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Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

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Notas del capitulo:

Me siento algo triste.

Me senté en la silla mientras miraba al exterior y  las voces de la habitación se iban extendiendo poco a poco por cada rincón hasta llegar a mi oído, sin embargo, no entendía nada. Enfrascado en contemplar los árboles que se meneaban por las sutiles ráfagas de aire fresco, estaba totalmente distraído de la clase de Mercadotecnia y Publicidad que se impartía en frente de mí.

Estos últimos días no había dejado de pensar en el juicio de Andrés y en cómo se sentiría él. Últimamente no habíamos tenido mucho tiempo de conversar acerca del tema, desde que volvimos a la universidad, los horarios se han vuelto más apretados y asfixiantes, a penas y teníamos tiempo para comer y dormir. Sobre todo yo, que ya había entregado mi proyecto final y prácticamente estaba un par de meses de obtener mi título profesional y no obstante, sabiendo eso, no lograba concentrarme en las clases.

También, había otro factor que influía en mi distracción. Julieta. Había logrado estar más en contacto con ella, gracias a los frecuentes encuentros en los tribunales. Ella estaba totalmente convencida en la inocencia de su marido y pese a que, muchas veces traté de hacerle razonar que no era así, al final decidimos dejar todo eso de lado y hablar de temas triviales y de nosotros…

Las primeras veces alcancé a molestarme con ella por defender la postura de Agustín, pero en conclusión, terminé aceptando que ella no era más que una víctima de los engaños de ese hombre y que estaba en todo su derecho de defenderlo si ella quería, al final, Julieta se daría cuenta de la verdad cuando el juez declinara a favor de Andy.

Y es por esas simples conversaciones que me estaba dando cuenta que tal vez, sólo tal vez… sí me importaba Julieta. Era tan irónico que toda mi vida no sintiera un interés profundo por ella cuando  debió ser así, y ahora, que no tenía razón de que pasara, podía ver ese extraño sentimiento flotar a mí alrededor.  La vida no era más que una paradoja.

-¡Lefévre! —Dio un brinco sobre mi propio asiento al oír ese grito tan agudo que fue capaz de sacarme de mi ensimismamiento.

-¿Q-que? —Respondí entrecortadamente sin saber bien a quién dirigirme, hasta que me di cuenta que la profesora me apuntaba con una regla y mantenía el entrecejo fruncido.

-¡Cómo que, qué! Ponga atención a la clase, de lo contrario le pediré que abandone el aula.

-Lo siento. —Me acomodé nuevamente en mi asiento, dispuesto a hacer caso omiso de los murmullos que se hacían presentes a lo ancho y largo del salón.

Esta vez sí que traté de poner atención a la clase, porque sabía que, después de todos los años de universidad, no podía echar a perder todo por unos créditos que me faltasen. De igual forma, no quería tirar por la borda mi relación con Andrés; había conseguido mucho, llegado a tanto estos últimos meses que sentía un desperdicio que por mis dudas colapsara todo.  Pero también tenía presente que un noviazgo no es lo mismo que estudiar una carrera. No se trata de conseguir tal cantidad de acreditaciones para “pasar”, ni mucho menos de logros para que la duración de la misma perdure. Más que esfuerzo, se necesita perseverancia de los sentimientos  de uno y ajenos, de lo contrario, si uno llegase a fallar o decaer, es cuando comienzan los problemas. Y yo ya estaba en uno.

Al terminar la clase, el primer impulso que tuve fue a buscar a Andy a su salón de clases. Tenía la firme creencia que si volvía a convivir más tiempo, me olvidaría de Julieta y todo volvería a la normalidad.

Guardé rápidamente mis cosas en la mochila y bajé las escaleras con el mismo ímpetu, cuidando de no tropezarme o chocar con nadie, por ser el fin de varias asignaturas y no sólo de la mía. La bulla en los pasillos ya era concurrente  al igual que las pisadas de todos los alumnos que planeaban seguir con sus actividades diarias. En cuanto logré salir del edificio, fui víctima de los perplejos rayos cálidos que reafirmaban la presencia del ferviente verano, entorné los ojos por reflejo y traté de olvidar el insistente cosquilleo en mi nariz. Crucé el campus como ya solía hacer cada vez que me dirigía hacia el bloque de psicología, y aguardé en una jardinera del lado de la edificación.

A diferencia de mi área, estaba desolado por ahí. Se veían entrar y salir dos o tres personas de vez en cuando y el calor se hacía más persistente. Entonces entendí que él todavía debía de seguir en clases y de lo apresurada que fue mi decisión, pero aun así, no pensaba moverme de ahí hasta verlo nuevamente. Sin embargo, las gotas de sudor empezaron a resbalar por mi frente y el agobio de no poder darme una ducha de agua helada para refrescarme, inundaron de repente mi ser.

Estuve un buen rato así, cambiando de posición seguidamente buscando la comodidad de las repentinas, pero escasas, ráfagas de aire fresco que se colaban por la atmósfera, dándome un respiro limpio y frágil. 

De repente, la campana de salida sonó y no pasaron más de cinco segundos  para que las puertas de entrada se abrieran bruscamente, trayendo consigo una oleada de personas. Me acerqué lo más que pude a la puerta y busqué con la mirada a mi novio entre la multitud y lo único que recibí fueron empujones y unas cuantas palabrotas de por qué no avanzaba. Una vez, el gentío hubo disminuido, logré colarme al pasillo y justo en ese momento, observé a Andy bajar por las escaleras.

-Sebas…  —Me sonrió dulcemente en cuanto me vio y no tardó en apresurar su paso para acercarse a mí. Lo miré algo desconcertado, como si fuese la primera vez que lo veía en toda mi vida, pero quedé aún más desconcertado en cuanto mis piernas comenzaron a temblar— ¿Qué haces aquí? —Continuó— Creí que nos veríamos a la salida.

-Uhm…  Estoy libre, así que pensé en venir a visitarte… ¿te molesta?

-¡Claro que no! Vamos… podemos ir donde siempre. —Tiró de la manga de mi camisa y se tomó la delantera pero en seguida se detuvo cuando se dio cuenta que yo no lo seguía— ¿Pasa algo?

-N-no. Vamos. —Dudé un poco antes de comenzar a avanzar. Y de nuevo, comencé a cuestionarme acerca de mi relación con Andrés. No es que dudara de que lo quisiera, porque de eso estaba seguro. Estaba enamorado de él. El problema radicaba en cuánto tiempo sería bueno  seguir con esto. Hasta ahora, habíamos vivido escondidos de la sociedad y las pocas personas que lo sabían, dos de ellas, mis padres, me rechazaron y prácticamente me excluyeron de la familia, haciéndome sentir como el hijo ilegitimo.

¿Qué iba a pasar con la demás gente? No es como si realmente me importara la opinión de ellos, pero había que ser realista, dependemos la sociedad y es más que obvio que no podíamos seguir ocultos toda la vida. Sabía que no éramos la primera ni la última pareja conformada por dos hombres en todo el mundo, sabía que no sólo nosotros estábamos pasando por esta situación de aceptación y también sabía que Andrés y yo, no seríamos la única pareja en donde las cosas no funcionaran.

Fuimos hasta el área de Recursos Humanos donde solíamos ir casi siempre en nuestros tiempos libres. Andy se recargó en la pared y se dejó caer lentamente hasta quedar completamente sentado en el césped. Yo tomé asiento a su lado.

-¿Cómo te fue hoy? —Le pregunté sin mirarlo. No me atrevía, me sentía acobardado y opté por fijar mis ojos en las pequeñas flores rojas que estaban frente a nosotros.

-Bien. Estuvieron algo pesadas las clases, pero el verte esperándome afuera me hizo sentir mejor.  —Me quedé enfrascado en mis propios pensamientos que ni siquiera escuché su respuesta hasta después de un largo silencio que él volvió a hablar— Yo sé que te pasa algo.

-Andy… —Murmuré no muy convencido de hacerle saber que tenía desconfianza de nuestra relación, que tenía dudas de continuar con la misma.

-¿Es Julieta? —Pronunció con sumo cuidado, como si temiera entrar en terrenos peligrosos. En seguida volteé a verlo con los ojos como platos, ¿se notaba tanto?— Te he visto hablando con ella en múltiples ocasiones, te he visto reír y pasártela bien, como si de verdad disfrutaras su compañía, como si de verdad la quisieras…

-No la quiero.

-No tienes que mentir. Puede que tú creas que no es así, pero tu cerebro si lo siente de esa forma, y aunque estés en esa postura de negación, al final terminarás por aceptarlo, porque los sentimientos no se controlan, se suprimen. —Para ese punto él ya ni siquiera me miraba. Se mantenía jugando con los tirantes de su mochila, como si lo que me acabase de decir fuera un tema trivial.

-No trates de psicoanalizarme. —Repliqué  molesto. De verdad no soportaba cuando Andrés entraba en ese modo, cuando me ponía todas las cartas sobre la mesa y actuaba como si pudiera leer a través de mí— No la quiero. —Repetí lo más seguro que me salió. No sólo trataba de convencer a Andrés de que no sentía eso por ella, sino también a mí mismo.

-Sebastián, yo te quiero, de verdad que sí. —Más que informarme parecía una súplica.

-Creo que no tiene caso continuar con esta conversación aquí. —Me puse de pie rápidamente, dándome cuenta que según yo, había venido para solucionar mis cuestionamientos y terminé generando más— Hablaremos en casa. Perdón por quitarte el tiempo.

Y me fui. Lo dejé ahí sentando, mirándome con una cara de infinita melancolía. No valía la pena hablar del asunto cuando yo estaba enojado y él herido, probablemente sea una de las peores combinaciones para tratar de arreglar un problema.

Durante lo el tiempo que restó para que terminaran las clases me la pasé pensando en él. Ahora que mis ánimos se habían calmado, me daba cuenta del dolor que inconscientemente le había causado, pero no me arrepentía, sino que, sentía una profunda pena. Siempre había sido una persona bastante directa y basado en la experiencia que tuve con Luciana no quería caer en el mismo conflicto de seguir en una relación basada en la compasión ajena, porque sí, ahora lo comprendía, esa fue la razón por la que aquel noviazgo duró tantos años, no porque la quisiera lo suficiente, no porque me gustara, sino porque, contradictoriamente, había antepuesto los sentimientos de la otra persona antes que los míos, porque me importaba más la necesidad que sentía Luciana de estar conmigo que la necesidad que sentía yo de alejarme de ella.

Ese era uno de los peores errores que había cometido en mi vida, y no quería que lo mismo pasara con Andrés. En esos momentos comprendía el verdadero significado de la comunicación entre las parejas, tenía que hablarle con la verdad, y aunque, en primera instancia no lo hice del todo, en cuanto llegáramos a casa lo haría. Había llegado el punto clave donde se tenía que definir el futuro de nuestro noviazgo, no podíamos aplazarlo como lo habíamos hecho estos últimos meses, donde por miedo a separarnos el uno del otro, habíamos reprimido lo que de verdad sentíamos y pensábamos. Él, las ganas de preguntarme cómo me sentía respecto a Julieta, reclamarme por qué le hablaba tanto, el exigir su lugar como mi pareja; eso era algo que había notado con las palabras que me había dicho cuando lo fui a buscar. Y yo, no poderle transmitir las respuestas a sus interrogantes, no poder decirle que sí, me interesaba Julieta y que dudaba acerca del mañana de la relación.

Fui directo a mi auto, esperando que Andrés ya estuviese ahí y no seguir alargando la agonía. Por suerte así había sido. En el camino ninguno de los dos nos dirigimos la palabra y mucho menos cruzamos miradas; ambos aguardábamos el aliento para el momento de la verdad.

Mi pecho dolía y sentía mi respiración decaer cada vez más. Yo sabía… yo sabía lo que iba a suceder y eso, era el peor de los castigos que un ser humano puede tener. El conocimiento de las calamidades.

Subimos por el elevador acompañado de un par de personas más. Observaba el reflejo de Andrés por la puerta metálica, era como un espejo, uno que reflejaba desconsuelo. Todo se había vuelto tan mecánico de repente. El sonido de las voces cada vez que las puertas se abrían en algún piso, el timbre de éste al llegar, los botones que se iluminaban con tan solo tocarlos. Como me hubiese gustado que alguien me iluminara con un simple roce.

Giré la cerradura con la llave y entré a la sala dirigiéndome hasta la barra y dejando mi mochila en algún lugar del apartamento. Andrés se quedó parado en el umbral de la puerta, su cabello cayendo armoniosamente al lado de su bonita cara, sus labios ligeramente fruncidos, y sus ojos moribundos vagando por mi rostro, implorándome que le mintiera.

-No te quedes ahí. —Le dije mientras le hacía una seña para que se sentara en uno de los taburetes. Él se acercó tímidamente, acomodando sus cosas en el sofá principal y tomando asiento, justo como yo se lo había indicado.

-No creo que esto sea buena idea.

-La franqueza jamás será buena idea, pero es lo prosigue de las mentiras.

-Yo no te he mentido.

-Te has mentido a ti que es peor, y yo he hecho lo mismo. No podemos seguir pretendiendo que no pasa nada cuando pasa todo.

-¿Qué sientes que pasa? ¿Qué ya no me quieres? —Sonrió con amargura.

-Si eso pasara créeme que no sería necesaria esta conversación. —Me senté a su lado lentamente, como si temiera que él no me lo permitiera, pero ni siquiera se inmutó por presencia.

-Yo sé que el querer a alguien no es suficiente, pero no creí que pasara esto por alguien más, y por Julieta… —Miré como estrujaba la tela de su pantalón entre sus dedos— Sabes cómo me siento respecto a ella.

-Pero es que no fue por ella. Es por mí, ¿es que acaso no lo entiendes? —Arrugué la frente y me aguanté el impulso de ponerme de pie.

-Y es que la sigues defendiendo hasta el final.

-¡No la defiendo! De verdad, no entiendes. Yo soy el que no estoy seguro de nuestra relación, yo soy el que no puede seguir de esta forma. Desde que te conocí han pasado una serie de cosas que creí que jamás me sucederían a mí, infortunadamente no sé si son más malas que buenas, pero no es como si te culpara, porque no es así. ¡Nuevamente soy yo el del problema! Y tú no lo comprendes, porque lo primero que haces, como siempre, es bloquearte y no escucharme, no darte cuenta de cómo son las cosas.

- ¿Y cómo son las cosas? ¡El que no entiende eres tú!  Si jamás hubieras visto a esa mujer nada de esto estuviera pasando.

-El hubiera no existe, Andrés.

-Sí existe, porque está ahí, es parte del pasado y el pasado no se borra hagas lo que hagas y digas lo que digas. 

-Tú mismo lo has dicho, yo no puedo borrar mi pasado con Julieta. —Giró su rostro hacia mí, me miraba con los ojos muy abiertos, como si fuese una sorpresa que lo mencionara, aunque era más que evidente que eso cualquiera lo sabía.

-Entonces…

-Andrés, yo te quiero y de verdad, no sabes cuánto. Pero si seguimos de esta forma vamos a terminar separándonos de una forma mala, es mejor cortar por lo bueno. Yo sé cómo eres, sé que te afectan hasta las más mínimas cosas y lo único que provoco es que te sientas mal, que no disfrutes el estar juntos como pareja y que lo único que hagas es preocuparte. ¿Y sabes? Yo me siento igual, estoy cansado de pensar y pensar en todo lo que puede hacerte daño. —Me levanté del asiento, evitando a toda cosa mirarlo a los ojos. El prolongado tiempo donde no se escucharon más que sollozos me hizo entender lo que pasaba.

Me di la vuelta en dirección a mi habitación, dispuesto a no mirar hacia atrás, ya no había remedio, ya no había tiempo, ya no había necesidad.

Pero entonces recordé algo y me detuve justo antes de pasar la puerta de la cocina.

-Puedes tomarte todo el tiempo que necesites para recoger tus cosas e irte.

Notas finales:

Lamento avisarles que el final se acerca ya... 

 


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