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Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

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Pasaron unos días y recibimos la llamada que nos citaba en la corte. 

Hacía ya un tiempo que ambos estábamos de vacaciones por el cambio de trimestre por lo que, no nos afectaba el que las audiencias fueran en la mañana, aunque, una vez que iniciáramos clases, solicitaríamos el cambio de horario para que no nos afectase en la universidad. 

Una opresión en mi estómago me dificultaba la capacidad para concentrarme en lo que haría y diría, mis manos sudaban y me desesperaba en sobremanera los puños y el cuello de la camisa, era como si alguien me estuviera asfixiando, y a pesar de que mi deseo era arrancarme la ropa para poder respirar a gusto y así tranquilizarme, aunque sea un poco, me era imposible; mamá me regañaría por ser maleducado. 

Ni siquiera me había molestado en decirle a Sebastián que no viniera conmigo, que no era necesario causarle tantas molestias por un asunto que no iba con él; sabía que le vendría valiendo un reverendo pepino. Cada día lo conocía un poquito más, podía alardear que ya tenía fundamentos para interceder por él y que, aunque a veces me molesten muchas cosas sobre él, me di cuenta que eso es lo que me mantiene en la realidad y no me permite fantasear con un 'hombre perfecto'. 

Pero Sebastián seguía haciendo que me contradijera cuando 
salía de la habitación con ese porte elegante, seguro, de alguien quien no le teme a nada; rodeado de un aura centellante y desprendiendo ese aroma tan atrayente. 

-¿Nos vamos? —Me preguntó mientras se acomodaba el blazer. 

-S-sí. Voy a avisarle a mi mamá. —Me levanté del sillón e inhale profundo, llenando de aire frescos mis pulmones para ir deshaciéndome del agobio. 

El trayecto fue largo. Donde se iba a llevar a cabo el juicio quedaba a varios kilómetros del edificio, y sumándole el tráfico mañanero, se hizo aún más extenso. Atravesamos una larga alameda, donde el follaje de los árboles era amplio y hacía del firmamento un rompecabezas imposible de completar. Por último, paramos en un estacionamiento cercado por vallas metálicas y ocupadas por escasos autos. 

Era una institución imponente, contaba de tres edificios, el de en medio era el más alto y todos lucían colores propios de una institución gubernamental. Unos escalones nos condujeron a la puerta gruesa de madera que se abría ante nosotros, y la atmósfera sombría de la amplia sala, me invadió de repente. 

-Estaba a punto de llamarlo. —Salió por el corredor el abogado Rivet. 

-Sentimos la tardanza, había mucho tráfico. —Se excusó Sebastián mientras nos invitaba a acercarnos. Mi madre y yo nos quedamos absortos en la lúgubre entrada analizando cada detalle del lugar. Una señorita, sentada en su ostentoso y refinado escritorio, no despegaba los ojos del ordenador, ignorando todo a su alrededor y dejando suspendidos en el aire los sonidos de sus dedos chocando con las teclas. 

-Un gusto en volver a verlo, señor Licenciado. 

-El gusto es mío, señora Maldonado. Joven... —Inclinó la cabeza, dirigiéndose a mí. 

-Hola. —Sonreí forzadamente debido a los nervios. 

-¿Qué hay de Agustín? —Intervino Sebastián. 

-Está resguardado en una habitación junto con su abogado. La sala judicial ya está ocupada por unos cuantos testigos y el juez está repasando las pruebas y documentos de ambos lados. Sólo aguardábamos que el joven y su madre llegaran para comenzar. Es por eso que he salido a echar un vistazo a ver si llegaban. Ahora que ya están todos, es necesario que abordemos cuanto antes. 

-Está bien. —Repuso mi madre, y luego me dirigió una mirada tranquilizadora. Sin duda se sentía más segura que antes— Andy, ¿vamos ya? 

-Sí. 

En seguida nos adentramos en el corredor por donde, momentos antes, había salido el Licenciado. Las paredes blancas nos condujeron a otra puerta parecida a la de la entrada, solo que esta otra, lucía acabados dorados en el borde y pomo de ella. 

Las miradas no tardaron en clavarse en nosotros en cuanto nos adentramos a la gran habitación, mucho más amplia y alta de lo que alguna vez me imaginé o miré en películas; hileras de bancas surcaban los mosaicos del blanco suelo y acomodaban a varias personas dispuestas a presenciar el acto, y entre ellas, una mirada de ojos miel era inconfundible: Julieta, quien despectivamente me analizó y se dio la vuelta restándole importancia a mi presencia. Yo hice lo mismo. 

El abogado abrió una pequeña cerca que nos conectaba a nuestros respectivos lugares y nos dejaba a merced del jurado que se acomodaba en las extremidades de la pared con guardias de seguridad, y del juez, que no tardó en notar nuestra presencia en su tarima y nos concedió el derecho de acomodarnos en las sillas. Sebastián no entró por el mismo motivo que cuando fui a presentar mi declaración. Se sentó en el mismo lugar que Julieta, pero de mi lado. 

Lo que me disgustaba de mi posición era que no podía darme cuenta de lo que ocurría con ellos dos.

Un puñado de murmullos se disparó. Agustín entraba por la puerta acompañado de su abogado; dirigí mis ojos al frente rápidamente, no quería confrontaciones visuales, ni mucho menos que me intimidara. Mamá me acarició el dorso de mi mano y le devolví el gesto con una pequeña sonrisa. 

El Licenciado Rivet abrió su portafolio sobre la mesa y comenzó a hojear varios papeles. El estruendo del mazo sobre la madera hizo a todos entrar en orden, y en boca del magistrado, dio inicio a la sesión. 

La tensión aumentó y seguidamente empezó el duelo de ambas partes. Lo más inesperado fue cuando me el defensor contrario me llamó al estrado. Minutos antes Rivet me había aconsejado no dudar en mis respuestas y cuando no tuviese un recuerdo preciso, que desconociera la pregunta. 

-Según los datos recibidos, usted, Andrés Maldonado conoció a Agustín Larreta cuando tenía nueve años. ¿Es verdad? —Cuestionó Escalona mientras se paseaba de un lado a otro por lo largo de la habitación y con las manos sostenidas hacía atrás. 

-Lo es. —Me acomodé en mi asiento, mirándole desde arriba por la altura del estrado. 

-¿Cómo lo calificó usted al principio? ¿Cómo qué clase de persona? 

-Como alguien normal. 

-¿Lo trataba bien a usted? 

-Lo solía hacer. —Barrí la mirada por toda la habitación y noté que Agustín no despegaba los ojos de mí, en ellos se enmarcaba la lascivia y cinismo que sólo él podría tener. 

-¿Qué lugar tenía usted en la relación sentimental que llevaban el señor Larreta y la señora Maldonado? 

-El lugar del hijo de su novia... —Arrugué la frente sin comprender qué sacaba con todo esto. 

-¿En ese momento ya estaba al tanto de sus tendencias sexuales? 

-¿Qué? —Lo miré estremecido e incrédulo. 

-Estoy al tanto que usted mantiene una relación amorosa con otro hombre. ¿Cierto o falso? —Levantó la voz como si quisiera asegurarse que todos oyeran bien y continuamente, se alzaron los murmullos de nuevo 

-¡Objeción! —Protestó Rivet levantándose de la silla. 

-Denegada. —Sentenció el juez. 

Entre los espectadores, miré a Julieta que sonreía ladina atenta a todas mis reacciones; miré a Sebastián quien se arrinconaba en su asiento discretamente. Las manos empezaron a temblarme y al verme acorralado en tan directa pregunta, no me quedó más que responder. 

-Es cierto... —Dije entre dientes, rascando la madera de mi asiento para descargar la humillación. Y no era precisamente porque estuviese saliendo con un chico, sino, porque empezaba a comprender a dónde se dirigía esto. 

-Retomaré la anterior pregunta: ¿Estaba usted al tanto de sus tendencias sexuales en el momento que conoció al señor Agustín Larreta? 

-N-no, —Titubeé un poco— no lo estaba. 

-¿Qué sentía al tener a Agustín cerca? Mejor, —Se corrigió y colocó una mano en su mentón, acariciándose, como si le ayudara a formular una mejor pregunta— ¿Será que, el convivir con un hombre durante más tiempo del que estaba acostumbrado ya que, es sabido que usted careció de una figura paterna, le abrió paso a un descubrimiento de su identidad sexual? —Entreabrí los labios llenos de indignación. Mi mamá se levantó del lugar lista para protestar, pero el abogado le hizo guardar la calma. Sebastián no dejaba de mover incesantemente su pierna contra el suelo, estaba irritado. 

-¡Por supuesto que no! 

-¿Está seguro? Quizá usted, con su mente infantil de ese momento malinterpretó la situación y está ocasionando un embrollo innecesario. 

-¡Claro que estoy seguro! —Ahora fui yo el que me puse de pie mientras le dirigía una mirada furiosa al abogado. 

-Suficiente. —Intervino el juez parando el interrogatorio. 

Cosas como esas ocurrieron durante más de tres meses, donde Agustín y su retorcido abogado trataban de cambiar la perspectiva de la situación, haciéndome quedar como el causante de todo. Por suerte, había más cosas en su contra que a favor, sin embargo, el proceso era largo y extenuante. 

Había días en que ir al tribunal me parecía una tortura, sobre todo porque Julieta siempre estaba ahí, y en ocasiones la había visto habla con Sebastián. Jamás se lo mencioné a él, pensaba que se molestaría de tanta inseguridad de mi parte y que yo quisiera controlar a sus amistades; al darme cuenta que a mí se me cruzaban por la cabeza esas ideas, también me molestaban, porque indicaba que mi subconsciente sí las tomaba de esa forma, pero aun así, sentía curiosidad de saber cuál podría ser el tema de conversación entre ellos dos. 

Yo fui la primera opción. Pero la descarté inmediatamente cuando en una ocasión, divisé en el rostro de mi novio una tenue sonrisa. Obviamente, yo salía sobrando. 

Por otra parte, mamá se había mudado, alquilo un pequeño apartamento con un trabajo de medio tiempo que consiguió en un bufete de abogados gracias al Licenciado Rivet, que por cierto, comenzaba a verlo como una posible figura paterna, gracias al interés desmedido que sentía por mi madre; él era viudo y aunque algo mayor para mi mamá que apenas estaba saliendo de sus treintas, sabía nuestro pasado y aun así, lo aceptó; yo a ella también la veía muy entusiasmada a pesar de que había anunciado que no volvería a nuestra antigua casa y arreglaría todos los trámites para poner en venta el lugar donde viví durante toda mi vida. Argumentó que se había acomodado al ambiente de la ciudad y que no tenía caso seguir viviendo ahí si yo no estaba con ella y que, además, de esta nueva forma, me tendría más cerca. 


Todo a mi alrededor parecía estar marchando bien, pero yo sentía que el amor inmensurable que cada día sentía por Sebastián, me iba a terminar afectando más que cualquier otra cosa en mi vida.

Notas finales:

Ahora no tengo tiempo de contestar sus reviews, pero los agradezco~


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