás dormido? —Me preguntó mientras una mano revolvía mi cabello dulcemente. 

-No, aun no. 

-Hmmm... 

-¿Sabes? Mi vida no es tan mala como parece. —Me di la vuelta, mirándolo fijamente a sus ojos, verdes y bonitos, así como él. Retiró su mano de mi cabello algo desconcertado por el inoportuno comentario— Mamá siempre me lo dio todo. Lucho en contra de mis abuelos que quería que no existiera, trabajó mucho para mí; siempre me compraba lo que quería, me llenaba de regalos y me llevaba al jardín de niños cada mañana, me enseñaba cómo defenderme aunque yo jamás lo aplicaba, cuando me caía que, solía pasar muy a menudo —Sonreí, levemente ruborizado— ella dejaba lo que estaba haciendo para ir a buscarme y curarme. Solíamos ir de vacaciones cada verano a pesar de que siempre la veía haciendo cuentas y la oía quejarse con sus amigas que el dinero no alcanzaba y a pesar de eso, jamás me faltó nada. Fui feliz... lo soy ahora. —Me incorporé, quedando a la misma altura que Sebastián. No apartaba la mirada de mí— Pero tampoco te voy a mentir y decir que está todo perfecto conmigo mismo, no me siento cómodo con lo que soy, tengo muchas inseguridades, lloro por todo, dependo de los demás, soy muy torpe y pienso más de lo que debería las cosas. 

-¿Piensas más de lo que deberías en mí? 

-Tú no eres una cosa. 

-¿Entonces no? —Sonrió y le devolví la sonrisa, concediéndole el beneficio de la duda, aunque era obvio que sí— Me gusta que seas feliz, te lo mereces. 

-Todos nos lo merecemos pero muy poca gente se atreve a reconocer que lo son, por miedo a no saber qué hacer después. 

-¿A hacer después de qué? 

-De ser feliz. Mucha gente vive diciendo que trabaja cada día y hace lo posible para alcanzar la felicidad, la mayoría muere en medio de la lucha y sin, según ellos, llegar a ser felices, cuando todo ese tiempo lo fueron. Lo tenían todo, familia, amigos, dinero, buen empleo y aun así, quieren más, porque es una convicción predeterminada, ambición, siempre queremos más. 

-O sea que, ¿esperas que seamos conformistas? —Se rascó la cabeza en desacuerdo. 

-No dije eso. Deberíamos saber controlar nuestro deseo de acaparar todo y dejar de ser falsos con nosotros mismos, llegar al objetivo mayor no impide que podamos llegar más allá. 

-¿Y tú de dónde sabes eso? —Pasó sus dedos a lo largo de mi mano. 

-Bueno, por algo soy aspirante a psicólogo. —Se acercó a mí y esta vez, paseó sus dedos por mi boca como si fuese cristal. Primero mi mirada siguió sus dedos y luego sus labios, entreabiertos que en segundos ya estaban sobre los míos. 

Su lengua recorría cada parte de mi cavidad, húmeda y condenadamente caliente, trataba de seguirle el ritmo sintiendo el aire agotándose. Me tomó por la cintura, acercándome a él, sintiendo como nuestros pechos se inflaban al compás de la misma respiración, del mismo aliento, del mismo suspiro al separarnos. Me tomaba de forma posesiva, evitando que me separar de él tan siquiera un centímetro. El calor de su cuerpo no tardó en traspasar la ropa al igual que otras cosas. 

Nos hundimos en la cama, revolviendo las sábanas y nos dejamos absorber por el remolino de sensaciones privadas que sólo nosotros dos conocíamos.

Notas finales:

Los adoro a todos~


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